OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI |
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EL ARTISTA Y LA EPOCA |
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LA TORRE DE MARFIL1
En una tierra de gente melanc�lica, negativa y pasadista, es posible que la Torre de Marfil tenga todav�a algunos amadores. Es posible que a algunos artistas e intelectuales les parezca a�n un retiro elegante. El virreinato nos ha dejado varios gustos solariegos. Las actitudes distinguidas, aristocr�ticas, individualistas, siempre han encontrado aqu� una imitaci�n entusiasta. No es ocioso, por ende, constatar que de la pobre Torre de Marfil no queda ya, en el mundo moderno, sino una ruina exigua y p�lida. Estaba hecha de un material demasiado fr�gil, precioso y quebradizo. Vetusta, deshabitada, pasada de moda, alberg� hasta la guerra a algunos linf�ticos artistas. Pero la marejada b�lica la trajo a tierra. La Torre de Marfil cay� sin estruendo y sin drama. Y hoy, malgrado la crisis de alojamiento, nadie se propone reconstruirla. La Torre de Marfil fue uno de los productos de la literatura decadente. Perteneci� a una �poca en que se propag� entre los artistas un humor mis�ntropo. Endeble y amanerado edificio del decadentismo, la Torre de Marfil languideci� con la literatura alojada dentro de sus muros an�micos. Tiempos quietos, normales, burocr�ticos, pudieron tolerarla. Pero no estos tiempos tempestuosos, iconoclastas, her�ticos, tumultuosos. Estos tiempos apenas si respetan la torre inclinada de Pisa, que sirvi� para que Galileo, a causa tal vez del mareo y el v�rtigo, sintiese que la tierra daba vueltas. El orden espiritual, el motivo hist�rico de la Torre de Marfil aparecen muy lejanos de nosotros y resultan muy extra�os a nuestro tiempo. El "torremarfilismo" form� parte de esa reacci�n rom�ntica de muchos artistas del siglo pasado contra la democracia capitalista y burguesa. Los artistas se ve�an tratados desde�osamente por el Capital y la Burgues�a. Se apoderaba, por ende, de sus esp�ritus una imprecisa nostalgia de los tiempos pret�ritos. Recordaban que bajo la aristocracia y la Iglesia, su suerte hab�a sido mejor. El materialismo de una civilizaci�n que cotizaba una obra de arte como una mercader�a los irritaba. Les parec�a horrible que la obra de arte necesitase reclame, empresarios, etc., ni m�s ni menos que una manufactura, para conseguir precio, comprador y mercado. A este estado de �nimo corresponde una literatura saturada de rencor y de desprecio contra la burgues�a. Los burgueses eran atacados no como ahora, desde puntos de vista revolucionarios, sino desde puntos de vista reaccionarios. El s�mbolo natural de esta literatura, con n�usea del vulgo y nostalgia de la feudalidad, ten�a que ser una torre. La torre es genuinamente medioeval, g�tica, aristocr�tica. Los griegos no necesitaron torres en su arquitectura ni en sus ciudades. El pueblo griego fue el pueblo del demos.2 del �gora, del foro. En los romanos hubo la afici�n a lo colosal, a lo grandioso, a lo gigantesco. Pero los romanos concibieron la mole, no la torre. Y la mole se diferencia sustancialmente de la torre. La torre es una cosa solitaria y aristocr�tica; la mole es una cosa multitudinaria. El esp�ritu y la vida de la Edad Media, en cambio, no pod�an prescindir de la torre y, por esto, bajo el dominio de la iglesia y de la aristocracia, Europa se pobl� de torres. El hombre medioeval viv�a acorazado. Las ciudades viv�an amuralladas y almenadas. En la Edad Media todos sent�an una aguda sed de clausura, de aislamiento y de incomunicaci�n. Sobre una muchedumbre f�rrea y p�trea de murallas y corazas no cab�a sino la autoridad de la torre. S�lo Florencia pose�a m�s de cien torres. Torres de la feudalidad y torres de la Iglesia. La decadencia de la torre empez� con el Renacimiento. Europa volvi� entonces a la arquitectura y al gusto cl�sico. Pero la torre defendi� obstinadamente su se�or�o. Los estilos arquitect�nicos posteriores al Renacimiento readmitieron la torre. Sus torres eran enanas, truncas, como mu�ones; pero eran siempre torres. Adem�s, mientras la arquitectura cat�lica se engalan� de motivos y decoraciones paganas, la arquitectura de la Reforma conserv� el gusto n�rdico y austero de lo g�tico. Las torres emigraron al norte, donde mal se aclimataba a�n el estilo renacentista. La crisis definitiva de la torre lleg� con el liberalismo, el capitalismo y el maquinismo. En una palabra, con la civilizaci�n capitalista. Las torres de esta civilizaci�n son utilitarias e industriales. Los rascacielos de Nueva York no son torres sino moles. No albergan solitaria y solariegamente a un campanero o a un hidalgo. Son la colmena de una muchedumbre trabajadora. El rascacielos, sobre todo, es democr�tico en tanto que la torre es aristocr�tica. La torre de cristal fue una protesta al mismo tiempo rom�ntica y reaccionaria. A la plaza, a la usina, a la Bolsa de la democracia, los artistas de temperamento reaccionario decidieron oponer sus torres misantr�picas y exquisitas. Pero la clausura produjo un arte muy pobre. El arte, como el hombre y la planta, necesita de aire libre. "La vida viene de la tierra", como dec�a Wilson. La vida es circulaci�n, es movimiento, es marea. Lo que dice Mussolini de la pol�tica se puede decir de la vida. (Mussolini es detestable como condottiere3 de la reacci�n, pero estimable como hombre de ingenio). La vida "no es mon�logo". Es un di�logo, es un coloquio. La torre de marfil no puede ser confundida, no puede ser identificada con la soledad. La soledad es grande, asc�tica, religiosa; la torre de marfil es .peque�a, femenina, enfermiza. Y la soledad misma puede ser un episodio, una estaci�n de la vida; pero no la vida toda. Los actos solitarios son fatalmente est�riles. Artistas tan aristocr�ticos e individualistas como Oscar Wilde han condenado la soledad. �El hombre �ha es�crito Oscar Wilde� es sociable por naturaleza�. La Tebaida misma termina por poblarse y aun�que el cenobita realice su personalidad, la que realiza es frecuentemente una personalidad em�pobrecida. Baudelaire quer�a, para componer castamente sus �glogas, coucher aupres du eiel comme les astrologues.4 M�s toda la obra de Baudelaire est� llena del dolor de los pobres y de los miserables. Late en sus versos una gran emoci�n humana. Y a estos resultados no puede arribar ning�n artista clausurado y benedictino. El "torremarfilismo" no ha sido, por consiguien�te, sino un episodio precario, decadente y mor�boso de la literatura y del arte. La protesta con�tra la civilizaci�n capitalista es en nuestro tiem�po revolucionario y no reaccionario. Los artistas y los intelectuales descienden de la torre orgu�llosa e impotente a la llanura innumerable y fe�cunda. Comprenden que la torre de marfil era una laguna tediosa, mon�tona, enferma, orlada de una flora pal�dica o malsana. Ning�n gran artista ha sido extra�o a las emo�ciones de su �poca. Dante, Shakespeare, Goethe, Dostoievsky, Tolstoy y todos los artistas de an�loga jerarqu�a ignoraron la torre de marfil. No se conformaron jam�s con recitar un l�nguido soli�loquio. Quisieron y supieron ser grandes prota�gonistas de la historia. Algunos intelectuales y artistas carecen de aptitud para marchar con la muchedumbre. Pugnan por conservar una acti�tud distinguida y personal ante la vida. Romain Rolland, por ejemplo, gusta de sentirse un poco au dessus de la mel�e.5 Mas Romain Rolland no es un agn�stico ni un solitario. Comparte y com�prende las utop�as y los sue�os sociales, aunque repudie, contagiado del misticismo de la no-vio�lencia, los �nicos medios pr�cticos de realizarlos. Vive en medio del fragor de la crisis contempor�nea. Es uno de los creadores del teatro del pueblo, uno de los estetas del teatro de la revoluci�n. Y si algo falta a su personalidad y a su obra es, precisamente, el impulso necesario para arrojarse plenamente en el combate. La literatura de moda en Europa �literatura cosmopolita, urbana, esc�ptica, humorista�, carece absolutamente de solidaridad con la pobre y difunta torre de marfil, y de afici�n ala clausura. Es, como ya he dicho, la espuma de una civilizaci�n ultrasensible y quintaesenciada. Es un producto genuino de la gran urbe. El drama humano tiene hoy,
como en las tragedias griegas, un coro multitudinario. En una obra de
Pirandello, uno de los personajes es la calle. La calle con sus rumores y
con sus gritos est� presente en los tres actos del drama pirandelliano.
La calle, ese personaje an�nimo y tentacular que la torre de marfil y sus
macilentos hierofantes ignoran y desde�an. La calle, o sea, el vulgo; o
sea, la muchedumbre. La calle, cauce proceloso de la vida, del dolor, del
placer, del bien y del mal.
NOTAS:
1
Publicado en Mundial: Lima, 7 de Noviembre de 1924.
2
En griego significa pueblo y se le emplea para referirse a la ciudadan�a.
3
Caudillo de soldados mercenarios.
4
Acostarse cerca del cielo como los astr�logos. 5 Por encima de la contienda, al margen del conflicto.
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