OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI |
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HISTORIA DE LA CRISIS MUNDIAL |
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PRIMERA CONFERENCIA1 LA CRISIS MUNDIAL Y EL PROLETARIADO PERUANO EN esta conferencia �llam�mosla conversa�ci�n m�s bien que conferencia� voy a limitarme a exponer el programa del curso, al mismo tiem�po que algunas consideraciones sobre la necesi�dad de difundir en el proletariado el conocimiento de la crisis mundial. En el Per� falta, por des�gracia, una prensa docente que siga con atenci�n, con inteligencia y con filiaci�n ideol�gica el de�sarrollo d� esta gran crisis; faltan, asimismo, maestros universitarios, del tipo de Jos� Ingenie�ros, capaces de apasionarse por las ideas de re�novaci�n que actualmente transforman el mun�do y de liberarse de la influencia y de los pre�juicios de una cultura y de una educaci�n con�servadoras y burguesas; faltan grupos socialis�tas y sindicalistas, due�os de instrumentos pro�pios de cultura popular, y en aptitud, por tanto, de interesar al pueblo por el estudio de la crisis La �nica c�tedra de educaci�n popular, con esp�ritu revolucionario, es esta c�tedra en forma�ci�n de la Universidad Popular. A ella le toca, por consiguiente, superando el modesto plano de su labor inicial, presentar al pueblo la realidad contempor�nea, explicar al pueblo que est� vi�viendo una de las horas m�s trascendentales y grandes de la historia, contagiar al pueblo de la fecunda inquietud que agita actualmente a los dem�s pueblos civilizados del mundo. En esta gran crisis contempor�nea el proletariado no es un espectador; es un actor. Se va a resolver en ella la suerte del proletariado mundial. De ella va a surgir, seg�n todas las probabilidades y seg�n todas las previsiones, la civilizaci�n proletaria, la civilizaci�n socialista, destinada a suceder a la declinante, a la decadente a la moribunda civilizaci�n capitalista, individualista y burguesa. El proletariado necesita, ahora como nunca, saber lo que pasa en el mundo. Y no puede saberlo a trav�s de las informaciones fragmentarias, epis�dicas, homeop�ticas del cable cotidiano, mal traducido y peor redactado en la mayor�a de los casos, y proveniente siempre de agencias reaccionarias, encargadas de desacreditar a los partidos, a las organizaciones y a los hombres de la Revoluci�n y desalentar y desorientar al proletariado mundial. En la crisis europea se est�n jugando los destinos de todos los trabajadores del mundo. El desarrollo de la crisis debe interesar, pues, por igual, a los trabajadores del Per� que a los trabajadores del Extremo Oriente. La crisis tiene como teatro principal Europa; pero la crisis de las instituciones europeas es la crisis de las instituciones de la civilizaci�n occidental. Y el Per�, como los dem�s pueblos de Am�rica, gira dentro de la �rbita de esta civilizaci�n, no s�lo porque se trata de pa�ses pol�ticamente independientes pero econ�micamente coloniales, ligados al carro del capitalismo brit�nico, del capitalismo americano o del capitalismo franc�s, sino porque europea es nuestra cultura, europeo es el tipo de nuestras instituciones. Y son, precisamente, estas instituciones democr�ticas, que nosotros copiamos de Europa, esta cultura, que nosotros copiamos de Europa tambi�n, las que en Europa est�n ahora en un per�odo de crisis definitiva, de crisis total. Sobre todo, la civilizaci�n capitalista ha internacionalizado la vida de la humanidad, ha creado entre todos los pueblos lazos materiales qu� establecen entre ellos una solidaridad inevitable. El internacionalismo no es s�lo un ideal; es una realidad hist�rica. El progreso hace que los intereses, las ideas, las costumbres, los reg�menes de los pueblos se unifiquen y se confundan. El Per�, como los dem�s pueblos americanos, no est�, por tanto, fuera de b crisis: est� dentro de ella. La crisis mundial ha repercutido ya en estos pueblos. Y, por supuesto, seguir� repercutiendo. Un per�odo de reacci�n en Europa ser� tambi�n un per�odo de reacci�n en Am�rica. Un per�odo de revoluci�n en Europa ser� tambi�n un per�odo de revoluci�n en Am�rica. Hace m�s de un siglo, cuando la vida de la humanidad no era tan solidaria como hoy, cuando no exist�an los medios de comunicaci�n que hoy existen, cuando las naciones no ten�an el contacto inmediato y constante que hoy tienen, cuando no hab�a prensa, cuando �ramos a�n espectadores lejanos de los acontecimientos europeos, la Revoluci�n Francesa dio origen a la Guerra de la Independencia y al surgimiento de todas estas rep�blicas. Este recuerdo basta para que nos demos cuenta de la rapidez con que la transformaci�n de la sociedad se reflejar� en las sociedades americanas. Aquellos que dicen que el Per�, y Am�rica en general, viven muy distantes de la revoluci�n europea, no tienen noci�n de la vida contempor�nea, ni tienen una comprensi�n, aproximada siquiera, de la historia. Esa gente se sorprende de que lleguen al Per� los ideales m�s avanzados de Europa; pero no se sorprende en cambio de que lleguen el aeroplano, el trasatl�ntico, el tel�grafo sin hilos, el radio; todas las expresiones m�s avanzadas, en fin, del progreso material de Europa. La misma raz�n para ignorar el movimiento socialista habr�a para ignorar, por ejemplo, la teor�a de la relatividad de Einstein: Y estoy seguro de que al m�s reaccionario de nuestros intelectuales �casi todos son impermeables reaccionarios� no se le ocurrir� que debe ser proscrita del estudio y de la vulgarizaci�n la nueva f�sica, de la cual Einstein es el m�s eminente y m�ximo representante. Y si el proletariado, en general, tiene necesidad de enterarse de los grandes aspectos de la crisis mundial, esta necesidad es a�n mayor en aquella parte del proletariado, socialista, laborista, sindicalista o libertaria que constituye su vanguardia; en aquella parte del proletariado m�s combativa y consciente, m�s luchadora y preparada; en aquella parte del proletariado encargada de la direcci�n de las grandes acciones proletarias: en aquella parte del proletariado a la que toca el rol hist�rico de representar al proletariado peruano en el presente instante social; en aquella parte del proletariado, en una palabra, que cualquiera que sea su credo particular, tiene conciencia de clase, tiene conciencia revolucionaria. Yo dedico, sobre todo, mis disertaciones, a esta vanguardia del proletariado peruano. Nadie m�s que los grupos proletarios de vanguardia necesitan estudiar la crisis mundial. Yo no tengo la pretensi�n de venir a esta tribuna libre de una universidad libre a ense�arles la historia de esa crisis mundial, sino a estudiarla yo mismo con ellos. Yo no os ense�o, compa�eros, desde esta tribuna, la historia de la crisis mundial; yo la estudio con vosotros. Yo no tengo en este estudio sino el m�rito modest�simo de aportar a �l las observaciones personales de tres y medio a�os de vida europea, o sea de los tres y medio a�os culminantes de la crisis, y los ecos del pensamiento europeo contempor�neo. Yo invito muy especialmente a la vanguardia del proletariado a estudiar conmigo el proceso de la crisis mundial por varias razones trascendentales. Voy a enumerarlas sumariamente. La primera raz�n es que la preparaci�n revolucionaria, la cultura revolucionaria, la orientaci�n revolucionaria de esa vanguardia proletaria, se ha formado a base de la literatura socialista, sindicalista y anarquista anterior a la guerra europea. O anterior por lo menos al per�odo culminante de la crisis. Libros socialistas, sindicalistas, libertarios, de vieja data, son los que, generalmente, circulan entre nosotros. Aqu� se conoce un poco la literatura cl�sica del socialismo y del sindicalismo; no se conoce la nueva literatura revolucionaria. La cultura revolucionaria es aqu� una cultura cl�sica, adem�s de ser, como vosotras, compa�eros, lo sab�is muy bien, una cultura muy incipiente, muy inorg�nica, muy desordenada, muy incompleta. Ahora bien, toda esa literatura socialista y sindicalista anterior a la guerra, est� en revisi�n. Y esta revisi�n no es una revisi�n impuesta por el capricho de los te�ricos, sino por la fuerza de los hechos. Esa literatura, por consiguiente, no puede ser usada hoy sin beneficio de inventario. No se trata, naturalmente, de que no siga siendo exacta en sus principios, en sus bases, en todo lo que hay en ella de ideal y de eterno; sino que ha dejado de ser exacta, muchas veces, en sus inspiraciones t�cticas, en sus consideraciones hist�ricas, en todo lo que significa acci�n, procedimiento, medio de lucha. La meta de los trabajadores sigue siendo la misma; lo que ha cambiado, necesariamente, a causa de los �ltimos acontecimientos hist�ricos, son los caminos elegidos para arribar, o para aproximarse siquiera, a esa meta ideal. De aqu� que el estudio de estos acontecimientos hist�ricos, y de su trascendencia, resulte indispensable para los trabajadores militantes en las organizaciones clasistas. Vosotros sab�is, compa�eros, que las fuerzas proletarias europeas se hallan divididas en dos grandes bandos: reformistas y revolucionarios. Hay una Internacional Obrera reformista, colaboracionista, evolucionista y otra Internacional Obrera maximalista, anticolaboracionista, revolucionaria. Entre una y otra ha tratado de surgir una Internacional intermedia. Pero que ha concluido por hacer causa com�n con la primera contra la segunda. En uno y otro bando hay diversos matices; pero los bandos son neta e inconfundiblemente s�lo dos. El bando de los que quieren realizar el socialismo colaborando pol�ticamente con la burgues�a; y el bando de los que quieren realizar el socialismo conquistando �ntegramente para el proletariado el poder pol�tico. Y bien, la existencia de estos dos bandos proviene de la existencia de dos concepciones diferentes, de dos concepciones opuestas, de dos concepciones antit�ticas del actual momento hist�rico. Una parte del proletariado cree que el momento no es revolucionario; que la burgues�a no ha agotado a�n su funci�n hist�rica; que, por el contrario, la burgues�a es todav�a bastante fuerte para conservar el poder pol�tico; que no ha llegado, en suma, la hora de la revoluci�n social. La otra parte del proletariado cree que el actual momento hist�rico es revolucionario; que la burgues�a es incapaz de reconstruir la rique�za social destruida por la guerra e incapaz, por tanto, de solucionar los problemas de la paz; que la guerra ha originado una crisis cuya soluci�n no puede ser sino una soluci�n proletaria, una solu�ci�n socialista; y que con la Revoluci�n Rusa ha comenzado la revoluci�n social. Hay, pues, dos ej�rcitos proletarios porque hay en el proletariado dos concepciones opuestas del momento hist�rico, dos interpretaciones distintas de la crisis mundial. La fuerza num�rica de uno y otros ej�rcitos proletarios depende de que los acontecimientos parezcan o no confirmar su res�pectiva concepci�n hist�rica. Es por esto que los pensadores, los te�ricos, los hombres de estudio de uno y otros ej�rcitos proletarios, se esfuerzan, sobre todo, en ahondar el sentido de la crisis, en comprender su car�cter, en descubrir su signi�ficaci�n. Antes de la guerra, dos tendencias se divid�an el predominio en el proletariado: la tendencia so�cialista y la tendencia sindicalista. La tendencia socialista era, dominantemente, reformista, so�cial-democr�tica, colaboracionista. Los socialis�tas pensaban que la hora de la revoluci�n social estaba lejana y luchaban por la conquista gra�dual a trav�s de la acci�n legalitaria y de la colaboraci�n gubernamental o, por lo menos, le�gislativa. Esta acci�n pol�tica debilit� en algunos pa�ses excesivamente la voluntad y el esp�ritu revolucionarios del socialismo. El socialismo se aburgues� considerablemente. Como reacci�n contra este aburguesamiento del socialismo, tuvimos al sindicalismo. El sindicalismo opuso a la ac�ci�n pol�tica de los partidos socialistas la acci�n directa de los sindicatos. En el sindicalismo se refugiaron los esp�ritus m�s revolucionarios y m�s intransigentes del proletariado. Pero tambi�n el sindicalismo result�, en el fondo, un tanto colaboracionista y reform�stico. Tambi�n el sin�dicalismo estaba dominado por una burocracia sindical sin verdadera psicolog�a revolucionaria. Y sindicalismo y socialismo se mostraban m�s o menos solidarios y mancomunados en algunos pa�ses, como Italia, donde el Partido Socialista no participaba en el gobierno y se manten�a fiel a otros principios formales de independencia. Como sea, las tendencias, m�s o menos beligerantes o m�s o menos pr�ximas, seg�n las naciones eran dos: sindicalistas y socialistas. A este per�odo de la lucha social corresponde casi �ntegramente la literatura revolucionaria de que se ha nutrido la mentalidad de nuestros proletarios dirigentes. Pero, despu�s de la guerra, la situaci�n ha cambiado. El campo proletario, como acabamos de recordar, no est� ya dividido en socialistas y sindicalistas; sino en reformistas y revolucionarios. Hemos asistido primero a una escisi�n, a una divisi�n en el campo socialista. Una parte del socialismo se ha afirmado en su orientaci�n social- democr�tica, colaboracionista; la otra parte ha seguido una orientaci�n anti-colaboracionista, revolucionaria. Y esta parte del socialismo es la que, para diferenciarse netamente de la primera, ha adoptado el nombre de comunismo. La divisi�n se ha producido, tambi�n, en la misma forma en el campo sindicalista. Una parte de los sindicatos apoya a los social-democr�ticos; la otra parte apoya a los comunistas. El aspecto de la lucha social europea ha mudado, por tanto, radicalmente. Hemos visto a muchos sindicalistas intransigentes de antes de la guerra tomar rumbo hacia el reformismo. Hemos visto, en cambio, a otros seguir al comunismo. Y entre �stos, se ha contado, nada menos, como en una conversaci�n lo recordaba no hace mucho al compa�ero Fonk�n, el m�s grande y m�s ilustre te�rico del sindicalismo: el franc�s Georges Sorel. Sorel, cuya muerte ha sido un luto amargo para el proletariado y para la intelectualidad de Francia, dio toda su adhesi�n a la Revoluci�n Rusa y a los hombres de la Revoluci�n Rusa. Aqu�, como en Europa, los proletarios tienen, pues, que dividirse no en sindicalistas y socialistas �clasificaci�n anacr�nica� sino en colaboracionistas y anticolaboracionistas, en reformistas y maximalistas. Pero para que esta clasificaci�n se produzca con nitidez, con coherencia, es indispensable que el proletariado conozca y comprenda en sus grandes lineamientos, la gran crisis contempor�nea. De otra manera, el confucionismo es inevitable. Yo participo de la opini�n de los que creen que la humanidad vive un per�odo revolucionario. Y estoy convencido del pr�ximo ocaso de todas las tesis social-democr�ticas, de todas las tesis reformistas, de todas las tesis evolucionistas. Antes de la guerra, estas tesis eran explicables, porque correspond�an a condiciones hist�ricas diferentes. El capitalismo estaba en su apogeo. La producci�n era superabundante. El capitalismo pod�a permitirse el lujo de hacer sucesivas concesiones econ�micas al proletariado. Y sus m�rgenes de utilidad eran tales qu� fue posible la formaci�n de una numerosa clase media, de una numerosa peque�a-burgues�a que gozaba de un tenor de vida c�modo y confortable. El obrero europeo ganaba lo bastante para comer discretamente y en algunas naciones, como Inglaterra y Alemania, le era dado satisfacer algunas necesidades del esp�ritu. No hab�a, pues, ambiente para la revoluci�n. Despu�s de la guerra, todo ha cambiado. La riqueza social europea ha sido, en gran parte, destruida. El capitalismo, responsable de la guerra, necesita reconstruir esa riqueza a costa del proletariado: Y quiere, por tanto, que los socialistas colaboren en el gobierno, para fortalecer las instituciones democr�ticas; pero no para progresar en el camino de las realizaciones socialistas. Antes, los socialistas colaboraban para mejorar, paulatinamente, las condiciones de vida de los trabajadores. Ahora colaborar�an para renunciar a toda conquista proletaria. La burgues�a para reconstruir a Europa necesita que el proletariado se avenga a producir m�s y consumir menos. Y el proletariado se resiste a una y otra cosa y se dice a s� mismo que no vale la pena consolidar en el poder a una clase social culpable de la guerra y destinada, fatalmente, a conducir a la humanidad a una guerra m�s cruenta todav�a. Las condiciones de una colaboraci�n de la burgues�a con el proletariado son; por su naturaleza, tales que el colaboracionismo tiene, necesariamente, que perder, poco a poco, su actual numeroso proselitismo. El capitalismo no puede hacer concesiones al socialismo. A los Estados europeos para reconstruirse les precisa un r�gimen de rigurosa econom�a fiscal, el aumento de las horas de trabajo, la disminuci�n de los salarios, en u�a palabra, el restablecimiento de conceptos y de m�todos econ�micos abolidos en homenaje a la voluntad proletaria. El proletariado no puede, l�gicamente consentir este retroceso. No puede ni quiere consentirle. Toda posibilidad de reconstrucci�n de la econom�a capitalista est�, pues, eliminada. Esta es la tragedia de la Europa actual. La reacci�n va cancelando en los pa�ses de Europa las concesiones econ�micas hechas al socialismo; pero, mientras de un lado, esta pol�tica reaccionaria no puede ser lo suficientemente en�rgica ni eficaz para restablecer la desangrada riqueza p�blica, de otro lado, contra esta pol�tica reaccionaria, se prepara, lentamente, el frente �nico del proletariado. Temerosa a la revoluci�n, la reacci�n cancela, por esto, no s�lo las conquistas econ�micas de las masas, sino que atenta tambi�n contra las conquistas pol�ticas. Asistimos, as�, en Italia a la dictadura fascista. Pero la burgues�a socava y mina y hiere as� de muerte a las instituciones democr�ticas. Y pierde toda su fuerza moral y todo su prestigio ideol�gico. Por otra parte, en el orden de las relaciones internacionales, la reacci�n pone la pol�tica externa en manos de las minor�as nacionalistas y antidemocr�ticas. Y estas minor�as nacionalistas saturan de chauvinismo esa pol�tica externa. E impiden, con sus orientaciones imperialistas, con su lucha por la hegemon�a europea, el restablecimiento de una atm�sfera de solidaridad europea, que consienta a los Estados entenderse acerca de un programa de cooperaci�n y de trabajo. La obra de ese nacionalismo, de ese reaccionarismo, la tenemos a la vista en la ocupaci�n del Ruhr. La crisis mundial es, pues, crisis econ�mica y crisis pol�tica. Y es, adem�s, sobre todo, crisis ideol�gica. Las filosof�as afirmativas, positivistas, de la sociedad burguesa, est�n, desde hace mucho tiempo, minadas por una corriente de escepticis�mo, de relativismo. El racionalismo, el historicis�mo, el positivismo, declinan irremediablemente. Este es, indudablemente, el aspecto m�s hondo, el s�ntoma m�s grav� de la crisis. Este es el in�dicio m�s definido y profundo de que no est� en crisis �nicamente la econom�a de la sociedad burguesa, sino de que est� en crisis integralmen�te la civilizaci�n capitalista, la civilizaci�n occi�dental, la civilizaci�n europea. Ahora bien. Los ide�logos de la Revoluci�n Social, Marx y Bakounine, Engels y Kropotki�ne vivieron en la �poca de apogeo de la civiliza�ci�n capitalista y de la filosof�a historicista y positivista. Por consiguiente, no pudieron prever que la ascensi�n del proletariado tendr�a que producirse en virtud de la decadencia de la civi�lizaci�n occidental. Al proletariado le estaba destinado crear un tipo nuevo de civilizaci�n y cultura. La ruina econ�mica de la burgues�a iba a ser al mismo tiempo la ruina de la civilizaci�n burguesa. Y que el socialismo iba a encontrarse en la necesidad de gobernar no en una �poca de plenitud, de riqueza y de pl�tora, sino en una �poca de pobreza, de miseria y de escasez. Los socialistas reformistas, acostumbrados a la idea de que el r�gimen socialista m�s que un r�gimen de producci�n lo es de distribuci�n, creen ver en esto el s�ntoma de que la misi�n hist�rica de la burgues�a no est� agotada y de que el instante no est� a�n maduro para la realizaci�n socialis�ta. En un reportaje a La Cr�nica yo recordaba aquellas frases de que la tragedia de Europa es �sta: el capitalismo no puede m�s y el socialismo no puede todav�a. Esa frase que da la sensaci�n, efectivamente, de la tragedia europea, es la frase de un reformista, es una frase saturada de men�talidad evolucionista, e impregnada de la con�cepci�n de un paso lento, gradual y beat�fico, sin convulsiones y sin sacudidas, de la sociedad individualista, a la sociedad colectivista. Y la his�toria nos ense�a que todo nuevo estado social se ha formado sobre las ruinas del estado social precedente. Y qua entre el surgimiento del uno y el derrumbamiento del otro ha habido, l�gica�mente, un per�odo intermedio de crisis. Presenciamos la disgregaci�n, la agon�a de una sociedad caduca, senil, decr�pita; y, al mismo tiempo, presenciamos la gestaci�n, la formaci�n, la elaboraci�n lenta e inquieta de la sociedad nueva. Todos los hombres, a los cuales, una sin�cera filiaci�n ideol�gica nos vincula a la socie�dad nueva y nos separa de la sociedad vieja, de�bemos fijar hondamente la mirada en este per�o�do trascendental, agitado e intenso de la histo�ria humana,
NOTA: 1 Pronunciada el viernes 15 de Junio de 1923, en el local de la Federaci�n de Estudiantes (Palacio de la Exposi�ci�n), con el t�tulo de "La Revoluci�n Social en marcha a trav�s de los diversos pueblos de Europa". Con el ti�tulo que aparece en esta recopilaci�n se public� en Amauta, N� 30, Lima, abril-mayo de 1930, despu�s de la muerte de Jos� Carlos Mari�tegui y cuando la hist�rica revista era dirigida por Ricardo Mart�nez de la Torre.
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