OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

FIGURAS Y ASPECTOS DE LA VIDA MUNDIAL III

 

       

LA INSURRECCION EN ESPA�A*

 

El general Primo de Rivera ha sorteado, por una serie de circunstancias favorables, el m�s grave de los peligros que, desde el golpe de es�tado de Barcelona, han amenazado su aventura reaccionaria. El azar contin�a siendo fiel a Pri�mo de Rivera, en su accidentado itinerario del casino al gobierno. Seg�n la cr�nica cablegr�fi�ca, si el ex-Presidente del Consejo, Sr. S�nchez Guerra, hubiese llegado a Valencia, conforme al plan insurreccional, que acaba de abortar, dos d�as antes, la dictadura habr�a sido casi segu�ramente liquidada en algunas horas.

Pero el azar, al mismo tiempo que ha salva�do a Primo de Rivera, ha descubierto la flaque�za y el desgaste de su gobierno. La magnitud de la conjuraci�n militar que ha estado a punto de echar alegre y marcialmente del poder al dicta�dor, indica hasta qu� punto est� minado el te�rreno que �ste pisa. La conspiraci�n cunde en el ej�rcito �cosa que ya sent�a Primo de Rivera desde el proceso al general Wyler y sus compa��eros� y en la nobleza. Esto mismo facilita a Primo de Rivera el sol�cito empleo de las armas de la provocaci�n y el espionaje; pero lo desca�lifica. a�n ante sus propios amigos y padrinos de la monarqu�a, como r�gimen militar.

Primo de Rivera, como todos los reacciona�rios, no tiene mejor cargo que hacer al r�gimen parlamentario que el de sus pocas garant�as de estabilidad. Los ministerios de los Estados demo�liberales, al decir de los retores o de los simples profiteurs de la reacci�n, gastan sus mejores energ�as en defenderse de las conspiraciones y zancadillas parlamentarias. Cualquier oportuna intriga de corredor puede traerlos abajo repentinamente. Las dictaduras establecidas por golpes de mano tan afortunados como el del ex-capit�n general de Barcelona, no estar�an sujetas a an�logos riesgos. Su principal ventaja estribar�a en su seguridad. Libres de las preocupaciones de la pol�tica parlamentaria, podr�an entregarse absolutamente a una austera y tranquila administraci�n.

Esta es la teor�a. Mas la experiencia de Primo de Rivera est� muy lejos de confirmarla. La suerte de su gobierno se presenta permanentemente insidiada por una serie de taras internas, a la vez que atacada por toda clase de enemigos externos. Contra la dictadura no se pronuncian solamente los partidos de centro y de izquierda �liberales, republicanos, socialistas, etc.,� sino tambi�n una gran parte de los grupos de la derecha, de la aristocracia, del ej�rcito, del capitalismo. El propio favor del monarca no es muy seguro. Depende de las ventajas que pueda encontrar eventualmente Alfonso XIII en licenciar a la dictadura, para restablecer �amnistiado por la opini�n liberal�, a la Constituci�n.

Si todos los elementos liberales se hubiesen decidido ya a renunciar a toda indagaci�n de responsabilidades, y a perdonar al rey su escapada a la ilegalidad, hace tiempo, probablemente, que Primo de Rivera habr�a sido enviado a aumentar la variopinta escala de "emigrados" qu� las revoluciones han producido en la Europa post-b�lica. Unamuno es uno de los m�s en�rgica y eficazmente adversos a la f�rmula de "borr�n y cuenta nueva". Con el desterrado de Hendaya, coinciden los mejores hombres del liberalismo espa�ol, en que la hora de la restauraci�n de la legalidad debe ser tambi�n la del ajuste de cuentas con la monarqu�a, irremisiblemente comprometida por su complicidad con Primo de Rivera.

La situaci�n espa�ola, por esto, �a medida que Primo de Rivera y sus mediocres r�bulas aparentemente se consolidaban en el poder�, se ha ido haciendo cada d�a m�s revolucionaria. La cuesti�n de r�gimen que, desde la afirmaci�n de un orden demo-liberal en Espa�a, parec�a descartada, vuelve a plantearse. El propio S�nchez Guerra, conservador ortodoxo, habr�a llevado su oposici�n a la dictadura, a t�rminos de censura y ataque a la monarqu�a.

La mejor soluci�n para la monarqu�a habr�a sido, sin embargo, la victoria de S�nchez Guerra. Es dif�cil que, due�o del poder, el jefe conservador se hubiese decidido a usar su fuerza contra la instituci�n mon�rquica. La influencia de la aristocracia, hubiese pesado, en forma muy viva, sobre sus resoluciones. Prisionero y procesado S�nchez Guerra, es inevitable el prevale�cimiento, en la oposici�n, de las tendencias liberal y revolucionaria. La solidaridad del rey Alfonso y de la monarqu�a con Primo de Rivera se ratifica. Las responsabilidades del rey y del dictador aparecen inseparables. Esto aparte de que S�nchez Guerra resulta el hu�sped m�s inc�modo de las prisiones de la dictadura. Ya ha habido que afrontar una tentativa para libertarlo. La prisi�n y el proceso subrayar�n los rasgos de su car�cter y energ�a. Es un hombre al que no se puede mantener indefinidamente en una fortaleza, sin preocupar seriamente a la gente conservadora respecto al r�gimen bajo el cual se dan casos como �ste de rebeli�n, enjuiciamiento y condena.

El general Primo de Rivera se imagina decir una cosa muy satisfactoria para �l cuando afirma que ha pasado la �poca de las revoluciones pol�ticas y que ahora s�lo es temible y posible ��claro que no en Espa�a!� una revoluci�n de causas sociales y econ�micas. El proletariado revolucionario coincide, sin duda, con Primo de Rivera �con quien es tan dif�cil coincidir en algo� en la parte afirmativa de su apreciaci�n, en la de que hoy no se puede llamar revoluci�n sino a la que se proponga fines sociales y econ�micos. Pero, aparte de que su pol�tica en general no tienda sino a apurar esta revoluci�n social y pol�tica. Primo de Rivera olvida que su r�gimen no cuenta enteramente con la confianza de la propia clase a nombre de la cual gobierna. La burgues�a espa�ola en gran parte le es adversa. La propia aristocracia, a pesar de cuanto la ha�laga el restablecimiento del absolutismo, no le es �ntegramente adicta. Y el proletariado, en todo caso, tiene que estar por el restablecimiento de la legalidad; y tiene que operar de modo de ayudar al triunfo de la revoluci�n pol�tica, con la esperanza y la voluntad de transformarla en revoluci�n social y econ�mica.

No admitir que �sta es la realidad objetiva de la situaci�n equivaldr�a a pretender que se puede gobernar indefinidamente a Espa�a con la sedicente Uni�n Patri�tica, el se�or Yangas, el general Mart�nez Anido, el se�or Calvo Sotelo y do�a Concha Espina, contra los elementos solventes de las derechas y contra. la unanimi�dad m�s uno de las izquierdas.


NOTA:

* Publicado en Variedades, Lima, 9 de Febrero de 1929