OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI |
|
SIGNOS Y OBRAS |
|
|
DON MIGUEL DE UNAMUNO Y EL DIRECTORIO1
Los intelectuales espa�oles han contribuido activamente al socavamiento del viejo r�gimen, a la descalificaci�n de sus m�todos y al descr�dito de sus pol�ticos. Se les atribuye, por esto, una participaci�n sustantiva en la g�nesis de la actual dictadura. Y se juzga el advenimiento del Directorio como un suceso incubado al calor de sus conceptos. �C�mo es posible, entonces, que el Directorio libre contra esos intelectuales su m�s encarnizada batalla? La explicaci�n es clara. Entre esos intelectuales y los generales del Directorio no existe ning�n parentesco espiritual. Los intelectuales espa�oles denunciaron la incapacidad del r�gimen viejo y la corrupci�n de los partidos turnantes. Y propugnaron un r�gimen nuevo. Su actividad, voluntariamente o no, fue una actividad revolucionaria. El Directorio, en tanto, es un fen�meno inconfundible e inequ�vocamente reaccionario. Su objeto preciso es impedir que la revoluci�n se act�e: su funci�n es sustituir, en la defensa del viejo orden social, la complicada y desgastada autoridad del gobierno representativo y democr�tico con la autoridad tundente del gobierno absoluto y autocr�tico. Los intelectuales y los militares espa�oles no han coincidido, en suma, sino en la constataci�n de la ineptitud del antiguo sistema. El m�vil de esa constataci�n ha sido diverso. Los intelectuales han juzgado a la antigua clase gobernante inepta para adaptarse a la nueva realidad hist�rica: los militares la han juzgado inepta para defenderse de ella. El malestar de Espa�a era diagnosticado por unos y por otros desde puntos de vista inconciliables y enemigos. Los intelectuales condenaban a las averiadas facciones liberales; pero no propugnaban la exhumaci�n de las facciones absolutistas, tradicionalistas. Se declaraban descontentos y quejosos del presente; pero no sent�an ninguna nostalgia del pasado. La propaganda y la cr�tica de los intelectuales han aportado, a lo m�s, un elemento negativo, pasivo, a la formaci�n del movimiento de setiembre. Y, luego, los intelectuales no han saludado a los generales del Directorio como a los representantes de una clase pol�tica vital sino como a los sepultadores de una clase pol�tica decr�pita. El conflicto entre los intelectuales y el Directorio no ha tardado, por todo esto, en manifestarse. Adem�s, el programa, la actitud y la fisonom�a del nuevo gobierno han disgustado particularmente a los intelectuales desde que se han empezado a bosquejar. La composici�n de la clientela del Directorio ha desvanecido r�pidamente en los menos perspicaces toda ilusi�n sobre el verdadero car�cter de esta dictadura de generales. Exhumando a los m�s rancios y manidos personajes tradicionalistas, recurriendo a su asistencia y consejo, complaci�ndose de su adhesi�n y de su amistad, el Directorio ha descubierto a toda Espa�a su estructura y su misi�n reaccionarias. Se ha inhabilitado para merecer o recibir la adhesi�n de la gente sin filiaci�n y pro�pensa a enamorarse de la primera novedad, es�truendosa y afortunada. Los intelectuales se han visto empujados a un disgusto creciente. El Directorio se ha defendido de su cr�tica sometiendo a la prensa a una cen�sura estricta. Pero la prensa no es la �nica ni la m�s pura tribuna del pensamiento. Desterrada de los peri�dicos y las revistas, la cr�tica de los intelectuales se ha refugiado en la Universidad y en el Ateneo. Y, no obstante la limitaci�n de estos escenarios, su resonancia ha sido tan extensa, ha encontrado un ambiente tan favorable a su propagaci�n que el Directorio ha sentido la necesidad de perseguirla y reprimirla extremamente. As� han desembocado el Directorio y sus opositores en el conflicto contempor�neo. Los actuales ataques del Directorio a la liber�tad de pensamiento, de prensa, de c�tedra, etc., aparecen como una consecuencia de su pol�tica y de su funci�n reaccionarias. No son medios ni resortes extra�os a su praxis y a su ideario: sino congruentes y propios de �ste y de aqu�lla. La reacci�n no ha usado en otros pa�ses coacciones y persecuciones tan violentas contra la libre ac�tividad de la inteligencia porque no ha chocado con tanta resistencia de �sta. M�s a�n, en otros pa�ses la reacci�n ha sabido crear estados de �nimo populares, ha sabido representar una pasi�n multitudinaria. En Italia, por ejemplo, el fascismo ha sido un movimiento de muchedumbres intoxicadas de sentimientos chauvinistas e imperialistas, y sagazmente excitadas contra el socialismo y el proletariado. Timoneado por expertos demagogos y diestros agitadores, el fascismo ha movilizado contra la revoluci�n a la clase media, cuyas pasiones y sentimientos ha explotado redomadamente. Ah�, por tanto, la reacci�n ha dispuesto de los recursos morales precisos para contar con una numerosa clientela intelectual. En Francia ha acontecido otro tanto. La victoria ha generado una atm�sfera favorable al desarrollo de un �nimo y una conciencia reaccionarias. Consiguientemente, una numerosa categor�a intelectual ha tomado abiertamente partido contra la revoluci�n. La reacci�n en �stos y otros pa�ses ha conseguido captarse la adhesi�n o la neutralidad de una extensa zona intelectual. No se ha visto, por tanto, urgida a atacar los fueros de la inteligencia. En Espa�a, en cambio, el gobierno reaccionario no ha brotado de una corriente organizada de opini�n ciudadana. Ha sido obra exclusiva de las juntas militares, progresivamente rebeladas contra el poder civil. Los somatenes no han tenido como los fasci2 la virtud de atraerse masas fan�ticas y delirantes de voluntarios. La reacci�n espa�ola, en suma, ha carecido de los elementos psicol�gicos y pol�ticos necesarios para formarse un s�quito intelectual importante. Pero estas consideraciones sobre la posici�n del pensamiento espa�ol ante el Directorio no definen, no contienen totalmente el caso de Una�muno. Unamuno no cabe dentro de un juicio global, panor�mico, sobre la generaci�n espa�ola a que pertenece. Una de las caracter�sticas de su inteligencia es la de tener un perfil muy personal, muy propio. A Unamuno no se le puede clasificar, no se le puede catalogar f�cilmente como a un escritor de tal g�nero y de tal familia. El pensamiento de Unamuno no s�lo tiene mucho de individualista sino, sobre todo, de individual. Unamuno, de otro lado, no es una de las grandes inteligencias de Espa�a sino de Europa, de Occidente. Su obra no es nacional sino europea, mundial. A ning�n escritor espa�ol contempor�neo se conoce y se aprecia tanto en Europa como a Unamuno. Y este hecho no carece de significaci�n. Indica, antes bien, que la obra de Unamuno refleja inquietudes, preocupaciones y actitudes actuales del pensamiento mundial. La literatura de otros escritores espa�oles �de Azor�n, verbigracia� que encuentra en Sudam�rica un ambiente tan favorable, no logra interesar seriamente a la cr�tica y a las investigaciones europeas. Apenas si la conoce y la explora uno que otro erudito. Aparece construida con elementos demasiado lo�cales. Es, fuera de Espa�a, una literatura inactual y secundaria. Sus filtraciones europeas no han sido, pues, abundantes. Recuerdo la opini�n de un cr�tico franc�s que ve en la obra de Azor�n y de otros nada m�s que una prolongaci�n y un ap�ndice de la obra de Larra. Larra, Azor�n, etc., traducen una Espa�a malhumorada, malcon�tenta, melanc�lica, aislada de las corrientes espirituales del resto de Europa. Unamuno, en tanto, asume ante la vida una actitud original y nueva. Sus puntos de vista tienen una se�alada afinidad espiritual con los puntos de vista de otros actual�simos escritores europeos. Su filosof�a parad�jica y subjetiva es una filosof�a esencialmente relativista. Su arte tiende a la creaci�n libre de la ficci�n; no se dirige a la traducci�n objetiva y pat�tica de la realidad, como quer�a el deca�do y superado gusto realista y natu�ralista. Unamuno, afirmando su orientaci�n subjetivista, ha dicho alguna vez que Balzac no pasaba su tiempo anotando lo que ve�a o escuchaba de los otros, sino que llevaba el mundo dentro de s�. Y bien, esta manera de pensar y de sentir es muy siglo veinte y es "muy moderna, audaz, cosmopolita". Unamuno no es ortodoxamente revolucionario, entre otras cosas porque no es ortodoxamente na�da. No se compadece con su agreste individualis�mo el ideario m�s o menos r�gido de un partido ni de una agrupaci�n. Hace poco, respondiendo a una carta de Rivas Cherif que lo invitaba precisamente a presidir la acci�n de la intelectualidad joven, Unamuno escrib�a, entre otros conceptos, que �recababa la absoluta independencia de sus actos�. Estas razones psicol�gicas han alejado a Unamuno de las muchedumbres y de sus reivindicaciones. Pero el pensamiento de Unamuno ha tenido siempre un sentido revolucionario. Su influencia, sobre todo, ha sido hondamente revolucionaria. Ultimamente, la pol�tica del Directorio hab�a empujado a Unamuno m�s marcadamente a�n hacia la Revoluci�n. Su repugnancia intelectual y espiritual a la reacci�n y a su despotismo opresor de la Inteligencia, lo hab�a aproximado al proletariado y al socialismo. Una de sus m�s recientes actitudes ha sido socialista o, al menos, filosocialista. En este punto de su trayectoria lo han detenido el ultraje y la agresi�n brutales del Directorio. Jos� Ortega y Gasset, a prop�sito de la muerte de Mauricio Barr�s, dice que la entrada de un literato en la pol�tica acusa escr�pulos de conciencia est�ticos. El argumento est� muy seductoramente sostenido �como est�n siempre los argumentos de Ortega y Gasset� en un art�culo �gil y elegante. Pero no es verdadero ni aun respecto de los literatos y artistas espec�ficos. En los per�odos tempestuosos de la historia, ning�n esp�ritu sensible a la vida puede colocarse al margen de la pol�tica. La pol�tica en esos per�odos no es una menuda actividad burocr�tica, sino la gestaci�n y el parto de un nuevo orden social. As� como nadie puede ser indiferente al espect�culo de una tempestad, nadie tampoco puede ser indiferente al espect�culo de una Revoluci�n. La infidelidad al arte no es en estos casos una cuesti�n de flaqueza est�tica sino una cuesti�n de sensibilidad hist�rica. Dante intervino ardorosamente en la pol�tica y esa intervenci�n no disminuy�, por cierto, el caudal ni la prestancia de su poes�a. A los casos en que Ortega y Gasset apoya capciosamente su tesis se podr�a oponer innumerables casos que v�lidamente la aniquilan. �El contenido de la obra de Wagner no es, acaso, eminentemente pol�tico? �Y el pintor Courbet comprometi� acaso, con su participaci�n en la Comuna de Par�s, algo de su calidad est�tica? Actualmente, la trama del teatro de Bernard Shaw es una trama pol�tica. La Inteligencia y el Sentimiento no pueden ser apol�ticos. No pueden serlo sobre todo en una �poca principalmente pol�tica. La gran emoci�n contempor�nea es la emoci�n revolucionaria. �C�mo puede entonces, un artista, un pensador, ser insensible a ella? �Pobres almas ramplonas, impotentes, femeninas, aqu�llas que se duelen de que don Miguel de Unamuno haya abandonado la solemne austeridad de su c�tedra de Salamanca para intervenir, batalladora y gallardamente, en la pol�tica de su pueblo! Nunca la personalidad de Unamuno ha sido tan admirable, tan mundial, tan contempor�nea y tan fecunda.
NOTAS:
1
Publicado en Variedades: Lima,
19 de Marzo de 1924.
2
Fascistas.
|
|