OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI |
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EL ARTISTA Y LA EPOCA |
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PANAIT ISTRATI1
I Durante la temporada de invierno de 1923-24, en la Costa Azul, Panait Istrati ejerc�a en Niza el oficio de fot�grafo ambulante. Los ping�es burgueses y las adobadas poules2 que lo miraron entonces, desde el m�rbido interior de sus limousines,3 en la Promenade des Anglais,4 no sospechaban que en este rumano vagabundo y an�nimo maduraba a la saz�n un escritor famoso. No les hagamos ning�n reproche por esto. Es dif�cil, sobre todo para un burgu�s o para una poule de Niza, presentir en un fot�grafo de un paseo p�blico a un hombre en trance de seducir, y poseer a la fama. Meses despu�s aparec�a en la colecci�n de prosadores contempor�neos, de F. Rieder y C�a: Editores, el primer libro de Panait Istrati: Kyra Kiralina. Y este primer volumen de Les recits d'Adri�n Zograffi,5 bastaba en poco tiempo para revelar, a Par�s primero, a Europa despu�s, un gran artista. Y no se trataba esta vez de un arte ven�reo o, para estar m�s a la moda, homosexual. No se trataba esta vez de un arte incubado en el mundo penumbroso y ambiguo de Proust. Se trataba de un arte fuerte, nutrido de pasi�n, henchido de infinito, venido de Oriente, que hund�a sus recias y �vidas ra�ces en otros estratos humanos. La figura del autor ten�a, adem�s, para unos un gran inter�s humano, para otros s�lo un gran inter�s novelesco. Panait Istrati hab�a estado a punto de morir sin publicar jam�s una l�nea. Su vida, su destino, no le hab�an dado nunca tiempo para averiguar si en �l se agitaba inexpresado, latente, un literato. Panait Istrati se hab�a contentado siempre con saber y sentir que en �l se agitaba, ansioso de liberaci�n, sediento de verdad, un hombre. Un d�a, hundido por la miseria, atormentado por su inquietud hab�a intentado degollarse. Con el cuerpo del suicida agonizante la polic�a encontr� una carta a Romain Rolland. Esta carta estaba destinada a descubrir, y a salvar en el vagabundo rumano, a un artista alt�simo. Desesperado esfuerzo del deseo y del af�n de creaci�n que lat�a en el fondo del alma tormentosa del suicida, una vez cumplido no pod�a perderse. Ten�a que hacer surgir en este hombre una nueva y vehemente voluntad de vivir. Panait Istrati quiso suicidarse. Pero el suicidio despert� en �l fuerzas hasta entonces sofocadas. El suicidio fue su renacimiento. �Yo he sido pescado con ca�a en el oc�ano social por el pescador de hombres de Villeneuve�,6 escribe Panait Istrati, con un poco de humorismo tr�gico en el prefacio de Kyra Kyralina. Romain Rolland nos cuenta as� la novela de Istrati: �En los primeros d�as de enero de 1921 me fue trasmitida una carta del Hospital de Niza. Hab�a sido encontrada sobre el cuerpo de un desesperado que acababa de cortarse la garganta. Se ten�a poca esperanza de que sobreviviese a su herida. Yo la le� y fui impresionado por el tumulto del genio. Un viento ardiente sobre la llanura. Era la confesi�n de un nuevo Gorki de los pa�ses balc�nicos. Se acert� a salvarlo. Yo quise conocerlo. Una correspondencia se anud�. Nos hicimos amigos�. �Se llama Istrati. Naci� en Braila, en 1884, de un contrabandista griego a quien no conoci� nunca, y de una campesina rumana, una admirable mujer que le consagr� su vida. Malgrado su afecto por ella, la dej� a los doce a�os, empujado por un demonio de vagabundaje o m�s bien por la necesidad devorante de conocer y de amar. Veinte a�os de vida errante, de extraordinarias aventuras, de trabajos extenuantes, de andanzas y de penas, quemado por el sol, calado por la lluvia, sin albergue, acosado por los guardias de noche, hambriento, enfermo, pose�do de pasiones, presa de la miseria. Hace todos los oficios: mozo de bar, pastelero, cerrajero, mec�nico, jornalero, cargador, pintor de carteles, periodista, fot�grafo. Se mezcla durante un tiempo a los movimientos revolucionarios. Recorre el Egipto, la Siria, Jaffa, Beyruth, Damasco y el L�bano, el Oriente, Grecia, Italia, frecuentemente sin un centavo, escondi�ndose una vez en un barco, donde se le descubre en el camino y de donde se le arroja a la costa en la primera escala. Vive despojado de todo, pero almacena un mundo de recuerdos y enga�a muchas veces su alma leyendo vorazmente, sobre todo a los maestros rusos y a los escritores de Occidente...� * * * En esta vida de aventuras y de dolor, Panait Istrati ha acumulado los materiales de su literatura. Su literatura que no tiene la fatiga ni la laxitud, ni la elegancia de la literatura de moda. Su literatura que contrasta con la estilizada y exquisita neurastenia de la literatura de las urbes de Occidente. Panait Istrati no puede ser catalogado dentro de las escuelas modernas. Su arte es verdaderamente suprarrealista. Pero su suprarrealismo es de una calidad y de un esp�ritu diferente a los de la escuela que acapara en nuestra �poca la representaci�n de esta ten�dencia. El suprarrealismo de Istrati, como el de Grosz, est� impregnado de caridad humana. Romain Rolland dice que Istrati es un cuen�tista de Oriente, un cuentista nato. Esta obser�vaci�n define penetrantemente unos de los lados del arte de Istrati. Los dos libros que Istrati ha publicado hasta ahora �Kyra Kyralina y Oncle Anghel� pertenecen a una serie, Les recits d'Adrien Zograffi. Lo mismo que el tercero �Les Haiducs� que la revista Europe, de Par�s, nos ha hecho pregustar en un magn�fico fragmento. En estos libros se eslabonan, maravillosamente, orientalmente, las narraciones. El autor narra. El personaje narra. Una narraci�n contiene y en�gendra otra. A los personajes de Istrati no se les ve vivir su vida; se les oye contarla. Y as� est�n m�s presentes. As� son m�s vivientes. Pero esto no es sino el procedimiento. La obra de Istrati tiene m�ritos m�s esenciales y sustantivos. Los tres cuentos de Kyra Kyralina componen una admirable, una vigorosa, una potente novela. Yo no conozco en la literatura nov�sima una obra tan noble, tan humana, tan fuerte como la de Istrati. Este hombre nos acerca a veces al miste�rio. Pero es entonces cuando nos acerca tambi�n a la realidad. No hay sombras, no hay fantas�mas, no hay duendes, no hay silencios ni mutis teatrales en sus novelas. Hay un soplo de fata�lidad y de tragedia que nace de la vida misma. El hombre, en estas novelas, cumple su destino. Pero su destino no tiene una trayectoria inexo�rable ordenada por los dioses. El hombre es res�ponsable en parte de su vida. El t�o Anghel sabe que exp�a su pecado. Sin embargo, m�s culpa�ble, m�s poderosa es siempre la injusticia huma�na. Stavro, otro agonista del mundo de Istrati, luch� por salvarse. No encontr� quien lo ayudara. Todos los hombres, todas las costumbres, todas las leyes, parec�an complotarse sorda e implacablemente para perderlo. Istrati se rebela contra la justicia de los hombres. Y se rebela tambi�n contra la justicia de Dios. Su prosa tiene a veces acentos b�blicos. Uno de sus cr�ticos ha dicho que Istrati ha escrito de nuevo el libro de Job. El t�o Anghel, en verdad, sufre estoicamente como el santo var�n de la Biblia. Pero al contrario de Job, el t�o Anghel es un rebelde. Y se pudre y se muere estoicamente, sin que Dios le devuelva, en la tierra, ni su ventura, ni su mujer, ni sus hijos, ni su hacienda. II En el tercer libro de la serie Los relatos de Adri�n Zograffi. Panait Istrati nos presenta a los bizarros personajes de estos relatos: los haiducs. Los haiducs que reencontramos en este libro, nos son conocidos. Los hemos encontrado ya en la banda de Cosma, en El t�o Anghel. Pero no sab�amos nada de su vida. Esta vez, ellos mismos nos cuentan su historia, que explica c�mo y por qu�, se volvieron haiducs. �Qu� es un haiduc? Panait Istrati no lo define; lo presenta. Lo hace vivir en sus relatos apasionados y apasionantes. El haiduc es un personaje un poco rom�ntico y un mucho primitivo de la floresta y los caminos de Rumania. Es un hombre que vive fuera de la ley, a salto de mata, perseguido por los gendarmes. Mitad bandido, mitad contrabandista, el haiduc no es espec�ficamente ni contrabandista ni bandido. El contrabando constituye una actividad natural de un hombre libre, rebelde al Estado y a sus leyes. Y la mano del haiduc no castiga sino a los crueles se�ores de la tierra y a sus esbirros. Busc�ndole afinidades y parecidos, se halla en el haiduc algo del primitivo montonero, antes de que el caudillaje lo enrolara bajo sus banderas. Tambi�n la historia de Luis Pardo empieza, m�s o menos, como la de un haiduc rumano. El haiduc no obedece a la ley de los poderosos, pero s� a la dura ley de los haiducs, inexorable contra el traidor y el cobarde. El ferrocarril, el tel�grafo, el autom�vil y el camino, son los enemigos del haiduc, cuyas trayectorias no quieren tangencias con las l�neas de la civilizaci�n. Porque el haiduc no es concebible sino dentro de un cuadro medioeval, como el que subsiste en parte de los Balcanes. En este libro de Panait Istrati no hay una no- vela, sino varias novelas. Floarea Codridor, la mujer que Cosma am� y que a Cosma dio un hijo, mas no su amor ni su alma; El�as el Prudente, hermano de Cosma y, al rev�s de �ste. capaz s�lo de consejo y reflexi�n, pero no de mando; Spilca el Monje, el haiduc m�stico que dej� el monasterio para mejor servir la ley de Dios y escapar a la de los hombres; Movilca el Vataf, que en su larga carrera de haiduc no ha abatido sino a peque�os malvados, porque los grandes est�n demasiado altos; y Jerem�as el hijo de Cosma, de Floarea y de la floresta, haiduc nato que a los quince a�os dispar� el tiro de fusil que lo arm� caballero; todos los hombres del estado mayor de Cosma, nos ponen delante del relato desnudo de su vidas. Floarea Codridor ha reemplazado a Cosma en el comando de la banda, desde que, roto ya el resorte de su voluntad, vale decir el de su vida, la bala de un gendarme mat� al intr�pido y tempestuoso haiduc. Y antes de asumir el mando del man�pulo ha querido que cada uno contase su historia. �Vosotros quer�is echar sobre mis hombros de mujer el peso de la responsabilidad y sobre mi cabeza el precio de la p�rdida. Yo acepto uno y otro. Para esto debemos conocernos. Vosotros me dir�is qui�nes sois y yo os dir�, la primera, quien soy�. Y cada uno de los haiducs ha hablado. Floarea Codridor la primera. El arte de narrador maravilloso, de cuentista oriental y m�gico, que revel� Panait Istrati desde sus primeros libros, se afirma en Los Haiducs. �Las figuras de los haiducs, sobre todo las de Floarea Codridor, de El�as el Prudente y de Spilca el Monje, est�n trazadas con vigor suprarrealista sobre el fondo agreste de la monta�a ruma�na y de sus rudas aldeas�.7 Pero lo m�s vital, lo m�s sustantivo de la obra de Panait Istrati, no viene de ese fresco y es�pont�neo don de la f�bula, que le reconocen f�cil y un�nimemente los cr�ticos de los diversos sectores de la literatura. Est� en el esp�ritu mis�mo de la obra. No es una cuesti�n de habilidad literaria. En el fondo de su f�bula se agita un exaltado sentimiento de libertad, un desesperado anhelo de justicia. Panait Istrati, como Bar�busse lo proclama, es ante todo un revolucionario. Por eso sus libros tienen un aut�ntico acento de salud. Llevan el signo inconfundible de la fuerza de su creador, a quien antes que nada preocupa la verdad. En sus libros hay la menor dosis posible de literatura. Y esto no impide cla�sificarlos entre las m�s altas creaciones art�sti�cas de su tiempo. Por el contrario, los coloca por encima de toda la manufactura decadente que, con un d�bil esmalte de novedad, pretende pasar por arte nuevo. III Monde, la nueva revista internacional de Henil Barbusse, (Clart�, emancipada hace algunos a�os de Barbusse, se ha transformado recientemente en La Lutte de Clases), publica en sus primeros n�meros algunos relatos de viajes de Panait Istrati. Las �ltimas estaciones de la vida del ge�nial autor de Los relata de Adri�n Zograffi (Ky�ra Kyralina, T�o Anghel, Los Haiducs) nos son contadas as� por �l mismo, con su encantado y oriental don de narrador. La exaltaci�n, la intensidad, la pasi�n de Pa�nait Istrati vagabundo nos eran maravillosamen�te comunicadas por sus novelas. Pero nos esca�paba el Istrati artista, el Istrati renacido. Su biograf�a, divulgada en todas las lenguas, conclu�a con el episodio de su frustrado suicidio y de su revelaci�n como artista en una carta a Romain Rolland. Esp�ritu ag�nico, al buscar la muerte, Panait Istrati hall� la vida: la vida in�mortal del creador, del artista. Pero, �el literato habr�a extinguido al vagabundo? He aqu� una pregunta ansiosa de todos los que desde su pri�mer libro lo conocimos y amamos. �Qu� hab�an hecho Par�s y la gloria, del errante amigo de Mikhail? Sab�amos que Panait Istrati, hombre antes que literato, hab�a ido a Rumania a com�batir la dura batalla de su pueblo. Lo o�amos responder siempre �presente! al llamado de la revoluci�n. M�s nos faltaba su confidencia. Ne�cesit�bamos que nos contase con su voz amical, fraterna, su experiencia �ntima de escritor c�lebre. Hace varios meses, lo escuchamos en un re�portaje de Frederic Lef�vre. Con Istrati, Lef�vre no pod�a emplear la t�cnica habitual de sus en�trevistas: Une heure avec...8 A Panait Istra�ti no es posible acercarse como reportero sino como amigo. No una sino muchas horas dur� el di�logo de Istrati y Lef�vre; gozoso itinerario de im�genes y aventuras, que despu�s de conducirnos a Braila donde del amor de un grie�go y una rumana naci� Istrati, hace cuarenta a�os, nos devuelve a su intimidad de ahora. Por esta confesi�n, sabemos que el novelista no vive menos insatisfecho y atormentado que el vaga�bundo. El placer y el dolor de la creaci�n no colman su alma. �Qu� miserable cosa le parece haberse convertido en un literato, nada m�s que un literato! Sobre sus hombros sensibles y por�fiados, pesa una responsabilidad nueva. �No veo en mi caso �dice a Lef�vre� sino una aventu�ra, edificada sobre un accidente aut�ntico y san�griento sobrevenido en mi vida. En tanto que los hombres deber�n esperar accidentes semejan�tes para poder expresarse, no tendr� mi ejem�plo por un �xito. Soy pobre y espero morir po�bre, porque marcho en mi vida de- hoy acompa��ado de la inmensa familia de los vagabundos encontrados en mis rutas. Estoy en la mitad de mi obra, tal como la he concebido durante mis largos a�os de vagabundo. Cuando haya doblado el cabo de esta jornada, dejar� la pluma, tornar� a los caminos de ayer y revivir�, con mis compa�eros recuperados, horas obscuras y alegres, exentas tal vez de las pesadas responsabilidades que me oprimen. As�, habr� dado mi m�s bello ejemplo: liberarse de lo que se lleva en s� de mejor, sin hacer de esta liberaci�n un h�bito ni un oficio�. Ahora, en estos art�culos de Monde, Panait Istrati reanuda su relato. Instalado en Par�s, su instinto n�made no lograba conformarse con una existencia sedentaria. La partida de Rakovsky ex-Embajador de los Soviets en Par�s, encendi� s�bita e irresistiblemente sus nostalgias de viajero. Rakovsky e Istrati son viejos camaradas de la lucha revolucionaria rumana. Se conocieron hace muchos a�os, cuando Rakovsky, mitad rumano, mitad b�lgaro, (seg�n �l mismo, dos pa�ses se han disputado el honor de no ser su patria) era s�lo un agitador oscuro y Panait Istrati secretario de un Sindicato de alba�iles. Se reencontraron �ltimamente en Par�s, Rakovsky embajador, Istrati novelista famoso, traducido a diecis�is lenguas, consagrado por la m�s alta cr�tica mundial. El ex-Embajador invit� a su amigo a un viaje a Rusia. Ambos part�an unas horas despu�s. Istrati nos cuenta un episodio de este viaje, quiz� el de m�s inter�s autobiogr�fico: su vista a Grecia, el pa�s de su padre. Grecia, seg�n parece, en esta oportunidad no ha tenido tiempo de ser descort�s con Istrati, quien a su turno no ha tenido tiempo de entrar en la batalla contra el gobierno como en Rumania. El poeta de la amistad �la amistad es el motivo central de la obra de Istrati� ha hallado en Grecia amigos que ingresan definitivamente en su existencia. Ninguna victoria literaria, ning�n �xito editorial, de los �ltimos tiempos, mejor ganados que �stos de Panait Istrati. Desde su primer libro, que en el orden editorial es Kyra Kyralina, y en el orden biogr�fico T�o Anghel, se reconoci� en Istrati dotes de inmortalidad. Su obra era el mensaje de un hombre de acendrada, generosa, ingente humanidad. Tengo la sospecha de que esta obra ha dejado ya su huella en la literatura hispano-americana. Me parece encontrar su resonancia en el magn�fico Don Segundo Sombra de Ricardo G�iraldes. Esta novela es, como las de Istrati, un canto a la amistad. Y Don Segundo tiene el instinto andariego, la alegr�a aventurera de los personajes de Istrati. Como �stos, posee el don del relato. Su filosof�a se alimenta de los mismos sentimientos. Si no me equivocase �es una asonancia espiritual m�s que una analog�a art�stica la que he percibido entre las dos obras� no sufrir�a ninguna disminuci�n el m�rito de Don Segundo Sombra. Porque la vecindad a Istrati no puede ser sino un caso de grandeza. IV Es notoria mi admiraci�n por el autor de Kyra Kyralina y Oncle Anghel. Hace a�os, meses despu�s de la publicaci�n en franc�s de estos dos libros, salud� jubilosamente la aparici�n de Panait Istrati, como la de un novelista extraordinario. Me interesaba en Panait Istrati, tanto como el artista, el hombre, aunque era la sugesti�n del artista �la potencia genial de algunas p�ginas de Oncle Anghel sobre todo� la que me revelaba, mejor que ninguna an�cdota, el alma apasionada y profunda del hombre. Este art�culo tuvo cierta fortuna. Panait Istrati, s�bitamente descubierto por Romain Rolland y Europe, no era a�n conocido en Hispano Am�rica. Reproducida mi cr�nica en varios peri�dicos hispano-americanos, supe que era la primera que se escrib�a en estos pa�ses sobre Panait Istrati, a quien no he cesado despu�s de testimoniar una simpat�a y una atenci�n que, sin duda, no han pasado inadvertidas a mis lectores. Los vol�menes de la serie de Relatos de Adri�n Zograffi que siguieron a Kyra Kyralina y T�o Anghel, confirmaban plenamente las dotes de narrador, "de cuentista oriental", de Panait Istrati. Recuerdo este antecedente como garant�a de la rigurosa equidad de mi juicio, sobre los tres vol�menes que Panait Istrati acaba de publicar en Par�s sobre la Rusia de los Soviets. (Vers l'autre Flamme: Soviets 1929, Apres seize mois dans la U.R.S.S.9 y La Rusie Nue,10 Editions Rieder, 1929). La Nouvelle Revue Fran�aise adelant� a sus lectores, en su n�mero de octubre, un cap�tulo del segundo de estos vol�menes, el que mejor define el esp�ritu de la inesperada requisitoria de Panait Istrati contra el r�gimen sovi�tico. En este cap�tulo, Istrati expone el caso del obrero Rousakov, a quien el conflicto con los vecinos malquerientes ha costado la expulsi�n del Sindicato, la p�rdida de su trabajo, un proceso festinatorio y una condena injusta, y cuya revocaci�n no han obtenido los esfuerzos de Panait Istrati. Rousakov, adverso a la actual pol�tica sovi�tica; es suegro de un miembro activo y visible de la oposici�n trotskysta, el escritor V�ctor Serge, bien conocido en Francia por su obr� de divulgaci�n y cr�tica de la nueva literatura rusa, en las p�ginas de Clart� y otras revistas: La hostilidad de sus vecinos se ha aprovechado de esta circunstancia para prevenir contra �l a todos los organismos llamados a juzgar su caso. Una resoluci�n del Comit� del edificio contra el padre pol�tico de V�ctor Serge, acusado de haber agredido con Su familia a una antigua militante y funcionaria del Partido, en ocasi�n de una visita al departamento de los Rousakov, ha sido la base de todo un proceso judicial y pol�tico. La relativa holgura del albergue de los Rousakov, que dispon�an de un departamento de varias piezas en esta �poca de crisis de alojamientos, hac�a que se les mirase con envidia por un vecindario que no les perdonaba, adem�s, su oposici�n al r�gimen y que, en todo caso, contaba con explotarla ante la burocracia sovi�tica, para arrebatarles las habitaciones codiciadas. Panait Istrati, amigo fraternal de V�ctor Serge, ha sentido en su propia carne la persecuci�n desencadenada contra Rousakov por la declaraci�n hostil de sus convecinos. La burocracia en la U.R.S.S., como en todo, no se distingue por su sensibilidad ni por su vigilancia. Unas de las campa�as del Partido Comunista, l�ase del Estado Sovi�tico, es la lucha contra la burocracia. Y el caso de Rou�sakov, como el propio Panait Istrati lo anota, un caso de automatismo burocr�tico. Rousakov ha si�do v�ctima de una injusticia. Panait Istrati, que entiende y practica la amistad con el ardor que sus novelas traducen, fracasado en el intento de que se reparase ampliamente esta injusticia, re�habilitando de modo completo a Rousakov, ha experimentado la m�s violenta decepci�n respec�to al orden sovi�tico. Y, por este caso, enjuicia todo el sistema comunista. Su reacci�n no es incomprensible para quien pondere sagazmente los datos de su temperamen�to y de su formaci�n intelectual y sentimental. Panait Istrati tiene una mentalidad y una psico�log�a de r�volte,11 de rebelde, no de revoluciona�rio, en un sentido ideol�gico y pol�tico del t�r�mino. Su existencia ha sido la de un vagabundo, la de un bohemio, y esto ha dejado huellas inevi�tables en su esp�ritu. Sus simpat�as por el haiduc se nutren de sus sentimientos de hors la loi.12 Es�tos sentimientos, que pueden producir una obra art�stica, son esencialmente negativos cuando se trata de pasar a una obra pol�tica. El verdadero revolucionario es, aunque a algunos les parezca parad�jico, un hombre de orden. Lenin lo era en grado eminente. No despreciaba nada tanto co�mo el sentimentalismo humanitario y subversivo. Panait Istrati pod�a haber amado duramente el orden sovi�tico, pero fuera de �l, bajo la pre�si�n incesante del orden capitalista, contra el que ha sido y sigue siendo un insurgente. Lo de�muestra claramente el segundo volumen de Vers l'autre flamme. Istrati confiesa en �l que su entusiasmo por la obra sovi�tica se mantuvo in�tacto hasta alg�n tiempo despu�s de su regreso a Rusia, a continuaci�n de una accidentada visita a Grecia, de donde sali� expulsado como agita�dor. Toda su reacci�n antisovi�tica corresponde a los �ltimos meses de su segunda estada en la U. R. S. S. Si Panait Istrati hubiese escrito sus impresiones sobre Rusia, sin m�s documentaci�n y experiencia que las de su primera estada, su libro habr�a sido una fervorosa defensa de la obra de los Soviets. El mismo habr�a sido el ca�cter de su obra, si su segunda estada no se hubiese prolongado hasta hacer inevitable el cho�que de su temperamento impaciente y apasiona�do de r�volte, con los lados m�s prosaicos e in�feriores de la edificaci�n del socialismo. Panait Istrati ha escrito estos libros en uni�n de un colaborador an�nimo, cuyo nombre no re�vela por ahora, a causa de que carece de la au�toridad del de Istrati para obtener la atenci�n del p�blico. No es posible decidir hasta qu� pun�to esta colaboraci�n, que tal vez Istrati superes�tima por sentimientos de amistad, afecta la uni�dad, la organicidad de esta requisitoria. Lo evi�dente es que el reportaje contenido en estos tres vol�menes est�, aun formalmente, muy por de�bajo de la obra de novelista del autor de Los relatos de Adri�n Zograffi. Todo el material que acumula Istrati y su colaborador inc�gnito contra el r�gimen sovi�tico es un material anecd�tico. No faltan en estos vol�menes �mejor, en los dos primeros�, algunas expl�citas declara�ciones a favor de la obra sovi�tica; pero el con�junto, dominado por la rabia de una decepci�n sentimental, se identifica absolutamente con la tendencia pueril a juzgar un r�gimen pol�tico, un sistema ideol�gico, por un l�o de casa de ve�cindad.
NOTAS:
1
Fragmentariamente publicado, durante un vasto lapso de cinco a�os, el
ensayo sobre Panait Istrati denota la coherencia y la firmeza de los
juicios de Jos� Carlos Mari�tegui: pues, no obstante el cambio que en su
posici�n efectuara el novelista rumano, desde los hermosos Relatos de Adrian Zograffi hasta los panfletarios desahogos de Rusia
al desnudo, no se advertir� contradicciones ni desmentidos en dichos
juicios. Por el contrario, reitera su comprensi�n del drama humano que
hab�a inspirado la obra de Panait Istrati, as� como la estimaci�n de
sus valores literarios, y adelanta una explicaci�n racional de su caso
pol�tico. La
primera parte fue inicialmente publicada en Variedades: Lima, 18 de Julio de 1925. Seg�n advierte el propio
autor, �Panait Istrati no era a�n conocido en Hispano-Am�rica� y la
semblanza que de �l trazara fue inmediatamente reproducida en �varios
peri�dicos� del continente. La
segunda parte apareci�, bajo el ep�grafe de Les Haidues, en Variedades:
Lima, 6 de Noviembre de 1926. Y en Amauta:
N� 3, pp. 41-42; Lima, Noviembre de 1926. La
tercera parte fue publicada, con el t�tulo de Andanzas y aventuras de
Panait Istrati, en Variedades:
Lima, 18 de Agosto de 1928. Y
la cuarta parte, titulada Tres
libros de Panait Istrati sobre la U.R.S.S., apareci� en Variedades: Lima, 12 de Marzo de 1930.
2
Pollas (Trad. lit.). Equivaldr�a a j�venes mujeres.
3
Coches cerrados.
4
El Paseo de los Ingleses.
5
Relatos de Adri�n Zograffi.
6
Referencia al pueblo en que viv�a, por ese entonces, Romain Rolland.
7
Me complace remitir al lector a la traducci�n del relato de Spilca el
monje, que Eugenio Garro ha hecho expresamente para Amauta
(Nos. 1, 2 y 3, pp. 17-19, 34-36 y 28; Lima, IX, X y XI - 1926), y a la
que hizo antes para Variedades del relato de Jerem�as, el hijo de la
floresta. (Nota del autor).
8
Una hora con�
9
Hacia la otra llama: Soviets 1929. Despu�s de seis meses en la U.R.S.S.
10
Rusia al desnudo.
11
Revuelta.
12
Fuera de la ley.
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