OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI |
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MARIATEGUI Y SU TIEMPO |
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MARIATEGUI1
Banderas e himnos proletarios se abatieron en las calles de Lima, plena todav�a de supervivencias coloniales, sobre el f�retro de Jos� Car�los Mari�tegui. Y sobre su memoria se abati�, tambi�n, irreticente, emocionado, el homenaje de todos los hombres que en el Per� tienen el h�bito de pensar y el don de la sinceridad. Era, en suma, un homenaje nacional que el pa�s tributaba al m�s representativo, al m�s austero y al m�s trascendente de sus hombres. Y esa consagraci�n, un poco tard�a, ven�a a coronar, como en la vida de todos los ap�stoles, una existencia de la que nunca estuvieron alejados el dolor, la incomprensi�n y la pobreza, triple carga que suele fatigar los hombros de aquellos que marchan a la conquista de las altu�ras espirituales. Mari�tegui las alcanz�, en su breve vivir, con los valores de su acci�n pol�ti�ca y social, de sus virtudes privadas, de su tarea literaria y period�stica, tan vasta para su juventud. Mari�tegui era amplio, acogedor, generoso. Sab�a hacerse perdonar su talento en gracia de su modestia. Era integralmente doctrinario en sus ideas, pero ello no le imped�a o�r e indagar. Sab�a que para convencer, para llegar al alma de los hombres no corrompidos es preciso de�cir palabras sencillas y claras, tomar actitudes sencillas, envolver el esp�ritu en un manto de transparente serenidad. Esas no son, quiz�s, las aptitudes que conviene desplegar en el ejercicio del mando, pero s� son las m�s adecuadas pa�ra la labor apost�lica. A la conquista espiritual s�lo se puede llegar intuyendo la escondida ver-dad de los otros y confront�ndola con la nues�tra en un plano de generosidad. La misi�n de Mari�tegui, conformada con esta aptitud, fue peruana en su aspecto apost�li�co, pero su trascendencia intelectual, la impor�tancia de su mensaje, le dieron relieve de ame�ricanismo. Mari�tegui no fue s�lo un hombre del Per�. Ha sido, esencialmente, un ciudada�no de nuestra Am�rica. Voy a estudiar su vida y su obra de mane�ra, quiz�, un poco incompleta. Nacido en Lima, muerto all� a la edad de treinta y cuatro a�os, una prestancia de juven�tud llena su vivir. Estudi�, viaj� en hora opor�tuna, regres� a su pa�s con rico bagaje de ex�periencias, confesando que en sus andanzas ha�b�a encontrado su camino de Damasco. Entre�g�se de lleno al servicio del socialismo peruano, que reconoce en �l a su primer soldado, y al servicio de los obreros, de los intelectuales, de la juventud. Para ellos fue su mensaje y en amor de ellos llev� la amargura del incurable mal que lo abatiera. Pocas fechas, una gran ilu�si�n, un enorme esfuerzo intelectual y pol�tico realizado en medio adverso y hostil, la inquie�tud de d�as dif�ciles, la fundaci�n de "Amauta" y de "Labor", el drama de- las dificultades eco�n�micas de la noble empresa period�stica en que concentr� su acci�n intelectual, una mujer y cua�tro hijos, un programa de considerable trascen�dencia que qued� en gestaci�n, una labor valio�s�sima, truncada en hora harto prematura, tales son los principales datos de su ficha personal2. A ellos conviene agregar un comentario acer�ca de la posici�n social que ocup� en su pa�s, porque su conocimiento destaca m�s aun la im�portancia de su rol pol�tico. Mari�tegui naci� en el sector aristocr�tico de la antigua oligar�qu�a peruana. Ello le permiti� abarcar mejor el cuadro social de la burgues�a y darse as�, con mayor nobleza, al ideal socialista. Es curioso anotar que buena parte de los grandes l�deres socialistas de la nueva �poca han salido de las clases altas de la burgues�a, lo cual, ciertamente, valora a�n m�s el m�rito de los que salieron del seno del proletariado. As�, por ejemplo, la familia de Lenin perteneci� a la peque�a noble�za rusa; la de Tchicherin, a la m�s vieja noble�za imperial; la de Trostky, a la plutocracia de la industria; la de Lunacharsky, fundador de la educaci�n sovi�tica, a la �lite intelectual de la clase media. Estos datos, a la vez que corrobo�ran el valor econ�mico de la cultura, deben con�ducirnos a considerar la lucha de clases desde la altura espiritual e ideol�gica en que la situ� Marx. Mari�tegui se inici� muy joven en el perio�dismo, destac�ndose por su certero esp�ritu cr�tico, por su estilo elegante y por la gracia, exen�ta de veneno, que pon�a en sus trabajos. Co�labor� en "La Prensa" de Lima, fund� m�s tar�de, con. C�sar Falc�n, un diario de batalla, �"La Raz�n"� y en seguida realiz� largo viaje por Europa. Fue en los d�as de la postguerra que vieron afianzarse la Rusia de Lenin y estallar la reacci�n de Mussolini, no privada de grandeza en su esp�ritu experimentador de 1925. Mari�te�gui se nutri� de realidades, desprendi�ndose de los �ltimos vestigios del estetismo d'annunziano que importara Valdelomar, en sus tiempos de adolescencia, ya bastante sacudido con las campa�as de "Nuestra Epoca", peri�dico cuyo objetivo fue "denunciar, sin reservas y sin com�promisos con ning�n grupo y ning�n caudillo, las responsabilidades de la vieja pol�tica"3. De este viaje data, seguramente, su decisi�n de con�sagrarse a la causa socialista, por la cual se sintiera atra�do desde ni�o. Sali� de su pa�s con af�n de vivir, de conocer, y regres� convertido en socialista. Ni antes ni despu�s estuvieron ausentes de su esp�ritu el optimismo, la fe que allana y supera los obst�culos. Es interesante o�r como el propio Mari�tegui explica el proce�so de su evoluci�n literaria y pol�tica: "Nacimos bajo id�ntico signo, �escribe a prop�sito de Alcides Spelucin�4. Nos nutrimos en nues�tra adolescencia literaria de las mismas cosas: decadentismo, modernismo, estetismo, individua�lismo, excepticismo. Coincidimos m�s tarde en el doloroso y angustiado trabajo de superar es�tas .cosas y evadirnos de su m�rbido �mbito. Partimos al extranjero en busca no del secre�to de los otros, sino en busca del secreto de nosotros mismos. Yo cuento mi viaje en un li�bro de pol�tica; Spelucin cuenta el suyo en un libro de poes�a. Pero en esto no hay sino dife�rencia de aptitud o, si se quiere, de temperamento; no hay diferencia de peripecia ni de es�p�ritu. Los dos nos embarcamos en "la barca de oro en pos de una isla buena". Los dos en la procelosa aventura hemos encontrado a Dios y hemos descubierto a la Humanidad. Alcides y yo, puestos a elegir entre el pasado y el porve�nir, hemos votado por el porvenir. Sup�rstites dispersos de una escaramuza literaria, nos senti�mos hoy combatientes de una batalla hist�rica". De regreso a Lima comienza a publicar en la revista "Variedades" una galer�a de "Figuras y aspectos de la vida mundial", en que analiza con sonriente iron�a los hombres y los proble�mas de la �poca. El �xito de sus trabajos, en que un estilo elegante sirve de marco a su plu�ma incisiva, precisa, anal�tica e interpretadora, lo movi� a reunirlos en un volumen que, bajo el t�tulo de La Escena Contempor�nea, vio la luz p�blica en 1925. Durante esta �poca Mari�tegui comparte sus trabajos period�sticos, de cuyo producto vive en ejemplar pobreza, con las especulaciones socio-l�gicas y literarias. Seguramente el periodista perjudic� al litera�to. Pero ello no le impidi� trazar p�ginas eter�nas. All�, entre muchas, est�n su retrato de Lloyd George o su "Esquema de una explica�ci�n de Chaplin", publicada en "Amauta". Su pluma traduce, en estudios breves, toda la sus�tancia de su pensamiento. El fil�sofo desarru�ga el ce�o, el interpretador entreabre las com�puertas de su cauce espiritual, el soci�logo da su corroboraci�n oportuna y el artista pone la sal de su ingenio �tico. Es menester observar como, aun en el terre�no period�stico que ocupa el centro de su actua�ci�n literaria, el ensayo es el g�nero preferido por Mari�tegui. Y es que en el ensayo manifies�ta toda su fuerza interior. Los grandes y los peque�os aciertos de Mari�tegui buscan el ensa�yo como su forma m�s precisa, y encuentran en �l, ambiente propicio a la divulgaci�n. Son su mejor tribuna y desde ella se hace m�s sig�nificativo, cuanto m�s al alcance de todas las mentalidades estudiosas, su papel de interpreta�dor de realidades. En 1926 un grande acontecimiento se produ�ce en la literatura socialista de Am�rica, con la fundaci�n de "Amauta". De ella quiso hacer Mari�tegui el �rgano oficial del socialismo pe-ruano y en �l se agruparon, en efecto, todos los adherentes intelectuales, los simpatizantes y los partidarios. Numerosas plumas inician la tarea de divulgaci�n y de organizaci�n, en la cual, ausente esa destacada figura que es Haya de la Torre, Mari�tegui ocupa el primer lugar. Le habr�a correspondido de todos modos. "Amau�ta" despierta simpat�as clamorosas, ataques en�conados, suspicacias oficiales5, pero la mano que empu�a el tim�n es fuerte a la vez que de�licada y sabe sortear los peligros y esquivar los obst�culos. Mari�tegui muestra all� tacto de di�plom�tico y condiciones de jefe. No es hora todav�a de estudiar el papel que desempe�� "Amauta", desde su comienzo, en el desenvolvimiento socialista del Per�, pero ha si-do, sin duda, especialmente fecundo y puede afirmarse que en el noble hogar fundado por Mari�tegui se ha generado la ra�z de muchas actuaciones que se proyectaran sobre el futuro. En "Amauta", secundado por Ricardo Mart�nez de la Torre, Jos� Mar�a Eguren, Antenor Orrego, del Mar, D�ez Canseco, Valc�rcel, Ca�men Saco, Magda Portal y otros muchos literatos destacados de la nueva generaci�n, entre los que no son pocos los que s�lo tienen calidad de simpatizantes, trabaj� Mari�tegui en la difusi�n de sus ideas, tarea que alcanz� proyecci�n m�s popular en el peri�dico "Labor", fundado tambi�n por �l. Su propia labor era con�siderable. En su mensuario sociol�gico se publicaron muchas de las p�ginas que recogiera, en 1928, en Siete ensayos de interpretaci�n de la realidad peruana, que es su obra m�xima. Las columnas hospitalarias de "Amauta" congregaron lo m�s sustantivo de su tierra, en materia de hombres y de ideas, y la llama de su esp�ritu se prodig�, con menosprecio de su salud quebrantada, d�ndose, por entero, en una entrega que constituye una hermosa lecci�n �tica. Mari�tegui se sobrepuso al dolor f�sico, y �s�te, antes de restarle fuerzas, m�s bien se las proporcion�, pero el esp�ritu hubo de crecer a expensas de la materia, que acab� por sucum�bir. Hasta la �ltima hora el hombre, el pensador, el artista permanecieron en la brechas6. No hab�a un momento que perder. Mari�tegui com�prendi�, tal vez, que si no tendr�a tiempo de expresar todo su mensaje, al menos le alcanzar�an las fuerzas para preparar una generaci�n de activistas. M�s tarde podremos valorar esta parte de su tarea. Siete ensayos de interpretaci�n de la realidad peruana, es el m�s sustantivo libro que de la vecina literatura conozco. Merece que detenga�mos la mirada sobre �l m�s largamente. En sus p�ginas nutridas de savia vital, ricas en atisbos interesantes, en trouvailles magn�ficas, aplica Mari�tegui los principios del materialismo his�t�rico para intentar una reevaluaci�n completa del Per�. Si no puede afirmarse que lo ha lo-grado totalmente, cabe s� decir que nadie ha rea�lizado una labor de interpretaci�n m�s s�lida, m�s sincera, m�s cient�fica. Ella comprende un esquema de la evoluci�n econ�mica, cinco estu�dios admirables sobre el problema del indio, el problema de la tierra, el proceso de la instruc�ci�n p�blica, el factor religioso y el debate so�bre regionalismo y centralismo. Un estudio no�tabil�simo sobre la literatura de su tierra, en que el cr�tico se manifiesta en toda su val�a, clausu�ra el volumen. El problema del indio, que afecta en forma honda a Sud Am�rica, es, sin duda, el m�s im�portante de cuantas trata. �C�mo y desde qu� �ngulo lo enfoca nuestro autor? Escuch�moslo: "La cuesti�n ind�gena, �dice�, arranca de nuestra econom�a, tiene sus ra�ces en el r�gimen de propiedad de la tierra. Cualquier intento de resolverla con medidas de administraci�n o po�lic�a, con m�todos de ense�anza o con obras de vialidad, constituye un trabajo superficial o adje�tivo, mientras subsista la feudalidad de los "ga�monales"7. "La fe en el resurgimiento ind�gena �expre�sa Mari�tegui en el pr�logo de "Tempestad en los Andes", de Valc�rcel�, no proviene de un proceso de "occidentalizaci�n" material de la tie�rra quechua. No es la civilizaci�n, no es el alfa�beto del blanco, lo que levanta el alma del indio. Es el mito, es la idea de la revoluci�n socialis�ta. La esperanza ind�gena es absolutamente re�volucionaria. El mismo mito, la misma idea, son agentes decisivos del despertar de otros viejos pueblos, de otras viejas razas en colapso: ind�es, chinos, etc.". "El socialismo, �dice en su libro maestro�, nos ha ense�ado a plantear el problema ind�ge�na en nuevos t�rminos. Hemos dejado de con�siderarlo abstractamente como problema �tnico o moral para reconocerlo concretamente como problema social, econ�mico y pol�tico. Y enton�ces lo hemos sentido por primera vez, esclareci�do y demarcado". Mari�tegui estudia con grande amor el Inka�rio. Vuelve sus ojos al pasado de la civilizaci�n del Tawantinsuyu y constata afinidades y su-pervivencias comunistas en instituciones que aun se mantienen en pueblucos perdidos del antiguo Imperio, hasta los cuales no ha llegado sino de manera imperfecta la tiran�a del gamo�nal. Tiene profunda fe en ciertos valores elementales del indio. Escribe: "El indio sigue viviendo su antigua vida rural. Guarda hasta hoy su traje, sus costumbres, sus industrias t�pi�cas. Bajo el m�s duro feudalismo, los rasgos de la agrupaci�n social ind�gena no han llegado a extinguirse. La sociedad ind�gena puede mos�trarse m�s o menos primitiva o retardada; pero es un tipo org�nico de sociedad y de cultu�ra. Y ya la experiencia de los pueblos de Orien�te, el Jap�n, Turqu�a, la misma China, nos han probado c�mo una sociedad aut�ctona, aun des�pu�s de un largo colapso, puede encontrar por sus propios pasos y en muy poco tiempo, la v�a de la civilizaci�n moderna y traducir, a su pro�pia lengua, las lecciones de los pueblos de Occidente". Esa fe en el indio, �inspiradora, en el terre�no literario, de una escuela con fuerte arraigo hoy: el Indigenismo�, hace situar la soluci�n del m�ximo problema nacional de su pa�s en la redenci�n de la raza ind�gena. "La redenci�n, �expresa�, la salvaci�n del indio, he ah� el pro-grama y la meta de la redenci�n peruana. Los hombres nuevos quieren que el Per� repose so�bre sus naturales cimientos biol�gicos. Sienten el deber de crear un orden m�s peruano, m�s aut�ctono. Y los enemigos hist�ricos y l�gicos de este programa son los herederos de la con�quista, los descendientes de la colonia. Vale de�cir los gamonales. A este respecto no hay equ�voco posible". Y a�ade: "El Per� tiene que optar por el ga�monal o por el indio. Este es su dilema. No existe un tercer camino. Planteado este dilema, todas las cuestiones de arquitectura del r�gimen pasan a segundo t�rmino. Lo que les importa primordialmente a los hombres nuevos es que el Per� se pronuncie contra el gamonal, por el indio". En otros t�rminos, y ampliando el concepto anterior, Mari�tegui estima que hay una duali�dad por resolver, "una dram�tica dualidad de raza, de lengua y de sentimiento, nacida de la invasi�n y conquista del Per� aut�ctono por una raza extranjera que no ha conseguido fusionarse con la raza ind�gena ni eliminarla ni absor�berla". En �ltimo t�rmino8, el problema debe plan�tearse como la necesidad nacional y supranacio�nal, para el Per�, de rehabilitar su raza abori�gen y de iniciar su cultura, resolviendo, previamente, la cuesti�n econ�mica, que es de vital importancia. Ello traer� por tierra el gamonalis�mo y har� posible el advenimiento socialista a base de la restauraci�n del Per� ind�gena, adap�tado a las condiciones econ�micas, culturales y pol�ticas de la era leniniana. El punto de vista de Mari�tegui es v�lido para casi todos los pa�ses de Sud Am�rica, con excepci�n de Chile, Argentina y Uruguay, en que la raza blanca domina casi exclusivamente. El problema ind�gena es uno de los m�s graves que tendr� que afrontar nuestra Am�rica, y su plan�teamiento abre hoy, para ella, un debate que en el terreno social reviste tanta importancia como la que en el pol�tico detenta la batalla que las fuerzas socialistas est�n librando contra el pasado. Batalla en que se baten, de una parte todos los partidos que el siglo �ltimo sos�tuvieron el mediocre duelo entre conservantismo y liberalismo y que hoy aparecen econ�mi�camente indiferenciados, y, por otra, las fuerzas proletarias en cuya conciencia colectiva co�mienza ya a adquirir cuerpo la necesidad de su ascensi�n cultural y econ�mica. Discut�a yo el problema, no ha mucho, con uno de los m�s brillantes l�deres de nuestro socialismo. "Nada hay que esperar de las ma�sas ind�genas, me dec�a. En toda Am�rica cons�tituir�n una enorme fuerza retardataria. Falta all� el valor hombre, el valor inteligencia y, en consecuencia, la posibilidad del valor pol�tico. De su seno no saldr� una personalidad, una idea grande, una fuerza impulsora". Ciertamente hay distancia de este pesimismo que quiere basarse en razones cient�ficas y eco�n�micas al optimismo excesivo de los l�deres, intelectuales y l�ricos en su mayor�a, que desde las sierras del Per� a las monta�as de M�xico cantan las excelencias de las razas aut�ctonas. Creo que de la mayor parte de las razas ind�genas de Am�rica no cabe esperar sino muy po�co. Casi todas ellas son notoriamente inferiores, en calidad humana, en posibilidad humana, a la raza blanca y a la raza negra. En lo que to�ca a las razas quechua y azteca no puede decirse otro tanto, porque constituyeron civilizaciones diferencias. Si es cierto que hasta hoy el indio peruano no ha dado ninguna muestra brillante que lo vincule a su propio pasado, lo que hace suponer un marasmo intelectual, �ndice de un colectivo retroceso, no es menos cierto que las condiciones econ�micas en que la Colonia, pri�mero, y la Rep�blica, despu�s, lo han manteni�do desde los tiempos de la Conquista, �traicio�nando el esp�ritu de los caudillos de la Indepen�dencia, expresado con tanta nobleza por Bol�var y O'Higgins�, hace casi imposible su pro�greso, porque el factor cultural est� necesariamente subordinado al econ�mico9. Hay, pues, ra�zones para creer, en lo que respecta al Per� y a M�xico, �en proceso actual de desenvolvi�miento este �ltimo�, que la tesis de Mari�tegui, cuando exige la rehabilitaci�n cultural, econ�mi�ca y social del indio, es justa. No hay, tampoco, duda de que el desenvol�vimiento socialista y su aporte a la civilizaci�n y a la sociedad socialista, se ver�n dificultados, entrabados y disminuidos por el factor ind�gena. Pero no caben alternativas. No podemos desco�nocer la realidad ind�gena. Por lo dem�s, si la tarea ha de ser m�s dura, menos brillante y ha de importar fuerte suma de sacrificio, ello en�contrar� compensaci�n en la conciencia de que ese aporte nuestro y de nuestras razas ind�ge�nas ha de cumplir m�s generosamente la esen�cia del ideal socialista, que busca la liberaci�n, y, por ende, la valoraci�n de las masas obreras y campesinas como fundamento de una nueva sociedad y de una nueva moral. * * * Junto al problema del indio debe considerarse el del mestizo. Veamos c�mo define nuestro autor al mesti�zaje de su pa�s: "El cruzamiento del invasor no hab�a producido en el Per� un tipo m�s o menos homog�neo. A la sangre ibera y quechua se hab�a mezclado un copioso torrente de sangre africana. M�s tarde la importaci�n del cool� de�b�a a�adir a esta mezcla un poco de sangre asi�tica. Por ende, no hab�a un tipo sino diver�sos tipos de criollos, de mestizos. La fusi�n de tan dis�miles elementos �tnicos se cumpl�a, por otra parte, en un tibio y sedante pedazo de tie�rra baja, donde una naturaleza indecisa y ne�gligente no pod�a imprimir en el blando produc�to de esta experiencia sociol�gica un fuerte se�llo individual". Mari�tegui desde�� al mestizo peruano. Vas�concelos, a la inversa, cifra en el porvenir del mestizo de M�xico una esperanza mesi�nica. Cree que en el futuro de Am�rica el mestizaje actuar�, racial y socialmente, en forma prepon�derante. Mari�tegui y Vasconcelos exageran sus pun�tos de vista. En verdad, mucho de lo que hemos dicho o comentado sobre el indio, puede, tam�bi�n, aplicarse al mestizo y a su influencia en nuestro porvenir continental. * * * El problema educacional encuentra en Ma�ri�tegui una interpretaci�n asaz acertada de su proceso y de su actual planteamiento. "La historia de la instrucci�n p�blica en el Per�, �dice, haciendo el balance de la influen�cias espa�ola, francesa y norteamericana, que se han sucedido durante la Rep�blica�, se divide as� en los tres per�odos que se�alan estas tres influencias. Los l�mites de cada per�odo no son muy precisos. Pero en el Per� �ste es un defec�to com�n a casi todos los fen�menos y a casi to�das las cosas. Hasta en los hombres rara vez se observa un contorno neto, un perfil categ�rico. Todo aparece siempre un poco borroso, un po�co confuso". "El problema, a�ade, est� en las ra�ces mismas de este Per� hijo de la conquista. No so�mos un pueblo que asimila las ideas y los hom�bres de otras naciones, impregn�ndolos de su sentimiento y su ambiente, y que de esta suer�te enriquecen, sin deformarlo, su esp�ritu nacio�nal. Somos un pueblo en el que conviven, sin fusionarse a�n, sin entenderse todav�a, ind�ge�nas y conquistadores. La Rep�blica se siente y hasta se confiesa solidaria con el Virreinato. Co�mo el Virreinato, la Rep�blica es el Per� de los colonizadores m�s que de los regnicolas. El sen�timiento y el inter�s de las cuatro quintas partes de la poblaci�n no juegan casi ning�n rol en la formaci�n de la nacionalidad y de sus ins�tituciones"10. Este balance parece rigurosamente exacto. La influencia francesa, como la espa�ola, no han sabido preparar una clase dirigente con aptitu�des reales para construir y, acaso, un poco, tam�bi�n, para reconstruir. Mari�tegui nota incon�gruencia, en ella, con las necesidades de la evo�luci�n de la econom�a nacional: incongruencia que agrava el olvido en que se tiene todav�a el factor ind�gena. Es preciso democratizar la ense�anza, pero eso, nos dice, no es posible hacerlo, en ning�n pa�s, sin antes democratizar su econom�a y, por ende, su super-estructura pol�tica. Esto explica el fracaso de la reforma univer�sitaria en el Per�. Hubo un movimiento estudiantil, inspirado tal vez en el que, casi coet�neamente, nac�a en Argentina y en Chile. Sus resultados est�n a la vista. Durante un tiempo hizo su aparici�n, en las aulas de San Marcos, el esp�ritu renovador; pero fueron breves sus visitas, como las del sol en invierno. Pasaron los agitadores y la reac�ci�n volvi� a ense�orearse de la vieja casa aris�tocr�tica en que todav�a parece presidir el es�p�ritu de la �poca virreinal. S�lo hizo excep�ci�n la Universidad de Cuzco, �en el coraz�n del Per� ind�gena�, cuya comisi�n propuso es�tas ponencias, b�sicas de reforma: "creaci�n de la docencia libre como cooperante del profeso�rado titular; adopci�n del sistema de seminarios y conservatorios; supresi�n del examen de fin de a�o como prueba definitiva; consagraci�n absoluta del catedr�tico universitario a su mi�si�n educativa; participaci�n de los alumnos y ex-alumnos en la elecci�n de las autoridades universitarias; representaci�n del estudiantado en el Consejo universitario y en el de cada fa�cultad; democratizaci�n de la ense�anza" 11. A la par que estas finalidades, que envuel�ven el m�nimum de las aspiraciones de reforma educacional en toda Am�rica, conviene mencio�nar la definici�n que del problema ha hecho la vanguardia de la Universidad de la Plata, en la Rep�blica Argentina12, y cuyos puntos esenciales dicen as�: "1��El problema educacional no es sino una de las fases del problema social; por ello no puede ser solucionado aisladamente. 2��La cultura de toda sociedad es la expresi�n ideol�gica de los intereses de la clase dominante. La cultura de la sociedad actual es, por lo tanto, la expresi�n ideol�gica de los intereses de la clase capitalista. 3��La �ltima guerra impe�rialista, rompiendo el equilibrio de la econom�a burguesa, ha puesto en crisis su cultura corre�lativa. 4��Esta crisis s�lo puede superarse con el advenimiento de una cultura socialista". La soluci�n integral del problema queda su�bordinado a la formaci�n de la nueva sociedad, o, mejor dicho, a la instauraci�n del r�gimen socialista. Pero esto no excluye las soluciones parciales que pueden y deben irse orientando, mientras no sea posible imprimirles ritmo r�pi�do, �realmente eficaz�, en el sentido de las ponencias enunciadas por la comisi�n de la Uni�versidad del Cuzco. * * * Estudiando el factor religioso, Mari�tegui advierte: "El socialismo, conforme a las conclu�siones del materialismo hist�rico, �que convie�ne no confundir con el materialismo filos�fico�, considera a las formas eclesi�sticas y doctrinas religiosas, peculiares e inherentes al r�gimen econ�mico-social que las sostiene y produce. Y se preocupa, por tanto, de cambiar �ste y no aqu�llas". De aqu� el esp�ritu profundamente ecu�nime con que, despu�s de haber analizado la religi�n del Inkario, reconoce las influencias civilizadoras del catolicismo durante el coloniaje. Dice de la religi�n del Tawantinsuyu: "El pue�blo incaico ignor� toda separaci�n entre la reli�gi�n y la pol�tica, toda diferencia entre Estado e Iglesia. Todas sus instituciones, como to�das sus creencias, coincid�an estrictamente con su econom�a de pueblo agr�cola y con su esp�ritu de pueblo sedentario. La teocracia descan�saba en lo ordinario y lo emp�rico; no en la virtud taumat�rgica de un profeta ni de su ver�bo. La Religi�n era el Estado". Y de la influencia cat�lica espa�ola: "Durante el coloniaje, a pesar de la inquisici�n y la contrarreforma, la obra civilizadora es, sin em�bargo, en su mayor parte, religiosa y eclesi�stica. Los elementos de educaci�n y de cultura se concentraban exclusivamente en manos de la Iglesia. Los frailes contribuyeron a la organiza�ci�n virreinal no s�lo con la evangelizaci�n de los infieles y la persecuci�n de las herej�as, sino con la ense�anza de artes y oficios y el estable-cimiento de cultivos y obrajes. En tiempos en que la ciudad de los Virreyes se reduc�a a unos cuantos r�sticos solares, los frailes fundaron aqu� la primera Universidad de Am�rica. Importaron con sus dogmas y sus ritos, semillas, sarmien�tos, animales dom�sticos y herramientas. Estu�diaron las costumbres de los naturales, recogie�ron sus tradiciones, allegaron los primeros ma�teriales de su historia. Jesuitas y dominicos, por una suerte de facultad de adaptaci�n y asimila�ci�n, que caracteriza sobre todo a los jesuitas, captaron no pocos secretos de la historia y el esp�ritu ind�gena. Y los indios, explotados en las minas, en los obrajes y en las "encomiendas" encontraron en los conventos, y aun en los curatos, sus m�s eficaces defensores. El padre de Las Casas, en quien florec�an las mejores virtu�des del misionero, del evangelizador, tuvo pre�cursores y continuadores". Este juicio de Mari�tegui me parece v�lido para toda Sud Am�rica, singularmente en cuan�to se relaciona con Paraguay, cuyas misiones jesuitas constituyeron un interesante tipo de so�ciedad comunista primitiva. El catolicismo, al sentir de Mari�tegui, se superpuso a los ritos ind�genas, pero s�lo logr� absorberlos a medias. La Conquista fue la �lti�ma cruzada y su car�cter de tal la define "co�mo empresa esencialmente militar y religiosa", realizada en comandita por soldados y misio�neros. El esp�ritu heroico y apost�lico de los pri�meros tiempos cedi� paso al burocratismo de la �poca virreinal. La finalidad espiritual deb�a morir con ello, ahogada por pesadas capas de rutina. M�s tarde la Rep�blica, manteniendo los privilegios temporales de la Iglesia, prolongaba su influencia en la vida nacional. "Amamantado por la catolicidad espa�ola, el Estado peruano, �afirma nuestro autor�, ten�a que constituirse como Estado semi feudal y cat�lico". Aserto que puede aplicarse a toda la Am�rica hispana. El siglo XIX presenci� la conclusi�n de la dualidad liberal-conservadora. El problema so�cial, de ra�z y de m�viles eminentemente econ�micos, no ve, en verdad, en la cuesti�n religiosa, nada que pueda en modo alguno afectarla. Acaso cabr�a intuir, �Mari�tegui recuerda a Sorel�, que los actuales mitos sociales o revolucionarios "pueden ocupar la conciencia profunda de los hombres con la misma plenitud que los antiguos mitos religiosos". * * * Mari�tegui, con notabil�simo acierto cr�tico, y aplicando los principios del materialismo his�t�rico, ha hecho, en uno de los m�s sustancio�sos ensayos de su obra, el proceso de la litera�tura peruana. Y al hacerlo dice asumir el papel de testigo y de actor, nunca el de juez, pues quiere dar su testimonio, comunicar su confesi�n. �Cu�n distinta su actitud a la de los cr�ticos literarios que suelen hablar ex-c�tedra de lo que creen co�nocer o de aquello que, muchas veces, son fun�cionalmente incapaces de sentir! Creo que en cierto modo los hombres s�lo est�n en condicio�nes de juzgar aquello que sienten o que aman. Para realizar cr�tica constructiva y eficaz, para dirigir esp�ritus, para abrir caminos, es menes�ter poder y saber colocarse sobre los propios amores y la propia pasi�n, super�ndose, cerni�n�dose por encima de la hora y del espacio. Este g�nero de cr�tica s�lo parece accesible a las inte�ligencias de primera clase. "Para una interpretaci�n profunda del esp�ri�tu de una literatura, �escribe Mari�tegui�, la nueva erudici�n literaria no es suficiente. Sirven m�s la sensibilidad pol�tica y la clarividen�cia hist�rica. El cr�tico profesional considera la literatura en s� misma. No percibe sus relacio�nes con la pol�tica, la econom�a, la vida en su totalidad. De suerte que su investigaci�n no llega al fondo, a la esencia de los fen�menos litera�rios. Y, por consiguiente, no acierta a definir los obscuros factores de su g�nesis ni de su subconciencia". Mari�tegui juzga flaca, an�mica, sin ra�ces en el alma del pueblo, a la literatura de su pa�s, en la cual el coloniaje parece haber prolongado sus ra�ces casi hasta nuestros d�as, produ�ciendo "barroquismo, y culteranismo de cl�rigos y oidores, durante el coloniaje; romanticismo y trovadorismo mal trasegado de los biznietos de los mismos oidores y cl�rigos, durante la Rep��blica". La literatura colonial ha permanecido extra�a al Inkario; lo ha desconocido, lo ha desde�ado. En ese desconocimiento, en ese desd�n, en�cuentra Mari�tegui la ra�z de su endeblez. "El literato peruano, �escribe�, no ha sabido casi nunca sentirse vinculado al pueblo. No ha po�dido ni deseado traducir el penoso trabajo de formaci�n de un Per� integral, de un Per� nue�vo. Entre el Inkario y la Colonia ha optado por la Colonia. El Per� nuevo era una nebulosa. S�lo el Inkario y la Colonia exist�an neta y de�finidamente. Y entre la balbuciente literatura peruana y el Inkario y el indio se interpon�a, separ�ndolos e incomunic�ndolos, la Conquista". Esa actitud mental, calificada de colonialis�mo, parece llenar la literatura peruana del siglo XIX. S�lo Gonz�lez Prada, fuerte temperamento empapado en rebeld�a, logra salvarse del pecado original. Un grupo, sin embargo, imagi�na orientar su acci�n hacia lo nacional, hacia lo aut�ctono. Otro grupo, posterior, el m�s im�portante, el que ten�a un mensaje nuevo que decir, inicia la vuelta hacia el indio; lo busca, quiere empaparse en �l; intenta, �vidamente, be�ber sus ideas y sus aspiraciones; procura pe�netrar en su pensamiento, ense�orearse de los secretos de su vida. Y ese grupo, el m�s af�n, espiritualmente, con Mari�tegui, forma el Indigenismo13. Para �l, para sus hombres, son las m�s c�lidas palabras y los juicios m�s certeros quiz�s. El otro Per�, el Per� espa�ol, el Per� cos�mopolita, no puede hallar cabida en el amor de Mari�tegui. Lo estudia, procura comprenderlo, y, en todo caso, lo critica con sinceridad hond�si�ma, llegando a interpretarlo magistralmente desde su punto de vista. �Desde su punto de vista! No exijamos m�s. Ni aun los cerebros de pri�mer orden se resignan a perder su punto de vista. Sin embargo, Mari�tegui consigue, a menu�do, superarlo. �Qu� se puede decir de mejor en elogio de un soci�logo y de un artista? Veamos un juicio cualquiera de Mari�tegui. El de don Ricardo Palma, por ejemplo: "Las tradiciones de Palma �escribe� tienen, pol�ti�ca y socialmente, una filiaci�n democr�tica. Pal�ma interpreta al medio pelo. Su burla roe risue��amente el prestigio del Virreinato y el de la aristocracia. Traduce el malcontento zumb�n del demos criollo. La s�tira de las "Tradiciones" no cala muy hondo ni golpea muy fuerte; pero, pre�cisamente por esto, se identifica con el humor de un demos blando, sensual y azucarado. Lima no pod�a producir otra literatura. Las "Tradi�ciones" agotan sus posibilidades. A veces se exceden a s� mismas". Creo que pocos cr�ticos han logrado penetrar m�s certeramente que Mari�tegui en la m�du�la de una literatura. * * * Para fijar la posici�n de Mari�tegui dentro del socialismo y orientarnos acerca de la pro�yecci�n de su ense�anza, y del rol que le toc� actuar en su pa�s, conviene que examinemos su Defensa del Marxismo, ensayo en el cual em�prende la tarea de refutar la obra de Henri de Man "M�s all� del Marxismo"14. Mari�tegui es definido en su posici�n. Man�tiene la integridad de su esp�ritu socialista, en�raizado fuertemente en Marx, cuya doctrina pro-cura expurgar de la acusaci�n de precariedad, defendi�ndola, tambi�n, de las ambiciones de su�peraci�n con que suele tentar a los ide�logos de la derecha o de la izquierda, tanto en el terre�no de la burgues�a como en el del propio socia�lismo. Mari�tegui examina con hondura, con justeza, con serenidad los testimonios que se le presentan y no desde�a ninguno que manifieste alg�n valor. Su doctrinarismo excluye, pues, sin dejar de ser dogm�tico en lo esencial, toda in-transigencia y, en tal sentido, lo aparta de la ortodoxia escrita de Mosc�15. Y es que Mari�te�gui no es propiamente comunista, en el actual sentido bolchevique. Admira a Lenin con hondo fervor, observa la marcha de sus realizaciones en la gran naci�n eslava y comprende que de ah� nacer�n los moldes del nuevo tiempo, pero no parece comulgar �ntegramente con la Terce�ra Internacional. Sus reservas, no especificadas, fluyen de la naturaleza misma de su obra. Analicemos un poco su Defensa del Marxis�mo. Dice sobre Marx: "Marx est� vivo en la lu�cha que por la realizaci�n del socialismo libran, en el mundo, innumerables muchedumbres, ani�madas por su doctrina. La suerte de las teor�as cient�ficas o filos�ficas, que �l uso, super�ndo�las y trascendi�ndolas, como elementos de su trabajo te�rico, no compromete en lo absoluto la validez y la vigencia de su idea. Esta es radicalmente extra�a a la mudable fortuna de las ideas cient�ficas o filos�ficas, que la acompa�an o la anteceden inmediatamente en el tiempo". Y en otra parte a�ade: "En vez de procesar al marxis�mo por retraso e indiferencia respecto a la filosof�a contempor�nea, ser�a el caso, m�s bien, de procesar a �sta por deliberada y miedosa incomprensi�n de la lucha de clases y del so�cialismo". La funci�n �tica del socialismo cree que "debe ser buscada, no en grandilocuentes dec�lo�gos, ni en especulaciones filos�ficas, que en nin�g�n modo constitu�an una necesidad de la teo�rizaci�n marxista, sino en la creaci�n de una moral de productores por el propio proceso de la lucha anticapitalista", Esta voz de orden invi�ta a la preparaci�n cultural de las masas, como condici�n previa para la instauraci�n de un nue�vo orden social. "Marx no pod�a concebir ni proponer �dice� sino una pol�tica realista y, por esto; extrem� la demostraci�n de que el proceso mismo de la econom�a capitalista, cuan�to m�s plena y vigorosamente se cumple, conduce al socialismo; pero entendi� siempre, co�mo condici�n previa de un nuevo orden, la ca�pacitaci�n espiritual e intelectual del proletaria-do para realizarlo, a trav�s de la lucha de clases". En la lucha de clases estriba, pues, la ascensi�n al socialismo como r�gimen en ejercicio, pero este concepto alcanza en Mari�tegui un significado m�s humano que en el bolchevismo, un significado que importa condenaci�n de las violencias in�tiles, sin dejar la acci�n16. En este sentido Mari�tegui aparece m�s integralmente socialista que los ortodoxos de Mosc�. Y no es, repito, que rehuya la acci�n o que ignore el sentido necesario de la lucha de clases: "Por la v�a del socialismo "moral", y de sus pl�ticas anti�materialistas, �escribe�, no se consigue sino recaer en el m�s est�ril y lacriminoso romanti�cismo humanitario, en la m�s decadente apolo�g�tica del "paria", en el m�s sentimental e inep�to plagio de la frase evang�lica de los "pobres de esp�ritu". Y esto equivale a retrotraer al so�cialismo, a su estaci�n rom�ntica, utopista, en que sus reivindicaciones se alimentaban, en gran parte, del resentimiento y la divagaci�n de esa aristocracia que, despu�s de haberse entre-tenido id�lica y dieciochescamente en disfrazarse de pastores y zagales y en convertirse a la en�ciclopedia y al liberalismo, so�aba, con acaudillar bizarra y caballerescamente una revoluci�n de descamisados y de ilotas. Obedeciendo a una ten�dencia de sublimaci�n de su sentimiento, este g�nero de socialistas, �al cual nadie piensa en negar sus servicios y en el cual descollaron a gran altura esp�ritus extraordinarios y admira�bles�, recog�a del arroyo los clis�s sentimenta�les y las im�genes demag�gicas de una epopeya de "sans culottes", destinada a instaurar en el mundo una edad paradis�acamente rousseaniana. Pero, como sabemos desde hace mucho tiempo, no era ese absolutamente el camino de la revo�luci�n socialista. Marx descubri� y ense�� que hab�a que empezar por comprender la fatalidad de la etapa capitalista y, sobre todo, su valor. El socialismo, a partir de Marx, aparec�a como la concepci�n de una nueva clase, como una doc�trina y un movimiento que no ten�an nada de com�n con el romanticismo de quienes repudia�ban, cual una abominaci�n, la obra capitalista. El proletariado sucedi� a la burgues�a en la empresa civilizadora. Y asum�a esta misi�n, cons�ciente de sus responsabilidades y su capacidad, �adquiridas en la acci�n revolucionaria y en la usina capitalista�, cuando la burgues�a, cum�plido su destino, cesaba de ser una fuerza de progreso y cultura. Por esto la obra de Marx tiene cierto acento de admiraci�n de la obra capitalista, y "El Capital", al par que la base de una ciencia socialista, es la mejor epopeya del capitalismo". En los asertos que siguen aparece, m�s cla�ro a�n, su concepto civilizador y eminentemen�te humano de la lucha de clases. "La energ�a revolucionaria del socialismo, �expresa�, no se alimenta de compasi�n ni de envidia. En la lu�cha de clases, donde residen todos los elemen�tos de lo sublime y heroico de su ascensi�n, el proletariado debe elevarse a una "moral de pro�ductores", muy distante y distinta de la "mo�ral de esclavos" de que oficiosamente se empe��an en proveerlo sus gratuitos profesores de moral, horrorizados de su materialismo. Una nueva civilizaci�n no puede surgir de un triste y humillado mundo de ilotas y de miserables, sin m�s t�tulo ni m�s aptitud que los de su ilotismo y su miseria. El proletariado ingresa en la historia, pol�ticamente sino como clase so�cial, en el instante en que descubre su misi�n de edificar con los elementos allegados por el esfuerzo humano, moral o amoral, justo o injus�to, un orden social superior. Y a esta capaci�dad no ha arribado por milagro. La adquiere situ�ndose s�lidamente en el terreno de la eco�nom�a, de la producci�n. Su moral de clase depende de la energ�a y hero�smo con que opere en este terreno y de la amplitud con que co�nozca y domine la econom�a burguesa"17. Hay que despojar a la idea socialista de m�viles de envidia y de venganza. Te�ricamente �s�tos no existen, pero en la pr�ctica cabe reconocer su acci�n, explicada por el tremendo com�plejo de inferioridad que sufren casi todos los proletarios de hoy. �C�mo encarar este proble�ma que en esta Am�rica reviste, ya, caracteres tr�gicos, angustiosos? Veo dos medios que pue�den coexistir actualmente: de una parte la rea�lizaci�n efectiva, �no en el papel�, de una po�l�tica de bienestar social realizada en las llamadas leyes sociales que en muchos estados bur�gueses concurren a mejorar y aun a sanear un poco la situaci�n econ�mica del proletariado, y, por otra, el esfuerzo de �ste y de sus elementos dirigentes para alcanzar cultura m�nima. Ello no importa disminuci�n del valor revolucionario, sino un modo pr�ctico de fortalecerlo en sus for�mas m�s elevadas, eliminando, �a un tiempo�, muchos de los factores que pudieran devenir retardatarios: incultura m�xima, miseria extrema, y dem�s complejos de inferioridad que, exaspe�rados, se transforman f�cilmente en bajos m�viles de venganza social. El socialismo no busca la destrucci�n in�til. Quiere construcci�n y, si ha de utilizar materiales nuevos en todo lo esencial, no por ello podr�a desde�ar lo bue�no, lo grande, y lo �til que encuentre en la so�ciedad burguesa. Es preciso no olvidar que no hay soluci�n de continuidad posible en la mar-cha de la historia, �si aplicamos para juzgarla los principios del materialismo hist�rico�, y la sociedad socialista tendr� que asumir, en su d�a, el rol de heredera y superadora de la sociedad burguesal8. Existe en el problema por resolver fuerte in�terdependencia econ�mica y cultural, en forma que, sin valorar ambos factores, es imposible llegar a un comienzo de soluci�n. Mari�tegui comprende que al proletariado no puede bastarle la decadencia o el agotamiento del capitalismo, porque el socialismo no puede ser "la consecuencia autom�tica de una ban�carrota". Sin cultura en los dirigentes ni posi�bilidad de r�pido desenvolvimiento cultural en las masas, �y subrayo lo de r�pido en toda su relatividad�, el socialismo no puede alcanzar plenitud de realizaci�n. Desde el punto de vista de la burgues�a, el indiferentismo agresivo no lleva a soluciones precarias sino a agravar dolorosamente el statu quo social, abriendo campo a las peores regre�siones, a la violencia est�ril y retardataria. No cabe nada m�s peligroso y m�s in�til que impe�dir o coartar el desenvolvimiento de la cultura proletaria al cual va inseparablemente aparejada la evoluci�n de sus condiciones econ�micas. "El socialismo contempor�neo, �otras �pocas han tenido otros tipos de socialismo que la his�toria designa con diversos nombres, escribe Ma�ri�tegui en Siete ensayos, es la ant�tesis del liberalismo: pero nace de su entra�a y se nu�tre de su experiencia. No desde�a ninguna de sus conquistas intelectuales. No escarnece y vi�lipendia sino sus limitaciones. Aprecia y comprende todo lo que en la idea liberal hay de positivo; condena y ataca s�lo lo que en esta idea hay de negativo y temporal". Esta definici�n arroja mucha luz y permite afirmar que Mari�tegui ve�a advenir, con nota�ble intuici�n, la esencia de lo que ha de ser nuestro socialismo americano. Creo que �ste ha de orientarse en un senti�do de tolerancia sin dejar de ser energ�tico, de paz sin perder la conciencia de la necesariedad de la ofensiva, de libertad en lo que �sta sea compatible con el advenimiento y arraigamien�to de las nuevas formas sociales y econ�micas. Nuestro socialismo deber� buscar su realizaci�n integral sin transacciones que comprometan su acci�n o su desenvolvimiento, pero, tambi�n, ahorrando todas las crueldades, todas las in�ti�les injusticias y los inexcusables privilegios. Y en el sentido internacional ha de buscar su camino, por lo menos durante las primeras eta�pas, en el estudio y resoluci�n �independien�tes� de sus propios problemas. La formaci�n de una Internacional Socialista de Am�rica, que, sin renegar de Mosc�, sepa asumir y compren�der su misi�n, deber� resolver este aspecto esen�cial de nuestro socialismo. * * * Algunos conceptos m�s, aun19. Tuvo Mari�tegui papel pol�tico eminente. Si bien su vida hubo de deslizarse un poco al margen de las actividades p�blicas, no por ello su influencia fue menos honda. La suya fue misi�n de sembrador y, en tal sentido, tendr� induda�ble repercusi�n pol�tica a trav�s del tiempo, porque los hombres de primer orden no act�an s�lo en la hora en que viven. Las grandes victo�rias de ma�ana son batallas que la juventud de nuestro tiempo est� librando ahora. Ning�n sacrificio es est�ril ni ning�n pensamiento grande puede perecer. Es en este sentido de conti�nuidad, y de repercusi�n en el tiempo, de las tareas intelectualistas de valor, en donde cabe situar el concepto de eternidad. Mari�tegui pase� por Am�rica su mirada pe�netrante, esa mirada que sab�a abarcar los pro�blemas en sus aspectos de interdependencia y ahondada hasta las ra�ces mismas de ellos. Pero sus estudios americanos no alcanzaron a cris�talizar en obra coordenada. Le falt� tiempo. En cambio, su pensamiento, sustancialmente anal�tico, agot� todos los aspectos de la realidad peruana. Nada escap� a su percepci�n, pudiendo afirmarse que intelectual alguno ha estudiado su tierra con mayor acierto, con m�s profundo verismo, con m�s noble sinceridad. Este aspecto de su labor lo aproxima a Wal�do Frank20. Mari�tegui hizo, con relaci�n a su pa�s, lo que Frank en relaci�n a Estados Uni�dos. Ambos dijeron su verdad, y esa verdad sig�nificaba un mensaje que las vanguardias de nuestras dos Am�ricas han escuchado. Es justo, pues, hoy que la existencia mate�rial termina su proceso, en Mari�tegui, rendirle el homenaje que merecen los grandes capitanes de almas, los fuertes conductores.
NOTAS: 1 Conferencia dictada en las Universidades de Chile y de Concepci�n, en mayo de 1930. Reproducida en forma de libro, N�mero 1 de "Ediciones M�stil" del Centro de De�recho de la Universidad de Chile, Imprenta Universita�ria de Santiago, julio de 1930. (Nota de los Editores). 2. El propio Mari�tegui traz� un vigoroso auto-retrato, en carta a la direcci�n de "La Vida Literaria", de Buenos Aires, con fecha 10 de enero de 1928 y que ha sido publicada en el n�mero de homenaje que consagrara, a su memo�ria, aquella importante publicaci�n argentina. Vale repro�ducirlo: "Aunque soy un escritor muy poco autobiogr�fico, le da�r� yo mismo algunos datos sumarios: Nac� el 95. A los 14 a�os, entr� de alcanza-rejones a un peri�dico. Hasta 1919 trabaj� en el diarismo, primero en "La Prensa", luego en "El Tiempo", finalmente en "La Raz�n", diario que fund� con C�sar Falc�n, Humberto del Aguila y otros mucha�chos. En este �ltimo diario patrocinamos la reforma univer�sitaria. Desde 1918, nauseado de pol�tica criolla, �como diarista, y durante alg�n tiempo redactor pol�tico y parla�mentario, conoc� por dentro los partidos y vi en zapatillas a los estadistas- me orient� resueltamente hacia el socialis�mo, rompiendo con mis primeros tanteos de literato infi�cionado de decadentismo y bizantinismo finiseculares, en pleno apogeo. De fines de 1919 a mediados de 1923 viaj� por Europa. Resid� m�s de dos a�os en Italia, donde despos� una mujer y algunas ideas. Anduve por Francia, Alemania, Austria y otros pa�ses. Mi mujer y mi hijo me impidieron llegar a Rusia. Desde Europa me concert� con algunos peruanos para la acci�n socialista. Mis art�culos de esa �poca se�alan las estaciones de mi orientamiento socialista. A mi vuelta al Per�, en 1923, en reportajes, conferencias en la Federaci�n de Estudiantes y en la Universidad Popular, art�culos, etc., expliqu� la situaci�n europea e inici� mi tra�bajo de investigaci�n de la realidad nacional, conforme al m�todo marxista. En 1924 estuve, como ya lo he contado, a punto de perder la vida. Perd� una pierna y qued� muy deli�cado. Habr�a seguramente ya curado del todo, con una exis�tencia reposada. Pero ni mi pobreza ni mi inquietud intelec�tual me lo consienten. Desde hace seis meses mejoro poco a poco. No he publicado m�s libro que el que Ud. conoce. Tengo listos dos y en proyecto otros. He ah� mi vida en po�cas palabras. No creo que valga la pena hacerla notoria; pero no puedo rehusarle los datos que Ud. me pide. Me olvi�daba: soy un autodidacta. Me matricul� una vez en Letras en Lima, pero con el s�lo inter�s de seguir un curso de la�t�n de un agustino erudito. Y en Europa frecuent� algunos cursos libremente, pero sin decidirme nunca a perder mi ca�r�cter extrauniversitario y, tal vez, si hasta antiuniversita�rio. En 1925 la Federaci�n de Estudiantes me propuso a la Universidad como catedr�tico de la materia de mi compe�tencia; pero, la mala voluntad del Rector y, seguramente, mi estado de salud, frustraron esta iniciativa". 3. Mari�tegui. Siete ensayos de interpretaci�n de la rea�lidad peruana. 4. Mari�tegui. Obra citada. 5. Mari�tegui habla poco, en la correspondencia publi�cada, de las persecuciones que sufriera. "Detesto la actitud pla�idera. No he especulado nunca sobre mis dramas", es-cribe a Espinoza (carta de 21 de noviembre de 1929). Acerca de la crisis motivada por la clausura de "Labor", escribe a Samuel Glusberg, el 29 de noviembre de 1929: "Sobre los �ltimos sucesos tengo poco que agregarle. Se me ha hecho saber que "Amauta" puede continuar apareciendo. El esc�ndalo causado por las medidas contra m� y los m�os y la energ�a serena con que los obreros han defendido a sus presos, han impuesto una r�pida rectificaci�n. No se ha pu�blicado 'nada, no se ha dicho nada; pero ya no habr� ele�mentos para hablar, como de costumbre, de complot comu�nista. El globo est� desinflado sin exhibici�n. Creo, sin em�bargo, que si dispondr� de m�s tiempo y calma para pre�parar mi viaje a Buenos Aires, ese ser� siempre mi camino. No es posible trabajar rodeado de acechanzas. Aunque me cueste un gran esfuerzo vencer el temor a la idea de que abandono el campo por fatiga o por fracaso, no puedo llegar a un extremo l�mite de sacrificio f�sico y mucho menos im�ponerlo a los m�os". ("La Vida Literaria", N� 20, Buenos Aires, mayo de 1930). 6. Mari�tegui ten�a en preparaci�n, terminadas acaso, las siguientes obras: "El alma matinal y otras estaciones del hombre de hoy", que �l mismo califica de "ideas y emo�ciones de la �poca", (en este libro ir�a incluido su Esquema de una explicaci�n de Chaplin), y un relato, "mezcla de cuento y cr�nica, de ficci�n y realidad", que pensaba editar en Santiago como novela corta. Sus actividades art�sticas, en la �ltima �poca, se inclina�ban tambi�n, un poco, a la novela. "No hago exclusivamente ensayos y art�culos �escribe a "La Vida Literaria" en carta de 18 de febrero de 1930, anterior de pocas semanas a su muerte�. Tengo el proyecto de una novela peruana. Para realizarlo espero s�lo un poco de tiempo y tranquilidad". 7. Mari�tegui. Obra citada. El insigne escritor define as� su concepto del gamonal: "El t�rmino "gamonalismo" no designa s�lo una categor�a social y econ�mica: la de los latifundistas o grandes propie�tarios agrarios. Comprende una larga jerarqu�a de funcio�narios, intermediarios, agentes, par�sitos, etc. El indio al�fabeto se transforma en un explotador de su propia raza porque se pone al servicio del gamonalismo. El factor cen�tral del fen�meno es la hegemon�a de la gran propiedad se�mifeudal en la pol�tica y el mecanismo del Estado. Por con-siguiente, es sobre este factor sobre el que se debe actuar si se quiere atacar en su ra�z un mal del cual algunos se empe�an en no contempla sino las expresiones epis�dicas o subsidiarias". (Obra citada). 8. Mari�tegui rechaza con energ�a las tendencias a con�siderar el problema ind�gena desde el punto de vista moral que califica de "concepci�n liberal, humanitaria, ochocentis�ta", o desde el punto de vista de la educaci�n, pues estima que la pedagog�a moderna tiene en cuenta, hoy m�s que nunca, los factores sociales y econ�micos. En cuanto a la suposici�n de que el ind�gena sea un problema �tnico, cree que esperar la emancipaci�n ind�gena "de un activo cruzamiento de la raza aborigen con inmigrantes blancos, es una ingenuidad antisociol�gica, concebible s�lo en la mente ru�dimentaria de un importador de carneros merinos. Los pue�blos asi�ticos, a los cuales no es inferior en un �pice el pue�blo indio, han asimilado admirablemente la cultura occi�dental, en lo que tiene de m�s din�mico y creador, sin transfusiones de sangre europea. La degeneraci�n del indio peruano es una barata invenci�n de los leguleyos de la masa feudal". (Mari�tegui. Obra citada). Estos argumentos son v�lidos relativamente. No cabe du�da de que la raza blanca es �tnica e intelectualmente su�perior a la ind�gena y que su cruzamiento con �sta, produce, a la larga, extraordinarios resultados. Pero tambi�n es evi�dente que pensar en dicho cruzamiento, para resolver el problema de pa�ses como Per�, M�xico y la mayor parte de los de Sud Am�rica, en que a lo menos el 75% de la pobla�ci�n es de pura sangre ind�gena, resulta absurdo. En este sentido la soluci�n que propone Mari�tegui, para el Per�, parece la �nica viable. Tiene raz�n, asimismo, cuando vincula el problema ind�gena al de la tierra. "Las expresiones de la feudalidad so�breviviente �escribe� son dos: latifundio y servidumbre. Expresiones solidarias y consustanciales, cuyo an�lisis nos conduce a la conclusi�n de que no se puede liquidar la ser�vidumbre, que pesa sobre la raza ind�gena, sin liquidar el latifundio". 9. "Hay �pocas en que parece que la historia se detie�ne; �escribe Mari�tegui� una misma forma social perdu�ra, petrificada, muchos siglos. No es aventurado, por tanto, la hip�tesis de que el indio en cuatro siglos ha cambiado po�co espiritualmente. La servidumbre ha deprimido, sin du�da, su psiquis y su carne. Le ha vuelto un poco m�s melan�c�lico, un poco m�s nost�lgico. Bajo el peso de estos cuatro siglos, el indio se ha encorvado moral y f�sicamente. Mas el fondo obscuro de su alma casi no ha mudado. En las sierras abruptas, en las quebradas lontanas, a donde no ha llegado la ley del blanco, el indio guarda a�n su ley ancestral". 10. "He constatado, por ejemplo, que la herencia espa��ola o colonial no consist�a en un m�todo pedag�gico sino en un r�gimen econ�mico-social. La influencia francesa se insert�, m�s tarde, en este cuadro, con la complacencia as� de quienes miraban en Francia la patria de la libertad ja�cobina y republicana como de quienes se inspiraban en el pensamiento y la pr�ctica de la restauraci�n. La influencia norteamericana se impuso finalmente, como una consecuen�cia de nuestro desarrollo capitalista al mismo tiempo que de la importaci�n de capitales, t�cnicos e ideas yanquis". (Mari�tegui. Obra citada). 11 Citado por Mari�tegui. "Revista Universitaria del Cuzco", N� 56, 1927. 12 Citado por Mari�tegui. "Sagitario", de La Plata, N� 2, 1925. 13. "El indigenismo en nuestra literatura, como se desprende de mis anteriores proposiciones, tiene fundamen�talmente el sentido de una reivindicaci�n de lo aut�ctono". (Mari�tegui. Obra citada). 14 "Lenin �afirma el autor de la Defensa del Marxis�mo� nos prueba en la pol�tica pr�ctica, con el testimo�nio irrecusable de una revoluci�n, que el marxismo es el �nico medio de proseguir y superar a Marx". �Es realmente el �nico medio? Sin duda el socialismo no podr� prescindir jam�s de los principios esenciales del marxismo, pero me parece que la evoluci�n misma de la so�ciedad socialista y sus realizaciones, dentro de etapas supe�riores, pueden indicar nuevas formas de superaci�n, que se aparten, en alg�n sentido, del marxismo. �Cu�les ser�an? Lenin ha dicho: "A trav�s de qu� etapas, por medio de qu� medidas pr�cticas avanzar� la humanidad hacia su etapa superior, eso no lo sabemos y no lo podemos saber... (Lenin: El Estado y la Revoluci�n). 15 En carta a Enrique Espinoza, de 10 de Marzo de 1929, dice a prop�sito de su Defensa del Marxismo: "Pero temo que mis conclusiones desfavorables al marxismo, aunque no abordan la pr�ctica de los partidos socialistas, sean un motivo para que "La Vanguardia" no se interese por este libro. Consta de dos ensayos: "Defensa del Marxismo" y "Teor�a y pr�ctica de la Reacci�n". Las he escrito con aten�ci�n y me parece que pueden despertar inter�s. Por lo me-nos no son un intento vulgar". Mari�tegui se refiere clara-mente, a mi entender, al marxismo oficial de la U.R.S.S. Ese marxismo ha de experimentar a�n nuevas aclaraciones y rectificaciones en la pr�ctica de la Rep�blica de Lenin. 16. Abundando en esta idea, dice Mari�tegui en carta a la direcci�n de "La Vida Literaria" de Buenos Aires, de 30 de abril de 1927: "Estoy pol�ticamente en el polo opues�to al de Lugones. Soy revolucionario. Pero creo que entre hombres de pensamiento neto y posici�n definida es f�cil entenderse y apreciarse, a�n combati�ndose. Sobre todo combati�ndose. Con el sector pol�tico con el que no me en-tender� nunca es el otro: el del reformismo mediocre, el del socialismo domesticado, el de la democracia farisea". 17. No se puede acusar al marxismo de carencia de es�piritualidad. El materialismo comprende tambi�n lo espiri�tual. Tiene raz�n Mari�tegui cuando dice: "Tal como la me�taf�sica cristiana no ha impedido a Occidente grandes reali�zaciones materiales, el materialismo marxista compendia, como ya he afirmado en otra ocasi�n, todas las posibilidades de ascensi�n moral, espiritual y filos�fica de nuestra �poca". (Defensa del Marxismo). 18. "El marxismo, como especulaci�n filos�fica, �escri�be Mari�tegui�, toma la obra del pensamiento capitalista en el punto en que �ste, vacilante ante sus extremas conse�cuencias, vacilaci�n que corresponde estrictamente, en el orden econ�mico y pol�tico, a una crisis del sistema liberal burgu�s, renuncia a seguir adelante y empieza su maniobra de retroceso. Su misi�n es continuar esta obra". (Defensa del Marxismo). Esta necesidad de continuar �en el sentido general de la misi�n de toda civilizaci�n� incumbe al socialismo, como r�gimen en acci�n, en todos los aspectos. 19. Ahondando en nuestra propia historia puede encon�trarse un paralelo digno de Mari�tegui: el de Luis Reca�barren, caudillo de los primeros movimientos socialistas chilenos del siglo XX. Este paralelo arraiga en el sentido apost�lico de ambos. Recabarren desenvolvi� su vida de mo�do nobil�simo, encarnando sus ideales en manera integral. Vivi� modestamente, con pobreza franciscana. Por sus ma�nos de agitador pasaron, sin mancharlas, millares de pesos. Su acci�n tuvo caracteres evang�licos. So�aba en el mejoramiento del proletariado y en su predominio pol�tico y por conseguirlo luch� sin tregua toda la jornada. Su acci�n fue fecunda y de tal manera cristalina su vivir que hasta los propios adversarios pol�ticos han acabado por rendirle ho�menaje. Recuerdo, por ejemplo, que cierto destacado pol�tico chileno del r�gimen parlamentario, hombre de ponderado talento, que tuvo oportunidad de conocerlo de cerca, me dijo en cierta ocasi�n: "Creo, con usted, que por su val�a moral puede presentarse a Recabarren como un modelo ante las juventudes de Am�rica". Recabarren fue un autodidacta. Se form� a s� mismo y lleg� a poseer efectiva cultura socialista. Pero intelectual-mente qued� a gran distancia de Mari�tegui. Era inevitable. Recabarren hab�a nacido del pueblo mismo y hubo de luchar duramente con la vida. Mari�tegui, en cambio, tuvo la suer�te de nacer, como buena parte de los grandes dirigentes ru�sos, en el seno de las clases altas de su pa�s, que por razo�nes econ�micas y en fuerza de tradici�n estaban en aptitud de proporcionarle medios culturales que hoy contin�an sien-do, en la mayor parte de los pa�ses, patrimonio casi exclu�sivo de los privilegiados. La capacidad cerebral de Ma�ri�tegui era enorme y en ella afinc� una de las m�s s�li�das culturas de nuestro tiempo. Recabarren, luchador, ago�t� en el diario combate sus reservas intelectuales. Pero en compensaci�n su esp�ritu apost�lico acaso pudo desenvol�verse mejor y alcanzar mayor relieve su acci�n proletaria. �L�stima grande que en Mari�tegui hicieran falla la salud al cuerpo y el tiempo a la pluma! �De qu� admirable mo�do, pienso yo, se habr�an completado estos hombres!*. 20. A prop�sito de las relaciones que cultiv� con Waldo Frank: "Frank tiene ya el cartel que corresponde a su Espa�a Virgen �escribe Mari�tegui a Enrique Espinoza, con fecha 4 de julio de 1928�. La traducci�n de otras obras suyas lo acrecentar�. Entre los intelectuales, algunos lo han le�do en ingl�s y en franc�s. Estoy muy contento de haber sido aqu� tal vez el primero en recomendarlo a la curiosidad de la gente de letras". * Orrego Vicu�a, en su paralelo entre las vidas de Reca�barren y Mari�tegui, incurre en error por desconocer el origen modesto y la pobreza de la familia del Amauta (Nota de los Editores).
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