OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI |
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IDEOLOG�A Y POLITICA |
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EL PROLETARIADO CONTRA LA GUERRA
La vanguardia obrera no ha querido que la conmemoraci�n de la declaratoria de guerra de 1914 se redujese este a�o a las s�litas paradas del pacifismo internacional, a las inocuas efusiones de l�grimas y palabras de los ret�ricos de la fraternidad humana sobre la tumba de Jean Jaur�s. Las amenazas de guerra se han mostrado, en el �ltimo a�o, demasiado pr�ximas para que el realismo de una vanguardia operante, que mira de frente a los hechos, sin temor de llamarlos por sus nombres, se acomode a la f�cil repetici�n de esas vagu�simas declaraciones pacifistas. El proletariado mundial ha sentido el deber de hacer esta vez de la conmemoraci�n de la tr�gica fecha una un�nime, disciplinada, multitudinaria demostraci�n contra la guerra. Y la represi�n que el franco anuncio del car�cter que este a�o tendr�a la movilizaci�n del proletariado contra la guerra, ha suscitado m diversos pa�ses, es la prueba m�s terminante de la respuesta que las burgues�as se proponen dar, en caso de inminencia b�lica, a la protesta obrera. Dirigir un llamamiento a las mesas trabajadoras para que vigilen alertas contra la insidia imperialista, contra e1 armamentismo, con- ira la explotaci�n de las querellas y de los reta los entre los pueblos, significa para la burgues�a internacional complotar contra el orden, incitar a la rebeli�n. �Qu� mejor confesi�n pod�an hacer los Estados burgueses de lo que verdaderamente representan sus pactos y palabras de paz y de la solidaridad entre una pol�tica armamentista y belicosa, apenas disimulada por uno que otro postizo, y los intereses y los prop�sitos del capitalismo imperialista? El proletariado mundial sabe que los votos plat�nicos de paz, que las condenaciones gen�ricas de la guerra, de nada sirven. Innumerables hab�a pronunciado la Segunda Internacional, en sus congresos y manifiestos, antes de 1914. Ninguna estorb� la deserci�n de los jefes reformistas, la traici�n a los solemnes pactos a que hasta la v�spera de la declaratoria de guerra se hab�a adherido. Los partidos socialistas y las agrupaciones sindicales no pudieron hacer nada contra la gran masacre. Por eso hoy se trata de organizar la resistencia a la guerra, a base de la experiencia aleccionadora de 1914-18, advirtiendo a las masas respecto a todos y cada uno de los peligros de guerra, denunciando la impotencia y la ficci�n de los tratados y convenios imperialistas de desarme y de no-agresi�n, oponiendo a la pr�ctica armamentista -que desmiente tan inmediatamente la bella teor�a anti-b�lica o pacifista- la m�s vigorosa y met�dica cr�tica, acrecentando los lazos de fraternidad y solidaridad entre los pueblos, defendiendo contra todas las acechanzas y maquinaciones al primer estado socialista, la primera uni�n de rep�blicas obreras y campesinas. Nada m�s contagioso que la tendencia a eludir la seria y objetiva estimaci�n de los peligros b�licos. La experiencia de 1914, a este respecto, parece haber sido completamente in�til. Son muchos los que se imaginan que por el solo hecho de ser demasiado destructora y horrible y estar reprobada por una mueva conciencia moral, entre cuyos signos habr�a que contar el pacto Kellog y el esp�ritu de Locarno, la guerra no puede desencadenarse m�s en el mundo. Pero el examen de la econom�a de la pol�tica mundiales condena inapelablemente esta pasiva confianza en vagas o ficticias fuerzas morales. La lucha entre los imperialismos rivales mantiene viva la amenaza b�lica en el mundo. Y el odio a la U.R.S.S. har� que se olvidan todas las protestas pacifistas apenas reci�n llegado el instante de atacarla militarmente. Acabamos de asistir, con ocasi�n de la ruptura entre la Rusia revolucionaria y la China militarista y feudal -ruptura preparada por el imperialismo capitalista- a la espont�nea ca�da de las m�scaras del legalismo, del pacifismo y del "patriotismo" burgueses. Las potencias que, en respuesta a las violencias de los "boxers", de las que no pod�a ser responsable el Estado y menos aun el pueblo chino, enviaron a la China la expedici�n punitiva del general Waldersee y le impusieron enseguida la oprobiosa obligaci�n de pagar el costo de esta guerra criminal, han hecho esta vez todo lo que han podido para excusar la violaci�n de un tratado internacional, el desconocimiento de la inmunidad consular, la apropiaci�n violenta de un ferrocarril, la prisi�n y la expulsi�n en masa de funcionarios y hu�spedes de una naci�n amiga. El grueso, f�cil, barato pretexto de la propaganda comunista ha servido una vez m�s pata justificar algo que, si hubiese estado dirigido contra alguno de los grandes Estados capitalistas de Europa no se habr�a dejado de calificar como un acto de lesa civilizaci�n, como una muestre de la barbarie china. Y los oficiales rusos "blancos", que se han declarado dispuestos a combatir al lado de los chinos contra Rusia, han descubierto lo que vale la palabra "patriotismo" para estos miserables deshechos de la guardia zarista. La Santa Rusia era, para ellos, el Zar y su vergonzoso r�gimen; no es la patria el pueblo ruso que, liquidando una autocracia degenerada, vencida en 1904 por el Jap�n, y en 1917 por los austro-alemanes, se ha dado el gobierno m�s conforme con sus intereses y sus ideales y ha realizado con su revoluci�n, el esfuerzo m�s grandioso de la historia contempor�nea. El a�o transcurrido despu�s de la �ltima conmemoraci�n de la guerra, ha sido un a�o de evidente y clamoroso recrudecimiento de la amenaza guerrera. La guerra ha estado a punto de estallar en Sur Am�rica, entre Bolivia y el Paraguay. Y ahora, con el conflicto ruso-chino, fomentado por los intereses imperialistas, reaparece el peligro b�lico en Oriente. El proletariado, por tanto, hace bien en velar porque no sorprenda a los pueblos, inertes e ilusionados con un 1914, la guerra reaccionaria, la guerra imperialista. NOTA: 1 Del Bolet�n de "labor� Lima, 1� de agosto de 1929.
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