OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI |
|
TEMAS DE NUESTRA AMERICA |
|
EL IBERO-AMERICANISMO Y PAN-AMERICANISMO*
El ibero-americanismo reaparece en forma espont�nea en los debates de Espa�a y de la Am�rica espa�ola. Es un ideal o un tema que, de ves en ves ocupa el dialogo de los intelectuales del idioma. (Me parece que no se puede llamarlos, en verdad, los intelectuales de la raza). Pero ahora, la discusi�n tiene m�s extensi�n y m�s intensidad. En la prensa de Madrid, los t�picos del �bero-americanismo adquieren, actualmente, un inter�s conspicuo. El movimiento de aproximaci�n o de coordinaci�n de las fuerzas intelectuales �bero-americanas, gestionado y propugnado por algunos n�cleos de escritores de nuestra Am�rica, otorga en estos d�as, a esos t�picos, un valor concreto y relieve nuevo. Esta vez la discusi�n repudia en muchos casos. ignora al menos en otros, el �bero-americanismo de protocolo. (Ibero-americanismo oficial de don Alfonso, se encarna en la borb�nica y decorativa estupidez de un infante, en la cortesana mediocridad de un Francos Rodr�guez). El �bero-americanismo se desnuda en el di�logo de los intelectuales libres, de todo ornamento diplom�tico. Nos revela as� su realidad como ideal de la mayor�a de los representantes de la inteligencia y de la cultura de Espa�a y de la Am�rica indo-�bera. El pan-americanismo, en tanto, no goza del favor de los intelectuales. No cuenta, en esta abstracta e inorg�nica categor�a, con adhesiones estimables y sensibles. Cuenta s�lo con algunas simpat�as larvadas. Su existencia es exclusivamente diplom�tica. La m�s lerda perspicacia descubre f�cilmente en el pan-americanismo una t�nica del imperialismo norteamericano. El pan-americanismo no se manifiesta como un ideal del Continente; se manifiesta, m�s bien, inequ�vocamente, como un ideal natural del Imperio yanqui. (Antes de una gran Democracia, como les gusta calificarlos a sus apologistas de estas latitudes, los Estados Unidos constituyen un gran Imperio). Pero, el pan-americanismo ejerce �a pesar de todo esto o, mejor, precisamente por todo esto� una influencia vigorosa en la Am�rica indo-�bera. La pol�tica norteamericana no se preocupa demasiado de hacer pasar como un ideal del Continente el ideal del Imperio. No le hace tampoco mucha falta el consenso de los intelectuales. El pan-americanismo borda su propaganda sobre una s�lida malla de intereses. El capital yanqui invade la Am�rica indo-�bera. Las v�as de tr�fico comercial pan-americano son las v�as de esta expansi�n. La moneda, la t�cnica, las m�quinas y las mercader�as norteamericanas predominan m�s cada d�a en la econom�a de las naciones del Centro y Sur. Puede muy bien, pues, el Imperio del Norte sonre�rse de una te�rica independencia de la inteligencia y del esp�ritu de la Am�rica indo-espa�ola. Los intereses econ�micos y pol�ticos le asegurar�n, poco a poco, la adhesi�n, o al menos la sumisi�n, de la mayor parte de los intelectuales. Entre tanto, le bastan para las paradas del pan-americanismo los profesores y los funcionarios que consigue movilizarle la Uni�n Pan-Americana de Mr. Rowe. II Nada resulta m�s in�til, por tanto, que entretenerse en plat�nicas confrontaciones entre el ideal �bero-americano y el ideal pan-americano. De poco le sirve al �bero-americanismo el n�mero y la calidad de las adhesiones intelectuales. De menos todav�a le sirve la elocuencia de sus literatos. Mientras el ibero-americanismo se apoya en los sentimientos y las tradiciones, el pan-americanismo se apoya en los intereses y los negocios. La burgues�a �bero-americana tiene mucho m�s que aprender en la escuela del nuevo Imperio yanqui que en la escuela de la vieja naci�n espa�ola. El modelo yanqui, el estilo yanqui, se propagan en la Am�rica indo-ib�rica, en tanto que la herencia espa�ola se consume y se pierde. El hacendado, el banquero, el rentista de la Am�rica espa�ola miran mucho m�s atentamente a Nueva York que a Madrid. El curso del d�lar les interesa mil veces m�s que el pensamiento de Unamuno y que La Revista de Occidente de Ortega y Gasset. A esta gente que gobierna la econom�a y, por ende, la pol�tica de la Am�rica del Centro y del Sur, el ideal �bero-americanista le importa poqu�simo. En el mejor de los casos se siente dispuesta a desposarlo juntamente con el ideal pan-americanista. Los agentes viajeros del panamericanismo le parecen, por otra parte, m�s eficaces, aunque menos pintorescos, que los agentes viajeros �infantes acad�micos� del ibero-americanismo oficial, que es el �nico que un burgu�s prudente puede tomar en serio. III La nueva generaci�n hispano-americana debe definir neta y exactamente el sentido de su oposici�n a los Estados Unidos. Debe declararse adversaria del Imperio de Dawes y de Morgan; no del pueblo ni del hombre norteamericanos. La historia de la cultura norteamericana nos ofrece muchos nobles casos de independencia de la inteligencia del esp�ritu: Roosevelt es el depositario del esp�ritu del Imperio; pero Thoreau es el depositario del esp�ritu de la Humanidad. Henry Thoreau, que en esta �poca, recibe el homenaje de los revolucionarios de Europa, tiene tambi�n derecho n la devoci�n de los revolucionarios de Nuestra Am�rica. �Es culpa de los Estados Unidos si los �bero-americanos conocemos m�s el pensamiento de Theodore Roosevelt que el de Henry Thoreau? Los Estados Unidos son ciertamente la. patria de Pierpont Morgan y de Henry Ford; pero son tambi�n la patria de Ralph-Waldo Emerson, de Williams James y de Walt Withman. La naci�n que ha producido los m�s grandes capitanes del industrialismo, ha producido as� mismo los m�s fuertes maestros del idealismo continental. Y hoy la misma inquietud que agita a la vanguardia de la Am�rica Espa�ola mueve a la vanguardia de la Am�rica del Norte. Los problemas de la nueva generaci�n hispano-americana son, con variaci�n de lugar y de matiz, los mismos problemas de la nueva generaci�n norte�americana. Waldo Frank, uno de los hombres nuevos del Norte, en sus estudios sobre Nuestra Am�rica, dice cosas v�lidas para la gente de su Am�rica y de la nuestra. Los hombres nuevos de la Am�rica indo-ib�rica pueden y deben entenderse con los hombres nuevos de la Am�rica de Waldo Frank. El trabajo de la nueva generaci�n �bero-americana puede y debe articularse y solidarizarse con el trabajo de la nueva generaci�n yanqui. Ambas generaciones coinciden. Los diferencia el idioma y la raza; pero los comunica y los mancomuna la misma emoci�n hist�rica. La Am�rica de Waldo Frank es tambi�n, como nuestra Am�rica, adversaria del Imperio de Pierpont Morgan y del Petr�leo. En cambio, la misma emoci�n hist�rica que nos acerca a esta Am�rica revolucionaria nos separa de la Espa�a reaccionaria de los Borbones y de Primo de Rivera. �Qu� puede ense�arnos la Espa�a de V�squez de Mella y de Maura, la Espa�a de Pradera y de Francos Rodr�guez? Nada; ni siquiera el m�todo de un gran Estado industrialista y capitalista. La civilizaci�n de la Potencia no tiene su sede en Madrid ni en Barcelona; la tiene en Nueva York, en Londres, en Berl�n. La Espa�a de los Reyes Cat�licos no nos interesa absolutamente. Se�or Pradera, se�or Francos Rodr�guez, quedaos �ntegramente con ella. IV Al �bero-americanismo le hace falta un poco m�s de idealismo y un poco m�s de realismo. Le hace falta consustanciarse con los nuevos ideales de la Am�rica indo-ib�rica. Le hace falta insertarse en la nueva realidad hist�rica de estos pueblos. El pan-americanismo se apoya en los intereses del orden burgu�s; el �bero-americanismo debe apoyarse en las muchedumbres que trabajan por crear un orden nuevo. El ibero-americanismo oficial ser� siempre un ideal acad�mico, burocr�tico, impotente, sin ra�ces en la vida. Como ideal de los n�cleos renovadores, se convertir�, en cambio, en un ideal beligerante, activo, multitudinario.
NOTA:
* Publicado en Mundial: Lima 8 de Mayo de 1925
|
|