OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

EL ARTISTA Y LA EPOCA

 

 

RAINER MARIA RILKE1

 

Es aventurado establecer categor�as est�ticas. Pero no se puede prescindir de ellas para en�juiciar con cierto orden la poes�a y el arte de esta �poca ca�tica. El caos, en la poes�a y en el arte, no es nunca tan absoluto como para no aceptar provisoriamente un orden que permita explotarlo y analizarlo. Las categor�as pueden resultar un poco ficticias, pero constituyen siem�pre el andamio indispensable para la construc�ci�n de una tesis de varios pisos y s�lo tres di�mensiones. Para una tesis sobre la poes�a con�tempor�nea, cuyos materiales estoy allegando en mis horas de recreo, he concebido tres catego�r�as: �pica revolucionaria, disparate absoluto, lirismo puro. M�s que tres categor�as propiamente dichas me he esforzado por imaginar o reconocer tres l�neas, tres especies, tres estirpes. Su mejor representaci�n gr�fica �todas las teor�as modernas se caracterizan por la posibilidad de poder expresarse gr�ficamente� ser�an tal vez tres tallos. Todo lo que significa algo en la poes�a actual es clasificable dentro de una de estas tres categor�as que superan todos los l�mites de escuela y estilo.

La obra de Rainer Mar�a Rilke, el gran poeta, el guter europaer,2 que ha perdido Europa poco antes que a Jorge Brandes pertenece a la categor�a menos sujeta a lo temporal, a lo hist�rico: el lirismo puro. Pocas clasificaciones presentan tanta facilidad como la de este dulce germano que am� a Francia y Rod�n y escribi� muchas de sus p�ginas bajo el cielo del Latium. En la obra de otros poetas contempor�neos, se combinan elementos de dos y hasta de tres categor�as po�ticas. Sergio Essen�n, el poeta ruso que se suicid� hace m�s de un a�o, era tambi�n un "l�rico puro", pero en su obra, determinada en parte por la atm�sfera catastr�fica y mesi�nica de la revoluci�n, se encuentra un poco de "�pica revolucionaria". Y a�n de "disparate absoluto". En Rilke la unidad sustancial y formal es completa. Rilke es s�lo l�rico. No ha empa�ado los cristales de su arte el h�lito de una revoluci�n.

Con �l, Europa ha perdido su �ltimo rom�ntico. Es decir al �ltimo poeta del romanticismo finito. Porque ahora nace un nuevo romanticismo. Pero �ste no es ya el que amamant� con su ubre pr�diga a la revoluci�n liberal. Tiene otro impulso, otro esp�ritu. Se le llama, por esto, neo-romanticismo.

El romanticismo del siglo diecinueve se resolv�a en un individualismo radical. Tuvo la impronta de un siglo que se caracteriz� por el culto del yo. Ese culto representaba el acabamiento, la coronaci�n de toda la aventura espiritual, de toda la experiencia filos�fica del liberalismo. Pero este sentimiento exasperado del yo, con�duce de su absoluta y megal�mana exaltaci�n a su total y b�dica negaci�n. Como lo observaba sa�gazmente Rivi�re, a prop�sito de Bergson y Proust, de la exaltaci�n del yo se ha pasado a la desconfianza del yo. El subjetivismo extremo que se constata en una parte de la poes�a de hoy, constituye ciertamente la �ltima y ultra�sta ex�presi�n del individualismo. De suerte que cuan�do Charles Maurr�s lo considera �la cola de la cola del romanticismo�, aunque parta de sus peculiares puntos de vista, no anda descaminado.

La poes�a de Rilke es la �ltima etapa regular del romanticismo ochocentista. Es la obra del ar�tista que en su �ltima jornada resume armonio�sa y quintaesenciada su experiencia. Romanti�cismo alquitarado que ha renunciado a todas las aventuras imposibles y que se ha remansado en la contemplaci�n.

Se ha pretendido definir a Rilke, llam�ndolo el Novalis de nuestro tiempo, �el poeta del si�lencio y de la muerte�, etc. Pero, seguramente nada lo descubre y lo encierra m�s cabalmente como poeta que su propio pensamiento sobre la poes�a. �Los versos �escribe Rilke� significan muy poco cuando se les escribe en la juventud. Se deber�a esperar, acumulando alma y dulzura, durante toda una vida larga si fuera posible; y despu�s en fin, muy tarde, quiz� se podr�a escribir diez l�neas buenas. Los versos no son sentimientos, como creen muchos, sino experien�cias. Los sentimientos se tienen demasiado pron�to, Para escribir un solo verso es necesario haber visto muchas ciudades, hombres, cosas, animales; sentir c�mo vuelan los p�jaros y saber qu� mo�vimiento hacen las peque�as flores al abrirse en las ma�anas; es preciso pensar en caminos de regiones desconocidas; en inesperados encuentros; en despedidas que se est� sintiendo aproximarse desde hace. tiempo; en los d�as de la infancia cuyo misterio no se acaba todav�a de aclarar; en los padres ante quienes era necesario regoci�jarse cuando volv�an trayendo una alegr�a in�comprensible, porque era para otro; en las en�fermedades de la ni�ez que marcaban el comienzo de graves transformaciones; en los d�as pasados en habitaciones calmas y contenidas; en las ma�anas de alta mar, en el mar mismo; en las noches de viaje que temblaban en lo alto y volaban con las estrellas y no es suficiente todav�a pensar en todo esto. Es necesario a�n guardar recuerdo de muchas noches de amor, de las que ninguna se parece a otra; de los alaridos en el parto; en la dulzura de las que luego son madres. Hay que haber estado al lado de los moribundos y haber quedado junto a los muertos en las piezas solas con la ventana abierta por donde los ruidos entraban a golpes�.

Este juicio es fundamentalmente rom�ntico e individualista. Supone que la obra del poeta se alimenta exclusivamente de su experiencia personal. De la riqueza y extensi�n de �sta depende el valor de aqu�lla. El poeta es concebido como un mundo cerrado en el que se va sedimentando, poco a poco, lo bello. Pero este juicio tiene el defecto de que no nos explica sino una parte de la poes�a. No abarca la totalidad del fen�meno. Rimbaud, por ejemplo, queda al margen, monstruoso e inexplicable. El poeta sumo no es s�lo el que, quintaesenciados, guarda sus recuerdos, convierte lo individual en universal. Es tambi�n, y ante todo, el que recoge un minuto, por un golpe milagroso de intuici�n, la experiencia o la emoci�n del mundo. En los per�odos tempestuosos, es la antena en la que se condensa toda la electricidad de una atm�sfera henchida.

Rilke amaba en silencio y amaba a la muerte. Ning�n poeta acaso logra como el de El Libro de las Horas una idealizaci�n tan absoluta de la muerte. El hombre nace con su muerte. Su muerte est� con �l. Es la conjunci�n y quiz� si la esencia misma de su vida. El destino del hombre se cumple si muere de su muerte. La idea de la muerte est� presente siempre en la obra de Rilke que la asocia frecuentemente a la idea del amor. Recordemos su balada sobre el amor y la muerte del alf�rez Crist�bal Rilke. Y recordemos los versos en que dice que la muerte �penetraci�n profunda de las cosas �que cubre de silencio la �ltima palabra del ser� se presenta a cada uno en forma diferente: "al nav�o como una ribera y a la ribera como a un nav�o": Dem Schiff als Kuste und dem Land ale Schiff�.

 


NOTAS:

1 Publicado en Variedades: Lima, 9 de Abril de 1927. Y en Repertorio Americano: Tomo XVI, N� 5, pp. 78-79: San Jos� de Costa Rica, 4 de Febrero de 1928.

2 Buen europeo.