LA CREACI�N HEROICA DE JOS� CARLOS MARI�TEGUI | ||
|
||
|
||
|
CAPITULO IV
Este per�odo −comprendido entre 1928-1930− se caracteriza por una serie de acontecimientos ideo-te�ricos y pol�ticos de honda repercusi�n nacional. Tal es el caso −entre otros− que por primera vez en la historia Patria (debido �nica y exclusivamente a Mari�tegui) aparezca un movimiento alentando un ideario, basado en una nueva concepci�n del mundo y de la sociedad, que pretende transformar el orden tradicional. Esta orientaci�n totalmente opuesta al sistema establecido entra�aba, por cierto, una grave amenaza para el poder material y espiritual que ejerc�a la clase dominante. Por aquella �poca, signada por tan ins�lito hecho hist�rico, se pon�a en evidencia el grado de madurez ideol�gico alcanzado por Jos� Carlos en la divulgaci�n del marxismo y en su consiguiente aplicaci�n a la realidad peruana. A tal punto lleg� su empe�o en el cumplimiento de esta tarea, que suscit� entre propios y extra�os enorme inter�s por conocer la doctrina de Carlos Marx y de sus continuadores, encabezados por Lenin, que se afirmaban en el �testimonio irrecusable de la Revoluci�n de Octubre para probar que el marxismo es el �nico medio de proseguir y superar a Marx� (592). Pero a partir de dicha posici�n, como era de suponerse, la batalla ideol�gica ocupa una nueva fase y asume una nueva dimensi�n. A este respecto, cabe recordar aqu� −dos ejemplos significativos− la cr�tica doctrinaria formulada por Jos� Carlos contra el reformismo de V�ctor Ra�l (*) y del belga Henri de Man (**), respectivamente, que negaban invocando un revisionismo seudo cient�fico la capacidad creadora de la clase obrera y buscaban las fuerzas motrices de la revoluci�n en cualquier otro sector social (intelectuales, estudiantes, etc.) que no pertenecieran al proletariado consciente de su misi�n hist�rica. Son los a�os en que merced al esfuerzo heroico de Mari�tegui, aparte de la labor previa dirigida a orientar a sus disc�pulos para que elevasen la capacidad revolucionaria de los obreros, estudiantes y campesinos, surge el Partido Socialista (sobre la base cient�fica de la lucha de clases), la Confederaci�n General de Trabajadores del Per� (de car�cter clasista), el �Grupo Rojo de Vanguardia� (integrado por estudiantes de nivel universitario) y, asimismo, se intent� organizar un frente antiolig�rquico y antiimperialista (conformado por intelectuales j�venes) en el �mbito de la Rep�blica. Se entiende a todas luces que Jos� Carlos, cuyo pensamiento marxista creador nadie pone en duda, tras el an�lisis de la realidad peruana, que efectuara inmediatamente de su retorno de Europa, hiciera un amplio uso de la doctrina −no con un sentido dogm�tico sino con notable originalidad− acerca de las revoluciones de liberaci�n nacional que constitu�an, en rigor, una de las partes m�s importantes del marxismo leninista. Es as� como cobra la interpretaci�n que realiza Mari�tegui sobre la sociedad de su tiempo, en sus rasgos hist�ricos espec�ficos, singular trascendencia en nuestro medio y a ra�z de esta coyuntura el socialismo cient�fico −que habr�a servido de m�todo de investigaci�n− pasa a ser, indiscutiblemente, el instrumento eficaz para acometer la lucha por la segunda independencia nacional y el progreso social. Nada m�s oportuno que traer a colaci�n la opini�n de Jos� Carlos sobre la problem�tica a la que nos estamos refiriendo l�neas arriba. En efecto interroga ��hasta qu� punto puede asimilarse la situaci�n de las rep�blicas latinoamericanas a la de los pa�ses semi coloniales? La condici�n econ�mica de estas rep�blicas −responde a la pregunta formulada− es, sin duda, semi colonial, y, a medida que crezca su capitalismo y, en consecuencia, la penetraci�n imperialista, tiene que acentuarse este car�cter de su econom�a. Pero las burgues�as nacionales, que ven en la cooperaci�n con el imperialismo la mejor fuente de provecho, se sienten lo bastante due�as del poder pol�tico para no preocuparse seriamente de la soberan�a nacional. Estas burgues�as, en Sud Am�rica, que no conocen todav�a, salvo Panam�, la ocupaci�n militar yanqui, no tienen ninguna predisposici�n a admitir la necesidad de luchar por la segunda independencia, como supon�a ingenuamente la propaganda aprisa. El estado, o mejor la clase dominante no echa de menos en grado m�s amplio y cierto la autonom�a nacional. La revoluci�n de la independencia est� relativamente demasiado pr�xima, sus mitos y s�mbolos demasiado vivos, en la conciencia de la burgues�a y la peque�a burgues�a. La ilusi�n de la soberan�a nacional se conserva en sus principales efectos. Pretender que en esta capa social prenda un sentimiento de nacionalismo revolucionario, parecido al que en condiciones distintas representa un factor de la lucha antiimperialista en los pa�ses semi coloniales avasallados por el imperialismo en los �ltimos decenios en Asia, ser�a un grave error. �En la divergencia fundamental entre los elementos que en el Per� aceptaron en principio al APRA −como un plan de frente �nico, nunca como partido y ni siquiera como organizaci�n en marcha efectiva− y los que fuera del Per� la definieron luego como un Kuo Min Tang latinoamericano, consiste en que los primeros permanecen fieles a la concepci�n econ�mica social revolucionaria del imperialismo, mientras que los segundos explican as� su posici�n: 'somos de izquierda (o socialistas) porque somos antiimperialistas'. El antiimperialismo resulta as� elevado a la categor�a de un programa, de una actitud pol�tica, de un movimiento que se basta a s� mismo y que conduce, espont�neamente, no sabemos en virtud de que proceso, al socialismo, a la revoluci�n social. Este concepto lleva a una desorbitada super estimaci�n del movimiento antiimperialista, a la exagera�ci�n del mito de la lucha por la 'segunda independencia', al romanticismo de que estamos viviendo ya las jornadas de una nueva emancipaci�n. De aqu� la tendencia a reemplazar las ligas antiimperialistas con un organismo pol�tico. Del APRA, concebida inicialmente como frente �nico, como alianza popular, como bloque de las clases oprimidas, se pasa al APRA, definida como el Kuo Min Tang latinoamericano. �El antiimperialismo, para nosotros −declara Mari�tegui−, no constituye ni puede constituir, por s� solo, un programa pol�tico, un movimiento de masas apto para la conquista del poder. El antiimperialismo, admitido que pudiese movilizar al lado de las masas obreras y campesinas, a la burgues�a y peque�a burgues�a nacionalista (ya hemos negado terminantemente esta posibilidad) no anula el antagonismo entre las clases, no suprime su diferencia de intereses. �Ni la burgues�a, ni la peque�a burgues�a en el poder pueden hacer una pol�tica antiimperialista. Tenemos la experiencia de M�xico, donde la peque�a burgues�a ha acabado por pactar con el imperialismo yanqui. �El asalto del poder por el antiimperialismo, como movimiento demag�gico populista, si fuese posible, no representar�a nunca una conquista del poder, por las masas proletarias, por el socialismo. La revoluci�n socialista encon�trar�a su m�s encarnizado y peligroso enemigo −peligroso por su confusionismo, por la demagogia− en la peque�a burgues�a afirmada en el poder, ganado mediante sus voces de orden ...�(593). Mas el fracaso de marchar al principio de com�n acuerdo con el APRA, en la ardua empresa antiimperialista −conforme lo expresara Mari�tegui−, no fue �bice para que �ste abandonara el plan de seguir promoviendo alianzas o pactos entre el sector socialista −dirigido por �l− y todos aquellos grupos o personas que, de una manera u otra, mantuvieran posiciones ideol�gicas afines y estuvieran dispuestas a cooperar en la gran batalla contra la opresi�n for�nea e interna. Antes bien, esta acci�n no s�lo evitar�a el sectarismo y el oportunismo sino que tambi�n responder�a al imperativo revolucionario de la realidad hist�rica de la �poca. Viene a prop�sito dejar esclarecido que para Jos� Carlos no exist�a ninguna contradicci�n entre la orientaci�n a la lucha y la pol�tica de alianzas, coaliciones y frente �nico siempre y cuando no se pretendiera suplantar la alianza (como lo intentara el APRA) por un fusi�n ingeniando para ello un frente �nico en forma de colaboraci�n de clases, suprimiendo la existencia de corrientes ideol�gicas y diferencias pol�ticas. E incluso tratando de justificar, con una manifiesta tendencia desviacionista con relaci�n a la tesis fundamental del marxismo, que la peque�a burgues�a era la llamada a ejercer la hegemon�a en la direcci�n del citado frente �nico. Actitud inaceptable para Mari�tegui y que, de hecho, precipit� la violenta ruptura con Haya de la Torre, como veremos m�s adelante. Enseguida entramos a examinar, en sus hitos m�s apreciables, las actividades revolucionarias de Jos� Carlos conectadas con la fundaci�n del Partido Socialista y la reorganizaci�n del movimiento sindical descabezado y perseguido dr�sticamente por el gobierno de Legu�a −como ya hemos dado cuenta en el cap�tulo anterior− lo pretexto de reprimir la sonada �conspiraci�n comunista� del mes de junio de 1927. Previamente recordemos que Mari�tegui, el singular introductor de la ordenaci�n clasista y del internacionalismo proletario en el Per�, hubo de enfrentarse a la vaguedad de las ideas anarcosindicalistas y de la denomi�nada reforma universitaria que respond�an, en uno y otro caso, al despertar espont�neo de las masas obreras carentes de educaci�n pol�tica y a las nacientes inquietudes sociales de los j�venes universitarios imbuidos de cierta corriente neoliberal de los primeros a�os de la d�cada del veinte. Como dijimos antes, Haya de la Torre, que negaba de plano el papel dirigente a la clase obrera en el proceso de renovaci�n del pa�s, estimulaba el indiferentismo pol�tico (reivindicaciones estudiantiles, Universidad Popular �Gonz�lez Prada�, Fiesta de la Planta, etc.) con el inconfesable prop�sito de atraerse a los �cratas que influ�an sobre la actividad gremial de aquel tiempo. Despu�s de todo, el anarquismo era de naturaleza clasista peque�o burguesa (el individualismo y subjetivismo extremos de este grupo reflejaban la protesta de la peque�a burgues�a) y por coincidencia V�ctor Ra�l, a la saz�n, empezaba a consagrarse como el m�s calificado orientador de esta capa social. Para nadie que conozca la historia del APRA resulta novedad su concepci�n �revolucionaria� peque�o burguesa desde su etapa primigenia. La acci�n pues contra esta bruma ideol�gica, que retardaba adquirir conciencia de la posibilidad y la necesidad del socialismo entre aquellos sectores en ascenso (el proletariado y la masa estudiantil), conforme nos hemos referido anteriormente, no fue demasiado f�cil. Todo los contrario, se requiri� de un prolongado per�odo de esclarecimiento y de tenaz af�n para situar a estos estamentos desorientados −de gran potencialidad combativa y pujanza− en el camino de la liberaci�n nacional aut�ntica y del desarrollo social. M�s aqu� conviene recalcar, por cierto, que el deslinde ideol�gico entre ideolog�a peque�o burguesa e ideolog�a socialista se debi� a la divulgaci�n de la ciencia y de la experiencia marxista revolucionaria recogida por Mari�tegui en Europa y aplicada acertadamente a la realidad nacional. Durante esta infatigable tarea por elevar el nivel te�rico y cultural del movimiento social, correspondi� a Jos� Carlos analizar y plantear el problema universitario en su justa interpretaci�n revolucionaria. �Los fines de la Reforma −advertir� Mari�tegui− no est�n suficientemente esclarecidos, no est�n cabalmente entendidos. Su debate y su estudio adelantan lentamente ...�(594). De semejante aseveraci�n, que dimana del examen cr�tico de la realidad educativa nacional, se deduce la pregunta �por qu� formulaba Jos� Carlos tan adversa opini�n con respecto al enfoque reformista de la problem�tica universitaria?. Sobre este punto incontrovertible, bastar� tener presente que Mari�tegui hab�a se�alado (en ocho entregas publicadas en la revista �Mundial� entre 1927 y 1928 y que de inmediato pasar�an a formar parte del cuarto cap�tulo de �7 ensayos de interpretaci�n de la realidad peruana�) que dicha Reforma no pod�a estar limitada a un simple asunto de docencia, aulas y asistencia libre para el alumnado, sino m�s bien pol�tico. Fijado el objetivo real, desde luego, ello entra�aba la lucha por cambios fundamentales en la organizaci�n socioecon�mica del Per� como el medio m�s eficaz para superar el estado de crisis en que se hallaban los centros superiores de estudios en la Rep�blica. As� pues, de acuerdo con el pensamiento de Jos� Carlos no pod�a coexistir una Universidad antiolig�rquica y antiimperialista, como fruto de la voceada Reforma, en un pa�s de econom�a dependiente, de capitalismo formal y de viejos resabios coloniales. De ah� procede su indesmayable preocupaci�n porque los j�venes estudiantes participaran, sin mayores reparos, en la lucha sociopol�tica. Pero teniendo en cuenta que tal decisi�n no supon�a hacerlo como fuerza hegem�nica y mucho menos restringiendo la contienda a s�lo el contexto universitario. Antes bien el maestro Mari�tegui exhortaba, en las pr�dicas dirigidas a sus disc�pulos, para ensanchar el vasto campo de batalla contra las fuerzas retr�gradas y para aunar energ�as con las acciones de la clase obrera la �nica llamada a encabezar, por su probada consecuencia clasista, el movimiento nacional liberador por la independencia nacional y el progreso social. Hacia los primeros d�as de 1928 Jos� Carlos −como venimos observando− prosegu�a con ardoroso empe�o por unir el socialismo cient�fico con el movimiento obrero y sus aliados (intelectuales, estudiantes y campesinos) procurando demostrar que el marxismo leninismo no estaba circunscrito a l�mites territoriales, ya que no era un fen�meno puramente ruso o sovi�tico, sino que alcanzaba dimensiones universales por ser el instrumento m�s poderoso y decisivo para dar al traste con el sistema inicuo y despiadado de explotaci�n de las clases dominantes en el mundo capitalista. Desde luego esta explicaci�n, encuadrada dentro de la idea mariateguiana de que �el socialismo en el Per� no ser�a ni copia ni calco�, en lo absoluto amenguaba la ferviente admiraci�n de Jos� Carlos hacia la Uni�n Sovi�tica y hacia su Partido Comunista como los factores que hab�an abierto la v�a directa del comunismo. Adem�s es pertinente subrayar, sin que ello contradiga lo expuesto l�neas arriba, que con la experiencia de la Revoluci�n de Octubre se iba formando al hombre comunista y como consecuencia empiezan a germinar en los distintos pa�ses del orbe las vanguardias pol�ticas del proletariado, organizadoras del pueblo, para adaptar los principios revolucionarios marxistas en consonancia con la situaci�n hist�rica, con las peculiaridades concretas de cada realidad nacional, a la luz de los cambios de tiempo y espacio (595). De esta manera hab�a empezado el joven realizador, mediante la palabra oral y escrita, a forjar la nueva generaci�n de militantes marxistas leninistas en nuestro medio. Y a partir de ese periodo, tan significativo, los universitarios de extracci�n peque�o burguesa, influidos por estos aleccionadores di�logos y lecturas catequistas, se fueron incorporando al sector clasista de la clase trabajadora que, dicho sea de paso, constitu�a el nervio fundamental de la revoluci�n peruana. Esta circunstancia, de reconocimiento y adhesi�n de parte de los estudiantes hacia la misi�n que le ten�a asignada la historia al proletariado, se�ala un cambio trascendental en el campo social del pa�s (596). Por esa etapa, a la cual nos estamos refiriendo, exist�an dos n�cleos extremadamente activos de estudiantes. Uno proveniente de los expulsados fuera del �mbito nacional por el dictador Legu�a, cuyos miembros militaban en las c�lulas apristas de frente �nico o alianza organizadas en M�xico, Centroam�rica, Buenos Aires, La Paz y Par�s (597). Y el otro, de los que permanec�an en el Per� y se les conoc�a como el grupo de Lima. Ahora convengamos que, por estrictas razones de orden documental, gran parte de los integrantes de ambos conglomerados de formaci�n universitaria −establecidos tanto en el exterior como en el territorio patrio− se hallaban ganados, directa o indirectamente, por las ense�anzas marxistas de Mari�tegui y por natural gravitaci�n, paulatinamente, −como se ha dicho− fueron identific�ndose con los intereses de la clase trabajadora. As� la mencionada fracci�n −adicta al pensamiento renovador de Jos� Carlos− lo puso en evidencia, meses m�s tarde, al quebrarse la unidad dentro del APRA (1928) y al resolver ingresar los j�venes discrepantes con esta agrupaci�n a las filas del Partido Socialista (de orientaci�n marxista leninista fundado por Mari�tegui) por una parte; y al momento de crear el beligerante �Grupo Universitario Rojo de Vanguardia�, por otra. Al fin y al cabo, tomaron el partido de su real aspiraci�n ideol�gica. Y ahora, despu�s del episodio referido, volver� a interrogarse el lector �c�mo explicar la actitud indulgente de Mari�tegui para con la actividad contrarrevolucionaria de Haya de la Torre por aquellos d�as?. Ser�a injusto, vi�ndolo bien, atribuir a Jos� Carlos negligencia sobre tan embarazoso asunto de conducta pol�tica. En todo caso, si se pretendiera juzgar este hecho, debemos situarnos en la propia realidad o sea dentro del escabroso proceso hist�rico afrontado por Mari�tegui y caracterizado por la siembra de su mensaje profundo y por la creaci�n de la conciencia marxista leninista en el Per�. Todo ello, claro est�, lo hac�a combinando h�bilmente la parte legal con la clandestina y manteniendo la unidad del sector progresista, en embri�n, para poder burlar a los celosos soplones del Estado policial de �La Patria Nueva� y para conquistar, palmo a palmo, la democratizaci�n del pa�s. Jos� Carlos, estaba lejos de llevar una existencia pl�cida, �viv�a en las entra�as del monstruo�, procurando eludir los atentados contra los m�s elementales derechos humanos que, sin precedencia en la historia peruana, se aplicaban con excesivo rigor en todo el territorio nacional en perjuicio de las personas e instituciones sobre las cuales reca�an las m�s simples sospechas de oposici�n al r�gimen imperante. Debido a la singular coyuntura descrita −a las volandas− Mari�tegui evitaba la lucha frontal contra el APRA. Tem�a en este aspecto que se apartaran −ya no V�ctor Ra�l que a la saz�n se hab�a enrolado en una campa�a anticomunista internacional− sino algunos j�venes de manifiesta sensibilidad social y a quienes consideraba �tiles para el movimiento revolucionario en v�a de cristalizarse. Sin embargo, no podemos pasar por alto que en m�s de una ocasi�n se produjeron rozamientos entre ambos personajes antag�nicos. Cabe aqu�, para comprender la justa posici�n asumida por Jos� Carlos con respecto a la trayectoria del fundador del APRA, recordar una frase que no s�lo tuvo vigencia para analizar el problema sindical de aquel tiempo, sino que tambi�n por su intenci�n viene a medida del deseo para dilucidar la supuesta condescendencia de Mari�tegui en lo que ata�e al comportamiento pol�tico e ideol�gico de V�ctor Ra�l: � �Somos todav�a pocos −hab�a expresado Jos� Carlos− para dividirnos. No hagamos cuesti�n de etiquetas ni de t�tulos". �Posteriormente he repetido estas o an�logas palabras. Y no me cansar� de reiterarlas. El movimiento clasista, entre nosotros, es a�n muy incipiente, muy limitado para que pensemos en fraccionarlo y escindirlo. Antes de que llegue la hora inevitable acaso, de una divisi�n, nos corresponde realizar mucha obra com�n, mucha labor solidaria...�(598). El enunciado precedente, tan ejemplarizador y que entra�aba una verdad en redondo, no fue de ning�n modo premonitorio ni expresado al azar. Fue dicho con hondo conocimiento de causa y en un momento que, merced a Mari�tegui, iba madurando la independencia pol�tica del proletariado y, por consiguiente, tomaba esta fuerza conciencia m�s o menos di�fana de la cardinal oposici�n entre sus intereses y los de la burgues�a. Pero sucede, en efecto, que tenemos que recurrir una vez m�s a otra de las disertaciones de Jos� Carlos sustentadas en la Universidad Popular �Gonz�lez Prada�, all� por el a�o 1923, para entender que la alianza con el APRA debido a su car�cter reformista resultar�a, a la larga o a la corta, completamente ef�mera y disgregable. Mari�tegui, al definir su posici�n ideol�gica en el indicado centro de estudios destinado al pueblo, hab�a manifestado: �... Vosotros sab�is compa�eros (*), que las fuerzas proletarias se hallan divididas en dos grandes bandos: reformistas y revolucionarios...� �Yo participo de la opini�n −prosigui� diciendo el conferenciante− de los que creen que la humanidad vive un per�odo revolucionario. Y estoy convencido −a�adi�− del pr�ximo ocaso de todas las tesis socialdemocr�ticas, de todas las tesis reformistas, de todas las tesis evolucionistas�(599). Como es obvio no result� para Jos� Carlos, de modo alguno, llegar a esas reflexiones basadas en la pr�ctica hist�rica de la lucha de clase del proletariado, sabiendo de antemano el pecado reformista y evolucionista del APRA y de su indiscutido creador. Ni tampoco el hecho de que se adelantara a su tiempo, al anunciar enf�ticamente la decadencia de esas ideas, incluyendo la corriente conciliadora que impulsaba las actividades ideopol�ticas del APRA desde entonces en el pa�s. En realidad las citadas afirmaciones, esgrimidas por Mari�tegui y materia de glosa, se complementan y, simult�neamente. contribuyen a clarificar las perspectivas hist�ricas del naciente foco revolucionario encendido por vez primera en el Per�. Como ya se ha indicado para poner en marcha tal acontecimiento, en nuestro medio hasta el momento totalmente l�mpido de actividades marxistas, hubo que encarar no sin cierta heroicidad el per�odo m�s inquietante y represivo del r�gimen autoritario de Legu�a. Y al mismo tiempo, el de buscar la alianza con otro grupo de izquierda (no marxista) para intentar proteger a todo trance el movimiento progresista surgido dentro del pa�s y con enormes expectativas de crecimiento. A�n cuando aquel sector, no fue muy consecuente como aliado, por pretender aislar el movimiento revolucionario del Per� en el plano internacional, por negar al proletariado su inalienable derecho a organizarse pol�ticamente (600) y por dividir a las fuerzas antiimperialistas hispanoamericanas. El APRA, vale se�alar en este caso a su jefe, no s�lo rehusaba adherirse ala Liga Internacional contra la Opresi�n, sino que tambi�n se hab�a entregado fren�ticamente a montar una cruzada destinada a impedir toda acci�n de dicho bloque antiyanqui en el Hemisferio americano (601). Pero si es verdad que Jos� Carlos ten�a puestos los cinco sentidos en los asuntos espec�ficos del desarrollo del socialismo peruano, de la organiza�ci�n sindical clasista, etc., a la vez, �l no descuidaba las tareas que, en com�n, compart�a con la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA). Esta agrupaci�n −hostil en los �ltimos tiempos al marxismo aut�ntico− no obstante los desaciertos pol�ticos e ideol�gicos que imprim�a el �hayismo� (*) en su conducci�n, sin embargo manten�a en el seno del Grupo de Lima (dirigido por Mari�tegui) una escasa presencia de estudiantes y obreros adictos a la pol�tica individualista de V�ctor Ra�l (**). Dicho sea al vuelo esta minor�a, en exiguo grado, se hallaba unida por lazos de camarader�a con Jos� Carlos quien adem�s, hac�a todo lo factible por colaborar con ellos, en equipo y con incuestionable indulgencia sobre puntos coincidentes y con�cretos de la lucha nacional liberadora. La participaci�n en el juego pol�tico de esta minoridad queda demostrado, por otra parte, a trav�s de los fehacientes testimonios de Avelino y Antonio Navarro (602), respectivamente, quienes ratifican (en sendas declaraciones) con cierta luminosidad: que producida la ruptura entre el �hayismo� y el Grupo de Lima, aquella fracci�n acept� −sin mayor miramiento− la inconsulta tesis del Partido Nacionalista de Liberaci�n, anunciado por Haya de la Torre, en reemplazo del APRA como organizaci�n de frente �nico (1928) y, autom�ticamente, procedi� a crear la primera c�lula de aquel engendro pol�tico en nuestra Capital. Conviene precisar que, dentro de su quehacer ideo, te�rico y pol�tico, tuvo siempre ante los ojos Jos� Carlos la totalidad del desarrollo revolucio�nario internacional, como fundamento para la experiencia del problema nacional. Esta observaci�n se halla confirmada, del principio al fin, en su obra de divulgaci�n, adoctrinamiento y an�lisis. De ah� su inter�s, llegado el caso, porque los posibles cuadros de direcci�n del Partido Socialista y de la central sindical peruana (en proyecto de creaci�n) se foguearan en contacto con otras realidades a nivel mundial, m�s adelantadas y de reconocido prestigio por su ejemplar incremento clasista. Para Mari�tegui, escrupuloso int�rprete de las ideas marxistas leninistas, el proletariado se vigorizaba y ahondaba su conciencia de clase al desarrollar sus v�nculos internacionales. No fue extra�o que Jos� Carlos, por tan convincentes razones ideol�gicas, procediera a hacer las gestiones respectivas ante la Secretar�a Sindical de la Internacional Comunista establecida, desde hac�a poco, en el cono sur del Continente americano (Buenos Aires) para que dos delegados peruanos pudieran estar presentes en el IV Congreso Internacional de esa instituci�n proletaria que, pr�ximamente, iba a realizarse en Bak� y, en igual manera, para que asistieran a la Primera Conferencia Sindical Latinoamericana que se efectuar�a a continuaci�n de la anterior en la ciudad de Mosc�, aprovechando la dilatada visita de los �vidos e inquisidores dirigentes gremiales del Nuevo Mundo a la Uni�n Sovi�tica.(603). La carta enviada por Jos� Carlos a ese organismo internacional, aparte de trasuntar el esp�ritu revolucionario de las masas trabajadoras peruanas y de examinar todos los s�ntomas de la preocupaci�n de �stas por el avance del sindicalismo clasista (604), fue tan persuasiva que al momento se puso en camino con destino a Lima, uno de los m�s calificados dirigentes del obrerismo hispanoamericano, Miguel Contreras, con la deliberada finalidad de trasmitirle al propio Mari�tegui que su petici�n hab�a sido aceptada. A rengl�n seguido, aquel visitante procedi� a justificar su presencia en nuestra Capital instado por el apremio de ultimar los detalles del viaje de los dos delegados que representar�an a la clase obrera del Per� ante el IV Congreso de la Internacional Sindical Roja que tendr�a lugar en la URSS de inmediato (605). Debemos subrayar que Jos� Carlos, hombre escudri�ador del esp�ritu revolucionario y experimentado reclutador, para evaluar a los presuntos candidatos que concurrir�an a aquel evento mundial, tuvo en consideraci�n los siguientes factores: que, indudablemente, estuvieran ligados a la acci�n gremial; que sobresalieran por su permanente entrega a las actividades clasistas; y que se distinguieran en la lucha social como agitadores, organizadores y propagandistas (606). Estas tres caracter�sticas las encarnaban, dentro de los integrantes del Grupo de Lima, Julio Portocarrero y Armando Baz�n. El primero se hab�a iniciado como trabajador textil en Vitarte y era poseedor de una larga trayectoria sindical; y el segundo, era estudiante sanmarquino, secretario de redacci�n de la revista �Amauta� y muy vinculado al movimiento obrero. Uno y otro, separadamente de su impaciente curiosidad por el internacionalismo proletario, hab�an probado su renovado af�n por el socialismo en virtud de que constitu�a la base matriz del desarrollo social. A todo esto cabe a�adir que Miguel Contreras, due�o de un impresionante historial revolucionario de resonancia hispanoamericana, se le mantuvo de inc�gnito para no entorpecer el �xito de su delicada misi�n. Durante la breve estancia de dicho personaje por Lima, transcurri� el tiempo en frecuentes e instructivos di�logos con Mari�tegui y saboreando los suculentos platos de la cocina italiana preparados por Anna en la intimidad de la casa de Washington (607). Y fue de tal magnitud el sigilo observado en torno al viajero, que ni siquiera los m�s cercanos colaboradores de Jos� Carlos lo conocieron. Se dec�a que la medida hab�a sido sugerida por la propia central de Buenos Aires para evitar conflictos con el mecanismo represivo policial del Per�. Recordemos, por si hiciera falta, que el anfitri�n ten�a intervenida su correspondencia epistolar y pesaba sobre �l la tacha de amparar toda clase de operaciones sediciosas(608). De aqu� en adelante ambos representantes peruanos empezaron a dar los pasos necesarios para emprender el largo periplo que los llevar�a, finalmente, al Primer Pa�s Socialista. Portocarrero consigui� credenciales y mensajes de saludos de la Federaci�n Obrera Local de Lima (FOL); de la Federaci�n Textil y de la Federaci�n Gr�fica del Per� dirigidos a los l�deres y trabajadores sindicales sovi�ticos (609). Y, a su vez, Baz�n obtuvo el documento (firmado por Mari�tegui) que lo acreditaba como responsable de la p�gina obrera de la revista �Amauta�. Para sufragar los gastos de esta primera delegaci�n que visitar�a la URSS se promovieron, en forma por lo dem�s discreta, erogaciones voluntarias tratando de eludir el celo policial del r�gimen. Ahora bien, con el fin de obtener el permiso de salida del Per�, requisito primordial, fue indispensable recurrir a la treta que los indicados viajeros pretend�an buscar colocaci�n estable en la Rep�blica de Panam�. Antes que los disc�pulos abandonaran el pa�s, Jos� Carlos les confi� sendos y delicados encargos para ser puestos a disposici�n de la III Internacional Comunista, de la Internacional Sindical Roja y del Partido Comunista (bolchevique) (610). Terminadas las gestiones descritas, los delegados partieron a borde del �Orbita� −en el vecino puerto del Callao− con rumbo a Francia y de paso a la Uni�n Sovi�tica. Al pisar territorio sovi�tico, tras la prolongada traves�a mar�tima, los representantes peruanos fueron recepcionados con efusivas manifestaciones de afecto y de sencilla camarader�a proletaria. De inmediato los visitantes sintieron que el principio de solidaridad, ah� en el Primer Estado Socialista que osara romper la hegemon�a del orden burgu�s en el mundo, se hab�a convertido en un arma de lucha anticapitalista y, por ende, antiimperialista. Para Portocarrero y Baz�n, pose�dos como estaban de ansiosa avidez, confirmaron no s�lo por la documentaci�n que consultaran sino tambi�n por las versiones directas de sus colegas de otros pa�ses que la Uni�n Sovi�tica desde la Revoluci�n de Octubre hab�a apoyado de diversas maneras las demandas de los pueblos coloniales, neocoloniales por conquistar su verdadera independencia nacional y, con igual intensidad, la lucha de las fuerzas democr�ticas y revolucionarias dentro del interior de las propias naciones imperialistas. Y lo que es m�s, admiraron en la misma realidad hist�rico social, la consolidaci�n del socialismo y la existencia de un pa�s donde hab�a quedado abolida la explotaci�n del hombre por el hombre. De modo tal que la presencia de la URSS, en la escena contempor�nea, no resultaba un pueblo ajeno ni extra�o para los oprimidos de todo el globo terr�queo. Ateng�monos a los hechos. Al comprobar, en la propia y objetiva realidad rusa, los delegados peruanos, los vertiginosos cambios revolucionarios efectuados en la vida social y que el indomable pueblo sovi�tico hubiese podido cumplir en tan corto plazo (apenas una d�cada) tareas transformadoras tan urgentes en la pr�ctica y en la teor�a, reiteraron su profunda convicci�n en la Gran Revoluci�n de Octubre y en los infatigables creadores de la URSS entregados con extraordinario ardor a liquidar las relaciones de car�cter capitalista y a construir la sociedad socialista del futuro no obstante las duras condiciones impuestas por el cerco levantado por los pa�ses imperialistas contra la Primera Patria de los Trabajadores (611). El segundo paso dado por Portocarrero y Baz�n, tras de establecer los contactos recomendados desde Lima, fue asistir al IV Congreso de la Internacional Sindical Roja (inaugurado en Bak� con fervor proletario el 1 de Mayo de 1928). Dem�s est� decir que para ambos representantes a este trascendental evento, result� un verdadero impacto y, por consiguiente, ah� recibieron magn�ficas lecciones para sus convicciones revolucionarias (612). Y esto no s�lo por la alta calidad ideote�rica y pol�tica de los principales oradores de ese foro, sino tambi�n por la visi�n panor�mica universal que trazaron sobre el movimiento sindical clasista de aquellos a�os enmarcados dentro de la estabilizaci�n del sistema capitalista mundial y de la beligerante ultrarreacci�n fascista. A su turno, en el debate sobre la estrategia y la t�ctica a seguir en la lucha antiimperialista, el Presidente del Presidium de dicho Congreso, Losovsky, se refiri� tangencialmente a la extra�a concepci�n �del peruviano Haya de la Torre�, quien −por esa etapa− sosten�a la tesis antimarxista de que �los enemigos de tus enemigos son mis amigos�. Basaba su curiosa especula�ci�n en el hipot�tico caso de que si el Jap�n declara la guerra a los Estados Unidos de Am�rica deb�a apoyarse a aquel pa�s oriental para debilitar la fuerza del imperialismo yanqui y, en un intento, para disminuir el grado de dependencia de los pueblos indoamericanos (613). En igual forma, como ya se ha enfocado, V�ctor Ra�l elogiaba el liberalismo burgu�s del senador William Edgar Borah, uno de los m�s caracterizados voceros del Partido Republicano de Norteam�rica, por haber confesado su divergencia con algunos procedimientos formales, que hab�an sido vulnerados por el Departamento de Estado con su agresiva pol�tica expansionista en perjuicio directo de la soberan�a hispanoamericana (614). Despu�s de todo, vi�ndolo bien, la interpretaci�n de Losovsky estaba dirigida a Haya de la Torre, aunque no exenta de cierta condescendencia, a criticar los desvar�os ideol�gicos y, por tanto, a que �ste enmendara su desorbitada y sinuosa conducta pol�tica en la orientaci�n antiimperialista del APRA (615). Concluidas las actividades del IV Congreso de la Internacional Sindical Roja, celebrado en Bak� (616) en un ambiente de fraternidad, los ex-integrantes de aquella cita de gran significaci�n hist�rica mundial retornaron a Mosc�. Baz�n, sumamente afectado por el clima de la capital sovi�tica, se vio obligado a viajar con destino a Francia para recuperar su quebrantado estado de salud, qued�ndose s�lo Portocarrero con la finalidad de poder concurrir a otra reuni�n sindical anunciada, precisamente, para esos d�as en la ciudad moscovita. El tercer paso dado por el �nico visitante obrero peruano a la URSS, Julio Portocarrero, fue el de estar presente en la Primera Conferencia Sindical Hispanoamericana convocada en Mosc�. All�, como en el anterior certamen realizado en Bak�, intervino en su condici�n de representante de las organizaciones obreras de Lima y, por tal coyuntura, hubo de hacer una evaluaci�n sobre la situaci�n gremial en el Per� y, muy especialmente, acerca de las huelgas por la jornada de las ocho horas y por el abaratamiento de las subsistencias (617). En una de las agitadas sesiones de la Primera Conferencia Sindical Hispanoamericana, de pronto con gran sorpresa para Julio Portocarrero, se produjo la corrosiva y demoledora intervenci�n de Rafael Carrillo, secretario del Partido Comunista mexicano y delegado de la clase obrera de ese pa�s, criticando al APRA por ser una espuria mezcolanza de concepciones burguesas y reformistas y, muy concretamente, se mostr� implacable con la figura de Haya de la Torre. El tono en�rgico del mencionado discurso y su contenido se llev� de encuentro ―sin propon�rselo― a los aliados de esta fuerza pol�tica. Portocarrero tuvo que hacer uso de la palabra para dilucidar la conveniente posici�n del Grupo de Lima (presidido como sabemos por Mari�tegui), y, adem�s dentro del cual militaba el propio Julio (618). Portocarrero, en esa oportunidad, al hacer frente a las palabras de Carrillo contra el APRA, aclar� que no exist�a ninguna contradicci�n entre la orientaci�n en la lucha y la pol�tica de alianzas, coaliciones o frente �nico. Estamos obligados ―recalc� el orador― en concordancia con los principios revolucionarios a introducir las ideas clasistas en las masas, en las alianzas y coaliciones. Y esto es lo que hacemos con respecto al APRA por parte del Grupo de Lima (619). Al reivindicar el representante del Per�, de conformidad con las ense�anzas impartidas por Jos� Carlos, la pol�tica de alianzas, coaliciones y frente �nico, dej� plenamente esclarecido que no hab�a nada que temer ante la posibilidad de un trabajo en conjunto y, sobre todo basado en una plataforma antiimperialista y democr�tica en com�n, incluso llegado el caso hasta con el APRA que respond�a, en cierta manera, a una organizaci�n de tipo policlasista y de tan poca consecuencia para con la doctrina marxista. As� Losovsky, que hab�a escuchado la opini�n profundamente sincera del delegado peruano en el seno de la mencionada cita internacional −en uno de los intermedios−, se acerc� a Portocarrero para congratularlo por su di�fana exposici�n y, as�mismo, para sugerirle que, una vez clausurada las actividades de aquella reuni�n sindical, se dirigiera a Europa con la misi�n especial de ubicar a V�ctor Ra�l y participarle que ten�a inter�s en dialogar con �l pero con car�cter de urgente. Julio, gratamente impactado por la distinci�n que le confer�a el prestigioso dirigente comunista sovi�tico, accedi� cumplir con la referida tarea (620). Era evidente que el l�der de los trabajadores del Primer Estado Socialista, todav�a confiaba en poder atraer a Haya de la Torre ―a quien conociera en 1924 y con el cual manten�a copiosa y frecuente correspondencia epistolar― al campo revolucionario a pesar de las conocidas veleidades pol�ticas del inconstante jefe del APRA. Poco despu�s de haber terminado aquel memorable encuentro gremial, Portocarrero sali� rumbo a Par�s para localizar a V�ctor Ra�l. Llegado que hubo a la Ciudad Luz, Julio se aloj� en el Hotel �Metropol� y, enseguida, por intermedio de Demetrio Tallo estudiante peruano residente en Francia, se puso en comunicaci�n con los miembros de la c�lula aprista que funcionaba en la capital francesa: Juan Jacinto Paiva, Jorge Seoane, Lu�s F. Bustamante, Armando Baz�n, Lu�s Heysen, Lu�s Eduardo Enriquez, E. Ravines, etc. Al enterarse del delicado encargo que tra�a entre manos Portocarrero, espont�neamente, aqu�llos se ofrecieron a colaborar en la b�squeda de Haya de la Torre, pero los resultados de esa pesquisa fueron infructuosos. V�ctor Ra�l no fu� habido y, por lo tanto, qued� en suspenso la misi�n encomendada por Losovsky. En esta labor se recurri� a indagar por todos los sitios conocidos que en el Continente y fuera de �l sol�an ser frecuentados por Haya de la Torre. Julio, entonces, aprovech� su estancia en la capital gala para entrar en contacto directo con los dirigentes de la Confederaci�n General de Trabajadores de Francia (C.G.T.) y, asimismo, con las bases para documentarse ampliamente sobre la organizaci�n y actividades de esta central de los trabajadores franceses(621). Mientras tanto Haya de la Torre ―como expres�ramos en p�ginas anteriores― hab�a vuelto a M�xico tras algunos a�os de ausencia y de sintom�ticos cambios en sus concepciones pol�ticas e ideol�gicas. Por lo pronto ya no era amigo de la URSS, ni siquiera simpatizante del movimiento comunista internacional, ni tampoco partidario de la lucha de clases. Ven�a de Europa convertido, sobre todo despu�s del Congreso de Bruselas, en un abierto contrarrevolucionario a pesar de la fraseolog�a radical que habitualmente utilizaba y de su jacobina campa�a antiimperialista. Ahora el jefe de la Alianza Popular Revolucionaria Americana, confiaba en proyectos de realizaci�n inmediata (Esquema del Plan de M�xico) con la mira de satisfacer su nueva orientaci�n ideopol�tica y fundamentalmente, de culminar su anhelo personalista. Aguardaba, a la saz�n y a tono con sus recientes designios, no s�lo modificar substancialmente la organizaci�n y objetivos del APRA para hacer de esta fuerza el primer partido �anticomunista de izquierda� en Am�rica, sino tambi�n para estimular, dentro de su seno, un vigoroso n�cleo pluralista favorable al sistema burgu�s imperante en Hispanoam�rica. La liquidaci�n del APRA, como alianza de fuerzas afines, con el objeto de transformarla en un partido pol�tico (Partido Nacionalista Libertador del Per�), trajo como consecuencia el completo debilitamiento del frente antiimperialista y de que la lucha de clases −en la otra variante del APRA (Partido Nacionalista Libertador del Per�) − fuera relevada por una lucha �nacional general�. Prestemos atenci�n a un detalle curioso. Tales variaciones de car�cter ideopolitico, promovidas por V�ctor Ra�l, ocurr�an entre los a�os 1927 y 1930, en que la burgues�a imperialista a nivel continental confrontaba nada menos que la intensificaci�n de la guerra interna de clases, el crecimiento de los partidos comunistas, el desarrollo del sindicalismo clasista y los levantamientos armados de liberaci�n nacional de Sandino (Nicaragua) y de Prestes (Brasil). Esta inusitada arremetida contra el orden capitalista tradicional, impuls� a las clases dominantes a apoyar en las m�s distintas formas a los portavoces del revisionismo y reformismo, pues estos con su acci�n reaccionaria abr�an camino a las ideas burguesas y peque�o burguesas entre la clase obrera. Haya de la Torre, como venimos observando, pretend�a actuar dentro del marco de las instituciones de la democracia burguesa. De todo ello se desprende que el l�der aprista, sin pena ni gloria, hubo de terminar aceptando el acostumbrado conformismo de los reformistas con el sistema existente. Valgan verdades que la desbordante ambici�n de V�ctor Ra�l, por aquellos d�as, lleg� hasta el punto de pretender disputarle la presidencia de la Rep�blica, a don Augusto B. Legu�a. En efecto, esta desmesurada aspiraci�n en el joven pol�tico peruano lo condujo a someterse en la alternativa de un engorroso proceso electoral urdido por el propio dictador Legu�a y, al mismo tiempo, tentar un inveterado golpe de Estado ―contra la tiran�a legui�sta― para lo cual dispuso Haya de la Torre, en esta primigenia aventura militar, de un capit�n asimilado al Ej�rcito del Per� y de una bien montada m�quina de propaganda. Un poco m�s tarde, Mari�tegui al recordar y criticar tan desdichados episodios protagonizados por V�ctor Ra�l, escribi� resaltando el alcance de las ocultas intenciones de �ste: �... Y esta actitud, este personalismo caudillista que apela desesperada- mente a la peque�a burgues�a, es lo que est� m�s pr�ximo al legui�smo. En apariencia es lo que m�s belicosamente lo ataca, s�lo porque siente que lo suplanta. Es la rebeli�n del joven contra el patriarcado que dura demasiado ...� (622). Lo primero que salta a la vista es el Esquema del llamado Plan de M�xico, dise�ado por V�ctor Ra�l a poco de su arribo al pa�s azteca y con el inconfesable prop�sito de substituir el ideal socialista de la clase trabajadora, por un conjunto de reformas peque�o burguesas y liberal burguesas que impidieran, adem�s, la constante socavaci�n de las bases de la sociedad capitalista. El documento en referencia, que deb�a ser puesto en pr�xima ejecuci�n se deb�a resumir en los siguientes aspectos: fusionar la alianza (representada por el APRA) en un partido pol�tico que adoptar�a el nombre de Nacionalista Libertador del Per� (con una organizaci�n de nuevo tipo en la cual se combinar�a la posibilidad electoral y el mot�n de reiterado uso en el �mbito hispanoamericano); lanzar la candidatura de Haya de la Torre a la presidencia de la Rep�blica para el per�odo 1929-1934, haciendo figurar supuestos comit� es en las lejanas poblaciones de Abancay y Juliaca del interior del Per� con el fin de activar el proceso electoral, convocado por el gobierno de Legu�a; e incitar, a la vez, a una rebeli�n aprista armada y dirigida contra el r�gimen antes indicado en la zona norte del pa�s (623). Por los datos aportados, el lector comprender� que no tiene nada de extra�o que Haya de la Torre organizara para alcanzar sus codiciosas expectativas el Partido Nacionalista Libertador del Per� en reemplazo del APRA y orientado con una disciplina �pol�tico-militar�. Los preparativos desplegados por V�ctor Ra�l, en aquella coyuntura hist�rica, obedec�an al obsesionante intento de capturar el poder por la raz�n o por la fuerza. Tampoco, como es de suponer, llama la atenci�n que pusiera al frente de la primera rebeli�n aprista-militar a un personaje que hab�a hecho fortuna en M�xico y que, adem�s, estuviera relacionado con el alto mando del Ej�rcito peruano por motivos profesionales. Y a todo esto �qui�n era el capit�n asimilado Felipe Iparraguirre y qu� pretend�a tomando parte en aquella ins�lita insurrecci�n? La respuesta m�s apropiada la encontramos sin mayor resistencia en la lectura de los apuntes trazados sobre aquel incidente por Esteban Pavletich, quien a la saz�n militaba en el APRA y gozaba de la confianza de V�ctor Ra�l en M�xico. He aqu� algunas l�neas que entresacamos del testimonio de Pavletich: �No obstante que Haya de la Torre ―escribe Esteban― hab�a anunciado un nuevo concepto de la realidad hispanoamericana, prosegu�a como el diablo predicador recurriendo a toda clase de maquinaciones con la inconfesable decisi�n de lograr frecuente publicidad en torno a sus ideas personalistas�. Viene al caso se�alar, que Pavletich fue testigo excepcional de las no muy justas normas usadas por V�ctor Ra�l con la intencionada finalidad de ganar la opini�n p�blica de Am�rica y, en especial, la ayuda del gobierno de M�xico para la causa �nacionalista libertadora� (aprista). �El propio Haya de la Torre ―refiere Pavletich― hac�a circular en M�xico cables fraguados sobre el estado de su candidatura a la presidencia de la Rep�blica y acerca del respaldo popular que recib�a �sta. Por otro lado, con an�loga f�rmula, difund�a tambi�n proclamas y manifiestos destinados a despertar la simpat�a y la solidaridad hacia su desconcertada campa�a pol�tica. �Pero a la vez que aparec�a V�ctor Ra�l ―contin�a el autor de esta versi�n― respetando los requisitos legales de la democracia burguesa al pretender intervenir en las elecciones de su pa�s, correspondientes al a�o 1929, sin embargo a la sombra de esta formal actitud legalista preparaba febrilmente un levantamiento civil-militar en el Per�. Incluso, dentro de estas condiciones totalmente inciertas prevalecientes, perseveraba para conseguir el amparo del gobierno mexicano. �En el transcurso de tales diligencias ―explica Pavletich― Haya de la Torre a pesar de los esfuerzos que hac�a, no pudo encubrir la enorme ansiedad por sacar adelante la acci�n sediciosa o �guerra de papel� desatada desde M�xico donde funcionaba el Comit� Ejecutivo de su reformado partido pol�tico. Al mismo tiempo que cumpl�a con estos embarazosos tr�mites, que caracterizaban los recientes cambios dentro del APRA, se pon�a de manifiesto la negaci�n de los principios b�sicos del otrora frente antifeudal y antiimperialista. �De esta manera V�ctor Ra�l ―a�ade Esteban―, se vio forzado a escoger al hombre ad hoc a fin de que pudiera encabezar ―sin mayores recelos para la oposici�n al r�gimen de Legu�a y, muy particularmente, para los institutos armados― la voceada revuelta concebida en un arrebato de vehemencia y de bohemia revolucionaria. Entonces, entre los residentes peruanos en M�xico, surgi� la figura del capit�n Felipe Iparraguirre (retirado de la actividad militar), paisano de Haya de la Torre, gran conocedor del Valle de Chicama y, asimismo, bastante vinculado a los jefes y oficiales del Ej�rcito peruano por haber sido maestro de esgrima de casi todos ellos. �Con esta valedera carta de presentaci�n que significaba la presencia de Iparraguirre en la asonada ―seg�n la opini�n de Haya de la Torre―, �ste ―nos relata Pavletich― cifraba la esperanza de obtener la adhesi�n de numerosos miembros del comando militar as� como de distinguidas personalidades civiles. Adem�s, partiendo de esta �ptica daba por descontado el triunfo de la causa �nacionalista libertadora� (aprista). Y a�n cre�a probable nuestro aprendiz a conspirador que, tras la victoria contra la tiran�a en el Per�, Iparraguirre convocar�a de inmediato a elecciones generales que de hecho favorecer�a su candidatura a la presidencia de la Rep�blica. �El Jefe Supremo de la insurrecci�n, ungido como tal por Haya de la Torre ―prosigue Pavletich―, dispon�a de fortuna personal pues hab�a contra�do enlace con una dama pr�digamente dotada de tierras y otros bienes que hac�an de �l una persona invulnerable a cualquier reforma social. Algo m�s, se hallaba orgulloso de mantener relaciones con el sector olig�rquico agrario mexicano �despojado� de sus antiguas propiedades. A lo dicho se puede agregar, que Iparraguirre estaba en busca de gloria y honores para compensar, en cierta forma, la baja graduaci�n obtenida en las fuerzas armadas del Per�. Indudablemente, que deber�a sentirse muy desminuido por tener que vivir en un pa�s de 'generales' como sol�a conocerse a M�xico durante esos agitados a�os. �Con todos estos atributos Iparraguirre ―advierte Pavletich― se traslad� a territorio peruano, desembarcando en la zona norte del pa�s para tomar contacto con el hipot�tico n�cleo aprista y los miembros de la guarnici�n militar acantonada en esa circunscripci�n. Pero, en realidad, no s�lo pudo comprobar que no exist�a ni siquiera la posibilidad de crear un frente de oposici�n civil, organizado y fuerte, contra el r�gimen, debido a la ausencia total de la expansi�n ideol�gica del APRA en uno u otros grupos y capas sociales de esa regi�n. Estando entregado a estos decepcionantes trajines el �famoso� capit�n Iparraguirre, cuando de pronto y sorpresivamente, se vio descubierto por los agentes del gobierno y, de inmediato, se procedi� a llevarlo a una modesta Comisar�a local para esclarecer sus actividades sediciosas (624). Por otra parte hay la versi�n, igualmente, de uno de los bi�grafos de V�ctor Ra�l, de que Iparraguirre �no s�lo fue detenido sino sometido a torturas por haber sido acusado de bolchevique y de recibir 'oro de Mosc�'(625). As� concluyeron las intrascendentes andanzas del Jefe del mot�n y la tentativa de Haya de la Torre por derrocar a Legu�a. Parecido percance corri� V�ctor Ra�l, a su vez, en el recorrido que hiciera por Am�rica Central. Al estar, precisamente, aguardando noticias procedentes del Per� durante su visita a uno de esos pa�ses, sin que mediara motivo alguno en cuanto a sus inquietudes pol�ticas que, a la saz�n, eran lo suficientemente moderadas en el campo internacional, fue aprehendido y deportado a Alemania. Lo inesperado de estos incidentes, es que Jos� Carlos carec�a de comunicaci�n directa sobre el origen y desarrollo de los mismos. S�lo ten�a acceso a ellos extraoficialmente, pese a que deb�a ser informado por el hecho de encabezar el poderoso Grupo de Lima. Despu�s de un extenso per�odo de sordas y frecuentes controversias ideopol�ticas sostenidas entre Haya de la Torre y Mari�tegui (626); (1923- 1928) como se ha aludido antes- surge definitivamente la �spera pol�mica de fondo y, por consiguiente, la violenta ruptura entre uno y otro personaje que, hasta la v�spera de ese rompimiento, hab�an sido aunque con serias dificultades aliados pol�ticos (627). La disputa definiendo posiciones entre los referidos ide�logos, tambi�n conocida con el nombre de �alianza o partido?, que se inicia los primeros meses de 1928, ha de prolongarse epistolarmente por m�s de un a�o (628) y, por �ltimo, se convertir� en un verdadero deslinde clasista. Tal vino a ocurrir con el debate suscitado a ra�z de la arbitraria determinaci�n asumida por V�ctor Ra�l en M�xico que pretend�a suplantar la alianza que representaba el APRA con la fusi�n de las fuerzas que integraban en un controvertido partido, ingeniando un cierto frente dentro de �l en forma de colaboraci�n de clases y grupos sin posiciones firmes, una coalici�n en las que se disolver�an todas las corrientes y, fundamentalmente, se difuminar�a el car�cter ideol�gico v las diferencias pol�ticas de los adherentes del APRA transformada en partido. Dentro de esta trayectoria planteada por el origen y desarrollo de la discusi�n sobre el futuro del frente antiimperialista, los integrantes del APRA ―a nivel hispanoamericano y fuera de �l― se dividieron en dos sectores definidos: �los aliancistas� y �los partidaristas�. Y conforme fue adquiriendo volumen el conflicto doctrinario, se generaliz� el debate entre todos los grupos existentes. Es de advertir que en el curso de las discusiones habidas entre Haya de la Torre y Mari�tegui entorno atan complejos y esenciales temas ideopol�ticos, se puso de manifiesto, pero en forma n�tida y precisa la existencia de dos concepciones ―diametralmente opuestas― sobre la naturaleza de la sociedad peruana y acerca de la revoluci�n que corresponder�a a su real proceso hist�rico social. Haya de la Torre, de acuerdo con el frente de clases organizado en Partido (acab� por inspirarse en los modelos de la revoluci�n mexicana y del Kuomingtang chino), abogaba por la revoluci�n democr�tica burguesa de tipo capitalista (629) y Jos� Carlos, de conformidad con el desarrollo del movimiento de liberaci�n nacional (basado en la experiencia de la Revoluci�n de Octubre y la de los pa�ses coloniales y dependientes del Continente asi�tico) afirmaba que la revoluci�n en el Per� ser�a socialista (630) y tendr�a la participaci�n hegem�nica de la clase trabajadora (631). No tiene por ello nada de extra�o que Mari�tegui frente a la sui g�neris tesis de V�ctor Ra�l, por sus alcances revisionistas, expusiera la necesidad inmediata de preservar a las masas obreras de la ideolog�a nacionalista burguesa, incentivada por el APRA, procediendo a iluminar el pensamiento de aquella fuerza social con la luz de los principios del marxismo aut�ntico y de atraerla en forma mayoritaria hacia el socialismo que, al fin y al cabo, estaba por crearse en nuestro medio de un momento a otro (632). Insistiendo en la mencionada controversia, en la cual Jos� Carlos hace un balance o confrontaci�n entre la l�nea de acci�n revolucionaria y el reformismo peque�o burgu�s, hubo de hacer intervenir y consultar la opini�n de las diversas c�lulas apristas. Y esta preocupaci�n constante e inmediata de Mari�tegui, por auscultar los n�cleos allegados a �la alianza�, dio sus frutos, en favor del socialismo, ya que los miembros de esas agrupaciones, en su gran mayor�a, se solidarizaron con los puntos de vista marxistas y con los m�todos y objetivos que manifestara Mari�tegui en el calor del altercado con el contradictorio V�ctor Ra�l. Dejemos, ante todo, que hable Jos� Carlos sobre los logros alcanzados durante este espinoso problema: �... No creo, por lo dem�s ―sostiene Mari�tegui―, que sea el caso de hablar de una divisi�n. Todos los elementos responsables y autorizados de nuestra tendencia ideol�gica est�n con nosotros, en el trabajo de dar vida a una agrupaci�n definida, realista, de masas. El grupo que preside Ravines en Par�s ha disuelto la c�lula del APRA; el de La Paz se ha pronunciado en el mismo sentido; el de Buenos Aires nos ha hecho saber que seguir� disciplinadamente la l�nea que trace la mayor�a; el de M�xico ha entrado en un camino de franca rectificaci�n de sus errores. Fuera de este movimiento, no quedan casi sino elementos sin adhesi�n efectiva al socialismo, agitadores y guerrilleros dispersos de un nuevo caudillaje ...�(633). Es del caso recalcar que la proposici�n de Haya de la Torre fue desbaratada por Jos� Carlos en el campo ideol�gico y de la organizaci�n. Y no le qued� otro recurso a V�ctor Ra�l, en ese trance, que guardar silencio por algunos a�os (1929-1931) en su c�modo y significativo refugio de la ciudad de Berl�n durante la etapa prehitleriana. Igualmente, debemos subrayar que en aquel ambiente de agravada confrontaci�n doctrinaria el socialismo y el capitalismo, la defensa de los principios marxistas y la lucha por el estricto car�cter clasista de las posiciones ideol�gicas confirman de una vez por todas la orientaci�n cabal de orden socialista que informa la capacidad te�rica, ideol�gica y pol�tica de Mari�tegui. En el intervalo de aquella agitada y esclarecedora pol�mica, a mediados del mes de agosto de 1928, arrib� Julio Portocarrero al puerto del Callao, tras m�s de siete largos meses de ausencia de la Patria, procedente del Primer Pa�s Sovi�tico y de la convulsionada Rep�blica de Francia. Tra�a consigo el viajante, una invalorable documentaci�n y, lo que es m�s, la experiencia directa de los logros de la transformaci�n socialista de la Uni�n Sovi�tica. As�mismo, hab�a cumplido con visitar por encargo especial de Jos� Carlos y del Grupo de Lima (634) ―al cual incluso pertenec�a Julio―, los organismos internacionales que funcionaban en Rusia y, tambi�n, las instituciones pol�ticas y sociales m�s significativas de la URSS. En iguales circunstancias, durante su estada en la capital francesa, invocando la solidaridad internacional proletaria, estableci� contactos con los m�s sobresalientes directivos de la poderosa Confederaci�n General de Trabajadores de ese pa�s y de los Partidos socialista y comunista, respectivamente. Ah� procedi� a estudiar la organizaci�n de aquella pujante central y las bases de la misma, ubicadas en las diversas empresas de producci�n (635). Mari�tegui ―como dij�ramos anteriormente― se vali� del viaje de Baz�n y Portocarrero, delegados fraternales de los sindicatos lime�os ante el IV Congreso de la Internacional Sindical Roja, en Rusia, para elevar en consulta al Secretariado de la III Internacional las siguientes sugestiones aprobadas por el Grupo de Lima (636) sobre las tareas que ten�an que afrontar: para crear el Partido de la clase obrera y la nueva central sindical clasista; para hacer posible la fusi�n entre el APRA (como �alianza�) y las Ligas Antiimperialistas hispanoamericanas; as� como desplegar un mayor esfuerzo con el prop�sito de lograr un acercamiento de la clase trabajadora peruana con la de los pa�ses del continente y de otras partes del mundo (637). Finalmente, se inclu�a algunas recomendaciones para los activistas peruanos que fueron recibidas con inusitado entusiasmo y optimismo (638). Una vez ratificadas las iniciativas del Grupo de Lima por el Secretariado de la III Internacional ―como correspond�a hacerlo por aquellos a�os de la existencia de ese organismo coordinador de la revoluci�n― los indicados representantes peruanos fueron nuevamente portadores de variada documentaci�n para conocimiento de los interesados y para que procedieran (los remitentes de Lima) a la realizaci�n de los planes examinados a nivel internacional (639). Se debe subrayar que durante el mes de setiembre de 1928 le estar�a reservado a Mari�tegui vivir una impresionante sucesi�n de acontecimientos trascendentales. As� en medio de estos afanes y tensiones pol�ticas, nace en lima (calle Washington izquierda) el quinto y �ltimo v�stago de Jos� Carlos y Anna Chiappe (640). La nueva criatura, proveniente de esta ejemplar pareja, recibe los significativos apelativos de Javier Hugo (tambi�n el de) Amado por haber venido al mundo �feliz coincidencia! el D�a de San Amado (13 de setiembre de 1928) o sea la misma fecha natalicia del poeta Amado Nervo. Es pertinente recordar aqu�, que el mencionado personaje fue el vate de la predilecci�n de aquel dichoso padre durante el per�odo de sus a�os mozos. Ahora bien, de la lectura de este trabajo que antecede a lo anecd�tico como hemos fijado nuestra atenci�n, despr�ndese notoriamente las siguientes preguntas: �Cu�les fueron las razones por las que se aplaz�, una y otra vez, la creaci�n del Partido Socialista en el Per�? �Por qu� causa se prefiri� denominar Partido Socialista en lugar de Partido Comunista? �Fue verdaderamente el Partido Comunista, fundado por Jos� Carlos, el qu� actu� por motivos t�cticos con el nombre de Partido Socialista? Antes de contestar estas interrogaciones, de suyo bastante sugestivas, debemos tener presente dos pensamientos de Mari�tegui que cobran extraordinaria vigencia a trav�s del tiempo y que a continuaci�n consignamos. Primero, la penetrante cr�tica que formulara Jos� Carlos en la �Introducci�n� a 'El movimiento obrero de 1919' de Ricardo Mart�nez de la Torre, al indicar que el autor de dicho op�sculo: �juzga los hechos a la distancia, sin relacionarlos suficientemente con el ambiente hist�rico dentro del cual se producen...�(641). Lo curioso del asunto es que este mismo defecto que Mari�tegui detecta en Mart�nez de la Torre, m�s tarde lo practicaron tambi�n los criticones de Jos� Carlos al examinar la obra marxista de �ste durante los aciagos a�os del r�gimen legui�sta. Creemos, firmemente, que sus estudiosos de buena o mala f� no se han remitido debidamente a aquel per�odo por el cual discurre la inquieta vida de nuestro personaje. Resulta imperativo para una mayor comprensi�n de aquellos tensos d�as marcados por la dictadura de Legu�a, agregar a esas circunstancias ambientales la segunda reflexi�n de Mari�tegui, que dice a la letra: �No hagamos cuesti�n de etiquetas ni t�tulos� (642). (Los subrayados nos pertenecen en ambos casos, G.R.). Si es verdad que las citas precedentes las pronunci� Jos� Carlos para replicar problemas aparentemente diversos, sin embargo en el fondo resultan �ntimamente ligadas entre s� y, lo que es m�s asombroso, constituyen la respuesta oportuna del propio Mari�tegui a sus gratuitos impugnadores. Estos, en sus vehementes deseos de opacar la imagen de �l, desconocen el contexto hist�rico que le toc� vivir y, por tanto, no tuvieron en cuenta los m�todos de represi�n e intimidaci�n que prevalec�an durante la �poca de Legu�a, lo cual frenaba toda tentativa encaminada a fundar la vanguardia pol�tica en el Per� con la etiqueta o t�tulo que correspond�a realmente a esa determinada fase hist�rica. Volvamos a las preguntas de acuerdo al concierto con que fueron establecidas. En la primera de ellas bastar� recordar el l�cido testimonio de Enrique Cornejo K�ster, amigo personal y compa�ero en las primigenias actividades pol�ticas de Haya de la Torre, cuyo texto incluimos en uno de los cap�tulos de este libro. Ah� informa el referido autor acerca del frustrado intento de Mari�tegui para fundar el Partido Comunista en nuestro medio (*). Pues merced, preferentemente, a las autoridades del gobierno de �La Patria Nueva�, no fu� posible culminar tal empresa revolucionaria en el pa�s. Eran los conturbados a�os de 1924 y 1925 en que, por un lado, hizo crisis la cr�nica dolencia padecida por Jos� Carlos y, por otro, sobrevino la agudizaci�n de la campa�a represiva del r�gimen legui�sta que dispuso la deportaci�n de siete estudiantes, del secretario general de la Federaci�n Obrera Local de Lima y de dos l�deres ind�genas (643). La guerra contra el comunismo emprendida por la dictadura implicaba, de conformidad con la documentaci�n de aquellos d�as y que tenemos a la vista, una lucha sin cuartel frente a toda tentativa por alterar el orden social inveterado. La segunda respuesta, como puede colegirse de su propio planteamiento, resulta obvia. Y la tercera, incuestionablemente, el Partido Socialista (igual que otras fuerzas similares del orbe en su faceta original) incurri� en patentes errores org�nicos. Jos� Carlos en este caso, no fue ajeno a ellos. El, como estaba influido por la obra marxista revolucionaria desarrollada por Gramsci en Italia (644), juzg� �til que el Partido Socialista peruano (semejante a lo que hab�a procurado con cong�nere italiano), pudiera disponer de una fracci�n comunista que lo orientara y, a la par, le permitiera, en aras de su anhelo proselitista, una apertura hacia la actividad partidaria un poco m�s abierta (645). Pero tal medida, adoptada previa al acto de fundaci�n del Partido Socialista y como fruto de la impericia, no persisti� por mucho tiempo. La causa de ello, la hallamos en la misma actitud fraccional alentada desde la direcci�n del Partido que, a su vez, provoc� la r�plica. De s�bito un cierto cuarteto de j�venes pertenecientes al Comit� Central (646), ganados por la mentalidad socialdem�crata y que ostensiblemente pretend�an separar el marxismo del leninismo, empezaron por formar un grupo opositor al de Jos� Carlos. Es justo reconocer que esta amenaza de dividir al Partido, en una est�ril contienda fraccional, le hizo enmendar rumbos a Mari�tegui. De tal modo que el precitado Partido, que hab�a surgido ya con una clara concepci�n marxista leninista en todas las cuestiones fundamentales (647), fue superando sus desaciertos mediante la acci�n directa de la lucha de clases y la doctrina que lo guiaba. Vale decir, a�n carec�a de la pr�ctica comunista debido a su natural estado embrionario. Pronto, seg�n puede observarse, el Partido alcanz� ―con la orientaci�n de Jos� Carlos― una organizaci�n monol�tica y, por consiguiente, el temple bolchevique que caracterizaba a los Partidos Comunistas de tendencia marxista leninista. Y bien, de esta manera el Partido dentro de un per�odo corto pudo adherirse a la III Internacional y ser favorecido con las publicaciones te�ricas e ideopol�ticas y, muy especialmente, con los debates y acuerdos que se desarrollaban en el seno de ese �rgano central. As�, pues, naci� el Partido Comunista, la primera organizaci�n aut�noma e independiente del proletariado peruano, con el nombre inaugural de Partido Socialista, forzado, claro est�, por las circunstancias precedentemente descritas. Hace falta decir algo m�s de lo ya apuntado para culminar con la arriesgada proeza de establecer el primer partido proletario con un programa de clase, de cu�o completamente nuevo, regido por los principios del marxismo leninismo y orientado con denuedo para atraer la confianza de las masas trabajadoras y populares. Es conveniente precisar aqu�, de una vez por todas, que nada resulta m�s eficaz para entender la �mproba labor de Jos� Carlos, que nombrar dos de sus an�lisis b�sicos nutridos por su propia teor�a y acci�n marxista revolucionaria, destinados a la lucha por el avance y el predominio de la ideolog�a de la clase obrera, que fueron proclamados con luminosidad y desenvoltura en el libro: �Siete ensayos de interpretaci�n de la realidad peruana� (648) y en el trabajo que perge�aba sobre la evoluci�n pol�tica e ideol�gica en el Per� (649). Lamentablemente este ensayo, aparte e in�dito (650), al ser remitido a la Editorial �Historia Nueva�, dirigida por C�sar Falc�n desapareci� en Espa�a (651), lugar donde justamente funcionaba esa casa editora. Lo singular de este asunto es que una y otra composici�n engloba nada menos, que los puntos de vista del autor sobre la cr�tica del desenvolvimiento pol�tico y social del pa�s y acerca de la Revoluci�n Socialista en el �mbito nacional. De ah�, pues, que no estuviera equivocado el mencionado art�fice al revelar con rotunda decisi�n (en �Advertencia. Siete ensayos...�) lo siguiente: �...Tengo una declarada y en�rgica ambici�n: la de concurrir a la creaci�n del socialismo peruano�. Los dos estudios a que hacemos referencia fueron formulados por Mari�tegui para satisfacer primordialmente, como es de dominio del equipo de sus colaboradores, el objetivo de servir de base para fijar la estrategia y la t�ctica de la revoluci�n socialista en el Per�. Seguidamente expondremos, en forma breve, los reparos que observara Jos� Carlos sobre los alcances de las precitadas estrategia y t�ctica. Por un lado, tuvo en cuenta la internacionalizaci�n ulterior del movimiento revolucionario, la indivisibilidad de este proceso en el plano mundial, el car�cter universal de las leyes de la revoluci�n y, por otro, el desarrollo acelerado de las condiciones hist�ricas concretas de la lucha de clases. No olvidemos que Mari�tegui, a guisa de completar cuanto venimos diciendo, era un penetrante y sagaz comentarista de la situaci�n internacional y adem�s autor de un consultado libro sobre esta vasta materia (�La escena contempor�nea�. 1925). En efecto es pertinente memorar que Lenin, en todo instante, mantuvo una relaci�n directa entre el aspecto nacional y el aspecto internacional como una de las fuerzas impulsoras, si se quiere, del auge de la revoluci�n social a nivel del globo terr�queo. Jos� Carlos no omiti� la aplicaci�n de tales principios ―como buen disc�pulo del m�s grande ide�logo revolucionario sovi�tico― desde los albores de la acci�n marxista en el pa�s. Retomando el examen de la realidad hist�rica desde las posiciones de la clase obrera, Mari�tegui extrajo la estrategia y la t�ctica para cumplir con las tareas de transformaci�n de la sociedad peruana, pero eso s�, admitiendo el papel hegem�nico del proletariado en el desarrollo de la revoluci�n socialista asignada cient�ficamente al Per�, tras de un profundo an�lisis y apasionadas discusiones realizadas, por sus propios promotores marxistas leninistas. Al punto ofrecemos la versi�n basada en la trasmitida por Mart�nez de la Torre, quien interviniera en los debates y acuerdos de las reuniones preliminares habidas en Chorrillos y Barranco, respectivamente, para la fundaci�n del Partido Socialista del Per�. El 16 de Setiembre de 1928 se realiz� la primera reuni�n en la playa chorrillana y a inmediaciones de un lugar denominado �El Salto del Fraile�. Mari�tegui excus� su inasistencia por motivos de salud. Concurrieron a dicho acto: Julio Portocarrero, Avelino Navarro, (C�sar) Hinojosa, (Fernando) Borja (obreros); Ricardo Mart�nez de la Torre (empleado de seguros); y Bernardo Regman (vendedor ambulante). En esta rese�a centramos nuestra atenci�n sobre el documento redactado por Jos� Carlos con la expresa finalidad de encauzar la agrupaci�n pol�tica que estaba por convertirse en un incuestionable hecho concreto (652). Mart�nez de la Torre, en representaci�n del propio Mari�tegui, procedi� a dar lectura a la comunicaci�n susodicha en el seno del consejo, exponiendo los puntos de vista a la t�ctica sugerida por Jos� Carlos para ser adoptada por el naciente Partido marxista leninista (653) y poder presentarse con el rostro descubierto. Mari�tegui recurr�a a tal estratagema teniendo en cuenta los inconvenientes ambientales y conseguir utilizar ciertas posibilidades de legalidad que le permitieran aparecer en p�blico con el r�tulo de Partido Socialista, controlado y dirigido por una fracci�n secreta dependiente del Comit� Ejecutivo. La segunda reuni�n, conforme estaban notificados los activistas del grupo marxista, se efectu� el domingo 7 de octubre de 1928 en la casa de Avelino Navarro, situada en Barranco. Ah� estuvieron presentes Mari�tegui, Portocarrero, Navarro, Hinojosa, Borja, Mart�nez de la Torre, Regman y, adem�s, Luciano Castillo y Fernando Ch�vez Le�n (quienes junto con Alcides Speluc�n y Teodomiro S�nchez acababan de incorporarse a las filas del socialismo). Los acuerdos a que llegaron, fueron los siguientes: 1.- Dejar constituido el grupo organizador del Partido Socialista del Per�. 2.- Se nombr� Secretario General a Mari�tegui; Secretario Sindical a Portocarrero; Secretario de Propaganda a Mart�nez de la Torre; Tesorero a Regman; y Navarro e Hinojosa pasaron a reforzar la Secretar�a Sindical. 3.- Se aprob� la siguiente moci�n de orden del d�a, redactada por Jos� Carlos: �Los suscritos declaran constituido un Comit� que se propone trabajar en las masas obreras y campesinas, conforme a los siguientes conceptos� 1.- La organizaci�n de los obreros y campesinos, con car�cter netamente clasista, constituye el objeto de nuestro esfuerzo y nuestra propaganda y la base de la lucha contra el imperialismo extranjero y la burgues�a nacional. 2.- Para la defensa de los intereses econ�micos de los trabajadores de la ciudad y el campo, el Comit� impulsar� activamente la constituci�n de sindicatos de f�brica, de hacienda, etc., la federaci�n de �stos en sindicatos de industrias y su confederaci�n en una central nacional. 3.- La lucha pol�tica exige la creaci�n de un partido de clase, en cuya formaci�n y orientamiento se esforzar� tenazmente por hacer prevalecer sus puntos de vista revolucionarios clasistas. De acuerdo con las condiciones concretas actuales del Per�, el Comit� concurrir� a la constituci�n de un Partido Socialista, basado en las masas obreras y campesinas organizadas (654). Mari�tegui estaba conciente del lugar que esencialmente ocupaba la alianza de la clase obrera con el campesino para el �xito del desarrollo del socialismo en el pa�s (655). Recordaba que �Lenin fue quien desarroll� la idea de Marx y Engels sobre la necesidad de tal alianza entre la clase obrera y el campesinado. Al mismo tiempo, sostuvo con todo vigor que la revoluci�n socialista no es sino la explosi�n de la lucha de todas las masas oprimidas y descontentas, incluida la peque�a burgues�a... Lo cierto es que el proletariado s�lo no puede vencer a los explotadores, necesita entonces crear un vasto frente revolucionario, atraer a su lado a la mayor�a del pueblo y, ante todo, aliarse con el campesinado, educar, cohesionar y organizar a �ste para la lucha�. Previamente antes de seguir informando sobre el esp�ritu de los temas aprobados en aquella reuni�n es del caso se�alar que Mari�tegui, al momento de preparar la concepci�n de la l�nea de su grupo en conexi�n con las condiciones emanadas de la propia realidad, juzgaba que el car�cter obrero de un partido (impl�citamente, se refiere a la hegemon�a que, como vanguardia del proletariado, ejerce esta clase sobre los dem�s sectores sociales sojuzgados) no s�lo se determina por la participaci�n de los trabajadores en su seno, sino ante todo por su ideolog�a y programa de clase, Este esclarecimiento al cual arribaba no era extra�o, por cierto, a la honda ansiedad que experimentaba Jos� Carlos porque los trabajadores peruanos debieran ser una clase capaz de encabezar la transformaci�n de la sociedad en su conjunto a igual y semejanza de lo sucedido en otras partes del mundo amagadas y estremecidas por la vor�gine de la revoluci�n (656). Prosiguiendo con las actividades de la congregaci�n socialista antes dicha, Mari�tegui someti� a discusi�n de �sta los puntos program�ticos proyectados con el reflexivo designio de unificar doctrinalmente el pensamiento y la acci�n de los grupos precursores del Partido Socialista (657). Luego de haber logrado su aprobaci�n el supracitado esbozo, no sin antes haber discutido cuidadosamente la trascendencia de los nueve art�culos en que se hallaba dividido el programa en referencia, fue remitido a las c�lulas del pa�s y del extranjero para su conocimiento y dem�s fines. Vemos claramente que Jos� Carlos al enfrentarse en los hechos con los problemas doctrinales concernientes a la creaci�n del socialismo en nuestro medio, como estamos observando, no pudo dejar de lado la inseparable trabaz�n entre ideolog�a y programa de clase conforme lo proclamara en los postulados a los cuales hacemos menci�n en l�neas anteriores. A continuaci�n y rebasando los pre�mbulos, procedemos a hacer una breve enumeraci�n de las cuestiones m�s resaltantes contenidas en el programa del socialismo en cierne que debiera ser, seg�n el ilustrado criterio marxista de Mari�tegui, considerado categ�ricamente como una declaraci�n doctrinal (658). La exposici�n doctrinal, a la cual nos venimos refiriendo y que est� contenida en nueve numerales (659), en resumen detalla con sencillez y profundidad las metas que pretende lograr el marxismo leninismo al ser aplicado a la realidad concreta del pa�s. Hagamos reminiscencia que todo ello estuvo sujeto a las limitaciones coyunturales que viv�a el Per� por aquella �poca. Pero a pesar de estos tremendos impedimentos, por primera vez en la historia peruana, se plantea los lineamientos de la lucha por la liberaci�n nacional y por el socialismo. No sin antes detenerse a hacer una somera evoluci�n del capitalismo en nuestra tierra desde sus or�genes hasta nuestros d�as (abarcando el primer tercio del presente siglo). Incluyendo los gananciales obtenidos merced al eficaz apoyo que presta a la expansi�n econ�mica for�nea y, por consiguiente, a la inicua explotaci�n del pueblo peruano. Al ser reprobados estos hechos, se se�ala como causa de todo ello al grado de dependencia del capitalismo nacional con respecto al imperialismo. Estas patentes razones, expuestas en el programa que interpretamos, impiden que el capital nativo, a pesar de sus evidentes contradicciones con la fuerza de penetraci�n econ�mica extranjera, pueda alentar el m�s m�nimo intento de demostraci�n antiimperialista y autonom�a de acuerdo con sus intereses. Igual criterio revela el documento para juzgar la fluctuante trayectoria entreguista de la peque�a burgues�a. S�lo reconoce como movimiento lea y consecuente contra toda manifestaci�n de opresi�n a trav�s de su historia de lucha, al proletariado que aparece como la �nica clase capaz de conducir la revoluci�n en el Per�. Asimismo el prop�sito de este plan, objetivo y realista, entre sus intenciones, obedec�a al deseo de procurar que la esencia revolucionaria de la lucha clasista no s�lo combatiera por sus espec�ficos intereses de clase, �nica y exclusivamente, sino adem�s por el progreso social, por el socialismo que representaba el leg�timo anhelo de la tendencia rectora del mejoramiento de la sociedad. Es aut�ntico que el programa fue bosquejado con la idea que la conciencia socialista no s�lo se debe a la lucha espont�nea de la clase obrera, sino que se inculca por quienes, meditando sobre el recorrido hist�rico de la humanidad, han sabido comprender que el socialismo es inevitable y fundamental para la vida de los pueblos. La lectura de la defensa de los derechos de los explotados y oprimidos que corre inserta en el art�culo 9 del citado programa, ratifica todo cuanto se ha expresado. Adem�s se considera pertinente transcribir para conocimiento de los interesados, que se empecinan en negar la �ndole comunista del mencionado texto, uno de los numerales donde se asevera lo siguiente: �El Partido Socialista del Per� es la vanguardia del proletariado, la fuerza pol�tica que asume la tarea de su orientaci�n y direcci�n en la lucha por la realizaci�n de sus ideales de clase� (660 ). (Esta declaraci�n de principios por lo general figura en la mayor�a de los Partidos Comunistas de todo el mundo). Como hemos fijado la atenci�n, uno de los primeros actos del Partido Socialista fue entregarse a elaborar, de acuerdo con las circunstancias pol�ticas, un programa independiente y poco vulnerable a las represalias de la dictadura. El documento en menci�n no s�lo recogi� con cautela algunos de los problemas palpitantes del pa�s sino que tambi�n trataba con acierto los intereses del pueblo trabajador. Definitivamente signific�, a no dudarlo, un plan de rotunda actualidad toda vez que trazaba los objetivos y los medios para alcanzarlos. Reviste extraordinaria importancia subrayar que por razones sumamente convincentes, Jos� Carlos se vio obligado a no introducir en las originarias bases program�ticas algunos aspectos pol�ticos escabrosos que hubieran podido desatar una movilizaci�n violenta del reaccionario gobierno de Legu�a, de la burgues�a agro-exportadora conjuntamente con el imperialismo yanqui contra el incipiente Partido Socialista. Sin embargo, una a�o despu�s tales planes al ser dados a conocer en la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana de Buenos Aires (junio de 1929) tra�an nuevas conquistas y reivindicaciones que fueron excluidas primitivamente, por causa archisabida, en la primigenia elaboraci�n del programa doctrinal del socialismo peruano. Debemos reconocer, por este y otros motivos, que a la saz�n en Hispanoam�rica no hab�a un dirigente de an�lisis m�s hondo y audacia t�ctica mayor que Mari�tegui. Aunque se nos acuse de reiterativos, recurrimos a una trama muy parecida a la que hubo de sortear el te�rico marxista George Plejanov. Pues en uno de los casos semejantes al que encaraba Mari�tegui, aqu�l se vio impulsado a apelar al lenguaje es�pico para publicar sus obras que deb�an pasar por la censura zarista. He aqu� los puntos esenciales de las nov�simas bases program�ticas expuestas en Buenos Aires por los representantes del Partido Socialista del Per�: �1.- Expropiaci�n, sin indemnizaci�n de los latifundios: entrega de una parte de los "ayllus" y comunidades, prestando todo el contingente de la t�cnica agr�cola moderna. Repartici�n del resto entre los colonos, arrendatarios y yanaconas. 2.- Confiscaci�n de las empresas extranjeras: minas, industrias, barcos y de las empresas m�s importantes de la burgues�a nacional. 3.- Desconocimiento de la deuda del Estado y liquidaci�n de todo control por parte del imperialismo. 4.- Jornada de 8 horas en la ciudad y en las dependencias agr�colas del Estado, y abolici�n de toda forma de servidumbre y semi esclavitud. 5.- Armamento inmediato de los obreros y campesinos y , transformaci�n del ej�rcito y de la polic�a en milicia obrera y campesina. 6.- Instauraci�n de los municipios obreros, campesinos y soldados, en lugar de la dominaci�n de clase de los grandes propietarios de la tierra y de la Iglesia. Hemos aceptado este programa porque con �l no dejaremos fuerzas vivas del capitalismo que contrarresten nuestra revoluci�n si se llega hacer" (661). No estar�amos fuera del lugar, si dej�ramos de anotar tambi�n que simult�neamente con la presencia del Partido Socialista se acrecentaron las contingencias del trabajo partidario entre las masas. Entonces, debido al tenaz esfuerzo de sus beligerantes afiliados, conducidos por Jos� Carlos, la influencia de esta agrupaci�n se extendi� y, por ende, sus efectivos comenzaron a aumentar en una proporci�n inesperada y hacer sentir la falta de cuadros revolucionarios. Al llegar a esta altura de la situaci�n descrita, surge cada vez con mayor brillantez la integridad marxista leninista de Mari�tegui. No s�lo bastar� referirse a la trayectoria revolucionaria de Jos� Carlos como fiel reflejo de la evoluci�n de sus ideas, sino tambi�n a que su propia vida y su obra constituyen una sola cosa, un �nico proceso. De ah� que no llame a sorpresa las transformaciones operadas en sus convicciones marxistas al comp�s de la realidad del pa�s y del mundo. Acababa de crearse el Partido Socialista ―ya hemos apuntado― cuando apareci� el n�mero 17 de �Amauta�, correspondiente al mes de setiembre de 1928, donde declaraba con �nfasis esa tribuna de la izquierda peruana �que hab�a cumplido el proceso de 'definici�n ideol�gica', afirm�ndose categ�ricamente marxista� (662). Por aquellos a�os el Partido Socialista, dentro de la visi�n panor�mica que ofrecemos de �l, ten�a entre sus numerosas tareas la de combatir, precisamente, la ofensiva alentada por el oportunismo burgu�s y peque�o burgu�s que a todo trance ambicionaba sustraer a las masas trabajadoras de sus inherentes inquietudes clasistas. Dejemos, ante todo, que hablen los testimonios de sus j�venes disc�pulos y lazarillos. Estas versiones aducen que no obstante el infatigable trabajo desplegado por el maestro, sin embargo se daba tregua para concurrir a las salas cinematogr�ficas del centro de Lima con el buen �nimo de no quitar los ojos de las pel�culas de profunda ra�z popular del agudo bufo Charles Chaplin por quien profesaba franca admiraci�n. Ser� menester, en esta circunstancia, traer a la memoria que la infancia de uno y otro personaje tuvo mucha similitud con las penurias y soledad a que se vieron sometidas. Jos� Carlos acud�a al cinema durante las funciones vespertinas, unas veces alternando con la compa��a de Adler y otras con la de Navarro Madrid para ver: �En pos del oro�, �El circo�, �El emigrante�, �El peregrino�, etc. De retorno a la casa en su silla de ruedas, que era conducida por uno de los precitados acompa�antes, comentaba entusiasmado los argumentos y el arte personal de Chaplin que, a su vez, hac�a de autor, director de escena y protagonista de las obras tragic�micas presentadas ante el p�blico. Despu�s de esta especie de an�lisis previo de la personalidad de Charlot, llegaba a la conclusi�n Mari�tegui que aquel clown era un antiburgu�s y que �estar�a siempre sindicado de bolchevismo, entre los neocu�queros de la finanza y la industria yanquis� (663). Merece p�rrafo aparte, por la trascendencia adquirida dentro de la actividad revolucionaria, el surgimiento del Grupo Rojo de Vanguardia que fuera organizado por los estudiantes deseosos de acometer las ideas burguesas y peque�o burguesas que ―ense�oreadas en los centros superiores de ense�anza― pretend�an influir sobre la clase obrera, desorient�ndola y apart�ndola de su ruta hacia nuevas formas de convivencia humana. Advirtamos a este respecto, que los alumnos descontentos con dichas manifestaciones reaccionarias y que pertenec�an al Grupo Rojo de Vanguardia empezaron a promover esclarecedores y vibrantes debates, dentro y fuera del recinto universitario, contra el oportunismo de los j�venes seducidos por el caudillismo mesi�nico de aquellos a�os veinte que favorec�a este estado de cosas. Debemos reconocer que la mayor�a de los integrantes del precitado Grupo estaba identificado con el movimiento clasista, militando en las filas del socialismo, profundizando su conocimiento ―desde la �ptica marxista― sobre la realidad nacional e internacional y sosteniendo contactos directos con las masas populares. Al mismo tiempo, el Grupo obtuvo la resuelta ayuda de Mari�tegui quien, de hecho y partiendo de su enorme preocupaci�n por este tipo de organizaciones de adiestramiento ideo-pol�tico, no fue extra�o a la fundaci�n y marcha de la misma que, incluso, lleg� a tener un �rgano period�stico que sal�a con el nombre de �Vanguardia� (664). Viene el caso recordar, porque de lo contrario pecar�amos de omisi�n, que los fundadores del combatiente Grupo Rojo de Vanguardia fueron los j�venes estudiantes universitarios de la �poca: Pompeyo Herrera, Teodorico Caballero Mendez, Ricardo Palma, Antonio Navarro Madrid, Marcelo S�nchez Espinoza, Mois�s Arroyo Posada, etc., quienes se distingu�an por su creciente formaci�n marxista. Pasemos ahora a examinar someramente la situaci�n sindical a finales de 1928, en el cual el movimiento obrero del Per� a consecuencia del �descubrimiento de una vasta conspiraci�n comunista� en 1927 qued� sin directiva y experiment� el m�s grave rev�s de su historia. Y debido a este falaz pretexto, tramado por el sector social dominante, la lucha de clases durante alg�n tiempo estuvo sofocada por la represi�n y el terror. Rememoremos, sin embargo, dentro de esta perspectiva panor�mica la persistente preocupaci�n de Mari�tegui por incorporar a la realidad peruana los aportes internacionales sobre el desarrollo de la unidad de los trabajadores y el nuevo tipo de organizaci�n en defensa de sus intereses de clase. Tal prop�sito supon�a realizar dos tareas de enorme sagacidad para el pa�s: en primer lugar, transformar la lucha meramente gremialista por la acci�n clasista; y en segundo lugar, organizar una central sindical con proyecci�n nacional. As� lo se�alaba Jos� Carlos en el Mensaje dirigido al Segundo Congreso Obrero (1927), al recomendar que � dicho evento le correspond�a �echarlas bases de una confederaci�n general del trabajo que re�na a todos los sindicatos y asociaciones obreras de la rep�blica que se adhieran a un programa clasista. El objeto del primer congreso ―rememorar� Mari�tegui― fue la organizaci�n local; el del segundo ―puntualizar� el autor de este Mensaje― debe ser, en lo posible, la organizaci�n nacional...�(665). La verdad es que s�lo a partir de la aparici�n de la escena pol�tica nacional del partido socialista, se reinicia un proceso de activaci�n del postrado movimiento sindical. En efecto corresponde a Jos� Carlos, desde las mismas �bases barranquinas� (7 de Octubre de 1928) donde tuviera lugar la creaci�n de la vanguardia pol�tica de la clase obrera, proponer como jornada inmediata y prioritaria del Partido en cierne, el resurgimiento de las organizaciones sindicales. �El 10 de Noviembre de 1928 aparece �Labor� como peri�dico de extensi�n de la obra de �Amauta� para convertirse gradualmente en �rgano de la reorganizaci�n sindical� (666). Julio Portocarrero y Avelino Navarro, dos avezados dirigentes obreros, reciben instrucciones de Mari�tegui para que asumieran el delicado y sutil trabajo de restaurar las bases de la organizaci�n gremial con miras al establecimiento de una Confederaci�n General de Trabajadores del Per�. Adem�s Jos� Carlos, conocedor de las dificultades que deber�n sortear sus adeptos para el �xito de su misi�n, refuerza la labor de �stos haciendo participar a R. Mart�nez de la Torre (667) y facilit�ndoles para el cumplimien�to de su cometido una de las habitaciones de su propia casa (668) que, de inmediato, se convertir� en oficina de coordinaci�n y consulta sobre asuntos sindicales. Debemos aceptar que tanto la constituci�n del Partido Socialista como el designio de restaurar el movimiento sindical, trajo como consecuencia el recargo del trabajo para los pocos dirigentes de esa agrupaci�n marxista leninista. Resultaba pues, en esas condiciones, una exigencia perentoria proceder a aumentar el equipo de cuadros revolucionarios para arrostrar la lucha de clases en el pa�s que planteaba nuevas faenas, en primer t�rmino relativas a la labor ideol�gica, de organizaci�n, etc. Esto explica por qu� hubo de invitar Jos� Carlos a retornar al Per� a Eudocio Ravines (669), uno de los j�venes mejor dotados intelectualmente, aunque su marxismo no era muy recomendable toda vez que proven�a de los c�rculos intelectuales en que sol�a actuar y no de la experiencia directa de la lucha de clases. A la saz�n este sujeto se hallaba residiendo en Par�s, donde desempe�aba el cargo de Secretario General de la c�lula perteneciente al Partido Socialista del Per�. Nada hac�a presagiar, por esa �poca, al futuro modelador del socialismo revisionista de izquierda ni al proclive partidario del sectarismo que ambicionaba liquidar la actividad marxista creadora desarrollada por Mari�tegui en el Per�. As� llegamos al inquietante a�o de 1929, per�odo marcado por la �gran crisis� del capitalismo internacional (1929-1932) y por el considerable avance de la expansi�n revolucionaria en nuestro medio.
NOTAS CAPITULO IV
|
||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||||
|