OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

EL ARTISTA Y LA EPOCA

 

 

�NADJA�, DE ANDRE BRETON1

 

El tema que anteriormente enfocaba era el del realismo en la nueva literatura rusa. �Podr� pensarse que abandono demasiado arbitraria�mente la l�nea de esta meditaci�n, porque paso ahora a disctil1rir sobre Nadja de Andr� Bre�t�n? Es posible. Pero yo no me sentir� nunca lejano del nuevo realismo, en compa��a de los suprarrealistas. La benemerencia m�s cierta del movimiento que representan Andr� Bret�n, Louis Arag�n y Paul Eluard es la de haber prepa�rado una etapa realista en la literatura, con la reivindicaci�n de lo suprarreal. Las reivindica�ciones de una revoluci�n, literaria como pol�ti�ca, son siempre outranci�res.2 �Por qu� las de la revoluci�n suprarrealista no hab�an tambi�n de serlo? Proponiendo a la literatura los cami�nos de la imaginaci�n y del sue�o, los suprarrea�listas no la invitan verdaderamente sino al des�cubrimiento, a la recreaci�n de la realidad.

Nada es m�s err�neo en la vieja estimativa li�teraria que el concepto de que el realismo importa la renuncia de la fantas�a. Esa es, en to�do caso, una idea basada exclusivamente en las experiencias y en las creaciones del sedicente realismo de la novela burguesa. El artista des�provisto o pobre de imaginaci�n es el peor do�tado para un arte realista. No es posible aten�der y descubrir lo real sin una operosa y afinada fantas�a. Lo demuestran todas las obras dignas de ser llamadas realistas, del cinema, de la pin�tura, de la escultura, de las letras.

Restaurar en la literatura los fueros de la fan�tas�a, no puede servir, si para algo sirve, sino para restablecer los derechos o los valores de la realidad. Los escritores menos sospechosos de compromisos con el viejo realismo, m�s intransi�gentes en el servicio de la fantas�a, no se alejan de la f�rmula de Massimo Bontempelli: "realis�mo m�gico". No aparece, en ninguna teor�a del novecentismo beligerante y creativa la inten�ci�n de jubilar el t�rmino realismo, sino de dis�tinguir su acepci�n actual de su acepci�n cadu�ca, mediante un prefijo o un adjetivo. Neorrea�lismo, infrarrealismo, suprarrealismo, "realismo m�gico". La literatura, aun en los temperamen�tos m�s enervados por los excitantes de la sece�si�n novecentista, siente que s�lo puede moverse en el territorio de la realidad, y que en ning�n otro lo espera mayor suma de aventuras y des�cubrimientos.

Andr� Bret�n ha tomado de su mundo ordi�nario, de su labor cotidiana, los elementos de Nadja. La descripci�n de esta bizarra criatu�ra se ci�e a los d�as de su di�logo con el poeta suprarrealista. Nadja no es un personaje absur�do, imposible, irreal. El encuentro de esta pro�tagonista desorbitada, errante, constituye una ex�periencia accesible para el habitante de una capital como Par�s. Basta que el habitante sea ca�paz de apreciar y buscar esta experiencia. Nad�ja, la de Andr� Breton, es �nica. Pero sus her�manas �criaturas de una filiaci�n al mismo tiempo vaga e inconfundible� deambulan por las calles de Par�s, Berl�n, Londres, se extinguen en sus manicomios. Son la m�s cierta estirpe po�tica de la urbe, el m�s melanc�lico y dulce material de la psiquiatr�a.

A Nadja no se le puede encontrar sino en la calle. En otro lugar, alguna sombra velar�a su presencia. Es indispensable que su encuentro no se vincule al recuerdo de un sal�n, de un teatro, de un caf�, de una tienda. Su sola atm�sfera pura, transparente, personal es la de la calle. Por la acera de la calle banal, ordinaria, la veremos avanzar hacia nosotros con paso seguro y propio. La reconoceremos por su sonrisa, por sus ojos, aunque nada la diferencie demasiado de los transe�ntes. As� es como, de pronto, Andr� Bret�n se halla delante de ella en la rue3 Lafayette.

Nadja es una musa del suprarrealismo. No ha nacido quiz�s sino para encarnar en la obra de un poeta del Novecientos. Despu�s de haber excitado e iluminado sus d�as, hasta inspirarle la transcripci�n de sus palabras y de sus gestos en una obra, Nadja tiene que borrarse. La obra de un poeta rom�ntico habr�a necesitado absolutamente la muerte de esta mujer o su entrada en un convento; a la obra de un poeta suprarrealista conviene otra evasi�n, otro desvanecimiento: Nadja es internada en un manicomio. La psiquiatr�a la acechaba como a una presa tierna, et�rea, predilecta: la loca de ojos bellos y son- risa leve, sin la cual ser�an tan miserables los manicomios y faltar�a el m�s misterioso y po�tico estimulante a la imaginaci�n de los psiquiatras.

Lo que diferencia a Nadja de sus hermanas an�nimas, lo que la a�sla, lo que la elige e individualiza es su destino de personaje, su don de sortear instintiva, espont�neamente, los riesgos de adoptar por error un destino vulgar. Nadja es la mujer que se salva siempre. Ha amado en Lille, su ciudad natal, a un estudiante; pero ha huido de �l, que la amaba, por miedo de molestarle. Ha tenido en Par�s un amigo venerado y providencial, un hombre de setenticinco a�os, que la ha librado de la droga que contrabandeaba, preserv�ndola de un destino f�cil y brillante de aventura internacional. Ha conocido a su no�velista, cuando, llegada a un grado desespera�do de pobreza, ninguna otra cosa habr�a podi�do desviarla del m�s venal comercio. Hay algo que la salva siempre. Nadja es una criatura que no puede perderse. No se ausentar� definitiva�mente, para internarse en el pa�s mezquino y mo�n�tono de la locura, antes de haber dejado im�presa su imagen triste y obsesionante, su nom�bre breve, en el esp�ritu de un poeta, antes de haberle dicho frases de la m�s honda y pura re�sonancia en su intimidad, en su subconciencia:

�Con el fin de mi aliento que es el comienzo

[del vuestro�.

�Para vos yo no ser� nada o s�lo una huella�

�La garra del le�n aprieta el seno de la vi�a�

�Quiero tocar la serenidad con un dedo mojado

[de l�grimas�.

Andr� Bret�n precede el relato de sus d�as cerca de Nadja de un cap�tulo que es algo as� como la introducci�n teor�tica en su experiencia. Y al retrato, a la descripci�n, a la ausencia de Nadja, clausurada ya en el manicomio, sigue otra divagaci�n que es como la estela de la pro�tagonista en la imaginaci�n del poeta. Y como para probar que el libro moderno, como la revis�ta, no puede ya prescindir de la imagen, de la figura, de la escena gr�fica, Andr� Bret�n ilus�tra Nadja con fotos de Man Ray, con cuadros de Max Ernst, con dibujos de Nadja, con retratos de sus amigos, con vistas de la calle. Su Nadja preludia, tal vez, bajo este aspecto de procedi�miento, una revoluci�n de la novela.

Nadja puede alentar tambi�n muchas bara�tas tentativas literarias de gente obsedida por un mundo de misterios, signos y milagros, m�s o menos teos�ficos, de la clientela decadente de los videntes y or�culos novecentistas. Tenemos que reprochar a su propio autor, el descuido, la flaqueza de frases como �sta: �Puede ser que la vida demande ser descifrada como un criptogra�ma�. Esta b�squeda inoperosa y fatalista de la clave, es la m�s m�sera y deplorable tarea de los ocultismos que florecen en las lagunas del decadentismo contempor�neo. Pero Andr� Bret�n sabe siempre compensarnos cualquier desespera�da evasi�n, al templete de Buda viviente, con ese fondo de magn�fica rebeli�n de su litera�tura. Nadja que en los compartimientos de segun�da del metro, hacia las siete de la noche, gus�ta de averiguar, en las gentes fatigadas que han concluido su trabajo, lo que puede constituir el objeto de su preocupaci�n, piensa que hay personas buenas en esta multitud cansina. Bret�n opone a la taciturna distracci�n de su dulce personaje, esta apasionada r�plica: �Estas gentes no sabr�an ser interesantes sino en la medida en que soportan o no el trabajo, con todas las otras miserias. �C�mo los elevar�a esto, si en ellas la rebeld�a no fuese lo m�s fuerte? En el instante en que vos las veis, ellas no os ven: Yo odio con to�das mis fuerzas esta servidumbre que se me quiere hacer valer. Compadezco al hombre por estar condenado a ella, de no poder en general escaparle, pero no es la dureza de la pena lo que dispone en su favor; es, y no podr�a ser otra cosa, el vigor de su protesta�.


NOTAS:

1 Publicado en Variedades: Lima. 15 de enero de 1930.

2 Hasta el m�s all�.

3 Calle.