OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI |
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FIGURAS Y ASPECTOS DE LA VIDA MUNDIAL I |
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POLITICA ALEMANA*
Las elecciones de diciembre no han modifi�cado el problema parlamentario de Alemania. La posici�n de los partidos en el Reichstag no ha variado fundamentalmente. Vana ha sido esta nueva movilizaci�n de fuerzas electorales. El problema sigue planteado casi en los mismos t�rminos que antes. Ning�n bando ha vencido. La lucha tiene el fatigante proceso de una gue�rra de trincheras. Para comprender esta lucha, conviene recor�dar previamente la demarcaci�n de los sectores electorales y parlamentarios alemanes. Reviste�mos r�pidamente los partidos y las tendencias. La extrema derecha est� formada por el par�tido fascista o Deutsch Voelkish, que comanda, marcialmente, el general�simo Ludendorff. Viene luego el partido Deutsch National o pangerma�nista que re�ne en sus rangos a los junkers, a los grandes terratenientes y a todos los con�servadores de tipo cl�sico. Militan en esta fac�ci�n reaccionaria y anti-semita Von Tirpitz y otros monarquistas conspicuos. El plan Dawes dividi� a los pangermanistas en dos fracciones. Una fracci�n se mantuvo fiel a la plataforma electoral del partido, agresivamente adversa a la aceptaci�n del plan Dawes. La otra fracci�n abandon� esa plataforma intransigente. La dere�cha termina en el partido populista (Volks-Par�tei) acaudillado actualmente por Stresseman. Este partido es el �rgano pol�tico de la gran industria. En sus filas maniobraba Hugo Stinnes. Program�ticamente monarquista, acepta la rep��blica como un r�gimen eventual y transitorio. Una parte de los populistas propugna la coali�ci�n con los pangermanistas; otra parte se incli�na a la colaboraci�n con los grupos centristas. Constituyen el centro los cat�licos y los de�m�cratas. En el partido cat�lico se destacan las figuras de los ex-cancilleres Marx y Wirth. La composici�n social del partido cat�lico es hete�rog�nea. Su c�spide es burguesa; su base, pro�letaria. Los sindicatos de obreros cat�licos tra�bajan por una pol�tica social-democr�tica; la burgues�a cat�lica, en tanto, se resiste a romper con las derechas. El partido dem�crata es el par�tido de Bernstoff y del "Berliner Tageblatt". Una bala nacionalista abati� en 1922 a su gran leader Walther Rathenau. Los dem�cratas tienden, en su mayor�a, a la colaboraci�n con los socialis�tas. Cat�licos y dem�cratas defienden la rep��blica contra la reacci�n monarquista. La izquierda es, por antonomasia, el sector de la social-democracia. Est� constituida por el par�tido socialista unificado. Los hombres m�s des�tacados de su estado mayor son M�ller, Schei�demann, Hilferding, Breischeidt, Crispien, Ebert. Los socialistas forman el grupo m�s fuerte del nuevo Reichstag. En las elecciones de noviem�bre han conquistado 130 asientos. La extrema izquierda es el sector del comunismo. El parti�do comunista alem�n, que procede del movi�miento espartaquista de Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo, desenvuelve, como es notorio, una pol�tica intransigentemente clasista y revolucio�naria. Las elecciones de mayo crearon una compli�cada situaci�n parlamentaria. Llevaron a la c�mara una gruesa patrulla fascista y una m�s gruesa patrulla comunista. Reforzaron, a expen�sas de los otros partidos burgueses, al partido pangermanista. Ninguna s�lida combinaci�n mi�nisterial era posible dentro de esta situaci�n. El n�cleo de un ministerio ten�a que ser el centro. Pero este ministerio centrista necesitaba apo�yarse, de una parte, en los votos de los populis�tas y, de otra parte, en los votos de los socialis�tas. Y un compromiso entre los populistas y los socialistas resultaba cada vez m�s dif�cil. Los populistas pugnaban porque el eje del gobierno se desplazase del centro a la derecha. Preconi�zaban una concentraci�n de los partidos burgue�ses. Quer�an modificar las bases parlamentarias del gobierno, reemplazando a los socialistas con los pangermanistas. Los cat�licos y los dem�cratas se opon�an, naturalmente, a esta combi�naci�n ministerial destinada a dar el predominio a las derechas. El centro se negaba a dejarse absorber por las derechas cediendo a los popu�listas su propio papel en el gobierno. Transitoriamente, la necesidad de negociar con las potencias aliadas respecto al plan Dawes impuso la reorganizaci�n del ministerio Marx-Stressemann. El leader cat�lico y el leader po�pulista representaron a Alemania en la confe�rencia de Londres. Pactaron y suscribieron las condiciones de la ejecuci�n del plan Dawes. Obtu�vieron, luego, su aprobaci�n por el Reichstag. La soluci�n Dawes conven�a a los intereses de los populistas y los socialistas. Una moment�nea in�teligencia sobre este terreno fue, pues, posible. Los propios pangermanistas no pudieron negarle, un�nime y compactamente, su voto. Pero, una vez superada esta situaci�n, el con�flicto entre la derecha y el centro reapareci� en el ministerio Marx-Stressemann. Los dem�cratas y los cat�licos pensaron entonces que �nicamen�te nuevas elecciones pod�an resolver este con�flicto. La hora les parec�a, adem�s, propicia pa�ra apelar al voto del pueblo. Los primeros efectos econ�micos del plan Dawes difund�an en Alemania la sensaci�n de un retorno a la normali�dad. El malestar, el descontento, la exaspera�ci�n, que hab�an empujado en mayo a muchas personas a votar por los partidos extremistas, disminu�an ahora en intensidad y en extensi�n. Los socialistas, por su parte, participaban tam�bi�n de estas previsiones. La convocatoria a nuevas elecciones fue as� decidida. Los dem�cratas, los catolicos y los socialis�tas movilizaron todas sus energ�as. Su bandera electoral era la defensa de la rep�blica. Esta afir�maci�n republicana significaba una respuesta a las maniobras de Stressemann y los populistas por llevar al poder a un partido expl�cita y ca�racter�sticamente monarquista como el partido pangermanista o deutsch national. Los parti�dos republicanos dispon�an de los recursos y ele�mentos necesarios para una gran campa�a elec�toral. Su posici�n en el gobierno les consent�a, adem�s, una ilimitada propaganda. Los panger�manistas y los populistas, a su turno, no se en�contraban por cierto en condiciones desventajo�sas. La plutocracia agraria y la plutocracia indus�trial financiaban, respectivamente, su campa�a. Las circunstancias de la lucha aparec�an desfavo�rables �nicamente para los fascistas y los co�munistas. El fascismo tudesco jug� su �nica car�ta en el putsch de Munich. El fracaso de ese golpe de mano, incubado en una cervecer�a, desa�credit� a los condottieri fascistas, que la luz de tal episodio exhibi� como dos grotescos y mediocres tartarines. Constatado su tramonto, los me�cenas del fascismo no ten�an ya, de otro lado, el mismo inter�s de antes en abastecer de fon�dos a esta facci�n. El comunismo, por su parte, llegaba a las elecciones encarnizadamente per�seguido. La disoluci�n de la c�mara hab�a se�a�lado el principio de una vasta y met�dica ofensiva policial contra los agitadores y organizadores comunistas. El peculio del partido comunista, finalmente, no hab�a convalecido a�n de los gastos de la campa�a electoral de mayo. Realizaba en estas condiciones, la votaci�n de diciembre no ha correspondido a las esperanzas del bloque republicano. Pero tampoco ha dado la raz�n a las derechas. La situaci�n parlamentaria no ha cambiado sustancialmente. Los pangermanistas y los populistas, los dem�cratas y los cat�licos han ganado unos pocos votos. Los socialistas, que han sido los m�s favorecidos por los escrutinios, han obtenido treinta asientos m�s que en mayo. La peor parte ha tocado, como era natural, a los fascistas. El n�mero de sus diputados, que en mayo subi� a treintid�s, en diciembre ha descendido a catorce. Los comunistas eran sesenta en la c�mara de mayo. En la nueva c�mara son cuarentaicinco. Estos resultados electorales, que no resuelven ni definen nada, han causado una de las m�s enredadas crisis ministeriales. Reclamada por Stressemann la organizaci�n de un nuevo ministerio con el concurso de los pangermanistas, el contraste entre la derecha y el centro ha tenido que exacerbarse y agriarse. Marx no ha podido esta vez combinar un ministerio centrista, tolerado y asistido, a la derecha, por los populistas, y, a la izquierda, por los socialistas. La gastada f�rmula centrista no ha conseguido prevalecer. Mas Stressemann y su Volks-Partei tampoco han logrado imponer una f�rmula derechista. El centro conserva sus antiguas fuerzas frente a las derechas. Los socialistas constituyen, adem�s, una fuerza mayor que antes. No es el caso, por tanto, de pensar en una coalici�n de partidos burgueses bastante extensa y compacta para rechazar los ataques de los socialistas y los comunistas. Los dem�cratas y los cat�licos, al menos en sus estratos populares, no pueden aceptar el papel de comparsas de un mi�nisterio reaccionario y monarquista. Por esto, un ministerio de administraci�n re�sulta el �nico ministerio posible. El doctor Lu�ther ha sido encargado de la ardua fatiga. Pero, cualquiera que sea el �xito de sus gestiones, a un ministerio de administraoni�n �ministerio de t�cnicos y bur�cratas� no se le puede pronosticar larga vida. Un gobierno de esta �ndole re�posar� en una mayor�a aleatoria e inestable. Su equilibrio es muy dif�cil. Un gabinete que vive de consenso de partidos e intereses encontrados es como una nave que navega entre arrecifes. El forcejeo de los partidos ministeriales por acaparar la mayor suma de poder, tiene que fracturar inevitablemente, en el instante menos previsto, la convencional y precaria mayor�a que sostenga un sedicente ministerio de adminis�traci�n. Mientras viva parlamentaria y democr�tica�mente, Alemania no podr� pasar de un gobierno de coalici�n a un gobierno de partido. En esto, evidentemente, la suerte de la democracia ale�mana no se diferencia de la suerte de las otras democracias. En la democracia inglesa, cierto, el partido conservador ha conseguido conquis�tar, �a despecho de la teor�a de que los parla�mentos no pueden producir hoy sino gobiernos de coalici�n�, la totalidad del poder. Pero es�te caso s�lo se puede dar en Inglaterra, que, en materia de partidos, como en todas las cosas, ha sido siempre un pa�s de gustos muy sober�bios. En Inglaterra, de otro lado, se ha produci�do un fen�meno singular de concentraci�n bur�guesa. Los liberales han sido casi completamen�te absorbidos por los laboristas. En Alemania a una concentraci�n burguesa se opone el conflic�to entre los fautores de la rep�blica y los fau�tores de la monarqu�a. Alemania tiene que osci�lar forzosamente entre un bloque de derechas y un bloque de izquierdas. Y ya vemos cu�n dif�cil aparece, no s�lo el prevalecimiento de un bloque sobre otro, sino la misma organizaci�n, m�s o menos duradera, de uno y otro conglo�merado. El problema pol�tico de Alemania con�tinuar�, por mucho tiempo, sin soluci�n. Y es que esta soluci�n, seg�n los m�s seguros indi�cios, no puede ser una soluci�n electoral.
NOTA:
* Publicado en Variedades, Lima, 17 de Enero de 1925
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