OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

SIGNOS Y OBRAS

  

    

"JESUS", DE HENRI BARBUSSE1

 

Los libros de Henri Barbusse se cuentan entre los que m�s pronto y sol�citamente son traducidos al espa�ol. Y aunque no est� motivada por una valoraci�n austera del m�rito de Barbusse, hay que anotar esta solicitud editorial en el haber de los libreros de Espa�a. En Barbusse se reconoce la estirpe de Zola hasta en el hecho de que sus libros conquistan el gran p�blico sin renunciar jam�s a un alto apostolado humano ni a una noble calidad art�stica.

La obra de Barbusse constituye una de las obras literarias contempor�neas que contradicen la discutida tesis de la deshumanizaci�n. Es, en las letras francesas de hoy, el m�s leg�timo v�stago de la tradici�n racionalista de la Francia del setecientos y del ochocientos. Si alguna exageraci�n lo separa un poco de nuestro siglo es, sin duda, la de su racionalismo. Sup�rstite espi�ritual de la Enciclopedia y la Convenci�n, Barbusse persigue el ideal de la racionalizaci�n del arte y de la vida. Su doctrina, en postrero an�lisis, es la de la soberan�a de la raz�n y la inteligencia. Este racionalismo, que llega a ser a veces asaz anti-hist�rico y abstractista, singulariza a Barbusse en el campo ideol�gico revolucionario. El socialismo marxista se caracteriza por su fondo hegeliano y su m�todo dial�ctico que faltan, evidentemente, en Barbusse, quien no admite lo real como racional. Pero, malgrado este racionalismo a ultranza, Barbusse se distingue tambi�n, y sobre todo, por su piedad humana, por su emoci�n humana. El autor de Jes�s piensa que no existe nada fuera del hombre. Que lo divino est� en lo humano. Que la divinidad reside en los hombres. En Jes�s vigila, alerta siempre, este pensamiento. El reino de los cielos est� dentro de nosotros y aqu�l que se conoce a s� mismo, lo encuentra�. �El cielo no es un objeto que se gana alzando los brazos en el aire. Tened el cielo en vosotros mismos�. �Y la Revoluci�n no ir� del cielo a la tierra sino de la tierra al cielo�.

Jes�s es una valiente tentativa de artista y de pensador. Barbusse se propone ofrecernos en este libro una nueva imagen de Cristo que �l rei�vindica, ante todo, como suyo. La obra se resiente de este subjetivismo. Todos los que antes y despu�s de Ren�n han pretendido explorar el misterio de Jes�s, con m�todo de historiador, han confesado ya la imposibilidad de asir netamente al personaje hist�rico. En Jes�s, lo divino asume una realidad m�s contrastable que lo humano. Jes�s Dios es m�s evidente que Jes�s Hombre. Barbusse ha querido recrear a Jes�s Hombre. Y no ha logrado su intento. Su versi�n nos coloca ante un Jes�s demasiado racionalista, demasiado barbussiano. La historia es a veces poes�a; pero en el libro de Barbusse hay m�s poes�a que historia. El milagro no se deja explicar. Es accesible s�lo a los que renuncian a analizarlo.

Parte Barbusse de un sentimiento profundo del destino y del deber de los hombres. �Es necesario �escribe� que cada uno se recree siempre todo entero: su fe, sus certidumbres. Y su confianza en otro. Su confianza a saber: la gran riqueza que se tiene cuando no se tiene nada�. De su agon�a cristiana, ha nacido este Cristo que trae a los hombres de nuestro tiempo su verbo de caridad, de protesta y de esperanza. El empe�o de comunicar a Jes�s con estos hombres, identificando la lucha de hace veinte siglos con la lucha de ahora, es al mismo tiempo el m�rito y el defecto de la obra.

Barbusse siente a Jes�s deformado y mistificado por el cristianismo. Esta actitud no es, ciertamente, original. Jes�s renace en cada cristiano aut�ntico. Todos los hombres que lo llevan en su pecho, lo disputan como Barbusse a los dem�s. La eternidad de Jes�s se manifiesta acaso en la posibilidad inagotable de reivindicaci�n de su verbo. Pero esta reivindicaci�n rebasa sus l�mites cuando conduce a una condena en bloque del cristianismo de veinte siglos. El mensaje de Jes�s nos arriba a trav�s de estos veinte siglos. Concebir la cristiandad simplemente como una larga sucesi�n de mistificaciones es incurrir en un romanticismo y un mesianismo que no se avienen con la definici�n del "idealista pr�ctico" sugerida a Barbusse por las vidas de Lenin y Gandhi. Barbusse dice que hay que tomar a los hombres como son. Lo mismo deber�a pensar de la historia. No es posible hist�ricamente ver en San Pablo un gran mistificador de la idea de Cristo sino el primero y m�s grande de sus realizadores.

A este respecto, est�n indudablemente en lo cierto las cr�ticas encontradas ya por el �ltimo libro de Barbusse en una parte del sector marxista. Pierre Maville en Clart� escribe agudamente: �Por qu� Pablo eligi� a Jes�s como ejemplo y por qu� Jes�s tuvo necesidad de Barbusse veinte siglos despu�s de su muerte, m�s bien que de Pablo, su contempor�neo, para predicar su verdadera doctrina y restablecer el sentido de su acci�n, es algo que no se sabr� jam�s�.

�Cada uno reconstruye a cada hora el mundo a su imagen�. Barbusse nos habla en este libro con un contagioso lirismo. Cuando evoca la figura de Jos�, el padre de Jes�s, nos dice: �Fue a tal punto carpintero que sus manos eran de madera�.

Cualesquiera que sean las reservas posibles sobre su romanticismo, es indiscutible que Barbusse ha escrito una vez m�s un libro hermoso y humano. Si este libro no tiene sino el valor de una tentativa, hay que reconocerle a esta tentativa toda su grandeza.

 


NOTA:

1 Publicado en Variedades: Lima, 25 de Junio de 1927.