OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI |
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MARIATEGUI Y SU TIEMPO |
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HUIDA DE AMERICA
Pasada apenas la adolescencia, Mari�tegui empieza a vivir la �poca del camello de que ha hablado Nietzsche. Entonces toda carga es ligera, todo peso se echa sobre las espaldas de la atenci�n y de la memoria. En esos d�as aparece la primera claridad, y se forman los perfiles de la idea del mundo y de la realidad, no importa que despu�s se borren o se rectifiquen. Epoca del esbozo, de las l�neas movedizas, de lo cambiante. En germen contiene los rasgos esenciales que se manifestar�n despu�s en el car�cter y en las actividades; pero s�lo en germen. Recordando aquellos d�as, nos es f�cil mirar en nuestras propias vidas esas figuras imprecisas, hechas y deshechas constantemente, y que, a pesar de lo inestable, formaron nuestro esquema del mundo. Entonces Mari�tegui huye de Am�rica. Es verdad: huida, no viaje. Tal impresi�n deja en todo americano aut�ntico la salida del Continente. Y hasta en quienes los viajes se han retardado, cuando los imaginamos como realizaci�n de una esperanza, esconden detr�s el contenido de la huida. De lo que est�n hechas las huidas �angustia en el coraz�n, ansia de claridad en la mente, anhelo de vida menos dura y cansada para el cuerpo�, de eso est� hecha la esperanza de viajes en un americano. Por lo menos, tal es la impresi�n profunda. Las huidas suelen disfrazarse de muchos modos; pero siempre que buceemos en el interior de nuestros mejores viajeros, hallaremos una como desesperaci�n por las cosas de Am�rica que los lanza lejos del Continente. No es simplemente el cambio de perspectiva lo que se busca en un viaje. No es nada m�s el deseo de mirar el Continente desde una altu�ra que aclare la visi�n; no. Es m�s, es el obscuro deseo de darle la espalda, abandonarlo a su propia suerte, traicionarlo. Y es un impulso, en su mejor calidad, leg�timo, justificable. Si posteriormente la huida proporciona visiones excelentes, ello significa una sorpresa; no se buscaba, lo que se quer�a era irse, abandonarlo todo. Y est� bien: Am�rica, en su propio ser, es un haz de problemas, de contradicciones, de monstruosidades junto a cosas delicadas. Creamos nuestra idea de ella conforme a las normas extra�as y superficiales que se nos trasmiten; y al mismo tiempo se acumulan ante nosotros las realidades que ense�a la tierra, que nos hereda la sangre. Estas �ltimas son el sedimento que produce despu�s la efervescencia en que se rom�pen los conceptos tradicionales y sentimos el impulso de crear mentalmente el mundo circundante; pero como �ste es rebelde y no obedece a las primeras intenciones, la idea de una Europa clara, definida, ordenada, nos lleva a desear-la y entonces se anhela la huida de Am�rica, obscura, ca�tica, mestiza. Pagamos el tributo de una educaci�n extra�a, con esa inquietud que nos ahoga y nos inclina a traicionar la cultura, la sangre, la tierra misma. Surgidos de un Continente misterioso, m�gico casi, lleno de ecos brillantes, pero que disuenan, no queremos huir a tierras ex�ticas, sino a la Europa que ha sa�bido crear una cultura que percibimos trans�parente. Por buscar orden en nuestro mundo, tropezamos con lo impreciso. M�s tarde se nos aclaran las cosas y entonces se afirma en el interior la ilusi�n de una s�ntesis, la esperanza de encontrar salida propia en el laberinto de Am�rica. No todos viajamos, ciertamente; pero a�n sin el desplazamiento del cuerpo, el transado espiritual lo realizamos desde nuestras lecturas. Sin viajar somos como son�mbulos, nos movemos dentro de un espacio cuyo sentido exacto no comprendemos; cerrando los ojos para nuestras tierras, los abrimos para la Europa cl�sica. Un d�a, el despertar nos lanza en el torbellino de nuestro interior; de �l salimos con mejor imagen de nosotros y de la tierra en que surgimos. Viaje, huida, formas en que el joven americano da expresi�n a su angustia. Con su destino de mestizo en el pecho, Mari�tegui se va de Am�rica. Viaja por Europa; realiza su aprendizaje. Lo que despu�s hallar� forma en su obra, es visto y planeado en Europa. M�s tarde alguien lo ha de llamar europeizante y contestar� con la confesi�n de lo que Europa ha significado para �l. Lo curioso es que no solamente aclara sus ideas, sino que toda su manera, el estilo mismo lo adquiere entonces. Obtiene de sus viajes toda una t�cnica de mirar. La materia de sus preocupaciones, el objetivo de sus dudas, se va precisando en estos tiempos. Una cosa le interesa ante todo: el espect�culo de los movimientos sociales, pol�ticos. Ver la entra�a de los tiempos, de los pueblos; buscar detr�s de lo que es indescifrable en apariencia, menos aprehensible, escurridizo y sorprendente: los grupos humanos. Se forjan as� las impresiones que servir�n para interpretar las realidades de Am�rica. Hay un aprendizaje completo; se afirman las ideas y la mirada se perfecciona, los m�todos de observaci�n se completan. Debajo del fluir de las cosas, de lo pasajero y mudable, quedan, arrastr�ndose, las arenas de lo permanente, de lo que no cambia y sirve, hoy y siempre, como punto de referencia. Mari�tegui retorna a Am�rica. Ello anuncia la mejor imagen que las cosas del Continente van a entregarle, y una explicaci�n de todo se hace posible. Inicia, matando previamente los restos que le quedan de lo incierto americano, la aclaraci�n, el esquema de lo que es la tierra, el hombre y la vida toda que lo rodea.
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