OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI |
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PERUANICEMOS AL PER� |
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ECONOMIA COLONIAL* I El a�o econ�mico de 1925 nos ha recor�dado de nuevo que toda la econom�a de la costa y, por ende, del Per� nacido de la con�quista, reposa sobre dos bases que, f�sica�mente, no pueden parecerle a nadie asaz s�lidas: el algod�n y el az�car. Esta consta�taci�n carece sin duda de valor para los hombres pr�cticos. Pero la visi�n de los hombres pr�cticos est� siempre demasiado dominada por las cosas de la superficie para ser verdaderamente profunda. Y, en al�gunas cuestiones, la teor�a cala m�s hondo que la experiencia. La teor�a, adem�s, interviene mucho m�s de lo que se piensa, en conceptos aparentemente emp�ricos y objetivos. El mundo, por ejemplo, cree en la solidez de la econom�a brit�nica no tanto por lo que le dicen las cifras de su comercio sino porque sabe que la base de esta econom�a es el carb�n. Y su confianza en el resurgimiento de la econom�a alemana tiene seguramente an�logos motivos. La prueba est� en que esa confianza s�lo se ha quebrantado cuando se ha visto amenazado o socavado uno de los cimientos de Alemania: el carb�n y el hierro. La met�fora que es, evidentemente, una necesidad m�s bien que un gusto nos ha habituado a representarnos una sociedad, un Estado, una econom�a, etc., como un edificio. Esto explica la preocupaci�n inevitable del cimiento. En el discurso del 1925 por otra parte, ha sido la naturaleza �no la teor�a� la que nos ha revelado la poca consistencia del az�car y del algod�n como bases de una econom�a. Ha bastado que llueva extraordinariamente para que toda la vida econ�mica del pa�s se resienta. Una serie de cosas, que mucha gente se hab�a acostumbrado ya a mirar como adquisiciones definitivas del progreso peruano, han resultado dependientes del precio del az�car y del algod�n en los mercados de New York y Londres. IIEl Per� es, prevalentemente, un pa�s agr�cola. No obstante el crecimiento de la producci�n minera, los productos agr�colas y animales siguen constituyendo la mayor parte de nuestras exportaciones. Y, mientras casi toda la producci�n minera est� destinada a la exportaci�n, una buena parte de la producci�n agropecuaria es absorbida por el pa�s mismo. Teniendo en cuenta este dato, el valor de la producci�n minera queda muy debajo del valor de la producci�n agr�cola. Pero el suelo no produce a�n todo lo que la poblaci�n necesita para su subsistencia1. El cap�tulo m�s alto de nuestras importaciones es el de "v�veres y especies": Lp. 3'620,235 en el a�o 1924. Esta cifra, dentro de una importaci�n total de dieciocho millones de libras, denuncia uno de los problemas de nuestra econom�a. No es posible la supresi�n de todas nuestras importaciones de "v�veres y especies"; pero s� de sus m�s fuertes renglones. El m�s grueso de todos es el de la importaci�n de trigo y harina que en 1924 ascendi� a m�s de doce millones de soles. Un inter�s urgente y claro de la econo�m�a peruana exige desde hace mucho tiem�po que el pa�s produzca el trigo necesario para el pan de su poblaci�n. Si este objetivo hubiese sido ya alcanzado, el Per� no tendr�a que seguir pagando al extranjero doce o m�s millones de soles al a�o por el pan de cada d�a. �Por qu� no se ha resuelto este proble�ma de nuestra econom�a? No es s�lo por�que el Estado no se ha preocupado a�n de hacer una pol�tica de subsistencias. Tampoco es porque el cultivo de la ca�a y el de algod�n son los m�s adecuados al suelo y al clima de la costa. Uno s�lo de los llanos interandinos �que algunos kil�metros de ferrocarril y de caminos abrir�an al tr�fico� puede abastecer superabundantemente de trigo, cebada, etc., a toda la poblaci�n del Per�. El obst�culo, la resistencia a una soluci�n, se encuentra en la estructura misma de la econom�a peruana. La .econom�a del Per� es una econom�a colonial. Su movimiento, su desarrollo, est�n subordinados a los intereses y a las necesidades de los mercados de Londres y de New York. Estos mercados miran en el Per� un dep�sito de materias primas y una plaza para sus manufacturas. La agricultura peruana obtiene, por eso, cr�ditos y transportes s�lo para los productos que puede ofrecer con ventaja en los grandes mercados. La finanza extranjera se interesa un d�a por el caucho, otro d�a por el algod�n, otro d�a por el az�car. El d�a en que Londres pueda recibir un producto, a mejor precio, y en cantidad suficiente, de la India o del Egipto, abandona instant�neamente a su propia suerte a sus proveedores del Per�. Nuestros latifundistas, nuestros terratenientes, cualesquiera que sean las ilusiones que se hagan de su independencia, no act�an en realidad sino como intermediarios o agentes del capitalismo extranjero. IIIEsta dependencia de la econom�a peruana se deja sentir en toda la vida de la naci�n. Con un saldo favorable en su comercio exterior, con una circulaci�n monetaria s�lidamente garantizada en oro, el Per�, a causa de esa dependencia, no tiene, por ejemplo, la moneda que deb�a tener. A pesar del super�vit en el comercio exterior, a pesar de las garant�as de la emisi�n fiduciaria, la libra peruana se cotiza con un 23 � 24% de descuento. �Por qu� en esto, como en todo, aparece el car�cter colonial de nuestra econom�a. El saldo del comercio exterior, a poco que se le analice, resulta ficticio. Las naciones europeas tienen "im�portaciones invisibles" que equilibran su balanza comercial: remesas de los inmigran�tes, beneficios de las inversiones en el extranjero, utilidades de la industria del tu�rismo, etc. En el Per�, como en todos los pa�ses de econom�a colonial, existen, en cambio, "exportaciones invisibles". Las utilidades de la miner�a, del comercio, del transporte, etc., no se quedan en el Per�. Van, en su mayor parte, en forma de dividendos, intereses, etc., al extranjero. Para recuperarlas, la econom�a peruana necesita pedirlas en pr�stamo. Y as�, en cada uno de los trances, en cada uno de los episodios de la experiencia hist�rica que vamos cumpliendo, nos en�contramos siempre de frente al mismo pro�blema: el problema de peruanizar, de nacio�nalizar, de emancipar nuestra econom�a.
NOTAS:
* Publicado en Mundial, Lima. 8 de enero de 1926. 1 A partir de este p�rrafo, todo lo contenido en la II parte de este art�culo est� reproducido en 7 Ensayos, "El Problema de la Tierra", Volumen 2, de la primera serie Popular (N. de los E.).
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