OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

FIGURAS Y ASPECTOS DE LA VIDA MUNDIAL I

   

  

LA CRISIS DEL REGIMEN FASCISTA*

 

Con su s�lita teatralidad, Mussolini ha acep�tado el reto de la oposici�n. Ha sometido al parlamento un proyecto de ley electoral. En la pol�tica italiana, este tr�mite precede invariablemente la disoluci�n de la c�mara y la convoca�toria de nuevas elecciones. El acto del fascismo puede parecer un alarde de fuerza; pero en rea�lidad es un s�ntoma de debilidad. M�s que una ofensiva constituye una retirada. 

Mussolini se ha visto constre�ido a reconocer finalmente que, boycoteada y desertada por la oposici�n, la c�mara no puede funcionar. La c�mara contiene a�n una minor�a. La minor�a que acaudillan Giolitti y Orlando. Pero esta minor�a, compuesta por elementos que hasta hace muy poco conservaron una actitud filo-fascista, amenaza tambi�n a la c�mara con su defecci�n. Adem�s, es una minor�a min�scula, que si no una fracci�n disidente de la clientela fascista. La opo�sici�n en masa se ha retirado al Aventino, co�mo, con la obstinada nostalgia de la antig�edad, se dice en el vocabulario pol�tico de la Italia de estos tiempos. Culpa del fascismo que ha resu�citado el hacha de los lictores y algunas otras cosas de la historia de Roma. 

El fascismo se ha esforzado por atraer a la oposici�n al parlamento. Varias veces ha hablado Mussolini con una rama de olivo en la ma�no. Otras veces constatada la contumacia de la oposici�n, Mussolini y el fascismo, megal�manos y ol�mpicos, han tenido el aire de desde�arla. Han sustentado entonces la tesis de que la c�mara pod�a trabajar indiferentemente con o sin los diputados oposicionistas. La imaginaci�n de Mussolini se ha complacido, voluptuosamente, en la befa verbal de la "variopinta" oposici�n. 

Pero el experimento de la tesis no ha corres�pondido a la esperanza fascista. El fascismo ha comprobado la impotencia y la invalidez del con�senso de una c�mara facciosa. La oposici�n, retir�ndose al Aventino, lo ha obligado a capitu�lar. Ya no habla Mussolini, arrogantemente, de los derechos de la Revoluci�n Fascista. Ya no se declara superior e indiferente a la opini�n y al voto de los diputados. En su �ltimo discurso en el senado, ha empleado un tono y un lenguaje sagaces. Despu�s, ha sentido la necesidad de in-tentar una pol�tica m�s o menos normalizadora y de licenciar a la c�mara que la oposici�n es�teriliza y descalifica con su ausencia. 

Esta c�mara naci� viciada. Las elecciones de abril se realizaron conforme a una ley electo�ral forjada especialmente para uso del r�gimen fascista. Y, sobre todo, envileci� marcialmente sus brigadas de "camisas negras" contra los gru�pos y los candidatos de oposici�n. Los partidos anti-fascistas carecieron ah� casi absolutamente de toda libertad de propaganda. El fascismo, adem�s, no se present� en las elecciones con una lista exclusivamente fascista. Solicit� la alianza de varios hombres y grupos no fascistas. Busc� sus principales candidatos en las asociaciones de combatientes y de mutilados de guerra. Malgra�do todo esto, los grupos de oposici�n, cada uno de los cuales concurri� a las elecciones por su propia cuenta, consiguieron una fuerte represen�taci�n en el parlamento. La heterog�nea y plu�ricolor mayor�a fascista se encontr� en la c�ma�ra frente a una minor�a menos numerosa pero m�s compacta y guerrera que la de la c�mara anterior. Matteotti denunci�, con dram�tico acen�to, en una de las sesiones de abril. La atm�sfe�ra de la nueva c�mara fue una atm�sfera tenebrosa. Se produjo, dentro de esta situaci�n, el asesinato de Matteotti. La oposici�n abando�no entonces la c�mara. Y declar� su voluntad de no regresar a sus puestos mientras el fascis�mo no disolviese su milicia armada y no acepta�se incondicionalmente la restauraci�n de la le�galidad. Las sesiones de la c�mara fueron sus�pendidas. El gobierno fascista esperaba encon�trar en los tres o cuatro meses de vacaciones parlamentarias el medio de inducir a la oposi�ci�n a volver al parlamento. 

Pero durante ese plazo, la lucha, en vez de desaparecer, no ha cesado de exasperarse. El fascismo ha intentado amedrentar a la gente adversaria y a la gente neutral con una t�ctica agresiva. Ha restringido draconianamente la li�bertad de la prensa. Ha anunciado su intenci�n formal de insertar la revoluci�n fascista en el Estatuto de la naci�n italiana. Mas esta pol�tica ha tenido efectos diversos de los que Mussolini esperaba y necesitaba. El fascismo se ha senti�do cada d�a m�s aislado y m�s bloqueado. Mu�chos de sus antiguos amigos se han negado a seguirlo por la v�a de la intransigencia. Giolitti, Orlando, Sem Benelli, han pasado a la oposici�n. Las asociaciones de combatientes y mutilados de guerra, antes filo-fascistas, han declarado su independencia de toda facci�n y han reclamado del gobierno una pol�tica normalizadora. Los ataques de la prensa al fascismo han arreciado. Varios diarios liberales, que hasta el asesinato de Matteotti observaron una conducta filo-fascis�ta, han cambiado radicalmente de tono. "Il Gior�nale d'Italia" de Roma, �rgano de los liberales de derecha, combate hoy al r�gimen fascista ca�si con la misma acidez que "Il Mondo", �rgano de Am�ndola. 

Esta crisis del r�gimen fascista maduraba gradualmente desde mucho tiempo antes del ase�sinato de Matteotti. El asesinato del diputado so�cialista no ha hecho sino acelerar su desarrollo y precipitar su desenlace. Esta crisis ha sido, ante todo, una crisis interna. Veamos sus causas. El fascismo no ha podido definirse a s� mismo. Conten�a y contiene todav�a, elementos antit�ticos, humores diversos, �nimas dis�miles. Para con�servar la unidad de este movimiento, Mussolini inventaba, sucesivamente, muchas f�rmulas equ�vocas y oportunistas. Llenaba con sus abstrac�ciones y su ret�rica el programa hueco del par�tido fascista. Esta t�ctica le ha consentido rete�ner en sus filas durante mucho tiempo a gente que conceb�a el partido fascista como una espe�cie de partido del patriotismo; pero que no com�part�a las ideas ni los sentimientos de sus condottleri respecto a la necesidad y a la oportu�nidad de reemplazar �ntegramente el Estado de�mo-liberal con un Estado fascista y de desagra�dar, para esto, la Constituci�n de la Terza Italia. Por esta raz�n el fascismo ha sido, en la �poca de su apogeo, m�s que un partido pol�tico, un movimiento de militares, combatientes y muti�lados de guerra. Mussolini ha gustado de rodearse de los h�roes de la guerra. Y ha querido siem�pre ver alineados en el primer rango del fascis�mo a los combatientes condecorados con la medalla de oro al valor militar. El fascismo ha acaparado, hasta hace poco, casi todas las "medallas de oro" de la guerra. Pero, a medida que ha prevalecido en el partido fascista la tenden�cia facciosa, a medida que se ha impuesto en su teor�a y en su pr�ctica la mentalidad de los condottieri y de los agitadores que lo definen como el instrumento de una revoluci�n, las f�rmulas vaga y abstractamente nacionalistas no han bastado ya para prolongar la artificial uni�dad fascista. Las dos almas, las dos mentalidades del fascismo han empezado a diferenciarse y a separarse. 

El fascismo ha dejado, poco a poco, de detentar la exclusiva o el privilegio del patriotis�mo. Los combatientes y los mutilados de filia�ci�n o de educaci�n m�s o menos liberales y de�mocr�ticas le han retirado su apoyo sin temor a sus excomuniones. La Liga It�lica de San Be�nelli y la Italia Libera del general Peppino Ga�ribaldi niegan a los fascistas el derecho de acaparar la representaci�n de la italianidad. Ambas ligas reclutan sus pros�litos en las categor�as sociales adherentes antes al fascismo. Mussolini ha perdido dos de sus m�s conspicuas "medallas de oro": los diputados Viola y Ponzio de San Sebastiano. Otra medalla de oro, Raffele Rosetti, no s�lo se declara anti-fascista sino adem�s republicano. 

En estas condiciones llega el fascismo al ca�p�tulo de su historia. Mussolini juega con la con�vocatoria a elecciones su �ltima carta. A las elecciones hab�a que apelar tarde o temprano Mussolini, jugador de r�pidas decisiones, prefiere que sea temprano y no tarde. Oportunista org�nico, ataca a los partidos de la "variopin�ta" oposici�n antes de que tengan tiempo de concertarse y articularse m�s. Pero la oposici�n le ha ganado ya la principal batalla, oblig�n�dolo a aceptar impl�citamente la tesis de la nor�malizaci�n. El fascismo sosten�a antes que su per�manencia en el poder era una cuesti�n de fuer�za. Ahora la cuesti�n de fuerza desaparece y se convierte en una cuesti�n de mayor�a electoral y mayor�a parlamentaria. Para un partido anti�parlamentario y anti-democr�tico la capitulaci�n no puede ser sustancial ni m�s grave.

 


NOTA:

* Publicado en Mundial, Lima, 25 de Diciembre de 1924.