DEMOCRACIA DIRECTA Y

ESTRATEGIA REVOLUCIONARIA

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Alberto Moreno Rojas

 

 

 

 

 

 

Lima� -��� Per�

Tercera edici�n 2002

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

PR�LOGO A LA TERCERA EDICI�N

 

 

Los acontecimientos suscitados en Ecuador que llev� a la ca�da del gobierno de Mahuad, en menor escala durante la lucha para dar t�rmino a la dictadura fujimorista, y sobre todo en la Argentina de estos d�as que, en medio de la crisis econ�mica, social y pol�tica reciente ha producido un relevo de 5 presidentes en apenas 15 d�as junto a un pueblo que insurge pero que a�n no alcanza a salir del coto oposicionista porque no encuentra una respuesta de conjunto que canalice sus fuerzas, coloca a la orden del d�a un tema de extraordinaria importancia te�rica como pr�ctica: la construcci�n de una alternativa democr�tica y de poder desde el lado del pueblo en respuesta� a la crisis del Estado y la democracia liberales, en la cual la democracia participativa y directa, es decir la democracia construida por las masas en lucha, cuyos alcances y posibilidades no est� clarificada suficientemente� pero que sin duda tendr� una enorme repercusi�n en los a�os que vienen, ya no como experiencia nacional y circunstancial, sino� internacional y de largo alcance, ocupa un lugar especial.

 

La abrumadora mayor�a de los pa�ses de Am�rica Latina constatan en carne propia que la crisis es m�s que econ�mica. Alcanza lo pol�tico, social, cultural y �tico, prescindiendo de sus singularidades y grado de intensidad. Crisis que el neoliberalismo ha profundizado ahondando sus contradicciones y empobreciendo a sus pueblos. Sobre la base de lo transitado desde sus or�genes independentistas hasta el presente, la viabilidad como naciones pr�speras y genuinamente democr�ticas est� en cuesti�n. De continuar el camino transitado en lugar de abrir un nuevo curso a sus sociedades, su ubicaci�n en el siglo XXI ser� inevitablemente el de la exclusi�n y africanizaci�n.�

 

Per� no es ni puede ser la excepci�n. La democracia aqu� fue siempre inestable y limitada, doblegada por el militarismo, por la estrechez de oligarqu�as sin otro horizonte que sus intereses mezquinos, por la dependencia externa que nos ha convertido en una verdadera neocolonia. Pocos discuten la precariedad de sus instituciones y la fragilidad de sus constituciones. No tiene mejor destino la econom�a. El PBI per c�pita del a�o 2001, seg�n el Ministerio de Econom�a,� se encuentra en un nivel similar al alcanzado en l967, 13.9� por ciento por debajo del pico hist�rico logrado en l981. El Per� ha dejado de crecer, en promedio, en los �ltimos 30 a�os. M�s all� de generalidades y buenas intenciones de los gobernantes de turno lo cierto es que marchamos como el cangrejo: hacia atr�s.

 

El folleto que entregamos en su tercera edici�n adquiere actualidad por la raz�n se�alada. Desde luego que reclama su desarrollo tomando en cuenta las nuevas experiencias y los nuevos datos planteados por la realidad a los marxistas. Ninguna idea, por rica y novedosa que sea, estar� culminada si el mismo proceso no ha� agotado sus posibilidades. Ahora se puede constatar que este es un tema de repercusiones internacionales y que, con seguridad, ser� uno de los ejes del debate que se plantea desde el lado popular y revolucionario.

 

La democracia liberal est� en crisis. Con mayor raz�n en� sociedades donde se instal� degradada y restringida, como es el caso nuestro. La democracia electiva o representativa hace mucho que ha dejado de expresar todas� las posibilidades de la democracia. La nueva democracia debe ir m�s all�: a la democracia participativa y directa, cuyas potencialidades germinales las estamos viendo en el vasto torrente de las luchas de los pueblos del continente como respuesta al neoliberalismo, al domino externo que se nos imponen y al saqueo de nuestros recursos naturales y expoliaci�n de nuestros trabajadores. Pero tambi�n a la crisis de los estados vasallos en que nos han convertido.

 

Mientras el pueblo argentino lucha en las calles y rutas, la burgues�a recompone por arriba el gobierno en crisis. Tenemos, a lo sumo, cambios epid�rmicos para que nada cambie, para que todo siga igual. El problema no es otro que el dilema planteado ya en otras oportunidades: �los de arriba ya no pueden;� los de abajo no pueden todav�a�. Y no pueden todav�a porque no existe la vanguardia capaz de canalizar ese enorme potencial que es la efervescencia social, y porque no se cuenta con las herramientas te�ricas y organizativas que hagan viable una alternativa de cambio de verdad, no s�lo desde el lado econ�mico, sino pol�tico, social, cultural y �tico que es, al fin y al cabo, la llave maestra para encarar y resolver la crisis.

 

Las asambleas populares, surgidas es verdad mucha veces en forma espont�nea, llevan en su seno la respuesta potencial al problema. Son el germen de lo nuevo, la expresi�n de la nueva democracia en gestaci�n. Para alanzar su m�ximo vigor, sin embargo, es indispensable pasar de lo espont�neo a lo conciente, a su vertebraci�n como� �rganos del poder popular en desarrollo capaces de sobrepasar la l�gica de la institucionalidad burguesa en crisis y descomposici�n.

 

En el Per� el derrumbe del fujimorismo encontr� una salida dirigida a perennizar el sistema y el modelo econ�mico, organizado desde la OEA con el concurso de la burgues�a y los tr�nsfugas de la izquierda. La ilusi�n de democratizar la sociedad peruana sobre la base de la Constituci�n fujimorista, sintetizada en la consigna de �transici�n democr�tica�, se sostiene porque para las mayor�as no est� claro que otro camino seguir. El �xito que alcanz� la ofensiva neoliberal se manifest� sobre todo en el lado ideol�gico y pol�tico, sin el cual no habr�a encontrado abierto el camino para imponer, casi sin resistencia, un modelo econ�mico de verdadero saqueo nacional, excluyente y socialmente polarizador y expoliador.

 

El reflujo que se inicia a fines de los ochenta y la derrota de la izquierda y el movimiento popular en los noventa, facilitado por todo lo que represent� Sendero Luminoso y tambi�n por errores propios, fue aprovechado por la dictadura. Como resultado de ello se profundiz� el reflujo de masas, se fragment� la capacidad de resistencia popular pasando a segundo plano las expresiones de democracia directa que alcanzaron su punto culminante hacia mediados de los ochenta. Ahora el panorama comienza a cambiar y todo indica que en el nuevo periodo de crisis y de flujo inicial de masas adquirir� actualidad y relevancia. No es una casualidad que en Argentina, es verdad que todav�a en forma espont�nea y t�mida, aparezcan asambleas populares por barrios. Todo depender� de la continuidad de la crisis, la efervescencia social y la mano diestra que sepa darles contenido y unidad, para que aparezca una nueva forma de organizaci�n� democr�tica, de abajo hacia arriba, y por eso mismo una alternativa de poder y de organizaci�n de un verdadero estado nacional y democr�tico.

 

La sola acumulaci�n pol�tica resultar� insuficiente para dar respuesta a las nuevas condiciones de la lucha de clases. La derecha y el r�gimen del Dr. Toledo, comprometidos con la continuidad de un modelo agotado, afianzar�n sus lados m�s conservadores y represivos. El ministro Rospigliosi ha iniciado la campa�a para penalizar la toma de carreteras por poblaciones que sienten que sus reivindicaciones no son atendidas y todo sigue igual. El ministro de Educaci�n est� empe�ado en paralelizar el sindicato de maestros y posesionarse de Derrama Magisterial. Son la punta del iceberg. Del otro lado, los pueblos y los trabajadores se encuentran en creciente ebullici�n cansados de promesas incumplidas. No les queda otro camino que la resistencia y la lucha.

 

Esta tendencia est� en desarrollo, independientemente de que parte fundamental del movimiento de masas que despierta a la lucha y la protesta tiene todav�a un sentido espont�neo y disperso. La misma experiencia, sumado a la labor paciente para esclarecer el panorama, mostrar� la necesidad de su centralizaci�n nacional y de dotarse de una propuesta tambi�n nacional para enfrentar la crisis. El movimiento espont�neo, por mucha que sea su amplitud, tiene un l�mite de hierro: se queda en el rol contestatario, cuando lo que se necesita es una salida de conjunto a una situaci�n de agotamiento de un modelo de econom�a y de Estado. Adem�s, sus luchas siguen siendo todav�a parciales o locales, a lo sumo regionales como en el caso de Loreto. Quedarse en su presente estadio significar�a una trampa que hay que evitar. La democracia directa, que seguramente encontrar� nuevas formas y contenidos comparativamente con la experiencia de los 70s y principios de los 80s del siglo pasado, aparece as� como una respuesta donde convergen propuestas� a problemas b�sicos de la poblaci�n junto a� alternativas de fondo a las grandes cuestiones� nacionales.

 

La idea de trabajar por la ASAMBLEA DE LOS PUEBLOS como el nervio articulador de la diversidad de movimientos sociales, pol�ticos, culturales, �tnicos, medioambientales, juveniles, femeninos,� y como el eje a partir del cual se levanten banderas para los grandes temas del pa�s, adem�s de asegurar capacidad de presi�n, negociaci�n y soluci�n desde posiciones de fuerza puesto que expresa los intereses de vastos sectores de la sociedad, incluyendo las burgues�as locales trituradas por el neoliberalismo, el centralismo y los intereses monop�licos, tiene justificaci�n y raz�n de ser porque permitir� mostrarle al pa�s una nueva forma de organizaci�n democr�tica y de organizaci�n estatal.

 

Hist�ricamente, desde los or�genes de la Rep�blica, el Estado peruano se configur� excluyendo a la inmensa mayor�a ind�gena y campesina. Esta realidad se ha modificado en parte sin ser eliminada. La democracia liberal nunca intent� cerrar este ciclo. En el caso peruano termin� apareada con la tradici�n aristocr�tica, autoritaria y centralista. Por eso m�s de las veces� fue formal, es decir� divergente entre el discurso o la legalidad aceptada y la pr�ctica siempre opuesta. Ninguna Constituci�n tuvo el vigor de ordenar sobre bases verdaderamente democr�ticas y consistentes la sociedad. All� est�, para confirmarlo, el predominio prolongado de las dictaduras militares y civiles junto a per�odos precarios de democracias restringidas que terminaron ahogadas por el peso de la bota militar o la instalaci�n de reg�menes civiles autoritarios. El fujimorismo no es la excepci�n en nuestra historia. Y nada garantiza que no se reproduzca en otro momento y con otro rostro.

 

Es oportuno que estos temas se conviertan en ejes del debate pol�tico. La derecha tiene su camino; el movimiento popular debe transitar el suyo propio, que lleve su marca y sabor. No es que neguemos la democracia representativa o nos abstengamos de participar en ella. El asunto es m�s de fondo: es insuficiente y se convierte en una traba en la tarea de construir una verdadero estado democr�tico y una sociedad independiente, soberana, integrada, desarrollada, con prosperidad para la mayor�a de sus pobladores.

 

 

Alberto Moreno Rojas

 

Abril� del 2002.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

PROLOGO A LA SEGUNDA EDICION.

 

 

El� marxismo� siempre�� ha� considerado�� la� primac�a� de la� pr�ctica� revolucionaria� sobre� la� teor�a.� De� aqu� no se� deduce,� desde� luego,� que� subestime� la� importancia de� �sta� como� arma� fundamental� de la� revoluci�n.� Es de�� sobra� conocida� la tesis� leninista� que� afirma,� con� justa� raz�n,� que� "sin�� teor�a� revolucionaria� no� puede� haber� tampoco� movimiento� revolucionario".� Una� y otra� son� indispensables.� Acerca� de� esto� no� debe� quedar�� la� menor duda.� Pero� la� teor�a� va� precedida� por la� pr�ctica� y� debe� servir� al�� desarrollo�� de la� misma.� Esta� conclusi�n� tiene� particular� importancia� al momento de considerar la aparici�n, desarrollo y posibilidades� que� encierran las organizaciones de� democracia� directa surgidas en la d�cada de los setenta,� as� como� sus� repercusiones� pol�ticas� y� organizativas� en el� movimiento� democr�tico� y� antimperialista del�� pueblo�� peruano.

 

Con la� muerte� de� Mari�tegui� se� corta,� abruptamente,� un� per�odo� abierto� al� desarrollo� te�rico� y� program�tico� marxistas.� En� adelante,� a lo� largo� de�� d�cadas� enteras� la teor�a� revolucionaria� hubo �de� marchar� con� pies� de� plomo.� Para� ser� m�s� exactos,� retrocedi� en� aspectos� importantes� donde el� Amauta� hab�a� sentado� piedras� angulares� para� su�� desenvolvimiento� ulterior.� Con� ello,� a su� vez,� la� pr�ctica� del� Partido� se� empobreci� enormemente,� atasc�ndose� en la� hojarasca� economicista� y� reformista.

 

Los� resultados� est�n� a la� vista.� La teor�a� de la� revoluci�n� peruana� marcha� a� remolque� de la� rica� experiencia� pr�ctica� del� pueblo.�� En� lugar� de dar� respuesta� a� una� variedad� de� cuestiones� fundamentales� colocadas� a la� orden� del� d�a,� se� aviv� el�� esp�ritu de� secta,� asfixiando� toda� capacidad� cr�tica� y� autocr�tica.�� La� dial�ctica,� entendida� como� teor�a� marxista� del� conocimiento� y �m�todo� cient�fico� de� trabajo,� fue� dejada� de� lado� para�� facilitarle� camino a la rigidez y al estancamiento te�rico.

 

El��� dogmatismo,� de� otro� lado,� sediment� tradiciones� que� impidieron� marchar� al� comp�s de la� iniciativa� hist�rica� de�� las� masas� y de los� cambios� que se� fueron� operando� en la� sociedad,� de la� misma� manera� que la� estrechez� emp�rica, desde� su respectivo� �ngulo de enfoque,� perturbaron� la� forja de un� movimiento�� revolucionario� con� clara� voluntad� de� Poder� y� de� transformaci�n� revolucionaria.� De� este� modo,� la� inmediatez� economisista� y� espontaneista� se� sobrepuso� a la� visi�n� program�tica� de las� tareas,� y la� organizaci�n�� del�� Partido� revolucionario� del�� proletariado devino, no� pocas� veces,� ap�ndice� del� movimiento� sindical o� del� parlamentarismo� burgu�s.

 

Quienes� levantamos� las� banderas� de la� revoluci�n� democr�tica� nacional� y su�� perspectiva� socialista,� tenemos�� como� tarea� inabdicable� recuperar� la� estricta �correspondencia� entre� teor�a� y� pr�ctica� revolucionaria,� �nica� manera� de� desprendernos� de la� camisa de� fuerza� que� significan tanto� la� herencia� dogm�tica� cuanto� las� huellas� residuales� del� empirismo.� Para� ello� nada� mejor� que� ahondar� el� conocimiento� de las� leyes� que� rigen� el� particular�� desenvolvimiento� de la� sociedad� peruana� en� su�� evoluci�n� econ�mica,� social,� cultural� y� pol�tica;� estudiar� atentamente� la� din�mica�� de la� lucha de� clases� nacional� e� internacional,� buscando� aprehender sus� rasgos� nuevos y las� tendencias� de su�� desarrollo;� discernir�� los� momentos� de la� construcci�n� del� Partido, la ciencia y el arte de la� conducci�n� revolucionaria,� el rol y� participaci�n� de� las� masas como creadoras de la historia,� todo ello como s�ntesis de la evaluaci�n� autocr�tica� seria� y� responsable a que estamos obligados los comunistas.� Esta� tarea� apenas� ha� comenzado.� Llevarla� adelante reclama� un� vasto� esfuerzo� de� creaci�n� y� realizaci�n.� Est� en�� nosotros� evitar� toda� actitud� complaciente,� verdadera� enemiga� del�� progreso.� Tambi�n� encarnar el� esp�ritu� renovador,� la� riqueza� y� posibilidades� inherentes� al� marxismo-leninismo.

 

Desde� sus� or�genes el� marxismo� se ha �desarrollado� a� trav�s� de� la� lucha;� jam�s� en� medio� de la� conciliaci�n con el reformismo o el oportunismo pol�tico. La� lucha� es su� elemento.� Tanto� m�s� cuanto� que el� conocimiento� de las� leyes� de la� revoluci�n peruana� s�lo� puede� alcanzarse� a� trav�s� de� sucesivas� aproximaciones,� de� verificaci�n� de los� postulados� asumidos� en� contraste� permanente con el� acontecer� concreto, con la� pr�ctica revolucionaria.� Pero� tambi�n� en� lucha sin� tregua� con las� viejas y atrasadas concepciones� ideol�gicas� y� pol�ticas, con las� tradiciones� impuestas� por� siglos� de� explotaci�n� y� opresi�n, con la inercia� de la� costumbre y el� conservadurismo.� No� existe� otra� manera� de� enriquecer� el� acervo� te�rico� revolucionario ni� hacer� de� �ste� gu�a� para� la� acci�n.

 

Aspecto� fundamental� de este� esfuerzo� es,� justamente,� el� conjunto� de� materiales� que� discuti� el� V� Congreso,� abriendo� nuevas� perspectivas� para� el� avance� te�rico� del� Partido.

 

II

 

Se� sienten� vientos de� renovaci�n� y� b�squeda de� respuestas� a� los�� diversos� problemas� planteados� por la revoluci�n peruana.� A� esa� preocupaci�n� responde tambi�n� este� folleto� que� entregamos� a� nuestros� lectores� en� su� segunda� edici�n.���

 

�� Las� tesis� centrales� que� le� dan� sentido� no� han� surgido� al� azar.� Ni� son� producto� de la� especulaci�n� pol�tica.� Est�n� �ntimamente� entrelazadas� a� la� experiencia� vital� de las� masas,� a su� lucha,� al� despertar� de su� conciencia� revolucionaria.

 

Indiferentemente� de los� niveles� alcanzados� en su�� estructuraci�n,� coordinaci�n� y� expansi�n, la� democracia directa� explicita� la� insurgencia� democr�tico-revolucionaria� de las� masas.� Sin el� rol� creativo de� �stas y sin� la� presencia� concreta� de esta� experiencia� multiforme,� la� democracia� directa como� consigna� pol�tica� no� pasar�a� de� ser� especulaci�n� o� mero� enunciado� te�rico,� reiterativo� de otras� experiencias,� pero� sin� sustento� en� suelo� peruano.

 

No� estamos� en� presencia� de formas� tradicionales� de� organizaci�n.� Los� sindicatos,� comunidades� campesinas,� asociaciones� barriales,� entre� otras,� mantienen,� desde� luego,� su� importancia y� necesidad.� Pero� resultan� insuficientes,� incluso� restrictivas� para la� incursi�n� de las� masas� como� fuerza� protag�nica� en el� proceso� de� cambios� que� deben� operarse� en la� sociedad.� Sin� negar� a� aqu�llas,� los� �rganos� de� democracia� directa� las� superar� por� su� contenido,� posibilidades� y� potencialidades� revolucionarias.� La� raz�n� explicativa� es� simple:� expresan� una� nueva� y� superior� forma� de� organizaci�n� democr�tico-revolucionaria� de las� masas,� directamente� entroncadas� con los� prop�sitos� estrat�gicos� de la� revoluci�n.

 

Que� circunstancias� especiales� las� vinculen� m�s� a la� lucha� por� tales� o� cuales� expectativas� reivindicativas,� no� modifica� la� esencia� del� problema.� Este� factor,� comprensible� adem�s� si� se� considera� el�� particular� desenvolvimiento� de� lucha� seguido� por el� pueblo� peruano,� donde� el�� sello� economicista� y� reivindicacionista� es� ostensible,� no� debe� llevarnos� a perder� de� vista� aquello� que� representa� su� rasgo� fundamental:� expresar� la� gestaci�n� de la� nueva� democracia� revolucionaria.

 

No� desconocemos� que en la� tradici�n�� pol�tica� de las� clases� dominantes� siempre� ha�� estado� presente,� en� momentos de� tensiones� sociales� y de� insurgencia de� las� masas,� la� capacidad� de� encubrir� sus� verdaderas� intenciones,� simulando� las� del� contendor.� Donde� no� funciona� el�� garrote bien�� puede� funcionar�� el� atractivo� de la� zanahoria.� Donde� resulta� imposible� impedir la� justa� lucha� de los� pueblos� negando� sus� aspiraciones� leg�timas,� es� posible� neutralizarlas� tomando� lo� secundario� para� anular lo� esencial,� asumiendo� la� forma� para� negar� el� contenido,� cambiando algo� irrelevante� para� conservar� lo� sustantivo.� De� este� modo,� las� m�s� de las� veces� lograron� absorber� los� movimientos� populares o los� fines� que les� dieron origen,� anulando� sus� potencialidades� revolucionarias,� torn�ndolos� inocuos.

 

Esta� es una� experiencia� que� ning�n� revolucionario� peruano� deber�a� olvidar,� si� no� desea� convertirse� en� pieza� de� maniobra� del� ajedrez� reaccionario.

 

Tampoco� est� de m�s� admitir� que ello� fue� posible� porque� los� sectores� revolucionarios� de la� sociedad� facilitaron� las� condiciones� con su� reduccionismo� economicista,� con la� visi�n� y� pr�ctica� inmediatista� de sus�� tareas,� con su� incapacidad� para� levantarse� como� real� alternativa� de� transformaci�n� revolucionaria� de la� sociedad.

 

Este� mismo� peligro� amenaza� las� perspectivas�� de las� organizaciones� de� democracia� directa.� Estas� corren� el� riesgo� de� ser� neutralizadas,� bien� por� la� estrechez� de� miras� de� ciertos� sectores de la� izquierda� m�s� preocupados� en� conservar� privilegios� burocr�ticos� en� ciertas� c�pulas� sindicales,� en� lugar de� discernir� lo� nuevo� que� brota del� movimiento� de� masas,� sistematizarlo,� hacerlo� conciencia y� acci�n� revolucionaria;� bien,� como� consecuencia de las� maniobras� de los� gobiernos� de� turno,� facilitadas� precisamente� por� comportamientos� como los� se�alados.

 

La�� experiencia� del� pueblo� peruano� acumulada� a lo�� largo� de� d�cadas� de� intensa� lucha� social� reclama� su�� estudio� y� sistematizaci�n.� Contamos� con� excelentes� monograf�as.� Pero�� casi�� siempre� se� quedan� en� el� episodio� o� en el�� relato� m�s� o� menos� minucioso� de los� hechos,� sin� llegar� a la� esencia� de los� fen�menos.� Pr�ctica tan� rica por� su� variedad� y� posibilidades� obliga,� perentoriamente,� si� se� aspira� a� conducir� por� cauces� revolucionarios� el� despertar� de las� masas �a la� acci�n,� su� generalizaci�n� te�rica.� Para� ello�� nada� mejor� que� internarlo.� Ni� mejor� camino� que� estimular� el�� debate.� Sobre todo,� en� un�� ambiente� en� el� cual la� b�squeda� de la unidad,� mal� entendida� en sus� m�todos,� han� llevado� a la� par�lisis de la� confrontaci�n� de� ideas y la verificaci�n de las mismas en contraste� con la realidad. Desde� luego� que este� ambiente no es prerrogativa exclusiva de Izquierda Unidad,� pero� es� aqu� donde adquiere� dimensiones� sorprendentes, entumeciendo las� articulaciones del� organismo revolucionario que� nunca� deber�a� dejar de� ser� cr�tico y� revolucionario por excelencia.

 

III

 

En� medio� de� dificultades,� de� oposiciones� abiertas� de� parte� de� quienes detentan el� Poder del� Estado y los� resortes de la� econom�a, y de� obst�culos que� interponen, animados por intereses� mezquinos o por� miop�a� pol�tica,� no� pocos sectores de la� misma� izquierda� que sienten de alguna manera amenazado su control burocr�tico sobre� determinadas� organizaciones� sindicales� obreras o� campesinas,� el movimiento de� democracia� directa se expande, afirm�ndose� como� aut�ntica alternativa popular.

 

Toda� revoluci�n� genuina� surge� condicionada por necesidades� objetivas sobre las� cuales incursiona el� factor consciente, la� voluntad de los� individuos,� retardando� o� apresurando su� desarrollo y� desenlace;� pero no� puede� determinarlas.� Ninguna forma de� organizaci�n revolucionaria,� sobre todo� cuando es producto� de la� iniciativa� hist�rica de las� masas,� aparece sino� cuando han� madurado� las� condiciones� que la� colocan� a la� orden� del� d�a.

 

La� democracia� directa,� que� se ha�� enriquecido� con la� presencia� de� nuevas� organizaciones� tales como� los� comedores populares,� los �comit�s de vaso� de� leche,� cierto� que� m�s� restringidos� y�� transitorios,� menos� ricos� en sus� posibilidades� revolucionarias,��� es la� expresi�n manifiesta� de la� insurgencia� de las masas como� portavoces� de la� necesidad� de� democratizar� la� sociedad� y de� encarar,�� por ellas� mismas,� sus� problemas� vitales.

 

Nuestra� labor� consiste� precisamente� en� impulsar� esta� trayectoria� iniciada,� en� potenciarla con todos los� medios� a� nuestro� alcance,� en� construirla� como

la� alternativa� popular� que cuestiona y supera la� democracia burguesa� formal*,� de� hecho� centralista,� autoritaria� y� burocr�tica.� Es� claro� que� s�lo� la� revoluci�n� victoriosa� estar� en�� capacidad� de desplegar� todas sus� cualidades� democr�ticas y la� iniciativa� hist�rica de las� masas,� cuyos�

 

 

* Entiendo por democracia burguesa formal la precariedad con que ella se ha construido en la sociedad peruana, pero adem�s y sobre todo el divorcio permanente entre su aceptaci�n jur�dica, constitucional, y el ejercicio del poder que lo violenta permanentemente. Los golpes de estado, por ejemplo, casi siempre fueron promovidos o estimulados por clases dominantes que, sin embargo, se irrogan la representaci�n de la democracia. Desde los or�genes de la rep�blica la exclusi�n social, pol�tica, econ�mica, cultural y �tnica� de las mayor�as fue y sigue siendo una cruel realidad. Hoy el elector vota pero no decide, ni controla ni revoca. En el Per� la democracia liberal fue siempre m�s un discurso demag�gico que una realidad. A diferencia de Europa aqu� la democracia funcion� m�s como opereta, de muy mala copia,� que como la organizaci�n de un estado burgu�s moderno.� Abril del 2002.

embriones� aparecen� con nitidez en las� formas de� democracia� directas.� Esta� es� apenas� el� anticipo� de la� capacidad� de� realizaci�n� y de� construcci�n del� pueblo peruano� que� el� socialismo� har� florecer y� fructificar.

 

 

Alberto Moreno Rojas

 

Lima,� diciembre� 1985.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

DEMOCRACIA DIRECTA Y ESTRATEGIA REVOLUCIONARIA

 

 

 

 

I.�������� SIGNIFICADO� E� IMPORTANCIA ESTRETEGICA DE LOS ORGANOS� DE� LA� DEMOCRACIA� DIRECTA.

 

En� el� Informe� Pol�tico� del� Comit� Central� al� V� Congreso� del� Partido� se� arriba a una conclusi�n fundamental:� el� surgimiento,� desarrollo y� afirmaci�n crecientes de las� Asambleas� Populares,� de la� Autodefensa de Masas y de los� Frentes� de Defensa,�� como� expresiones vitales de una� democracia� directa que se� constituye a partir de la� iniciativa hist�rica de las� propias� masas� en un� per�odo ascensional� de sus� luchas,� sintetiza el� hallazgo esencial, a la� vez� te�rico y� pr�ctico,� de la� revoluci�n� peruana en lo� que� de las� �ltimas� d�cadas.

 

Esta� afirmaci�n no es� arbitraria.� Se� funda en� hechos� verificables,� en� una� evaluaci�n circunstanciada� de las� posibilidades� revolucionarias� y� estrat�gicas que� encierran,� m�s que en� consideraciones� t�cticas� o� coyunturales.� Es que� tales� formas de democracia directa (cada� una de sus� peculiaridades� espec�ficas,� que las� distinguen� n�tidamente unas� de otras,� y en su conjunto,� como� un todo que se� complementa)� aparecen no s�lo� como� formas�� de� organizaci�n democr�tica de� masas o� como� medios� de� lucha� revolucionaria, sino� tambi�n� -y� esto� es,� particularmente visible en las� Asambleas� Populares� como� gestaci�n o� prefiguraci�n de un� nuevo� ordenamiento� estatal� democr�tico-popular� cualitativamente� superior� a la� democracia� burguesa� formal,� del� nuevo� poder democr�tico-popular que� habr� de� emerger como� coronaci�n� de la� revoluci�n� victoriosa.

 

Quien no� entiende� la vinculaci�n de los� �rganos de la� democracia directa� con la� cuesti�n� del� Estado,� o� m�s� espec�ficamente,� con� el� Estado democr�tico-popular,� no� entiende� nada de su �contenido� ni de� sus� posibilidades� revolucionarias.

 

Uno� de los� rasgos� caracter�sticos� del� pueblo� peruano,� a lo� largo� de su�� historia,� reside� en su� capacidad� de� lucha.� La� gesta� de� Manco� Inca,�� en� Vilcabamba,� fue� continuada por� innumerables� insurrecciones� o� rebeliones� a lo� largo de la� dominaci�n� colonial.� T�pac� Amar�� representa,� en� esta� tradici�n,� su� fase� cimera y,� al� mismo� tiempo,� el� agotamiento� de la� posibilidad� de� plasmaci�n� de la� naci�n� peruana� sobre� bases� ind�genas.

 

Asentada� sobre� cimientos� fr�giles� y� postizos,� fruto� de una� revoluci�n� independentista� inconclusa,� la� Rep�blica� no� instituye un� Estado� burgu�s� y una democracia� burguesa,� sino m�s� bien� afianza, sobre una� institucionalidad formalmente� burguesa,� precaria, permanentemente doblegada� por el� caudillismo� militar,� un� r�gimen� feudal� basado en el� latifundio y el� gamonalismo.� Ello� se� explica� por la� ausencia de una� clase� social� revolucionaria� en� aptitud� de llevar� la� revoluci�n independentista� hasta� sus� �ltimos� l�mites,� desbrozando� camino�� al� capitalismo� para� establecer� un� Estado� burgu�s.

 

La� inexistencia de una� clase burguesa� capaz� de� acabar� con el� feudalismo,� poner� vallas� a la� dominaci�n� imperialista,� engendrar� por� tanto� una� rep�blica� burguesa� y un�� estado� burgu�s,� consiguientemente,�� una� econom�a� capitalista� que� integre� el� pa�s� bajo�� su� hegemon�a,� creando� un� mercado� interior� que� marchar� aparejado� con la� descentralizaci�n� econ�mica� y� pol�tica;� marc� desde el� mismo� momento� de la� independencia� lo que� habr�a� de ser�� el� rasgo� sustantivo� en� este� pa�s:� la� semifeudalidad� y la� semicolonialidad,� la� desintegraci�n�� econ�mica� y el�� centralismo,� la� institucionalidad� formal� burguesa� y el� autoritarismo� como� forma� real� de� gobierno.� La�� democracia,� la� independencia� nacional,� el�� desarrollo� arm�nico� de la� econom�a,� el�� progreso,� la� identidad� nacional� y cultural,� contin�an� siendo� tareas� por�� hacerse;�� tareas�� profundamente� revolucionarias� que� s�lo�� el� proletariado� a la� cabeza� del�� pueblo� peruano� estᠠ en� condiciones� de� realizar� en� camino� al�� socialismo.

 

A lo� largo de la �poca� republicana� el� pueblo� peruano ha� desplegado, no obstante esta� situaci�n, luchas� importantes.� Si �stas,� finalmente, se� cortaron en sus� posibilidades revolucionarias frustr�ndose,� ello� est� en directa relaci�n con la� inexistencia de una� clase� revolucionaria capaz de darle� contenido y� proyecci�n a las� mismas,� de� cuajarlas como parte del� proceso libertador� y democr�tico.� La inexistencia de una burgues�a en condiciones de acometer tales tareas,� y,� m�s bien, dispuesta a� capitular, conciliar y entrelazarse con el� feudalismo y con el� capital� imperialista, desde el� momento en que� sus� sectores� hegem�nicos emergieron� al�� amparo� de� �ste, es una� de sus� causas.� La� otra,� en el� presente� siglo,� las� debilidades del� proletariado para� asumir� la� hegemon�a en la� lucha por la� democracia� y la� independencia y por la� realizaci�n� continua� de su� propio� proyecto� hist�rico:� el� socialismo.� Debilidades que� tienen� su� origen en las� profundas desviaciones� ultraizquierdistas,� primero;� y� revisionistas despu�s,� que� padeci� el� Partido� luego� de la� muerte� de su� fundador� Jos頠 Carlos� Mari�tegui.

 

Existieron circunstancias excepcionales que� pudieron� facilitar� procesos� de cambios� profundos y,� sin� embargo,� terminaron� reabsorbidos� por el�� sistema.� En� mi� opini�n,� uno�� de los� m�s� significativos,� en el� siglo�� pasado,� luego� de la� independencia,� se da con�� el� colapso� originado� por la� Guerra� del� Pac�fico.� Colapso no� s�lo� econ�mico,� tambi�n pol�tico y� social.� La� resistencia,� cuya� expresi�n cimera� estᠠ representada por la� Campa�a� de la� Bre�a� -verdadera� guerra popular�� de resistencia� nacional-� debi� significar� un� movimiento nacional� para� derrotar� al� agresor,� reconquistar� la� soberan�a perdida,� recuperar� los� territorios ocupados y� expulsar� al� invasor,� fuera de las� fronteras del� pa�s.� Pero� las� clases� dominantes capitularon� vergonzosamente.� �nicamente C�ceres,� a la� cabeza de los� pueblos insurgentes del� Centro,� salv� la� dignidad nacional.� Pero� un C�ceres� victorioso y,� un� pueblo detr�s� suyo� vencedor� en la� resistencia, pese� a la� carencia de programa y de una� estrategia� para� la� reconstrucci�n del� pa�s,� significaban� una� amenaza� seria� para� la� permanencia� del�� estado� de� cosas� existente.� Habr�a� trastocado� de� hecho� el� cuadro� social y� pol�tico,� introduciendo en el� escenario� a las� masas armadas,� insurrectas� y� victoriosas.� La� derrota de� C�ceres� frustr� esta� posibilidad.� La� �nica realmente progresiva,� capaz� de� maduraci�n,� radicalizaci�n y� renovaci�n,� de� contar� con� una� clase� dirigente� a la� altura� de las� circunstancias.

 

La� crisis� de� fines de� la� segunda� d�cada y� principios� de la� tercera,� en� este� siglo,�� abri� paso� nuevamente� a� un� proceso� de� situaci�n� revolucionaria� y de� polarizaci�n.� Sin� embargo,� pese� a la� profundidad� de la� conmoci�n� social� engendrada,� tampoco� culmin� con una� victoria� popular,� en� ausencia� de una� conducci�n� revolucionaria� capaz,� l�cida,� como�� fruto� de las� inconsecuencias� y las�� vacilaciones� de la� democracia� peque�oburguesa� representada� por el� APRA.� La� derrota de la� insurrecci�n� de� Trujillo,� la� expresi�n m�s� radical� de este� per�odo� pre�ado de grandes� convulsiones y� reacomodos de fuerzas,� es� tambi�n� el� canto� del� cisne� de una� posibilidad� revolucionaria� que se� frustra,� una� demostraci�n� m�s de� c�mo� las� clases� dominantes y el�� imperialismo derrotan� o� neutralizan� y� luego� reabsorben� un� proceso� de� intensa� lucha de� clases;� c�mo� logran� recomponer� la� situaci�n� sin� modificarla sustancialmente,�� siempre� bajo� la� hegemon�a olig�rquica,� siguiendo el� viejo� lema:� "cambiar� algo� para que� nada� cambie".

El� vasto� movimiento� campesino de� finales� de la� d�cada de los� cincuenta y de� principios� de los� sesenta,� de� profundo� contenido� antifeudal y� democr�tico,� si� bien� aceler� el� resquebrajamiento� del� r�gimen econ�mico� feudal� sup�rstite� golpeando� fuertemente� al� gamonalismo y� la� propiedad� terrateniente,� no� culmina� como�� proceso� revolucionario,� y m�s� bien,� una� vez� m�s,� se� agota,�� desnaturalizada� a� trav�s� de un� proceso� de� reformas parciales,� centralmente redistributivas,� en� ausencia� de una� conducci�n� capaz� de� potenciar� la� radicalidad� del� campesinado� e� impulsar� un� vigoroso� movimiento revolucionario campesino s�lidamente� unido� a la acci�n� revolucionaria� del� proletariado� y otros sectores� urbanos� populares.

 

A lo� largo� de� todo� este� proceso� hist�rico en que� el� capitalismo� se va�� afianzando� a� trav�s� de una� v�a� evolutiva,� sin� por� ello� resolver� las� contradicciones� fundamentales� de la� sociedad� (sobre� todo� aquella� trabada� entre� las� fuerzas� productivas� y las� relaciones� de� producci�n� semifeudales� y semicoloniales,� de hecho� caducas,� y su� correspondiente� reflejo� superestructural),� la� revoluci�n� contin�a� siendo� una� exigencia� hist�rica,� un� requisito� social irresuelto. �La� crisis� estructural,� en� esencia,� es la� revelaci�n� contundente� de� esta� necesidad.�

 

����������� Toda� recomposici�n� dentro� del� mismo� sistema,� a�n�� en� el� sentido� de la realizaci�n� de� tales� o� cuales reformas,� s�lo� puede� postergar� el�� estallido� de� estas contradicciones,� acumulando� la� le�a� seca.� A� fin� de� cuentas la� soluci�n� se� abrir� paso� necesaria� y� obligatoriamente� por� otros� medios� si� contin�an cerradas� las� puertas que� conducen�� al� progreso,� la� independencia,� la democracia� y el� desarrollo� econ�mico� multilateral.

 

����������� La� crisis� de� coyuntura� puede� ser� de� alguna� manera� superada.� Pero� podr� serlo� �nicamente� en� forma� parcial,�� transitoria,� ef�mera,� pues� en� lo� hondo,� en la� base,� contin�a� su� marcha� el� viejo� topo� de la� lucha� de� clases� como� reflejo� de una� de una� crisis� estructural irreversible,� que� conduce inevitablemente a la� revoluci�n� social� del� proletariado.

 

Ahora� bien.� El�� surgimiento de los� �rganos de la� democracia directa,� como� expresiones� genuinas,� nuevas� y� profundamente� revolucionarias,� surgidas� por� iniciativa de las� masas trabajadoras,� est� en� correspondencia� con el� desarrollo� de� estas� contradicciones� objetivas, con la profundizaci�n constante de las� contradicciones� sociales y con la� insurgencia del� pueblo� peruano� que se� resiste a� mantenerse� en la pasividad� o en� sus formas� tradicionales� de� acci�n� que� ya� resultan� insuficientes para� encarar,� con� posibilidades� de� �xito,� la� soluci�n� de los� grandes problemas� que� lo�� afectan� en lo�� econ�mico, social, pol�tico,� cultural e� inclusive moral.

 

Sintetizan� tambi�n la� irrupci�n� de las� masas� que� buscan� su propio� camino,� que se� niegan� a� permanecer� dentro� de los� cauces� de una� democracia� formal� cuyo� rasgo� sustantivo� ha� sido� siempre� el� autoritarismo;� su� presencia� como� expresi�n� genuina� de un� proceso� de�� democratizaci�n� profunda de la� sociedad� peruana,� que� s�lo� puede� emerger� de sus� luchas,� creatividad� y� capacidad� de� realizaci�n.

 

La� democracia� directa� no� nace� reci�n� hoy.�� Sus� elemento� embrionarios� podemos� encontrarlos�� ya� en� las� grandes�� batallas� libradas�� por� el� pueblo� peruano,� inclusive� en� el�� siglo� pasado.� Es� que� la� democracia� directa� nace,� fruct�fera� y se�� desarrolla precisamente� en� momentos� de� grandes� tensiones sociales,� en� medio� de la� crisis de la� sociedad,� all� donde� las� masas� irrumpen,� a su� modo,� chocando, cuestionando,� superando de� hecho el� ordenamiento� legal� existente,� las� tradiciones� establecidas,� las� normas� impuestas� por las� clases� dominantes� y el� imperialismo.

 

Por� desgracia no han� sido� estudiadas� suficientemente� la� guerra� de la� independencia� o la� Campa�a� de la Bre�a,� aut�nticas� guerras� populares� de� resistencia� nacional,� en� todas� sus� posibilidades� revolucionarias,� en� sus� aciertos pero� tambi�n� en� sus� limitaciones� o� errores.� Tampoco� se� han� extra�do� las� conclusiones� estrat�gicas� y� te�ricas de las luchas del� proletariado� peruano� de� principios de� siglo,� que� permitieron la� conquista� en� ese� entonces� de las� 8� horas� de� trabajo.� Ocurre� otro� tanto� con la� gran� crisis� de� principio� de� los� treinta,� en la� cual� la� insurrecci�n� de Trujillo� aparece� con� matices� propios,� como� un� Poder� Popular� instaurado,� aunque� d�bil,� difuso,� fugaz,� y� casi� espont�neo.� El� movimiento� campesino� de los� sesenta� espera� su� generalizaci�n� te�rica� y� aguarda� que se extraigan� de �l� las� lecciones� en todo� lo� reivindicaciones� planteadas,� al� rol� y� la� orientaci�n� de las� clases sociales� en� ese� per�odo,� al� acervo de� nuevas� formas� de� lucha y de� organizaci�n surgidos.� En� todos� estos� grandes movimientos� es� posible advertir los� antecedentes� de la� democracia� directa,� en� tanto� participaci�n� y� acci�n� creadora� de las� masas.� Antecedentes� que,� sin� embargo:� o han� sido� subestimados,� o bien,�� atosigados� por la� estrechez� inmediatista� o la� ceguera� dogm�tica,� perdidos de� vista� por� considerarlos� subsidiarios� o� irrelevantes.

 

La� d�cada de los� setenta� permite� en� medio� de la� lucha� contra� las� ilusiones� reformistas y en el� proceso� de la� defensa� del� camino independiente� de las� masas,� descubrir� aquello que nace� y� que� porta,� en su� seno,� pese� a sus� factores� embrionarios,� dispersos� y� muchas� veces� espont�neos,� lo� sustantivo� de la� experiencia� revolucionaria:� la� democracia� directa� y sus�� organismos� representativos:� los� Frentes� de� Defensa,� la� Autodefensa de masas,� las� Asambleas� Populares.

 

Con� esta� adquisici�n,� la� revoluci�n� peruana� da un� salto� gigantesco� y� encuentra,� por� decir� as�,� la� v�a� por� donde� transitaremos� en la� construcci�n� de un� proceso� revolucionario� original,� de� masas,� profundamente� democr�tico,� cuyas� consecuencias�� y� resultantes� poseen� una� proyecci�n� estrat�gica� que� est� m�s� all� de� lo� meramente� coyuntural� o� transitorio.�� La� estrategia� revolucionaria,� a� partir de esta� experiencia,� se� enriquece de tal� manera� y en tal� grado� que� podemos� se�alar� que,� con�� el� surgimiento� de la� democracia� directa,� estamos� en� condiciones� de proyectarnos� como�� aut�ntica� alternativa� de� Poder� y de� transformaci�n� democr�tica� revolucionaria� de la� sociedad,� integrando� a� esta� batalla� a� ampl�simos� sectores� del� pueblo� como� sus� protagonistas� fundamentales.

 

"Qui�n� no� entiende� la� vinculaci�n de la� democracia� directa� con� la� cuesti�n� del�� Estado...� no� entiende� nada� de� su� contenido,� ni de sus� posibilidades�� revolucionarias".

 

Hasta� aqu�,� por� razones� que no� es del�� caso� abordar� en� detalle,� los� marxistas� en el� Per�� asumieron�� por� lo� general� un� rol� de� oposici�n� y� de�� cuestionamiento� del� sistema� econ�mico-social.� De� all� su� gran� limitaci�n para�� canalizar� el� potencial engendrado�� por el� movimiento� espont�neo� y� ascensional� de� masas,� para� superar� el� ordenamiento� existente� y� ofrecer� una� alternativa� estatal�� y de gobierno� cualitativamente� distinta,� para� preparar� el� gran�� ej�rcito� revolucionario� que es� el� pueblo� movilizado� en la� batalla� por la� realizaci�n� de la� democracia� y la� independencia� nacional,� por el�� socialismo� como� continuaci�n� inevitable� de� aquellas.

 

Una� izquierda� revolucionaria que se� muestre� incapaz�� de� sobrepasar� los� l�mites� que� caracterizan� al�� actual� sistema� econ�mico� y� social� y� su�� ordenamiento� estatal,� devendr� inevitablemente� una� opci�n� reformista,� meramente� oposicionista.� Esto� es lo� que� ha� ocurrido� en la� generalidad� de los� casos� hasta� el� presente.� Se� trata� entonces� de� cuestionar� el� sistema� en�� todos� sus� elementos� y,� simult�neamente� proponer� y� realizar� una� opci�n� alternativa� transformadora� que,� sintetizada� en un� programa� revolucionario,� tenga� su� correspondiente� expresi�n� en formas organizativas� y� de� acci�n� que� expresen� o� plasmen� la� sustituci�n� revolucionaria� de lo� viejo� por lo� nuevo.

 

Aqu� es� donde� se� realiza� la� interrelaci�n� dial�ctica entre la� vanguardia� y las� masas,� entre� el� movimiento� consciente� y la� espontaneidad� creadora� del� pueblo� en� lucha.� Tal� proceso� no� podr�a� realizarse� dentro de los� par�metros� de la� institucionalidad existente,� en� crisis� y� agotada,� de� hecho� conservadora,� sin forzar� y� romperla� bajo� el� peso� de la� din�mica� ascensional� de la� lucha� revolucionaria� de las� masas.

 

La� democracia� directa,� sus� formas� organizadas,� su� depuraci�n� y� afirmaci�n� como� opciones� democr�tico-revolucionarias,� por� lo�� general� adquieren� mayor� pureza� y� fuerza� en� el� curso� de la� lucha� ascendente,� casi� nunca� en la� pasividad �o en� medio� del� reflujo o la� derrota� de las� masas� a� trav�s� de la� confrontaci�n� de� clases,� nunca� en� medio� de la� conciliaci�n;� como� respuesta� revolucionaria� a la� crisis� org�nica� de la� sociedad semicolonial,� de� capitalismo� atrasado� y� como�� cuestionamiento� al� autoritarismo,� nunca�� como� mecanismo� engendrado� por� �stas� o� atendibles� en los� marcos� del� sistema� actual.� De� all�� su� car�cter� profundamente� subversivo,� en� el� sentido� m�s� profundo� del�� t�rmino,� su �rol� cuestionador� y,� al� mismo� tiempo,� alternativo� democr�tico-revolucionario.

 

Desde� luego que este� proceso surgido� en� medio� del� despertar�� espont�neo de las masas, de sus� luchas,� es� insuficiente�� por� s� mismo� para� evidenciar� todas� sus� potencialidades� y posibilidades.� Pese�� a la� enorme� riqueza� que� ofrece� el� movimiento espont�neo� por� lo� general� no� est� en� condiciones� de� escapar�� de los� linderos� del� sistema� econ�mico� y� pol�tico,� excepto� en� per�odos de ascenso� revolucionario.� La� experiencia� hist�rica es� sumamente� ilustrativa� al� respecto.� As�� se� explica por qu�,� bajo� determinadas� condiciones,� termine� casi� siempre� reabsorbido� en sus� elementos� b�sicos� por� el� mismo� sistema,� en todo� caso,� neutralizado� o� desnaturalizado,� que al� fin� de� cuentas es� igual.� Esto� ya� ocurri� en� el� pasado,� y� puede�� ocurrir� en la� actualidad.� Se�� trata� precisamente� de que las� cosas� tengan� un� rumbo� positivo� y� de� que� la� revoluci�n� encuentre�� en la� democracia� directa� un� punto� de� apoyo� fundamental.

 

 

De� aqu� la� importancia� de resumir� cr�ticamente la� experiencia acumulada para� establecer� con� precisi�n los� rasgos sustantivos,� de� orden� estrat�gico,� impl�citos� en los ��rganos� de la� democracia� directa,� de� modo� que� estemos� en� condiciones� de� avanzar� en su�� generalizaci�n� te�rica,� en su construcci�n� como� componentes� fundamentales� de� la organizaci�n� democr�tica� revolucionaria� de la� sociedad;� que� se� torne� bandera de� lucha� popular� y� opci�n� alternativa� a la� democracia� formal,� a todo�� ordenamiento� autoritario� de la� sociedad,� haci�ndose conciencia y� acci�n� en las� masas,� sus� �nicas� depositarias.

 

Es que� en la� lucha� por el� Poder� democr�tico� popular,� los� �rganos� de la� democracia� directa� tienen� un� rol� decisivo� que� jugar.� Desprovistos� de este� contenido,� no� depurados� de los� aditamentos espont�neos,� gremialistas� o� coyunturalistas� que todav�a� conservan, reducidos al� rol� de� medios� para la� lucha� reivindicativa� local� o� regional,� los� �rganos� de la� democracia� directa� pierden� su� potencialidad y se� agotan� como�� factor� revolucionario.

 

El�� balance� que� podemos� hacer� desde su�� surgimiento� en la� d�cada� pasada,� de los� niveles� program�ticos u� organizativos� alcanzados,� permite� concluir que,� lamentablemente,�� m�s de las� veces� contin�an� siendo� expresiones� del� movimiento� espont�neo� b�sicamente reivindicacionistas,� y� por� eso� mismo intermitentes,� dispersos,� faltos de� continuidad y de la� energ�a� que� les� corresponde.� En� suma, todav�a� fuertemente cargados� de� ataduras� inmediatistas y no� precisamente� factores vertebradores del� acci�n revolucionario� de las� masas� en la� lucha� por� el� Poder popular� y� por la� realizaci�n� de las� tareas� democr�ticas y� nacionales.� Aqu� radica la� esencia� del� reto� que� asumimos� los� comunistas.� Reto�� que� estamos� convencidos� cumpliremos� con� �xito.

 

Para� el� Partido� el� problema� crucial a� resolver� se� centra� en� lo� siguiente:

Originar� un� salto� cualitativo en la� estructuraci�n,� plasmaci�n,� construcci�n� y extensi�n a� escala� nacional� de los� �rganos� de la� democracia� directa,� de� tal� manera� que� emerjan� centralmente� como� la� expresi�n� m�s� profunda� de la� organizaci�n� democr�tico-revolucionaria de las� masas,� bajo� la� direcci�n� del� proletariado� peruano.� No es� casual� entonces que� consideremos esta� tarea como� fundamental� a lo� largo� de� este� per�odo,� consagrando a� ella� lo� mejor� de� nuestras fuerzas,� preocupaciones e� iniciativas.

 

Lo�� expresado hasta� aqu� no� significa que� descuidemos otros� terrenos de� lucha.� Nada de� eso.� Significa� solamente que el� centro� de� gravedad� del� trabajo� partidario� deber� concentrarse� en la� realizaci�n� de� esta� tarea.� Pues� de sus� resultados� depender� en� grado� considerable,� si� estaremos en� capacidad de� asumir� o no,� en� todas� sus� consecuencias,� la situaci�n revolucionaria� que se �prev�,� consiguientemente el� viraje� de las masas� a la� revoluci�n� y la� inevitable� polarizaci�n� y� confrontaci�n entre� revoluci�n� y� contrarrevoluci�n.

 

 

II. LA� TEORIA� COMO� GENERALIZACI�N� DE LA� PR�CTICA.

 

 

La� circunstancia de que� a la� democracia directa de� masas� y� consecuentemente� a� sus� formas de� organizaci�n� de� organizaci�n,� se les� preste� reci�n� la� importancia� que le� corresponde,� tiene� que ver,�� entre� otros,� por� lo�� menos� con los� siguientes� factores:� en� primer �lugar,� a la� manera� estereotipada� y� dogm�tica� de� entender� la� revoluci�n� peruana,� que� ha� impedido� discernir� adecuadamente� los� elementos� nuevos� que� surgen� de las� entra�as� mismas� de la� lucha� de� clases� en� el� pa�s.� En� segundo� lugar,� como� producto de� remanentes� revisionistas,� cuyo� rasgo� b�sico� consiste� en subestimar� el� potencial� revolucionario� del� movimiento� de� masas,� se� ha� tendido� a� exagerar�� las� formas� de� luchas� y de� organizaci�n emanados� de la� democracia� burguesa� formal� y de� sus�� instituciones.�� En�� tercer� lugar,� resultante� de la� chatura� economicista� e� inmediatista� que� impide� ir� m�s�� allᠠ de� lo� cotidiano,� que embota� la� conciencia y� obstruye� la� organizaci�n� revolucionaria del� proletariado.� Finalmente,� una� percepci�n� formalista� de las� exigencias revolucionarias,� seg�n� la� cual� el� problema� se� reduce� a los� medios� para� conquistar� el� Poder,� perdiendo de vista� la� participaci�n� de� las� masas� en� este� proceso� y,� lo que� es� m�s� importante,� despreocup�ndose� por� completo� de la� cuesti�n� de c�mo� construir� la� nueva� sociedad y el� nuevo� Estado� democr�tico popular;� c�mo,� desde� ya,� entender la� construcci�n del� Partido� y la� organizaci�n� revolucionaria� de las� masas� como� prefiguraci�n� de la� nueva�� sociedad� en que� estamos� empe�ados.

 

 

"En� la� lucha� revolucionaria� por� el� poder� popular� y el� socialismo,� no� es�� suficiente� el� planteo� de� las� formas� de� lucha� adecuadas� a� tal� fin;� es� igualmente� indispensable establecer� el� c�mo� se� construir� la� nueva� sociedad� que� emerja�� de la� revoluci�n� victoriosa".

 

De� aqu� la� imposibilidad� de� entender� la� teor�a� como� generalizaci�n� de la� pr�ctica;� y� �sta� como� �hecho� que se�� enriquece,� potencia� y�� desarrolla� si� es� alumbrada� por� una� teor�a� revolucionaria.

 

Luego� de la� muerte� de� Mari�tegui� es� muy� poco� lo� que� se ha� avanzado� en el� terreno� de la� teorizaci�n� de la� revoluci�n� peruana.� En ��parte� debido� a la� distorsionada� manera� de� entender� el� marxismo,� sea� en� su� versi�n� dogm�tica� e� �izquierdista�.�� Y,� en�� parte,�� consecuencia� de lo� anterior,� por la� incapacidad� para� conocer� en� profundidad� la� realidad� econ�mica �y� social� del�� pa�s,� penetrar�� en su� historia,� descubrir� los� elementos� nuevos� que� surgen� en� el� seno� del� vasto� movimiento� popular� a la� espera� de su� generalizaci�n� te�rica.

 

Esto,� explica� tambi�n� el� enorme� retraso� te�rico� que� cargamos�� respecto� de la� experiencia� pr�ctica� de las� masas� y las� del� mismo� Partido� a lo� largo� de su� prolongada� existencia.� Como� resultado� de� esta� constataci�n� advertimos� una� grave� tendencia� espontane�sta� que� ha� posibilitado�� en�� determinados� per�odos� de su� historia,� sumergir� a la� vanguardia en� la�� estrechez� de las� reivindicaciones� parciales o el� movimiento� econ�mico� de los� trabajadores.

 

En� las� condiciones�� se�aladas,� era� virtualmente� imposible� el� desarrollo� vigoroso� de la� teor�a� revolucionaria� en� el� Per�.� Imposible,� igualmente,�� sacar� lecciones� de la� historia,� generalizar� te�ricamente� la� experiencia� pr�ctica,� advertir� el� surgimiento� de lo� nuevo� separando� la� paja� del�� grano.�� Finalmente,� enriquecer� el� acervo� revolucionario� acumulado� transformando� todo� aquello� que� tiene� de� espont�neo,� disperso� aparentemente� casual,� en� factor� consciente,�� organizando,� fundamentando cient�ficamente,� organizado,�� fundamentado� cient�ficamente.

 

En� estas� circunstancias,� la� exigencia� cotidiana,� el�� quehacer� diario,� los� objetivos� parciales,� terminan� por� reducir� la� actividad� pol�tica� revolucionaria� a� mera� inmediatez,� a� la� adaptaci�n� al�� estado� de� cosas� existente,� perdiendo� de� vista� su� producto� sentido� transformador� y� creador.

 

Con� el�� surgimiento� de las� Asambleas� Populares,� la� cuesti�n�� del� Poder� del� Estado� democr�tico� popular� adquiere� connotaci�n� pr�ctica,� se�alando� la� factibilidad� de su� construcci�n� por� las� propias� masas,� bajo� la� direcci�n�� de los� comunistas.� Ocurre� otro� tanto� con� la� Autodefensa� de� Masas,� que� permite� descubrir� una� v�a� original� en� el� esfuerzo� por la� organizaci�n�� de la� resistencia� popular� seg�n� el� principio� de:� el� pueblo� en� armas.� Ni�� qu� decir� de las� potencialidades� de� Frente� �nico� que� encierran�� los� Frentes� de� Defensa.

 

El� sustento� te�rico� que� da�� consistencia� a la� cuesti�n� planteada�� reside� en� lo� siguiente:� en� la lucha� revolucionaria� por el� poder� popular� y el� socialismo,� no� es�� suficiente� el� planteo� de� las� formas�� de� luchas� adecuadas� a� tal� fin;� es igualmente� indispensable� establecer� el� c�mo� se� construir� la� nueva �sociedad� que� emerja� de la� revoluci�n� victoriosa,� la� nueva� organizaci�n� estatal.� Este� "�c�mo� construir?"� involucra,� a�� su� vez,� la� cuesti�n de� conocer� y� desarrollar� sus� elementos� b�sicos� cuya� gestaci�n� comienza� con� anterioridad �a la� propia� conquista� del� Poder� a� escala� nacional,� prefigur�ndose,� en� primer� lugar,� en� la� organizaci�n� y acci�n� revolucionaria� de� las� masas;� finalmente,� pese� a�� su� car�cter� todav�a� embrionario,� imperfecto,� muchas� veces� disperso� e� intermitente, en� los� �rganos� de� democracia� directa� surgidos,� particularmente� en las� Asambleas� Populares,� que� ya� no� pueden� ser� contenidos� dentro� de los� par�metros�� de la� democracia� burguesa� formal� dado� que� representan� su� negaci�n� al� mismo� tiempo� que su� superaci�n� cualitativa.� Y� que,� por� eso� mismo� expresan� la� cristalizaci�n� de la� necesidad� de la� revoluci�n� como� requisito� insoslayable� para� resolver� las� contradicciones� econ�micas,� sociales� y� pol�ticas.

En� otras� palabras,� las� formas� de� democracia� directa,� si� se� toma� lo� sustantivo� que los� caracteriza,� ya� no� pueden� ser� contenidas� en� la vieja� institucionalidad;� su� sola� presencia� es la� demostraci�n� de que� las� masas� se� abren� paso� a� nuevas� formas� de institucionalidad� democr�tico-revolucionaria,� cuyo� porvenir� s�lo� puede� ser la� conformaci�n� de� un�� nuevo� ordenamiento� estatal,� la� instauraci�n� del� Estado� democr�tico� popular.

 

A� partir�� de� este� punto� de� vista� te�rico,� que� la� existencia� pr�ctica� ha� colocado� sobre la� mesa,� es� que� estaremos� en� condiciones� de� calar� la� profunda significaci�n� de los� �rganos� de la� democracia� directa� como� necesidad�� pr�ctica� actual,� como� uno� de los� factores� centrales� de la� acumulaci�n� revolucionaria de� fuerzas y� como� medio�� de� preparaci�n� para� las� grandes� batallas pr�ximas.

 

 

III.���� TOMAR� EN� CUENTA� LA� EXPERIENCIA� INTERNACIONAL� DEL� PROLETARIADO� Y� EL� PAPEL� DE LAS� MASAS.

 

 

Tiene indudable� importancia,� para� los� fines� aqu� tratados,� remitirnos� sucintamente� a� determinadas� experiencias� de� significaci�n� internacional� y� a� la� actitud� de los� grandes� maestros� de la� clase obrera��� al� valorar� la� "iniciativa� hist�rica"� de las� masas,� o� al�� recoger� los� elementos� nuevos� que� aportan� al� acervo� de la� teor�a� y de la� pr�ctica� revolucionarias� del� proletariado.

 

Es� sabido� que� Carlos� Marx�� apreci� altamente� el� significado� hist�rico� de� la� comuna� de Par�s.�� Vio� en� ella,� en� efecto,� pese� a� cualquier� error� de los� insurrectos,� la� proeza� m�s� gloriosa de los� trabajadores� franceses:� "un� gobierno� de la� clase� obrera,� fruto� de� la� lucha de la� clase� obrera,� fruto� de la� lucha� de la� clase� productora� contra� la� clase� apropiadora,� la� forma� pol�tica� al� fin� descubierta� para� llevar� a� cabo� dentro� de� ella� la� emancipaci�n� econ�mica� del�� trabajo"� (1).� En� suma,� el� primer ejemplo� concreto e� inobjetable de la� dictadura� del� proletariado.

 

"�Qu� flexibilidad,� qu� iniciativa� hist�rica y� qu� capacidad� de� sacrificio� tienen� estos� parisienses!" "!La� historia� no� conoc�a� hasta� ahora� semejante ejemplo� de� hero�smo!"�� escribi� exultante� a� Kugelmann� en� abril� de� 1871.

 

Tal�� la� apreciaci�n� de un� movimiento� revolucionario que� surgi� espont�neamente,� sin� que� nadie� la� prepara� de� antemano� ni� la� organizara� consciente� ni� sistem�ticamente;� que� instaur� por� primera� vez� el� Poder� de la� clase� obrera� en� medio� de la� crisis� provocada� por� la� guerra,� el� cerco� de las� tropas� alemanas� sobre Par�s,� la� indignaci�n� de los� sectores populares� frente�� a� la� gobernante� que� hab�a� demostrado� su� incapacidad� absoluta� y� su�� descomposici�n,�� y la� efervescencia�� revolucionaria� de� los� trabajadores.

 

La� revoluci�n� del�� 18� de� marzo� de� 1871,� emerge� como� la� s�ntesis� de un� per�odo� de� crisis� muy� profundo� que� puso inesperadamente, por� decir� as�,� el� poder�� en� manos� de la� Guardia� Nacional� y,� a� trav�s� de� �sta,�� en� manos� de� la� clase� obrera� y la� peque�a� burgues�a.

 

Pero� Marx� no� se� contenta� con� reconocer las� proezas� del� proletariado� parisiense� que se� "atrevi� a� tomar� el� cielo� por� asalto".� Va� hasta� el� fondo� del� problema,� lo� estudia� en� todos� sus� aspectos,� se� propone� aprender de la� gesta� heroica� de las� masas� y� extraer� de� esa� experiencia� conclusiones� te�ricas� cient�ficamente fundadas� que,� adem�s� de �confirmar� sus� tesis� sobre� la� cuesti�n�� del� Estado� y la� revoluci�n� proletaria,� las� enriquezcan� y� completen.

 

�S�.�� Carlos� Marx� sab�a� confrontar� con la� pr�ctica sus� conclusiones� te�ricas, sab�a� aprender de las� masas� con� modestia� y� extraer� de sus� luchas� consecuencias� certeras!.

 

A� partir� de� la� Comuna de Par�s,� y como� adquisici�n de� �sta,� quedaba� plenamente confirmada� la� teor�a� de la� dictadura� del� proletariado� en la� revoluci�n� social,� dado� que� la conquista del� Poder� no� pod�a� limitarse� al� paso� de� una� mano� a� otra� del� aparato� burocr�tico� militar,� sino�� que� �ste� deb�a� ser� "demolido"� como� condici�n� previa� de toda�� revoluci�n� popular".

 

Nada� m�s� ilustrativo� para� considerar� en toda� su� dimensi�n� lo� que�� esto� significa,� que� recoger�� las� palabras� de� Lenin:

 

"En�� setiembre� de� 1870,� Marx� calificaba� la� insurrecci�n� de� locura.� Pero,� cuando� las� masas� se� sublevan,� Marx�� quiere� marchar� con� ellas,� aprender� al� lado de las� masas,� en� el� curso� mismo� de la� lucha,� y� no�� dedicarse� a� darle� consejos� burocr�ticos.� Marx� comprende� que los� intentos� de� prever� de� antemano, con� toda� precisi�n,� las� probabilidades� de� �xito,� no� ser�an� m�s que� charlataner�a� o� vacua� pedanter�a.� Marx� pone,� por� encima� de� todo,� el que la� clase� obrera� crea� la� historia� mundial� heroicamente,� abnegadamente� y� con� iniciativa.� Marx� consideraba a la� historia� desde� el� punto de vista de sus� creadores,� sin tener la posibilidad de prever� de antemano, de modo infalible, las� posibilidades de� �xito,� y no� desde el� punto� de vista filisteo� intelectual que viene� con la� moraleja de que� 'era� f�cil� prever...' " (2) .

 

Hoy� cuando� cunde cierto� cretinismo� electoral,� en� que el� triunfalismo comienza a� hacer� carne en ciertos c�rculos de la� izquierda,� en que se� desconf�a de las� masas,� de su� iniciativa,� de su� radicalidad,� de su� acci�n "plebeya",� no� est� dem�s� retornar a los� grandes creadores� del� marxismo para� quienes� la� "iniciativa� hist�rica "� de la� clase� obrera� y el� pueblo� siempre� fue� un� asunto de� vital� importancia� en� la� revoluci�n.

 

Si� la� Comuna� de� Par�s� signific� un�� salto� gigantesco� en� la� pr�ctica� revolucionaria� del� proletariado� y� en� la� elaboraci�n� de la� teor�a� marxista del� Estado� y la� revoluci�n,� la� aparici�n de los� soviets� en la� Revoluci�n� de� 1905� como� creaci�n� espont�nea� del� proletariado� ruso,� permiti� avanzar� a�n� m�s� en� esta� direcci�n.�� Los� s�viets� (esto� es las� asambleas� de� diputados� obreros)� tienen� un� origen� bastante� modesto.� Nacen� como� representaci�n� de los� trabajadores,� autorizada� por� los� funcionarios� zaristas,� para� luchar� por� mejoras� econ�micas. M�s� adelante� devienen� centro� de direcci�n del� movimiento� huelgu�stico.� El�� primer� s�viet de� diputados� obreros� se� form� el� 15� de� mayo� de� 1905� en� Iv�novo� Vosnesiensk,� distrito� textil� moscovita,� asumiendo� funciones de� Comit� de� Huelga,� convirti�ndose� con� enorme� rapidez� en la� primera� representaci�n� abierta de los� intereses� de toda la� ciudad.�� En� julio,� se� organiz� otro� s�viet en� Kostrom�,� en� setiembre�� surgieron� otros� en� diversos�� gremios� de� Mosc�.� Con la� insurrecci�n� de� diciembre� los s�viet�� se� expanden� a� diversos� lugares�� de� Rusia� alcanzando� su� expresi�n� m�s� completa,� es� decir,� asumiendo� ya� formas� embrionarias� de un� nuevo� Poder� revolucionario,� en� Petersburgo,� donde�� estuvo� en� funciones� p�blicas� e� ininterrumpidamente� durante� 50� d�as,� hasta� que� fue� vencida� por la contrarrevoluci�n� zarista.�

 

La� fuerza� de los� s�viet� descansaba� en la� potencia del� ascenso� revolucionario� de las� masas� trabajadoras, �en� su� insurgencia,� rompiendo� por la� v�a�� de los� hechos� las� trabas� impuestas� por el� zarismo;� pero� tambi�n� en la� debilidad� de �ste,� en la� inseguridad� y� vacilaciones� del� gobierno,� en su� p�rdida� de la� iniciativa� pol�tica� que� lo� oblig� a� dar� un�� paso� atr�s� para� preparar� la� ofensiva� contrarrevolucionaria.

 

Esta� debilidad� y� desorganizaci�n� del� aparato� gubernativo� facilitaron� las� condiciones para� que� los� s�viet� asumieran� en� el� curso� de la� revoluci�n� atribuciones� de� poder.� Los� s�viets� fueron,� en� efecto,� en su� momento� cenital,� embriones� marcadamente definidos� de la� dictadura� del� proletariado.� La� revoluci�n� de Febrero� de 1917� ser�a impensable sin� remitirse� a la� experiencia� de� 1905.� La� Revoluci�n� de� Octubre,� dirigida� por� Lenin,� encontr� en los� s�viets depurados� de sus� elementos corporativos,� la nueva� forma de� organizaci�n� estatal� del� proletariado,� de su�� dictadura� de clase.

 

Lenin� hizo� una� valoraci�n� completa� de la� Revoluci�n� de� 190� y� extrajo� de� ella� conclusiones� te�ricas� de� extraordinaria� importancia,� sumamente� �tiles� para� entender� nosotros� el� significado� y las� posibilidades� que� encierran� los� �rganos� de la� democracia� directa� surgidos� en� estos� �ltimos� a�os.� En� lo� que� concierne� a la� experiencia� de los� s�viets,� escribi� una� serie� de� art�culos en� el� curso� del "torbellino"� revolucionario.� Es,� sin� embargo,� en� su� folleto� "El� triunfo� de los� kadetes� y las� tareas� del� partido� obrero",� escrito� en� marzo� de� 1906,� donde� nace� el�� resumen� m�s� completo,� el� mismo� que� ser� enriquecido en� una� serie� de� trabajos� posteriores,� sobre todo� luego� de la� Revoluci�n� de� Febrero� de� 1917.

 

Estas� conclusiones� pueden�� resumirse�� en� las� siguientes:

 

1.�������� En� medio� del� "torbellino" revolucionario� el� pueblo� "tom� la libertad pol�tica,� la� puso� en� pr�ctica,� sin� (someterse)� a� ninguna� clase�� de� leyes� y� sin� restricci�n� alguna";�

 

2.�������� "Los �s�viets� de� diputados� obreros,� soldados� y� campesinos... fueron�� creados exclusivamente�� por las� capas� revolucionarias� de la� poblaci�n,� al� margen� de leyes� y� normas,� por� v�a� netamente� revolucionaria,� como� expresi�n� de la� inventiva� del� pueblo";

 

3.�������� Los� s�viets� fueron� realmente� "�rganos� del� poder,� pese� a� su�� car�cter embrionario,� elemental y� amorfo, pese� a� lo� impreciso de su� composici�n� y� funcionamiento",� pues� "este� poder� no�� se conoc�a� ning�n� otro� poder,�� ninguna� ley,�� ninguna� norma" (confiscaron� imprentas,� detuvieron� altos� funcionarios,� administraron� justicia,� armaron� a la� clase,� etc.).

De� all� que� "por su�� car�cter� pol�tico� y� social� esto� fue,� en� embri�n,� una� dictadura� de los� elementos� revolucionarios� del� pueblo".

 

4.�������� La� "fuerza� en� que� se� apoyaba� este� nuevo� poder� no� era� la� de las bayonetas... ni� la� del� destacamento� policial� ni� la�� fuerza� del� dinero..."� "Se� apoyaba� en� las� masas� populares.� He� aqu� la� diferencia� fundamental -contin�a� Lenin-� entre� el� nuevo� poder� y� todos los� �rganos� anteriores� del� antiguo� poder";

 

5.�������� Los� s�viets� son� "un� poder� abierto a� todos,� que� act�a� a la� vista� de las masas,� accesible� a las� masas,�� surgido �directamente� de las masas,� �rgano� directo� de las� masas� populares� y� ejecutor� de su� voluntad",�� pues se� trata� de� que�� "ellas�� mismas� tomen�� directamente� en� sus manos� los� organismos� del� poder� del� Estado y� formen� ellas� mismas� las� instituciones� de� ese� Poder":

 

6.�������� El� nuevo�� poder� "no� cae�� del� cielo,� sino� que� surge� y� crece� a la� par�� del antiguo poder, en� oposici�n a� �l, en� lucha contra �l",� dado� que su� objetivo es� "demoler� esa m�quina� del� Estado (reaccionario) y� sustituirla� por� otra";� por la� dictadura� del� proletariado (3.).

 

Tales� las� ense�anzas� fundamentales que� extrae�� Lenin�� de la� Revoluci�n� de� 1905,�� sobre�� este� particular.

 

La� Revoluci�n� China,� como� es� sabido,� sigui� un� curso� particular� al� mismo� tiempo� que� complejo. No�� est� en� nuestro� inter�s� inmediato� abordarlo� en� su� conjunto,� sino� m�s� bien� remitirnos� a un� per�odo� que� guarda� ciertas� similitudes� con la� experiencia� nuestra,� sobre� todo� con la� del� movimiento� campesino� peruano� de� principios�� de la� d�cada� de los� sesenta.

 

La� revoluci�n� de� 1925-1927� se� encontraba,� a� principios� de� este� �ltimo� a�o,� en� pleno� auge. La� expedici�n� del� Ej�rcito� Nacional� Revolucionario� contra el� Norte,� dirigido� por el� Kuomintang con la� participaci�n� predominante� del� Partido� Comunista,� avanzaba de� victoria� en� victoria.� Todav�a� no se�� hab�a� desatado� la� contrarrevoluci�n� del� ala� derechista� del� Kuomintang� encabezada� por� Chang� Kai-shek.� La� provincia� de� Jun�n� era� en� ese� per�odo� el� centro del� movimiento� campesino de China,�� donde� entre mayo� de� 1926� y� enero�� de� 1927� crecieron�� vertiginosamente� las� asociaciones� campesinas,� hasta� contar�� con� dos�� millones� de� afiliados� y� con� masas� de m�s� de 10� millones�� bajo� su� inmediata� direcci�n.

 

Mao� Zedong� realiz� una� investigaci�n� en� el�� mismo� escenario�� de los� hechos� durante� 23�� d�as.�� El� resultado� fue� el�� famoso� "Informe� sobre la �investigaci�n� del� movimiento� campesino de� Jun�n"� muchas� veces� citado�� entre� nosotros� pero� muy� poco�� comprendido.

 

El� genio�� de Mao� se ve en� este� documento� con� trazos� indelebles.� No� se� limita�� a� constatar� el� auge� del� movimiento� campesino.�� Tampoco� se� contenta� con� hacer�� una� detallada� explicaci�n� de los� hechos.� Mientras� la� direcci�n� oportunista� del Partido� encabezada� por Chen Tu-siu� cede� a las�� presiones� de la� derecha� del� Kuomintang� y� termina� por� capitular� vergonzosamente,� condenando la� revoluci�n� a la� derrota;� Mao� Zedong� constata� en� el�� poderoso� auge�� del� movimiento� campesino� una� reserva� fundamental�� y� un� punto de� apoyo� b�sico para continuar� la� lucha� y� afirmar� la� alianza �obrero-campesina,� tanto� m�s� indispensable� cuanto� que la� burgues�a� nacional� vacilaba� al� igual que la� peque�a� burgues�a.

 

"Lo� fundamental�� de� todo�� proceso�� aut�nticamente� revolucionario� reside�� en la insurgencia� de las� masas,� en� que� �stas� toman� en� sus� manos� su� propio� destino...�� y� comienzan� a� construir,�� con� iniciativa,� lo� nuevo".

 

En�� este� contexto,� �Cu�l� es el�� elemento� fundamental que� contiene� dicho� informe? �Cu�les� sus� conclusiones� esenciales?�� A� nuestro�� juicio,� las� siguientes:

 

1.�������� La�� comprobaci�n� de que el�� ascenso� impetuoso� del� movimiento democr�tico-revolucionario� de los� campesinos� ha dado� paso� a la� �realizaci�n�� en� el� campo� de una� revoluci�n�� nunca� antes� vista en la� historia��� de� China.

Una� revoluci�n,� en� efecto,� pese� a la� espontaneidad� en que� se� desarrolla, pues� �las� asociaciones�� campesinas� han� pasado� a ser� los� �nicos� �rganos� de� Poder�� una� vez�� derrocado� el� Poder� local� de los� terratenientes, haciendo� realidad� la� consigna.� �Todo� el� poder� a� las� asociaciones� campesinas�� Poder� real� y� no�� formal� ni�� ficticio,� puesto�� que� �ning�n� asunto� se� arregla� sin la� presencia� de la� gente� de la� asociaci�n�� y� los� �milenarios� privilegios� de los� terratenientes� feudales� caen�� hechos� a�icos,� y� toda� su� dignidad y� arrogancia� son� arrastrados� por el� suelo�.� La� insurgencia� de� millones� de� campesinos� ha� acabado� con la� propiedad� feudal� de la� tierra,� con�� el� poder� local� de los� terratenientes,� con� sus� prerrogativas� sociales,� con sus� cadenas� ideol�gicas.� �S�,� en� efecto,� los� campesinos,� los� oprimidos� del� campo,� �realizaron� una� revoluci�n� nunca� vista�� hasta�� ese�� entonces� en� China!.

 

2.�������� Como� consecuencia� de ello� la� ola� ascendente� de� millones� de� campesinos insurrectos� trastoc� completamente� el� �orden�� hasta� entonces� dominantes,� dando� paso� a la� instalaci�n� de un� nuevo� orden en� todas� las� esferas.� Y� no� porque� ya� existiese un� nuevo� Poder� depurado de� aditamentos� corporativos,� cient�ficamente� fundado,� sino� pese�� a� su� caracter�stica� a�n� espont�nea,� difusa,� embrionaria,� limitada� al�� �mbito� de una� regi�n,� pero� que� lleva� en� su� seno� las� potencialidades� propias� de� un� poder�� democr�tico-revolucionario.� Para� que se� produjese�� esta� depuraci�n� era� indispensable� la� presencia� dirigente� de la� clase� obrera,� su� rol� hegem�nico�� como� clase� portadora� de la� nueva� sociedad,� desde� el� momento� en� que� la� democracia� burguesa�� resultaba� siendo� insuficiente� para� contener� toda la� riqueza� y la� radicalidad� impresos� por el� movimiento� campesino� en� ascenso.

 

3.�������� Son� las� masas� campesinas� las� gestoras� de� estos�� cambios �profundos,� sobre todo� sus� sectores� pobres� y� medios� de� capa� inferior,�� qui�nes� asumen� sus� factores� radicales� y� m�s� consecuentemente� revolucionarios.� Los� campesinos� no� se�� contentan� con� ciertas� reformas� ni� la�� consecuci�n de� ciertas�� reivindicaciones� parciales.� Derrocan�� a la� clase� terrateniente� feudal,� aplastan� por� medio� de la� violencia� a� los� esbirros� armados�� de� �sta.� Para� ello� recurren,� en� primer� lugar,� a la� fuerza�� del� n�mero� (millones� de� campesinos alzados� a la� lucha,� organizados� en las� asociaciones� campesinas).� En�� segundo� lugar,� a� la� violencia� para� destrozar� los� aparatos� coercitivos� de� que� se�� valieron� los� terratenientes� a� fin� de� conservar� y� eternizar� su� poder. �En�� tercer� lugar,� apoy�ndose� en la� fuerza� someten�� a� los� terratenientes� a� la� �dictadura� popular�,� al� mismo� tiempo� que� neutralizan� a� los� sectores� intermedios� del� campo.�� La� pieza� clave� son� incuestionablemente� las� asociaciones� campesinas� que� han� dejado� de� ser� mera� organizaci�n� corporativa� o� gremial.

 

4.�������� Pero� los� campesinos� insurrectos� no� se� contentan� con� quebrarle� el� espinazo a� los� terratenientes.� Crean,� simult�neamente,� una� nueva� institucionalidad, �nuevos� h�bitos� y� normas,� una� nueva� moralidad� que� ni� miles� y� miles� de� decretos� o� disposiciones� burocr�ticas� est�n� en� condiciones� de� efectivizar,� con� sencillez,� eficacia� y� profundidad.� �All� donde� la� asociaci�n� campesina� es� poderosa �comprueba� Mao� Zedong-� los� juegos� de� azar� han� sido� prohibidos� y� han� desaparecido� totalmente� y,� el�� bandolerismo� se� ha� eliminado.� En� algunos� lugares,� es� realmente� cierto� que� nadie� se� guarda� lo� que� encuentra� en� el� �camino� y� que�� no� se� trancan�� las� puertas� por la� noche�� As� de�� simple.

 

5.�������� Las� asociaciones�� campesinas� crean�� sus�� propias�� milicias,� esto�� es� los �destacamentos�� armados� de� picas�� bajo� su� direcci�n.� Se� hace�� realidad,� por ��propia� iniciativa� de los� campesinos,� la� consigna� de� �Pueblo� en� armas!.

 

6.�������� Fueron�� creados� los "consejos� conjuntos� de la� administraci�n�� local� y� las organizaciones� de� masas",� adoptando� un� "sistema� democr�tico"�� en� su� esencia� como� en� su�� forma.� El�� proceso� de� democratizaci�n� ha� seguido� un� curso� acelerado� comprometiendo� a vastos� contingentes� campesinos,� integrando� a las� mujeres� y�� a� la� juventud,� rompiendo�� de� hecho viejas� ataduras� y� prejuicios� feudales,� socavando� severamente� "la� ideolog�a� y� el� sistema� feudal� patriarcal"� basados� en� la� autoridad� pol�tica� de los� terratenientes,� de� clan,� religiosa� y� marital.

 

Desde� luego� que� el�� movimiento� campesino� de� Jun�n� que� investiga� Mao� Zedong� tiene� limitaciones� importantes� y� est� lejos� de ser� una� revoluci�n� victoriosa.� Pero� es� lo� suficientemente� significativo� y� creativo� para� hacer� evidente� que� lo� fundamental� de todo� proceso� aut�nticamente� revolucionario� reside� en� la� insurgencia� de las� masas,� en� que� �stas� toman� en� sus� propias� manos� su� destino,� en� que� socavan� y� destruyen� el� viejo� "orden"� y� comienzan� a� construir,� con� iniciativa,� el� nuevo.� El� problema� central� es� siempre� la� cuesti�n� del� Poder.� As� fue� en� la� Comuna� de Par�s.� Los� s�viets� no� hicieron� otra� cosa� que� ratificarlo.� Y� as� es� tambi�n� en la� experiencia,� sin� duda� m�s� limitada� que las� anteriores� pero� no� por� ello� menos� importante,� del� campesinado� insurgente� de� Jun�n,� en� China.

 

En� lo� que va�� de� este� siglo�� contamos� en�� el� Per�� con� no� pocas� experiencias� que� tienen alguna�� similitud.� Situaciones� distintas� y� de� diversas� magnitudes� originan,� desde� luego,� consecuencias� igualmente� diferentes.� Pero� ello� no� es� obst�culo� para� descubrir� elementos� comunes� a toda� insurgencia�� popular,� tanto� m�s� cuanto� que� �stas� llevan� un� sello� definitivamente� revolucionario.� Basta� recordar� la� insurrecci�n� de Trujillo� en� 1932,� el� poderoso� movimiento� campesino� del� Cusco�� a� principios�� de los� 60,� el�� movimiento� campesino� de� Andahuaylas� de� mediados� de los� 70� y,� m�s� recientemente� la� experiencia� de las� Rondas� Campesinas� de Chota� o� las� Asambleas� Populares� en� gestaci�n� o� los� movimientos�� huelgu�sticos� regionales� encabezados�� por los� Frentes� de� Defensa.� Si�� bien� estas� experiencias,� en� particular� las� �ltimas,� tienen� un� alcance� a�n� limitado,� no� por ello� dejan� de� mostrar� sus� enormes� potencialidades,� su� insurgencia� como� �rganos�� de la� democracia�� directa� que� prefiguran,� a�n� cuando� imperfecta,� intermitente� o� d�bilmente,� el� Poder�� popular� que� debemos,� obligatoriamente,� conquistar� y� construir.�

 

Una�� cosa es,� definitivamente,� cierta:� toda� revoluci�n� es la� obra� multitudinaria� de las� masas� y� de una� vanguardia� capaz� de� dirigirlas� certeramente.� Sepamos,� continuando� a� Marx.,� Lenin� y� Mao� Zedong,� asumir� la� "iniciativa� hist�rica"� de las� masas� de� nuestro� pa�s,� su� enorme� creatividad,�� aprendiendo� con� modestia� pero� con� rigor� cient�fico� lo� que� aportan en� medio� de sus�� combates,� en� sus� �xitos� y en sus� derrotas,� al� acervo� revolucionario�� del� pueblo� peruano.

 

 

 

IV������ CONDICIONES��� OBJETIVAS� Y� FACTORES� SUBJETIVOS.

 

 

����������� Entramos�� de� lleno� al� motivo�� de� este� folleto:� como�� entender,� por�� qu� y� c�mo� construir� los� �rganos� de la� democracia� directa,� as� como�� la� mutua� correspondencia� y� las� diferencias� entre�� �stas.� Lo�� expresado� hasta�� aqu�� tiene� por� motivaci�n� sentar� pautas� generales,� puntos� referenciales,� premisas� necesarias� para� explicarnos� mejor� y en� profundidad� el� problema.

 

����������� Antes� es� conveniente� que� nos�� detengamos� en� un�� asunto� que� me� parece� fundamental:� las� circunstancias� en� que� estos� hechos� se� producen. Esto� es� las condiciones� objetivas� en� que� emergen, le dan� vida� y las� potencias.� Las� formas de� democracia� directa no� aparecen� en� cualquier� ni� son� engendradas� ni� maduran� cuando� a� uno� se le� ocurre.� El�� factor� subjetivo,� consciente,� opera� all� donde� est�n� sentadas� las� condiciones� objetivas� para� ello,� acelerando�� o� estancando� su� desarrollo,� potenciando� o� desperdiciando� las� posibilidades� existentes,� canalizando� en� una�� direcci�n� t�ctica� y�� estrat�gica� establecida� los� factores� favorables.

 

����������� De� aqu�� nuestro�� rechazo� a� toda�� concepci�n� voluntarista;� esto� es� a todo� aquello� que� supone� que la� voluntad� antecede�� a la� realidad,� perdiendo� de� vista� el� car�cter�� relativo� del�� libre� albedr�o� y� que la� voluntad� de los� individuos� deriva� de� leyes� objetivas,� de�� condiciones� reales� del� desarrollo� de� la �naturaleza� y� de� la� sociedad.� Tambi�n� nuestra� oposici�n� al� esp�ritu� conservadurista,� t�picamente� metaf�sico,� que� se� conforma� con� lo�� ya�� alcanzado,� que� se� siente�� impotente� para�� asir� la� cadena� de los� acontecimiento,� que� es� incapaz� de� descubrir� nada� nuevo,� de�� avanzar�� y� crear� en� consonancia� con la� realidad� cambiante,� con� las� nuevas� condiciones� a� que� nos� somete� el� desenvolvimiento� incesante� de la� lucha� de� clases.

 

Los� �rganos� de la� democracia� directa� surgen� y� se� imponen� bajo�� ciertas�� condiciones:�� en� medio� de la� crisis,� del� resquebrajamiento��� de las� instituciones� y� de los� soportes� ideol�gicos� en� que� se� asienta� el�� sistema;� y� como�� expresi�n� de la� insurgencia� de las� masas� que� se� abren� camino,� a� su� modo,�� apoy�ndose� en la� fuerza� del� n�mero,� rompiendo� con� sus� viejas� ilusiones� en� las� posibilidades del� sistema� y de sus�� instituciones,� instaurando� por� la� v�a� de los� hechos,� de la� pr�ctica,� formas� nuevas�� de� organizaci�n� y� de� soluci�n�� a� los� problemas� que� tiene� al� frente,� independientemente� de que� tengan� clara� conciencia� o� no� de lo� que� est�n� creando.

 

Cuanto� m�s� profunda� se� presente� la� crisis� y� m�s� extensa� �y� din�mica� se� manifieste� la� resistencia� de las� masas,� �stas� ir�n�� desechando� los� canales� tradicionales� en� los� que� siempre� se� han� movido,� por� representar� una� traba� para� su� propio� desarrollo.� Que�� esta� insurgencia� emerja� por� v�a� espont�nea� no� modifica� la� esencia� de la� situaci�n,� ni� niega� la� presencia� de� condiciones� reales,� objetivas,� que� la�� hacen� posible,� que la� torna� indispensable.�� Esto� en� primer� lugar,� la� incompetencia� del� sistema� econ�mico y� social� y� del� r�gimen� pol�tico� existente� para� representarlos,� pues� su� sola� presencia� constituye� demostraci�n� inobjetable� de que la� crisis� compromete� a todos� los� organismos� de la� sociedad,� haciendo� imprescindible� una� nueva� institucionalidad� pol�tica� y� una� nueva� organizaci�n econ�mica y� social.� En� suma,� que ha� llegado� la� hora� de la� revoluci�n.

 

Las� clases� dominantes� han� levantado� el� mito� de que la� democracia,� la� �nica� posible,� es� �sta� que� vivimos� y� sufrimos con� intermitencias� y� con� graves� restricciones� y� deformaciones.� El surgimiento de la� democracia,� en� cualesquiera� de sus� formas,� pero� de� modo� particular en las� Asambleas� Populares,� es� un� categ�rico� ment�s� a� esta� afirmaci�n.� Por� donde� se� mire,� a�n� en� su� imperfecci�n,� en� sus� limitaciones� y� en sus� rasgos� a�n� embrionarios,� son de� hecho� cualitativamente� superiores� a la� democracia� burguesa� formal.� No� exageramos� al� hacer� esta� afirmaci�n.� Las� pruebas �est�n� a la� vista� de� quienes� deseen� comprobarlas.

 

Mientras� �sta� se� limita� a� procesos� eleccionarios� de� tiempo� en� tiempo� y,� a la� participaci�n� de la� poblaci�n� en� t�rminos� pasivos;� la democracia� directa, tal� como� puede� demostrarse en� una� u� otra� experiencia,� significa� que las� masas� toman las� cosas� en sus� propias� manos;� que no se limitan� a� elegir� sino� que� extienden� sus� facultades� al� control y� a� la� revocaci�n de sus representantes,� combinando la� capacidad de� decisi�n con la� funci�n� ejecutiva,��� la� funci�n� dirigente� con el� trabajo pr�ctico, desburocratizado� y� simplificado;� la� igualdad� real� entre� dirigentes� y� dirigidos sin privilegios de� ning�n tipo.� All� donde� los� frentes de� defensa han� asumido� el� control� de las� ciudades� en� los� per�odos de huelgas de� car�cter regional,� o en� las� rondas� campesinas de� Chota y� Bambamarca,� o� en las� Asambleas Populares,� esta� democracia nueva� ha� hecho� su� aparici�n.� Presencia� que no� se� limita,� desde� luego,� a� formas de� organizaci�n democr�tica y a� relaciones democr�ticas� reales entre� las� masas que las� gestan;� sino� que� se� manifiesta igualmente como� formas� de� organizaci�n� de tipo� estatal� haciendo realidad,�� en no� pocos� casos,� la� organizaci�n� armada del� pueblo,� independientemente� de que� esta� �ltima� se presente� todav�a� d�bil y� confusamente,� apoy�ndose� m�s� de las� veces en� medios� rudimentarios.

 

Lo� que� importa,� en� �ltima instancia,� no� es� la� forma� ni� los� signos� exteriores de� estos� movimientos,� sino� aquello que� constituye su� esencia,� su� nervio� vital:� su� surgimiento como� una� nueva� forma� de� organizaci�n� democr�tico-revolucionaria de la� sociedad� en la� cual el� pueblo comienza a� ser� el� verdadero� due�o� de su� destino.

 

Con los� �rganos� de la� democracia� directa� el� pa�s� ingresa� de� hecho� en� una� nueva� fase� de su� desenvolvimiento� pol�tico� y� social.� De� aqu� en� adelante (a� condici�n� de� otorgarles� todo el� apoyo� que� requieran para su� organizaci�n� y de� definir� certeramente� su� rol� alternativo como� organizaci�n� democr�tico-revolucionaria� de la sociedad)� resulta� sumamente� estrecho� el� cl�sico� oposicionismo� que� caracteriz� la actividad� de la� izquierda� marxista� en� el� Per�.� No� es� suficiente� el� cuestionamiento de la� situaci�n� ni� la� voluntad de� transformarla;��� es� igualmente fundamental� forjar las� armas� y los� medios� apropiados,� ser� efectivamente� alternativa, capacidad de� superaci�n� y de construcci�n� de un�� ordenamiento� cualitativamente� nuevo,�� que� cimiente el� edificio� del� Poder� Popular� a� conquistar.�

 

"Con� los� �rganos� de� democracia� directa� el� pa�s� ingres� de hecho� en� una� nueva� fase� de su� desenvolvimiento� pol�tico� y� social"

 

Los� �rganos� de� la� democracia� directa,� aparecen� as� como� este� factor� cuestionador� y,�� a la� vez,� superador;� como�� alternativa� de� organizaci�n� estatal� y� democr�tica de la� sociedad;� como� la� manifestaci�n� cristalizada de� que,� a� la� par� que� impostergable es� enteramente� factible� comenzar� a� concretar� una� nueva� democracia� construy�ndola� desde� abajo,� en� el� curso� del� movimiento� ascensional� y� revolucionario� de las� masas,�� al� margen ��o� en lucha con la� legalidad� y� la� institucionalidad�� existente� y� en� crisis,� como� una�� suerte� de� doble poder enfrentado� al� Poder�� oficial.

 

Ser� alternativa� revolucionaria� supone,� entonces,� a la� par� que un� programa� y un�� objetivo �revolucionario� fundados� en� las� condiciones� objetivas� de la sociedad,� la� forja� de los� instrumentos y de los� medios� que� la� hagan� posible.� Pero� tambi�n� comenzar� a� ser� distinto� y� superior� a lo� existente,� prefigurando� en la� propia organizaci�n� revolucionaria� de las� masas,� en su� iniciativa� hist�rica como� en el�� partido� mismo,� lo� nuevo� que� nos� proponemos� construir.

 

Cuando� este� movimiento se� convierta�� en� una corriente� nacional� afirmada� en� objetivos� claramente democr�tico-revolucionarios;� cuando� para� las�� inmensas� mayor�as hoy� postergadas� y� aplastadas,� se� presente� como� su forma de� organizaci�n y� de� lucha� natural,� como� la� demostraci�n� de que s�� puede� ser� gobierno� y,� m�s� a�n,� Poder,� entonces� la� revoluci�n� habr� dado� un� salto� gigantesco� y� estar� m�s� pr�xima� la� victoria.

 

Porque�� sin�� masas,� sobre� todo� sin masas� alzadas�� a la� lucha,� organizadas,� dispuestas� a� "tomar� el�� cielo� por� asalto",� no� son� concebibles �los� �rganos� de�� la� democracia� directa,� menos� a�n� la� posibilidad� de que� asuman� un� rol� profundamente� revolucionario� y� renovador.� El� rol� de los� comunistas no� es� otro� que� trabajar� arduamente� por� despertar�� su� conciencia,� elevar �su� organizaci�n, profundizar su� educaci�n,� hacerlas� conscientes� de lo� nuevo� que se� est� creando� y de� los� objetivos� finales a� los que� sirve.� En� suma,� ser� vanguardia,� estado� mayor,� pero� de� ninguna� manera� sustituto� de las� masas en su� proceso� de� emancipaci�n� social� y� econ�mica,� en la� gestaci�n� de la� revoluci�n y la� construcci�n�� de la� nueva� sociedad,� cuyo� objetivo�� no� es� otro� que� realizar�� el�� socialismo�� en el� Per�.

 

 

 

V. LOS� FRENTES DE�� DEFENSA

 

 

La� primera� forma� de� organizaci�n� de masas que� asume� las� caracter�sticas� que� asignamos� a la� democracia� directa,� son� los� frentes de� defensa. La� primera� en el� sentido� de que�� aparecen� con� un� grado�� bastante� preciso� de� organizaci�n, con� niveles de� centralizaci�n� y de� direcci�n� m�s� o� menos� establecidos,� con�� capacidad de� integraci�n� de� amplios� sectores� sociales� m�s� all� de las� tradicionales� estructuras� sindicales.� Su� rasgo� b�sico reside� en el�� hecho� de que,� por la� circunstancia� de emerger� en� momentos de� tensiones� sociales� y de� alzamiento� de las masas� a la� lucha,� �stas� le� imprimen� un� sello� profundamente� democr�tico y� una� caracter�stica definitivamente� radical� y� popular.

 

Los� Frentes de Defensa� no� surgieron en� fr�o.� No� fueron� bosquejados� en� un�� gabinete� ni� tuvieron� un� origen� burocr�tico.� Aparecen como� una� necesidad� impuesta� por el�� desarrollo� mismo� de los� acontecimientos.� Es la� vida,� la� exigencia� concreta� de la� lucha� de las� masas� que le� dan� origen� y� sustento.

 

Surgieron� en la� mayor�a� de los� casos� por� v�a� espont�nea.� Son,�� en� ese�� sentido,� creaci�n� de las� masas an�nimas que� sent�an� la� necesidad� de� luchar� y� que no� pod�an� prescindir� de� organizarse� para el� logro�� de sus� objetivos.� No� es� casual que� los� frentes� de� defensa insurjan� en� lugares� apartados del� pa�s,� all� donde la� organizaci�n sindical� era� d�bil� o� simplemente� no� exist�a,� o�� all� donde�� resultaba� ya� estrecha� e� insuficiente.

 

Con� los� frentes� de� defensa� se� extiende� tambi�n la� experiencia� de los� paros� en� los� pueblos� y� regiones� del� interior.� Paros� cuyos� rasgos� b�sicos� siempre� ha� sido� la� participaci�n� masiva� de la� poblaci�n,� pues� estaban� de� por� medio� reivindicaciones� que de� alguna� manera� compromet�an� a� todas� las� capas� populares.� Los� frentes� de� defensa� devienen� as�,� por� un� lado,� factor de� centralizaci�n cuantitativa y cualitativamente superior a los sindicatos; por el otro, medio indispensable que encuentran los pueblos del interior para asumir la defensa de sus derechos.

 

Desde luego que como todo movimiento marcadamente espont�neo en sus inicios los frentes de defensa pose�an un horizonte estrecho. De all� su aparici�n fugaz en el curso de las luchas locales o regionales y, luego, su desaparici�n igualmente fugaz. De all� tambi�n la estrechez de sus programas, m�s de las veces confinados a tales o cuales reivindicaciones parciales, casi siempre concretas y locales.

 

Lo�� importante� en� los� frentes� de� defensa� no� est� aqu�,�� sin� embargo.� Sino� en� que� con� ellos� hace su aparici�n� una� forma� de� organizaci�n� de masas� que� introduce�� elementos� y� posibilidades nuevos,� visibles� sobre� todo� en�� momentos de auge,� cuando� se�� convierten� en� el�� factor�� catalizador� de� ampl�simos� sectores� populares� y en el abanderado de la lucha democr�tica, por los derechos sociales, contra el centralismo. Es aqu�, como lo evidenci� la experiencia del pueblo de Pucallpa, por citar un solo caso, donde los frentes de defensa combinan su capacidad de gestar un movimiento de frente �nico muy vasto, comprometiendo desde sectores de las burgues�a locales hasta el proletariado y las capas m�s empobrecidas de la poblaci�n, con su capacidad movilizadora de estas fuerzas, de conducci�n del movimiento huelgu�stico, de generaci�n de ciertas formas de autodefensa y de virtual control de las ciudades o regiones por lapsos breves.

 

Hoy� d�a� los� frentes� de� defensa ya� han� adquirido� carta� de� ciudadan�a� y� constituyen� una� de las� tradiciones� m�s� importantes� en� la� organizaci�n� de las�� masas.�� La� experiencia� acumulada� a� lo�� largo� de� estos� a�os� es�� suficiente� para� advertir� sus� potencialidades,� como� sus� limitaciones.� No� est� en� nosotros� sobrestimarlos.� Menos� a�n� atribuirles� un�� car�cter� de� Poder� popular� que� algunos� le� asignan infundadamente.� Tampoco� reducirlos� a� movimientos� eclosionales,� casuales� o� eventuales.

 

El �rasgo�� b�sico� que los caracteriza� estriba� en su� calidad� de� frente� �nico,� de� factor� aglutinante� de� ampl�simos� sectores� populares.� Los� frentes� de� defensa� enriquecen� la� experiencia� del� frente� �nico� revolucionario� y� otorgan� a� �ste� un� nuevo� contenido:�� la� presencia� multifac�tica� de las� masas� y� sus� diversas� formas�� de� organizaci�n� naturales.� Presencia� activa,� din�mica,� creadora.

 

El� viejo�� concepto� del�� frente� �nico� basado� exclusivamente� en la� suma� de� partidos u� organizaciones� pol�ticas� es� trastocado� as� de�� ra�z.� Los� frentes de defensa� demuestran,� sin� desconocer� ni� menoscabar� la� importancia de los� partidos� pol�ticos,� que el� frente� �nico� para�� ser� de� masas� requiere� completarse �con� el� concurso�� organizado� del� pueblo� en� sus�� diversas� formas,� una� de las� cuales�� son�� precisamente� los� frentes� de� defensa.� Pues� en�� �stos� se� articulan� masas� con� y� sin� partido,� creyentes� y� no�� creyentes,� que� tienen� un� denominador� com�n:�� una� comunidad� de�� intereses� y� objetivos� a� alcanzar.

 

Comunidad�� de� intereses� y� objetivos� de� un profundo� sentido� democr�tico, patri�tico, anti-centralista,� que� coinciden� plenamente� con los� postulados� de la� revoluci�n� en la� presente� etapa.

 

Un�� segundo� aspecto� tiene� que� ver�� con� sus� formas�� de�� organizaci�n� y� sus� relaciones� internas.� Por el�� hecho� de� surgir� para� encarar� luchas� colocadas� a� la� orden� del� d�a,� como�� factor� de� centralizaci�n� popular,� los� frentes� de� defensa� conllevan�� necesariamente� tradiciones� democr�ticas� ricas� y�� variadas.� All� donde� el�� frente� de�� defensa� asume�� sus� funciones� con� efectividad,� la�� relaci�n�� entre� dirigente� y� dirigido� es� fluida,� directa,� y� el�� rol� de las� masas populares,� decisivo.

 

Los� frentes� de� defensa� se� sustentan� en la� capacidad� de� decisi�n� de las� propias� masas populares� en� forma� directa� o� a�� trav�s� de� sus�� delegados.�� El� frente �nico� funciona� sin� ning�n� tipo� de� intermediaci�n� burocr�tica.� Los� partidos� pol�ticos no� se� sobreponen� a� las� organizaciones� de� masas,�� sino� que� deben� m�s� bien� actuar�� dentro� de� �stas� y,� desde� all�,� disputar� la� hegemon�a,� la�� capacidad �de� conducci�n.

 

Finalmente,� dada� su�� naturaleza,� los� frentes� de� defensa� est�n� en� condiciones� de� integrar� una� diversidad� de� tipos� de�� organizaci�n:� obreras,� campesinas, juveniles,� profesionales,� culturales, art�sticas, barriales, �tnicas, de la� mujer, religiosas, pol�ticas, y� tambi�n��� a los�� propios� municipios� si� �stos� se� colocan� al�� lado� de las� masas� y� si�� est�n� en� condiciones� de� asumir� sus� luchas.� Es�� en� los� frentes� de� defensa� donde� el�� frente� �nico �alcanza� una� amplitud�� nunca� antes� vista.�� Amplitud� que� debemos� valorar�� y� preservar� puesto� que�� representa�� su� principal� aporte� al�� proceso� de� unidad� del�� pueblo�� peruano�� en� su�� lucha� revolucionaria.

 

"Los� Frentes de� Defensa� se� sustentan� en� la� capacidad� de� decisi�n� de las� propias� masas� en� forma� directa� o� a�� trav�s� de� sus� delegados".

 

Tal� como� existen� adolecen,� sin� embargo,� de� limitaciones� importantes.� Algunas� de� ellas,� inevitables;� otras� superables.� Entre� las�� primeras,� acaso� la� m�s� significativa:� la� dificultad� de los� frentes� de� defensa� para�� asumir� caracter�sticas� propias de las� asambleas� populares o� de� autodefensa,� a�n� en� momentos� de� auge� y de� grandes� acciones de �masas.� Todo� af�n� de� forzar� este� l�mite� llevar� necesariamente� a� cometer� errores,� a� distorsionar�� aquello� que� constituye precisamente�� su� rasgo� distintivo:� su� car�cter de� organizaci�n� de� frente� �nico� de� masas,� que� supone� o� exige� formas� y� m�todos� apropiados de� trabajo y� de�� funcionamiento.� Lo� expresado� no� quiere� decir,� naturalmente,� que los� frentes de� defensa� sean�� contradictorios� o� excluyentes con las� asambleas� populares� o la� autodefensa� de� masas.� Todo� lo� contrario.� Se interrelacionan y son� perfectamente� complementarios,� aunque� distintos� unos de� otros.

 

Entre� las� segundas,� son� tres� las� m�s� importantes� a� tomar en� cuenta.� La� primera,� persistencia� de los� elementos espont�neos� que le� dieron� origen.� De� all� su� funcionamiento� intermitente,� su� falta� de� organicidad� y� de� continuidad.� No� pocas� veces� aparecen� bruscamente y� desaparecen� de� la� misma� manera.� En� otras,� tienen� una� vida� vegetativa� de la� que� salen� s�lo� bajo� la� presi�n� de� condiciones� especiales.�� No� es� casual� que� se� los� entienda� como� una� suerte� de� proyecci�n� de los� sindicatos� o� como� una� forma� de� organizaci�n� sindical� con� alcance� popular.� Aqu� se� patentiza� la� presencia� del� economicismo� y� del�� espontaneismo,� viejos� remanentes� del�� reformismo� que� contin�an�� todav�a� enturbiando� la� conciencia� y la� organizaci�n�� del�� pueblo� trabajador� peruano.

 

Como� inevitable� consecuencia� de lo�� expresado� se� presenta� un� segundo� aspecto:� la� debilidad� program�tica� y� estrat�gica� de los� frentes�� de�� defensa.� En� efecto,� no� est�n� todav�a� suficientemente� precisados� sus� alcances,� su� rumbo� estrat�gico,� su� programa.

 

Para� algunos� es� suficiente� con� un� programa� de�� reivindicaciones� locales� o� regionales� de� car�cter� parcial.� Esta� es� la� versi�n� m�s� conservadora� y� atrasada,� pues�� es� de� hecho� incapaz� de� sobrepasar el� tradicional� gremialismo.� Para� otros,� sus� l�mites�� terminan� all� donde� se� agota� la� lucha� regional,�� coincidiendo� con� la� aspiraci�n�� de las�� burgues�as� regionales� asfixiadas� por� el� centralismo� pero� timoratas� para�� asumir� consecuentemente� una� lucha� democr�tica�� y� anti-imperialista.� All�� donde� �stas�� burgues�as� regionales� han� asumido� la�� hegemon�a� de los�� frentes�� de� defensa,�� �stos� han� terminado� castrados� en� sus�� posibilidades,� neutralizados en� sus� potencialidades� de� lucha,� con el�� grave� riesgo� de� que,� siguiendo� una� vieja� como� amarga� tradici�n,� acaben domesticados por el�� sistema� actual.� Seg�n�� nuestro� punto� de� vista,� de� continuar�� los� frentes� de� defensa� como� meras� expresiones� de la� lucha reivindicativa coyuntural� o� como� movimientos� puramente� regionales,� corren� el� riesgo� de� desnaturalizarse� o en su� defecto,��� agotarse.

 

Es� pues� indispensable� trabajar� arduamente� a� fin� de que� asuman� y se� construyan� como� frentes� de� masas� con� un� claro� contenido� democr�tico-revolucionario� y� antiimperialista,� como un�� factor� fundamental� de la� gestaci�n de la� democracia� directa� y� como� un� elemento� b�sico� en el� proceso� de� construcci�n� del� frente� �nico� revolucionario,� sin� que� ello� signifique� renunciar� a las� luchas�� parciales ni� a las� tareas� regionales.� Nuestra� gran� responsabilidad,� en� lo�� que� a los� frentes� de� defensa� concierne, reside� en�� posibilitar� este� salto�� cualitativo.� El�� mismo� que� ser� imposible� sin� derrotar� pol�tica� e� ideol�gicamente, siguiendo m�todos apropiados,� las� dos� corrientes� anteriormente se�aladas,� desde� el� momento� en� que las�� contradicciones� existentes� no� son�� necesariamente� antag�nicas� ni� tienen� por� qu� serlo.��

 

El� tercer� elemento� a� tomar� en� cuenta,� y� cuya� soluci�n est� a la� orden� del� d�a, es el� vinculado� a su� centralizaci�n� nacional.� La� dispersi�n,� la� inorganicidad,� la� ausencia� de� coordinaci�n� nacional,� dificultan� la� superaci�n� de los� males� se�alados. Est�n� sentadas� las� bases� para�� avanzar� en� esta�� tarea.� En� lo�� que� al� Partido� concierne� ya� hicimos� algunos� esfuerzos al� respecto.� Tal,� por� ejemplo,� la constituci�n del� Consejo� Nacional� de los� FEDIP y la convocatoria a la Primera Conferencia Nacional de los FEDIP y Organizaciones Sindicales en� mayo� de� 1979.� Un� error� que� el� Partido� ha� reconocido es� no haber� continuado� este� esfuerzo�� persistiendo� en� la� realizaci�n� del� Congreso� Nacional� de los� FEDIP� pese� a las� dificultades� existentes.� Si� hubi�semos� llevado� a cabo� esta� tarea,� con� la� firmeza� del� caso,� es� probable� que la� situaci�n� ser�a� hoy� mucho� mejor� y� mayores los� avances� conseguidos.

 

De aqu� se� desprenden� algunas cuestiones� fundamentales� a� tomar� en� cuenta:� intensificar� los� esfuerzos� a� efecto de� consolidar� los� FEDIP� all� donde� �stos� posean� una� base� relativamente� estable,� buscando� reorientarlos� estrat�gica� y�� program�ticamente;� reactivar�� sobre� cimientos�� m�s� seguros� y� estables� aquellos� otros� que� se� encuentren� en� situaci�n� de� par�lisis� o� estancamiento;� avanzar�� en� la� construcci�n�� de� nuevos� FEDIP�� all�� donde� no� existan� o� sean� a�n� muy� d�biles.� Es�� fundamental,� adem�s,� recuperar�� el� Programa� que� el� Partido�� elabor� para�� los� FEDIP� en� 1979,� reactualiz�ndolo� de� acuerdo� con�� la� nueva� situaci�n.�� Adquiere�� connotaci�n� especial� generar� un�� debate� nacional� en� torno�� de los� frentes� de� defensa,� su� situaci�n,� sus� experiencias,� su� programa� y� su�� estrategia.� No� debemos� perder�� de� vista� que� los� frentes� de defensa� significan�� la� convergencia� de� sectores� sociales� muy�� vastos� y� que� toda�� sectarizaci�n� conlleva� inevitablemente la� anulaci�n� de sus�� posibilidades unificadoras.

 

Concebidos� como� componentes�� populares� del� frente� �nico� revolucionario,� los� frentes de� defensa� tienen,� sin� embargo,� sus�� propias� peculiaridades� y� caracter�sticas.� Estas� deben� ser� tomadas�� en� cuenta� para� evitar� errores de� sectarismo� o� conciliacionismo.� Una� de� ellas,� su� amplitud.� Otra,� la� participaci�n� de las� organizaciones� sindicales� y� sociales� m�s� diversas.� Finalmente,� la� posibilidad� de� que� se� integren� o� por� lo� menos� participen� los partidos pol�ticos, municipios,� la� iglesia, los� colegios� profesionales,� etc.� Esto�� exige� trabajar� con� flexibilidad,� conscientes� de que� su radicalizaci�n� depender� sobre� todo� de la� din�mica� misma� de la�� lucha� de� clases� como� de� la� capacidad� nuestra� para� hacerlos� avanzar,� paso� a� paso,� hacia�� los� objetivos� propuestos.

 

De aqu� la� importancia� de� intensificar�� esfuerzos� para� afirmar� nuestros� v�nculos� con� las� masas� y� sus�� organizaciones� naturales,� para�� adentrarnos� en� ellas,� pues� sin� este� requisito� el� trabajo� de los� frentes� de� defensa� ser� infructuoso� o� superficial.

 

En� la� izquierda�� existen� sectores� que� se� oponen� abierta� o� encubiertamente� a� los �frentes� de� defensa.� En� parte,� por que� no�� logran� entender� su� importancia,� posibilidades� y� alcances.� De� otra,�� por� temor� a� ser� desbordados� o� a�� perder� posiciones� sindicales.� O�� tambi�n� por� la�� presencia de� concepciones� gremialistas� todav�a� fuertemente� arraigadas� en� esos� sectores.�� Existen� otros,� entusiasmados� m�s� por� el� logro� de� ventajas� inmediatas,�� dispuestos� a� coparlos� y� "hegemonizarlos",� ansiosos� por� su�� control� porque con� ello� prev�n� obtener �ventajas� en las� "correlaciones� de� fuerzas"� para la� disputa� electoral� o gremial.� Es� indispensable� cerrar� filas� contra� una� u� otra� de estas corrientes,� como� condici�n� para� resolver� bien� el� problema� y� para� darle� a los� frentes� de �defensa� la� proyecci�n� que� les� corresponde.

 

 

VI.            LA� AUTODEFENSA� DE� MASAS.

 

 

Hoy� es� com�n� admitir�� la� institucionalizaci�n� de la� violencia� en� el� Per�.� La� violencia� senderista, la� del�� narcotr�fico,� la de los� sectores�� marginales� de la� poblaci�n.� Pero� tambi�n� la� violencia� oficial� en� sus� diversas� formas,� expresi�n� de la� cual� es� el�� proceso� de� creciente� militarizaci�n� del� pa�s,�� el� reforzamiento de las�� instituciones� polic�acas,� la� violentaci�n� persistente� de los� derechos� ciudadanos� al� amparo� del� poder�� ejercido� arbitrariamente.

 

La� institucionalizaci�n� de la� violencia� es el�� s�ntoma� m�s� evidente� de la� falencia� del� ordenamiento� pol�tico� y social� actual. La� demostraci�n� de que� las� contradicciones sociales han� llegado� a� un� punto� l�mite,� m�s� all� del�� cual� se� abre� el� terreno� para� confrontaciones� que�� escapan� a� las� normas� tradicionales� y� a la� legalidad� de� hecho� quebrantada.

 

La�� ilegalidad� no� est� en� quienes;� no� ejerciendo� ni� compartiendo� ni� usufructuando� del� Poder,� v�ctimas� m�s� bien� de� �ste,� se� ven� forzados� a� recurrir� a� medios� que� desbordan� los� l�mites� o� las� normas� impuestas� por� las� clases� tradicionalmente� dominantes,� sea� organiz�ndose� en� los� frentes� de defensa,� tomando� locales� como� medida� de� fuerza� o� declar�ndose� en� huelga� de� hambre� u� organiz�ndose� en� formas� de�� autodefensa.� Estᠠ m�s� bien� en� el� quebrantamiento� de la� legalidad� desde� el� mismo�� aparato� estatal.�� Fen�meno� cotidiano y� dram�tico� en� el� Per�� actual.

 

La� violencia,� desde� luego,�� tiene� tambi�n� otras� formas,� menos� visibles� pero� no� por� ello� menos� brutales.�� El� hambre�� generalizado,� la� desocupaci�n,� el� total� abandono� de la� ni�ez,� el� despojo� y la� arbitrariedad� polic�acas,� la� corrupci�n� administrativa,� son� algunas� de ellas.

 

La� autodefensa,� en� realidad,� es� una� forma� de� resistencia� del� pueblo� a� esta� situaci�n,� una� manera� de� protegerse� de la� violencia� generalizada� y de la� descomposici�n� de la� sociedad,� su� convencimiento� de� que� s�lo� le� queda� confiar� en si� mismo� apoy�ndose� en� sus� propias� fuerzas.

 

Los� or�genes� de la� autodefensa,� por� lo�� menos� en� lo� que� a la� experiencia� �ltima� se� refiere,� est�n� vinculados� a los� movimientos� huelgu�sticos� de los� obreros,� al� accionar� masivo� de los� pueblos� j�venes� o de los� campesinos.� Aparecen� como� formas de� protegerse� de la� represi�n� y� como� medios� de� control� y� de� disciplina.

 

Pero la� autodefensa� no� queda�� reducida� a� la� estrechez� de� estos� par�metros.� No� puede�� contentarse�� con� el� rol� de� las� guardias�� obreras� en� per�odos� huelgu�sticos. Si� �ste� es su� origen,� otra� y� mucho� mayor� es su� posibilidad� y� necesidad�� para� las� masas�� populares.� La� verdadera� dimensi�n�� de la� autodefensa� comienza a� darse� con las� Rondas� Campesinas� de� Cajamarca.� All� adquieren� tres� rasgos� b�sicos:� surgen� como� necesidad� para� acabar�� con� el� abigeato introduciendo� la� organizaci�n� y la� preparaci�n� apropiada�� de los� campesinos� para� asumir� esta� tarea,� en� respuesta� a� la� inoperancia� o� corrupci�n� de las� autoridades,� por lo� general� coludidas� con� los� abigeos,� asumiendo� una� estructura� tipo� milicias� a�n� cuando� limitada� y� embrionariamente.� En� segundo� lugar,� se� constituyen� en� la� forma� de�� organizaci�n� gremial� de los� campesinos;� integrando� a� todos� sus� componentes� y� estructur�ndose� en� cada� estancia� o� poblado� y� a� nivel� provincial.� En� tercer� lugar,� asumen� el� control� de las� �reas� rurales,� imponiendo� su� propia� normatividad� libremente� asumida� por los� campesinos,� yendo� desde� el� control� de los� caminos� en� las� horas� nocturnas� hasta� la� supresi�n� efectiva� del� abigeato,� la� seguridad� de la� poblaci�n,� la� moralizaci�n� o� formas� importantes� de� justicia� popular.� Recientemente� comienzan� tambi�n� a� asumir� iniciativas�� de� car�cter� econ�mico.

 

De� all� que� los� campesinos� reconozcan�� en� sus� Rondas,� un� car�cter�� democr�tico� independiente,� de� autodefensa.� Democr�tico,� debido� a su� estructura�� interna� profundamente� democratizada� en� la� cual� se� participaci�n� es� efectiva� y� �directa,� donde� los dirigentes� est�n�� sujetos� a� control� y� revocaci�n.� Independientemente,� porque� siendo� creaci�n de los� propios� campesinos� y� siendo� �stos� sus directos� beneficiarios,� no� admiten�� injerencia� policial� ni� se� someten�� al� control� gubernamental.� De� autodefensa� porque,� en� primer� lugar,� est�n� dirigidos� a� defenderse� de los� "ladrones� de� noche", esto� es� de los� abigeos� y� otros� depredadores� del� campo,��� y� de los� "ladrones� de� d�a"� que� sabemos� qui�nes� son.

 

De� autodefensa,� adem�s,� porque� cuentan� con� los� medios� materiales� para� poner� orden� en� el�� campo.� Apoy�ndose� en� estos� medios� han� sido�� capaces� de� aplastar,� de� imponer� su� autoridad� sobre� los� malandrines� diurnos� y� nocturnos que� sol�an� asolar� la� campi�a� o� expoliar� a� los� campesinos.

 

Un�� pa�s� en� crisis,� sobre� todo� cuando� �sta� adquiere� la� dimensi�n� de la� que� sufrimos� en� el�� Per�,� coloca� a� la� orden� del�� d�a,� en� aras� de� la�� propia� supervivencia� y� seguridad� de� las� masas,� el� surgimiento� de� variadas� formas� de� autodefensa.� Que� �stas�� aparezcan� en� el� campo,� en las� ciudades,� en� las� empresas o� pueblos� j�venes,� s�lo� ratifica� un� hecho� patente:�� la� seguridad� de la� poblaci�n� comienza� a� descansar� en� la� misma� capacidad de los� pobladores� para� garantizarla.� Seguridad� en� sus� diversos� aspectos� y� no� meramente� frente� a la� creciente� ola� delincuencial.

 

Desde� luego� que� la� autodefensa� tiene� diversos� niveles de desarrollo y diversas formas de organizaci�n .� Sin� embargo , hay un rasgo com�n que los une� e� integra� : el hecho de ser formas especiales de organizaci�n de masas tipo milicias, con una estructura� centralizada y disciplinada,� con cierto nivel de especializaci�n� t�cnica y formas adecuadas de trabajo.������������������������������������������������������ ������������������������������������������������������������������������ �����������������������

La autodefensa no se apoya �nicamente en el numero y en su soporte de masas;� se apoya tambi�n en su capacidad de dimensi�n y �de� resistencia , de control y eficacia: esto es en la fuerza. En este contexto seria bastante primitivo limitarse a los antiguos comit�s de huelga o a las guardias obreras, �tiles en los eventos gremiales, pero del todo insuficientes en la materia que venimos tratando.

 

"La Autodefensa es una forma de resistencia� del pueblo, una manera de protegerse de la violencia generalizada y de la descomposici�n de la sociedad y su convencimiento de que s�lo le queda confiar en s� mismo, apoy�ndose en sus propias fuerzas"

 

Cuanto mas honda se torne la crisis, mas aguda la lucha� de clases y mas intensa la polarizaci�n social, la autodefensa adquirir� nuevos contornos, nuevos niveles de desarrollo, mayor amplitud, hasta convertirse en su momento, si las circunstancias exigen, el aparato policiaco y represivo lo obliga, y , si los revolucionarios asumen el rol que les corresponde, en el �Pueblo en armas!

 

Esto es bueno que se entienda . Tanto m�s si se admite que el pa�s avanza a un proceso de situaci�n� revolucionaria, que existe el peligro de un a mayor militarizaci�n, del golpismo y de guerra civil.

 

La impunidad del golpismo debe acabar definitivamente. El pueblo peruano ya no �sta dispuesto a aceptar impasible que se lo avasalle, aplaste, o aniquile. La misma� Carta� Constitucional� consagra� el� derecho a la� insurgencia.� Pero� ninguna� insurgencia� tiene� garantizada�� posibilidades� de� �xito� si no� se la� prepara� y� se�� la� organiza.� Los� votos� son� insuficientes� para� contener� el� avance� de los� tanques.� A� la� fuerza� s�lo� se le� puede� oponer� la� fuerza,� la� organizaci�n,� la� capacidad de� resistencia.� Se� trata� de� esto,� precisamente.� Porque� el� pa�s� marcha� a� trancos� largos� en� esta� direcci�n,� es� que� es� urgente� asumir� el� derecho� y la� capacidad� del� pueblo� a� la� resistencia,� a� la� resistencia,� a la� autodefensa,� a� su� organizaci�n� desde� abajo� para� toda�� eventualidad.

 

Pero� la� autodefensa� de� masas� no�� puede� constre�irse� a� ciertos� espacios� locales.�� Debe� ser�� convertida� en� un� gran�� movimiento� nacional� y� en� una� estructura� construida� en� los� m�s� diversos� conglomerados� humanos,� desde�� las� f�bricas,� pasando� por� los� pueblos� j�venes,� hasta� el� vasto�� campo� peruano� donde� tiene� mayores� posibilidades� de� desarrollo.� El�� problema� est�,�� sin� embargo,� en� que� brote� de la entra�a� misma� de las� masas,� que� sea�� expresi�n� de� �stas,� nunca�� excrescencia� ni� elemento� postizo.

 

Vistas� as�,� las� diversas� formas� de� autodefensa� resultan� complemento� vital� de los� frentes de� defensa,� como�� de las� Asambleas� Populares,� factibles� de� desarrollarse simult�neamente guardando� sin�� embargo� su� propia� estructura,� finalidad� y� metodolog�a.

 

La� organizaci�n� de las �diversas� formas� de� autodefensa,� su�� expansi�n� a� escala� nacional� y su�� perfeccionamiento� t�cnico,� devienen� una de las� grandes� tareas� de la� hora.� A� ella�� consagramos� nuestros�� esfuerzos� y� preocupaciones.

 

 

VII.        LAS� ASAMBLEAS� POPULARES

 

 

Aqu� entramos� al� problema� central� de la� experiencia� de la� democracia� directa.�� Cuesti�n� a la� que� no�� obstante� no se� le� presta� la� atenci�n�� que le� corresponde,� si�� exceptuamos� a� nuestro� Partido.

 

"Si� la� iniciativa� popular� de las� clases� revolucionarias� -constata� Lenin� semanas� antes� de la� Revoluci�n� de� Octubre-� no� hubiera�� creado�� los� s�viets,� la� revoluci�n�� proletaria� de Rusia� se� ver�a� condenada� al� fracaso,� pues,� con� el�� viejo�� aparato,� el� proletariado� no� podr�a,� indudablemente,� mantenerse� en� el�� poder,�� y� en cuanto� al� nuevo� aparato� es� imposible� crearlo� de� golpe"� (4).� Esto�� es� as�� porque� "la� rep�blica� parlamentaria� burguesa� dificulta� y� ahoga� la� vida� pol�tica��� independiente� de las� masas,� su� participaci�n� directa� en� la� edificaci�n� democr�tica� de todo� el�� Estado,� de� abajo� arriba.� Con� los�� s�viets...� ocurre�� lo� contrario" (5).

 

Las� conclusiones�� que� extrae� Lenin� de la� experiencia� de los� s�viets� tienen� particular� importancia� para� nosotros� porque� ponen� en� evidencia� por lo� menos� los� siguientes� problemas:

 

1).������� Las� limitaciones fundamentales de la� democracia� burguesa� parlamentaria,� la m�s� importante� entre� ellas:� que� "dificulta� y� ahoga� la� vida� pol�tica� de las� masas",� torn�ndose� de� hecho�� formal,� postiza,� puesto� que� impide� "su� participaci�n� directa� en la� edificaci�n� democr�tica� del� Estado".� En� otras�� palabras,� impide� que el�� pueblo�� sea� el�� verdadero� due�o�� del� pa�s,� sin� lo�� cual� la� democracia� termina� siendo� una� simple� fanfarronada.

 

2)������� Sin la� existencia� de los� s�viets,� creaci�n� heroica� del� proletariado� y� las masas� populares� rusas,�� surgidos� en� el�� curso� de� sus� luchas� producto� de su� "iniciativa� hist�rica",� no� habr�a� sido� posible� garantizar� la� victoria�� de la� revoluci�n� ni "mantenerse� en� el� poder".�� La� piedra� angular� que� hizo� posible� la� revoluci�n�� rusa� sentando� las� bases� para� la� construcci�n� del� nuevo� poder� y� la� nueva� sociedad� socialista,� fueron� precisamente�� los� s�viets.� A� su�� vez� ellos� permitieron� la� convergencia� de los� m�s� vastos� sectores� populares.� Sobre� esta�� base,�� y� a� partir� de� esta� cuesti�n,� es �que� fue� posible� la� insurrecci�n� victoriosa� de� Octubre.� Desde� luego� que� nada� de� esto� hubiese� sido� aprovechado, como� en� efecto�� lo� fue,� sin� la� existencia� de un� partido�� revolucionario� y� de� una� conducci�n� revolucionaria:������ ����������������������������������������������������������������������������������el� bolchevismo� y� su� genial� dirigente,� Lenin.�� Aqu� se� dio,� de� modo� ejemplar,� la� interrelaci�n� dial�ctica� entre� el� movimiento� espont�neo y el�� movimiento� consciente,� entre� la� "iniciativa hist�rica"� de las� masas� y� el�� rol� dirigente� y� organizador� del� partido� del� proletariado� revolucionario.

 

3).������ La� revoluci�n,� tanto� m�s si� �sta� se� produce� bajo� la� direcci�n� de la� clase obrera� y� tiene� como� objetivo� -cumplidas� las� tareas� democr�ticas� y� nacionales� en� nuestro caso-�� la� realizaci�n� del� socialismo,� no� puede� apoyarse� ni� sustentarse� en� el� viejo� aparato� estatal.� Este� debe� ser� "demolido"� para construir� en� su� lugar� un� nuevo� aparato� estatal, un� nuevo� poder, que se apoya� en� las� masas� organizadas� de� abajo� arriba.� Esa� nueva� forma� de� organizaci�n� estatal,� ese� nuevo� poder,� encontr� en los� s�viets su� expresi�n� cabal.

 

4).������ Pero� un� nuevo� poder� estatal� revolucionario "es� imposible� crearlo� de� golpe", sacarlo� de la� manga,� instituirlo� y� forjarlo por� decreto.� La� revoluci�n� en� nada� se� parece� ni� se� aproxima� a� las�� manipulaciones� de� tipo� burocr�tico� o� leguleyo.� La� ley� nunca� antecede� a la� necesidad.� Menos� todav�a� en� esta� cuesti�n.� No� olvidemos� que� "...el� nuevo� poder�� no� cae� del� cielo,� sino� que� surge� y� crece� a la�� par� del� antiguo� poder,� en� oposici�n� a� �l,�� en la� lucha contra� �l".� As�� fue� la� Comuna� de� Par�s.� As� fueron� los� s�viets.�� As� fueron� tambi�n� las� bases� de� apoyo� en� las� experiencias� revolucionarias� asi�ticas,� los� Comit�s� del� Frente de� Liberaci�n� Nacional� en� Yugoslavia,� el� Consejo� Antifascista� de� Liberaci�n� Nacional� de� Albania,� o� m�s� remotamente,� en� nuestra� experiencia� del�� siglo�� pasado,� la� formaci�n� de la� Junta� de� Gobierno� del� Cusco,� en� 1914,� por� citar� un solo� caso.

 

Se� trata,� en� efecto,� de la�� cuesti�n�� del� Poder. �De� la�� organizaci�n�� de un�� nuevo� Poder� Estatal� y� no�� de� una� suma�� de� organizaciones�� o� de� cualquier� tipo� de� organizaci�n.

 

Ni� los� frentes� de� defensa� ni la� autodefensa de� masas� concentran� las� caracter�sticas� esenciales� que� configuran� una� nueva� forma� de� organizaci�n de� tipo� estatal,� a�n� cuando� son� perfectamente� compatibles� con� ella� como� factores� complementarios.� En� el� primer� caso,� como� elemento� aglutinante� de� frente� �nico,� pero�� de un� frente� �nico� de� masas,� que se� asienta� en� sus� organizaciones� naturales;� en� el� segundo,� como organizaci�n� democr�tico-revolucionaria� que� va� hasta� la� posibilidad� de su� conversi�n� en� milicias� populares,� independientemente� de los� niveles� t�cnicos� que� pudieran� o� deban� alcanzar� en� un� momento� dado.

 

Las� asambleas� populares� concentran� en� s� la� capacidad� de� ser�� un� cuerpo� legislativo� y� ejecutivo,� al� mismo� tiempo,� con� facultades� iniciales� hoy,� efectivas�� ma�ana,� de� funcionar� como�� gobierno,� como�� Poder� popular� a�n� embrionario� pero� no� por� ello� menos� importante,� basado� en� los� representantes� elegidos� por� las�� masas� y� fiscalizados�� por� �stas.

 

�C�mo� surgen� y� qu� son� las� asambleas� populares? �Nada�� m�s� y� nada� menos� que la� forma� particular�� como� aparece� y� cristaliza� la� nueva�� organizaci�n� estatal� revolucionaria,� cuyos� embriones� es� posible� ya� detectar� en la� experiencia� que� se� viene� haciendo�� en� Comas�� o� en� otros �lugares del� pa�s.� A� diferencia� de los� s�viets� que� brotaron� en� las�� f�bricas� y� se� legitimaron en la� Revoluci�n� de� 1905,� las� asambleas� populares� en� el� Per�� surgen� en� los� pueblos� del� interior� o� en� los� cinturones�� obreros,� en� condiciones� en� que� todav�a� no� hay�� una� situaci�n� revolucionaria� ni� un� proceso� revolucionario�� ascendente,� cosa� que� es� cualitativamente� distinta� al� ascenso�� de� masas� actual.

 

Conviene,� sin� embargo,� una�� breve� referencia� hist�rica� para� tener� una� idea� m�s� exacta�� de lo� que� significan� y� c�mo�� surgen.� El� antecedente� internacional�� m�s� lejano que� se� conoce� de este� tipo� de� experiencias,� tiene� directa� vinculaci�n� con� el�� ascenso de la�� burgues�a.� Fue�� en� Inglaterra� que� se� organiz� en� 1647� lo� que� podr�amos� llamar� el� primer� s�viet� o� consejo.� Ocurri� en� el� ej�rcito� de� Cronwell,� bajo� el� nombre� "agitator",� encargado� de� defender� los� intereses� comunes� de� los� soldados.�

 

En� la� Revoluci�n� de� 1789-1794� en� Francia� nace� un� tipo� de� organizaci�n� parecido,� impulsado� por� los� artesanos� y� campesinos,� pero� esta� vez� dirigido por� la� burgues�a y la� peque�a� burgues�a.� En� abril� de 1790,� se� instauraron� en� cada� uno� de los� distritos� de� Par�s� 48�� secciones� cuyos� representantes� formaban� la� Asamblea� General� de la� comuna� parisina,� introduciendo� por� s� solas� el� derecho� al� voto� y� asumiendo� de� hecho� la� soberan�a� popular.� Las� Secciones� de Par�s� fueron� en� realidad� expresiones� de� una� democracia� directa,�� cuyos� representantes� proced�an� de� votaciones� generales� y� deb�an� ser� controlados�� y� eran�� revocables.� La� tradici�n� comunal� tiene� pues� su�� origen� en� la� Revoluci�n� Francesa,� como�� fruto� y� como� creaci�n� de las� masas� trabajadoras.�� La� Comuna� de� Par�s� de� 1871,� fue la� continuaci�n� de� esta� experiencia,� y,�� al� mismo�� tiempo,� su� desarrollo�� y� depuraci�n.

 

Durante� la� Revoluci�n� de 1848,�� por �presi�n� de la� clase� obrera� y� por� decreto� del� gobierno� se�� organizaron�� las� llamadas� "Juntas� de� trabajadores".� Estas,� por� su�� naturaleza� misma,� evolucionaron� y�� rompieron� los� marcos� de la� legalidad en� que la� burgues�a� las� hab�a� encasillado,� desembocando� en� el� Levantamiento de� febrero,� que� fue� sofocado�� violentamente� por la� reacci�n.

 

"Las� asambleas� Populares concentran� en� s�� la� capacidad� de un� cuerpo�� legislativo� y� ejecutivo,� al� mismo� tiempo,� con� facultades� iniciales� hoy,� efectivas� ma�ana,� de� funcionar� como� gobierno,� como�� poder�� popular� a�n� embrionario� pero� no� por� ello� menos� importante,� basado� en� los�� representantes� elegidos�� por las masas� y� fiscalizadas� por� �stas."

 

Estos� son� los� antecedentes� m�s� directos� de la� Comuna de� Par�s� y� de los� s�viets� rusos.� Los� �ltimos,� como� ya� es� conocido,� no� s�lo� fueron� �rganos� representativos� de la� clase� obrera� y� dem�s� sectores� populares,� sino� que� a� su� vez� fueron� tambi�n� �rganos� de la� revoluci�n� y� �rganos� de� control de� la� producci�n.� Uno�� y� otro� tuvieron�� tres� rasgos� b�sicos� necesarios� de� tomar� en� cuenta:� fueron� organizaciones� de� tipo� estatal,� al� mismo� tiempo� expresiones�� armadas (milicias)� populares� y,� finalmente,� factores� de� unificaci�n� de las� amplias� mayor�as.

 

Las� asambleas� populares,� tal� como� las� concebimos� en� el� Per�,� contin�an� esta� tradici�n� consejista.� Tiene� desde� luego� sus� caracter�sticas que� dimanan� del� particular� desarrollo� del� movimiento� obrero� y� popular peruano,� del� nivel� alcanzado� por la� lucha� de� clases,� de� la� singularidad� de la� crisis� y� de sus� consecuencias� sociales.

 

Sus� antecedentes,� m�s� inmediatos� pueden� ser� rastreados� en la� insurrecci�n� de� Trujillo� de� 1932;� en la� toma� del� Cusco� en� repulsa� a� Pedro� Beltr�n,� bajo� el� liderazgo� de� Emiliano� Huamantica,� en la� d�cada� de los� cincuenta;� en� el� movimiento� campesino� de� principio de los� sesenta que� socav� seriamente� el� poder� local� de los� terratenientes;� en� los� grandes� movimientos� huelgu�sticos� bajo� direcci�n� de los� frentes� de� defensa,� con el�� consiguiente� control� parcial� de� ciertas� ciudades� por las� organizaciones� populares� en� lucha,� etc.� Pero�� todos� ellos,�� sin� excepci�n,� fueron� movimientos� fugaces,� limitados� en� sus� alcances,� espont�neos,� sin� clara� perspectiva� de sus� posibilidades� excepto� de sus� fines� reivindicativos� inmediatos.

 

Fue� en� el� curso� del� movimiento� ascensional� de la� d�cada� pasada� donde� comienzan� a� adquirir� rasgos� m�s� precisos.� Primero,� como� grandes�� asambleas� de� masas.� M�s� tarde,� como� asambleas� de� delegados.

 

Esto� ya� est� presente�� en� las� Rondas Campesinas.� Y� lo� est� m�s� todav�a� en� la� Asamblea� Popular� en� desarrollo.� En� el� distrito� de� Comas,� en� Lima,� por� ejemplo,� comienza� a� funcionar� como� autogobierno� en� estrecha� vinculaci�n� con el� municipio� dirigido� por la� izquierda.� Aqu� la� Asamblea� Popular� es� ya� expresi�n� concreta� de la� Asamblea� de� Delegados� elegidos� por las� masas� en� su� respectivo� asentamiento� humano� u� organizaci�n�� social.� Comienza� a� asumir� funciones� legislativas al� mismo� tiempo� que� funciones� ejecutivas.� Toma� decisiones que� tienen� que� ver� con� el� conjunto� del� distrito.� En� ella� se� ejercita� una� democracia� cualitativamente� superior� a la� puramente� electiva� y� es� el� mismo� pueblo� quien� comienza� a� tomar �las� cosas� en� sus� manos.� Los� delegados,� son� fiscalizables� y� revocables,� y� son� responsables� de sus� actos� ante los� electores.� No� existen� privilegios� especiales� ni� una� costra� burocr�tica� que� se� coloca� por� encima� de las� masas.� Es� el� mismo� pueblo� quien� aprende� a� autogobernarse,� a� sentir�� que� puede� comenzar� a� resolver�� sus� problemas.

 

Desde� luego� que� tiene�� todav�a� limitaciones.� Que� su� proceso�� de� aprendizaje�� es� complejo� y� dif�cil.� Pero� marcha.� Hace�� su� experiencia.� Se�ala� un� derrotero�� posible,�� un� camino� a� seguir.

 

Las� asambleas�� populares� pueden� y� deben� ser�� construidas�� a� todos�� los� niveles:� en� las� f�bricas� como� en las� minas,� en� los� villorrios� como� en� los� pueblos� y� distritos.�� Deben�� ser�� organizadas� como� formas�� de� autogobierno,� desde�� abajo�� y� siguiendo� m�todos�� revolucionarios.

 

Un� pa�s� en� crisis,� con� las�� caracter�sticas�� de las� que�� padece�� el� Per�,� no� tiene� otra� salida� que� un� cambio�� revolucionario� profundo� en la� sociedad.� Tal� cambio� econ�mico� y� social� es un�� imperativo� y,� correlativo� a� �l� el�� cambio�� radical�� en� su�� superestructura�� pol�tica,�� ideol�gica� y� cultural.

 

El�� surgimiento�� de los� �rganos� de� la� democracia directa,� particularmente� de� las� asambleas� populares, simboliza� precisamente� que la� vieja� superestructura� pol�tica� de la� sociedad� debe� ceder� a�� un� nuevo�� ordenamiento� pol�tico;� que� su� permanencia� constituye� una� de las�� trabas�� m�s� serias� para�� aperturar y� realizar�� los� cambios� en la� base�� econ�mica.

 

Mal�� har�amos en� suponer� que� los�� �rganos� de la� democracia� directa� surgen�� en� fr�o,� a� capricho� de� tal� o� cual�� persona,�� en� el�� momento� y�� en� el�� lugar�� que� se les� antoja.� Responden� a� condiciones� objetivas,� a� factores�� engendrados� por�� la�� misma�� sociedad�� en� crisis.

 

Ninguna� de�� las� formas�� de� democracia� directa,�� particularmente�� las� asambleas�� populares,� si� conservan� su� pureza� y� radicalidad,� pueden� ser� contenidas�� dentro� de los� marcos�� de la� democracia�� burguesa� formal.�� Constituyen�� su� ant�poda,�� su� negaci�n,�� al� mismo�� tiempo� que� su�� superaci�n� cualitativa.�� De� all� su� naturaleza�� profundamente�� subversiva� y� cuestionadora� del�� orden�� existente.�

 

El� porvenir� de la� revoluci�n� peruana,� estrictamente� hablando,� tiene� mucho� que� ver� con� el� destino� de� las�� formas� de� democracia� directa,�� de� modo� especial� con� el�� porvenir� de las� asambleas� populares.�� Si� esto�� no� se� atiende,�� entonces�� tampoco� se� estarᠠ en� condiciones� de�� discernir�� lo� que� significa�� trabajar�� con� vocaci�n�� de Poder,� ser� alternativa� de� Poder.

 

Fuera� de los� �rganos� de la� democracia� directa� es� incompleta� una� correcta�� y� eficaz�� acumulaci�n� de� fuerzas.� Toda� acumulaci�n� electoral,� a�n� aquella�� que� se� da� en� las� condiciones� m�s� favorables,� significa� siempre� una� acumulaci�n� pasiva. �All� el� elector,� vota,� elige, pero� no� construye,� no� crea, no� se� libera� de las� ataduras� que lo� encadenan� al� pasado;� no� es un� ente� activo,� din�mico,� creador,� pues ella�� es su�� obra.� All�� delega�� su� confianza� y� capacidad� de� decisi�n;� aqu�,� la�� asume.

 

No�� rendimos� culto� a la� espontaneidad.� Estamos� lejos� de� pensar� que las� masas�� se� liberan� de� modo� autom�tico,� por� s� solas,� al� margen� de la� vanguardia� revolucionaria.� Pero� la� vanguardia� proletaria� es� precisamente� tal� porque� dirige, organiza, conduce,� despertando� la� "iniciativa� hist�rica"� de las� masas,� alz�ndolas�� a la� lucha,� haci�ndolas� conscientes�� de su� destino� y� de su� capacidad� transformadora.

 

Porque� esto� es� as� es� que� una de las� grandes� tareas,� el� gran�� reto�� planteado�� (sobre� todo� ahora� que� se� prev�n� condiciones� que� preparan� una� situaci�n� revolucionaria,� que� la� sociedad� se� polariza� y� que la�� crisis� madura� los� factores� de la�� revoluci�n)� reside,� precisamente,� en� el�� potenciamiento�� de los� �rganos�� de la� democracia� directa,� en� su�� organizaci�n� a� escala� nacional,� en� la� integraci�n� a� esta� tarea� de las� amplias��� masas� que� se� resisten� a� mantenerse� bajo� los� par�metros� actuales� y� que� buscan� decididamente� un� nuevo� camino,�� un� nuevo� horizonte:� la� revoluci�n� democr�tica� y� nacional,� la� revoluci�n� social.

 

 

 

VIII.    DIFERENCIAS� E� INTERRELACI�N

 

 

Las�� tres� formas�� de� democracia�� directa�� no� son� iguales,�� pero�� tampoco� excluyentes.�� En� realidad�� configuran un� todo� �nico� cuyo� centro�� son� las�� asambleas�� populares.

 

Nuestro�� objetivo,� a lo� largo�� de toda� esta� etapa�� consiste�� en� conquistar�� un� Estado� democr�tico-popular� e� independiente� bajo� la� direcci�n� de la� clase� obrera,�� basado� en la� alianza� obrero-campesina� y� en la� unidad� del� pueblo.�� Tal� Estado� tendr� como� expresi�n� de� Poder�� la� Asamblea� Popular;� y� como�� forma� de� gobierno,� el� Gobierno�� Popular� Revolucionario.� Aqu�� el� Poder� pertenecerᠠ al�� pueblo.

 

Siendo�� �sta� nuestra� perspectiva�� estrat�gica,� los� pasos� t�cticos� deben� ajustarse� estrictamente� a� ella.� Es� aqu� donde las� formas� de� democracia� directa� juegan�� un� rol� fundamental� como�� factores� de� acumulaci�n�� revolucionaria� de� fuerzas� preparando� a� la� clase� obrera� y� al� pueblo� en� su� lucha� por� el�� Poder.

 

No� la� forma�� exclusiva,� pero�� s� uno�� de� sus�� componentes� fundamentales.

 

No� desde�amos� el� rol� del�� Partido� revolucionario,�� del� frente� pol�tico,� de� los� sindicatos� u� otras� organizaciones� similares.�� Tampoco�� renunciamos�� a� las� diversas�� formas de� lucha.� Todas� �stas� son�� necesarias,��� incluso� fundamentales.

 

De� aqu� la� necesidad�� de� interrelacionarlas�� bajo� una� direcci�n�� �nica� y� dentro� de� un� objetivo� �nico.� Es� en�� raz�n�� de� ello� que�� entendemos� los� frentes de� defensa� como�� partes� constitutivas� del� frente� �nico� revolucionario;� la� autodefensa� de� masas� y� las� asambleas� populares� como� embriones� y� prefiguraci�n,� a�n�� en� su� imperfecci�n� y� en� sus�� limitaciones� actuales,�� de la� Asamblea� Popular� y� del�� Poder� Popular.

 

"Los� �rganos� de la� democracia� directa� florecen�� all� donde� el� ascenso� de� masas� se� expande� y� radicaliza;� pierde� fuerza� donde�� el� movimiento� es� derrotado� o�� se� generaliza� el� reflujo".

 

Siendo� estas� distintas,�� son� al� mismo�� tiempo�� organizaciones� que� se� interrrelacionan,� que� se� complementan,� que� forman�� parte� de un� objetivo� estrat�gico com�n,�� Porque�� son� distintas,� tienen� tambi�n� sus� propias� peculiaridades� y funciones� que no� deben� ser� confundidas.

 

Depender� de� las� condiciones� concretas� establecer� por� d�nde�� se� empieza,� en�� cu�l�� de� ellos� nos� apoyamos�� para� iniciar� e� impulsar� el� trabajo,� c�mo� las�� interrelacionamos.� Las� rondas� campesinas,� por�� ejemplo,� en� ciertos� casos� asumen� funciones� pr�cticas� de� las� asambleas�� populares,� en� la� medida�� en� que� �stas� no� est�n� todav�a� organizadas� ni� los� campesinos� tienen� conciencia�� de su� necesidad� y� de su� organizaci�n.� Por� lo� dem�s� incursionan� en� tareas� de� orden� econ�mico.

 

Ocurre� otro� tanto� con� los� frentes� de� defensa,� en� forma�� especial� en� aquellas� circunstancias�� en� que�� centralizan�� los� movimientos�� huelgu�sticos� de los� pueblos� o� regiones,� asumiendo� el� control�� parcial� de� �stos.� En� este� punto,� como� los� hechos� lo �demuestran,� los� frentes� de� defensa se�� agotan,� resultan� insuficientes� para�� expresar� y� canalizar� las� nuevas� condiciones� de la� lucha� y� las� nuevas� posibilidades� engendradas� por� �sta.� S�ntoma� evidente� de� que� es�� indispensable� dar� un� salto� de� calidad,� articulando,� dando� vida,� configurando� las� asambleas� populares� como� �rganos� embrionarios de� Poder,� independientemente� de su� transitoriedad,� de sus� actuales� l�mites o� de sus�� rasgos�� democr�tico-revolucionarios.

 

All� donde� las� asambleas�� populares� alcanzan� cierto� grado� de� solidez,�� la� din�mica� misma� de la� lucha� las� colocar� ante� la� necesidad� de� promover y� potenciar� las� formas� de� autodefensa� o� los� frentes� de� defensa,� entendidos� estos� �ltimos� como� frentes�� de� masas� amplios.

 

Cuanto� m�s�� profunda� y� extensa sea� la� lucha,� la� polarizaci�n� social� y� pol�tica;� cuanto� m�s� honda� se� presente la� crisis� econ�mica;�� cuanto� m�s� intensa y� radical� sea� la� ola� ascensional� del� movimiento�� popular,� m�s�� maduras�� se� mostrar�n� las� condiciones�� para� dar�� origen� y� desarrollar� los� �rganos� de la� democracia� directa,� para� potenciarlos� y� extenderlos� depur�ndolos� de sus� aditamentos� corporativos� o� coyunturales.� Los� �rganos� de la� democracia� directa� florecen� all� donde� el� ascenso� de� masas� se� expande y� radicaliza;� pierden� fuerza� donde� el� movimiento� es� derrotado� o� se� generaliza� el� reflujo.� Esto� se� explica� porque� la� democracia �directa� supone� ir� contra� la� corriente,� imponerla� por la� v�a� de� los� hechos,� apoy�ndose� en� el�� despertar,� la� iniciativa� y� la� combatividad� de las� masas.� Nunca� a� la� inversa.� Aqu� no� sirven� ni� los� m�todos� burocr�ticos,� ni� los� voluntarismos� trasnochados.

 

 

IX.            EL� PARTIDO� Y� LOS� ORGANOS� DE LA� DEMOCRACIA DIRECTA

 

 

Nuestro� objetivo� inabdicable es� hacer� la� revoluci�n� en� el� Per�,� llevar� a� cabo� las� tareas democr�ticas y� nacionales pendientes y� marchar ininterrumpidamente� hacia� el� socialismo.� Esta� tarea� hist�rica� es� imposible� llevarla� a� cabo� sin� contar� con� un� partido� de la� clase� obrera� capaz�� de� organizarla� y� conducirla.

 

Admitir�� la� importancia� y el� rol� revolucionario de los� �rganos� de la� democracia� directa� no� excluye� el� reconocimiento de que� la� pieza� maestra� para� el�� cumplimiento� de�� este�� objetivo� radica�� en� la� existencia� y� en� la� vigencia� del� Partido� Comunista.� Ya�� hemos� dicho�� que� es� insuficiente� el� movimiento� espont�neo,� pese�� a la� riqueza� de� formas� y� radicalidad� que� pudiera� adquirir.�� Aqu�� es� donde� se� reconoce� el� papel� de la� vanguardia,� del� estado� mayor,� del�� partido� pol�tico� de la� clase�� m�s� revolucionaria� de la� sociedad:� el� proletariado.

 

Desde� luego� que� la�� condici�n� de� vanguardia� en� nada� se� parece� a� un� t�tulo� nobiliario� hereditario.� No�� se�� hereda;� se� conquista.� Se� demuestra� en� la� pr�ctica por� que� se�� es� mejor,� porque� se� ve� m�s� lejos,� porque� se� es�� efectivamente� estado� mayor� revolucionario� organizado,� disciplinado,� capaz� de� efectuar� los� mayores� sacrificios� en� aras� de sus� objetivos� hist�ricos.

 

Esta� es la� funci�n� que� deben� jugar� los� comunistas� dondequiera� que� trabajen.� Deben� hacerlo� tambi�n� al� interior� de los� �rganos� de la� democracia� directa.� Los� comunistas� no� manipulamos a� las� masas:� las�� organizamos� y� las� educamos,� las� alzamos� a la� lucha� basados� en� su�� libre� voluntariedad.� Esta� es� una�� conducta� que� observaremos� en� nuestra� actividad� en� cualesquiera� de las� tres�� formas� de� democracia� directa.

 

De� otro� modo,� es� posible� incurrir� en� errores� de� sectarismo,� de� precipitaci�n� o� de�� aventurerismo.� No� debemos� confundir� nunca� el� Partido� y las� masas,� el� Partido� y� los� �rganos� de la� democracia� directa.� Esto� es� tambi�n� v�lido� para� los� sindicatos� o� cualquier� otra� forma� de� organizaci�n� popular.� Cada� uno� se� mueve� en su� respectivo� riel.� Con� ello� no� propugnamos,� ni� mucho� menos,� el� autonomismo.� Queremos� se�alar� solamente� que� debemos� saber� trabajar� de� acuerdo� con� las�� circunstancias� sin� confundir� las cosas,� pero� tambi�n� sin� hacerle� concesiones� al� liberalismo,� al� Espontan�ismo� ni� a� las� tendencias apartidistas.

 

Dondequiera� est�n� las� masas,� se� organicen� y� luchen,� all� debe� organizarse� el� Partido,� construirse� en� s�lidas� c�lulas� comunistas,� forjar� cuadros� dirigentes� capaces� de� promover� y� encabezar� el� combate� de las� masas,� su� organizaci�n y� su� educaci�n� revolucionarias.� A� un� mayor�� desarrollo� del�� movimiento� de� masas,� debe� corresponder�� una� mayor,� s�lida� y� eficaz� presencia� organizada� del� Partido.� Simult�neamente,� a� mayor� potencia� y� presencia� partidaria debe� corresponder� una� mejor� vertebraci�n� de la� democracia� directa� o� de� cualquier� otra�� forma�� de� organizaci�n� o� lucha de masas.

 

Nada� m�s� ajeno� a� nosotros� que la�� estrechez ��sectaria� o� el� exclusivismo.� Necesitamos unirnos� a� todos� los� sectores� dispuestos� a� avanzar� y� a�� realizar� esta� tarea.� Requerimos� ampliar� nuestro� radio� de� influencia.� Debemos�� saber� trabajar� con� todos� los� que� est�n� dispuestos �a� hacerlo� pese� a�� que� pudieran,� eventualmente,� tener� con�� nosotros� cierto� tipo� de� diferencias� o� contradicciones no� antag�nicas.

 

La� organizaci�n,� consolidaci�n� y� expansi�n� nacional� de los� �rganos de la� democracia� exige� sumar�� fuerzas,�� no�� dividirlas;� trabajar� con� iniciativa; actuar� con� energ�a.� Las�� circunstancias� pol�ticas� as� lo� imponen.

 

 

 

X.� CONCENTRAR�� AQU͠� EL�� ESFUERZO�� PRINCIPAL

 

 

Los� comunistas� tenemos una� variedad enorme� de� tareas� a� cumplir.� Entre� ellas� consolidar� el� Partido� y� hacer� de� �l� un� partido� revolucionario� de� masas.� Fortalecer� el� UNIR� acelerando su� construcci�n� a� escala� nacional� y,�� al� mismo� tiempo,� potenciar� a�n� m�s� la� Izquierda.� Mejorar� nuestros� v�nculos� con� las� masas� a� trav�s� de sus sindicatos� u� organizaciones� parecidas.� En� suma,� estar� en� capacidad� de� llevar� a cabo�� los� objetivos� t�cticos y� estrat�gicos del� Partido.

 

En� este� cuadro� de� conjunto,� que� no� excluye� ninguna� forma� de� lucha� o� de� organizaci�n,� que� no� subestima� en� nada� la� importancia� que� tiene� la� lucha� electoral,� existe,� sin� embargo,� un� punto� nodal,� aparte� de la� construcci�n� del� propio Partido� y� de su� consolidaci�n� y� expansi�n:� la� defensa,� la� organizaci�n� y� el� desarrollo� de los� �rganos de la� democracia� directa� con� claro�� sentido�� estrat�gico� de sus� posibilidades.

 

No� compartimos� el� criterio� coyunturalista� que� algunos� tienen� respecto� de los �rganos� de la� democracia�� directa.� Tampoco� vemos� en� ellos un bot�n� para� mejorar� la� correlaci�n� de� fuerzas� dentro� de la� Izquierda. Nuestro� compromiso� es� serio� y� nuestra actitud responsable: a lo largo de este� per�odo,� cuyas� caracter�sticas� b�sicas� ya han sido expuestas, estamos dispuestos a concentrar�� esfuerzos� en� su� potenciaci�n, en su expansi�n a escala nacional, en su fortalecimiento como� instrumentos� necesarios� para� encarar�� con� �xito�� la� lucha�� de� clases� revolucionarias.�

 

Trabajar� con� vocaci�n� de� Poder� resulta� as� inseparable� de la� vertebraci�n� de� los� frentes� de� defensa,� de� la� autodefensa� de� masas� y� de� las� asambleas� populares,� como� partes� componentes� de la� lucha�� estrat�gica� por la� revoluci�n� nacional,�� democr�tica,� y� popular;� de� ninguna� manera� como� meros�� ap�ndices� del� accionar�� econ�mico o� reivindicativo,� o� ramificaci�n� del� movimiento� sindical.

 

Este� es� nuestro�� compromiso.� Esto�� haremos� sin�� falta.

 

 

Enero� 1984.

 

______________________________������

 

(1).�� �� Carlos� Marx,� �La� guerra� civil� en� Francia�.

(2).�� �� Lenin,� �Prefacio� a� la��� traducci�n��� rusa� de� las� cartas de� C.� Marx� a�� L.�� Kugelmann�.

(3).���� Lenin��� �El� triunfo� de�� los�� Kadetes� y��� las tareas del� partido� obrero�,� 1906.

(4).������� Lenin,� ��Se� sostendr�n� los� bolcheviques en el� Poder?�.

(5).� ��� Lenin,�� �Las��� tareas�� del�� proletariado���� en� nuestra� revoluci�n�.� Abril de� 1917.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

AP�NDICE

 

LENIN

 

�EL TRIUNFO DE LOS KADETES

Y LAS TAREAS DEL PARTIDO OBRERO�

 

( Ob. Comp.. � Tomo X. Ed. Cartago � Buenos Aires � 1969)

 

 

DIGRECION

CHARLA POPULAR CON

ESCRITORES KADETES Y

DOCTOS PROFESORES

 

 

����������� �Cu�l es, sin embargo, la verdadera causa por la que el se�or Blak se form� la opini�n monstruosamente falsa de que en la etapa del �torbellino� desaparecieron todos los principios e ideas marxistas? El examen de esta circunstancia resulta muy interesante: nos revela, una vez m�s, la verdadera naturaleza del filete�smo en pol�tica.

 

����������� �Cu�l es el rasgo principal que diferencia la etapa del �torbellino revolucionario� de la actual etapa �kadete�, desde el punto de vista de las distintas formas de actividad pol�tica, desde el punto de vista de los distintos m�todos con que el pueblo hace la historia?. Ante todo y sobre todo, que durante la etapa del �torbellino� se aplicaron algunos m�todos especiales de hacer la historia ajenos a otros per�odos de la vida pol�tica. He aqu� los m�s importantes de ellos: 1) el pueblo �tomo�la libertad pol�tica, la puso en pr�ctica sin ninguna clase de derechos ni leyes y sin restricci�n alguna (libertad de reuni�n, al menos en las universidades, libertad de prensa, de asociaci�n, de realizar congresos, etc); 2) se crearon nuevos �rganos del poder revolucionario; los soviets de diputados obreros, soldados, ferroviarios, campesinos; nuevas autoridades urbanas y rurales, etc, etc. Esos �rganos fueron creados exclusivamente por las capas revolucionarias de la poblaci�n, al margen de leyes y normas, por v�a netamente revolucionaria, como expresi�n de la inventiva del pueblo, como manifestaci�n de la iniciativa del pueblo que se ha liberado o est� en camino de liberarse de las antiguas trabas policiales. Fueron, por �ltimo, �rganos de poder, pese a su car�cter embrionario, elemental y amorfo, pese a lo impreciso de su composici�n y funcionamiento. Esos �rganos actuaron como poder, por ejemplo, cuando confiscaron imprentas (Petersburgo) o cuando detuvieron a altos funcionarios policiales que pretend�an impedir que el pueblo revolucionario pusiera en pr�ctica sus derechos (hubo casos de tal naturaleza, tambi�n en Petersburgo, donde el �rgano correspondiente del nuevo poder era el m�s d�bil y los del antiguo poder los m�s fuertes) igualmente cuando exhortaron al pueblo a no entregar dinero al antiguo gobierno; cuando confiscaron el dinero del antiguo gobierno (los comit�s de huelga ferroviarios en el sur) y lo invirtieron en las necesidades del nuevo gobierno, es decir del popular. S�, fueron sin duda embriones de un gobierno nuevo, popular o, si se quiere, revolucionario. Por su car�cter pol�tico y social esto fue, en embri�n, una dictadura de los elementos revolucionarios del pueblo. �Les resulta extra�o, se�ores Blank y Kizev�tter?. �No perciben en esto la �vigilancia reforzada� que para el burgu�s es sin�nimo de dictadura?. Ya les dijimos que no tienen ustedes la menor idea del concepto cient�fico de dictadura. Se lo explicaremos en seguida, pero antes se�alaremos el tercer �m�todo� de acci�n en per�odos de �torbellino revolucionario�: la aplicaci�n por el pueblo de la violencia contra los que ejercen la violencia sobre el pueblo.

 

����������� Los �rganos de poder que acabamos de mencionar fueron una dictadura en embri�n, pues este poder no reconoc�a ning�n otro poder, ninguna ley, ninguna norma, viniera de quien viniese. Un poder ilimitado, al margen de toda ley, que se basa en la fuerza, en el sentido m�s estricto de la palabra, es precisamente dictadura. Pero la fuerza en la que se apoyaba y tend�a a apoyarse este nuevo poder no era la de las bayonetas, en manos de un pu�ado de militares, ni la del �destacamento policial�, ni la fuerza del dinero, ni la de ninguna instituci�n antigua y establecida. Nada de eso. Los nuevos �rganos del nuevo poder no contaban con armas, ni con dinero, ni con antiguas instituciones. Su fuerza -�pueden imagin�rselo se�ores Blank y Kizev�tter?- nada ten�a en com�n con los antiguos instrumentos de fuerza, nada ten�a en com�n con la �vigilancia reforzada�, como no sea la defensa del pueblo contra la opresi�n de los �rganos policiales y otros instrumentos del viejo poder.

 

����������� �En qu� se apoyaba, entonces?. Se apoyaba en las masas populares.

 

He aqu� la diferencia fundamental entre el nuevo poder y todos los �rganos anteriores del antiguo poder. Estos eran �rganos de poder de una minor�a sobre el pueblo, sobre la masa de obreros y campesinos. Aqu�l era el poder del pueblo, de los obreros y campesinos sobre una minor�a, sobre un pu�ado de opresores policiales, sobre un grupito de nobles y funcionarios privilegiados. Tal es la diferencia entre la dictadura sobre el pueblo y la dictadura del pueblo revolucionario, �recuerden lo bien, se�ores Blank y Kizev�tter! El antiguo poder, como dictadura de la minor�a s�lo pod�a subsistir mediante artima�as de tipo policial, y manteniendo a las masas populares alejadas, apartadas de la participaci�n en el poder, de la vigilancia sobre el poder. El antiguo poder desconfiaba sistem�ticamente de las masas, tem�a la luz, se manten�a con el enga�o. El nuevo poder en cambio como dictadura de la inmensa mayor�a, s�lo pod�a mantenerse y se mantuvo y se mantuvo gracias a la confianza que depositaron en �l las grandes masas, s�lo porque atra�a con la mayor libertad, amplitud y energ�a, a las masas para que participaran en el poder. En �l no hab�a nada oculto, nada secreto, ninguna clase de reglamentos ni formalidades. �Eres un obrero, quieres luchar para liberar a Rusia del pu�ado de polic�as opresores? Entonces, eres nuestro camarada; elige a tu diputado: el�gelo inmediatamente, como te resulte m�s f�cil; nosotros lo recibiremos complacidos y satisfechos como miembro con plenos derechos en nuestro soviet de diputados obreros, en el comit� de campesinos, en el soviet de diputados soldados, etc, etc. Este es un poder abierto a todos, que act�a a la vista de las masas, accesible a las masas, surgido directamente de las masas, �rgano directo de las masas populares y ejecutor de su voluntad. Tal fue el nuevo poder popular, o m�s exactamente su embri�n, pues el triunfo del antiguo poder aplast� muy pronto los reto�os de la nueva planta.

 

Quiz� pregunten ustedes, se�ores Blank y Kizev�tter, �qu� tienen que ver aqu� la �dictadura� y la �violencia�? �Acaso las amplias masas necesitan de la violencia para enfrentar a un pu�ado de hombres; acaso decenas y centenares de millones de personas pueden ser dictadores sobre un millar o una decena de millares?

 

����������� Suelen formular esta pregunta quienes ven por primera vez aplicar el t�rmino dictadura en sentido nuevo para ellos. La gente est� acostumbrada a ver �nicamente el poder policial y la dictadura policial. Le resulta extra�o que pueda haber un poder sin polic�a, que pueda haber una dictadura no policial. �Dicen ustedes que millones de personas no necesitan emplear la violencia contra miles? Se equivocan, porque no examinan el fen�meno en su desarrollo. Olvidan que el nuevo poder no cae del cielo, sino que surge y crece a la par del antiguo poder, en oposici�n a �l, en lucha contra �l. Sin aplicar la violencia a los opresores que detentan los instrumentos y los �rganos del poder, no es posible liberar al pueblo de sus opresores.

 

����������� He aqu� un ejemplo muy sencillo, se�ores Blank y Kizev�tter, para que puedan asimilar esta sabidur�a, inaccesible a la comprensi�n cadete e �insondable� para su mentalidad. Imaginen el momento en que Avr�mov tortura y mutila a Spirid�nova. Supongamos que de parte Spirid�nova se hallan decenas y centenares de personas inermes. Del lado de Avr�mov, un pu�ado de cosacos. �Qu� hubiese hecho el pueblo si Spirid�nova hubiese sido torturada fuera del calabozo? Ejercer la violencia contra Avr�mov y sus secuaces. Habr�a sacrificado, quiz�s, algunos combatientes, segados tal vez por las balas de Avr�mov; pero, mediante la fuerza, habr�a logrado desarmar a Avr�mov y a los cosacos y, muy probablemente, liquidado all� mismo a algunas de estas bestias con forma humana y arrojado a las dem�s a alguna c�rcel para impedir que continuaran cometiendo tropel�as y para entregarlas luego a un tribunal popular.

 

����������� Pues bien, se�ores Blank y Kizev�tter: cuando Avr�mov y sus cosacos torturan a Spirid�nova, eso es la dictadura militar y policial ejercida sobre el pueblo, cuando el pueblo revolucionario (que no s�lo es capaz de dar consejos y sermones, de lamentarse, gemir y lloriquear, sino de luchar contra los opresores; no el pueblo peque�oburgu�s y limitado, sino el pueblo revolucionario) aplica la violencia contra Avr�mov y contra todos los Avr�mov, esa es la dictadura del pueblo revolucionario. Es dictadura, porque es el poder del pueblo sobre los Avr�mov un poder no restringido por ley alguna (un peque�oburgu�s se opondr�a, quiz�s a que se arrancar� por la fuerza a Spirid�nova de manos de Avr�mov, dir�a: �acaso esto es �legal�?; �acaso hay una �ley� que nos autorice matar a Avr�mov?, �acaso no han creado algunos ide�logos de la peque�a burgues�a la teor�a de no resistir al mal mediante la violencia?(*). El concepto cient�fico de dictadura no significa otra cosa que poder ilimitado, no sujeto en absoluto a ning�n g�nero de leyes ni reglas y directamente apoyado en la violencia. No otra cosa significa el concepto �dictadura�, recu�rdenlo bien, se�ores cadetes. Continuemos; en el ejemplo que hemos dado vemos precisamente la dictadura del pueblo, pues el pueblo, la masa de la poblaci�n desorganizada, reunida�por azar� en ese lugar act�a por propia iniciativa y en forma directa; por s� sola juzga y castiga, aplica el poder, crea el nuevo derecho revolucionario. Por �ltimo, esto es precisamente una dictadura del pueblo revolucionario. �Por qu� s�lo el pueblo revolucionario y no de todo el pueblo? Porque en el seno de todo el pueblo que sufre permanentemente y de la manera m�s cruel las brutalidades de los Avr�mov, existen seres acobardados f�sicamente, atemorizados; seres moralmente intimidados, por ejemplo, por� la� teor�a� de� no� resistir� al� mal.

 

Mediante la violencia o simplemente por el prejuicio, la costumbre, la rutina, seres indiferentes, aquellos que son llamados peque�os burgueses o filisteos, que prefieren apartarse de la lucha intensa, quedarse a un lado y hasta esconderse (�no sea que me toque algo en la refriega ). Es por esta raz�n que no todo el pueblo ejerce la dictadura, sino s�lo el pueblo revolucionario; �ste lejos de temer al pueblo en su conjunto, le revela en detalle las causas que mueven sus acciones de las mismas y desea que todo el pueblo participe, no s�lo en la �administraci�n� del Estado, sino tambi�n en el poder y en la propia estructuraci�n del Estado.

 

����������� As�, pues, el sencillo ejemplo que hemos analizado contiene todos los elementos del concepto cient�fico de �dictadura del pueblo revolucionario�, como tambi�n del de �dictadura policial y militar�. De este sencillo ejemplo, accesible hasta para un docto profesor cadete, podemos pasar a fen�menos m�s complejos de la vida social.

 

La revoluci�n, en la acepci�n rigurosa y directa de la palabra, es justamente un per�odo de la vida del pueblo en que el odio contra las haza�as de los Avr�mov, acumulado durante siglos, estalla y se exterioriza en acciones, no en palabras; m�s a�n en las acciones de masas multitudinarias del pueblo, no de individuos aislados. El

 

 


(*)������ �Se�or Berdi�ev! �se�ores redactores de Poli�rnaia Zviezd� o de Svoboda �Cultura! He aqu� un tema m�s para sus prolongados clamores, para sus largos art�culos contra las �blasfemas� de los revolucionarios ��Llamar peque�oburgu�s a Tolstoi!! �quelle horreur-�!, como dec�a una dama, agradable en todo sentido. (Personaje de almas muertas, de N. G�gol. Ed.).

 

 

 

pueblo se despierta y levanta para liberarse de los Avr�mov. El pueblo libera de manos de los Avr�mov a las innumerables Siprid�nova de la vida rusa, ejerce la violencia contra esos Avr�mov, toma el poder sobre los Avr�mov. Esto, por supuesto, no se produce en forma tan sencilla ni tan �de golpe� como en el ejemplo que hemos simplificado para ponerlo al alcance del profesor Kizev�tter; esta lucha del pueblo �lucha en el sentido m�s riguroso y directo contra los Avr�mov y para sacudir de los hombros del pueblo el yugo de los Avr�mov, se prolonga por meses y a�os en un �torbellino revolucionario�. Este acto del pueblo de arrojar a los Avr�mov constituye el verdadero contenido de lo que se llama la gran revoluci�n rusa. Este acto, si se lo examina desde el punto de vista de los m�todos para hacer la historia, se produce bajo las formas que acabamos de describir cuando nos referimos al torbellino revolucionario, a saber; el pueblo se apodera de la libertad pol�tica, es decir, de la libertad cuya realizaci�n imped�an los Avr�mov; el pueblo crea un nuevo poder sobre los Avr�nov, un poder sobre los s�trapas del antiguo r�gimen policial; el pueblo ejerce la violencia contra los Avr�mov para apartar, desarmar y amansar a estos perros salvajes, a todos los Avr�mov, Durnov�, Dub�sov, Minov y sus semejantes.

 

�Est�s bien que el pueblo emplee m�todos de lucha ilegales, no reglamentarios, no regulares ni sistem�ticos, tales como apoderarse de la libertad, crear un nuevo poder revolucionario no reconocido formalmente por nadie y ejercer la violencia contra los opresores del pueblo?. S� est� muy bien. Eso es la expresi�n culminante de la lucha por la libertad. Es el gran momento en que los sue�os de libertad de los mejores hombres de Rusia se convierten en una realidad, en una causa que ya no es de los h�roes solitarios, sino de las propias masas populares. Eso es tan bueno como el que en nuestro ejemplo, la multitud arrancara a Spirid�nova de manos de Avr�mov, como desarmar por la violencia y dejar inofensivo a Avr�mov.

 

Pero es aqu� donde tocamos el punto central de los pensamientos y los ocultos temores de los cadetes. El cadete es el ide�logo de la peque�a burgues�a precisamente porque traslada a la pol�tica, a la revoluci�n, el punto de vista de ese habitante com�n (el mismo que en nuestro ejemplo, mientras Avr�mov, tortura a Spirid�nova, trata de contener a la multitud aconsej�ndole no violar la ley, no apresurarse a liberar a la v�ctima de manos del verdugo) que act�a invocando el poder legal. Es claro que en nuestro ejemplo un individuo as� ser�a un verdadero monstruo desde el punto de vista moral; pero en su aplicaci�n a toda la vida social, la deformaci�n moral del peque�o burgu�s no es, repetimos, una cualidad personal, sino social, condicionada quiz� por los prejuicios fuertemente arraigados de la ciencia jur�dica filistea y burguesa.

 

�Por qu� raz�n el se�or Blank considera que ni siquiera� debe ser demostrada su afirmaci�n de que durante el per�odo del �torbellino� fueron olvidados todos los principios marxistas? Porque desfigura el marxismo, transform�ndolo en brantanismo, porque considera no marxista �principios� tales como la toma de la libertad, la creaci�n del poder revolucionario, el empleo de la violencia por el pueblo. Este criterio asoma en todo el art�culo del se�or Blank (y no �nicamente de Blank, sino de todos los cadetes, de todos los escritores del campo liberal y radical, incluidos los bernsteinianos de Bez Zaglavia (*), se�ores Prokop�vich, Kuskova y tutti quanti que hoy cantan loas a Plaj�nov por su amor a los cadetes).

 

Examinemos c�mo surgi� y por qu� deb�a surgir este criterio. Surgi� directamente de la interpretaci�n bernsteiniana o, dicho de un modo m�s amplio, oportunista, de la socialdemocracia de Europa occidental. Los errores de esa interpretaci�n, que fueron denunciados sistem�ticamente y en toda la l�nea por los �ortodoxos� en Occidente, son trasladados ahora a Rusia �bajo cuerda�, aderezados con otra salsa y por motivos diferentes, Los bernsteinianos aceptaban y aceptan el marxismo con exclusi�n de su aspecto directamente revolucionario. No consideran la lucha parlamentaria como una de las formas de lucha, particularmente �til en determinados per�odos hist�ricos, sino como la principal y casi la �nica forma de lucha que hace innecesarias la �violencia�, la �toma�, la �dictadura�. Y es esta ramplona deformaci�n peque�oburguesa del marxismo la que tratan de introducir ahora en Rusia los se�ores Blank y dem�s apologistas liberales de Plaj�nov. Se han consustanciado tanto con esa deformaci�n, que ni siquiera consideran necesario demostrar el �olvido� de los principios e ideas marxistas durante el per�odo del torbellino revolucionario.

 

�Por qu� raz�n pudo surgir ese criterio?. Porque concuerda del modo m�s profundo, con la posici�n de clase y los intereses de la peque�a burgues�a. El ide�logo de una sociedad burguesa �depurada� admite todas las formas de lucha de la socialdemocracia menos aquellas que emplea el pueblo revolucionario en �pocas de �torbellino�, y que la socialdemocracia revolucionaria aprueba y promueve. Los intereses de la burgues�a exigen la participaci�n del proletariado en la lucha contra la autocracia, pero s�lo una participaci�n tal que no se transforme en supremac�a del proletariado y del campesinado, s�lo una participaci�n que no elimine por completo los viejos �rganos autocr�ticos feudales y policiales del poder, La burgues�a quiere conservar esos �rganos, con la diferencia de que los quiere sometidos a su control directo; los necesita para emplearlos contra el proletariado; la total destrucci�n de esos �rganos facilitar� demasiado la lucha proletaria. Por esta raz�n los intereses de la burgues�a, como clase, exigen la monarqu�a y la C�mara Alta, exigen que no se permita la dictadura del pueblo revolucionario. Lucha contra la autocracia, dice la burgues�a al proletariado, pero no toques los antiguos organismos de poder; los necesito. Lucha a la manera �parlamentaria�, es decir, dentro de los l�mites que establezco de com�n acuerdo con la monarqu�a; lucha por medio de organizaciones, pero no de organizaciones tales como los comit�s generales de huelga, los soviets de diputados obreros, soldados, etc., sino por medio de aquellas que son reconocidas, restringidas y seguras para el capital seg�n una ley y que aprobar� por un acuerdo con la monarqu�a.

 

De ah� resulta claro por qu� la burgues�a se refiere al per�odo de �torbellino� con desd�n, con menosprecio, con rabia y con odio (*), en tanto� que� del� per�odo� del� constitucionalismo custodiado por� D�bsov� habla� con�� entusiasmo,� con� arrobamiento,� con� infinito� amor peque�oburgu�s... a� la� reacci�n. Se trata aqu� de� la� permanente� e� invariable� cualidad� de� los� Resulta claro tambi�n por qu� la burgues�a tiene tal miedo mortal a la repetici�n del torbellino; por qu� trata de ignorar y de ocultar los elementos de la nueva crisis revolucionaria; por qu� estimula y difunde en el pueblo las ilusiones constitucionalistas.

 

Ahora queda totalmente explicado por qu� el se�or Blank y otros como �l declaran que durante el per�odo del �torbellino� fueron olvidados todos los principios e ideas marxistas. El se�or Blank, como todos los peque�os burgueses, acepta el marxismo con exclusi�n de su aspecto revolucionario; acepta los m�todos socialdem�cratas de lucha con exclusi�n de los m�s revolucionarios y de los directamente revolucionarios.

 


(*) Comp�rese, por ejemplo, el comentario de Russkie Vi�domosti, n�m. 1 de 1906, sobre la actividad de la Uni�n Campesina; es una denuncia presentada a Dub�sov, contra la democracia revolucionaria por tendencias tipo Pugachov, por su aprobaci�n de la toma de las tierras, de la creaci�n de nuevos �rganos de poder, etc. Hasta los cadetes de izquierda de Bez Zaglavia (n�m. 10) recriminaron a Russkie Vi�domosti su actitud, compar�ndolo con justa raz�n, a causa de dicho comentario, con Moskovskie Vi�domosti. Lamentablemente, los kadetes de izquierda recriminan a Russkie Vi�domosti de un modo tal que parece que trataran de justificarse as� mismos. Bez Zaglavia defiende a la Uni�n Campesina, pero no acusa a la burgues�a contrarrevolucionaria. No se si este m�todo no muy honesto, de polemizar con Russkie Vi�domosti puede atribuirse al �terror jud�o�, o al hecho de que ese per�odo escribe el se�or Blank. Los Cadetes de izquierda son, al fin y al cabo, kadetes.

 

kadetes : tendencia a apoyarse en el pueblo y temor de su acci�n revolucionaria independiente

La actitud del se�or Blank frente al per�odo del �torbellino� es muy significativa porque ejemplifica la incomprensi�n burguesa de los movimientos proletarios, el miedo burgu�s ante una lucha intensa y decidida, el odio burgu�s hacia cualquier manifestaci�n que derriba todas las viejas instituciones de un modo brusco, el modo revolucionario �en el sentido directo de la palabra- de resolver los problemas hist�ricos-sociales. El se�or Blank se traiciono y revelo de pronto toda su mediocridad burguesa.

 

����������� Hab�a o�do y le�do que, durante la etapa del torbellino, los socialdem�cratas cometieron �errores� y se apresur� a deducir y a declarar con aplomo, de modo terminante y gratuito, que todos los �principios� del marxismo (� acerca de los cuales no tiene la menor idea!) hab�an sido olvidados. A prop�sito de esos �errores�: �acaso hubo alg�n per�odo en el desarrollo del movimiento obrero, en el desarrollo de la socialdemocracia, en el que no se hayan cometido errores, en el que no hayan existido unas u otras desviaciones de derecha o de izquierda? �Acaso la historia del per�odo parlamentario de lucha de la socialdemocracia alemana - �ese per�odo que a todos los burgueses mediocres del mundo entero les parece la cumbre de su propia superaci�n!... no abunda en tales errores? Si el se�or Blank no fuera un perfecto ignorante en cuanto a los problemas del socialismo, f�cilmente se hubiera acordado de M�lbeger, de D�hring, del asunto de la Dampfersubvention31 , de los j�venes32, del bernsteinismo y de muchas, much�simas otras cosas. Pero al se�or Blank no le interesa analizar el desarrollo real de la socialdemocracia; s�lo se ocupa de disminuir la trascendencia de la lucha proletaria para enaltecer la inestabilidad burguesa de su partido kadete.

 

En efecto, si examinamos el asunto desde el punto de vista de las desviaciones de la socialdemocracia de su camino habitual, �normal�, veremos que tambi�n en este sentido durante el per�odo del �torbellino revolucionario�, la socialdemocracia muestra en comparaci�n con el per�odo precedente, no una menor, sino una mayor cohesi�n e integridad ideol�gicas. La t�ctica de la etapa del �torbellino� no alej�, sino que acerc� a ambas alas de la socialdemocracia. En lugar de las antiguas divergencias, surgi� la unidad de criterio en lo que respecta al problema de la insurrecci�n armada. Los socialdem�cratas de ambos sectores trabajaban en los soviets de diputados obreros estos peculiares y embrionarios �rganos de poder revolucionarios, incorporaban a ellos a los soldados y a los campesinos; publicaban manifiestos revolucionarios junto con los partidos revolucionarios peque�oburgueses. Las viejas discusiones de la �poca prerrevolucionaria cedieron lugar a la solidaridad en las cuestiones pr�cticas. El ascenso de la ola revolucionaria releg� las divergencias, oblig� a aceptar la t�ctica de combate, elimin� el problema de la Duma, puso a la orden del d�a la cuesti�n de la insurrecci�n, vincul� en el terreno de la acci�n directa e inmediata a la socialdemocracia y a la democracia burguesa revolucionaria. En Si�verni Golos33 mencheviques y bolcheviques, juntos, llamaron a la huelga y a la insurrecci�n, llamaron a los obreros a no abandonar la lucha hasta haber conquistado el poder. La situaci�n revolucionaria, por s� sola, dict� las consignas pr�cticas. Las disputas se refer�an s�lo a detalles en la apreciaci�n de los acontecimientos. Nachalot (*), por ejemplo, consideraba a los soviets de diputados obreros como �rganos de autogobierno revolucionario, mientras N�vaia Zhizzn los consideraba como �rganos embrionarios del poder revolucionario, que reun�an al proletariado y a la democracia revolucionaria.

 

�nchalo se inclinaba hacia la dictadura del proletariado. N�vaia Zhizn manten�a el punto de vista de la dictadura democr�tica del proletariado y del campesinado. Pero no hallamos acaso estas y otras divergencias similares en el seno de la socialdemocracia en cualquier per�odo de desarrollo de cualquier partido socialista europeo.

 

����������� La tergiversaci�n del asunto por parte del se�or Blank, su escandalosa deformaci�n de la historia de ayer, se deben exclusivamente al hecho de que estamos ante un ejemplo de presuntuosa ramploner�a burguesa, seg�n el cual los per�odos de torbellino revolucionario son una locura (�fueron olvidados todos los principios�, �el pensamiento mismo y el sentido com�n casi desaparecieron�), mientras que los per�odos de aplastamiento de la revoluci�n y de �progreso� peque�oburgu�s (custodiado por los Dub�sov) constituyen la etapa de la actividad sensata, consciente y ordenada. Esta comparaci�n de los dos per�odos (el del �torbellino� y el kadete) constituye el leitmotiv del art�culo del se�or Blank. Cuando la historia de la humanidad avanza con la velocidad de una locomotora, lo llama �torbellino�, �torrente�, �desaparici�n� de todos los �principios e ideas�. Cuando la historia avanza a paso de carreta, su s�mbolo es la raz�n y el m�todo. Cuando las masas del pueblo, por s� mismas, con todo su virgen primitivismo, su simple y ruda decisi�n, comienzan a hacer la historia, a dar vida en forma directa e inmediata a los �principios y teor�as�, entonces el burgues se atemoriza y clama que �la raz�n es relegada a segundo plano� (�no ser� a la inversa �oh, h�roes del filisteismo!?. En la historia, �no es precisamente en tales momentos cuando aparece en primer plano la raz�n de las masas, no la raz�n de ciertos individuos? �No es en estos momentos, precisamente, cuando la raz�n de las masas se transforma en fuerza din�mica, efectiva y no de gabinete?), Cuando el movimiento directo de las masas es aplastado por los fusilamientos, las torturas, los apaleamientos, la desocupaci�n y el hambre; cuando comienzan a salir de sus escondrijos las chinches de la ciencia profesoral financiada por los Dub�sov, y pretenden resolver las cosas por el pueblo, en nombre de las masas, mientras venden y traicionan sus intereses en beneficio de un pu�ado de privilegiados, entonces los paladines del filiste�smo consideran que ha llegado la �poca del sosegado y tranquilo progreso, �les lleg� el turno al pensamiento y a la raz�n�. El burgu�s es siempre y en todas partes fiel a s� mismo: t�mese Poli�rnaia Zvezd� o Nasha Zhizn, l�ase a Struve o a Blank, en todas partes se encontrar� lo mismo, en todas partes la misma mediocridad, la misma pedanter�a profesoral, la misma apreciaci�n burocr�tica e inanimada de los per�odos revolucionarios y reformistas. Los primeros son los per�odos de locura, tolle Jahre, de desaparici�n del intelecto y la raz�n; los segundos, los de la actividad �deliberada y sistem�tica�.

 

����������� Que no se vaya a desvirtuar mis palabras. Que no digan que hablo de la preferencia de los Blank por uno u otro per�odo. No se trata en modo alguno de preferencias; la sucesi�n de los per�odos hist�ricos no depende de nuestras preferencias subjetivas. Se trata de que, en el an�lisis de las caracter�sticas de uno u otro per�odo (completamente independiente de nuestra preferencia o de nuestras simpat�as), los Blank desvergonzadamente deforman la verdad. Se trata de que precisamente los per�odos revolucionarios son m�s amplios, m�s ricos, m�s deliberados, valerosos y v�vidos al hacer la historia que los per�odos� del progreso peque�oburgu�s, kadete y reformista. �Pero los se�ores Blank pintan las cosas al rev�s!. Presentan la indigencia como un modo magnifico de hacer la historia. Consideran la inactividad de las masas aplastadas u oprimidas como el triunfo del �sistema� en la actividad de los burgueses y funcionarios. Lamentan la desaparici�n del pensamiento y de la raz�n justamente cuando, en lugar del tijereteo de proyectos de ley por parte de toda suerte de tinterillos de oficina y de penny-a-liners (escribas a tanto por l�nea) liberales, llega el per�odo de la acci�n pol�tica directa de la �plebe�, la que con toda sencillez, directa e inmediatamente, derriba los �rganos de opresi�n del pueblo, se apropia del poder, toma para s� lo que se consideraba como perteneciente a todo tipo de expoliadores del pueblo; en una palabra, justamente cuando el pensamiento y la raz�n de millones de seres agobiados se despiertan no s�lo para leer libros, sino para la acci�n, para la acci�n viva, humana, para la creaci�n hist�rica.

 

����������� V�ase con qu� solemnidad razona este palad�n kadete: �El torbellino se desat� y amain� en el mismo lugar�. Pero si todav�a est�n con vida los liberales peque�oburgueses, si a�n no se los han tragado los Dub�sov es, precisamente, gracias a este torbellino. ��En el mismo lugar� �dice usted-, la Rusia de la primavera de 1906 �en el mismo lugar� que en setiembre de 1905?.

 

����������� Durante todo el per�odo �kadete� los Dub�sov y los Durnov� han arrastrado y van a arrastrar a Rusia �deliberada, regular y sistem�ticamente� hac�a atr�s, para hacerla retroceder a setiembre de 1905, pero no tienen fuerzas suficientes para ello, porque el proletariado, el ferroviario, el campesino, el soldado sublevado, empujaron durante el torbellino a toda Rusia hacia delante con la velocidad de una locomotora.

 

����������� Si ese insensato torbellino hubiese amainado realmente, entonces la Duma kadete estar�a condenada a ocuparse de cuestiones relativas al esta�ado de los lavabos.

 

����������� Pero el se�or Blank ni siquiera sospecha que la cuesti�n de si el torbellino ha amainado o no es un problema independiente y puramente cient�fico; que darle respuesta es predeterminar una serie de cuestiones t�cticas, y que, por el contrario, no d�rsela impide comprender de modo m�s o menos sensato los problemas de la t�ctica actual. El se�or Blank no se bas� en uno u otro an�lisis de datos o consideraciones cuando dedujo que en estos momentos no hay condiciones para un movimiento en forma de torbellino (s� esa deducci�n fuese fundamentada, tendr�a realmente una importancia esencial para determinar una t�ctica; lo inadmisible es, repetimos, basar esa definici�n en una simple �preferencia� respecto de uno u otra v�a), �l, lisa y llanamente expresa su profunda (y miope) convicci�n de que no puede ser de otro modo. Hablando con propiedad, el se�or Blank considera el �torbellino� como lo consideran los se�ores Witte, Durnov�, Vulgo y de m�s funcionarios alemanes, que hace ya tiempo declararon que 1848 era un �a�o insensato�. La afirmaci�n del se�or Blank acerca del apaciguamiento del torbellino no expresa una convicci�n cient�ficamente fundada, sino la incapacidad filistea de comprensi�n, para la que cualquier torbellino y los torbellinos en general equivalen a la �desaparici�n del pensamiento y de la raz�n�.

 

����������� �La socialdemocracia ha vuelto a su punto de partida�, asegura el se�or Blank, la nueva t�ctica de los mencheviques orienta el movimiento socialdem�cratas ruso hacia el camino por el cual marcha toda la socialdemocracia internacional.

 

����������� Como puede verse, el se�or Blank define la v�a parlamentaria, no se sabe por qu�, como el �punto de partida� (aunque para Rusia �se no pod�a ser el punto de partida de la socialdemocracia). El se�or Blank estima que la v�a parlamentaria es, por as� decirlo, la v�a normal, principal y hasta la �nica completa, y exclusiva de la socialdemocracia internacional. El se�or Blank ni siquiera sospecha que en este aspecto no hace m�s que repetir �ntegramente la tergiversaci�n burguesa de la social democracia, predominante en la prensa liberal alemana y adoptada en un tiempo por los bernsteinianos. Una de las tantas formas de lucha le parece al burgu�s liberal la �nica forma. La interpretaci�n brentaniana del movimiento obrero y de la lucha de clases se manifiesta aqu� en toda su plenitud. El se�or Blank no tiene la menor sospecha de que la socialdemocracia europea adopt� y pudo adoptar la v�a parlamentaria s�lo cuando las condiciones objetivas hicieron que se descartara el problema de la realizaci�n completa de la revoluci�n burguesa; s�lo cuando el r�gimen parlamentario se transform� verdaderamente en la forma principal de la dominaci�n burguesa y en el principal de la dominaci�n burguesa y en el principal terreno de la lucha social. Sin reflexionar siquiera si existen o no en Rusia un parlamento y un r�gimen parlamentario, resuelve de manera terminante: la socialdemocracia volvi� a su punto de partida. La mentalidad burguesa tiende a concebir exclusivamente revoluciones democr�ticas inconclusas (porque es fundamental para los intereses de la burgues�a no llevar la revoluci�n hasta el fin). La mentalidad burguesa rehuye cualquier m�todo de lucha extraparlamentario, cualquier acci�n abierta de las masas, cualquier revoluci�n en el significado directo de la palabra. Por instinto, el burgu�s se apresura a declarar, proclamar y aceptar como verdadero cualquier remedo de parlamentarismo, con tal de poner fin al �v�rtigo del torbellino� (peligroso no solo para el cerebro de muchos burgueses poco inteligentes, sino tambi�n para sus bolsillos). He aqu� por qu� los se�ores kadetes no est�n en condiciones de comprender un problema cient�fico de verdadera importancia, como es discernir si el m�todo parlamentario de lucha tiene o no en Rusia una importancia esencial y si el movimiento en forma de �torbellino� se ha agotado. Y el fondo material, de clase, de esta incomprensi�n es muy claro: que se apoye a la Duma kadete con una huelga pac�fica o alguna otra acci�n, pero que ni siquiera se piense en una lucha de verdad, decisiva, aniquiladora, en una insurrecci�n contra la autocracia y la monarqu�a.

 

����������� �Ahora le llega de nuevo el turno al pensamiento y a la raz�n�, dice alborozado el se�or Blank al referirse al per�odo de las victorias de Dub�sov. �Sabe una cosa, se�or Blank? �En Rusia jam�s hubo una �poca de la cual se pudiera decir con tanto fundamento �ha llegado el turno al pensamiento y a la raz�n� como la de Alejandro III!. Se lo aseguramos. Fue justamente en esa �poca cuando el viejo populismo ruso dej� de ser s�lo una so�adora visi�n del futuro y aport� las investigaciones de la realidad econ�mica de Rusia que enriquecieron el pensamiento social ruso. Fue precisamente en esa �poca cuando el pensamiento revolucionario ruso trabaj� con m�s intensidad, y cre� las bases de la concepci�n socialdem�cratas del mundo. S�; lejos de nosotros, los revolucionarios, la idea de negar el papel revolucionario de los per�odos reaccionarios. Sabemos que las formas del movimiento social se modifican, que a los per�odos de acci�n pol�tica directa de las masas populares suceden en la historia los per�odos en que reina una calma exterior, en que callan o duermen (en apariencia) las masas oprimidas y agobiadas por el trabajo agotador y la miseria, en que se revolucionan de manera particularmente r�pida los medios de producci�n, en que el entendimiento de los m�s avanzados representantes de la raz�n humana hace el balance del pasado y elaborar nuevos sistemas y nuevos m�todos de investigaci�n. Tambi�n en Europa el per�odo posterior al aplastamiento de la revoluci�n de 1848 se distingui� por un desarrollo econ�mico sin precedentes y por una labor del intelecto que dio como fruto por ejemplo, El capital de Marx. En una palabra, �el turno del intelecto y de la raz�n� resulta a veces en per�odos de la historia humana lo mismo que un per�odo de c�rcel que da a un dirigente pol�tico oportunidad de ocuparse de estudios y trabajos cient�ficos.

 

����������� Pero la desgracia de nuestro filisteo burgu�s consiste en que �l no tiene conciencia de este car�cter carcelario o tipo Dub�sov, por as� decirlo, de su observaci�n. No advierte el problema fundamental: la revoluci�n rusa �ha sido aplastada o marcha hac�a un nuevo ascenso?, �se ha modificado la forma del movimiento social, transform�ndose de revolucionaria en otra, adaptable a las condiciones del r�gimen de Dub�sov?, �est�n o no agotadas las fuerzas para el �torbellino�? El pensamiento burgu�s no se plantea estos problemas, porque en general cree que la revoluci�n es un torbellino insensato, mientras que la reforma es el turno del pensamiento y la raz�n.

 

����������� Veamos su muy aleccionador razonamiento acerca de la organizaci�n, �El primer paso� del pensamiento y de la raz�n �nos dice- �debe ser tomar medidas preventivas para evitar que se repita lo que sucedi� en la primera etapa de la revoluci�n rusa, en su Strum-und Drang-Zeit, es decir, contra la acci�n destructora de los torrentes y huracanes revolucionarios. El �nico medio eficaz para lograrlo es la ampliaci�n y el fortalecimiento de la organizaci�n�

 

����������� Como puede verse, el kadete imagina las cosas as�: el per�odo del hurac�n destru�a las organizaciones y el esp�ritu de organizaci�n (v�ase N�voie Vremia, �oh, perd�n!, Poli�rnaia Zvezd�, con los art�culos de Struve contra la anarqu�a, los elementos desencadenados, la falta de firme autoridad en la revoluci�n, etc; etc.), mientras que el per�odo del pensamiento y de la raz�n custodiado por Dub�sov es un per�odo de creaci�n de organizaciones. La revoluci�n es el mal y es destructiva; es un hurac�n, un torbellino que causa v�rtigo. La reacci�n es el bien; es creadora; es el viento propicio y la �poca de la actividad consciente, regular, sistem�tica.

 

����������� Y de nuevo el fil�sofo del partido kadete difama a la revoluci�n y revela todo su amor por las formas y condiciones de un movimiento burgu�s y mediocre. �El hurac�n destru�a las organizaciones! �Qu� mentira tan vergonzosa! Mencione un per�odo en la historia rusa o mundial, se�ale seis meses o seis a�os durante los cuales se haya hecho tanto a favor de las organizaciones de las masas populares surgidas espont�neamente, como se hizo en las seis semanas del torbellino revolucionario ruso, cuando fueron olvidados, seg�n los calumniadores de la revoluci�n, todos los principios a ideas, cuando desaparecieron la raz�n y el pensamiento. �Qu� otra cosa fue, si no, la huelga general de toda Rusia? Seg�n ustedes, �eso no era organizaci�n? No fue registrada en los libros policiales, no es una organizaci�n permanente: ustedes lo ignoran. Vean las organizaciones pol�ticas. �Est�n enterados de que el pueblo trabajador, la masa pol�ticamente atrasada, nunca se hab�a incorporado con tan buena voluntad a las organizaciones pol�ticas, que nunca como entonces hab�an aumentado de manera tan gigantesca las filas de las agrupaciones pol�ticas ni se hab�an creado organizaciones semipol�ticas originales por el� estilo de los soviets de diputados obreros? Pero ustedes tienen un poco de temor a las organizaciones pol�ticas del proletariado. Como aut�nticos brentanianos les parecen menos peligrosas para la burgues�a (y m�s serias) las organizaciones sindicales. Tomemos, pues, las organizaciones sindicales y veremos a pesar de todas las calumnias de los filisteos respecto de que en el per�odo revolucionario se hizo caso omiso de ellas-, que en Rusia jam�s se hab�a creado tal cantidad de sindicatos obreros como en esos d�as. Las p�ginas de los peri�dicos socialistas-precisamente de los socialistas-, de N�vaia Zhizn y de �nchalo rebosaban de informaciones sobre la creaci�n de nuevos sindicatos. Sectores atrasados del proletariado como el del servicio dom�stico, que en el per�odo del progreso �regular y sistem�tico� peque�oburgu�s apenas se logra poner en movimiento en el curso de d�cadas, dieron prueba de una extraordinaria inclinaci�n y capacidad para la organizaci�n. T�mese la Uni�n Campesina. Hoy es muy frecuente encontrar a kadetes que se refieren a esa Uni�n con soberano desprecio: �pero si se trata �dicen- de una organizaci�n casi ficticia! �ni han quedado rastros de ella! S�, se�ores, yo hubiera querido ver qu� quedar�a de sus organizaciones kadetes, si hubieran tenido que luchar contra las expediciones punitivas, contra los innumerables Luzhenovski, Rim�n, Fil�nov, Avr�mov y Zhd�nov locales. La Uni�n Campesina crec�a con fabulosa rapidez en el per�odo del torbellino revolucionario. Se trataba de una organizaci�n verdaderamente popular, verdaderamente de masas, que compart�a, desde luego, una serie de prejuicios campesinos y era propensa a las ilusiones peque�oburguesas del campesinado (como lo son tambi�n nuestros socialistas revolucionarios), pero indudablemente una organizaci�n con �base�, una organizaci�n real de masas, en esencia indudablemente revolucionaria, capaz de aplicar m�todos verdaderamente revolucionarios de lucha, que no redujo sino que ampli� los alcances de la creaci�n pol�tica del campesinado, que puso en escena a los propios campesinos con su odio hacia los funcionarios y terratenientes y no a los semi-intelectuales, proclives con tanta frecuencia a elaborar todo tipo de proyectos de transacci�n entre el campesinado revolucionario y los terratenientes liberales. No, en el desd�n habitual por la Uni�n Campesina se manifiesta, m�s que nada, la estrechez filistea burguesa del kadete, incr�dulo y temeroso en cuanto a la iniciativa revolucionaria del pueblo. Durante los d�as de libertad, la Uni�n Campesina fue una de las m�s contundentes realidades, y se puede predecir con absoluta certeza que, si los Luzhenovski y los Rim�n no matan a algunas decenas de miles de j�venes campesinos de avanzada, si a�n llega a soplar una brisa as� sea ligeramente libre, esa Uni�n crecer�, no en d�as sino en horas, y ser� una organizaci�n al lado de la cual los actuales kadetes (*) parecer�n una part�cula de polvo.

 

����������� En resumen: la capacidad creadora del pueblo, en particular del proletariado, y luego del campesinado, en materia de organizaci�n, se manifiesta durante los per�odos de torbellino revolucionario millones de veces m�s fuerte, m�s rica y m�s fruct�fera, que en los per�odos del llamado progreso hist�rico tranquilo (paso de carreta). La opini�n adversa de los se�ores Blank es una deformaci�n burocr�tica y burguesa de la historia. Al buen burgu�s y al honesto funcionario s�lo le parecen �genuinas� las organizaciones debidamente registradas por la polic�a y escrupulosamente adecuadas a toda clase de �reglamentaciones provisionales�. Sin esas reglamentaciones provisionales son incapaces de concebir m�todos y sistemas. Por eso no debemos enga�arnos respecto de la significaci�n real de las palabras ampulosas del kadete, cuando habla del desprecio rom�ntico por la legalidad y del aristocr�tico desd�n por la econom�a. El verdadero sentido de esas palabras es uno solo: el miedo oportunista burgu�s a la acci�n revolucionaria independiente del pueblo.

 

 

28 de Marzo de 1906.��

 

 

 

1�. Edici�n�� :��������� Febrero de 1984

II� Edici�n�� :��������� Abril de 1986

III Edici�n� :��������� Agosto del 2002

 

 

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