OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

LA ESCENA CONTEMPORANEA

  

     

EL SOCIALISMO EN FRANCIA

 

 

El socialismo se divid�a en Francia, hasta fines del siglo pasado, en varias escuelas y diversas agrupaciones. El Partido Obrero, dirigido por Guesde y Lafargue, representaba oficialmente el marxismo y la t�ctica clasista. El Partido Socia�lista Revolucionario, emanado del blanquismo,1 encarnaba la tradici�n revolucionaria francesa de la Comuna. Vaillant era su m�s alta figura. Los independientes reclutaban sus pros�litos, m�s que en la clase obrera, en las categor�as intelectuales. En su estado mayor se daban cita no po�cos diletantes del socialismo. Al lado de la figu�ra de un Jaur�s se incubaba, en este grupo, la figura de un Viviani.

En 1898, el partido obrero provoc� un movimiento de aproximaci�n de los varios grupos socialistas. Se bosquejaron las bases de una en�tente.2 El proceso de clarificaci�n de la teor�a y la praxis socialistas, cumplido ya en otros pa�ses, necesitaba liquidar tambi�n en Francia las artificiales diferencias que anarquizaban a�n, en capillas y sectas concurrentes, las fuerzas del socialismo. En el sector socialista franc�s hab�a nueve matices; pero, en realidad no hab�a sino dos tendencias: la tendencia clasista y la tenden�cia colaboracionista. Y, en �ltimo an�lisis, estas dos tendencias no necesitaban sino entenderse sobre los l�mites de su clasismo y de su colaboracionismo para arribar f�cilmente a un acuerdo, A la tendencia clasista o revolucionaria le tocaba reconocer que, por el momento, la revoluci�n deb�a ser considerada como una meta distante y la lucha de clases reducida a sus m�s modera�das manifestaciones. A la tendencia colaboracio�nista le tocaba conceder, en cambio, que la cola�boraci�n no significase, tambi�n por el momento, la entrada de los socialistas en un ministerio bur�gu�s. Bastaba eliminar esta cuesti�n para que la v�a de la polarizaci�n socialista quedase fran�queada.

Sobrevino entonces un incidente que acentu� y exacerb� moment�neamente esta �nica discre�pancia sustancial. Millerand, afiliado a uno de los grupos socialistas, acept� una cartera en el ministerio radical de Waldeck Rousseau. La ten�dencia revolucionaria reclam� la ex-confesi�n de Millerand y la descalificaci�n definitiva de toda futura participaci�n socialista en un ministerio. La tendencia colaboracionista, sin solidarizarse abiertamente con Millerand, se reafirm� en su tesis, favorable, en determinadas circunstancias, a esta participaci�n. Briand que deb�a seguir, poco despu�s, la ruta de Millerand, maniobraba activamente por evitar que un voto de la mayor�a cerrase la puerta de la doctrina socialista a nue�vas escapadas ministeriales. Pero, entre tanto, algo se hab�a avanzado en el camino de la con�centraci�n socialista. Los grupos, las escuelas, no eran ya nueve sino �nicamente dos.

A la unificaci�n se lleg�, finalmente, en 1904. La cuesti�n de la colaboraci�n ministerial fue examinada y juzgada en agosto de ese a�o, en suprema instancia, por el congreso socialista in�ternacional de Amsterdam. Este congreso repu�di� la tesis colaboracionista. Jaur�s que hasta ese instante la sustent� honrada y sinceramentecon un gran sentido de su responsabilidad y de su deber se inclin�, disciplinado, ante el voto de la Internacional. Y, como consecuencia de la de�cisi�n de Amsterdam, los principios de un enten�dimiento entre la corriente dirigida por Jaur�s y la corriente dirigida por Guesde y Vaillant que�daron, en las subsecuentes negociaciones, f�cil�mente establecidos. La fusi�n fue pactada y sellada, definitivamente, en el congreso de Par�s de abril de 1905. En el curso del a�o siguiente, el Partido Socialista se desembaraz� de Br�and, atra�do desde hac�a alg�n tiempo al campo de gravitaci�n de la pol�tica burguesa y los sillones ministeriales.

Pero la pol�tica del partido unificado no sigui�, por esto, un rumbo revolucionario. La unificaci�n fue el resultado de un compromiso entre las dos corrientes del socialismo franc�s. La corriente colaboracionista renunci� a una eventual intervenci�n directa en el gobierno de la Tercera Rep�blica; pero no se dej� absorber por la corriente clasista. Por el contrario, consigui� suavizar su antigua intransigencia. En Francia, como en las otras democracias occidentales, el esp�ritu revolucionario del socialismo se enervaba y desfibraba en el trabajo parlamentario. Los votos del socialismo, cada vez m�s numerosos, pesaban en las decisiones del Parlamento. El partido socialista jugaba un papel en los conflictos y en las batallas de la pol�tica burguesa. Practicaba, en el terreno parlamentario, una pol�tica de colaboraci�n con los partidos m�s avanzados de la burgues�a. La fuerte figura y el verbo elocuente de Jaur�s imprim�an a esta pol�tica un austero sello de idealismo. Mas no pod�an darle un sentido revolucionario que, por otra parte, no ten�a tampoco la pol�tica de los dem�s partidos socialistas de la Europa occidental. El esp�ritu revolucionario hab�a trasmigrado, en Francia, al sindicalismo. El m�s grande ide�logo de la revoluci�n no era ninguno de los tribunos ni de los escritores del Partido Socialista. Era Jorge Sorel, creador y l�der del sindicalismo revolucionario, cr�tico, penetrante de la degeneraci�n parlamentaria del socialismo.

Durante el per�odo de 1905 a 1914, el partido socialista franc�s actu�, sobre todo, en el terreno electoral y parlamentario. En este trabajo, acrecent� y organiz� sus efectivos; atrajo a sus rangos a una parte de la peque�a burgues�a; educ� en sus principios, asaz atenuados, a una numerosa masa de intelectuales y diletantes. En las elecciones de 1914, el partido obtuvo un mill�n cien mil votos, y gan� ciento tres asientos en la C�mara. La guerra rompi� este proceso de crecimiento. El pacifismo humanitario y est�tico de la social-democracia europea se encontr� de improviso frente a la realidad din�mica y cruel del fen�meno b�lico. El Partido Socialista franc�s sufri�, adem�s, cuando la movilizaci�n marcial comenzaba, la p�rdida de Jaur�s, su gran l�der. Desconcertado por esta p�rdida, la historia de esos tiempos tempestuosos lo arroll� y lo arrastr� por su cauce. Los socialistas franceses no pudieron resistir la, guerra. No pudieron tampoco, durante la guerra, preparar la paz. Acabaron colaborando en el gobierno. Guesde y Sembat formaron parte del ministerio. Los jefes del socialismo y del sindicalismo sostuvieron mansamente la pol�tica de la uni�n sagrada. Algunos sindicalistas, algunos revolucionarios, opusieron, solos, aislados, una protesta inerme a la masacre.

El Partido Socialista y la Confederaci�n General del Trabajo se dejaron conducir por los acontecimientos. Los esfuerzos de algunos socialistas europeos por reconstruir la Internacional no lograron su cooperaci�n ni su consenso.

El armisticio sorprendi�, por tanto, debilitado, al Partido Socialista. Durante la guerra, los socia- listas no hab�an tenido una orientaci�n propia. Fatalmente, les hab�a correspondido, por tanto, seguir y servir la orientaci�n de la burgues�a. Pero en el bot�n pol�tico de la victoria no les tocaba parte alguna. En las elecciones de 1919, a pesar de que la marejada revolucionaria nacida de la guerra empujaba a su lado a las masas descontentas y desilusionadas, los socialistas perdieron varios asientos en la C�mara y muchos sufragios en el pa�s.

Vino, luego, el cisma. La burocracia del Partido Socialista y de la Confederaci�n General del Trabajo carec�a de impulso revolucionario. No pod�a, por ende, enrolarse en la nueva Internacional, Un estado mayor de tribunos, escritores, funcionarios y abogados que no hab�an salido todav�a del estupor de la guerra, no pod�a ser el estado mayor de una revoluci�n. Tend�a, forzosamente, a la vuelta a la beata y c�moda existencia de demagogia inocua y ret�rica, interrumpi�da por la despiadada tempestad b�lica. Toda esta gente se sent�a normalizadora; no se sent�a re�volucionaria. Pero la nueva generaci�n socialis�ta se mov�a, por el contrario, hacia la revoluci�n. Y las masas simpatizaban con esta tendencia. En el Congreso de Tours de 1920 la mayor�a del par�tido se pronunci� por el comunismo. La minor�a conserv� el nombre de Partido Socialista. Quiso continuar siendo, como antes, la S.F.I.O. (Sec�ci�n Francesa de la Internacional Obrera). La mayor�a constituy� el partido comunista. El dia�rio de Jaur�s, L'Humanit�,3 pas� a ser el �rga�no del comunismo. Los m�s ilustres parlamentarios, los m�s ancianos personajes, permanecieron, en cambio, en las filas de la S.F.I.O. con Le�n Blum, con Paul Boncour, con Jean Longuet.

El comunismo prevaleci� en las masas; el socialismo en el grupo parlamentario.

El rumbo general de los acontecimientos europeos favoreci�, m�s tarde, un resurgimiento del antiguo socialismo. La creciente revolucionaria declinaba. Al per�odo de ofensiva proletaria se�gu�a un per�odo de contraofensiva burguesa. La esperanza de una revoluci�n mundial inmediata se desvanec�a. La fe y la adhesi�n de las masas volv�an, por consiguiente, a los viejos jefes. Bajo el gobierno del Bloque Nacional, el socialismo reclut� en Francia muchos nuevos adeptos. Ha�cia un socialismo moderado y parlamentario aflu�an las gentes que, en otros tiempos hubiesen afluido al radicalismo. La S.F.I.O., coali�gada con los radicales socialistas en el Bloque de Izquierdas, recuper� en mayo de 1924 todas las diputaciones que perdi� en 1919 y gan�, adem�s, algunas nuevas. El Bloque de Izquierdas asumi� el poder. Los socialistas no consideraron oportuno formar parte del Ministerio. No era todav�a, el caso de romper con la tradici�n anticolaboracionista formalmente anticolaboracionista de los tiempos preb�licos. Por el momento bastaba con sostener a Herriot, a condici�n de que Herriot cumpliese con las promesas hechas, en las jor�nadas de mayo; al electorado socialista.

En su congreso de Grenoble, en febrero �lti�mo, los socialistas de la S.F.I.O. han debatido el tema de sus relaciones con el radicalismo. En esa reuni�n, Longuet, Ziromsky y Braque han acusado a Herriot de faltar a su programa y han reprobado al grupo parlamentario socialista su lenidad y su abdicaci�n ante �l ministerio. Por boca de esos tres oradores, tina gruesa parte del proselitismo socialista ha declarado su voluntad de permanecer fiel a la t�ctica clasista. Pero, al mismo tiempo, ha reaparecido acentuadamente en el socialismo franc�s la tendencia a la colaboraci�n ministerial, expulsada en otro tiempo con Millerand y Briand. Le�n Blum, que como attach�4 de Marcel Sembat ha conocido ya la tibia y pl�cida temperatura de los gabinetes ministeriales, ha pedido a los representantes del colaboracionismo un poco de paciencia. Les ha re�cordado que sostener un ministerio no tiene loa riesgos ni las responsabilidades de formar parte de �l. Los socialistas, seg�n Blum, no deben ir al gobierno como colaboradores de los radicales. Deben aguardar, que madure la ocasi�n en que acaparar�n solos el poder. Al calor de un gobierno del bloque de izquierdas, los socialistas adquirir�n la fuerza necesaria para recibir el poder de manos de sus aliados de hoy. Movido por esta esperanza, el Partido Socialista se ha decla�rado en Grenoble a favor del bloque de izquier�das, contra la reacci�n y contra el bolchevismo. Lo que equivale a decir que, se ha declarado fran�camente democr�tico.


NOTAS:

1 De Louis Auguste Blanqui. (Ver el I. O.).

2 Entendimiento.

3 ver I.O.

4 Agregado, adjunto para fines especiales.