OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI |
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DEFENSA DEL MARXISMO |
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III |
LA ECONOM�A LIBERAL Y LA ECONOM�A SOCIALISTA
No se concibe una revisi�n y menos todav�a una liquidaci�n del marxismo que no intente, ante todo, una rectificaci�n documentada y original de la econom�a marxista. Henri de Man, sin embargo, se contenta en este terreno con chirigotas, como la de preguntarse "por qu� Marx no hizo derivar la evoluci�n social de la evoluci�n geol�gica o cosmol�gica", en vez de hacerla depender, en �ltimo an�lisis, de las causas econ�micas. De Man no nos ofrece ni una cr�tica ni una concepci�n de la econom�a contempor�nea. Parece conformarse, a este respecto, con las conclusiones a que arrib� Vandervelde en 1898, cuando declar� caducas las tres siguientes proposiciones de Marx: ley de bronce de los salarios, ley de la concentraci�n de capital y ley de la correlaci�n entre la potencia econ�mica y la pol�tica. Desde Vandervelde que como agudamente observaba Sorel no se consuela (ni aun con las satisfacciones de su gloria internacional), de la desgracia de haber nacido en un pa�s demasiado chico para su genio, hasta Antonio Graziadei, que pretendi� independizar la teor�a del provecho de la teor�a del valor, y desde Bernstein, l�der del revisionismo alem�n, hasta Hilferding, autor del Finanzkapital, la bibliograf�a econ�mica socialista encierra una especulaci�n te�rica, a la cual el nov�simo y espont�neo albacea de la testamentaria marxista no agrega nada de nuevo. Henri Man se entretiene en chicanear acerca del grado diverso en que se han cumplido las previsiones de Marx, sobre la descalificaci�n del trabajo a consecuencia del desarrollo del maquinismo. "La mecanizaci�n de la producci�n sostiene de Man produce dos tendencias opuestas: una que descalifica el trabajo y otra que lo recalifica". Este hecho es obvio. Lo que importa saber es la proporci�n en que la segunda tendencia compensa la primera. Y a este respecto de Man no tiene ning�n dato que darnos. Unicamente se siente en grado de "afirmar que por regla general las tendencias descalificadoras adquieren car�cter al principio del maquinismo, mientras que las recalificadoras son peculiares de un estado m�s avanzado del progreso t�cnico". No cree de Man que el taylorismo, que "corresponde enteramente a las tendencias inherentes a la t�cnica de la producci�n capitalista, como forma de producci�n que rinda todo lo m�s posible con ayuda de las m�quinas y la mayor econom�a posible de la mano de obra" imponga sus leyes a la industria. En apoyo de esta conclusi�n afirma que "en Norteam�rica, donde naci� el taylorismo, no hay una sola empresa importante en que la aplicaci�n completa del sistema no haya fracaso a causa de la imposibilidad psicol�gica de reducir a los seres humanos al estado del gorila". Esta puede ser otra ilusi�n del teorizante belga, muy satisfecho de que a su alrededor sigan hormigueando tenderos y artesanos; pero dista mucho de ser una aserci�n corroborada por los hechos. Es f�cil comprobar que los hechos desmienten a de Man. El sistema industrial de Ford, del cual esperan los intelectuales de la democracia toda suerte de milagros, se basa como es notorio en la aplicaci�n de los principios tayloristas. Ford, en su libro Mi Vida y mi Obra, no ahorra esfuerzos por justificar la organizaci�n taylorista del trabajo. Su libro es, a este respecto, una defensa absoluta del maquinismo, contra las teor�as de psic�logos y fil�ntropos. "El trabajo que consiste en hacer sin cesar la misma cosa y siempre de la misma manera constituye una perspectiva terrificante para ciertas organizaciones intelectuales. Lo ser�a para m�. Me ser�a imposible hacer la misma cosa de un extremo del d�a al otro; pero he debido darme cuenta que para otros esp�ritus, tal vez para la mayor�a, este g�nero de trabajo no tiene nada de aterrante. Para ciertas inteligencias, al contrario, lo temible es pensar. Para �stas, la ocupaci�n ideal es aqu�lla en que el esp�ritu de iniciativa no tiene necesidad de manifestarse". De Man conf�a en que el taylorismo se desacredite, por la comprobaci�n de que "determina en el obrero consecuencias psicol�gicas, de tal modo desfavorables a, la productividad, que no pueden hallarse compensadas con la econom�a de trabajo y de salarios, te�ricamente probable". Mas, en esta como en otras especulaciones, su razonamiento es de psic�logo y no de economista. La industria se atiene, por ahora, al juicio de Ford mucho m�s que al de los socialistas belgas. El m�todo capitalista de racionalizaci�n del trabajo ignora radicalmente a Henri de Man. Su objeto es el abaratamiento del costo mediante el empleo de m�quinas y obreros no calificados. La racionalizaci�n tiene, entre otras consecuencias, la de mantener, con un ej�rcito permanente de desocupados, un nivel bajo de salarios. Esos desocupados provienen, en buena parte, de la descalificaci�n del trabajo por el r�gimen taylorista, que tan prematura y optimistamente de Man supone condenado. De Man acepta la colaboraci�n de los obreros en el trabajo de reconstrucci�n de la econom�a capitalista. La pr�ctica reformista obtiene absolutamente su sufragio. "Ayudando al restablecimiento de la producci�n capitalista y a la conservaci�n del estado actual afirma los partidos obreros realizan una labor preliminar de todo progreso ulterior". Poca fatiga deb�a cos�tarle, entonces, comprobar que entre los medios de esta reconstrucci�n, se cuenta en primera l�nea el esfuerzo por racionalizar el trabajo, per�feccionando los equipos industriales, aumentan�do el trabajo mec�nico y reduciendo el empleo de mano de obra calificada. Su mejor experiencia moderna la ha sacado, sin embargo, de Norteam�rica, tierra de promi�si�n, cuya vitalidad capitalista lo ha hecho pen�sar que "el socialismo europeo, en realidad, no ha nacido tanto de la oposici�n contra el capita�lismo, como. entidad econ�mica, como, de. la lucha contra ciertas circunstancias que han acom�pa�ado al nacimiento del capitalismo europeo; tales como la pauperizaci�n de los trabajadores, la subordinaci�n de clases sancionada por las leyes, los usos y costumbres, la ausencia de de�mocracia pol�tica, la militarizaci�n de los esta�dos, etc.". En los Estados Unidos el capitalismo se ha desarrollado libre de los residuos feuda�les y mon�rquicos. A pesar de ser �se un pa�s capitalista por excelencia, "no hay un socialis�mo americano que podamos considerar como expresi�n del descontento de las masas obreras". El socialismo, en conclusi�n, viene a ser algo as� como el resultado de una serie de taras europeas, que Norteam�rica no conoce. De Man no formula expl�citamente, este con�cepto, porque entonces quedar�a liquidado no s�lo el marxismo sino el propio socialismo �tico que, a pesar de sus muchas decepciones; se obs�tina en confesar. Mas he aqu� una de las cosas que el lector podr�a sacar en claro de su alega�to. Para un estudioso serio y objetivo no ha�blemos ya de un socialista habr�a sido f�cil reconocer en Norteam�rica una econom�a capi�talista vigorosa, que debe una parte de su ple�nitud e impulso a las condiciones excepcionales de libertad en que le ha tocado nacer y crecer, pero que no se sustrae, por esta gracia origi�nal, al sino de toda econom�a capitalista. El obrero americano es poco d�cil al taylorismo. M�s a�n, Ford constata su arraigada voluntad de ascensi�n. Pero la industria yanqui dispone de obreros extranjeros, que se adaptan f�cilmen�te a las exigencias de la taylorizaci�n. Europa puede abastecerla de los hombres que necesita para los g�neros de trabajo que repugnan al obrero yanqui. Por algo, los Estados Unidos son un imperio; y para algo Europa tiene un fuerte saldo de poblaci�n desocupada y fam�lica. Los inmigrantes europeos no aspiran, generalmente, a salir de maestros obreros, remarca Mr. Ford. De Man, deslumbrado por la prosperidad yan�qui, no se pregunta al menos si el trabajador americano encontrar� siempre las mismas posi�bilidades de elevaci�n individual. No tiene ojos para el proceso de proletarizaci�n, que tam�bi�n en Estados Unidos se cumple. La restric�ci�n de la entrada de inmigrantes no le dice nada. El neo-revisionismo se limita a unas pocas superficiales observaciones emp�ricas, que no aprehenden el curso mismo de la econom�a, ni explican el sentido de la crisis post-b�lica. Lo m�s importante de la previsi�n marxista la concentraci�n capitalista se ha realizado. So�cial-dem�cratas como Hilferding, a cuya tesis se muestra m�s atento un pol�tico burgu�s co�mo Caillaux (V. O� va la France?1) que un teo�rizante socialista como Henri de Man, aportan su testimonio cient�fico a la comportaci�n de este fen�meno. �Qu� valor tienen al .lado del proceso de concentraci�n capitalista, que confie�re el m�s decisivo poder a las oligarqu�as finan�cieras y a los trusts industriales, los menudos y parciales reflujos de manera escrupulosa re�gistrados por un revisionismo negativo, que no se cansa de rumiar mediocre e infatigablemente a Bernstein, tan superior, en forma evidente, como ciencia y como mente, a sus presuntos continuadores? En Alemania, acaba de acontecer algo en que deber�an meditar con provecho los teorizantes empe�ados en negar la relaci�n de poder pol�tico y poder econ�mico. El Partido Populista (Deustche Volkspartei), castigado en las elecciones, no ha resultado, sin embargo, m�nimamente disminuido en el momento de organizarse un nuevo ministerio. Ha parlamentado y negociado de potencia a potencia con el Partido Socialista, victorioso en los escrutinios. Su fuerza depende de su car�cter de partido de la burgues�a industrial y financiera; y no puede afectarla la p�rdida de algunos asientos en el Relchstag2, ni a�n si la social-democracia los gana en proporci�n triple. Lenin, jefe de una gran revoluci�n proletaria, al mismo tiempo que autor de obras de pol�tica y econom�a marxistas del valor de El Imperialismo, �ltima etapa del Capitalismo hay que recordarlo porque de Man discurre como si lo ignorase totalmente plantea la cuesti�n econ�mica en t�rminos que los "reconstructores" no han modificado absolutamente y que siguen correspondiendo a los hechos. "El antiguo capitalismo escrib�a Lenin, en el estudio mencionado ha terminado su tarea. El nuevo constituye una transici�n. Encontrar "principios s�lidos y un fin concreto" para conciliar el monopolio y la libre concurrencia, es evidentemente tratar de resolver un problema insoluble". "La democratizaci�n del sistema de acciones y obligaciones, del cual los sofistas burgueses, oportunistas y social-dem�cratas, esperan la "democratizaci�n" del capital, el reforzamiento de la peque�a producci�n y muchas otras cosas, no es en definitiva sino uno de los me�dios de acrecer la potencia de la oligarqu�a fi�nanciera. Por esto, en los pa�ses capitalistas m�s avanzados o m�s experimentados, la legis�laci�n permite que se emitan t�tulos del m�s peque�o valor. En Alemania la ley no permi�te emitir acciones de menos de mil marcos y los magnates de la finanza alemana consideran con un ojo envidioso a Inglaterra, donde la ley permite emitir acciones de una libra esterlina. Siemens, uno de los m�s grandes industriales y uno de los monarcas de la finanza alemana, declaraba en el Reichstag el 7 de junio de 1900 que "la acci�n a una libra esterlina es la base del imperialismo brit�nico". El capitalismo ha dejado de coincidir con el progreso. He aqu� un hecho, caracter�stico de la etapa del monopolio, que un intelectual tan preocupado como Henri de Man de los valores culturales, no habr�a debido negligir en su cr�ti�ca. En el per�odo de la libre concurrencia, el aporte de la ciencia hallaba en�rgico est�mulo en las necesidades de la econom�a capitalista. El inventor, el creador cient�fico, concurr�an al adelanto industrial y econ�mico, y la industria excitaba el proceso cient�fico. El r�gimen del monopolio tiene distinto efecto. La industria, la finanza comienzan a ver, como anota Caillaux, un peligro en los descubrimientos cient�ficos. El progreso de la ciencia se convierte en un fac�tor de inestabilidad industrial. Para defenderse de este riesgo, un trust puede tener inter�s en sofocar o secuestrar un descubrimiento. "Como todo monopolio dice Lenin el monopolio capitalista engendra infaliblemente una tenden�cia a la estagnaci�n y a la corrupci�n: en la medida en que se fijan, aunque sean temporal�mente, precios de monopolio, en que desapare�cen en cierta medida los estimulantes del progreso t�cnico y, por consiguiente, de todo otro progreso, los estimulantes de la marcha adelante, surge la posibilidad econ�mica de entrabar el progreso t�cnico". Gobernada la producci�n por una organizaci�n financiera, que funciona como intermediaria entre el rentista y la industria, en vez de la democratizaci�n del capital, que algunos cre�an descubrir en las sociedades por acciones, tenemos un completo fen�meno de parasitismo: una ruptura del proceso capitalista de la producci�n se acompa�a de un relaja- miento de los factores a los que la industria moderna debe su colosal crecimiento. Este es un aspecto de la producci�n en la que el gusto de de Man por las pesquisas psicol�gicas pod�a haber descubierto motivos v�rgenes todav�a. Pero de Man piensa que el capitalismo m�s que una econom�a es una mentalidad, y reprocha a Bernstein los l�mites deliberados de su revisionismo que, en vez de poner en discusi�n las hip�tesis filos�ficas de que parti� el marxismo, se esforz� en emplear el m�todo marxista y continuar sus indagaciones. Hay, pues, que buscar sus razones en otro terreno.
NOTAS: 1�A d�nde va Francia? 2 El antiguo parlamento Alem�n. |