OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

LA ESCENA CONTEMPORANEA

  

   

NITTI

 

 

Nitti, Keynes y Caillaux ocupan el primer ran�go entre los pioneros y los te�ricos de la pol�tica de "reconstrucci�n europea". Estos estadistas propugnan una pol�tica de asistencia y de coo�peraci�n entre las naciones y de solidaridad en�tre las clases. Patrocinan un programa de paz in�ternacional y de paz social. Contra este progra�ma insurgen las derechas que, en el orden inter�nacional, tienen una orientaci�n imperialista y conquistadora y, en el orden dom�stico, una orientaci�n reaccionaria y antisocialista. La aver�si�n de las extremas derechas a la pol�tica bau�tizada con el nombre de "pol�tica de reconstruc�ci�n europea" es una aversi�n hist�rica, deliran�te y fan�tica. Sus clubs y sus logias secretas con�denaron a muerte a Waither Rathenau que apor�t� una contribuci�n original, rica e inteligen�te al estudio de los problemas de la paz. La figura de Nitti es una alta figura europea. Nittino se ins�pira en una visi�n local sino en una visi�n euro�pea de la pol�tica. La crisis italiana es enfocada por el pensamiento y la investigaci�n de Nitti s�lo como un sector, como una secci�n de la cri�sis mundial. Nitti escribe un d�a para el Berli�ner Tageblatt1 de Berl�n y otro d�a para la Uni�ted Press de Nueva York. Polemiza con hombres de Par�s, de Varsovia, de Londres.

Nitti es un italiano meridional. Sin embargo, no es el, suyo un temperamento tropical, frondo�so, excesivo, como suelen ser los temperamen�tos meridionales. La dial�ctica de Nitti es sobria, escueta, precisa. Acaso por esto no conmueve mu�cho al esp�ritu italiano, enamorado de un len�guaje ret�rico, teatral y ardiente. Nitti, como Lloyd George, es un relativista de la pol�tica. No es accesible al sectarismo de la derecha ni al sec�tarismo de la izquierda. Es un pol�tico fr�o, cerebral, risue�o, que matiza sus discursos con no�tas de humorismo y de iron�a. Es un pol�tico que a veces, cuando gobierna, por ejemplo, fa dello spirito,2 como dicen los italianos. Pertenece a esa categor�a de pol�ticos de nuestra �poca que han nacido sin fe en la ideolog�a burguesa y sin fe en la ideolog�a socialista y a quienes, por tanto, no repugna ninguna transacci�n entre la idea nacionalista y la idea internacionalista, entre la idea individualista y la idea colectivista. Los con�servadores puros, los conservadores r�gidos, vituperan a estos estadistas ecl�cticos, permeables y d�ctiles. Execran su her�tica falta de fe en la in�falibilidad y la eternidad de la sociedad bur�guesa. Los declaran inmorales, c�nicos, derrotis�tas, renegados. Pero este �ltimo adjetivo, por ejemplo, es clamorosamente injusto. Esta gene�raci�n de pol�ticos relativistas no ha renegado de nada por la sencilla raz�n de que nunca ha cre�do ortodoxamente en nada. Es una generaci�n estructuralmente adogm�tica y heterodoxa. Vive equidistante de las tradiciones del pasado y de las utop�as del futuro. No es futurista ni pasadista, sino presentista, actualista. Ante las instituciones viejas y las instituciones venideras tiene' una actitud agn�stica y pragmatista. Pero, rec�nditamente, esta generaci�n tiene tambi�n una fe, una creencia. La fe, la creencia en la Civilizaci�n Occidental. La ra�z de su evolucionismo es esta devoci�n �ntima. Es refractaria a la reac�ci�n porque teme que la reacci�n excite, estimule y enardezca el �mpetu destructivo de la revoluci�n. Piensa que el mejor modo de combatir" la revoluci�n violenta es el de hacer o prometer la revoluci�n pac�fica. No se trata, para esta ge�neraci�n pol�tica, de conservar el orden viejo ni de crear el orden nuevo: se trata de salvar la Civilizaci�n, esta Civilizaci�n Occidental, esta abendlaendische Kultur3 que, seg�n Oswald Splenger, ha llegado a su plenitud y, por ende, a su decadencia. Gorki, justamente, ha clasificado a Nitti y a Nansen como a dos grandes esp�ritus de la Civilizaci�n europea. En Nitti se percibe, en efecto, a trav�s de sus escepticismos y sus re�lativismos, una adhesi�n absoluta: su adhesi�n a la Cultura y al Progreso europeos. Antes que ita�liano, se siente europeo, se siente occidental, se siente blanco. Quiere, por eso, la solidaridad de las naciones europeas, de las naciones occiden�tales. No le inquieta la suerte de la Humanidad con may�scula: le inquieta la suerte de la hu�manidad occidental, de la humanidad blanca. No acepta el imperialismo de una naci�n europea sobre otra; pero s� acepta el imperialismo del mundo occidental sobre el mundo cafre, hind�, �rabe o piel roja.

Sostiene Nitti, como todos los pol�ticos de la reconstrucci�n, que no es posible que una po�tencia europea extorsione o ataque a otra, sin da�o para toda la econom�a europea, para toda la vitalidad europea. Los problemas de la paz han revelado la solidaridad, la unidad del organismo econ�mico de Europa. Y la imposibilidad de la restauraci�n de los vencedores a costa de la destrucci�n de los vencidos. A los vencedores les est� vedada, por primera vez en la historia del mundo, la voluptuosidad de la venganza. La re�construcci�n europea no puede ser sino obra, com�n y mancomunada, de todas las grandes na�ciones de Occidente. En su libro Europa senza pace,4 Nitti recomienda las siguientes soluciones: reforma de la Sociedad de las Naciones sobre la base de la participaci�n de los vencidos; revisi�n de los tratados de paz; abolici�n de la comisi�n de reparaciones; garant�a militar a Francia; con�donaci�n rec�proca de las deudas interliadas, al menos en una proporci�n del ochenta por cien�to; reducci�n de la indemnizaci�n alemana a cua�renta mil millones de francos oro; reconocimien�to a Alemania de la cancelaci�n de veinte mil millones como monto de sus pagos efectuados en oro, mercader�as, naves, etc. Pero las p�ginas cr�ticas, pol�micas, destructivas de Nitti son m�s s�lidas y m�s brillantes que sus p�ginas cons�tructivas. Nitti ha hecho con m�s vigor la des�cripci�n de la crisis europea que la teorizaci�n de sus remedios. Su exposici�n del caos, de la ruina europea es impresionantemente exacta y objetiva; su programa de reconstrucci�n es, en cambio, hipot�tico y subjetivo.

A Nitti le toc� el gobierno de Italia en una �poca agitada y nerviosa de tempestad revolucionaria y de ofensiva socialista. Las fuerzas proletarias estaban en Italia en su apogeo. Ciento cincuenta diputados socialistas ingresaron en la C�mara, con el clavel rojo en la solapa y las estrofas de La Internacional en los labios, La Confederaci�n General, del Trabajo, que representa a m�s de dos millones de trabajadores agremiados, atrajo a sus filas a los sindicatos de funcionarios y empleados del Estado. Italia parec�a madura para la revoluci�n. La pol�tica de Nitti, bajo la sugesti�n de este ambiente revolucionario, tuvo necesariamente una entonaci�n y un gesto demag�gicos. El Estado abandon� algunas de sus posiciones doctrinarias, ante el empuje de la ofensiva revolucionaria. Nitti dirigi� sagazmente esta maniobra. Las derechas, soliviantadas y dram�ticas, lo acusaron de debilidad y de derrotismo. Lo denunciaron como un saboteador, como un desvalorizador de la autoridad, del Estado. Lo invitaron a la represi�n inflexible de la agitaci�n proletaria. Pero estas grimas, estas aprehensiones y estos gritos de las derechas no conmovieron a Nitti. Avizor y diestro, comprendi� que oponer a la revoluci�n un dique gran�tico era provocar, tal vez, una insurrecci�n violenta. Y que era mejor abrir todas las v�lvulas del Estado al escape y al desahogo de los gases explosivos, acumulados a causa de los dolores de la guerra y los desabrimientos de la paz. Obediente a este concepto, se neg� a castigar las huelgas de ferro- viarios y telegrafistas del estado y a usar r�gidamente las armas de la ley, de los tribunales y de los gendarmes. En medio del esc�ndalo y la consternaci�n de las derechas, tom� a Italia, amnistiado, el l�der anarquista Enrique Malatesta. Y los delegados del Partido Socialista y de los sindicatos, con pasaportes regulares del gobierno, marcharon a Mosc� para asistir al congreso de la Tercera Internacional. Nitti y la monarqu�a flirteaban con el socialismo. El director de La Nazione5 de Florencia me dec�a en aquella �poca: �Nitti lascia andare�.6 Ahora se advierte que, hist�ricamente, Nitti salv� entonces a la burgues�a italiana de los asaltos de la revoluci�n. Su pol�tica transaccional, el�stica, demag�gica, estaba dictada e impuesta por las circunstancias hist�ricas.

Pero, en la pol�tica como en la guerra, la popularidad no corteja a los general�simos de las grandes retiradas, sino a los general�simos de las grandes batallas. Cuando la ofensiva revolucionaria empez� a agotarse y la reacci�n a contraatacar, Nitti fue desalojado del gobierno por Giolitti. Con Giolitti la ola revolucionaria lleg� a su plenitud, en el episodio de la ocupaci�n de las usinas metal�rgicas. Y entraron en acci�n Mussolini, los camisas negras y el fascismo. Las izquierdas, sin embargo, volvieron todav�a a la ofensiva. Las elecciones de 1921, malgrado las guerrillas fascistas, reabrieron el parlamento a ciento treintais�is socialistas. Nitti, contra cuya candidatura se organiz� una gran cruzada de las derechas, volvi� tambi�n a las C�maras. Varios diarios cayeron dentro de la �rbita nittiana. Aparecieron en Roma Il Paese e Il Mondo.7 Los socialistas, divorciados de los comunistas, estuvieron pr�ximos a la colaboraci�n ministerial. Se anunci� la inminencia de una coalici�n social-democr�tica dirigida por De Nicola o por Nitti. Pero los socialistas, escisionados y vacilantes, se detuvieron en el umbral del gobierno. La reacci�n acometi� resueltamente la conquista del poder. Los fascistas marcharon sobre Roma y barrieron de un soplo al raqu�tico, p�vido y medroso Ministerio Facta. Y la dictadura de Mussolini dispers� a los grupos dem�cratas y liberales.

La burgues�a italiana, despu�s, se ha uniformado oportunistamente de camisa negra. Pero oportunista, menos flexible que Lloyd George, no se ha plegado a las pasiones actuales de la muchedumbre. Se ha retirado a su vida de estudioso, de investigador y de catedr�tico.

El instante no es favorable a los hombres de su tipo. Nitti no habla un lenguaje pasional sino un lenguaje intelectual. No es un l�der tribunicio y tumultuario. Es un hombre de ciencia, de universidad y de academia. Y en esta �poca de neo�romanticismo, las muchedumbres no quieren es�tadistas sino caudillos, no quieren sagaces pen�sadores, sino bizarros, m�ticos y taumat�rgicos capitanes.

El programa de reconstrucci�n europea pro�puesto por Nitti es t�picamente el programa de un economista. Nitti, saturado del pensamiento de su siglo, tiende a la interpretaci�n econ�mica, positivista, de la historia. Algunos de sus cr�ticos se duelen precisamente de su inclinaci�n sistem�tica a considerar exclusivamente el aspecto eco�n�mico de los fen�menos hist�ricos, y a descui�dar su aspecto moral y psicol�gico. Nitti, cree, fundadamente, que la soluci�n de los problemas econ�micos de la paz resolver�a la crisis. Y ejer�cita toda su influencia de estadista y de l�der pa�ra conducir a Europa a esa soluci�n. Pero, la di�ficultad que existe, para que Europa acepte un programa de cooperaci�n y de asistencia interna�cionales, revela, probablemente, que las ra�ces de la crisis son m�s hondas e invisibles. El oscureci�miento del buen sentido occidental no es una causa de la crisis, sino uno de sus s�ntomas, uno de sus efectos, una de sus expresiones.


NOTAS:

1 Ver I. O.

2 Traducci�n literal: hace del esp�ritu.

3 Cultura de Occidente.

4 Europa sin paz.

5 Ver I. O.

6 Nitti deja hacer.

7 Ver I. O.