OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

TEMAS DE NUESTRA AMERICA

 

AL MARGEN DEL NUEVO CURSO DE LA
POL�TICA MEXICANA*
 

 

La observaci�n atenta de los acontecimientos de M�xico est� destinada a esclarecer, a te�ricos y pr�cticos del socialismo latinoamericano, las cuestiones que tan frecuentemente embrollan y desfiguran la interpretaci�n diletantesca de los superamericanistas tropicales. Tanto en tiempos de flujo revolucionario, como de reflujo reaccionario, y tal vez m�s precisa y n�tidamente en �stos que en aquellos, la experiencia hist�rica iniciada en M�xico por la insurrecci�n de Madero y el derribamiento de Porfirio D�az, suministra al observador un conjunto precioso y �nico de pruebas de la ineluctable gravitaci�n capitalista y burguesa de todo movimiento pol�tico dirigido por la peque�a burgues�a, con el confusionismo ideol�gico que le es propio.

M�xico hizo concebir a apologistas apresurados y excesivos la esperanza t�cita de que su revoluci�n proporcionar�a a la Am�rica Latina el patr�n y el m�todo de una revoluci�n socia�lista, regida por factores esencialmente latino�americanos, con el m�ximo ahorro de teorizaci�n europeizante. Los hechos se han encargado de dar al traste con esta esperanza tropical y mesi�nica. Y ning�n cr�tico circunspecto se arriesgar�a hoy a suscribir la hip�tesis de que los caudillos y planes de la Revoluci�n Mexicana conduzcan al pueblo azteca al socialismo.

Luis Araquistain, en un libro escrito con evidente simpat�a por la obra del r�gimen pol�tico que conoci� y estudi� en M�xico hace dos a�os, a nada se siente tan obligado por el m�s elemental deber de objetividad que a desvanecer la leyenda de la "revoluci�n socialista". Este es, m�s espec�fica y sistem�ticamente, el objeto de una serie de art�culos del joven escritor peruano Esteban Pavletich, que desde 1926 est� en directo contacto con los hombres y las cosas de M�xico. Los propios escritores, adictos o aliados al r�gimen, admiten que no es, por el momento, un Estado socialista lo que la pol�tica de este r�gimen tiende a crear. Froyl�n C. Manjarrez, en un estudio aparecido en la revista Crisol, pretende que, para la etapa de gradual transici�n del capitalismo al socialismo, la vida �nos ofrece ahora esta soluci�n: entre el Estado capitalista y el Estado socialista hay un Estado intermedio: el Estado como regulador de la econom�a nacional, cuya misi�n corresponde al concepto cristiano de la propiedad, triunfante hoy, el cual asigna a �sta funciones sociales...�. Lejos de todo finalismo y de todo determinismo, los fascistas se atribuyen en Italia la funci�n de crear, precisamente, este tipo de Estado nacional y unitario. El Estado de clase es condenado en nombre del Estado superior a los intereses de las clases, conciliador y �rbitro, seg�n los casos, de esos intereses. Eminentemente peque�o-burgueses, no es raro, que esta idea, afirmada ante todo por el fascismo, en el proceso de una acci�n inequ�voca e inconfundiblemente contrarrevolucionaria, aparezca ahora incorporada en el ideario de un r�gimen pol�tico, surgido de una marejada revolucionaria. Los peque�o-burgueses de todo el mundo se parecen, aunque unos se remonten. sucesivamente a Maquiavello, el Medioevo y el Imperio Romano y otros sue�en cristianamente en un concepto de la propiedad que asigna a �sta funciones sociales. El Estado regulador de Froyl�n C. Manjarrez no es otro que el Estado fascista. Poco importa que Manjarrez prefiera reconocerlo en el Estado alem�n, tal como se presenta en la Constituci�n de Weimar.

Ni la Carta de Weimar ni la presencia del Partido Socialista en el gobierno han quitado al Estado alem�n el car�cter de Estado de clase, de Estado demo-burgu�s. Los socialistas alemanes, que retrocedieron en 1918 ante la revoluci�n �actitud que precisamente tiene su expresi�n formal en la Constituci�n de Weimar� no se proponen m�s que la transformaci�n lenta, prudente, de este Estado, que saben dominado por los intereses del capitalismo. La colaboraci�n ministerial es impuesta, seg�n explican l�deres reformistas como el belga Vandervelde, por la necesidad de defender en el gobierno, contra la prepotencia del capitalismo, los intereses de la clase trabajadora, y por la cuant�a y responsabilidad de la representaci�n parlamentaria socialista. Incidentes como el de la exclusi�n del gobierno del socialdem�crata Hilferding, Ministro de Finanzas, a consecuencia de su conflicto con Schacht, dictador del Reichbank y fiduciario de la gran burgues�a financiera, bastan, por otra parte, para recordar a los socialistas alemanes el poder real de los intereses capitalis�tas en el gobierno y las condiciones pr�cticas de la colaboraci�n social-dem�crata.

Lo que categoriza y clasifica al Estado alem�n es el grado en que realiza la democracia burguesa. La evoluci�n pol�tica de Alemania no se mide por los vagos prop�sitos de nacionalizaci�n de la econom�a de la Carta de Weimar, sino por la efectividad conseguida por las instituciones demo-burguesas: sufragio universal, parlamentarismo, derecho de todos los partidos a la existencia legal y a la propaganda de su doctrina, etc.

El retroceso de M�xico, en el per�odo siguiente a la muerte de Obreg�n, la marcha a la derecha del r�gimen de Portes Gil y Ortiz Rubio, se aprecian, igualmente, por la, suspensi�n de los derechos democr�ticos reconocidos antes a los elementos de extrema izquierda. Persiguiendo a los militantes de la Confederaci�n Sindical Unitaria Mexicana, al Partido Comunista, al Socorro Obrero, a la Liga Anti-Imperialista, por su cr�tica de las abdicaciones ante el imperialismo y por su propaganda del programa proletario, el gobierno mexicano reniega la verdadera misi�n de la Revoluci�n Mexicana: la susti�tuci�n del r�gimen porfirista desp�tico y semi-feudal por un r�gimen democr�tico burgu�s.

El Estado regulador, el Estado intermedio, definido como �rgano de la transici�n del capitalismo al socialismo, aparece concretamente como una regresi�n. No s�lo no es capaz de garantizar a la organizaci�n pol�tica y econ�mica del proletariado las garant�as de la legalidad demo�burguesa, sino que asume la funci�n de atacarla y destruirla, apenas se siente molestado por sus m�s elementales manifestaciones. Se proclama depositario absoluto e infalible de los ideales de la Revoluci�n. Es un Estado de mentalidad patriarcal que, sin profesar el, socialismo, se opone a que el proletariado �esto es la clase a la que hist�ricamente incumbe la funci�n de actuario� afirme y ejercite su derecho a luchar por �l, aut�nomamente de toda influencia burguesa o peque�o-burguesa.

Ninguna de estas constataciones discute a la Revoluci�n Mexicana su fondo social, ni dismi�nuye su significaci�n hist�rica. El movimiento pol�tico que en M�xico ha abatido el porfirismo, se ha nutrido, en todo lo que ha importado avance y victoria sobre la feudalidad y sus oligarqu�as, del sentimiento de las masas, se ha apoyado en sus fuerzas y ha estado impulsado por un indiscutible esp�ritu revolucionario. Es, bajo todos estos aspectos, una extraordinaria y aleccionadora experiencia. Pero el car�cter y los objetivos de esta revoluci�n, por los hombres que la acaudillaron, por los factores econ�micos a que obedeci� y por la naturaleza de su proceso, son los de una revoluci�n democr�tico-burguesa. El socialismo no puede ser actuado sino por un partido de clase; no puede ser sino el resultado de una teor�a y una pr�ctica socialistas. Los intelectuales adherentes al r�gimen, agrupados en la revista Crisol, toman a su cargo la tarea de "definir y esclarecer la ideolog�a de la Revoluci�n". Se reconoce, por consiguiente, que no estaba definida ni esclarecida. Los �ltimos actos de represi�n, dirigidos en primer t�rmino contra los refugiados pol�ticos extranjeros, cubanos, venezolanos, etc., indican que este esclarecimiento va a llegar con retardo. Los pol�ticos de la Revoluci�n Mexicana, bastante distanciados entre ellos por otra parte, se muestran cada d�a menos dispuestos a proseguirla como revoluci�n democr�tico-burguesa. Han dado ya m�quina atr�s. Y sus te�ricos nos sirven, en tanto, con facundia latinoamericana, una tesis del Estado regulador, del Estado intermedio, que se parece como una gota de agua a otra gota a la tesis del Estado fascista. 

 

 


 

NOTA:

 

* Publicado en Variedades: Lima, 19 de Marzo de 1930.