OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI |
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FIGURAS Y ASPECTOS DE LA VIDA MUNDIAL II |
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POLITICA ITALIANA*
Para los que en 1924 se emborracharon con exceso de ilusiones reformistas y democr�ticas, el balance de 1925 no puede ser m�s desconso�lador. El a�o se ha cerrado con fuertes p�rdi�das para el reformismo y la democracia. En Francia, el cartel de izquierda ha entrado, en el curso de 1925, en un per�odo de disoluci�n. En Alemania, la elecci�n de Hindenburg ha marcado un retorno de los principios conservadores y militaristas. En Italia, sobre todo, el r�gimen fascista, que en 1924 vacilaba, en 1925 ha contra-atacado victoriosamente. Durante m�s de un semestre, la heterog�nea coalici�n del Aventino vivi� en el error de creer que el boicot del parlamento bastaba para traer abajo a Mussolini. El partido comunista le re�cord� en vano que un r�gimen instaurado por la fuerza no pod�a ser abatido sino por la fuerza. La democracia italiana no quiso discutir siquie�ra la proposici�n comunista de convertir el Aven�tino en un parlamento revolucionario. Los so�cialistas �unitarios y maximalistas� se solidarizaron con esta t�ctica pasiva. La batalla se li�braba en la prensa. La oposici�n, due�a de la mayor parte de los peri�dicos, se embriagaba con el estruendo de una ofensiva period�stica en gran estilo. Pero, naturalmente, por esta v�a no ,se pod�a llegar a la meta so�ada. Ni Mussolini era hom�bre de dejarse arredrar por una maniobra como la de la retirada al Aventino. Ni la oposici�n pod�a suscitar una agitaci�n popular capaz de producir extra-parlamentariamente un nuevo gobierno. El Aventino representaba un gesto negativo. No ten�a un programa positivo, un m�todo creador. Y el tiempo, l�gica y fatalmente, trabajaba por el fascismo. La tensi�n nerviosa producida por el asesinato de Matteotti se debilitaba a medida que los meses pasaban sin que el anti-fascismo empe�ase el combate decisivo. En enero pasado, constatadas ya hasta el exceso la impotencia de la oposici�n aventinista y la domesticidad de la oposici�n parlamentaria. Mussolini comprendi� que era el instante de contra-atacar. Los hechos han probado que no se equivocaba. Mussolini, en seis meses de defensiva, le hab�a tomado bien el pulso al adversario. Hab�a averiguado, por ejemplo, que no ten�a intenciones de presentarle combate, por el momento, sino en el terreno period�stico. Y que, en consecuencia, la posici�n contra la cual deb�a dirigir sus fuegos era la prensa. La prensa no fue suprimida; pero s� fueron suprimidos sus ataques. Mussolini someti� las noticias y los comentarios de la prensa a la justicia sumaria y r�pida de los prefectos. Sus autoridades no se tomaban la molestia de la censura previa. No preven�an; reprim�an. Las ediciones que conten�an una noticia o un comentario demasiado heterodoxo eran secuestradas por la polic�a. Por consiguiente, los peri�dicos sufr�an no s�lo en su propaganda sino, adem�s, en su econom�a. Mediante este simple sistema de represi�n, Mussolini consigui� casi desarmar a la oposici�n. El bloque del Aventino pens� entonces en el regreso a la c�mara. A falta de la tribuna period�stica, hab�a que emplear la tribuna parlamentaria. Pero a este respecto �l acuerdo no era f�cil. A la resoluci�n definitiva, sobre todo, no se pod�a arribar prontamente. Algunos diputados del Aventino se manifestaban reacios al retorno a Montecitorio. Esta especie de declaratoria de quiebra de una empresa acometida con tanta arrogancia y tanto �nfasis les resultaba m�s dif�cil de aceptar que todas las dosis posibles de aceite de ricino. Y tuvo as� el Aventino un per�odo de par�lisis, durante el cual se incubaron acontecimientos sorpresivos, teatrales, destinados a obstruir el mismo camino del retorno. El golpe frustrado de Zaniboni contra el Duce vino, hace un mes, a mudar la situaci�n. Zaniboni, ex-diputado socialista unitario, ex-combatiente condecorado con la medalla de oro al valor militar, fue sorprendido en un cuarto de hotel, estrat�gicamente ubicado, en instantes en que se preparaba a disparar sobre Mussolini los dos tiros de un fusil de precisi�n matem�tica. El complot no pod�a ser atribuido a la oposici�n aventinista. La polic�a de Mussolini sab�a que Zaniboni obraba de acuerdo con unos pocos elementos demo-masones. No cab�a siquiera el procesamiento de su partido. Los hilos de la conjuraci�n no denunciaban la existencia de una red de preparativos revolucionarios. Denunciaban s�lo un estado de desesperaci�n en los temperamentos m�s ardorosos y tropicales del Aventino. Pero el fascismo necesitaba sacar de este acontecimiento todo el partido posible. Y, sin duda, lo ha sacado. Mussolini prohibi� a sus gregarios las represalias. Su orden fue obedecida. Mas, precisamente a la sombra de esta disciplinada abstenci�n de actos espor�dicos de violencia y de terror, la polic�a carg� a fondo contra la oposici�n. No ha habido en Italia, a ra�z de la tentativa de Zaniboni, represalias individuales de los "camisas negras". El gobierno fascista ha preferido usar, con el m�ximo rigor, la represi�n policial. Todos los reductos legales de la oposici�n han sido asaltados. Y muchos han ca�do defini�tivamente en manos del fascismo. El r�gimen fascista ha aprovechado la tentativa est�pida de Zaniboni para disolver al partido socialista unitario, para suprimir "La Giustizia", "La Voce Republicana" y otros diarios, para ocupar las lo�gias mas�nicas, etc. Los sindicatos fascistas se han instalado manu militare en el local de la c�mara de trabajo de Mil�n, antigua ciudadela del proletariado socialista, considerada inexpugnable por mucho tiempo. El episodio m�s resonante de esta ofensiva fascista ha sido, tal vez, la conquista del "Corrie�re della Sera". "La Stampa" de Tur�n y el "Co�rriere della Sera" de Mil�n, sus dos mayores ro�tativos, eran las dos m�s fuertes posiciones del antifascismo en la prensa italiana. Mussolini po�d�a suprimirlos. Pero esto le parec�a, sin duda, demasiado "escuadrista". Mucha gente ben pensante no le perdonar�a nunca el asesinato de dos peri�dicos en cuya lectura cotidiana se ha�b�a habituado a formar su criterio. Lanzada a los vientos la noticia del golpe fracasado, se pre�sentaba, en tanto, la ocasi�n de ganar para el fas�cismo estas dos tribunas. "La Stampa" de Tur�n fue la primera en caer. El senador Frassati, �percibido el peligro de la supresi�n lisa y llana del diario�, abandon� su direcci�n. Con el "Co�rriere della Sera" hubo que apelar a medios m�s en�rgicos. El secretario general del partido fas�cista, Farinacci, puso a los hermanos Crespi, prin�cipales accionistas del "Corriere", frente a este dilema: o la suspensi�n del diario o su entrega al fascismo. Y los hermanos Crespi, pac�ficos in�dustriales lombardos, optaron en seguida por el segundo t�rmino. El olvido de una formalidad de la escritura celebrada en 1919 con el senador Albertini, director y accionista del "Corriere", amo absoluto de sus destinos y opiniones, les proporcion� el pretexto para la anulaci�n del contrato de sociedad. En la edici�n del 28 de noviembre �ltimo, el senador Luigi Albertini y su hermano Alberto Albertini, tuvieron que despedirse melanc�licamente de sus lectores. Los hermanos Albertini, liberales de antigua estampa, pertenecen a una democracia empe�ada en no combatir al fascismo sino legalmente. No se puede negar al fascismo el m�rito de haber hecho todo lo posible para modificar su actitud y destruir su ilusi�n.
NOTA: * Publicado en Variedades, Lima, 16 de Enero de 1926 |
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