OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

FIGURAS Y ASPECTOS DE LA VIDA MUNDIAL II

  

LA AGITACI�N REVOLUCIONARIA EN ESPA�A*

 

Las noticias cablegr�ficas sobre el abortado movimiento contra la dictadura de Primo de Rivera, son insuficientes para comprender y juzgar exactamente la nueva fase en que parece haber entrado la pol�tica espa�ola. Con tan sumarios y oscuros elementos de juicio no se puede todav�a apreciar el verdadero valor de la tentativa revolucionaria en la que, seg�n la represi�n policial, resultan mezclados hombres tan diversos como Weyler y Mara��n, Marcelino Domingo y el conde de Romanones. 

La participaci�n de Weyler, de Aguilera y de otros militares de alta jerarqu�a en el movimiento contra Primo de Rivera demuestran que a la dictadura le faltan cada d�a m�s el consenso de una gran parte del ej�rcito. 

Este hecho, �del cual se sinti� la evidencia desde la primera hora del r�gimen militar�, se conforma absolutamente con la tradici�n del militarismo espa�ol. Desde los m�s lejanos episodios de la batalla liberal, los militares se presentan en Espa�a divididos en liberales y reaccionarios. Espa�a careci� en el per�odo de su revoluci�n burguesa de grandes figuras civiles. Los que m�s eficazmente acaso combatieron por el liberalismo y la constituci�n fueron bizarros caudillos militares del tipo de "El Empecinado". Fundadamente piensan algunos hombres de estudio contempor�neos que la revoluci�n liberal y burguesa de Espa�a se actu� en Am�rica, se resolvi� en la revoluci�n de la independencia hispanoamericana. La clase civil, el esp�ritu burgu�s, no lograron su plenitud sino en las colonias, debido a las circunstancias econ�micas e hist�ricas que propiciaban su emancipaci�n. Espa�a ha sufrido la tragedia de no tener una burgues�a org�nica, vigorosa y revolucionaria. Por esto, ha subsistido en Espa�a, apenas atenuado por la constituci�n, el antiguo poder de la monarqu�a y la aristocracia. Las constituciones no han constituido sino oportunistas concesiones de la monarqu�a. "El pueblo �estribe Eduardo Ortega y Gasset en un reciente art�culo de la revista "Europe"� estuvo siempre sometido a una dura tutela que ha debido su supervivencia al hecho de que supo siempre transigir cada vez que se vio en peligro. Entonces los reyes, con la perfidia tradicional de los Borbones de Espa�a, sab�an fingir que aceptaban las conquistas del pueblo sin renunciar jam�s a su poder personal. A la agitaci�n, a la c�lera de la opini�n p�blica, la pol�tica ha opuesto siempre las resistencias reales seguidas de aparentes concesiones". En este accidentado proceso de formaci�n del feble r�gimen constitucional, herido de muerte por el golpe de estado de Primo de Rivera, el militarismo liberal ha jugado un rol activo, sobre todo cuando ha sido m�s sensible la ausencia de fuertes figuras civiles. 

Pero si la tradici�n del ej�rcito en el �ltimo siglo, ha sido en parte liberal, en cambio ha sido casi invariablemente mon�rquica. La idea republicana no ha prendido nunca seriamente en el esp�ritu militar espa�ol. Y la monarqu�a como es natural, ha cultivado celosamente el sentimiento mon�rquico en el ej�rcito. "Todos los esfuerzos de Palacio �dice Eduardo Ortega y Gasset�, han tendido siempre a hacer del ej�rcito no una fuerza nacional sino una fuerza mon�rquica". 

La responsabilidad de Alfonso XIII en el desastre de Annual, m�s acaso que su complicidad asombrosa en la gestaci�n de la dictadura, ha debilitado sin duda el prestigio personal del rey en la parte m�s sana y consciente del ej�rcito. Pero no es probable que haya afectado a la monarqu�a misma. 

Por consiguiente, es indudable que el movimiento abortado, no obstante la intervenci�n de elementos calificadamente izquierdistas y republicanos, estaba dirigido s�lo contra la dictadura. Su programa se deten�a en el restablecimiento de la constituci�n. No llegaba, ni siquiera en principio, a la abolici�n de la monarqu�a. La presencia del conde de Romanones entre los conspiradores confirma los prop�sitos meramente restauradores de este frustrado contragolpe. 

El viejo liberalismo, el antiguo constitucionalismo, dominaban inequ�vocamente en el movimiento que, tal vez por esta raz�n, ha sido batido. El estudio de las circunstancias que engendraron el r�gimen de Primo de Rivera y Mart�nez Anido prueba hasta la saciedad que el pueblo espa�ol no necesita una t�mida restauraci�n, sino una revoluci�n verdadera y aut�ntica. No es ya tiempo de reconstruir un r�gimen mon�rquico-constitucional, que no s�lo la crisis mundial de la democracia capitalista sino, ante todo, su particular experiencia de tantos a�os, condena definitivamente a la bancarrota y al tramonto. 

Claro est� que no se debe olvidar que todas las grandes revoluciones han tenido generalmente un principio muy modesto: La revoluci�n rusa naci� de un movimiento de la burgues�a "cadete" y de la nobleza liberal. Pero en Rusia exist�a, adem�s de una profunda agitaci�n del pueblo, un partido revolucionario, conducido por un genial hombre de acci�n, de miras claras y netas. 

Esto es lo que falta presentemente en Espa�a. El partido socialista sigue a hombres dotados de estimables condiciones de inteligencia y probidad, pero desprovistos de efectivo esp�ritu revolucionario. El partido comunista, demasiado joven, no constituye a�n sino una fuerza de agitaci�n y propaganda. Los intelectuales del Ateneo �que han sido, seguramente, los animadores originales de la tentativa� representan conspicuamente un nuevo pensamiento cient�fico y hasta filos�fico; pero no representan espec�ficamente un nuevo pensamiento pol�tico. Y una revoluci�n pol�tica no puede ser obra sino de un pensamiento pol�tico tambi�n. 

Pero nada de esto disminuye el inter�s de los �ltimos acontecimientos. Tiende s�lo a fijar sus reales alcances. La tartarinesca dictadura de Primo de Rivera y Mart�nez Anido se ha exhibido, al tambalearse, en toda su miseria intelectual y material. Espa�a ha entrado otra vez en la era un poco rom�ntica de los pronunciamientos y de las conspiraciones. Sus grotescos dictadores no podr�n ya dormir tranquilos.

   


NOTA: 

* Publicado en Variedades, Lima, 10 de julio de 1926.