OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI |
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LA ESCENA CONTEMPORANEA |
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EL PARTIDO COMUNISTA FRANCES
El Partido Comunista Franc�s naci� de la misma matriz que los otros partidos comunistas de Europa. Se form�, durante los �ltimos a�os de la guerra, en el seno del socialismo y del sindicalismo. Los descontentos de la pol�tica del Partido Socialista y de la Confederaci�n General del Trabajo �los que en plena guerra osaron condenar la adhesi�n del socialismo a la "uni�n sagrada" y a la guerra� fueron su primera c�lula. Hubo pocos militantes conocidos entre estos precursores. En esta minor�a min�scula, pero din�mica y combativa, que concurri� a las conferencias de Zim�merwald y Kienthal, es donde se bosquej�, em�brionaria e informe todav�a, una nueva Inter�nacional revolucionaria. La revoluci�n rusa esti�mul� el movimiento. En torno de Loriot, de Mo�natte y de otros militantes se concentraron nu�merosos elementos del Partido Socialista y de la Confederaci�n General del Trabajo. Fundada la Terceras Internacional, con Guilbeaux y Sadoul como representantes de los revolucionarios fran�ceses, la fracci�n de Monatte y de Loriot plan�te� categ�ricamente, en el Partido Socialista Franc�s, la cuesti�n de la adhesi�n a Mosc�. En 1920, en el congreso de Strasbourg, la tenden�cia comunista obtuvo muchos votos. Sobre todo, atrajo a una parte de sus puntos de vista a una tendencia centrista que encabezada por Cachin y Frossard, constitu�a el grueso del Partido So�cialista. El debate qued� abierto. Cachin y Fro�ssard hicieron una peregrinaci�n a Mosc� donde el espect�culo de la revoluci�n los conquist� to�talmente. Est� conversi�n fue decisiva. En el Congreso de Tours y reunido meses despu�s que el anterior, la mayor�a del Partido Socialista se pronunci� por la adhesi�n a la Tercera Inter�nacional. El cisma se produjo en condiciones fa�vorables al comunismo. Los socialistas conservaron el nombr� del antiguo partido y la mayor parte de sus parlamentarios. Los comunistas he�redaron la tradici�n revolucionaria y la propie�dad de L'Humanit�. Pero la escisi�n de Tours no pudo separar, de�finitiva y netamente, en dos grupos absoluta�mente homog�neos, a reformistas y revoluciona�rios, o sea a, socialistas y comunistas. Al nuevo Partido Comunista hab�a trasmigrado una buena parte de la mentalidad y del esp�ritu del viejo Partido Socialista. Muchos militantes, hab�an da�do al comunismo una adhesi�n s�lo sentimental e intelectual que su saturaci�n democr�tica no les consent�a mantener. Educados en la escuela del socialismo preb�lico, no se adoptaban al m�todo bolchevique. Esp�ritus, demasiado cr�ticos, dema�siado racionalistas, demasiado enfants du siecle,1 no compart�an la exaltaci�n religiosa, m�stica, del bolchevismo. Su trabajo, su juicio, un poco esc�pticos en el fondo, no correspond�an al estado de �nimo de la Tercera Internacional. Es�te contraste engendr� una crisis. Los elementos de origen y de psicolog�a reformistas ten�an que ser absorbidos o eliminados. Su presencia paralizaba la acci�n del joven partido. La fractura del Partido Socialista fue seguida de la fractura de la Confederaci�n General del Trabajo. El sindicalismo revolucionario, nutrido del pensamiento de Jorge Sorel, hab�a representado, antes de la guerra, un renacimiento del es�p�ritu revolucionario y clasista del proletariado, enervado por la pr�ctica reformista y parlamentaria. Este esp�ritu hab�a dominado, al menos formalmente, hasta la guerra, en la C.G.T. Pero en la guerra, la C.G'T. se hab�a comportado como el Partido Socialista. Con la crisis del so�cialismo sobrevino por consiguiente, terminada la guerra, una crisis del sindicalismo. Una parte de la C.G.T. sigui� el socialismo; la otra parte sigui�, al comunismo. El esp�ritu revolucionario y clasista estaba representado en �sta nueva fase de la lucha proletaria, por las legiones de la Ter�cera Internacional. Varios te�ricos del sindicalis�mo revolucionario lo reconoc�an as�. Jorge Sorel, cr�tico acerbo de la degeneraci�n reformista del socialismo, aprobaba el m�todo clasista de los bolcheviques, mientras que algunos socialistas, negando a Lenin el derecho de considerarse or�todoxamente marxista, sosten�an que su persona�lidad acusaba, m�s bien, la influencia soreliana. La C.G.T. se escind�a porque los sindicatos necesitaban optar entre la v�a de la revoluci�n y la v�a de la reforma. El sindicalismo revolucionario ced�a su puesto, en la guerra social, al comunismo. La lucha, desplazada del terreno econ�mico a un terreno pol�tico, no pod�a ser gobernada por los sindicatos, de composici�n inevitablemente heter�clita, sino por un partido homog�neo. En el hecho, aunque no en la teor�a, los sindicalistas de las dos tendencias se somet�an a esta necesidad. La antigua Confederaci�n del Trabajo obedec�a la pol�tica del Partido Socialista; la nueva Confederaci�n (C . G . T . U .) obedec�a la pol�tica del Partido Comunista. Pero tambi�n en el campo sindical deb�a cumplirse una clasificaci�n, una polarizaci�n, m�s o menos lenta y laboriosa, de las dos tendencias. La ruptura no hab�a resuelto la cuesti�n: la hab�a planteado solamente. El proceso de bolcheviquizaci�n del sector comunista franc�s impuso, por estos motivos, una serie de eliminaciones que, naturalmente, no pudieron realizarse sin penosos desgarramientos. La Tercera Internacional, resuelta a obtener dicho resultado, empleo los med�os m�s radicales. Decidi�, por ejemplo, la ruptura de todo v�nculo con la masoner�a. El antiguo Partido Socialista que en la batalla laica, en los tiempos preb�licos, hab�a sostenido al radicalismo se hab�a enlazado y comprometido excesivamente con la burgues�a radical, en el seno de las logias. La franc-masoner�a era el nexo, m�s o menos visible, entre el radicalismo y el socialismo. Escindido el Partido Socialista, una parte de la influencia franc-mas�nica se traslado al Partido Comunista. El nexo, en suma, subsist�a. Muchos militantes comunistas que en la plaza p�blica combat�an todas las formas de reformismo, en las logias fraternizaban con toda suerte de radicaloides. Un secreto cord�n umbilical ligaba todav�a la pol�tica de la revoluci�n a la pol�tica de la reforma. La Tercera Internacional quer�a cortar este cord�n umbilical. Contra su resoluci�n, se rebelaron los elementos reformistas que alojaba el partido. Frossard, uno de los peregrinos convertidos en 1920, secretario general del comit� ejecutivo, sinti� que la Tercera Internacional le ped�a, una cosa superior a sus fuerzas: Y escribi�, en su carta de dimisi�n de su cargo, su c�lebre je ne peux pas.2 El partido se escision�. Fro�ssard, Lafont, Meric, Paul Louis y otros elementos dirigentes constituyeron un grupo aut�nomo qu�, despu�s de una accidentada y l�nguida vida, ha terminado por ser casi �ntegramente reabsorbido por el Partido Socialista. Estas amputaciones no han debilitado al par�tido en sus ra�ces. Las elecciones de mano fueron una prueba de que, por el contrario, las bases po�pulares del comunismo se hab�an ensanchado. La lista: comunista alcanz� novecientos mil votos. Estos novecientos mil votos no enviaron, a la C�mara sino veintis�is militantes del comunismo, porque tuvieron que enfrentarse solos a los votos combinados de dos alianzas electorales; el Blo�que Nacional y el Cartel de Izquierdas. El parti�do ha perdido, en sus sucesivas depuraciones, al�gunas figuras; pero ha ganado en homogeneidad. Su bolcheviquizaci�n parece conseguida. Pero nada de esto anuncia a�n en Francia u�a inmediata e inminente: revoluci�n comunista. El argument� del "peligro comunista", es, en parte, un argumento de uso externo. Una revoluci�n no puede ser predicha a plazo fijo. Sobre todo, una revoluci�n no es un golpe de mano. Es una obra multitudinaria. Es una obra de la historia. Los comunistas lo saben bien. Su teor�a y su praxis se han formado en la escuela y en la experiencia� del materialismo hist�rico. No es probable por ende, que se alimenten de ilusiones. El partido, comunista franc�s no prepara nin�g�n apresurado y novelesco; asalto del poder. Trabaja por atraer a su programa a las masas de obreros y campesinos. Derrama los g�rmenes de su propaganda de la peque�a burgues�a. Em�plea, en esta labor, legiones de misioneros. Los doscientos mil ejemplares diarios de L'Humanit� difunden en toda Francia sus palabras de orden. Marcel Cachin, Jacques Doriot, Jean Renaud, Andr� Berthon, Paul Vaillant Couturier y Andr� Marty, el marino rebelde del Mar Negro, son sus l�deres parlamentarios. Una rectificaci�n. O, para decirlo en franc�s una mise au point.3 En el vocabulario comunista, el t�rmino parlamentario no tiene su acepci�n cl�sica. Los parlamentarios comunistas no parlamentan. El parlamento es para ellos �nicamente una tribuna d� agitaci�n y de cr�tica. NOTAS: 1 Hijos del siglo, hijos de su �poca. 2 Yo no puedo. 3 Advertencia o llamada. |
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