OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

PERUANICEMOS AL PER�

 

�ANTE EL PROBLEMA AGRARIO PERUANO� POR ABELARDO SOLIS* 

La m�s profunda de las transformaciones que se advierte en el pensamiento nacional, es el desplazamiento de los t�picos pol�ticos por las cuestiones econ�micas. Razonar sobre econom�a es siempre razonar pol�ticamente, pero pasando de lo formal a lo sustancial. En el Per�, donde se ha discurrido con exceso respecto a las formas pol�ticas, se ha meditado en cambio; bien poco acerca de las realidades econ�micas. Esta preocupaci�n aparece �nicamente ahora y es sin duda el mejor signo de una nue�va mentalidad (as� como el m�s severo cargo contra la Universidad civilista, y particularmente contra su extinta Facultad de Ciencias Pol�ticas �que jam�s produjo un pol�tico cient�fico� es el que formula en la exposici�n de motivos del Estatuto Univer�sitario el Ministro de Instrucci�n P�blica doctor Oliveira cuando deja expresa constancia de que para establecer la Facultad de Ciencias Econ�micas ha habido que buscar profesores sin grado acad�mico en la Banca, la Administraci�n P�blica, etc., porque la antigua facultad, en largos a�os, no hab�a servido para formar economistas).

Comentando el Bosquejo de Historia Econ�mica del Per� del doctor C�sar A. Ugarte tuve ocasi�n hace dos a�os de registrar el creciente orientamiento de las nuevas generaciones hacia los estudiosa econ�micos. Ahora me ofrece oportunidad para reiterar esta observaci�n el reciente libro del doctor Abelardo Sol�s: Ante el Problema Agrario Peruano.

El problema de la tierra domina nuestra realidad econ�mica. No importa, por consiguiente, que en su exposici�n Sol�s trate los aspectos jur�dicos y legales m�s que los aspectos propiamente econ�micos. Basta que su especulaci�n, en vez de un tema constitucional o pol�tico �r�gimen presidencial o parlamentario, unitario o federativo, etc.�, haya abordado un tema que pertenece ante todo a la econom�a nacional y que, por tanto, no figuraba antes en la orden del d�a de la Universidad.

La contribuci�n del doctor Sol�s al debate de esta cuesti�n es oportuna, inteligente y honrada. Su cr�tica de la tendencia individualista de la, legislaci�n republicana, enfoca con severo realismo los efectos adversos a la propiedad ind�gena de este liberalismo formal, impotente ante el latifundio, funesto para la "comunidad". Sol�s llega a esta proba conclusi�n, valios�sima como testimonio de un hombre de leyes y c�digos �y que por s� sola certifica la rectitud y superioridad de su esp�ritu�: "El problema agrario no ha sido jam�s un problema de legislaci�n, sino un problema vital que no pod�a resolverse mediante recetas legalistas". La inclinaci�n legalista a las reformas administrativas, que tantos est�mulos encontr� en el verbalismo de las viejas generaciones, es categ�ricamente abandonada. Se busca, al fin, la clave de la situaci�n social y por ende pol�tica del Per�, en el car�cter y el uso de la propiedad de la tierra. Y desaparece la aprensi�n por las medidas revolucionarias y radicales. Estudiando los or�genes del latifundio en el Per�, Sol�s escribe que "hay que insistir en se�alar el car�cter inicial de usurpaci�n violenta en la apropiaci�n individual de la tierra, es decir, hay que referirse a su ra�z hist�rica, por lo mismo que en el transcurso de los acontecimientos humanos son los propietarios a su vez como descendientes de los primeros terratenientes y mantenedores de la usurpaci�n, por �stos realizada quienes suelen manifestar una contradictoria y acomodaticia repugnancia por los m�todos de expropiaci�n violenta, puestos en pr�ctica en las revoluciones que han logrado restituir en la posesi�n y usufructo de la tierra a los que la cultivan, esos trabajadores campesinos, verdaderos descendientes de los primitivos agricultores que fueron despose�dos por los fundadores del latifundio". Observaci�n de rigurosa exactitud hist�rica que escandalizar�, sin embargo, a los defensores intransigentes y ortodoxos de los derechos de los propietarios.

El punto de vista de que parte Sol�s para denunciar los errores de la legislaci�n republicana, en su tendencia a disolver la "comunidad", lo mueve a superestimar un tanto la direcci�n opuesta en la legislaci�n y la pr�ctica coloniales. No conviene olvidar que la propiedad comunitaria y la propiedad feudal se conciliaban te�rica y pr�cticamente. Reconocer a las "comunidades" el derecho de conservar sus propiedades era un modo de vincular al campesino a la tierra. Si la propiedad comunitaria ha subsistido hasta hoy, no obstante su indefensa posici�n. legal, propicia a la expansi�n de la gran propiedad, ha sido sin duda por la observaci�n emp�rica de que el valor de un latifundio depend�a de su riqueza en hombres y de que para fomentar �sta no era prudente despojar del todo a los indios de sus tierras y, en todo caso, hab�a que devolverles su uso, mediante el "yanaconazgo". De la extrema y ret�rica requisitoria contra la praxis colonial, no s� debe pasar al t�rmino opuesto.

Sol�s dedica sendos art�culos a la universalidad del movimiento agrario, a la reforma agraria en M�xico, en Rusia y en Checoslovaquia. La vulgarizaci�n de estas reformas es evidentemente indispensable tanto para incitar a las gentes a considerar nuestra cuesti�n agraria, sin suponerla una invenci�n de teorizantes y revolucionarios, cuanto para confrontar nuestra situaci�n agraria, con la de esos pa�ses, antes de su nueva pol�tica y aprovechar las sugestiones de sus respectivas experiencias. La informaci�n de Sol�s no alcanza a hechos y estudios recientes que le habr�an conducido a conclusiones m�s completas. As�, en lo que concierne al �xitos del parcelamiento de Checoslovaquia habr�a sido interesante qu� su cr�tica hubiese tenido en cuenta los hechos que muelen al doctor Adam Rose, catedr�tico de pol�tica agraria de la Universidad de Varsovia, a constatar:

"l�� Que el porcentaje de obreros que llegaron a ser propietarios como consecuencia de la reforma es m�s elevado en Checoslovaquia que en Alemania, pero se mantiene, sin embargo, demasiado bajo:

"2�� Que hasta los obreros que llegan a comprar un lote obtienen en la mayor�a de los casos, muy poca tierra para emprender una explotaci�n racional;

"3�� Que cerca de la mitad de los obreros no han obtenido m�s socorro que una indemnizaci�n que les ayud� a vivir sin trabajar durante algunos meses, o hasta durante un a�o, pero que no deber�a considerarse como una verdadera soluci�n del problema que nos ocupa".

Las conclusiones finales del libro de Sol�s se condensan en las siguientes proposiciones: "La organizaci�n y definici�n del derecho de posesi�n de la tierra; la supresi�n de los monopolios de tierras, para hacer efectivo el principio de que tienen derecho a ellas, s�lo los que las cultivan; la reglamentaci�n de la explotaci�n de la tierra por las asociaciones y los individuos; tales ser�n las principales normas constitucionales del Estado y de la legislaci�n agraria peruana", "Sustituir al hacendado por la colectividad de trabajadores rurales, continuando intensificada y mejorada la explotaci�n agr�cola, suprimiendo, en beneficio de la colectividad de trabajadores y del Estado, la renta obtenida exclusivamente por el terrateniente: he aqu� la primordial cuesti�n concreta de lo que tratamos". Estas proposiciones anulan la discrepancia con algunas consideraciones del estudio de Sol�s, menos entonadas a un concepto econ�mico y socialista del problema. Hay all� una f�rmula por concretar que puede ser una. base de acuerdo para quienes estudian la cuesti�n con m�viles pr�cticos y criterio positivo.

 

 


 

NOTA:

 

* Publicado en Mundial, Lima, 21 de diciembre de 1928. Reproducido en Amauta, N� 20, enero de 1929, en la secci�n "Libros y Revista", p�gs. 100-102.