OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

SIGNOS Y OBRAS

  

   

"HOMBRES Y MAQUINAS", POR LARISA REISSNER1

 

Alvarez del Vayo habla en dos de sus libros �Rusia a los doce a�os y La Senda Roja� de esta extraordinaria figura de mujer que un libro editado en espa�ol por la Editorial Cenit nos revela �ntegra e impresionantemente: Larisa Reissner.

Las agencias telegr�ficas, la gran prensa, no han se�alado acaso nunca este nombre al p�blico internacional. Larisa Reissner es, sin embargo, una figura hist�rica, una de las m�s grandes y admirables mujeres de nuestra �poca. Muerta en 1925, en plena juventud, en gozosa creaci�n, no ha dejado sino dos libros: el que acaba de publicar la Editorial Cenit, Hombres y M�quinas, y otro de impresiones y escenas de la guerra civil en Rusia, El Frente. Pero, hero�na de la revoluci�n social, gran artista, gran escritora, Larisa Reissner no necesitaba escribir sino estas p�ginas vivientes, densas, logradas, de Hombres y M�quinas para que su mensaje llegase a toda la humanidad.

El pr�logo que Karl Radek ha escrito para la obra de Larisa Reissner, es una magn�fica presentaci�n de la revolucionaria y la autora. Larisa naci� en una ciudad de la Polonia oriental el 19 de Mayo de 1895. Su padre fue un profesor de estirpe b�ltica que en sus estudios y exilios en Europa occidental, sustituy� su vago idealismo de intelectual burgu�s por las s�lidas concepciones del intelectual marxista. En Alemania, disfrut� del trato de hombres como Babel y Liebknecht, mientras la peque�a Larisa se familiarizaba en la escuela con esos ni�os obreros a los que a�os m�s tarde deb�a reencontrar en las jornadas de la insurrecci�n comunista. En la c�tedra de Derecho de la Universidad de Petrogrado, persiguieron al profesor Reissner �fautor de la doctrina que, predicada por un man�pulo heroico, ganar�a en Octubre de 1917 el poder� las s�rdidas ojerizas de los profesores que en esa Universidad representaban la ideolog�a liberal o kadete. En esta lucha, librada con voluntad y convicci�n inquebrantables, se form� el esp�ritu de Larisa que a los dieciocho a�os, en 1913, acometi� ambiciosamente su primera empresa literaria. Pero la verdadera iniciaci�n de Larisa como escritora se cumpli� bajo el signo de la guerra. La familia Reissner, con ese ingente y asombroso esp�ritu de sacrificio y de combate, de que se alimenta la historia de la Revoluci�n de 1917 y que explica todas sus victorias, public� bajo la guerra una revista que denunciaba la traici�n de los revolucionarios que en Rusia, como en los otros pa�ses, hallaron razones para justificar su consentimiento a la matanza. La Revoluci�n tuvo en Larisa a uno de sus intr�pidos combatientes. Su instinto revolucionario no le permit�a ninguna ilusi�n respecto al r�gimen de Kerensky. La preserv�, luego, de la hostilidad y la incomprensi�n de la Inteligencia ante el advenimiento al poder de los consejos de obreros y soldados. �Esta mujer, profundamente creadora �explica Radek� penetr� en el sentido creador de la Revoluci�n y por eso la abraz� en cuerpo y almas�. En los primeros meses de la Rep�blica Sovi�tica, Larisa colabor� en la obra de Lunatcharsky, encargado de salvar de la tormenta revolucionaria los tesoros art�sticos de Rusia, guardados en gran parte en las mansiones de la aristocracia ca�da. Pero Larisa, ansiosa de batallas m�s activas, no pod�a contentarse con este rol modesto de experta en materia hist�rica y art�stica.

Cuando la reacci�n, subsidiada y excitada por los ex-aliados de Rusia, amenaz� a los Soviets, Larisa march� a ocupar un puesto en el frente. El br�o de sus veintitr�s a�os no se aven�a con un trabajo de conservador de museo. Larisa pele� por los Soviets como un soldado. Fue una Juana de Arco proletaria, que milagrosamente escap� muchas veces a la muerte en manos de los enemigos de su fe. El Frente es el libro que recoge su testimonio de esta lucha.

En 1920, Larisa Reissner acompa�� a Cabul a su marido Raskolnikow, nombrado Embajador de los Soviets en Afganist�n. En la corte del Emir, la diplomacia imprevista de los Soviets deb�a sostener dif�cil batalla con la diplomacia profesional y avezada de la Entente.2 Ten�a, por fortuna, un aliado: el vigilante sentimiento de independencia nacional, de este sentimiento nac�a el lenguaje de la amistad. Toda la primera parte de Hombres y M�quinas es una serie de apuntes del Afganist�n que conoci� Larisa en los d�as m�s tormentosos de la Revoluci�n. La danza de las tribus campesinas, expresa a Larisa, mejor que ning�n otro mensaje, el amor del pueblo afgano a su libertad. Occidental por su educaci�n y su raza, Larisa Reissner descifra, sin m�s ayuda que la de su aguda intuici�n de mujer y de artista, la sonrisa y el ritmo de Oriente.

A fines de 1923, en los d�as �lgidos de la ofensiva proletaria, que sigui� a la ocupaci�n del Ruhr y la bancarrota del marco, Larisa Reissner march� a Alemania, a Dresden, frente m�s vasto y activo de la Revoluci�n. En Rusia, bajo el comando de Lenin, el proletariado consagraba su esfuerzo a las jornadas sin romanticismo y sin alegr�a de la Nep.3 Larisa amaba al proletariado alem�n, desde los tiempos en que, durante un exilio de su padre, le toc� frecuentar la escuela de Zehlendorf.

La segunda parte de su libro est� formada por sus escritos de esta etapa de agitadora "en el pa�s de Hindenburg". Faltan las p�ginas de su folleto Hamburgo en las barricadas que la justicia alemana conden� al fuego. No es la batalla proletaria lo que se describe en esta cr�nica de un viaje por la Rep�blica Alemana. Larisa se propone, m�s bien, ofrecernos una versi�n del pa�s de Hindenburg. Las p�ginas que dedica a la casa Ullstein, son un fin�simo ensayo de psico-fisiolog�a de la gran prensa. A trav�s de las publicaciones de Ullstein �Berliner Morgenpost, La berlinesa pr�ctica, B. Z. am Mittag, Illustrierte Zeitung Sport�, Larisa analiza sagazmente los gustos del gran p�blico y la t�cnica del periodismo que lo informa y orienta. Luego, sus cabales bocetos Junkers y Krupp y Essen, nos confirman su admirable y certero poder de representaci�n de la Alemania de Hindenburg, mitad mon�rquica, mitad republicana. No hay en esos escritos una sola descripci�n de panfletaria. La buida mirada de Larisa ilumina todos los �ngulos internos del caso Junkers y del caso Krupp. Y es imposible decir si la escritora acierta m�s en las dos r�pidas biograf�as de la Alemania industrial y militar o en los pat�ticos retratos de tipos vistos "en los campos de la pobreza".

El drama de la desocupaci�n, de la miseria subvencionada por el Estado con un subsidio que "si es poco para vivir es demasiado para morir", de la pobreza alojada en los viejos cuarteles de los suburbios de Berl�n, est� entera y terriblemente expresado en estos breves relatos de Larisa.

Pero es la tercera parte del libro �Carb�n, hierro y hombres vivientes� la que individualiza a la escritora. S�lo las mejores p�ginas de El Cemento de Gladkov son comparables a esta descripci�n potente de la epopeya obrera en la Rusia de los Soviets El escenario de los hechos que Larisa escruta es mucho m�s dram�tico que el de El Cemento. No es el proletariado de la usina, de la industria, el que Larisa nos muestra, sino el proletariado de las minas. La tremenda fatiga de las muchedumbres que trabajan en los yacimientos de platino o en las galer�as de carb�n, es el tema de sus relatos. La mina, en la descripci�n de Larisa, no es s�lo el averno negro y p�treo que la literatura corrientemente entrev�: el esp�ritu del hombre incansable en el descubrimiento de la belleza, sabe iluminarla tambi�n con su poes�a. La lucha con una naturaleza mineral y violenta, consume aqu� todas las energ�as de los hombres pero aun as�, hasta estos oscuros y distantes cauces de la savia humana, llegan inflexibles la voluntad y el esfuerzo de crear un orden nuevo.

 

 


NOTAS:

 

1 Publicado en Variedades: Lima, 28 de agosto de 1929. Y en Repertorio Americano: Tomo XIX, N� 14, p. 215; San Jos� de Costa Rica, 12 de octubre de 1929.

2 Alianza militar entre Inglaterra, Francia y Rusia durante la Primera Guerra Mundial (1914-18).

3 "Nueva pol�tica econ�mica", adoptada en la Uni�n Sovi�tica transitoriamente. Consisti� en un conjunto de medidas que persegu�an una menor intervenci�n del Estado.