OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

EL ALMA MATINAL

      

     

LA CRISIS DE LA DEMOCRACIA1

 

Los propios fautores de la democracia �el t�rmino democracia es empleado como equivalente del t�rmino Estado demo-liberal-burgu�s� reconocen la decadencia de este sistema pol�tico. Convienen en que se encuentra envejecido y gastado y aceptan su reparaci�n y su compostura. M�s, a su parecer, lo que est� deteriorado no es la democracia como idea, como esp�ritu, sino la democracia como forma.

Este juicio sobre el sentido y el valor de la crisis de la democracia se inspira en la incorregible inclinaci�n a distinguir en todas las cosas cuerpo y esp�ritu. Del antiguo dualismo de la esencia y la forma, que conserva en la mayor�a de las inteligencias sus viejos rasgos cl�sicos, se desprenden diversas supersticiones.

Pero una idea realizada no es ya v�lida como idea sino como realizaci�n. La forma no puede ser separada, no puede ser aislada de su esencia. La forma es la idea realizada, la idea actuada, la idea materializada. Diferenciar, independizar la idea de la forma es un artificio y una convenci�n te�ricos y dial�cticos. No es posible renegar la expresi�n y la corporeidad de una idea sin renegar la idea misma. La forma representa todo lo que la idea animadora vale pr�ctica y concretamente. Si se pudiese desandar la historia, se constatar�a que la repetici�n de un mismo experimento pol�tico tendr�a siempre las mismas consecuencias. Vuelta una idea a su pureza, a su virginidad originales, y a las condiciones primitivas de tiempo y lugar, no dar�a una segunda vez m�s de lo que dio la primera. Una forma pol�tica constituye, en sur la, todo el rendimiento posible de la idea que la engendr�. Tan cierto es esto que el hombre, pr�cticamente, en religi�n y en pol�tica, acaba por ignorar lo que en su iglesia o su partido es esencial para sentir �nicamente lo que es formal y corp�reo.

Esto mismo les pasa a los fautores de la democracia que no quieren creerla vieja y gastada como idea sino como organismo. Lo que estos pol�ticos defienden, realmente, es la forma perecedera y no el principio inmortal. La palabra democracia no sirve ya para designar la idea abstracta de la democracia pura, sino para designar el Estado demo-liberal-burgu�s. La democracia de los dem�cratas contempor�neos es la democracia capitalista. Es la democracia-forma y no la democracia-idea.

Y esta democracia se encuentra en decadencia y disoluci�n. El parlamento es el �rgano, es el coraz�n de la democracia. Y el parlamento ha cesado de corresponder a sus fines y ha perdido su autoridad y su funci�n en el organismo democr�tico. La democracia se muere de mal card�aco.

La Reacci�n confiesa, expl�citamente, sus prop�sitos anti-parlamentarios. El fascismo anuncia que no se dejar� expulsar del poder por un voto del parlamento2. El consenso de la mayor�a parlamentaria es para el fascismo una cosa secundaria; no es una cosa primaria. La mayor�a parlamentaria, un art�culo de lujo; no un art�culo de primera necesidad. El parlamento es bueno si obedece; malo si protesta o rega�a. Los fascistas se proponen reformar la carta pol�tica de Italia, adapt�ndola a sus nuevos usos. El fascismo se reconoce anti-democr�tico, anti-liberal y anti-parlamentario. A la f�rmula jacobina de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad oponen la f�rmula fascista de la Jerarqu�a. Algunos fascistas que se entretienen en especulaciones te�ricas, definen el fascismo como un renacimiento del esp�ritu de la contrarreforma... Asignan al fascismo un �nima medioeval y cat�lica. Aunque Mussolini suele decir que "indietro non si torna"3, los propios fascistas se complacen en encontrar sus or�genes espirituales en la Edad Media.

El fen�meno fascista no es sino un s�ntoma de la situaci�n. Desgraciadamente para el parlamento, el fascismo no es su �nico ni siquiera su principal enemigo. El parlamento sufre, de un lado, los asaltos de la Reacci�n, y de otro lado, los de la Revoluci�n. Los reaccionarios y los revolucionarios de todos los climas coinciden en la descalificaci�n de la vieja democracia. Los unos y los otros propugnan m�todos dictatoriales.

La teor�a y la praxis de ambos bandos ofende el pudor de la Democracia, por mucho que la democracia no se haya comportado nunca con excesiva castidad. Pero la Democracia cede, alternativa o simult�neamente, a la atracci�n de la derecha y de la izquierda. No escapa a un campo de gravitaci�n sino para caer en el otro. La desgarran dos fuerzas antit�ticas, dos amores antag�nicos. Los hombres m�s inteligentes de la democracia Se empe�an en renovarla y enmendarla. El r�gimen democr�tico resulta sometido a un ejercicio de cr�tica y de revisi�n internas, superior a sus a�os y a sus achaques.

Nitti no cree que sea el caso de hablar de una democracia a secas sino, m�s bien, de una democracia social. El autor de La Tragedia de Europa es un dem�crata din�mico y heterodoxo. Caillaux preconiza una "s�ntesis de la democracia de tipo occidental y del sovietismo ruso". No consigue Caillaux indicar el camino que conducir�a a ese resultado. Pero admite, expl�citamente, que se reduzca las funciones del parlamento. El parlamento, seg�n Caillaux, no debe tener sino derechos pol�ticos y no desempe�ar una misi�n de control superior. La direcci�n completa del Estado econ�mico debe ser transferida a nuevos organismos.

Estas concesiones a la teor�a del Estado sindical expresan hasta qu� punto ha envejecido la antigua concepci�n del parlamento. Abdicando una parte de su autoridad, el parlamento entra en una v�a que lo llevar� a la p�rdida de sus poderes. Ese Estado econ�mico, que Caillaux quiere subordinar al Estado pol�tico, es una realidad superior a la voluntad y a la coerci�n de los estadistas que aspiran a aprehenderlo dentro de sus impotentes principios. El poder pol�tico es una consecuencia del poder econ�mico. La plutocracia europea y norteamericana no tiene ning�n miedo a los ejercicios dial�cticos de los pol�ticos dem�cratas. Cualquiera de los trusts o de los "carteles" industriales de Alemania y Estados Unidos influye en la pol�tica de su naci�n respectiva m�s que toda la ideolog�a democr�tica. El plan Dawes y el acuerdo de Londres han sido dictados a sus ilustres signatarios por los intereses de Morgan, Loucheur, etc.

La crisis de la democracia es el resultado del crecimiento y el concentramiento simult�neos del capitalismo y del proletariado. Los resortes de la producci�n est�n en manos de estas dos fuerzas. La clase proletaria lucha por reemplazar en el poder a la clase burguesa. Le arranca, en tanto, sucesivas concesiones. Ambas clases pactan sus treguas, sus armisticios y sus compromisos, directamente, sin intermediarios. El par- lamento, en estos debates y en estas transacciones no es aceptado como �rbitro. Poco a poco, la autoridad parlamentaria ha ido, por consiguiente, disminuyendo. Todos los sectores pol�ticos tienden, actualmente, a reconocer la realidad del Estado econ�mico. El sufragio universal y las asambleas parlamentarias, se avienen a ceder muchas de sus funciones a las agrupaciones sindicales. La derecha, el centro y la izquierda, son m�s o menos filo-sindicalistas. El fascismo, por ejemplo, trabaja por la restauraci�n de las corporaciones medioevales y constri�e a obreros y patrones a convivir y cooperar dentro de un mismo sindicato. Los te�ricos de la "camisa negra" en sus bocetos del futuro Estado fascista, lo califican como un Estado sindical. Los social-democr�ticos pugnan por injertar en el mecanismo de la democracia los sindicatos y asociaciones profesionales. Walter Rathenau, uno de los m�s conspicuos y originales te�ricos y realizadores de la burgues�a, so�aba con un desdoblamiento del Estado en Estado industrial, Estado administrativo, Estado educador, etc. En la organizaci�n concebida por Rathenau, las diversas funciones del Estado ser�an transferidas a las asociaciones profesionales.

�C�mo ha llegado la democracia a la crisis que acusan todas estas inquietudes y conflictos? El estudio de las ra�ces de la decadencia del r�gimen democr�tico, hay que suplirlo con una definici�n incompleta y sumaria: la forma democr�tica ha cesado, gradualmente, de corresponder a la nueva estructura econ�mica de la sociedad. El Estado demo-liberal-burgu�s fue un efecto de la ascensi�n de la burgues�a a la posici�n de la clase dominante. Constituy� una consecuencia de la acci�n de fuerzas econ�micas y productoras que no pod�an desarrollarse dentro de los dediques r�gidos  de una sociedad gobernada por la aristocracia y la iglesia. Ahora, como entonces, el nuevo juego de las fuerzas econ�micas y productoras reclama una nueva organizaci�n pol�tica. Las formas pol�ticas, sociales y culturales son siempre provisorias, son siempre interinas. En su entra�a contienen, invariablemente, el germen de una forma futura. Anquilosada, petrificada, la forma democr�tica, como las que la han precedido en la historia, no puede contener ya la nueva realidad humana.

 


NOTAS:

1 Publicado en Mundial: Lima, 14 de Noviembre de 1925.

2 T�ngase en cuenta que el presente ensayo fue escrito cuando el asesinato del diputado socialista Giacomo Matteoti provoc� la agrupaci�n de un centenar de diputados, que resolvieron no asistir a las sesiones de su c�mara con el prop�sito de privar al fascismo de la apariencia legal que rode� su ascenso al poder. Y, desde luego, podr� apreciarse cu�n ciertas resultaron a la postre, las previsiones hechas a continuaci�n por Jos� Carlos Mari�tegui.

3 Esta frase �tan grata a Mussolini, como lo destaca Jos� Carlos Mari�tegui� fue concebida, quiz�, para hacer alarde de la fuerza fascista e infundir confianza a la peque�a burgues�a desorientada o atemorizar a los remisos. Despu�s fue la f�rmula que expresaba la empecinada insistencia en las medidas impresionantes, aunque poco efectivas, y cuyo abandono o enmienda era estimado como lesivo para el prestigio del movimiento. Y, cuando fue necesario encubrir su car�cter retardatario, se convirti� en uno de los lemas b�sicos de la "doctrina" fascista, seg�n se desprende de la ex�gesis que su propio creador redactara para la Enciclopedia italiana: "Las negaciones fascistas del socialismo, de la democracia, del liberalismo, no deben hacer creer que el fascismo quisiera empujar al mundo a lo que era antes de 1789, considerado como a�o de apertura del siglo democr�tico-liberal. No se puede volver atr�s".