OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

LA ESCENA CONTEMPORANEA

   

     

EL CASO JACQUES SADOUL

 

 

Enfoquemos el caso Jacques Sadoul. El nombre del capit�n Jacques Sadoul, a fuerza de ser repetido por el cable, es conocido, en todo el mundo: La figura es menos notoria. Merece, sin embargo, mucho m�s que otras figuras de ocasi�n, la atenci�n de sus contempor�neos. Henr� Barbusse la considera "una de las m�s claras figuras de este tiempo". Sadoul es, seg�n el autor de El Fuego, uno de los luchadores que debemos amar m�s. Andr� Barthon, su abogado ante el Consejo de Guerra, cree que Sadoul "ha sido un momento de la conciencia humana".

Un Consejo de Guerra conden� a muerte a Sadoul en octubre de 1919; un Consejo de Guerra lo ha absuelto en 1925. Sadoul no ha sido amnistiado como Caillaux por una mayor�a parlamentaria amiga. La misma justicia militar que ayer lo declar� culpable, hoy lo ha encontrado inocente. La rehabilitaci�n de Sadoul es m�s completa y m�s perfecta que la rehabilitaci�n de Caillaux.

�Cu�l era el "crimen" de Sadoul? "Mi �nico crimen �ha dicho Sadoul a sus jueces militares de Orleans� es el de haber sido clarividente contra mi jefe Noulens". Toda la responsabilidad de Sadoul aparece, en verdad, como la responsabilidad de una clarividencia. .

Sadoul, amigo y colaborador de Alberto Thomas, Ministro de Municiones y de Armamentos del gobierno de la uni�n sagrada, fue enviada Rusia en setiembre de 1917. El gobierno de Kerensky entraba entonces en su �ltima fase. Su suerte preocupaba hondamente a los aliados. Kerensky se hab�a revelado ya impotente para dominar y encauzar la revoluci�n. Incapaz, por consiguiente, de reorganizar y reanimar el frente ruso. La embajada francesa, presidida por Noulens, estaba �ntegramente compuesta de diplom�ticos de carrera de hombres de gran mundo. Esta ente, brillante y decorativa en un ambiente de cotill�n y de intriga elegantes, era, en cambio, absolutamente inadecuada a un ambiente revolucionario. Hac�a falta en la embajada un hombre de esp�ritu nuevo, de inteligencia inquieta, de juicio penetrante. Un hombre habituado a entender y presentir el estado de �nimo de las muchedumbres. Un hombre sin repugnancia al demos1 ni a la plaza, con capacidad para tratar las ideas y a los hombres de una revoluci�n. El capit�n de reserva Jacques Sadoul, socialista moderado, pose�a estas condiciones. Militaba en el Partido Socialista. Pero el Partido Socialista formaba entonces parte del ministerio. Intelectual, abogado, proced�a, adem�s, de la misma escuela socialista que ha dado tantos colaboradores a la burgues�a. En la guerra, hab�a cumplido con su deber de soldado. El gobierno franc�s lo juzg�, por estas razones, aparente para el cargo de agregado pol�tico a la embajada.

Mas sobrevino la Revoluci�n de Octubre. A Sadoul no le toc� ya actuar cerca de un gobierno de mesurados y hamletianos dem�cratas, como Kerensky, sino cerca de un gobierno de osados y vigorosos revolucionarios como Lenin y Trotsky, detestable para el gusto de una embajada que, naturalmente, cultivaba en los sajones la amistad del antiguo r�gimen. Noulens y su s�quito, en riguroso acuerdo con la aristocracia rusa, pensaron que el gobierno de los Soviets no pod�a durar. Consideraron la Revoluci�n de Octubre como un episodio borrascoso que el buen sentido ruso, sol�citamente estimulado por la diplomacia de la Entente, se resolver�a muy pronto a cancelar. Sadoul se esforz� vanamente por iluminar a la embajada. Noulens no quer�a ni pod�a ver en los bolcheviques a los creadores de un nuevo r�gimen ruso. Mientras Sadoul trabajaba por obtener un entendimiento con los Soviets, que evitase la paz separada de Rusia con Alemania, Noulens alentaba las conspiraciones de los m�s est�lidos e ilusos contra-revolucionarios. La Entente, a su juicio, no deb�a negociar con los bolcheviques. Puesto que la descomposici�n y el derrumbamiento de su gobierno eran inminentes, la Entente deb�a, por el contrario, ayudar a quienes se propon�an apresurarlos. Hasta la v�spera de la paz de Brest Litowsk, Sadoul luch� por inducir a su embajador a ofrecer a los Soviets los medios econ�micos y t�cnicos de continuar la guerra. Una palabra oportuna pod�a detener a�n, la paz separada. Los jefes bolcheviques capitulaban consternados antelas brutales condiciones de Alemania. Habr�an preferido combatir por una paz justa entre todos los pueblos beligerantes: Trotsky, sobre todo, se mostraba favorable al acuerdo propugnado por Sadoul. Pero el fatuo embajador no comprend�a ni percib�a nada de esto. No se daba cuenta, en lo absoluto de que la revoluci�n bolchevique, buena o mala, era de todas maneras, un hecho hist�rico. Temeroso de que los informes de Sadoul impresionasen al gobierno franc�s, Noulens se guard� de trasmitirlos telegr�ficamente.

Los informes de Sadoul llegaron, sin embargo, a Francia: Sadoul escrib�a, frecuentemente, al Ministro Albert Thomas y a los diputados socialistas Longuet, Lafont y Pressemane. Estas cartas fueron oportunamente conocidas por Clemenceau. Pero no lograron, por supuesto, atenuar la feroz hostilidad, de Clemenceau contra los Soviets. Clemenceau opinaba como Noulens. Los bolcheviques no pod�an conservar el poder. Era fatal, era imperioso, era urgente que lo perdiesen.

Clemenceau dio la raz�n a su embajador. Sadoul se atrajo todas las c�leras del poder. La embajada estuvo apunto de mandarlo en comisi�n a Siberia, como un medio de desembarazarse de �l y de castigar la independencia y la honradez de sus juicios. Lo hubiera hecho si una grave circunstancia no se lo hubiera desaconsejado. El capit�n Sadoul le serv�a de pararrayos en medio de la tempestad bolchevique. A su sombra, a su abrig�, la, embajada maniobraba contra el nuevo r�gimen. Los servicios de Sadoul, convertido en un fiador ante los bolcheviques, le resultaban necesarios. Mas el juego fue finalmente descubierto. La embajada tuvo que salir de Rusia.

La revoluci�n, en tanto, se hab�a apoderado cada vez m�s de Sadoul. Desde el primer ins�tante, Sadoul hab�a comprendido su alcance his�t�rico. Pero, impregnado todav�a de una ideolo�g�a democr�tica, no se hab�a decidido a aceptar su m�todo. La actitud de las democracias alia�das ante los Soviets se encarg� de desvanecer sus �ltimas ilusiones democr�ticas. Sadoul vio a la Francia republicana y a la Inglaterra liberal, exiliadas del despotismo asi�tico del zar, encarnizarse rabiosamente contra la dictadura revolu�cionaria del proletariado. El contacto con los l�deres de la revoluci�n le consinti�, al mismo tiempo, aquilatar su valor, Lenin y Trotsky se revelaron- a sus ojos y a su conciencia, en un momento en que la civilizaci�n los rechazaba, como dos hombres de talla excepcional. Sadoul, pose�do por la emoci�n que estremec�a el alma rusa, se entreg� gradualmente a la revoluci�n. En julio de 1918 escrib�a a sus, amigos, a Longuet, a Thomas, a Barbusse, a Romain Rolland: "Como la mayor parte de nuestros camaradas franceses, yo era antes de la guerra un socialista reformista, amigo de una sabia evoluci�n, partidario resuelto de las reformas que una a una, vienen a mejorar la situaci�n de los trabajadores, a aumentar sus recursos materiales e intelectuales, a apresurar su organizaci�n y a multiplicar su fuerza. Como tantos otros, yo vacilaba ante la respon�sabilidad de desencadenar, en plena paz social (en la medida en que es posible hablar de paz social dentro de un r�gimen capitalista), una crisis revolucionaria, inevitablemente ca�tica, costosa, sangrienta y que, mal conducida, pod�a estar destinada al fracaso. Enemigos de la violencia por encima de todo, nos hab�amos alejado poco a poco de las sanas tradiciones marxistas. Nuestro evolucionismo impenitente nos hab�a llevado a confundir el medio, esto es la reforma, con el fin, o sea la, socializaci�n general de los medios de producci�n y de cambio. As� nos hab�amos separado, hasta perderla de vista, de la �nica t�ctica socialista admisible, la t�ctica re�volucionaria. Es tiempo de reparar los errores cometidos.

Noulens y sus secretarios denunciaron en Fran�cia a Sadoul como un funcionario desleal. Les urg�a inutilizarlo, invalidarlo como acusador de la incomprensi�n francesa. Clemenceau orden� un proceso. El Parido Socialista design� a Sadoul candidato a una diputaci�n. El pueblo era invitado, de este modo, a amnistiar al acusado. La elecci�n habr�a sido entusiasta. Clemenceau decidi� entonces .inhabilitar a Sadoul. Un consejo de guerra se encarg� de juzgarlo en contumacia y de sentenciarlo a muerte.

Sadoul tuvo que permanecer en Rusia. La am�nist�a de Herriot, regateada y mutilada por el Senado, no quiso, beneficiarlo como a Caillaux y como a Marty. Sobre Sadoul continu� pesando una sentencia de muerte. Pero Sadoul comprendi� que era, a pesar de todo, el momento de volver a Francia. La opini�n popular, suficientemente informada sobre su cago, sabr�a defenderlo. A su llegada, a Par�s, la polic�a procedi� a arrestarlo. Protest� la extrema izquierda. El gobierno respondi� que Sadoul no estaba comprendido en la amnist�a. Sadoul pidi� que se reabriera su proceso. Y en enero �ltimo compareci� ante el Consejo de Guerra, En esa audiencia, Sadoul habl� como un acusador m�s bien que como un acusado. En vez d� una defensa, la suya fue una requisitoria �Qui�n se hab�a equivocado? No por cierto �l, que hab�a, predicho la duraci�n y que hab�a advertido la solidez del nuevo r�gi�men ruso. No por cierto �l, que hab�a preconizado una cooperaci�n franco-rusa, rec�procamente respetuosa del igual derecho de ambos pueblos a elegir su propio gobierno, admitida ahora, en cierta forma, con la reanudaci�n d� las relaciones diplom�ticas. No; no se hab�a equivocado �l; se hab�a equivocado Noulens. El proceso Sadoul se transformaba en cierta forma en un proceso a Noulens. El Consejo de Guerra acord� la reapertura del proceso y la, libertad condicional de Sadoul. Y luego pronunci� su absoluci�n. La his�toria se hab�a anticipado a este fallo.


NOTAS:

1 Al pueblo, a la multitud.