OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI |
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LA ESCENA CONTEMPORANEA |
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EL ANTISEMITISMO
El renacimiento del juda�smo ha provocado en el mundo un renacimiento del antisemitismo. A la acci�n jud�a ha respondido, la reacci�n antisemita. El antisemitismo, domesticado durante la guerra por la pol�tica de la "Uni�n Sagrada", ha recuperado violentamente en la post-guerra su antigua virulencia. La paz lo ha vuelto guerrero. Esta frase puede parecer de un gusto un poco parad�jico. Pero es f�cil convencerse de que traduce una realidad hist�rica. La paz de Versalles, como es demasiado notorio, no ha satisfecho a ning�n nacionalismo. El antisemitismo, como no es menos notorio, se nutre de nacionalismo y de conservantismo. Constituye un sentimiento y una idea de las derechas. Y las derechas, en las naciones vencedoras y en las naciones vencidas, se han sentido m�s o menos excluidas de la paz de Versalles. En cambio, han reconocido en la trama del tratado de paz algunos hilos internacionalistas. Han reconocido ah�, atenuada pero inequ�voca, la inspiraci�n de las izquierdas. Las derechas francesas han denunciado la paz como una paz jud�a, una paz puritana, una paz brit�nica. No han temido contradecirse en todas estas sucesivas o simult�neas calificaciones. La paz �han dicho� ha sido dictada por la banca internacional. La banca internacional es, en gran parte, israelita. Su principal sede es Londres. El juda�smo ha entrado, en fuerte dosis espiritual, en la formaci�n del puritanismo anglo-saj�n. Por consiguiente, nada tiene de raro que los intereses israelitas puritanos y brit�nicos coincidan. Su convergencia, su solidaridad, explican por qu� la paz es, al mismo tiempo, israelita, puritana y brit�nica. No sigamos a los escritores de la reacci�n francesa en el desarrollo de su teor�a que se remonta, por confusos y abstractos caminos, a los m�s lejanos or�genes del puritanismo y del capitalismo. Content�monos con constatar que, por razones seguramente m�s simples, los autores de la paz admitieron en el tratado algunas reivindicaciones israelitas. El tratado reconoci� a las masas jud�as de Polonia y Rumania los derechos acordados a las minor�as �tnicas y religiosas, dentro de los Estados adherentes a la Sociedad de las Naciones. En virtud de esta estipulaci�n, quedaba de golpe abolida la desigualdad pol�tica y jur�dica que la persistencia de un r�gimen medioeval hab�a mantenido a los israelitas en los territorios de Polonia y Rumania. En Rusia la revoluci�n hab�a cancelado ya esa desigualdad. Pero Polonia, reconstituida coma naci�n en Versalles, hab�a heredado del zarismo sus m�todos y sus h�bitos antisemitas. Polonia, adem�s, alojaba a la m�s numerosa poblaci�n hebrea del mundo. Los israelitas encerrados en sus ghettos; segregados celosamente de la sociedad nacional, sometidos a un pogrom1 permanente y sistem�tico, sumaban m�s de tres millones. En ninguna parte exist�a, por ende, con tanta intensidad un problema jud�o. En ninguna naci�n las resoluciones de Versalles a favor de los jud�os suscitaban, por la misma causa, una mayor agitaci�n antisemita. El rol que le toc� a Polonia en la pol�tica europea de la post-guerra permiti� que el poder cayera fajo el control del antisemitismo. Colocada bajo la influencia y la direcci�n de Francia, en un instante en que dominaba en Francia la reacci�n, Polonia recibi� el encargo de defender y preservar el Occidente de las filtraciones de la revoluci�n rusa. Esta pol�tica tuvo que apoyarse en las clases conservadoras, y que alimentarse de sus prejuicios y de sus rencores anti-jud�os. El hebreo resultaba invariablemente sospechoso de inclinaci�n al bolchevismo. Polonia es hasta hoy el pa�s de m�s brutal antisemitismo. Ah� el antisemitismo no se manifiesta s�lo en la forma de pogroms cumplidos por las turbas jingo�stas. El gobierno es el primero en resistir a las obligaciones de la paz, Una reciente informaci�n de Polonia dice a este respecto: "El antisemitismo gubernamental y social parece acentuarse en Polonia. Hasta ahora las leyes de excepci�n legadas a Polonia por la Rusia zarista no han sido abrogadas". Otro foco activo de antisemitismo es Rumania. Este pa�s contiene igualmente una fuerte minor�a israelita. Las persecuciones han causado un �xodo. Una gran parte de los inmigrantes que afluyen a Palestina proceden de, Rumania. El n�mero de israelitas qu� quedan en Rumania se acerca sin embargo, a 755,000. Como en toda Europa, los hebreos componen en Rumania un estrato urbano. Y, en Rumania como en otras naciones de Europa Oriental, la legislaci�n y la administraci�n se inspiran principalmente en los intereses de las clases rurales. No por esto los jud�os son menos combatidos dentro de las ciudades, demasiado saturadas naturalmente de sentimiento campesino. El nacionalismo y el conservantismo rumanos no pueden perdonarles la adquisici�n del derecho de ciudadan�a, el acceso a las profesiones liberales. El odio antisemita monta su guardia en las universidades. Se encarniza contra los estudiantes israelitas. Reclama la adopci�n del Numerus Clasus, que consiste en la res�tricci�n al m�nimo de la admisi�n de israelitas en los estudios universitarios. El Numerus Clasus rige desde hace tiempo en Hungr�a, donde a la derrota de la revoluci�n co�munista sigui� un per�odo de terror antisemita. La persecuci�n de comunistas, no menos feroz que la persecuci�n de cristianos del Imperio Ro�mano, se caracteriz� por una serie de pogroms. Los jud�os, bajo este r�gimen de terror, perdie�ron pr�cticamente todo derecho a la protecci�n de las leyes y los tribunales. Se les atribu�a la responsabilidad de la revoluci�n sovietista. �Un israelita, Bela Khun, no hab�a sido el presidente de la Rep�blica Socialista H�ngara? Este hecho parec�a suficiente para condenar a toda la raza jud�a a una truculenta represi�n. No obstante el tiempo trascurrido desde entonces, el furor an�tisemita no se ha calmado a�n. El fascismo h�ngaro lanza peri�dicamente su legiones contra los jud�os. Sus desmanes �cometidos en nombre de un sedicente cristianismo� han provocado �lti�mamente una encendida protesta del Cardenal Csernoch, Pr�ncipe Primado de Hungr�a. El Car�denal ha negado indignadamente a los autores de esos "actos abominables" el derecho de invo�car el cristianismo para justificar sus excesos. "De lo alto de este sill�n milenario �ha dicho� yo les grito que son hombres sin fe ni ley". En Europa Occidental el antisemitismo no tie�ne la misma violencia. El clima moral, el medio hist�rico, son diversos. El problema jud�o revis�te formas menos agudas. El antisemitismo, ade�m�s, es menos potente y extenso. En Francia se encuentra casi localizado en el reducido aunque vocinglero sector de la extrema derecha. Su ho�gar es L'Action Fran�aise. Su sumo pont�fice, Charles Maurras. En Alemania, donde la revolu�ci�n suscit� una acre fermentaci�n antijud�a, el antisemitismo no domina sino en dos partidos: el Deutsche national2 y el fascista. El racismo que tiene en Luddendorf su m�s alto condottiere mi�ra en el socialismo una diab�lica elaboraci�n del juda�smo. Pero en la misma derecha un vasto sector no toma en serio estas supersticiones. En el Volks Partei3 milita casi toda la plutocracia �industrial y financiera� israelita. La reacci�n, en general, tiene sin embargo, en todo el mundo, una tendencia antisemita. Is�rael combate en los frentes de la democracia y de la Revoluci�n. Un escritor antisemita y reaccio�nario, Georges Batault, resume la situaci�n en es�ta f�rmula: "En tanto que los jud�os internacio�nales juegan a dos cartas �Revoluci�n y Socie�dad de las Naciones� el antisemitismo juega a la carta nacionalista". El mismo escritor agrega que del sionismo se puede esperar una soluci�n del problema jud�o. Los nacionalismos europeos trabajan por crear un nacionalismo jud�o. Porque piensan que la constituci�n de una naci�n jud�a librar�a el mundo de la raza semita. Y, sobre todo, porque no pueden concebir la historia sino como una lucha de nacionalismos enemigos y de imperialismo beligerantes. NOTA: 1 Nombre dado a los motines contra los jud�os en Rusia zarista. Hoy se aplica a toda persecuci�n contra los jud�os. 2 Alem�n Nacional. 3 Partido del Pueblo.
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