OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

EL ALMA MATINAL

     

     

LA IMAGINACION Y EL PROGRESO1

 

Escribe Luis Araquistain que "el esp�ritu con�servador, en su forma m�s desinteresada, cuan�do no nace de un bajo ego�smo, sino del temor a lo desconocido e incierto, es en el fondo falta de imaginaci�n". Ser revolucionario o renovador es, desde este punto de vista, una consecuencia de ser m�s o menos imaginativo. El conservador rechaza toda idea de cambio por una especie de incapacidad mental para concebirla y para acep�tarla. Este caso es, naturalmente, el del conser�vador puro, porque la actitud del conservador pr�ctico, que acomoda su ideario a su utilidad y a su comodidad, tiene, sin duda, una g�nesis di�ferente.

El tradicionalismo, el conservatismo, quedan as� definidos como una simple limitaci�n espiri�tual. El tradicionalista no tiene aptitud sino pa�ra imaginar la vida como fue. El conservador no tiene aptitud sino para imaginarla como es. El progreso de la humanidad, por consiguiente, se cumple malgrado al tradicionalismo y a pesar del conservadorismo.

Hace varios a�os que Oscar Wilde, en su ori�ginal ensayo El alma humana bajo el socialismo, dijo que "progresar es realizar utop�as". Pensan�do an�logamente a Wilde, Luis Araquistain agre�ga que "sin imaginaci�n no hay progreso de nin�guna especie". Y en verdad, el progreso no se�r�a posible si la imaginaci�n humana sufriera de repente un colapso.

La historia les da siempre raz�n a los hom�bres imaginativos. En la Am�rica del Sur, por ejemplo, acabamos de conmemorar la figura y la obra de los animadores y conductores de la revoluci�n de la independencia. Estos hombres nos parecen, fundadamente, geniales. �Pero cu�l es la primera condici�n de la genialidad? Es, sin duda, una poderosa facultad de imaginaci�n. Los libertadores fueron grandes porque fueron, ante todo, imaginativos. Insurgieron contra la realidad limitada, contra la realidad imperfecta de su tiempo.

Trabajaron por crear una realidad nueva. Bol�var tuve sue�os futuristas. Pens� en una confederaci�n de estados indo-espa�oles. Sin este ideal, es probable que Bol�var no hubiese venido a combatir por nuestra independencia. La suerte de la independencia del Per� ha dependido, por ende, en gran parte, de la aptitud imaginativa del Libertador. Al celebrar el centenario de una victoria de Ayacucho se celebra, realmente, el centenario de una victoria de la imaginaci�n. La realidad sensible, la realidad evidente, en los tiempos de la revoluci�n de la independencia; no era, por cierto, republicana ni nacionalista. La benemerencia de los libertadores consiste en haber visto una realidad potencial, una realidad superior, una realidad imaginaria.

Esta es la historia de todos los grandes acontecimientos humanos. El progreso ha sido realizado siempre por los imaginativos. La posteridad ha aceptado, invariablemente, su obra. El conservatismo de una �poca posterior, no tiene nunca m�s defensores o pros�litos que unos cuantos rom�nticos y unos cuantos extravagantes. La humanidad, con raras excepciones, estima y estudia a los hombres de la revoluci�n francesa mucho m�s que a los de la monarqu�a y la feudalidad entonces abatida. Luis XVI y Mar�a Antonieta le parecen a mucha gente, sobre todo, desgraciados. A nadie le parecen grandes.

De otro lado, la imaginaci�n, generalmente, es menos libre y menos arbitraria de lo que se supone. La pobre ha sido muy difamada y muy deformada. Algunos la creen m�s o menos loca; otros la juzgan ilimitada y hasta infinita. En realidad, la imaginaci�n es asaz modesta. Como todas las cosas humanas, la imaginaci�n tiene tambi�n sus confines. En todos los hombres, en los m�s geniales, como en los m�s idiotas, se encuentra condicionada por circunstancias de tiempo y de espacio. El esp�ritu humano reacciona contra la realidad contingente. Pero precisamente cuando reacciona contra la realidad es cuando tal vez depende m�s de ella. Pugna por modificar lo que ve y lo que siente; no lo que ignora. Luego, s�lo son v�lidas aquellas utop�as que se podr�an llamar realistas. Aquellas utop�as que nacen de la entra�a misma de la realidad. Jorge Simmel escrib�a una vez que una sociedad colectivista se mueve hacia ideales individualistas y que, inversamente, una sociedad individualista se mueve hacia ideales socialistas. La filosof�a hegeliana explica la fuerza creadora del ideal como una consecuencia, al mismo tiempo, de la resistencia y del est�mulo que �ste encuentra en la realidad. Podr�a decirse que el hombre no prev� ni imagina sino lo que ya est� germinando, madurando, en la entra�a obscura de la historia.

Los idealistas necesitan apoyarse sobre el inter�s concreto de una extensa y consciente capa social. El ideal no prospera sino cuando representa un vasto inter�s. Cuando adquiere, en suma, caracteres de utilidad y de comodidad. Cuando una clase social se convierte en instrumento de su realizaci�n.

En nuestra �poca, en nuestra civilizaci�n, no ha habido nunca utop�as demasiado audaces. El hombre moderno ha conseguido casi predecir el progreso. Hasta la fantas�a de los novelistas ha resultado, muchas veces, superada por la realidad en un plazo breve. La ciencia occidental ha ido m�s de prisa de lo que so�� Julio Verne. Otro tanto ha acontecido en la pol�tica. Anatole France vaticin� la revoluci�n rusa para fines de este siglo, pocos a�os antes de que esta revoluci�n inaugurase un cap�tulo nuevo en la historia del mundo.

Y justamente en la novela de Anatole France, que, intentando predecir el porvenir, formula estos ag�eros, �Sur la pierre blanche� se constata c�mo la cultura y la sabidur�a no confieren ning�n poder privilegiado a la imaginaci�n. Gali�n, el personaje de un episodio de la decadencia romana evocado por Anatole France, era un ejemplar m�ximo de hombre culto y sabio de su �poca. Sin embargo, este hombre no percib�a absolutamente la decadencia de su civilizaci�n. El cristianismo se le antojaba una secta absurda y est�pida. La civilizaci�n romana a su juicio no pod�a tramontar, no pod�a perecer. Gali�n conceb�a el futuro como una mera prolongaci�n del presente. Nos parece por esto, en sus discursos, lamentable y rid�culamente falto de inspiraci�n.. Era hombre muy inteligente, muy erudito, muy refinado; pero ten�a la inmensa desgracia de no ser un hombre imaginativo. De ah� que su actitud ante la vida fuese mediocre y conservadora.

Esta tesis sobre la imaginaci�n, el conservatismo y el progreso, podr�a conducirnos a conclusiones muy interesantes y originales. A conclusiones que nos mover�an, por ejemplo, a no clasificar m�s a los hombres como revolucionarios y conservadores sino como imaginativos y sin imaginaci�n. Distingui�ndolos as�, cometer�amos tal vez la injusticia de halagar demasiado la vanidad de los revolucionarios y de ofender un poco la vanidad, al fin y al cabo respetable, de los conservadores. Adem�s, a las inteligencias universitarias y met�dicas, la nueva clasificaci�n les parecer�a bastante arbitraria, bastante ins�lita: Pero, evidentemente, resulta muy mon�tono clasificar y calificar siempre a los hombres de la misma manera. Y, sobre todo, si la humanidad no les ha encontrado todav�a un nuevo nombre a los conservadores y a los revolucionarios, es tambi�n, indudablemente, por falta de imaginaci�n.


NOTA:

1 Publicado en Mundial: Lima, 12 de Diciembre de 1924.