OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

CARTAS DE ITALIA

 

 

LA ENTENTE Y ALEMANIA1

 

Durante la guerra se cre�a que su expiaci�n corresponder�a s�lo a los vencidos. Los vencedores endosar�an a los vencidos su parte de expiaci�n, su parte de expiaci�n material por lo menos. Los vencidos pagar�an indemnizaciones reparadoras. Y no podr�an evitarlo porque esta-r�an a merced de los vencedores. Estos podr�an aplastarlos a su antojo.

En esos d�as feroces habr�an parecido insen�satas las previsiones de quien hubiera anunciado que, vencedora finalmente, no podr�a la Entente aniquilar a Alemania, castigarla duramen�te por sus cr�menes. M�s insensatas a�n habr�an parecido, por supuesto, las previsiones de quien hubiera augurado que la Entente, en resguardo de sus propios intereses, acabar�a por colaborar a la restauraci�n de Alemania. Dentro de esa atm�sfera saturada de gases asfixiantes, y de sus rencores m�s asfixiantes todav�a, no era po�sible una valorizaci�n fr�a y cerebral de lo por venir.

Hoy, en cambio, a pesar de que se respira a�n un aire inficionado por la guerra, todos admiten que la reconstituci�n de Alemania es indispensable a la reconstituci�n de los aliados. Admiten, tambi�n, algo m�s. Que la prosperidad econ�mica de Alemania es indispensable a la peridad econ�mica de los aliados.

Francia, el pueblo a quien cuesta m�s la gue�rra, el pueblo que m�s ha soportado su peso y que es, por consiguiente, el que menos pron�to puede sentirse ben�volo y transigente con el resurgimiento de Alemania, Francia misma conviene ya en que Alemania debe ser puesta en condiciones de restablecerse. Naturalmente, Francia quiere que se le garantice formalmente que este restablecimiento no ser� para ella una amenaza. Pero no se opone a que se permita a Alemania alcanzarlo. Le Temps, uno de los dia�rios parisienses de mentalidad m�s nacionalis�ta, se declara favorable a que se proporcione a Alemania los medios de convalecer.

Y la actitud de la Entente no puede ser otra. El problema, concisamente planteado, es el si�guiente: Para que Alemania pague su indemni�zaci�n es menester que reconstruya su indus�tria y su comercio. Y para que reconstruya su industria y su comercio es menester que los aliados le ayuden a proveerse de materias pri�mas y a exportar sus productos. Adem�s, la in�demnizaci�n debe ser tal que no aflija mucho sus espaldas, que no grave demasiado sobre su porvenir. Que Alemania vea relativamente pr�xi�ma y f�cil la liquidaci�n de su deuda. No se trata �nicamente de que Alemania pueda pagar la indemnizaci�n. Se trata de crearle los est�mu�los m�s eficaces para que trabaje y para que la pague. Es decir, se trata de darle la seguri�dad de que su trabajo, al mismo tiempo que para satisfacer sus compromisos, le servir� para restaurar su grandeza, para readquirir su posi�ci�n en Europa.

Porque, de otra manera, Alemania concluir�a por encontrar excesiva e insoportable la carga del tratado de paz. Y la posibilidad de que Alemania caiga en el desorden, en el ocio, en el em�brutecimiento, asusta a los aliados tal vez m�s que a los propios alemanes. La raz�n es clara. Si Alemania no se restableciese, si no indemnizase a sus vencedores, �qui�n pagar�a los gastos de la guerra? Tendr�an que pagarlos los pue�blos que han vencido, el pueblo franc�s, el pue�blo brit�nico, el pueblo italiano, el pueblo bel�ga. Y bien. Ser�a dif�cil que estos pueblos que han dado ya su sangre y su dinero se resigna�sen a dar m�s dinero. Lo f�cil ser�a que se adue��ase de ella un descontento mayor que el que ya los posee y que su descontento los llevase a la revoluci�n social. Una perspectiva terrible, como se ve, para los gobiernos aliados y para los intereses que representan. Una perspectiva que inquieta, sobre todo, al gobierno ingl�s que es el que mejor aprecia las conveniencias de la sociedad capitalista.

Los aliados ceden, pues, en este punto a las demandas de Alemania. Reconocen la necesidad de que Alemania se reconstruya prontamente. Pero no ceden en un segundo punto al parecer independiente, pero en realidad �ntimamente vinculado al primero. El desarme alem�n que Alemania quiere restringir: y que los aliados quieren que se conforme al Tratado de Versai�lles. Francia, principalmente, no acepta que Ale�mania conserve una fuerte organizaci�n militar. Su instinto vigilante le hace ver ah� un peligro. Aparte de que Francia, como sus aliados, desea el desarme de Alemania para reducir su ej�rcito y aliviar su presupuesto.

Este es el conflicto actual. Francia y sus aliados exigen que Alemania licencie la mayor parte de su ej�rcito. Y Alemania, mejor dicho el gobierno alem�n, responde que no puede ha�cerlo. Y justifica muy sencillamente esta resis�tencia. Si se debilita el ej�rcito no podr� resistir a los ataques del bolchevismo interno. El par�tido comunista se ense�orear� de Alemania con dos resultados. Primero, que Alemania no paga�r� un c�ntimo a los aliados. Y segundo, que el bolchevismo invadir� tambi�n a �stos. La verdadera fisonom�a de la situaci�n europea aparece �ntimamente en este conflicto.

Alemania no puede volver a ser una poten�cia econ�mica si no se deja que sea siempre una potencia militar. El r�gimen capitalista no puede poner en movimiento la maquinaria de su industria sin el respaldo de un gran ej�rcito. Unicamente el r�gimen capitalista puede asegu�rar a los aliados el cumplimiento de las cl�u�sulas econ�micas del tratado de paz. Pero todo capitalismo es imperialista. Y si se consiente que resurja: el capitalismo alem�n, se consiente que resurja el imperialismo alem�n a rengl�n seguido. Y que fructifique, por ende, el germen de otra guerra.

Ante tan complicado problema los gobiernos de la Entente se manifiestan indecisos y sin concierto. Al gobierno franc�s lo arredra la posibi�lidad de un renacimiento de la Alemania mili�tarista. Y lo arredra fundadamente. Ser�a Fran�cia la primera en sufrir la embestida de esta Ale�mania. Al gobierno ingl�s le preocupa, m�s que nada, la defensa del actual orden social y eco�n�mico, cuya m�s conspicua sede no es en bal�de Inglaterra. Y esta preocupaci�n que lo har� pactar, de un lado, con la rep�blica de los so�viets, podr�a hacerlo pactar de otro lado, con el antiguo imperio de los Guillermos.

Un acuerdo absoluto y perfecto es, evidentemente, casi imposible. Pero un acuerdo cualquie�ra no puede tardar mucho. Est�n de por medio, para los gobiernos aliados, fundam�ntales intereses de clase. Lloyd George cree que la sola forma de combatir la difusi�n del comunis�mo es mejorar las condiciones de vida del pro�letariado. El proletariado sufre vivamente las consecuencias de la guerra. Urge adormecer su dolor con un soplo de bienestar. Para conseguir este bienestar es necesario que Europa recobre su antiguo equilibrio econ�mico. Que Alemania venda muchas manufacturas. Y que Rusia provea al continente del trigo, del petr�leo y del az��car de que ahora la proveen, a altos precios, los pa�ses de Am�rica.

Un acuerdo entre la Entente y Alemania se�r�, desde estos puntos de vista, un acuerdo de las clases dirigentes de Europa, inspirado m�s que en sentimientos particulares de naci�n en sentimientos de clase. Por estas y otras razones se piensa actualmente que la guerra no ha sido revolucionaria, como siempre se ha dicho, sino, por el contrario, reaccionaria. Totalmente reaccionaria. Y este tema reclama un art�culo aparte.

 


NOTA:

1 Fechado en Roma, abril de 1920; publicado en El Tiem�po, Lima, 30 de agosto de 1920.