OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI |
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EL ARTISTA Y LA EPOCA |
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EL BALANCE DEL SUPRARREALISMO1
Ninguno de los movimientos literarios y art�sticos de vanguardia de Europa occidental ha tenido, contra lo que baratas apariencias pueden sugerir, la significaci�n ni el contenido hist�rico del suprarrealismo. Los otros movimientos se han limitado a la afirmaci�n de algunos postulados est�ticos, a la experimentaci�n de algunos principios art�sticos. El "futurismo" italiano ha sido, sin duda, una excepci�n de la regla. Marinetti2 y sus secuaces pretend�an representar, no s�lo art�stica sino tambi�n pol�tica, sentimentalmente, una nueva Italia. Pero el "futurismo" que, considerado a distancia, nos hace sonre�r, por este lado de su megaloman�a histrionesca, quiz�s m�s que por ning�n otro, ha entrado hace ya alg�n tiempo en el "orden" y la academia; el fascismo lo ha digerido sin esfuerzo, lo que no acredita el poder digestivo del r�gimen de las camisas negras, sino la inocuidad fundamental de los futuristas. El futurismo ha tenido tambi�n, en cierta medida, la virtud de la persistencia. Pero, bajo este aspecto, el suyo ha sido un caso de longevidad, no de continuaci�n ni desarrollo. En cada reaparici�n, se reconoc�a al viejo futurismo de anteguerra. La peluca, el maquillaje, los trucos, no imped�an notar la voz cascada, los gestos mecanizados. Marinetti, en la imposibilidad de obtener una presencia continua, dial�ctica, del futurismo, en la literatura y la historia italianas, lo salvaba del olvido, mediante ruidosas rentr�es.3 El futurismo, en fin, estaba viciado originalmente por ese gusto de lo espectacular, ese abuso de lo histri�nico �tan italianos, ciertamente, y �sta ser�a tal vez la excusa que una cr�tica honesta le podr�a conceder� que lo condenaban a una vida de proscenio, a un rol hechizo y ficticio de declamaci�n. El hecho de que no se pueda hablar del futurismo sin emplear una terminolog�a teatral, confirma este rasgo dominante de su car�cter. El "suprarrealismo" tiene otro g�nero de duraci�n. Es verdaderamente, un movimiento, una experiencia. No est� hoy ya en el punto en que lo dejaron, hace dos a�os, por ejemplo, los que lo observaron hasta entonces con la esperanza de que se desvaneciera o se pacificara. Ignora totalmente al suprarrealismo quien se imagina conocerlo y entenderlo por una f�rmula, o una definici�n de una de sus etapas. Hasta en su surgimiento, el suprarrealismo se distingue de las otras tendencias o programas art�sticos y literarios. No ha nacido armado y perfecto de la cabeza de sus inventores. Ha tenido un proceso. Dada es nombre de su infancia. Si se sigue atentamente su desarrollo, se le puede descubrir una crisis de pubertad. Al llegar a su edad adulta, ha sentido su responsabilidad pol�tica, sus deberes civiles, y se ha inscrito en un partido, se ha afiliado a una doctrina. Y, en este plano, se ha comportado de modo muy distinto que el futurismo. En vez de lanzar un programa de pol�tica suprarrealista, acepta y suscribe el programa de la revoluci�n concreta, presente: el programa marxista de la revoluci�n proletaria. Reconoce validez en el terreno social, pol�tico, econ�mico, �nicamente, al movimiento marxista. No se le ocurre someter la pol�tica a las reglas y gustos del arte. Del mismo modo que en los dominios de la f�sica, no tiene nada que oponer a los datos de la ciencia; en los dominios de la pol�tica y la econom�a juzga pueril y absurdo intentar una especulaci�n original, basada en los datos del arte. Los suprarrealistas no ejercen su derecho al disparate, al subjetivismo absoluto, sino en el arte; en todo lo dem�s, se comportan cuerdamente y esta es otra de las cosas que los diferencian de las precedentes, escandalosas variedades, revolucionarias o rom�nticas, de la historia de la literatura. Pero nada reh�san tanto los suprarrealistas como confinarse voluntariamente en la pura especulaci�n art�stica. Autonom�a del arte, s�; pero, no clausura del arte. Nada les es m�s extra�o que la f�rmula del arte por el arte. El artista que, en un momento dado, no cumple con el deber de arrojar al Sena a un Flic4 de M. Tardieu, o de interrumpir con una interjecci�n un discurso de Briand, es un pobre diablo. El suprarrealismo le niega el derecho de ampararse en la est�tica para no sentir lo repugnante, lo odioso del oficio de Mr. Chiappe, o de los anestesiantes orales del pacifismo de los Estados Unidos de Europa. Algunas disidencias, algunas, defecciones han tenido, precisamente, su origen en esta concepci�n de la unidad del hombre y el artista. Constatando el alejamiento de Robert Desnos, que diera en un tiempo contribuci�n cuantiosa a los cuadernos de La R�volution Surr�aliste, Andr� Breton dice que ��l crey� poder entregarse impunemente a una de las actividades m�s peligrosas que existen, la actividad period�stica, y descuidar, en funci�n de ella, de responder a un peque�o n�mero de intimaciones brutales, frente a las cuales se ha hallado el suprarrealismo avanzando en su camino: marxismo o antimarxismo, por ejemplo�. A los que en esta Am�rica tropical se imaginan el suprarrealismo como un libertinaje, les costar� mucho trabajo, les ser� quiz�s imposible admitir esta afirmaci�n: que es una dif�cil, penosa disciplina. Puedo atemperarla, moderarla, sustituy�ndola por una definici�n escrupulosa: que es la dif�cil, penosa b�squeda de una disciplina. Pero insisto, absolutamente, en la calidad rara �inasequible y vedada al snobismo, a la simulaci�n� de la experiencia y del trabajo de los suprarrealistas. La R�volution Surr�aliste ha llegado a su n�mero XII y a su a�o quinto. Abre el n�mero XII un balance de una parte de sus operaciones, que Andr� Bret�n titula: Segundo Manifiesto del Suprarrealismo. Antes de comentar este manifiesto5 he querido fijar, en algunos ac�pites, el alcance y el valor del suprarrealismo, movimiento que he seguido con una atenci�n que se ha reflejado m�s de una vez, y no s�lo epis�dicamente, en mis art�culos. Esta atenci�n, nutrida de simpat�a y esperanza, garantiza la lealtad de lo que escribir�, polemizando con los textos e intenciones suprarrealistas. A prop�sito del n�mero XII agregar� que su texto y su tono confirman el car�cter de la experiencia suprarrealista y de la revista que la exhibe y traduce. Un n�mero de La R�volution Surr�aliste representa casi siempre un examen de conciencia, una interrogaci�n nueva, una tentativa arriesgada. Cada n�mero acusa un nuevo reagrupamiento de fuerzas. La misma direcci�n de la revista, en su sentido funcional o personal, ha variado algunas veces, hasta que la ha asumido, imprimi�ndole continuidad, Andr� Breton. Una revista de esta �ndole no pod�a tener una regularidad peri�dica, exacta, en su publicaci�n. Todas sus expresiones deben ser fieles a la l�nea atormentada, peligrosa, desafiante de sus investigaciones y sus experimentos. Andr� Breton hace, en el segundo manifiesto del suprarrealismo, el proceso de los escritores y artistas que habiendo participado en este movimiento, lo han renegado m�s o menos abiertamente. Bajo este aspecto, el manifiesto tiene algo de requisitoria y no ha tardado en provocar contra el autor y sus compa�eros de equipo violentas reacciones. Pero en esta requisitoria hay lo menos posible de cuesti�n personal. El proceso a las apostas�as y a las deserciones tiende, sobre todo, en esta pieza pol�mica, a insistir en la dif�cil y valerosa disciplina espiritual y art�stica a que conduce la experiencia suprarrealista. �Es remarcable �escribe Breton� que abandonados a ellos mismos, y a ellos solos, los hombres que nos han puesto un d�a en la necesidad de prescindir de su compa��a, han perdido pie en seguida y han debido, luego, recurrir a los expedientes m�s miserables para retornar en gracia cerca de los defensores del orden, grandes partidarios todos del nivelamiento por la cabeza. Es que la fidelidad sin desfallecimiento a los empe�os del suprarrealismo supone un desinter�s, un desprecio del riesgo, un rehusamiento a la conciliaci�n, de los que, a la larga, pocos hombres se revelan capaces. Aunque no quedara ninguno de todos aquellos que primero han medido en �l su chance6 de significaci�n y su deseo de verdad, el suprarrealismo vivir�a�. Los disidentes notorios y antiguos del movimiento apenas si son mencionados por Breton en este manifiesto que, en cambio, examina con rigor la conducta de los que se han apartado del suprarrealismo en los �ltimos tiempos. Breton extrema la agresi�n personal contra Fierre Maville, que tan marcadamente se se�al�, al lado de Marcel Fourrier, en la liquidaci�n de Clart� y en su sustituci�n por La Lutte des Classes.7 Maville es presentado como el hijo arribista de un banquero millonario, en desesperada b�squeda de notoriedad, a quien el demonio de la ambici�n ha guiado en su viaje, desde la direcci�n de la revista del suprarrealismo hasta La Lutte des Classes, La Verit�8 y la oposici�n trotskysta. Me parece que en Maville hay algo mucho m�s serio. Y no excluyo la posibilidad de que Breton se rectifique m�s tarde acerca de �l �si Maville corresponde a mi propia esperanza� con la misma nobleza con que, despu�s de una larga querella, ha reconocido a Trist�n Tzara la persistencia en el empe�o atrevido y en el trabajo severo. La misma honradez, el mismo escr�pulo se constataba en apreciaciones como las que nos introducen en este balance del suprarrealismo, precisando que �no ha tendido a nada tanto como a provocar, desde el punto de vista intelectual o moral, una crisis de conciencia de la especie m�s general y m�s grave y que s�lo la obtenci�n o la no-obtenci�n de este resultado puede decidir de su logro o de su fracaso hist�rico�. �Desde el punto de vista intelectual �dice Breton� se trataba, se trata todav�a de probar por todos los medios, y de hacer reconocer a todo precio, el car�cter ficticio de las viejas antinomias destinadas hip�critamente, a prevenir toda agitaci�n ins�lita de parte del hombre; aunque sea d�ndole una idea indigente de sus medios, desafi�ndolo a escapar en una medida v�lida a la coacci�n universal�. No se puede aprobar �justamente por las razones por las que se adhiere a esta definici�n, a este precisamiento del suprarrealismo como una experiencia� las frases que siguen: �Todo mueve a creer que existe un punto del esp�ritu, desde el cual la vida y la muerte, lo real y lo bajo, cesan de ser percibidos contradictoriamente. Y bien, en vano se buscar�a a la actividad suprarrealista otro m�vil que la esperanza de determinaci�n de este punto�. El esp�ritu y el programa del suprarrealismo no se expresan en estas ni en otras frases ambiciosas, de intenci�n epatante9 y ultra�sta.10 El mejor pasaje tal vez del manifiesto es aquel otro en que, con un sentido hist�rico del romanticismo, mil veces m�s claro del que alcanzan en sus indagaciones a veces tan banales los eruditos de la cuesti�n romanticismo-clasicismo, Andr� Breton afirma la filiaci�n rom�ntica de la revoluci�n suprarrealista. �En la hora en que los poderes p�blicos, en Francia, se aprestan a celebrar grotescamente con fiestas el centenario del romanticismo, nosotros decimos que ese romanticismo del cual queremos hist�ricamente pasar hoy por la cola �pero la cola a tal punto prensil� por su esencia misma reside en 1930 en la negaci�n de esos poderes y de esas fiestas. Que tener cien a�os de existencia es, para �l, estar en la juventud y que lo que se ha llamado, equivocadamente, su �poca heroica, no puede ser considerada sino como el vagido de un ser que comienza solamente a hacer conocer su deseo, a trav�s de nosotros y que, si se admite que lo que ha sido pensado antes de �l �cl�sicamente� era el bien, quiere incontestablemente todo el mal. Pero las frases de gusto dada�sta no faltan en el manifiesto que tiene en esos pasajes ��yo demando la ocultaci�n profunda, verdadera del suprarrealismo�, �ninguna concesi�n al mundo�, etc.� una entonaci�n infantil que, en el punto a que ha llegado hist�ricamente este movimiento, como experiencia e indagaci�n, no es ya posible excusarle.
NOTAS:
1
Publicado en Variedades. Lima, 19 de Febrero y 5 de Marzo de 1930.
Despu�s del t�tulo, la primera parte ostentaba la siguiente apostilla:
�A prop�sito del �ltimo manifiesto de Andr� Bret�n�. Y, denotando su
clara secuencia, la segunda parte apareci� bajo un ep�grafe que recuerda
esa apostilla: El segundo manifiesto del suprarrealismo.
2
Fundador del
"futurismo" literario. V�ase los ensayos de Mari�tegui sobre
Marinetti y el Futurismo en La Escena Contempor�nea; y, en el presente
volumen, el que dedica a los Aspectos viejos y nuevos del futurismo.
3
Nuevas presentaciones.
4
Apodo que los parisinos aplican a los polic�as.
5
Hemos suprimido del texto una frase circunstancial, en armon�a con una
pr�ctica seguida por el propio Jos� Carlos Mari�tegui, cuando pudo
revisar los art�culos que escrib�a para revistas de actualidad:
�Prometo a los lectores de Variedades un comentario de este manifiesto y
de una Introducci�n a 1930, publicada en el mismo n�mero por Louis
Arag�n. El comentario del manifiesto forma la segunda parte del presente
ensayo; pero la muerte frustr� el que debi� ser consagrado al art�culo
de Louis Arag�n.
6
Oportunidad.
7
La lucha de clases.
8
La Verdad.
9
De �pater: asombrar. Algunos escritores quer�an �pater le bourgeods, o
sea, asombrar a la burgues�a. 10 Corriente literaria decadente, catalogada entre las de "vanguardia".
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