OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

HISTORIA DE LA CRISIS MUNDIAL

    

 

SEPTIMA CONFERENCIA1

LA REVOLUCION HUNGARA

REANUDAMOS esta noche nuestras conversa�ciones sobre la historia de la crisis mundial, interrumpidas por tres semanas de vacaciones. Lle�gamos hoy a un cap�tulo intensamente dram�ti�co de la historia de la crisis mundial. El progra�ma de este curso de conferencias nos se�ala as� el tema. La Revoluci�n H�ngara. El Conde Ka�rolyi. Bela Kun. Horthy, Estos tres nombres, Ka�rolyi, Bela Kun, Horthy, sintetizan las fases de la Revoluci�n H�ngara: la fase insurreccional y democr�tica, la fase comunista y proletaria, la fa�se reaccionaria y terror�stica. Karolyi fue el hombre de la insurrecci�n h�ngara; Bela Kun fue el hombre de la revoluci�n proletaria; Hor�thy es el hombre de la reacci�n burguesa, del terror blanco y de la represi�n brutal y trucu�lenta del proletariado.

Aqu�, donde se conoce mal la Revoluci�n Rusa, se conoce menos todav�a la Revoluci�n H�ngara, y esto se explica. La historia de la Revoluci�n Rusa es la historia de una revoluci�n victoriosa, mientras la historia de la Revoluci�n H�ngara es, hasta ahora, la historia de la revoluci�n vencida. El cable no ha cesado de contarnos cosas espe�luznantes de la Revoluci�n Rusa y de sus hom�bres, pero casi nada nos ha contado de la reac�ci�n h�ngara ni de sus hombres. Y los buenos burgueses, tan consternados con el terror rojo, con el terror ruso, no se consternan absolutamen�te con el terror blanco, con el terror de la dicta�dura de Horthy en Hungr�a; sin embargo, nada m�s sangriento, nada m�s tr�gico que este per�odo sombr�o y medioeval de la vida h�ngara. Ninguno de los cr�menes imputados a la revolu�ci�n rusa es comparable a los cr�menes cometi�dos por la reacci�n burguesa en Hungr�a.

Veamos, ordenadamente, las tres fases de la Revoluci�n H�ngara. He explicado ya el proce�so de la Revoluci�n Alemana y de la Revoluci�n Austr�aca. Bien. El proceso de la Revoluci�n H�ngara es, en sus grandes lineamientos, el mismo. Pero tiene siempre algo de fison�mico, algo de particularmente propio. Adem�s del can�sancio, de la fatiga, del descontento de la guerra, prepararon la Revoluci�n H�ngara los anhelos de independencia nacional s�bitamente desper�tados, excitados y estimulados por la propaganda wilsoniana.

Wilson soliviantaba a los pueblos contra la au�tocracia y contra el absolutismo y los solivianta�ba, al mismo tiempo, contra el yugo extranjero. Hungr�a, como sab�is, sufr�a la dominaci�n de la dinast�a austr�aca de los Habsburgo.

Los h�ngaros, diferentes como raza, como idio�ma y como historia, de los austr�acos, no convi�v�an voluntariamente con los austr�acos dentro del Imperio Austro-H�ngaro. La derrota, por eso, no caus� en Austria-Hungr�a �nicamente la re�voluci�n: caus� tambi�n la disoluci�n. Las na�cionalidades que compon�an el Imperio Austro-H�ngaro se independizaron y separaron. Y na�turalmente, las potencias vencedoras estimularon este fraccionamiento de Austria-Hungr�a en va�rios peque�os estados.

Como ya he dicho en otra ocasi�n, el frente austr�aco fue debilitado antes que el frente ale�m�n, precisamente a causa de los ideales separa�tistas de las nacionalidades que formaban parte de Austria-Hungr�a, y, consecuentemente, el fren�te militar austr�aco cedi� antes que el frente militar alem�n. Ante la ofensiva victoriosa de los italianos en el Piave, los soldados checoes�lavos y los soldados h�ngaros, fatigados de la guerra, improvisadamente tiraron las armas y se negaron a seguir combatiendo. Acontec�a esto a fines de octubre de 1918. La rebeli�n de las tro�pas del frente contra la guerra, se propag� velozmente en todo el ej�rcito h�ngaro. Y se inici� as� la Revoluci�n H�ngara que, al igual que la Revoluci�n Alemana, fue, en un principio, la huelga general de un ej�rcito vencido, conforme a la frase de Walther Rathenau. Como la Revoluci�n Alemana, la Revoluci�n H�ngara empez� con la insurrecci�n militar, pero en Hungr�a esta insurrecci�n militar no fue seguida, inmediatamente, con una insurrecci�n proletaria. El movimiento proletario era todav�a demasiado inmaduro, demasiado incipiente. El proletariado h�ngaro carec�a a�n de una s�lida conciencia revolucionaria clasista. El Conde Miguel Karolyi presidi� el primer gobierno revolucionario. Este gobierno, emergido de la insurrecci�n del 31 de Octubre, fue un gobierno de la burgues�a radical coaligada con la social-democracia.

El conde Karolyi fue, en cierta forma, el Kerensky de la Revoluci�n H�ngara. Pero fue un Kerensky menos sectario, m�s revolucionario, m�s interesante, m�s sugestivo. El Conde Karolyi era un viejo agitador del nacionalismo h�ngaro. Un agitador de tipo radical, y proveniente de la aristocracia h�ngara, pero contagiado de la mentalidad social-democr�tica de su �poca. Un agitador de temperamento rom�ntico, f�cilmente inflamable, capaz de cualquier bizarra locura, exento de las supersticiones democr�ticas y burguesas del mediocre Kerensky.

La distancia mental y espiritual que separa a ambas figuras resulta m�s clara y ostensible despu�s de su gobierno que durante �ste. Mientras Kerensky no ha cesado de orientarse hacia la derecha y de aproximarse a los capitalistas y hasta a los mon�rquicos rusos, Karolyi ha evolucionado cada d�a m�s hacia la izquierda. Tanto que hace dos a�os, aproximadamente, fue expulsado de Italia, acusado de agente bolchevique. Yo tuve oportunidad de conocerlo en Florencia en enero de 1921. 0 sea hace dos a�os y medio. Era en v�speras del famoso Congreso Socialista de Livorno, donde el Partido Socialista italiano se escisionar�a.

C�sar Falc�n y yo aguard�bamos en Florencia, que no est� sino a cuatro horas de Livorno, la fecha de la reuni�n del Congreso. Ocup�bamos nuestro tiempo visitando los museos, los palacios y las iglesias de Florencia. Yo conoc�a ya Florencia perfectamente. Hac�a, pues, de cicerone de Falc�n que, por primera vez, la visitaba.

Un d�a un periodista amigo nos enter� de que el Conde Karolyi resid�a de inc�gnito en una pensi�n de Florencia. Naturalmente, resolvimos en seguida buscarlo; el instante no era propicio para entrar en relaci�n con el ex-presidente h�ngaro. Los periodistas acababan de descubrir su presencia de inc�gnito en Florencia y lo asediaban para reportearlo. El conde Karolyi, por consiguiente, evitaba las entrevistas de los desconocidos. Sin embargo, Falc�n y yo conseguimos conversar con �l. Charlamos extensamente sobre la situaci�n europea en general y sobre la situaci�n h�ngara, en particular. En aquellos d�as, cinco comunistas h�ngaros, Agosto, Nyisz, Sgabado, Bolsamgi y Kalmar, comisarios del pueblo del Gobierno de Bala Kun, hab�an sido condenados a muerte por el gobierno de Horthy. Karolyi estaba profundamente consternado por esta noticia, y. puesto que su inc�gnito hab�a sido violado por varios periodistas, decidi� renunciar definitivamente a el para suscitar una campa�a de opini�n internacional en favor de los ex-comisarios del pueblo h�ngaro condenados a muerte.

Aprovech� de todos los reportajes que se le hicieron para solicitar la intervenci�n de los esp�ritus honrados de Europa en defensa de esas vidas nobles y pr�ceres. A Falc�n y a m� nos pidi� que actu�ramos en este sentido sobre los periodistas espa�oles.

En esa �poca, en suma, Karolyi hac�a causa com�n con los comunistas h�ngaros, de igual suerte que Kerensky hac�a causa com�n con los capitalistas y aun con los monarquistas rusos.

Esta nota anecd�tica contribuye a delinear, a fijar la personalidad de Karolyi, y por esto la he intercalado en mi disertaci�n. Pero volvamos ahora a la historia ordenada de la Revoluci�n. Examinemos el gobierno precaria de Karolyi.

Al gobierno de Karolyi en Hungr�a no obstante la disimilitud, la diferencia moral entre uno y otro l�der, le acontec�a aproximadamente lo mismo que al gobierno de Kerensky en Rusia. No representaba los ideales y los intereses del capitalismo, y tampoco representaba los ideales y los intereses del proletariado.

Los soldados, de vuelta del frente y de la gue�rra, quer�an un pedazo de tierra, las viudas y los hu�rfanos de los ca�dos y los invalidos recla�maban el auxilio pecuniario del Estado. Y el go�bierno de Karolyi no pod�a satisfacer ni una ni otra demanda porque �nicamente a expensas de la burgues�a, a expensas del capitalismo, era po�sible satisfacerlas. Pero estas demandas insatis�fechas, crec�an d�a a d�a cada vez m�s exasperadas.

El proletariado h�ngaro adquir�a una concien�cia revolucionaria. Surg�an aqu� y all� consejos de f�brica. El ala izquierda del proletariado rom�pi� con los social democr�ticos colaboracionistas y constituy� un Partido Comunista acaudillado por Bela Kun. Este Partido Comunista, al igual que los espartaquistas alemanes, preconizaba la ejecuci�n del programa maximalista. Algunas f�bricas fueron ocupadas por los obreros. Esta cre�ciente ola revolucionaria alarmaba, por supuesto en grado extremo, a los elementos reaccionarios.

El capitalismo sent�a amenazada la propiedad privada de las tierras y de las f�bricas y organi�zaba r�pida y activamente la reacci�n. Los no�bles, los latifundistas, los jefes militares, la extre�ma derecha en una palabra, se aprestaban para derrocar al d�bil gobierno de Karolyi, que, no contentaba a las masas proletarias, pero tampoco garantizaba debidamente la seguridad del capi�talismo.

Simult�neamente, la, situaci�n internacional conspiraba tambi�n contra el gobierno de Ka�rolyi. Eran los d�as del armisticio y de la gesta�ci�n de la paz. Las potencias aliadas eran ad�versas a la constituci�n de una Hungr�a fuerte, o, m�s bien, estaban interesadas en que Yugoes�lavia, por una parte, y Checoeslovaquia, por otra, se engrandecieran a costa del territorio h�ngaro.

Los elementos nacionalistas exig�an de Karolyi una pol�tica en�rgicamente reivindicacionista. Cada p�rdida de terreno de Karolyi en el terreno internacional, era una p�rdida de terreno en el terreno de la pol�tica interna.

Y lleg� un d�a fatal para el gobierno de Karolyi. Los gobiernos aliados le notificaron, por medio de su representante en Budapest, el Teniente Coronel Vyx, que las fronteras de entonces de Hungr�a deb�an ser consideradas como definitivas. Estas fronteras significaban para Hungr�a la p�rdida de enormes territorios. Karolyi no pod�a someterse a estas condiciones. Si lo hubiera hecho, una revuelta chauvinista lo habr�a tra�do abajo en pocos d�as. No le qued�, pues, m�s camino que la dimisi�n, el abandono del poder, del cual se apoder� inmediatamente el proletariado. Frecuentemente se ha acusado a Karolyi de traici�n del orden burgu�s. Se le ha acusado de haber entregado el gobierno a la clase trabajadora. Pero, en realidad, los acontecimientos fueron superiores a la voluntad de Karolyi y a toda voluntad individual. De un lado la ola reaccionaria, y de otro lado la ola revolucionaria amenazaban el gobierno de Karolyi, condenado, por consiguiente, a desaparecer tragado por la una o por la otra, A un mismo tiempo, se preparaban para el asalto al poder la reacci�n y la revoluci�n. Y bien, la hora era de la revoluci�n. Abierto por el gobierno de Karolyi, el per�odo revolucionario ten�a que tocar a su m�ximo, ten�a que llegar a su plenitud, antes de declinar. Y, cuando Karolyi dimiti�, el proletariado se apresur� a recoger en sus manos el poder, para evitar que se ense�orease en �l la reacci�n de la nobleza y de la burgues�a m�s retr�grada.

Surgi� as� el gobierno de Bela Kun. El 21 de marzo de 1919, o sea a menos de cinco meses de la constituci�n del gobierno de Karolyi, se constituy� el Consejo Gubernativo Revolucionario que declar� a Hungr�a Rep�blica Sovietista.

A la creaci�n de este gobierno revolucionario concurrieron comunistas y social-democr�ticos. Y este es el signo que distingue la revoluci�n comunista h�ngara de la revoluci�n comunista rusa. La dictadura del proletariado fue asumida en Rusia exclusivamente por el Partido Maximalista, con la neutralidad ben�vola de los social- revolucionarios de izquierda, pero con la aversi�n de los social-revolucionarios de derecha y centro y de los mencheviques. En Hungr�a, en cambio, la dictadura del proletariado fue ejercida por los comunistas y social-democr�ticos juntos. Aparentemente, esto daba fuerza al gobierno obrero de Hungr�a porque, en virtud del entendimiento entre comunistas y social-democr�ticos, ese gobierno obrero representaba a la unanimidad del proletariado, a la unanimidad m�s uno. Todas las grandes tendencias proletarias en el poder; pero esto era, tambi�n, la debilidad de la Rep�blica Sovietista H�ngara.

El Partido Social Democr�tico no ten�a suficiente conciencia revolucionaria. Su masa dirigente estaba compuesta de elementos reformistas mental y espiritualmente adversos al maximalismo. Estos elementos proven�an de la burocracia de los sindicatos. Eran viejos organizadores sindicales, envejecidos en la acci�n minimalista y contingente de la vida sindical, supersticiosamente respetuosos de la fuerza de la burgues�a, desprovistos de capacidad y de voluntad para colaborar solidariamente con los maximalistas, a quienes tachaban de j�venes, inexpertos, de extremistas. �Por qu� entonces los social-democr�ticos h�ngaros cooperaron y participaron decisivamente en la revoluci�n? La explicaci�n est� en la situaci�n pol�tica de Hungr�a, bajo el gobierno de Karolyi, que he descrito anteriormente.

El gobierno de Karolyi, en el cual participaron los social-democr�ticos, estaba irremisiblemente condenado a caer arrollado por la revoluci�n o por la reacci�n. Los social-democr�ticos se vieron, pues, en la necesidad d� elegir entre la revoluci�n comunista y la reacci�n feudalista y aristocr�tica; y, naturalmente, tuvieron que optar por la revoluci�n comunista. Algo m�s, tuvieron que apresurarla para eliminar el peligro de que la reacci�n ganase tiempo.

Cuando dimiti� Karolyi, el directorio del Partido Comunista estaba en la c�rcel. Los social-democr�ticos y los l�deres comunistas trataron y pactaron entre ellos, pero, los primeros desde el poder, los segundos desde la prisi�n. Alrededor de los l�deres comunistas estaba la mayor�a de las masas, decidida a la revoluci�n. Los social- democr�ticos no capitularon, luego, ante los l�deres comunistas; capitulaban ante la mayor�a del proletariado. Se rend�an a la voluntad de las masas. Su capitulaci�n fue, en apariencia, completa. Los social-democr�ticos aceptaron �ntegramente la ejecuci�n del programa comunista. Pero la aceptaron sin convencimiento, sin fe, sin verdadera adhesi�n mental ni moral. La aceptaron, constre�idos, empujados, presionados por las circunstancias. En cambio de su adhesi�n al programa de los comunistas, no demandaron sino el derecho de participar en su realizaci�n.

Les dijeron a los comunistas: �Nosotros aceptamos vuestro programa; pero queremos colaborar en el gobierno destinado a ejecutarlos. Era una demanda l�gica, era una demanda natural y era una demanda l�cita. Los comunistas accedieron a ella. Y este fue su primer error. Porque, en virtud del car�cter de la coalici�n social-democr�tico-comunista, el gobierno sovietista de Hungr�a result� un gobierno h�brido, un gobierno mixto, un gobierno compuesto. El programa de este gobierno obrero era de un color uniforme; pero los hombres encargados de cumplirlo eran de dos colores diferentes. U�a parte del gobierno quer�a de veras la realizaci�n del programa, sent�a su necesidad hist�rica; otra parte del gobierno no cre�a �ntimamente en la posibilidad de la realizaci�n de ese programa, lo hab�a admitido a rega�adientes, sin optimismo, sin confianza. Los social-democr�ticos, en su mayor�a, ve�an en la revoluci�n general europea la �nica esperanza de salvaci�n de la revoluci�n proletaria h�ngara. Carec�an de preparaci�n intelectual y espiritual para defender a la revoluci�n proletaria h�ngara, aun en el caso de que e proletariado de las grandes potencias europeas no respondiese al llamamiento, a la incitaci�n de la Revoluci�n Rusa. Esta es la causa espiritual, esta es la causa moral del fin de la dictadura del proletariado en Hungr�a.

Durante sus breves meses de existencia, a pesar del sabotaje sordo de los social-democr�ticos, �l gobierno de Bela Kun desarroll�, en gran parte, el programa econ�mico y social del proletariado. Procedi� a la expropiaci�n de los latifundios y haciendas, de los medios de producci�n y de los establecimientos industriales. Los latifundios, las haciendas, antigua propiedad de la aristocracia h�ngara, fueron entregados a los campesinos, organizados en cooperativas de producci�n. En cada latifundio, en cada hacienda, en reemplazo del propietario feudal, surgi� una cooperativa. Al mismo tiempo, se atendi� sol�citamente a las v�ctimas de la guerra, cuyas demandas no hab�an podido ser satisfechas por el gobierno de Karolyi, entrabado por sus miramientos y sus respetos al r�gimen capitalista. Los inv�lidos, los mutilados, las viudas, los hu�rfanos y los desocupados fueron socorridos. Los sanatorios de lujo fueron transformados en hospitales populares. Los palacios, los castillos y los chalets de los arist�cratas fueron destinados al alojamiento de los inv�lidos, de los viejos o de los ni�os proletarios enfermos. Simult�neamente, se reorganizaba clas�sticamente, revolucionariamente, la instrucci�n p�blica, la cultura general, para convertirlas en instrumentos de educaci�n socialista. Y para que la cultura, la capacidad t�cnica, antes patrimonio exclusivo de la burgues�a, se socializasen a beneficio del proletariado.

Pero contra el gobierno de Bela Kun conspiraban, de una parte el escepticismo y la resistencia de los social-democr�ticos, de otra parte las asechanzas de las potencias vencedoras. Las potencias capitalistas miraban en Hungr�a sovietista un peligroso foco de propagaci�n de la idea comunista. Y se esforzaban en eliminarlo, empujando contra la Rep�blica H�ngara a las naciones vecinas, colocadas bajo la tutela de la Entente vencedora.

En tanto los social-democr�ticos limitaban y entrababan las medidas del gobierno obrero contra los preparativos y complots reaccionarios, encastillados en sus prejuicios democr�ticos y liberales, en su superstici�n de la libertad, los social-democr�ticos no consent�an que el gobierno suspendiese las garant�as individuales para los arist�cratas, burgueses y militares conspiradores. El Ministro de Justicia del gobierno de Bela Kun era un social-democr�tico. Un social-democr�tico que parec�a m�s preocupado de amparar la liber�tad de los elementos contrarrevolucionarios que de defender la existencia de la revoluci�n.

La Revoluci�n H�ngara es atacada, por ende, en dos frentes, en el frente externo y en el frente interno. Externamente, la amenazaba la interven�ci�n contrarrevolucionaria de las potencias alia�das, que bloqueaban econ�micamente a Hungr�a para sitiarla por hambre. Internamente, la ame�nazaba la impreparaci�n revolucionaria de .la social-democracia, la inconsistencia revoluciona�ria de una de las bases, de los soportes funda�mentales de la Revoluci�n, de uno de los dos partidos del gobierno.

En estas condiciones lleg� el gobierno de Bela Kun, inaugurado el 21 de marzo, a la mitad de abril. Hacia la mitad de abril Rumania, uno de los peones de la Entente en esta gran partida pol�tica, invadi� Hungr�a. Las tropas rumanas se apoderaron de la mejor zona agr�cola de Hungr�a. Y avanzaron hasta el r�o Tibisco amenazando Budapest. Casi simult�neamente, los checos se movieron tambi�n contra la Rep�blica H�ngara.

El ej�rcito checo penetr� en territorio h�ngaro, llegando a setenta u ochenta kil�metros tan s�lo de Budapest. El instante era cr�tico. El 2 de ma�yo, en una sesi�n dram�tica del Consejo Obrero de Budapest, Bela Kun expuso la situaci�n. Y plante� la siguiente cuesti�n: �Conven�a organi�zar la resistencia o conven�a rendirse a las poten�cias aliadas? Muchos social-democr�ticos se pro�nunciaran por la segunda tesis, pero el Consejo Obrero se adhiri� a la tesis de Bela Kun. Hab�a que resistir hasta el fin. No cab�a sino una victo�ria completa o una derrota completa de la Revo�luci�n. No era posible un t�rmino medio. Capi�tular ante las potencias capitalistas, era renun�ciar totalmente a la Revoluci�n y a sus conquis�tas. El Consejo Obrero vot� por la resistencia a todo trance. Y el gobierno puso manos a la obra, los obreros de las f�bricas de Budapest, la vanguardia del proletariado h�ngaro, constituyeron un gran ej�rcito rojo que detuvo a la ofensiva de los rumanos e infligi� una derrota total a los checoeslavos. Los revolucionarios h�ngaros pe�netraron en Checoslovaquia ocupando una gran porci�n del territorio checoslovaco. El instante se tornaba cr�tico para la ofensiva aliada contra Hungr�a sovietista. Cund�an en el ej�rcito che�coslovaco g�rmenes revolucionarios.

La astuta diplomacia capitalista cambi� enton�ces de t�ctica. Las potencias aliadas invitaron a Hungr�a a retirar el ej�rcito rojo del territorio checoeslavo, ofreci�ndole en compensaci�n el re�tiro del ej�rcito rumano del territorio ocupado m�s all� del r�o Tibisco. Los social-democr�ticos se pronunciaron por la aceptaci�n de esta pro�puesta, y explotaron la impopularidad de la pro�secuci�n de la guerra en el �nimo del proleta�riado, agotado por los cinco a�os de fatigas b�licas. Los comunistas no pudieron contrarrestar en�rgicamente esta propaganda. Faltaban de Bu�dapest, los elementos m�s numerosos y comba�tivos del Partido Comunista, enrolados volunta�riamente en el ej�rcito rojo. La vanguardia del proletariado de Budapest estaba en el frente com�batiendo contra los enemigos externos de la Re�voluci�n. El gobierno y el Congreso de los So�viets, bajo la influencia de la atm�sfera social-democr�tica de Budapest, acabaron, por esto, inclin�ndose ante la propuesta aliada. El ej�rcito rojo se retir� de Checoeslavia, descontento y de�primido en su voluntad combativa. Y su sacri�ficio fue in�til, las potencias aliadas no cumplie�ron, por su parte, su compromiso. Los rumanos no se retiraron del territorio h�ngaro.

Est� decepci�n, este fracaso descorazonaron in�mensamente al proletariado h�ngaro, cuya fe re�volucionaria era minada, de otro lado por la pro�paganda derrotista de los social-democr�ticos, quienes empezaron a negociar secretamente con los representantes diplom�ticos de las potencias aliadas' una soluci�n transaccional.

La reacci�n entre tanto, se aprestaba para el asalto al poder. El 24 de Junio los elementos reaccionarios, unidos a trescientos alumnas de la ex-escuela militar, se adue�aron de los monitores del Danubio. Esta sedici�n fue dominada, pero los tribunales revolucionarios trataron con excesiva generosidad a los sediciosos. Los trescientos oficiales alumnos rebeldes fueron perdonados. Trece instigadores y organizadores de la insurrecci�n fueron condenados a muerte; pero, cediendo a la presi�n de las misiones diplom�ticas aliadas, se acab� tambi�n por indultarlos.

El r�gimen comunista, en tanto, continuaba luchando con enormes dificultades. A causa del bloqueo, por una parte, y a causa de la ocupaci�n rumana de la f�rtil regi�n agr�cola del Tibisco, por otra, escaseaban las provisiones. Los v�veres disponibles no bastaban para el abastecimiento total de la poblaci�n. Esta escasez contribu�a a crear un ambiente de descontento y de desconfianza en el r�gimen comunista. El gobierno de Bela Kun decidi� entonces intentar una ofensiva contra los rumanos para desalojarlos de los territorios de m�s all� del Tibisco. Pero esta ofensiva, iniciada el 20 de Julio, no tuvo suerte. El ej�rcito rojo, descorazonado por tantas decepciones, fue rechazado y derrotado por el ej�rcito rumano. Este rev�s militar conden� a muerte al r�gimen comunista.

Los l�deres social-democr�ticos y sindicales entraron en negociaciones formales de paz con las misiones diplom�ticas aliadas. Estas misiones prometieron el reconocimiento de un gobierno social-democr�tico. Pusieron en suma, como precio de la paz, la eliminaci�n de los comunistas y la destrucci�n de su obra.

El Partido Social-Democr�tico y los sindicatos, con la ilusi�n de que un gobierno social-democr�tico, protegido por las misiones diplom�ticas aliadas, podr�a conservar el poder, aceptaron las condiciones de la Entente. Y cay� as� el gobierno de Bela Kun,

El 2 de agosto, el Consejo de Comisarios del Pueblo abdic� el mando. Lo reemplaz� un gobierno social-democr�tico. Este gobierno social- democr�tico, para contentar y satisfacer a las potencias aliadas, derog� las leyes del gobierno comunista. Restableci� la propiedad privada de las f�bricas, de los latifundios y las haciendas; res�tableci� la libertad de comercio; restableci� en sus cargos gubernativos a los funcionarios y em�pleados de la administraci�n burguesa; resta�bleci�, en suma, el r�gimen capitalista, indivi�dualista y burgu�s. Pero, con todo, este gobier�no social-democr�tico no dur� sino tres d�as. Vencida la Revoluci�n, el poder ten�a que caer ine�vitablemente en manos de la reacci�n, y as� fue. El gobierno social-democr�tico no dur� sino el tiempo indispensable para abolir la legislaci�n comunista y para que la aristocracia, el milita�rismo y el capitalismo organizara el asalto al Poder.

Los social-democr�ticos no pod�an resistir la ola reaccionaria, no contaban ni a�n con las masas desenga�adas del gobierno democr�tico desde su primera hora de vida, desde que em�prendi� la destrucci�n de la obra de la revolu�ci�n. Tuvieron que caer al primer embate de los reaccionarios.

As� concluy� el r�gimen comunista en Hun�gr�a. As� naci� el gobierno reaccionario del Al�mirante Horthy. As� empez� el martirio del pro�letariado h�ngaro. Nunca una revoluci�n prole�taria fue tan cruelmente castigada, tan brutal�mente reprimida. El gobierno de Horthy se dio, en cuerpo y alma, a la persecuci�n de todos los ciudadanos que hab�an participado en la admi�nistraci�n comunista. El terror blanco asol� Hun�gr�a como un horrible flagelo. Se ensa�� primero contra los comunistas, luego contra los social-democr�ticos, m�s tarde contra los hebreos, ma�sones, protestantes, finalmente contra los pro�pios burgueses sospechosos de excesiva devoci�n liberal y democr�tica. Pero se encarniz�, sobre todo, contra el, proletariado. Las ciudades y los pueblos culpables de entusiasmo revolucionario bajo el gobierno comunista fueron espantosamen�te castigados.

En las regiones transdanubianas algunas loca�lidades, caracterizadas por su sentimiento comu�nista, fueron verdaderamente diezmadas. Innu�merables trabajadores eran fusilados o masacra�dos; otros eran encarcelados; otros eran obligados a emigrar para escapar de an�logos castigos o de constantes maltratos. A Austria, a Italia llega�ban todos los d�as numerosos contingentes de pr�fugos, ej�rcitos de trabajadores que abando�naban Hungr�a huyendo del terror blanco. Viena estaba llena de refugiados h�ngaros. Y en casi todas las principales ciudades italianas recorri�das por m�, entonces, los refugiados h�ngaros eran tambi�n legi�n.

Toda descripci�n del terror blanco en Hungr�a resultar� siempre p�lida en relaci�n con la rea�lidad.

A partir de agosto de 1919 en Hungr�a se han sucedido los fusilamientos, los descuartizamientos, los apresamientos, los incendios, las mutila�ciones, los estupros, los saqueos, como medios de represi�n y de castigo al proletariado. Ha sido necesario que la sed de sangre de los reacciona�rios se calme y que un grito de horror de hom�bres civilizados de Europa la cohiba, para que los cr�menes y las persecuciones disminuyan y enrarezcan.

Tengo a la mano un libro que contiene algunos relatos sobre el terror blanco en Hungr�a.

Pero estos relatos podr�an parecer exagerados a los corazones de los burgueses. Se dir� que esta es una versi�n italiana y que los italianos son siempre, como buenos latinos, excesivos y apasio�nados en sus impresiones.

Mas ocurre que las mismas cosas, aproximadamente, han sido contadas por una comisi�n de las Trade Unions2 y del Partido Laborista Ingl�s, que visit� Hungr�a en mayo de 1920, para infor�marse directamente de lo que all� pasaba. El dictamen de la comisi�n brit�nica es de una circunspecci�n ejecutoriada, y, mucho m�s, el dic�tamen de una comisi�n de personas muy mode�radas, muy graves y muy concienzudas de las Trade Unions y del Labour Party.3

Formaban la delegaci�n inglesa el Coronel Wedgwood, miembro de la C�mara de los Comunes, y cuatro miembros distinguidos de la burocracia de las Trade Unions y del Labour Party. La delegaci�n no pudo, naturalmente, recorrer toda Hungr�a. No visit� sino Budapest y uno que otro centro poblado importante.

Durante su visita, adem�s, hubo una tregua prudente del terror blanco. El gobierno reaccionario de Horthy trat� de encubrir las cosas en lo posible. Los medios de informaci�n de la delegaci�n fueron, en una palabra, limitados, insuficientes para el conocimiento de la verdadera magnitud, de la verdadera realidad del terrorismo de las bandas de Horthy.

El dictamen de la Comisi�n inglesa, por consiguiente, es una p�lida, una ben�vola narraci�n de los acontecimientos h�ngaros. Peca de moderaci�n, peca de optimismo, sin embargo corroboran las afirmaciones del libro del cual acabo de leer una p�gina. Seg�n los c�lculos de la comisi�n, en la �poca en que ella estuvo en Hungr�a, el n�mero de presos y detenidos pol�ticos era al menos de doce mil. Seg�n las informaciones oficiales eran de seis mil. El gobierno de Horthy confesaba que ten�a encarceladas a seis mil personas por motivos pol�ticos. En su informe, la Comisi�n refiere que le hab�a sido asegurado que el n�mero complexivo de personas arrestadas o detenidas era superior a 25,000.

El informe de la Comisi�n brit�nica contiene varias an�cdotas atroces del terror blanco en Hungr�a. Voy a dar lectura a una de ellas para que os form�is una idea de la ferocidad con que se persegu�a a los miembros y funcionarios del gobierno comunista y hasta a sus parientes.

Es el caso de la se�ora Hamburguer. El informe de la Comisi�n dice as�:4

�Para qu� seguir? Ya sab�is c�mo actuaba el "terror" rojo en Hungr�a. Ya sab�is muchas cosas que nos han contado los cablegramas de los diarios, tan pr�digos en detalles espeluznantes cuando se trata de narrar un fusilamiento en la Rusia de los Soviets.

E] gobierno de Horthy semeja una misi�n pavorosa de la Edad Media. No en balde sus caracter�sticas son, precisamente, las de intentar restablecer en Hungr�a el medioevalismo y el feudalismo. La reacci�n en Hungr�a no es s�lo enemiga del socialismo y del proletariado revolucionario. Es, adem�s, enemiga del capitalismo industrial. Como el capitalismo industrial, como las f�bricas, como la gran industria crean el proletariado industrial, el proletariado organizado de la ciudad, o sea el instrumento de la revoluci�n social, la reacci�n h�ngara detesta instintivamente el capitalismo industrial, las grandes f�bricas, la gran industria. El gobierno de Horthy es el imperio desp�tico y sanguinario del feudalismo agr�cola, de los terratenientes y de los latifundistas. Horthy gobierna Hungr�a con el t�tulo de Regente, porque para la reacci�n Hungr�a sigue siendo un reino. Un reino sin rey, pero un reino siempre.

Hace a�o y medio, como recordar�is, Carlos de Austria, ex-Emperador de Austria-Hungr�a, hijo de Francisco Jos�, fue llamado por los monarquistas h�ngaros para restaurar la monarqu�a en Hungr�a. El plan abort� porque a la restauraci�n de la dinast�a de los Hapsburgos, de la antigua casa reinante de Austria-Hungr�a, son adversas todas las naciones independizadas a consecuencia de la disoluci�n del Imperio Austro-H�ngaro, temerosas de que, instalada en Hungr�a, la monarqu�a acabe por constituir el antiguo Imperio.

Abort�, adem�s, porque a la restauraci�n de la monarqu�a en Hungr�a es adversa, por las mismas razones, Italia, alarmada de la posibilidad de que renazca el Imperio Austro-H�ngaro.

Todas estas naciones opusieron su veto a la reposici�n de Carlos en el trono de Hungr�a. Finalmente contra esta reposici�n est�n los campesinos no arist�cratas; hostiles al socialismo, pero hostiles igualmente al viejo r�gimen.

Por esto, no tenemos actualmente a Hungr�a transformada en una monarqu�a, absoluta, medioeval y feudal, con un rey a la cabeza. Pero, de hecho, el r�gimen del regente Horthy es un r�gimen absoluto, medioeval y feudal. Es el dominio del latifundio sobre la industria; es el dominio del campo sobre la ciudad. Hungr�a, a consecuencia de este r�gimen, est� empobrecida. Su moneda depreciada carece de expectativas de convalecencia y de estabilizaci�n. La miseria del proletariado intelectual y manual es apocal�ptica. Un periodista me dijo en Budapest, en junio del a�o pasado, que en esta ciudad exist�a gente que no pod�a comer sino interdiariamente, un d�a s� y un d�a no. Ese pobre periodista, que era sin duda un ser privilegiado al lado de otros trabajadores intelectuales, parec�a afligido por el hambre y la miseria.

Conoc� luego a un intelectual, autor de varios estudios sobre est�tica musical, que actuaba de portero en una casa de vecindad. La miseria lo hab�a obligado a aceptar la funci�n de portero. He ah�, en el orden econ�mico, las consecuencias de la reacci�n y del terror blanco.

Pero un per�odo de reacci�n, un per�odo de absolutismo, no puede ser sino un per�odo transitorio, un per�odo pasajero.

Una naci�n contempor�nea, y mucho m�s una naci�n europea, no pueden retrogradar a un sistema de vida primitivo y b�rbaro. Una resurrecci�n del feudalismo y del medioevalismo no puede ser duradera. Las necesidades de la vida moderna, la tendencia de las fuerzas productivas, la relaci�n con las dem�s naciones no consienten la regresi�n de un pueblo a un r�gimen industria ni antiproletario.

Gradualmente, se reanima ya en Hungr�a el movimiento proletario. El Partido Social-Democr�tico, los sindicatos, conquistan de nuevo su derecho a una existencia legal.

Al parlamento h�ngaro han ingresado algunos diputados socialistas, t�midamente socialistas al fin y al cabo.

El Partido Comunista, condenado a una vida ilegal y clandestina, prepara sigilosamente la hora de su reaparici�n. Algunos elementos democr�ticos o liberales de la burgues�a empiezan tambi�n a moverse y a polarizarse. Temeroso de este renacimiento de las fuerzas proletarias y de las fuerzas democr�ticas, se ha organizado, por eso, en Hungr�a, una banda fascista. Su caudillo es el famoso reaccionario Friedrich. Todo es sintom�tico.

Como ya dije a prop�sito de la Revoluci�n Alemana, una revoluci�n no es un golpe de estado, no es una insurrecci�n, no es una de aquellas cosas que aqu� llamamos revoluci�n por uso arbitrario de esta palabra. Una revoluci�n no se cumple sino en muchos a�os. Y con frecuencia tiene per�odos alternados de predominio de las fuerzas revolucionarias y de predominio de las fuerzas contra-revolucionarias.

As� como el proceso de una guerra es un proceso de ofensivas y contraofensivas, de victorias y derrotas, mientras uno de los bandos combatientes no capitule definitivamente, mientras no renuncie a la lucha, no est� vencido. Su derrota es transitoria; pero no total. Y, conforme a esta interpretaci�n de la historia, la reacci�n, el terror blanco, el gobierno de Horthy no son sino episodios de la lucha de clases en Hungr�a, un capitulo ingrato de la Revoluci�n H�ngara.

Este cap�tulo llegar� alg�n d�a a su �ltima p�gina. Y empezar� entonces un cap�tulo m�s, un cap�tulo que, tal vez sea el cap�tulo de la victoria del proletariado h�ngaro.

El gobierno de Horthy es para el proletariado h�ngaro una noche sombr�a, una pesadilla dolorosa. Pero esta noche sombr�a, esta pesadilla dolorosa pasar�. Y vendr� entonces la aurora.

El pr�ximo viernes, conforme al programa de este curso de conferencias, hablar� sobre la Conferencia y el tratado de Paz de Versalles. Har� la historia, la exposici�n y la cr�tica de ese tratado de paz que, como sab�is, no ha resultado un tratado de paz sino un tratado de guerra.

Expondr� la fisonom�a moral, el perfil ideol�gico de ese documento, fresco todav�a y, ya totalmente desacreditado, tumba y l�pida de las c�ndidas ilusiones democr�ticas del Presidente Wilson.

 


NOTAS:

1 Pronunciada el viernes 18 de agosto de 1923 en el local de la Federaci�n de Estudiantes (Palacio de la Exposi�ci�n), despu�s de una pausa de tres semanas de vacaciones. No existe rese�a period�stica alguna de esta conferencia.

2 Asociaciones de trabajadores organizados en Inglate�rra, actualmente agrupadas en vastas Federaciones que constituyen verdadera potencia social. No se ocupan de cuestiones pol�ticas, aunque est�n adheridas al Parti�do Laborista. Su origen se remonta al siglo XVII, co�mo peque�as sociedades obreras de socorros mutuos y fueron oficialmente reconocidas en 1825.

3 Partido Laborista.

4 Aqu� el autor dio lectura a un fragmento del informe aludido.