OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI |
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HISTORIA DE LA CRISIS MUNDIAL |
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DECIMA QUINTA CONFERENCIA1 INTERNACIONALISMO Y NACIONALISMO EN varias de mis conferencias he explicado c�mo se ha solidarizado, c�mo se ha conectado, c�mo se ha internacionalizado la vida de la hu�manidad. M�s exactamente, la vida de la huma�nidad occidental. Entre todas las naciones in�corporadas en la civilizaci�n europea, en la civi�lizaci�n occidental, se han establecido v�nculos y lazos nuevos en la historia humana. El inter�nacionalismo no es �nicamente un ideal; es una realidad hist�rica. El internacionalismo existe como ideal porque es la realidad nueva, la reali�dad naciente. No es un ideal arbitrario, no es un ideal absurdo de unos cuantos so�adores y de unos cuantos utopistas. Es aquel ideal que Hegel y Marx definen como la nueva y supe�rior realidad hist�rica que, encerrada dentro de las v�sceras de la realidad actual, pugna por ac�tuarse y que, mientras no est� actuada, mien�tras se va actuando, aparece como ideal frente a la realidad envejecida y decadente. Un gran ideal humano, una gran aspiraci�n humana no brota del cerebro ni emerge de la imaginaci�n de un hombre m�s o menos genial. Brota de la vida. Emerge de la realidad hist�rica. Es la realidad hist�rica presente. La humanidad no per�sigue nunca quimeras insensatas ni inalcanzables; la humanidad corre tras de aquellos ideales cuya realizaci�n presiente cercana, presiente madura y presiente posible. Con la humanidad acontece lo mismo que con el individuo. El individuo no anhela nunca una cosa absolutamente imposible. Anhela siempre una cosa relativamente posible, una cosa relativamente alcanzable. Un hombre humilde de una aldea, a menos que se trate de un loco, no sue�a jam�s con el amor de una princesa ni de una multimillonaria lejana y desconocida, sue�a en cambio con el amor de la muchacha aldeana a quien �l puede hablar, a quien �l puede conseguir. Al ni�o que sigue a la mariposa puede ocurrirle que no la aprese, que no la coja jam�s; pero para que corra tras ella es indispensable que la crea o que la sienta relativamente a su alcance. Si la mariposa va muy lejos, si su vuelo es muy r�pido, el ni�o renuncia a su imposible conquista. La misma es la actitud de la humanidad ante el ideal. Un ideal caprichoso, una utop�a imposible, por bellos que sean, no conmueven nunca a las muchedumbres. Las muchedumbres se emocionan y se apasionan ante aquella teor�a que constituye una meta pr�xima, una meta probable; ante aquella doctrina que se basa en la posibilidad; ante aquella doctrina que no es sino la revelaci�n de una nueva realidad en marcha, de una nueva realidad en camino. Veamos, por ejemplo, c�mo aparecieron las ideas socialistas y por qu� apasionaron a las muchedumbres. Kautsky, cuando a�n era un socialista revolucionario, ense�aba, de acuerdo con la historia, que la voluntad de realizar el socialismo naci� de la creaci�n de la gran industria. Donde prevalece la peque�a industria, el ideal de los despose�dos no es la socializaci�n de la propiedad sino la adquisici�n de un poco de propiedad individual. La peque�a industria genera siempre la voluntad de conservar la propiedad privada de los medios de producci�n y no la voluntad de socializar la propiedad, de instituir el socialismo. Esta voluntad surge all� donde la gran industria est� desarrollada, donde no exista ya duda acerca de su superioridad sobre la peque�a industria, donde el retorno a la peque�a industria ser�a un paso atr�s, ser�a un retroceso social y econ�mico. El crecimiento de la gran industria, el surgimiento de las grandes f�bricas mata a la peque�a industria y arruina al peque�o artesano; pero al mismo tiempo crea la posibilidad material de la realizaci�n del socialismo y crea, sobre todo, la voluntad de llevar a cabo esa realizaci�n. La f�brica re�ne a una gran masa de obreros; a quinientos, a mil, a dos mil obreros; y genera en esta masa no el deseo del trabajo individual y solitario, sino el deseo de la explotaci�n colectiva y asociada de ese ins�trumento de riqueza. Fijaos c�mo comprende y c�mo siente el obrero de la f�brica la idea sin�dical y la idea colectivista; y fijaos, en cambio, c�mo la misma idea es dif�cilmente comprensi�ble para el trabajador aislado del peque�o taller, para el obrero solitario que trabaja por su cuen�ta. La conciencia de clase germina f�cilmente en las grandes masas de las f�bricas y de las nego�ciaciones vastas; germina dif�cilmente en las masas dispersas del artesanado y de la peque�a industria. El latifundio industrial y el latifundio agr�cola conducen al obrero primero a la organi�zaci�n para la defensa de sus intereses de clase y, luego, a la voluntad de la expropiaci�n del latifundio y de su explotaci�n colectiva. El so�cialismo, el sindicalismo; no han emanado as� de ning�n libro genial. Han surgido de la nueva realidad social, de la nueva realidad econ�mica. Y lo mismo acontece con el internacionalismo. Desde hace muchos lustros, desde hace un si�glo aproximadamente, se comprueba en la civili�zaci�n europea la tendencia a preparar una orga�nizaci�n internacional de las naciones de Occi�dente. Esta tendencia no tiene s�lo manifesta�ciones proletarias; tiene tambi�n manifestacio�nes burguesas. Ahora bien. Ninguna de estas manifestaciones ha sido arbitraria ni se ha pro�ducido porque s�; ha sido siempre, por el con�trario, el reconocimiento instintivo de un estado de cosas nuevo, latente. El r�gimen burgu�s, el r�gimen individualista, libert� de toda traba los intereses econ�micos. El capitalismo, dentro del r�gimen burgu�s, no produce para el mercado nacional; produce para el mercado internacional. Su necesidad de aumentar cada d�a m�s la pro�ducci�n lo lanza a la conquista de nuevos mer�cados. Su producto, su mercader�a no reconoce fronteras; pugna por traspasar y por avasallar los confines pol�ticos. La competencia, la concurrencia entre los industriales es internacional. Los industriales, adem�s de los mercados, se dis�putan internacionalmente las materias primas. La industria de un pa�s se abastece del carb�n, del petr�leo, del mineral de pa�ses diversos y lejanos. A consecuencia de este tejido interna�cional de intereses econ�micos, los grandes ban�cos de Europa y de Estados Unidos resultan en�tidades complejamente internacionales y cosmo�politas. Esos bancos Invierten capitales en Aus�tralia, en la India, en la China, en el Transvaal. La circulaci�n del capital, a trav�s de los bancos, es una circulaci�n internacional. El rentista in�gl�s que deposita su dinero en un banco de Lon�dres ignora tal vez a d�nde va a ser invertido su capital, de d�nde va a proceder su r�dito, su dividendo. Ignora si el banco va a destinar su ca�pital, por ejemplo, a la adquisici�n de acciones de la Peruvian Corporation, en este caso, el ren�tista ingl�s resulta, sin saberlo, copropietario de ferrocarriles en el Per�. La huelga del Ferroca�rril Central puede afectarlo, puede disminuir su dividendo. El rentista ingl�s lo ignora. Igualmente, el carrilano, los maquinistas peruanos ignoran la existencia de ese rentista ingl�s, a cuya car�tera ir� a parar una parte de su trabajo. Este ejemplo, este case, nos sirven para explicarnos la vinculaci�n econ�mica, la solidaridad econ�mica de la vida internacional de nuestra �poca. Y nos sirven para explicarnos el origen del in�ternacionalismo burgu�s y el origen del interna�cionalismo obrero que es un origen com�n y opuesto al mismo tiempo. El propietario de una f�brica de tejidos de Inglaterra tiene inter�s en pagar a sus obreros menor salario que el pro�pietario de una f�brica de tejidos de Estados Unidos, para que su mercanc�a pueda ser ven�dida m�s barata y m�s ventajosa y abundante�mente. Y esto hace que el obrero textil norte�americano tenga inter�s en que no baje el salario del obrero textil ingl�s. Una baja de salarios en la industria textil inglesa es una amenaza para el obrero de Vitarte, para el obrero de Santa Ca�talina. En virtud de estos hechos, los trabajado�res han proclamado su solidaridad y su fraternidad por encima de las fronteras y por encima de las nacionalidades. Los trabajadores han visto que cuando libraban una batalla no era s�lo con�tra la clase capitalista de su pa�s sino contra la clase capitalista del mundo. Cundo los obreros de Europa lucharon por la conquista de la jor�nada de las ocho horas, luchaban no s�lo por el proletariado europeo sino por el proletariado mundial. A vosotros, trabajadores del Per�, os fue f�cil conquistar la ley de ocho horas porque la ley de ocho horas estaba va en marcha en Europa. El capitalismo peruano cedi� ante vues�tra demanda porque sab�a que el capitalismo eu�ropeo ced�a tambi�n. Y, del mismo modo, por supuesto, no son indiferentes a vuestra suerte las batallas que libran en la actualidad los tra�bajadores de Europa. Cada uno de los obreros que cae en estos momentos en las calles de Ber�l�n o en las barricadas de Hamburgo no cae s�lo por le causa del proletariado alem�n. Cae tam�bi�n por vuestra causa; compa�eros del Per�. Es por esto, es por esta comprobaci�n de un he�cho hist�rico que desde hace m�s de medio si�glo, desde que Marx y Engels fundaron la Pri�mera Internacional, las clases trabajadoras del mundo tienden a crear asociaciones de solidari�dad internacional que vinculen su acci�n y uni�fiquen su ideal. Pero al mismo efecto de la vida econ�mica mo�derna no es insensible, en el campo opuesto, la pol�tica capitalista. El liberalismo burgu�s, el li�beralismo econ�mico que consinti� a los intereses capitalistas expandirse, conectarse y asociarse, por encima de los Estados y de las fronteras, tuvo por fuerza que incluir en su programa el libre cambio. El libre cambio, la teor�a libre-cambista corresponde a una necesidad honda y concreta de un per�odo de la producci�n capitalista. �Qu� cosa es el libre-cambio? El libre-cambio, la libre circulaci�n, es el libre comercio de las mercader�as a trav�s de todas las fronteras y de todos los pa�ses. Entre las naciones existen no s�lo fron�teras pol�ticas, fronteras geogr�ficas. Existen tam�bi�n fronteras econ�micas. Esas fronteras econ�micas son las aduanas. Las aduanas que, a la entrada al pa�s, gravan la mercader�a con u impuesto. El libre-cambio pretende abatir esas fronteras econ�micas, abatir las aduanas, fran�quear el paso libre de las mercader�as en todos los pa�ses. En este periodo de apogeo de la teo�r�a libre-cambista la burgues�a fue, en suma, eminentemente internacionalista, �Cu�l era la causa de su librecambismo, cu�l era la causa de su internacionalismo? Era la necesidad econ�mi�ca, la necesidad comercial de la industria de ex�pandirse libremente en el mundo. El capitalis�mo de algunos pa�ses muy desarrollados econ�micamente encontraba un estorbo para su ex�pansi�n en las fronteras econ�micas y pretend�a abatirlas. Y este capitalismo librecambista, que no abarca por supuesto todo el campo capitalista sino s�lo una parte de �l, fue tambi�n pacifista. Preconizaba la paz y preconizaba el desarme porque miraba en la guerra un elemento de per�turbaci�n y de desordenamiento de la produc�ci�n. El librecambismo era una ofensiva del ca�pitalismo brit�nico, el m�s evolucionado del mun�do, el m�s preparado para la concurrencia con�tra los capitalismos rivales. En realidad, el capi�talismo no pod�a dejar de ser internacionalista porque el capitalismo es por naturaleza y por necesidad imperialista. El capitalismo crea una nueva clase de conflictos hist�ricos y conflictos b�licos. Los conflictos no entre las naciones, no entre las razas, no entre las nacionalidades an�tag�nicas, sino los conflictos entre los bloques, entre los conglomerados de intereses econ�micos e industriales. Este conflicto entre dos capita�lismos adversarios, el brit�nico y el alem�n, con�dujo al mundo a la �ltima gran guerra. Y de ella como ya he tenido ocasi�n de explicaros, la so�ciedad burguesa ha salido hondamente minada y socavada, precisamente a causa del contraste entre las pasiones nacionalistas de los pueblos, que los enemistan y los separan, y la necesidad de la colaboraci�n y la solidaridad y la amnis�t�a rec�proca entre ellos, como �nico medio de reconstrucci�n com�n. La crisis capitalista, en uno de sus principales aspectos, reside justamen�te en esto: en la contradicci�n de la pol�tica de la sociedad capitalista con la econom�a de la sociedad capitalista. En la sociedad actual la po�l�tica y la econom�a han cesado de coincidir, han cesado de concordar. La pol�tica de la sociedad actual es nacionalista; su econom�a es interna�cionalista. El Estado burgu�s est� construido so�bre una base nacional; la econom�a burguesa necesita reposar sobre una base internacional. El Estado burgu�s ha educado al hombre en el culto de la nacionalidad, lo ha inficionado de ojerizas y desconfianzas y aun de odios respec�to de las otras nacionalidades; la econom�a burguesa necesita, en cambio, de acuerdos y de entendimientos entre nacionalidades distintas y aun enemigas. La ense�anza tradicionalmente nacio�nalista del Estado burgu�s, excitada y estimula�da durante el per�odo de la guerra, ha creado, sobre todo en la clase media, un estado de �nimo intensamente nacionalista. Y es ahora ese esta�do de �nimo el que impide que las naciones eu�ropeas se concierten y se coordinen en torno de un programa com�n de reconstrucci�n de la eco�nom�a capitalista. Esta contradicci�n entre la es�tructura pol�tica del r�gimen capitalista y su es�tructura econ�mica es el s�ntoma m�s hondo, m�s elocuente de la decadencia y de la disolu�ci�n de este orden social. Es, tambi�n, la revelaci�n, la confirmaci�n mejor dicho de que la antigua organizaci�n pol�tica de la sociedad no puede subsistir porque dentro de sus moldes, den�tro de sus formas r�gidamente nacionalistas no pueden prosperar, no pueden desarrollarse las nuevas tendencias econ�micas y productivas del mundo, cuya caracter�stica es su internacionalis�mo. Este orden social declina y caduca porque no cabe ya dentro de �l el desenvolvimiento de las fuerzas econ�micas y productivas del mun�do. Estas fuerzas econ�micas y productivas as�piran a una organizaci�n internacional que con�sienta su desarrollo, su circulaci�n y su creci�miento. Esa organizaci�n internacional no puede ser capitalista porque el Estado capitalista, sin renegar de su estructura, sin renegar de su ori�gen, no puede dejar de ser Estado nacionalista. Pero esta incapacidad de la sociedad capitalista e individualista para transformarse, de acuerdo con las necesidades internacionales de la econom�a, no impide que aparezcan en ella las se�ales preliminares de una organizaci�n inter�nacional de la humanidad. Dentro del r�gimen burgu�s, nacionalista y chauvinista, que aleja a los pueblos y los enemista, se teje una densa red de solidaridad internacional que prepara el fu�turo de la humanidad. La burgues�a misma pue�de abstenerse de forjar con sus manas organis�mos e institutos internacionales que aten�en la rigidez de su teor�a y de su pr�ctica nacionalis�tas. Hemos visto as� aparecer la Sociedad de las Naciones. La Sociedad de las Naciones, como lo dije en la conferencia respectiva, es en el fon�do un homenaje de la ideolog�a burguesa a la ideolog�a internacionalista. La Sociedad de las Naciones es una ilusi�n porque ning�n poder hu�mano puede evitar que dentro de ella se repro�duzcan los conflictos, las enemistades y los dese�quilibrios inherentes a la organizaci�n capitalista y nacionalista de la sociedad. Suponiendo que la Sociedad de las Naciones llegara a compren�der a todas las naciones del mundo, no por eso su acci�n ser�a eficientemente pacifista ni efi�cazmente reguladora de los, conflictos y de los contrastes entre las naciones, porque la humani�dad, reflejada y sintetizada en su asamblea, se�r�a siempre la misma humanidad nacionalista de antes. La Sociedad de las Naciones juntar�a a los delegados de los pueblos; pero no juntar�a a los pueblos mismos. No eliminar�a los motivos de contraste entre �stos. Las mismas divisiones, las mismas rivalidades que aproximan o enemistan a las naciones en la geograf�a y en la historia, las aproximar�an o las enemistar�an dentro de la Sociedad de las Naciones, Subsistir�an las alianzas, los compromisos, las ententes2 que agru�pan a los pueblos en bloques antag�nicos y enemigos. La Sociedad de las Naciones finalmente, ser�a una Internacional de clase, una Internacio�nal de Estados; pero no ser�a una Internacional de pueblos. La Sociedad de las Naciones ser�a un internacionalismo de etiqueta, un internacionalismo de fachada. Esto ser�a la Sociedad de las Naciones en el caso de que reuniese en su seno a todos los gobiernos, a todos los Estados. En el caso actual, en que no re�ne sino a una parte de los gobiernos y a una parte de los Estados, la Sociedad de las Naciones es mucho menos todav�a. Es un tribunal sin autoridad, sin jurisdicci�n y sin fuerza, al margen del cual las naciones contratan y litigan, negocian y se atacan. Pero, con todo, la aparici�n, la existencia de la idea de la Sociedad de las Naciones, la tentativa de realizarla es un reconocimiento, es una declaraci�n de la verdad evidente del internacionalismo de la vida contempor�nea, de las necesidades internacionales de la vida de nuestros tiempos. Todo tiende a vincular, todo tiende a conectar en este siglo a los pueblos y a los hombres. En otro tiempo el escenario de una civilizaci�n era reducido, era peque�o; en nuestra �poca es casi todo el mundo. El colono ingl�s que se instala en un rinc�n salvaje del Africa lleva a ese rinc�n el tel�fono, la telegraf�a sin hilos, el autom�vil. En ese rinc�n resuena el eco de la �ltima arenga de Poincar� o del �ltimo discurso de Lloyd George. El progreso de las comunicaciones ha conectado y ha solidarizado hasta un grado inveros�mil la actividad y la historia de las naciones. Se da el caso de que el pu�etazo que tumba a Firpo en el ring de Nueva York sea conocido en Lima, en esta peque�a capital sudamericana, a los dos minutos de haber sido visto por los espectadores del match. Dos minutos despu�s de haber conmovido a los espectadores del coliseo norteamericano, ese pu�etazo consternaba a las buenas personas que hac�an cola a las puertas de los peri�dicos lime�os. Recuerdo este ejemplo para dar a ustedes la sensaci�n exacta de la intensa comunicaci�n que existe entre las naciones del mundo occidental, debido al crecimiento y al perfeccionamiento de las comunicaciones. Las comunicaciones son el tejido nervioso de esta humanidad internacionalizada y solidaria Una de las caracter�sticas de nuestra �poca es la rapidez, la velocidad con que se propagan las ideas, con que se trasmiten las corrientes del pensamiento y la cultura. Una idea nueva, brotada en Inglaterra, no es una idea inglesa, sino el tiempo necesario para que sea impresa. Una vez lanzada al espacio por el peri�dico esa idea, si traduce alguna verdad universal, puede transformarse instant�neamente en una idea universal tambi�n. �Cu�nto habr�a tardado Einstein en otro tiempo para ser popular en el mundo? En estos tiempos, la teor�a de la relatividad, no obstante su complicaci�n y su tecnicismo, ha dado la vuelta al mundo en poqu�simos a�os. Todos estos hechos son otros tantos signos del internacionalismo y de la solidaridad de la, vida contempor�nea. En todas las actividades
intelectuales, art�sticas, cient�ficas, filantr�picas, morales, etc.,
se nota hoy la tendencia a construir �rganos internacionales de
comunicaci�n y de coordinaci�n. En Suiza existen las sedes de m�s de
ochenta asociaciones internacionales. Hay una internacional de maestros,
una internacional de periodistas, hay una internacional feminista, hay una
internacional estudiantil. Hasta los jugadores de ajedrez, si no me
equivoco, tienen oficinas internacionales o cosa parecida. Los maestros de
baile han tenido en Par�s un congreso internacional en el cual han
discutido sobre la conveniencia de mantener en boga el fox
trot o de resucitar la pavana. Se ha echado as� las bases de una
internacional de los bailarines. M�s a�n. Entre las corrientes
internacionalistas, entre los movimientos internacionalistas, se esboza
una que es curiosa y parad�jica como ninguna. Me refiero a la
internacional fascista. Los movimientos fascistas son, como sab�is,
rabiosamente chauvinistas, ferozmente patrioteros. Ocurre, sin embargo,
que entre ellos se estimulan y se auxilian. Los fascistas italianos
ayudan, seg�n se dice, a los fascistas h�ngaros. Mussolini fue una vez
invitado a visitar Munich por los fascistas alemanes. El gobierno fascista
de Italia ha acogido con simpat�a expl�cita y entusiasta el surgimiento
del gobierno filofascista de Espa�a. Hasta el nacionalismo, pues, no
puede prescindir de cierta fisonom�a internacionalista.
NOTAS:
1
Pronunciada el viernes 2 de noviembre de 1923, en el local de la Federaci�n
de Estudiantes (Palacio de la Ex�posici�n). Publicada �ntegramente en Generaci�n:
Lima, abril-mayo de 1954. La versi�n period�stica aparece en La Cr�nica del 6 de noviembre del mismo a�o. 2 Uniones transitorias que adoptan los gobiernos de al�gunos Estados, con fines espec�ficos de colaboraci�n, principalmente b�licos.
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