OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

EL ARTISTA Y LA EPOCA

 

 

ASPECTOS VIEJOS Y NUEVOS DEL FUTURISMO1

 

El futurismo ha vuelto a entrar en ebullici�n. Marinetti, su sumo sacerdote, ha reanudado su pintoresca y trashumante vida de conferencias, andanzas, proclamas, exposiciones y esc�ndalos. Algunos de sus disc�pulos y secuaces de las his�t�ricas campa�as se han agrupado de nuevo en torno suyo.

El per�odo de la guerra produjo un per�odo de tregua del futurismo. Primero, porque sus co�rifeos se trasladaron un�nimemente a las trin�cheras. Segundo, porque la guerra coincidi� con una crisis en la facci�n futurista. Sus m�s ilus�tres figuras �Govoni, Papini, Palazzeschi� se hab�an apartado de ella, menesterosos de liber�tad para afirmar su personalidad y su originali�dad individual. Y estas y otras disidencias hab�an debilitado el futurismo y hab�an comprometido su salud. Mas, pasada la guerra, Marinetti ha po�dido reclutar nuevos adeptos en la muchedum�bre de artistas j�venes, �vidos de innovaci�n y ebrios de modernismo. Y ha encontrado, natu�ralmente, un ambiente m�s propicio a su propa�ganda. El instante hist�rico es revolucionario en todo sentido.

Esta vez el futurismo se presenta m�s o menos amalgamado y confundido con otras escuelas ar�t�sticas afines: el expresionismo, el dada�smo, etc. De ellas lo separan discrepancias de programa, de t�ctica, de ret�rica, de origen o, simplemente, de nombre. Pero a ellas lo une la finalidad re�novadora, la bandera revolucionaria, todas estas facciones art�sticas se fusionan bajo el com�n denominador de arte de vanguardia.

Hoy, el arte de vanguardia medra en todas las latitudes y en todos los climas. Invade las exposiciones. Absorbe las p�ginas art�sticas de las revistas. Y hasta empieza a entrar de puntillas en los museos de arte moderno. La gente sigue obstinada en re�rse de �l. Pero los artistas de vanguardia no se desalientan ni se soliviantan. No les importa ni siquiera que la gente se r�a de sus obras. Les basta que se las compren. Y esto ocu�rre ya. Los cuadros futuristas, por ejemplo, han dejado de ser un art�culo sin cotizaci�n y sin demanda. El p�blico los compra. Unas veces porque quiere salir de lo com�n. Otras veces porque gusta de su cualidad m�s comprensible y externa: su novedad decorativa. No lo mueve la comprensi�n sino el snobismo. Pero en el fondo este snobismo tiene el mismo proceso del arte de vanguardia. El hast�o de lo acad�mico, de lo viejo, de lo conocido. El deseo de cosas nuevas.

El futurismo es la manifestaci�n italiana de la revoluci�n art�stica que en otros pa�ses se ha manifestado bajo el t�tulo de cubismo, expre�sionismo, dada�smo. La escuela futurista, al igual que esas escuelas, trata de universalizarse. Porque las escuelas art�sticas son imperialistas, con�quistadoras y expansivas. El futurismo italiano lucha por la conquista del arte europeo, en concurrencia con el cubismo hilarante, el expresio�nismo germano y el dada�smo nov�simo. Que a su vez viene a Italia a disputar al futurismo la hegemon�a en su propio suelo.

La historia del futurismo es m�s o menos conocida. Vale la pena, sin embargo, resumirla brevemente.

Datan de 1906 los s�ntomas iniciales. El primer manifiesto fue lanzado desde Par�s tres a�os m�s tarde. El segundo fue el famoso manifiesto contra el conocido "claro de luna". El tercero fue el manifiesto t�cnico de la pintura futurista. Vinieron en seguida el manifiesto de la mujer futurista, el de la escultura, el de la literatura, el de la m�sica, el de la arquitectura, el del teatro. Y , el programa pol�tico del futurismo.

El programa pol�tico constituy� una de las desviaciones del movimiento, uno de los errores mortales de Marinetti. El futurismo debi� mantenerse dentro del �mbito art�stico. No porque el arte y la pol�tica sean cosas incompatibles. No. El grande artista no fue nunca apol�tico. No fue apol�tico el Dante. No lo fue Byron. No lo fue V�ctor Hugo. No lo es Bernard Shaw. No lo es Anatole France. No lo es Romain Rolland. No lo es Gabriel D'Annunzio. No lo es M�ximo Gorki. El artista que no siente las agitaciones, las inquietudes, las ansias de su pueblo y de su �poca, es un artista de sensibilidad mediocre, de comprensi�n an�mica. �Que el diablo confunda a los artistas benedictinos, enfermos de megaloman�a aristocr�tica, que se clausuran en una decadente torre de marfil!

No hay, pues, nada que reprochar a Marinetti por haber pensado que el artista deb�a tener un ideal pol�tico. Pero s� hay que re�rse de �l por haber supuesto que un comit� de artistas pod�a improvisar de sobremesa una doctrina pol�tica. La ideolog�a pol�tica de un artista no puede salir de las asambleas de estetas. Tiene que ser una ideolog�a plena de vida, de emoci�n, de humanidad y de verdad. No una concepci�n artificial, literaria y falsa.

Y falso, literario y artificial era el programa pol�tico del futurismo. Y ni siquiera pod�a llamarse leg�timamente futurista, porque estaba saturado de sentimiento conservador, malgrado su ret�rica revolucionaria. Adem�s, era un programa local. Un programa esencialmente italiano. Lo que no se compaginaba con algo esencial en el movimiento: su car�cter universal. No era congruente juntar a una doctrina art�stica de horizonte internacional con una doctrina pol�tica de horizonte dom�stico.

Errores de direcci�n como �ste sembraron el cisma en el futurismo. El p�blico crey�, por ello, en su fracaso. Y cree en �l hasta ahora. Pero tendr� que rectificar su juicio.

Algunos iniciadores del futurismo �Papini, Govoni, Palazzeschi� no son ya futuristas oficiales. Pero continuar�n si�ndolo a su modo. No han renegado del futurismo; han roto con la escuela. Han disentido de la ortodoxia futurista.

El fracaso es, pues, de la ortodoxia, del dogmatismo; no del movimiento. Ha fracasado la desviada tendencia a reemplazar el academicismo cl�sico con un academicismo nuevo. No ha fracasado el fruto de una revoluci�n art�stica. La revoluci�n art�stica est� en marcha. Son muchas sus exageraciones, sus destemplanzas, sus desmanes. Pero es que no hay revoluci�n mesurada, equilibrada, blanda, serena, pl�cida. Toda revoluci�n tiene sus horrores. Es natural que las revoluciones art�sticas tengan tambi�n los suyos. La actual est�, por ejemplo, en el per�odo de sus horrores m�ximos.

 


NOTA:

1 Publicado en El Tiempo: Lima, 3 de Agosto de 1921. V�ase tambi�n el ensayo sobre Marinetti y el futu�rismo, que Jos� Carlos Mari�tegui public� inicialmen�te en Variedades (Lima, 19 de Enero de 1924) y que luego incluy� en La Escena Contempor�nea.