OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI |
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LA NOVELA Y LA VIDA |
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LA CIVILIZACION Y EL CABELLO1
El tipo de vida que la civilizaci�n produce es, necesariamente, un tipo de vida refinado, depurado, artificioso. La civili�zaci�n estiliza, cincela y bru�e los hom�bres y las cosas. Es natural, por ende, que la civilizaci�n occidental no ame barbas ni cabellos. El hombre de esta civilizaci�n ha evolucionado de la m�s primitiva exu�berancia capilar a una rasuraci�n casi ab�soluta. Las barbas y los cabellos se en�cuentran actualmente en decadencia. El hombre de la civilizaci�n occidental era originariamente barbado y melenudo. Carlomagno, el emperador de la barba florida, representa genuinamente la Edad Media desde este y otros puntos de vista. Merovingios y carolingios portaron, como Carlomagno, frondosas barbas. El mis�ticismo y la marcialidad eran, en el Medio Evo, dos grandes generadores de barbas y cabellos. Ni los anacoretas ni los cruza�dos ten�an disposici�n espiritual ni f�sica para afeitarse. El Renacimiento ejerci� gran influencia sobre el tocado. La humanidad accidental volvi� a los ideales y a los gustos paga�nos. Despu�s de algunos siglos de som�br�o misticismo, rectific� su actitud ante la belleza perecedera. Leonardo de Vinci pas� a la posteridad con una larga y cau�dalosa barba de astr�logo y el Papa Julio II no pens� en cortarse la suya; antes de posar para el c�lebre retrato de Ra�fael. Pero con su reivindicaci�n de la est�tica greco-romana, el Renacimiento oca�sion� una crisis de las barbas medioeva�les. Miguel Angel no pudo dejar de ima�ginar solemne y taumat�rgicamente bar�budo a Mois�s; pero, en cambio, concibi� a David hel�nicamente desnudo y barbi�lampi�o. En esto el Renacimiento era coherente con sus or�genes y sus rumbos. La escultura y la pintura griegas y roma�nas no descalificaban totalmente la barba. La atribu�an a J�piter, a H�rcules y a otros personajes de la mitolog�a y de la historia. Pero, en Atenas y en Roma, la barba tuvo l�mites discretos. Jam�s lleg� a la longitud de una barba carolingia. Y fue m�s bien un atributo humano que divino. Policleto, Fidias, Praxiteles, etc., so��aron para los dioses m�s gentiles una belleza totalmente lampi�a. A Apolo, a Mercurio, a Dionisio, nadie los ha imagi�nado nunca barbudos. El Apolo de Belvedere con bigotes y patillas habr�a sido, en verdad, un Apolo absurdo. La �poca barroca no condujo a la huma�nidad a una restauraci�n de las barbas segadas por el Renacimiento; pero mostr� un marcado favor a los excesos capilares. Todo fue exuberante y amanerado en la est�tica barroca: la decoraci�n, la arquitec�tura y las cabelleras. Esta est�tica condu�jo a la gente al uso de las melenas m�s largas que registra la historia del tocado. La est�tica rococ�2 se�al� una nueva reacci�n contra la barba. Impuso la moda de las pelucas empolvadas. La Revolu�ci�n, m�s tarde, dej� pocas pelucas intac�tas. Y el Directorio, capilarmente muy sobrio, toler� la moda prudente y moderada de la patilla, Las patillas de Napole�n, de Bol�var y de San Mart�n pertenecen a ese per�odo de la evoluci�n del tocado. El fen�meno rom�ntico engendr� una tentativa de restauraci�n del m�s arcaico y desmandado uso de las melenas y de las barbas. Los artistas rom�nticos se comportaron muy reaccionariamente. �Qui�n no ha visto en alg�n grabado, la cabeza melenuda y barbada de Te�filo Gautier? �Y a d�nde no ha llegado una fotograf�a del cuadro de Fantin Latour de un cen�culo literario de su �poca? El parnasianismo deb�a haber inducido a los hombres de letras a cierto aticismo en su tocado; pero parece que no ocurri� as�. Hasta nuestro tiempo, Anatole France, literato de genealog�a parnasiana, conserv� y cultiv� una barba un poco patriarcal. Pero todas estas restauraciones de bigotes, barbas y cabelleras fueron parciales, transitorias, interinas. La civilizaci�n capitalista no las admit�a. Las trataba como tentativas reaccionarias. El desarrollo de la higiene y del positivismo crearon, tambi�n, una atm�sfera adversa a esas restauraciones. La burgues�a sinti� una creciente necesidad de exonerarse de bar�bas y cabellos. Los yanquis se rasuraron radicalmente. Y los alemanes no renun�ciaron del todo al bigote, pero, en cam�bio, respetuosos al progreso y a sus le�yes, resolvieron afeitarse, integralmente la cabeza. Se propag� en todo el mundo la guillete. Esta tendencia de la burgues�a a la depilaci�n provoc� una protesta rom�ntica de muchos, revolucionarios que, para afirmar su oposici�n al capitalismo, deci�dieron dejarse crecer desmesuradamente la barba y el cabello. Las gloriosas bar�bas de Karl Marx y de Le�n Tolstoy influ�yeron probablemente en esta actitud es�t�tica, sostenida con su ejemplo por Jean Jaur�s y otros leaders3 de la Revoluci�n. Provienen de esos tiempos, del romanti�cismo capilar de los hombres de la Revo�luci�n, la peluca lacia del ex-socialista Briand, el tocado aristocr�tico de Mac Do�nald y la barba �spera y procaz de Turati. La peluca femenina es el �ltimo cap�tulo de este proceso de decadencia del cabello. Las mujeres se cortan los cabellos por las mismas razones hist�ricas que los hombres. Adquieren con retardo este progreso. Pero con retardo han adquirido tambi�n otros progresos sustantivos. La civilizaci�n occidental, despu�s de haber modificado f�sicamente al hombre, no pod�a dejar intacta a la mujer. Es probable que �ste sea otra aspecto del sino de las culturas. Ya hemos visto c�mo la civilizaci�n antigua tampoco toler� demasiadas barbas y cabelleras excesivas. Las diosas del Olimpo no llevaban sueltos, ni fluentes, ni largos, los cabellos. El tocado de la Venus de Milo y de todas las otras Venus era, sin duda, el tocado ideal y dilecto de la antig�edad. Alguien observar�, mal�volamente, que Venus fue una dama poco austera y poco casta. Pero nadie dudar� de la honestidad de Juno que, en su tocado, no se diferenciaba de Venus. La moda occidental ha estilizado, con un gusto cubista y sintetista, el tiaietdei hombre. La silueta del hombre metropolitano es sobria, simple, geom�trica como la de un rascacielos. Su est�tica rechaza, por esto, las barbas y los cabellos boscosos. Apenas si acepta un exiguo y discreto bigote. El estilo de la moda femenina, malgrado algunas fugaces desviaciones, ha seguido la misma direcci�n. El proceso de la moda ha sido; en suma, un proceso de simplificaci�n del traje y del tocado. El traje se ha hecho cada vez m�s �til y sumario. Ha sido as� que han muerto, para no renacer, las crinolinas, los cangilones, las colas, las frondosidades pret�ritas. Todas las tentativas de restauraci�n del estilo rococ� han fracasado. La moda femenina se inspira en est�ticas m�s remotas que la est�tica rococ� o la est�tica barroca. Adopta gustos egipcios o griegos. Tiende a la simplicidad. La peluca nace de esta tendencia. Es un esfuerzo por uniformar totalmente el tocado femenino, el nuevo estilo del traje y de la forma femenina. Jorge Simmel, en un original ensayo sosten�a la tesis de la arbitrariedad m�s o menos absoluta de la moda. �Casi nunca �escrib�a� podemos descubrir una raz�n material, est�tica o de otra �ndole que explique sus creaciones. As�, por ejemplo, pr�cticamente, se hallan nuestros trajes, en general, adaptados a nuestras necesidades; pero no es posible hallar la menor huella de utilidad en las decisiones con que la moda interviene para darles tal o cual forma�, Me parece que la �nica arbitrariedad flagrante es, en este caso, la arbitrariedad de la tesis del original filosofo y ensayista alem�n. Las creaciones de la moda son inestables y cambiadizas; pero reaparece siempre en ellas una l�nea duradera, una trama persistente. Contrariamente a lo que aseveraba Jorge Simmel, es posible descubrir una raz�n material, est�tica o de otra �ndole que las explique. El traje del hombre moderno es una creaci�n utilitaria y pr�ctica. Se sujeta a razones de utilidad y de comodidad, la moda ha adaptado el traje Al nuevo g�nero de vida. Sus m�viles no han sido desinteresados. No han sido extra�os, y mucho menos superiores, a la prosaica realidad humana. Y es por esto, precisamente, que el traje masculino sufre la diatriba y el desd�n rom�nticos de muchos artistas. La moda femenina ha tenido un desarrollo m�s libre de la presi�n de la realidad. El traje de la mujer puede darse el lujo de ser m�s ornamental, m�s decorativo, m�s arbitrario que el traje del hombre. E1 hombre ha aceptado la prosa de la vida; La mujer ha preferido generalmente la poes�a. Sus modas, por ende, han sacrificado muchas veces la utilidad a la coqueter�a. Pero, a medida que la mujer se ha vuelto oficinista, electora, pol�tica, etc., ha empezado a depender de la misma realidad prosaica que el var�n. Este cambio ha tenido que reflejarse en la moda. Una mujer periodista, por ejemplo, no puede usar un traje demasiado mundano y fr�volo. Pero no es indispensable que renuncie a la belleza, a la gracia ni a la coqueter�a. Yo conoc� en la Conferencia de G�nova a una periodista inglesa que hab�a conseguido combinar y coordinar su traje sastre, sombrero de fieltro y sus gafas de carey con el estilo d� su belleza. Ni aun en los instantes en que tomaba notas para su peri�dico perd�a algo de su belleza superior, original rara. No carec�a de elegancia. Y era la suya una elegancia personal, nueva, ins�lita. Las costumbres, las funciones y los derechos de la mujer moderna codifican inevitablemente su moda y su est�tica. La peluca, objetivamente considerada, aparece corno un fen�meno espont�neo, como un producto l�gico de la civilizaci�n. A muchas personas la peluca les parece casi un atentado contra la naturaleza. Pero la civilizaci�n, no es sino artificio. La civilizaci�n es un permanente atentado contra la naturaleza, un contin�o esfuerzo por corregirla. Los rom�nticos adversarios de, la peluca malgastaron sus energ�as. La peluca no es una creaci�n fugaz de la moda. Es algo m�s que una estaci�n de su itinerario. La peluca no conquistar� a todo el mundo; pero, se aclimatar� extensamente en las urbes. Y no ser� fatal a la belleza ni a la est�tica. La est�tica y la belleza son movibles e inestables como la vida. Y, en todo caso son independientes de la longitud del cabello. La, moda, finalmente, no impondr� a las mujeres transiciones demasiado bruscas. No es probable, por ejemplo, que las mujeres se decidan a rasurarse la cabeza como los alemanes. Las mujeres, despu�s de todo, son m�s razonables de lo que parece. Y saben �que un pozo de pelo ser� siempre muy decorativo, aunque no sea rigurosamente, necesario.
NOTAS:
1
Publicado en Mundial: Lima, 7
de Noviem�bre de 1924.
2
Estilo de decoraci�n, iniciado en Francia durante el reinado de Luix XV y
difundido a los pa�ses vecinos. Se caracteriza por lo recargado de los
adornos.
3
L�deres, caudillos. |
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