OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

PERUANICEMOS AL PER�

 

 

PASADISMO Y FUTURISMO*

 

 

Luis Alberto S�nchez y yo hemos constatado recientemente que uno de los ingredientes, tanto espirituales como formales, de nuestra literatura y nuestra vida es la melancol�a. Bien. Pero otro, menos negligible tal vez, es el pasadismo. Estos elementos no coinciden arbitraria o casualmente. Coinciden porque, son solidarios, porque son consustanciales, porque son consangu�neos. Son dos aspectos congruentes un solo fen�meno, dos expresiones mancomunadas de un mismo estado de �nimo. Un hombre aburrido, hipocondr�aco, gris, tiende no solo a renegar el presente y a desesperar del porvenir sino tambi�n a volverse hacia el pasado. Ninguna �nima, ni a�n la m�s nihilista, se contenta ni se nutre �nicamente de negaciones. La nostalgia del pasado es la afirmaci�n de los que repudian el presente. Ser retrospectivos es una de las consecuencias naturales de ser negativos. Podr�a decirse, pues, que la gente peruana es melanc�lica porque es pasadista y es pasadista porque es melanc�lica.

Las preocupaciones de otros pueblos son m�s o menos futuristas. Las del nuestro resultan casi siempre t�cita o expl�citamente pasadistas. El futuro ha tenido en esta tierra Muy mala suerte y ha recibido muy injusto trato. Un partido de carne, mentalidad y traje conservadores, fue apodado partido futurista. El diablo se llev� en hora buena a esa facci�n est�ril, gazmo�a, impotente. Mas la palabra "futurista" qued� desde entonces irremediablemente desacreditada. Por eso, no hablamos ya de futurismo sino, aunque suene menos bien, de porvenirismo. Al futuro lo hemos difamado temerariamente atribuy�ndole relaciones y concomitancias con la actitud pol�tica de la m�s pasadista de nuestras generaciones.

El pasadismo que tanto ha oprimido y deprimido el coraz�n de los peruanos es, por otra parte, un pasadismo de mala ley. El per�odo de nuestra historia que m�s nos ha atra�do no ha sido nunca el per�odo incaico. Esa edad es demasiado aut�ctona, demasiado nacional, demasiado ind�gena para emocionar a los l�nguidos criollos de la Republica. Estos criollos no se sienten, no se han podido sentir, herederos y descendientes de lo inc�sico. El respeto a lo inc�sico no es aqu� espont�neo sino en algunos artistas y arque�logos. En los dem�s es, m�s bien, un reflejo del inter�s y de la curiosidad que lo inc�sico despierta en la cultura europea. El virreinato, en cambio, est� m�s pr�ximo a nosotros. El amor al virreinato le parece a nuestra gente un sentimiento distinguido,  aristocr�tico, elegante. Los balcones moriscos, las escalas de sedas, las "tapadas", y otras tonter�as, adquieren ante sus ojos un encanto, un prestigio, una seducci�n exquisitas. Una literatura decadente; artificiosa, se ha complacido de a�orar, con inefable y huachafa ternura, ese pasado postizo y mediocre. Al gracejo, a la coqueter�a de algunos episodios y algunos personajes de la colonia, que no deber�an ser sino un amable motivo de murmuraci�n, les han sido conferidos por esa literatura un valor est�tico, una jerarqu�a espiritual, exorbitantes, artificiales, caprichosos. Los temas y los dramatis personae del virreinato no han sido abandonados a los humoristas a quienes pertenec�an, por antonomasia, sus motivos c�micos y sus motivos galantes y casanovescos, don Ricardo Palma hizo de ellos un uso adecuado e inteligente, cont�ndonos con su malicia y su donaire lime�os, las travesuras de los virreyes y de su clientela. La Calesa de la Perricholi, que Antonio Garland ha traducido con fino esmero y gusto gentil es otra pieza que se mantiene dentro de los mismos l�mites discretos. Toda esa literatura estaba y est� muy bien. La que est� mal es esa otra literatura nost�lgica que evoca con unci�n y gravedad las aventuras y los chismes de una �poca sin grandeza. El fausto, la pompa colonial son una mentira. Una �poca fastuosa, magn�fica, no se improvisa, no nace del azar. Menos a�n desaparece sin dejar huellas. Creemos en la elegancia de la �poca "rococo" porque tenemos de ella, en los cuadros de Watteau y Fragonard, y en otras cosas m�s pl�sticas y tangibles, preciosos testimonios f�sicos de su existencia. Pero la colonia no nos ha legado sino una calesa, un caser�n, unas cuantas celos�as y varias supersticiones. Sus vestigios son insignificantes. Y no se diga que la historia del virreinato fue demasiado fugaz ni Lima demasiado chica.

Peque�as ciudades italianas guardan, como vestigio de trescientos o doscientos a�os de historia medieval, un conjunto maravilloso de monumentos y de recuerdos. Y es natural. Cada una de esas ciudades era un gran foco de arte y de cultura.

Adorar, divinizar, cantar el virreinato es, pues, una actitud de mal gusto. Los literatos e intelectuales que, movidos por un aristocratismo y un estetismo ramplones, han ido a abastecerse de materiales y de musas en los caserones y guardarrop�as de la colonia, han cometido una cursiler�a lamentable. La �poca "rococo" fue de una aristocracia aut�ntica. Francia, sin embargo, no siente ninguna necesidad espiritual de restaurarla. Y las escenas de la revoluci�n jacobina, la m�sica demag�gica de la marsellesa, pesan mucho m�s en la vida de Francia que los melindres y los pecados de la dame Pompadour. Aqu�, debemos convencernos sensatamente de que cualquiera de los modernos y prosaicos buildings de la ciudad, vale est�tica y pr�cticamente, m�s que todos los solares y todas las celos�as coloniales. La "Lima que se va" no tiene ning�n valor serio, ning�n perfume po�tico, aunque G�lvez se esfuerce por demostrarnos, elocuentemente, lo contrario. Lo lamentable no es que esa Lima se vaya, sino que no se haya ido m�s de prisa.

El doctor Mackay, en una conferencia, se refiri� discretamente al pasadismo dominante en nuestra intelectualidad. Pero emple�, tal vez por cortes�a, un t�rmino inexacto. No habl� de "pasadismo" sino de "historicismo". El historicismo es otra cosa. Se llama historicismo una notoria corriente de filosof�a de la historia. Y si por historicismo, se entiende la aptitud para el estudio hist�rico, aqu� no hay ni ha habido historicismo. La capacidad de comprender el pasado es solidaria de la capacidad de sentir el presente y de inquietarse por el porvenir. El hombre moderno no es s�lo el que m�s ha avanzado en la reconstrucci�n de lo que fue, sino tambi�n el que m�s ha avanzado en la previsi�n de lo que ser�.

El esp�ritu de nuestra gente es, pues, pasadista; pero no es hist�rico. Tenemos algunos trabajos parciales de exploraci�n hist�rica, mas no tenemos todav�a ning�n gran trabajo de s�ntesis. Nuestros estudios hist�ricos son, casi en su totalidad, inertes o falsos, fr�os o ret�ricos.

El culto rom�ntico del pasado es una morbosidad de la cual necesitamos curarnos. Oscar Wilde, con esa modernidad admirable que late en su pensamiento y en sus libros, dec�a: "El pasado es lo que los hombres no habr�an debido ser; el presente es lo que no deber�an ser". Un pueblo fuerte, una gran generaci�n robusta no son nunca pla�ideramente nost�lgicos, no son nunca retrospectivos. Sienten, plenamente, fecundamente, las emociones de su �poca. "Quien se entretenga en idealismos provincianos �escribe Oswald Spengler, el hombre de mayor perspectiva hist�rica de nuestro tiempo� y busque para la vida estilos de tiempos pret�ritos, que renuncie a comprender la historia, a vivir la historia, a crear la historia".

Una de las actitudes de la juventud, de la poes�a, del arte y del pensamiento peruanos que conviene alentar es la actitud un poco iconoclasta que, gradualmente, van adquiriendo. No se puede afirmar hechos e ideas nuevas si no se rompe definitivamente con los hechos e ideas viejas. Mientras alg�n cord�n umbilical nos una a las generaciones

que nos han precedido, nuestra generaci�n seguir� aliment�ndose de prejuicios y de supersticiones. Lo que est� pa�s tiene de vital, son sus hombres j�venes; no sus mestizas antiguallas. El pasado y sus pobres residuos son, en nuestro caso, un patrimonio demasiado exiguo: El pasado, sobre todo, dispersa, a�sla, separa, diferencia demasiado los elementos de la nacionalidad, tan mal combinados, tal mal concertados todav�a. El pasado nos enemista. Al porvenir le toca darnos unidad.

 

 


 

NOTA:

 

* Publicado en Mundial, lima, 24 de noviembre de 1924