LA CREACI�N HEROICA DE JOS� CARLOS MARI�TEGUI

LA EDAD DE PIEDRA

GUILLERMO ROUILLON D.


 

CAPITULO V

 

LAS PRIMERAS DIVAGACIONES SOCIALISTAS

 

"...Recuerdo -dice Mari�tegui- que, en nuestros �ltimos

coloquios, escuchaba (Valdelomar) con inter�s y con respeto

mis divagaciones socialistas".

(De "Siete ensayos de interpretaci�n de la realidad peruana".

Lima, Biblioteca Amauta, 1928, p. 211).

Estamos en el a�o 1918, que marca el per�odo de iniciaci�n socialista para Jos� Carlos (303) y de manifiesta inquietud por los "maestros del pensamiento" directamente relacionados con el destino revolucionario del hombre. Por lo que respecta al significado personal e intelectual de este comienzo en la formaci�n de Mari�tegui, hemos de tener en cuenta estas dos osadas determinaciones. Ahora bien, nadie m�s se�alado para orientarlo en tales prop�sitos que, el amigo de �ste y dilecto consejero desde los d�as de "La Prensa", el Dr. V�ctor M. Ma�rtua (1867-1937) (304), abogado, periodista, pol�tico, diplom�tico y orador. Por esos a�os el maestro Ma�rtua se distingu�a como profesor y parlamentario, acababa de sostener una aleccionadora pol�mica con el Dr. Mariano H. Cornejo (305). En torno de aquel hab�a disc�pulos entusiastas por lo nuevo y original que ense�aba en sus cursos de cultura superior. Ejerc�a este ilustre mentor de formaci�n humanista, dos c�tedras de jurisprudencia (Filosof�a del Derecho e Historia del Derecho Peruano). "La docencia de la c�tedra de Filosof�a del Derecho �afirma Estuardo N��ez- fue encargada en 1915, al profesor V�ctor M. Ma�rtua. Con aplicaci�n e inter�s cultural muy elogiable Ma�rtua hubo de acoger las nuevas direcciones de la filosof�a jur�dica, explicando las doctrinas de los representantes de la escuela hist�rica, a Hegel y a Wundt, para concluir desarrollando las ideas de los contempor�neos, el neohegeliano Kohler y el neokantiano Stammler" (306). Era diputado por su provincia natal: Ica y, �ltimamente, hab�a sido designado Ministro de Hacienda del gobierno de Jos� Pardo (22.IV.1918). Adem�s, junto con Luis Fern�n Cisneros, dirigi� los diarios "El Per�" y "Excelsior" (1916-1917), que estuvieron financiados por don Isa�as de Pi�rola, personaje de gratos recuerdos para Mari�tegui. Pi�rola a la saz�n, estaba dedicado a los negocios y a procurar la inversi�n de capitales en nuevas empresas. En efecto, hab�a organizado en Lima una gran casa importadora de productos norteamericanos.

Durante esta etapa Ma�rtua, impregnado del nuevo esp�ritu, pon�a en evidencia su inclinaci�n por las doctrinas socialistas. A tal extremo llegaron las demostraciones de �ste, que su disc�pulo Jos� Carlos escribi� dos art�culos en su columna "Voces" comentando la declaraci�n de fe socialista que don V�ctor hiciera ostensible en el recinto de la C�mara de Diputados (307). Todo ello respond�a, por cierto, a las repercusiones de la Revoluci�n de Octubre.

Por ese per�odo Mari�tegui, Falc�n, F�lix del Valle, C�sar Ugarte, Percy Gibson, Alberto Ureta y otros cofrades frecuentaban la amistad de Ma�rtua. Estos seguidores, que se disputaban su afecto personal, le acompa�aban por la calle y concurr�an en forma asidua a su estudio de abogado (situado en Abancay s/n.) y a la redacci�n de "El Per�" y, posteriormente, a la de "Excelsior" (308). Lo curioso del caso es que don V�ctor, sin propon�rselo, habr� de convertirse n el gu�a espiritual de esta pe�a ambulatoria, que le consultaba sobre los libros que le�a y acerca de las corrientes ideol�gicas en boga. As� practicaba la docencia libre para ense�ar filosof�a y estimular la conciencia cr�tica entre sus amigos, a los cuales trataba paternalmente (309). Y sin lugar a dudas, aquellas fueron las mejores lecciones que sustentara en su vida de maestro.

Dentro de la acci�n proselitista que desarrollaba Ma�rtua entre los j�venes escritores, no encontr� mejor medio para divulgar la doctrina socialista que el dar a conocer la revista "Espa�a" (310), que hab�a sido fundada en 1913 por Jos� Ortega y Gasset y que luego (un a�o m�s tarde) habr� de ser reemplazado en la direcci�n del mencionado vocero, por Luis Araquistain.

El maestro Ma�rtua, lector de Hegel, Marx, Engels, Bergson, Sorel, Labriola, Unamuno, Alomar, Araquistain, Barbusse, Romain Rolland, Jack London y otros humanistas, predicaba en cierta forma que el escritor, el artista y el hombre de ciencia en esa hora dif�cil para el mundo, ten�a que estar vinculado a las tareas combativas de los obreros y estudiantes. Debe ser, ante todo, un divulgador y educador de su pueblo, sin rebajar su calidad art�stica e intelectual. Es necesario prepararse. El mundo nuevo que se aproxima. exige un hombre nuevo (311). Los primeros contactos con Marx para Jos� Carlos -como observamos- los hace por v�a indirecta a trav�s de int�rpretes de su obra.

Entre los j�venes que escuchaban al maestro -casi podemos decir, con fervor religioso- se despertaba la ambici�n de cumplir una misi�n heroica. A ello se agregaba que Ma�rtua en una de sus charlas doctrinarias, trajo a colaci�n la c�lebre frase de Marx (incluida en la Tesis sobre Feuerbach), "...los fil�sofos no han hecho m�s que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata ahora es de transformarlo..." (312). Este pensamiento que fue toda una revelaci�n para los miembros del grupo, hubo de se�alar una tarea, a largo plazo, en lo que concierne a la realidad peruana.

Por supuesto que Mari�tegui y la mayor�a de los j�venes disc�pulos de Ma�rtua, inquietos por los problemas sociales, llegaron a la conclusi�n, que la filosof�a se hab�a convertido en un instrumento para transformar el mundo.

Como trasfondo de las lecciones dictadas por el maestro, estaba la cruenta guerra (1914-1918) que se dejaba sentir en todos los pa�ses (grandes y peque�os). El movimiento revolucionario, estimulado por la crisis mundial agudizada en esos a�os, se extend�a por todas las latitudes. Los obreros, los empleados y los estudiantes que hab�an sido influidos por las ideas renovadoras, y que adem�s sufr�an directamente las consecuencias del conflicto b�lico, reclamaban impacientes reformas sociales y econ�micas. De esta manera, los trabajadores despertaban a la lucha conciente.

As�, pues, Mari�tegui y sus amigos se sent�an atra�dos por la agitaci�n social que abarcaba todo el mundo. Dejemos a Jos� Carlos que informe sobre aquellos d�as con sus propias palabras: "La crisis mundial invitaba a los pueblos latinoamericanos, con ins�lito apremio a revisar y resolver sus problemas de organizaci�n y crecimiento. Naturalmente, la nueva generaci�n sent�a estos problemas con una intensidad y un apasionamiento que las anteriores generaciones no hab�an conocido. Y mientras la actitud de las pasadas generaciones, como correspond�a al ritmo de su �poca, hab�a sido evolucionista -a veces con un evolucionismo completamente pasivo- la actitud de la nueva generaci�n era espont�neamente revolucionaria... Las ilusiones demo liberales y pacifistas que la predicaci�n de Wilson puso en boga en 19184919 circulaban entre la juventud latinoamericana como nueva moneda revolucionaria. Este fen�meno se explica perfectamente. Tambi�n en Europa, no s�lo las izquierdas burguesas sino los viejos partidos socialistas reformistas aceptaron como nuevas las ideas demo liberales elocuentes y apost�licamente remozadas por el presidente norteamericano" (313). En cierto modo, el grupo al cual pertenec�a Mari�tegui estaba contribuyendo a dar un car�cter distinto a su generaci�n.

Viendo as� las cosas los j�venes disc�pulos de Ma�rtua, de acuerdo con las alternativas de la formaci�n de su conciencia pol�tica, terminaron a la postre por resultarles extra�as las ideas "revolucionarias" apol�ticas de Gonz�lez Prada. "Su esp�ritu individualista, an�rquico, solitario, no era adecuado para la direcci�n de una vasta obra colectiva..." (314). "Dej� a otros la empresa de crear el socialismo peruano. Fracasado el partido radical (denominado Uni�n Nacional (1891-1902), dio su adhesi�n al lejano y abstracto utopismo de Kropotkin. Y en la pol�mica entre marxistas y bakunistas, se pronunci� por los segundos" (315). Ma�rtua -hombre penetrante y de gran visi�n pol�tica-, que sab�a de la fatiga y decepci�n que ven�a produciendo entre la juventud don Manuel, lleg� a considerarlo "como un conductor de caravanas que las dej� en mitad del desierto" (316). La verdad es que Gonz�lez Prada, quien hab�a mantenido la jefatura espiritual del movimiento literario entre los j�venes col�nidas, ver� decaer su influjo en cuanto �stos eligieron la actividad pol�tica orientada hacia el ideal socialista. Es decir, cuando los esfuerzos juveniles se centraron en cambiar y redimir la sociedad. Aqu�l "no interpret� al pueblo, no esclareci� sus problemas, no leg� un programa a la generaci�n que deb�a venir despu�s" (317). Aunque debemos reconocer -como se�alara Robert Bazin- que, "adem�s de su contribuci�n al modernismo, Gonz�lez Prada abri� el camino a la protesta social en toda Am�rica y a la defensa del indio y a la denuncia de sus opresores en todos los pa�ses andinos" (318). Pero, como observamos, no ofreci� soluciones, s�lo se qued� en la mera denuncia y protesta.

Se recordar� que por esos d�as, se planteaba la existencia de dos corrientes ideol�gicas en el campo revolucionario: el anarquismo y el socialismo. Eso s� ambos movimientos en conjunto no incluyen m�s que a un reducido n�mero de entusiastas y esforzados activistas. Y, por otra parte, las doctrinas no estaban por cierto muy diferenciadas, una de otra, debido a que no hab�a una relaci�n �ntima entre la teor�a y la acci�n. En el fondo, era una curiosa mezcla de anarquismo, socialismo y defensa de la doctrina liberal positivista. Imperaba un socialismo intelectual, saturado de divagaciones. Este desconcierto anotado por los seguidores de esas ideas, estimulaba en ellos el af�n de superar la situaci�n equ�voca y hacer posible una verdadera y aut�ntica acci�n socialista dirigida a la transformaci�n real y concreta del mundo en que viv�an. Parec�a que esta lenta formaci�n de conciencia entre los j�venes los pon�a en buen camino y que la caravana a la que alud�a don V�ctor -abandonada en el desierto pod�a proseguir rumbo a su destino. Mas, uno y otro maestro (Gonz�lez Prada y Ma�rtua) fueron para la juventud de aquel tiempo, fuentes originales de inspiraci�n.

Por su parte Ma�rtua, que censur� a Gonz�lez Prada por ser ajeno a las contingencias de la vida pol�tica social, tampoco est� exento de culpa en cuanto a su orientaci�n, la cual no era muy consecuente que digamos. No predicaba con el ejemplo. Todav�a alentaba. �nicamente, la protesta subjetiva que dejaba el mundo intacto, y que, seg�n los revolucionarios, es la causa de las injusticias sociales. S�lo, pues, le apasionaba la teor�a. Se manten�a aferrado a la filosof�a idealista, que identificaba el socialismo con el liberalismo retocado por Wilson. Frente a este estado de cosas, los j�venes no se frustraron con la posici�n de Ma�rtua, supieron comprender las limitaciones y reservas de �ste y buscaron en la lectura y los contactos directas con la ciase obrera y con los problemas de la vida internacional y nacional compensaciones para llenar aquel vac�o de su deficiente direcci�n ideol�gica. Solos y por s� mismos empezaron a profundiza en la problem�tica revolucionaria. Las conversaciones sobre la injusticia social y sobre la necesidad de cambiar el modo de vida del pa�s -ya con los anarquistas y, luego, con Ma�rtua- hab�a creado un fermento en sus pensamientos y un fuerte impulso para continuar en el campo revolucionario.

De los contactos de Mari�tegui con los agitadores anarquistas, con Ma�rtua y con la vida internacional, proviene la etapa de su predilecci�n por Georges Sorel (1847-1922), autor de las "Reflexiones sobre la violencia", quien a su vez est� influido por Louis Henri Bergson (1859-1941), notable fil�sofo idealista franc�s. En este sentido el alem�n Michael Von Freund, afirma: "...lo que Ilegal fue para Marx, Bergson lo fue para Sorel en mayor grado" (319). Coincide en igual apreciaci�n Luis Quintanilla, cuando sostiene: "Sorel. o m�s bien su metaf�sica sindicalista, es inconcebible sin la filosof�a de Bergson" (320).

A tal grado lleg� la preferencia de Jos� Carlos por Sorel, que m�s tarde al hacer un an�lisis retrospectivo, advierte la significativa contribuci�n de �ste a las ideas de Marx. "...A trav�s de Sorel -dir� Mari�tegui-, el marxismo asimila los elementos y adquisiciones sustanciales de las corrientes filos�ficas posteriores a Marx. Superando las bases racionalistas y positivistas del socialismo de su �poca, Sorel encuentra en Bergson y los pragmatistas ideas que vigorizan el pensamiento socialista, restituy�ndolo a la misi�n revolucionaria de la cual lo hab�a gradualmente alejado el aburguesamiento intelectual y espiritual de los partidos y de sus parlamentarios, que se satisfac�an en el campo filos�fico, con el historicismo m�s chato y el evolucionismo m�s p�vido. La teor�a de los mitos revolucionarios, que aplica al movimiento socialista, la experiencia de los movimientos religiosos, establece las bases de una filosof�a de la revoluci�n, profundamente impregnada de realismo psicol�gico, a la vez que se anticipa a las conclusiones del relativismo contempor�neo..." (321).

Volviendo al ambiente por el cual frecuenta Mari�tegui, no olvidemos que lo m�stico y religioso hab�a sido uno de los elementos formativos de �ste. Y claro est� que el sentido religioso de Sorel, contribuy� a hacer posible su acercamiento con el mencionado ide�logo. "Hace alg�n tiempo -escribir� Jos� Carlos- que se constaba el car�cter religioso, m�stico, metaf�sico del socialismo. Jorge Sorel, uno de los m�s altos representantes del pensamiento franc�s del siglo XX, dec�a en sus "Reflexiones sobre la violencia": "Se ha encontrado una analog�a entre la religi�n y el socialismo revolucionario que se propone la preparaci�n y a�n la reconstrucci�n del individuo para una obra gigantesca. Pero Bergson nos ha ense�ado que no s�lo la religi�n puede ocupar la regi�n del yo profundo; los mitos revolucionarios pueden tambi�n ocuparla con el mismo t�tulo". Ren�n, como el mismo Sorel lo recuerda, advert�a la fe religiosa de los socialistas, constatando su inexpugnabilidad a todo desaliento. "A cada experiencia frustrada, recomienzan. No han encontrado la soluci�n: la encontrar�n. Jam�s los asalta la idea de que la soluci�n no exista. He ah� su fuerza" (322).

Con su palabra persuasiva el maestro Ma�rtua procedi� a explicar los alcances renovadores de Sorel en el campo revolucionario, despertando la curiosidad del disc�pulo por conocer la obra soreliana. Aparte, claro est�, de la inquietud social que exist�a en Mari�tegui y de la atm�sfera por la cual discurr�a. Se notaba asimismo el inter�s que pon�a para lograr "puntos de vista sistem�ticos para enjuiciar los acontecimientos y cosas del pa�s".

Ya dijimos que nunca sinti� apego por don Manuel debido principalmente a la actitud asumida por �ste ante el problema religioso. "Gonz�lez Prada se enga�aba, por ejemplo -confesar� Mari�tegui-, cuando nos predicaba antirreligiosidad" (323). Interesa aqu� dejar sentado que en esta �poca de tanta avidez en Jos� Carlos por dominar el pensamiento socialista, jugaba un papel muy importante para su orientaci�n la problem�tica religiosa as� como tambi�n, claro est�, otros factores que estaban sumamente arraigados en su personalidad. Es natural que as� fuera, por cuanto �l era un producto de la sociedad tradicional.

Sabida es que a�n Mari�tegui transitaba los caminos de Dios (324). Y la relaci�n con Dios, a diferencia de a�os anteriores, ya no se da en la soledad sino en la colectividad. Semejante actitud hac�a que todo aquello que resultara vinculado a la religi�n, mereciera su adhesi�n sin reticencias. Podemos observar -en esta etapa de Mari�tegui- que coexiste la fe religiosa y el ideal socialista y que se mantendr� esta �ntima relaci�n por mucho tiempo. Aunque no hay en �l una constante preocupaci�n por el tema religioso, como en el caso de Unamuno, si existe la tendencia de afirmar el ideal socialista sin mengua del arraigo religioso que hab�a en �l.

S�lo a medida que alcanza su madurez revolucionaria las contradicciones provenientes de su formaci�n idealista, se ir�n extinguiendo en Jos� Carlos. Entonces el pensamiento de Mari�tegui se proyecta hacia una meta que le cuesta dificultad lograr culminar. Le obsesiona tanto a �l como a su grupo, que el naciente proletariado no pueda tener �xito en su tarea hist�rica por verse privado de una adecuada direcci�n que le esclarezca y le gu�e. Pues bien, ese derrotero deb�an proporcionarlo los socialistas. Y �estaban �stos en condiciones de hacerlo? No. Carec�an de madurez revolucionaria. Al no disponer de los cuadros apropiados para tal quehacer, los j�venes tuvieron que en forma improvisada y con defectos propios de ese estado de cosas, asumir tan tremenda responsabilidad (325). En esos tiempos la preocupaci�n fundamental para Mari�tegui, como venimos observando, era el destino del hombre. Inquietud que mov�a desde hace siglos al santo, al h�roe y al fil�sofo. Pero que ahora se convert�a en desvelo de la colectividad. La masa an�nima empezaba a tomar conciencia de tal empe�o. Mari�tegui que pertenec�a a los hombres -como dir�a Unamuno- de pasi�n y fe, propiciaba esta nueva dimensi�n social. Y para ello ten�a presente, la frase de Hegel -recogida de los labios del maestro Ma�rtua- (326): "Nada grande se ha producido en el mundo sin pasi�n y ella es la condici�n para que algo grande nazca en el hombre". Y esta combusti�n, que se hab�a apoderado de �l, crec�a pareja a las necesidades que impon�a ese momento que viv�a la juventud y la clase obrera.

Por aquellos d�as, en una de las visitas que hiciera a la casa de Pietro Solari, antiguo contertulio de Gonz�lez Prada y miembro conspicuo de la Logia Stella d'Italia (donde el autor de "P�ginas Libres" hab�a pronunciado dos de sus conferencias), se encontr� con un amigo a quien conociera Jos� Carlos en la "Academia de Pintura y Escultura Le�n Bonnat", que dirig�a Herminio Arias de Sol�s, en la apoca en que estudiaba pintura. Se trata de Remo Polastri Bianchi ( 1878-1940) natural de Florencia. Este hab�a venido de Italia en compa��a de sus padres y hermanos. Pintaba paisajes y se dedicaba a trabajar como contratista y decorador. Polastri, quien despu�s ser� uno de los fundadores del Partido Socialista (327), frecuentaba el domicilio de Solari -su paisano- pala conversar en su propio idioma (italiano) y sobre temas de actualidad. Aunque aqu�l era devoto de Mazzini (inclinado a las ideas libertarias: y de Errico Malatesta (1853-1932) (de hecho anarquista), por su parte Polastri hab�a tomado el partido de Sorel y de Antonio Labriola. En esta forma simbolizaba la fuerte tradici�n anarquista y socialista que imperaba en la Pen�nsula. No obstante las diferencias que los separaba, nunca discut�an sobre ellas. Retomando el hilo de aquel reencuentro �entre Mari�tegui y Polastri- fue de beneficio para los dos amigos. Este a instancias de Jos� Carlos se incorpor� al c�rculo (lo denominaremos as�) de lectores sobre temas socialistas. Y Polastri, a su vez, le facilit� a aqu�l las publicaciones de izquierda que sol�a leer. Entre ellas -recojo los testimonios de

Bustamante Santisteban Erasmo Roca- la de Alfonso Asturaro (catedr�tico de la Universidad de G�nova), El materialismo hist�rico y la sociolog�a general. Barcelona, Imp. Heinrich y Comp. 1906; de Georges Sorel, Sagy di critica del marxismo. Palermo, 1905; de Giusseppe Prezzolini, La teor�a sindicalista. Napoli, 1909; del l�der del Partido Socialista italiano: Antonio Labriola, Socialismo y filosof�a. Tur�n, 1896 y Del materialismo hist�rico (Roma, 1902); de Jos� Ingenieros, Italia en la ciencia, en la vida y en el arte. Madrid (1905); etc. El socialismo italiano, superada la fase humanitaria y jacobina, se hab�a organizado como partido en 1892 y dispon�a de un vocero oficial: "Avanti".

Cabe anotar, por otra parte, que Sorel considerado como uno de los revisionistas del marxismo, influ�a poderosamente sobre Labriola (328).

Paralelamente pues a las lecturas que hemos mencionado l�neas arriba, se despierta la afici�n en Mari�tegui por conocer las ideas de Jack London (1876-1916), escritor socialista norteamericano (329). Jos� Carlos, como ya hemos citado en cap�tulo aparte, incursionaba en el ensayo. Era un escudri�ador de los valores permanentes del esp�ritu universal y, muy en particular, de los que ten�an fuerza interior e inspiraci�n. De aqu� su preferencia por London, quien llegaba hasta �l debido a otra revelaci�n de Ma�rtua. "Es cierto -comentar� Mari�tegui a�os despu�s- que la literatura y el pensamiento de Estados Unidos, en general, nos llega a la Am�rica espa�ola con mucho retardo y a trav�s de pocos especimenes. Ni a�n las grandes figuras nos son familiares. Jack London, Theodore Dreiser, Carl Sandburg, vertidos ya a muchos idiomas, aguardan su turno espa�ol" (330). El di�logo con Ma�rtua dentro de esa especie de c�rculo de estudios premarxistas, que conformaba el grupo al que pertenec�a Mari�tegui (331), continuaba generosamente ofreci�ndose a viva voz. A don V�ctor se debi� tambi�n la traducci�n de algunos pasajes de la novela revolucionaria "El tal�n de hierro" (1907) de London y el haber relatado ciertos aspectos de la vida de �ste. London tuvo una ni�ez infortunada y en su adolescencia se gan� la vida como obrero y luego como periodista. Adem�s, pose�a una gran capacidad de inventiva y trabajo. Y seg�n propia declaraci�n, se deb�a a una auto-disciplina a que se vio obligado a someterse para alcanzar la meta hist�rica trazada. Ma�rtua atribu�a a London haber dicho: "enfermo o con salud debemos escribir, por lo menos, de tres a cuatro carillas diarias" (332).

El conocimiento de la vida y obra, aunque en una apretada visi�n panor�mica, de aqu�l escritor norteamericano constituy� para Mari�tegui y sus compa�eros de ruta -"quienes concurr�an a la propaganda y a la cr�tica socialista en el Per�" (333)- un incentivo extraordinario. Ellos, por su parte, se encontraban enfrentados a la tarea de producir m�s a fin de poder satisfacer las exigencias revolucionarias de la clase obrera. Y el ejemplo de London result� eficaz, pues, multiplicaron sus esfuerzos para estar a la altura de las circunstancias.

Desde entonces har� Jos� Carlos del periodismo -que indudablemente no debemos confundir con su verdadera vocaci�n de ide�logo- un saludable entrenamiento para su quehacer de pensador a lo que aspiraba abrazar de por vida, con vehemencia y plena satisfacci�n (334).

Cada vez se hac�a m�s patente en "la yunta brava" (Mari�tegui y Falc�n) el inter�s por compartir las lecturas preferidas y sus puntos de vista relacionados con los problemas de palpitante actualidad con el grupo de trabajadores que, de una u otra forma, estaban ligados a ellos por v�nculos de camarader�a y por el denominador com�n combatir a la clase dominante y su sistema. Las materias favoritas resultaban ser, las referentes al conflicto de los sectores contrapuestos: socialismo y capitalismo, cuya lucha se intensificaba en Europa: por extensi�n, tambi�n, se refer�an al cuadro que presentaba nuestro pa�s con una oligarqu�a latifundista y dependiente de los monopolios extranjeros y con un proletariado en ascenso. Por otra parte, demostraban estos audaces mozos, su preocupaci�n por la ingerencia del imperialismo para obstaculizar el desarrollo industrial en nuestro medio y en el resto de Am�rica Latina. Y trat�ndose de asuntos de tanta resonancia, los comentarios a los mismos llegaban a influir sobre la mentalidad anacr�nica de algunos dirigentes gremiales as� como de los simples y mal informados activistas sindicales que acud�an a esas citas medias clandestinas. Entre las principales figuras que participaban de estas aleccionadoras conversaciones, y donde se intercambian ideas acerca de la nueva conciencia revolucionaria que se propagaba por el mundo, se contaban: Gutarra, L�vano, Barba, Fonken, Pedro Ulloa, Leopoldo Urmachea, Timoteo Aguirre, C�sar Licetti, Fausto Posada, V�ctor Cerna, Pedro Cisneros, Roberto Chiabra, Emilio Costilla, Eulogio Otaz�, Juan Ferrer y otros (s�lo para referirnos al elemento obrero) (335). La mayor�a de los cuales militaba en los centros de orientaci�n libertaria de "La Protesta" y "Luz y Amor", respectivamente. Poco despu�s intervendr�n los indicados personajes en la organizaci�n de la Central Nacional Obrera -presidida nada menos que por Nicol�s Gutarra- la que decretar� la huelga general por la jornada de ocho horas y conducir� victoriosamente a la clase proletaria en el paro, sin precedentes en la historia social del pa�s, correspondiente a la fecha 13 de enero de 1919. Tambi�n se daban cita, en aquellas reuniones informales y donde se produc�an apasionadas y encendidas pol�micas, los amigos de extracci�n peque�o burguesa de Mari�tegui y Falc�n que, por esos a�os, ya manifestaban sus simpat�as y adhesi�n por la causa del socialismo.

Frecuentemente el tipo de coloquios que venimos mencionando se realizaba en las propias casas de los trabajadores, distribuidas en los barrios pobres: Mapiri, Santa Clara, Arco, La Caridad, La Penitencia, La Victoria, Abajo el Puente y el Callao. Y tan a gusto se hallaba Mari�tegui en compa��a de estos pujantes luchadores sindicales, que debi� elegir como novia nada menos que a una agraciada y sencilla muchacha del pueblo, hija de uno de los proletarios ligados a �l por lazos de camarader�a revolucionaria.

Bien es verdad que la propia madre de Jos� Carlos, do�a Amalia La Chira, proced�a de la clase humilde. As�, pues, reintegrado Mari�tegui al estrato al cual pertenec�a la autora de sus d�as no hay ning�n inconveniente para hacer compa�era de su vida, por aquel a�o tan gr�vido de sucesos, a la hija de un simple tip�grafo (336).

Lo importante (en descargo de la actitud de Jos� Carlos) no era el matrimonio, sino el amor. Descartaba �ste por principio los c�nones de la respetabilidad burguesa, amparada en los convencionalismos. La compa�era preferida era Victoria Ferrer, hija del obrero gr�fico Juan Ferrer, que viv�a en una modesta vivienda de la calle Sebasti�n Barranca 329 ubicada en el barrio de La Victoria (337). La hermana -mayor de aqu�lla, do�a Beatriz, de 24 a�os de edad, se unir� -en igual forma y sin ceremonia alguna- a Falc�n. Y los dos inseparables amigos, "la Yunta Brava", como se les llamaba en la intimidad, tendr�n un motivo m�s de vinculaci�n afectiva. Ambos, despu�s de cierto tiempo, consideraron de su deber "revolucionario" emprender la educaci�n de las hermanas Ferrer, para que tuvieran la m�s cabal comprensi�n de cuanto estaba ocurriendo en el mundo. Procuraban con ardor hacer florecer en sus doncellas las nuevas ideas que los impulsaba a intentar transformar la sociedad inveterada. Empero es infructuosa la tarea, no existe la materia prima propicia a fin de alcanzar sus prop�sitos de catequizaci�n. Por entonces, las mujeres -de todos los estratos sociales- recib�an una formaci�n inadecuada, que las hac�a insensibles a los cambios y renovaciones. Pronto tuvieron que acostumbrarse los dos amigos a la pasividad pol�tica de sus mujeres, las cuales ni siquiera demostraban inter�s por la lectura de la obra proletaria de M�ximo Gorki, "La Madre" y otras publicaciones por el estilo. A las hermanas Ferrer s�lo les atra�a los problemas dom�sticos y los novelones de amor.

Era la �poca en que de la redacci�n de "El Tiempo", a horas completamente desusadas, Mari�tegui y Falc�n se retiraban para dirigirse al distrito de La Victoria (338), donde les aguardaban impacientes la ternura y la tranquilidad hogare�a.

Por esos d�as, do�a Amalia La Chira pasaba una corta temporada en Huaral, al lado de su hijo Julio C�sar, un a�o menor que Jos� Carlos, quien trabajaba en esa localidad en la Oficina de Recaudaci�n y ultimaba los preparativos para lanzar el peri�dico "La Voz del Valle" (1919-1922). La se�ora La Chira, apartada definitivamente de sus ocupaciones habituales y sobrellevando algunas dolencias contra�das por el agotamiento f�sico de sus a�os de actividad artesanal, renovaba sus oraciones a Dios para que velara por su inquieto hijo Jos� Carlos.

Desde el diario "El Tiempo" (publicaci�n dirigida contra la oligarqu�a "civilista") se hac�a "un esfuerzo por dar vida a un grupo de propaganda y concentraci�n socialista. La direcci�n del peri�dico, ligada a los grupos pol�ticos de oposici�n es extra�a a este empe�o, que representa exclusivamente el orientamiento hacia el socialismo de algunos j�venes escritores, ajenos a la pol�tica, que tienden a imprimir a las campa�as del diario un car�cter social. Estos escritores son Jos� Carlos, C�sar Falc�n, Humberto del Aguila y alg�n otro que, unidos a otros j�venes intelectuales afines, publican a mediados de 1918 una revista de combate "Nuestra Epoca" (339).

En efecto, como hemos mencionado en este mismo cap�tulo, el antecedente de "Nuestra Epoca" viene a ser el semanario "Espa�a" (1915-1924) de Luis Araquistain (1886-1959), el cual gracias a Ma�rtua es conocido y difundido entre el c�rculo de j�venes entregados a la redenci�n social.

La revista "Espa�a", subtitulada semanario de la vida nacional, sirvi� de portavoz de la inquietud pol�tica de una minor�a de intelectuales, cuyo pensamiento estaba imbuido de reformismo social. Colaboraban en esta publicaci�n hombres de letras y ensayistas de la talla de: Unamuno, Ramiro de Maeztu, P�o Baroja, Ram�n P�rez de Ayala, Luis de Zulueta, Manuel B. Coss�o, Gabriel Alomar, Adolfo Posada, Federico de On�s, Manuel Garc�a Morente, Antonio Machado, Enrique D�ez Canedo, Ram�n del Valle Incl�n, Fernando de los R�os, Domingo Barn�s, Marcelino Domingo, Santiago Casares Quiroga, Julio Alvarez del Vallo y Manuel Aza�a.

Araquistain era ya conocido en Latinoam�rica por sus pol�micas en torno a la pol�tica espa�ola y en lo que concierne a los problemas derivados de la guerra. Hab�a logrado influir en la juventud de ideas renovadoras. Sus obras, principalmente "Pol�micas de la guerra" (340), se convirtieron en libros de gran demanda por su tendencia socialista. Y, como es natural, el semanario "Espa�a", que estaba a cargo de Araquistain, reflejaba en cierta forma la situaci�n de Europa que, por esos d�as, viv�a el ascenso de su conciencia revolucionaria.

Fue tanto el impacto que ejerci� la revista "Espa�a" en nuestro medio, que Falc�n, Mari�tegui, Del Aguila y otros j�venes intelectuales, que empezaban a ser influidos por la pr�dica social, decidieron fundar un �rgano de prensa (341), tomando como modelo aqu�l, "para decir lo que ya quer�an expresar en pol�tica con absoluta independencia de "El Tiempo" y sus empresarios" (342). As� tenemos que el primer n�mero de "Nuestra Epoca" aparece el 22 de julio de 1918, disponiendo de s�lo ocho p�ginas. Adem�s, se�ala como oficina de Redacci�n: Caman� 587, altos; la misma, desde luego, del diario donde prestan servicios sus editores.

El periodismo lime�o conforme lograba superar la etapa artesanal iba limitando en cierta forma su independencia para comentar y criticar los asuntos locales, nacionales e internacionales. Entonces, de acuerdo al cambio operado, no s�lo ofrec�a espacio de anuncios, sino tambi�n vend�a noticias, criterio y hasta silencio. Los diarios -aunque fueran estos de oposici�n, como era el caso de "El Tiempo", de franca inclinaci�n por la candidatura pol�tica de Legu�a- constitu�an una empresa industrial. Dicho en otras palabras, una industria como cualquier otra, movida por los mismos resortes econ�micos. De modo tal que el peri�dico, para ser exactos con nuestra apreciaci�n, m�s representaba la opini�n y los intereses de los propietarios, que el de la llamada opini�n p�blica a quien se dec�a servir.

Por estas razones, el directorio de "El Tiempo" no pudo ver con buenos ojos la salida de una revista de tipo popular y que, adem�s, se imprimiera en sus propios talleres gr�ficos (343). As� la empresa en cuanto se presentaron las primeras dificultades al nuevo �rgano, de hecho, le neg� el permiso para que siguiera utilizando la imprenta. Con esta dr�stica medida "Nuestra Epoca" se qued� en el segundo n�mero; no sali� m�s.

Deteng�monos, pues, en el editorial correspondiente al primer n�mero de la Revista, que escribieran Mari�tegui y Falc�n -directores de la misma- en el cual definen con energ�a y entereza la posici�n doctrinaria de dicho vocero y la de todo el grupo que insurg�a con inquietudes revolucionarias.

Resume esta actitud, los dos p�rrafos que a continuaci�n incluimos: "... Sacamos este peri�dico y le ponemos de nombre "Nuestra Epoca" �expresan los j�venes periodistas- porque creemos que comienza con nosotros una �poca de renovaci�n que exige que las energ�as de la juventud se pongan al servicio del inter�s p�blico. Y en plena juventud, comprendemos nuestro deber de concurrir a esta reacci�n nacional con toda nuestra honradez y con toda nuestra sinceridad ardorosas y robustas".

"Aportamos a esta obra el conocimiento de la realidad nacional que hemos adquirido durante nuestra labor en la prensa. Situados en el diarismo casi desde la ni�ez, han sido los peri�dicos para nosotros magn�ficos puntos de apreciaci�n del siniestro panorama peruano. Nuestros hombres figurativos suelen inspirarnos, por haberlos mirado de cerca, un poco de desd�n y otro poco de asco. Y esta repulsa continua nos ha hecho sentir la necesidad de buscarnos un camino propio para afirmarla y para salvarnos de toda apariencia de solidaridad con el pecado, el delito y la ineptitud contempor�nea..." (344).

Es por este motivo tan poco estimulante, que el grupo habr� de recurrir a los maestros en el plano universal para as� salvar las deficiencias del medio peruano carente de mentalidades esclarecidas para ofrecerles la orientaci�n adecuada y de acuerdo con las aspiraciones de su tiempo.

En el mismo n�mero que comentamos aparece tambi�n una nota, sin t�tulo, en la que publica Jos� Carlos su renuncia al seud�nimo de Juan Croniqueur (345). Recordemos a prop�sito que hac�a siete a�os (desde 1911) que lo ven�a usando. Es importante advertir que, por otra parte, se hab�a cumplido un a�o de su apartamiento voluntario de las revistas "El Turf" "Lul�", en las cuales escribiera sobre temas fr�volos y decadentes. Por cierto que nada de cuanto llevaba hecho Mari�tegui hasta entonces, ten�a justificado valor literario.

Aqu� vale la pena recalcar que con la actitud de renunciar al seud�nimo de Juan Croniqueur, Jos� Carlos, tambi�n pone fin al per�odo presocialista, o sea a su llamada "edad de piedra" propiamente dicha. Mas en la realidad Mari�tegui prolongar� la etapa de Juan Croniqueur hasta su retorno de Europa. No olvidemos que sus "Cartas de Italia" vuelven a poner en circulaci�n los seud�nimos de la �poca que pretend�a superar.

El primer trabajo firmado por Jos� Carlos en "Nuestra Epoca" llevaba el siguiente t�tulo "El deber del Ej�rcito y el deber del Estado" y respond�a a un comentario sobre el discurso que pronunciara el Coronel Enrique Ballesteros (1872-1970) (346). Este art�culo anti-armamentista de Jos� Carlos habr� de provocar una violenta protesta de los oficiales del Ej�rcito. Y acto seguido, un grupo de los mismos, encabezados por el Teniente Jos� V�squez Benavides, sali� en busca del autor del agravio e invaden bulliciosamente la redacci�n de "El Tiempo" donde se hallaba trabajando el articulista. Frente a �l, de cuerpo enteco, V�squez Benavides se adelant� y fren�tico lo maltrat� con un latiguillo que portaba en la mano. Mari�tegui, d�bil y enclenque, recibi� impasible y con mirada desafiante la agresi�n. Resisti� hasta que en una de las arremetidas del provocador, perdi� el equilibrio y cay� sobre el piso. Una vez m�s, la fuerza ciega y brutal pretend�a silenciar a un hombre de ideas. Tal abuso desproporcionado y matonesco, que conmueve al pueblo de Lima y repercute en la vida nacional, trae consigo la renuncia del Ministro de Guerra y el pase a la disponibilidad del Jefe de Estado Mayor del Ej�rcito.

Pero ah� no quedan las cosas; Mari�tegui aconsejado por Alfredo Piedra y Alberto Secada (347) desaf�a a duelo a su agresor, el oficial V�squez Benavides, quien le vejara sin tomar en consideraci�n su situaci�n de inv�lido. Puesto en este trance, Jos� Carlos designa como padrinos al Dr. Lauro Curletti y al propio Secada (348). Y aguarda medirse, serenamente, con su contendor aunque en condiciones desventajosas, pues �l no ten�a entrenamiento alguno con armas de fuego. En su columna "Voces", con el t�tulo: "La fuerza es as�", relata los sucesos ocurridos a ra�z del mencionado art�culo (publicado en "Nuestra Epoca"), el ultraje que le infiriera uno de los oficiales del Ej�rcito (349).

Reunidos los representantes de ambos duelistas y luego de cambiar ideas sobre el asunto materia de su competencia, consideraron que no hab�a lugar para proceder al desaf�o y pusieron de inmediato tal resoluci�n en conocimiento de los retadores.

Entre tanto el oficial bravuc�n, descalificado por la opini�n p�blica y por sus mismos compa�eros de armas, se siente vencido y humillado.

La verdad es que C�sar, el elemento mejor preparado del grupo, no estuvo de acuerdo con la nota de marras, firmada por. Mari�tegui. Aquel, en abierta discrepancia, opinaba: "fue muy mal dicho lo de Jos� Carlos. No es efectivo que al Ej�rcito fuese solamente el muchacho malo de la casa. En el Per�, donde la Universidad sustituye a la clase aristocr�tica, en que el t�tulo es como el antiguo pergamino nobiliario, donde se forman batallones universitarios, el Ej�rcito es lo popular. La peque�a burgues�a, la gente de la clase media, forman las filas de los jefes y oficiales..." (350).

Si por una parte, Jos� Carlos, es criticado por su �ntimo amigo Falc�n (351), por otra, recibir� el elogio y la solidaridad proveniente de los trabajadores, estudiantes, correligionarios pol�ticos y de numerosos lectores de su columna "Voces" que aparec�a en "El Tiempo".

Pero en ese momento, Mari�tegui, en lo m�s rec�ndito de su ser, se siente incomprendido y, de acuerdo con su estado de �nimo, decide explicar el supuesto ataque al Ej�rcito mediante una nota firmada por �l: "Mi art�culo -sostiene en un intento de aclarar la situaci�n- fue un estudio del problema militar. Fue �nicamente un sumario de mis ideas sobre ese problema. Fue un �ndice de mis observaciones. Fue, luego, muy poco". M�s adelante agrega: "Mi aspiraci�n actual y vehemente es la aspiraci�n de que el ej�rcito del Per� no se aparte de su deber. De que el ej�rcito comprenda la austeridad de su rol. De que el ej�rcito no olvide que es tradicionalmente la instituci�n donde se conciertan, guardan y cultivan las virtudes mas caballerescas, pundonorosas y bizarras".

Confiesa finalmente: "Creo oportuno un ejemplo. Y considero que el ejemplo que puedo presentar con m�s sinceridad es, sin duda alguna, el ejemplo m�o. Si yo me gobernara, en vez de que me gobernara la miseria del medio, yo no escribir�a diariamente, fatigando y agotando mis aptitudes, art�culos de peri�dicos. Escribir�a ensayos art�sticos o cient�ficos m�s de mi gusto. Pero escribiendo versos o novelas yo ganar�a muy pocos centavos porque, como este es un pa�s pobre, no puede mantener poetas ni novelistas. Los literatos son un lujo de los pa�ses ricos. En los pa�ses como el nuestro los literatos que quieren ser literatos -o sea comer de su literatura- se mueren de hambre. Por esto, si mi mala ventura me condena a pasarme la vida escribiendo art�culos de peri�dicos, automatizado dentro de un rotativo cualquiera, me habr� vencido la pobreza del medio. Ser� un escritor encadenado al diarismo por el fracaso personal..." (352).

En definitiva, declara Mari�tegui que no tiene vocaci�n de periodista pero las circunstancias lo obligan a practicar ese oficio. Aunque claro est�, trata de sacar mayores ventajas de la profesi�n con que se gana la vida. M�s tarde escribir�: "el periodismo puede ser un saludable entrenamiento para el pensador..." as� como tambi�n, "una prueba de velocidad" (353). Ya hemos dicho, que Jos� Carlos hab�a escogido el ensayo como medio para expresar su pensamiento. El ensayo, como su nombre lo indica, es una prueba, una operaci�n de tanteos. Mari�tegui se inclinaba vocacionalmente hacia este g�nero. Y as� lo habr� de reconocer, en una entrevista period�stica, Domingo Mart�nez Luj�n: "Yo estimo mucho -declara el poeta- a esta juventud (aludiendo a la generaci�n de Jos� Carlos). Se que est� en la hora del ensayo" (354). Una d�cada despu�s Jorge Basadre, coincidir� con Mart�nez Luj�n al afirmar: "as� como Valdelomar fue la transformaci�n est�tica del periodista, Mari�tegui es la transformaci�n del periodista en ensayista social" (355).

Empero el maestro Ma�rtua -seg�n sostiene Bustamante Santisteban-, ve�a en Mari�tegui un talento extraordinario para cultivar la disciplina filos�fica. Y agrega que, en cierta ocasi�n, don V�ctor al intentar persuadir a Jos� Carlos para que se inquietara por una formaci�n filos�fica m�s s�lida, le explic�: "los griegos empezaron por llamar fil�sofo no al que escrib�a filosof�a, fundaba un sistema o profesaba como fil�sofo y hac�a una vida como tal, sino simplemente al que tomaba una actitud inquieta e interrogante ante la vida". En este sentido, insistir� el Maestro: "nadie m�s a prop�sito que Ud. Mari�tegui" (356).

En el fondo, Jos� Carlos no se sent�a apto para encarar los problemas filos�ficos teor�ticos. No deseaba convertirse en un socialista de tipo intelectual. Predominaba en �l, como en su grupo, la ideolog�a socialista de izquierda influida por el sindicalismo de Sorel. Sea como fuere, siempre estaba dispuesto a pensar y a formular ideas, pero de ah� a dedicarse a la filosof�a, hab�a distancia. Ya volveremos m�s adelante sobre este aspecto.

Refiri�ndonos ahora a "Nuestra Epoca", todav�a habr� de salir un segundo n�mero (el 6 de julio de 1918) en el que Jos� Carlos escribir� sobre el tema: "La reorganizaci�n de los grupos pol�ticos", donde juzga que las mencionadas agrupaciones no est�n de acuerdo con las necesidades hist�ricas de la �poca. Y luego opina, que "existe ineptitud y caducidad en ellas. No son partidos reales. Son simulaciones de partido... Y necesitan que se les sepulte y sustituya". Finalmente, se�ala el imperativo de contar con nuevas agrupaciones que aporten a la lucha pol�tica "ideas y aspiraciones definidas..." (357).

Entre los colaboradores de esta nueva entrega al p�blico de "Nuestra Epoca", figuran: C�sar Ugarte, F�lix del Valle, C�sar Vallejo, Carlos del Barzo, Percy Gibson, etc.

Del Barzo en un art�culo intitulado: "La reacci�n obrera y la evoluci�n social", en el cual anuncia la fundaci�n del Partido Socialista, afirma que s�lo el proletariado organizado como fuerza social efectiva puede imponer el ideal de justicia y el imperio del derecho (358).

Este �rgano period�stico -apunta Mari�tegui- "no trae un programa socialista; pero aparece como un esfuerzo ideol�gico y propagand�stico en este sentido. A los dos n�meros, cesa de publicarse (1918), desaprobada (ya lo dijimos) por la empresa a la que prestan sus servicios los principales redactores, pero estos prosiguen sus gestiones para crear un Comit� de Propaganda Socialista" (359) como base para la orientaci�n socialista.

Paralelamente con estas inquietudes sociales, Mari�tegui comenta las noticias, llegadas a Lima, sobre la ca�da de los bolcheviques, en su columna "Voces". Y, como siempre, tras de su fina iron�a se nota la sutil simpat�a del periodista por la Revoluci�n Rusa (360).

Entre tanto el estudiante sanmarquino Francisco Alvari�o Herr, hijo del Presidente del Directorio del diario "El Tiempo", lleva de visita a la Redacci�n del peri�dico al joven trujillano V�ctor Ra�l Haya de la Torre con el objeto de recomendarlo, personalmente, ante los hombres de prensa a fin de que sean publicadas las notas que remita conteniendo informaci�n universitaria. Debido, pues, a estas circunstancias especiales, V�ctor Ra�l conocer� a Jos� Carlos (361). Acababa aqu�l de retornar del Cuzco, lugar donde hab�a ejercido el cargo de secretario de la Prefectura de ese Departamento, desempe�ada por un alto jefe militar pariente suyo. Adem�s, recientemente hab�ase incorporado a las actividades estudiantiles, al haberse matriculado en el segundo a�o de la Facultad de Derecho de la Universidad de San Marcos. Haya de la Torre proced�a del grupo intelectual de Trujillo, en el cual Mari�tegui era conocido y gozaba de prestigio literario (362). Por segunda vez ven�a a la capital de la Rep�blica este inquieto joven. Un a�o antes (1917) al llegar (en su primera visita) hab�a tra�do la representaci�n de los universitarios de La Libertad ante la Federaci�n de Estudiantes que la presid�a el alumno de medicina Fortunato Quesada. Tras de haberse afincado en Lima, empez� a trabajar en el estudio del Dr. Eleodoro Romero y Salcedo. Se puede decir, de V�ctor Ra�l, que viv�a con las mismas privaciones sufridas por la mayor�a de los estudiantes provincianos radicados en Lima.

V�ctor Ra�l, quien a la saz�n frisaba los 23 a�os de edad, simpatizaba con las ideas anarquistas de Gonz�lez Prada. Frecuentaba el grupo anarco-sindicalista, formado por los disc�pulos obreros de don Manuel, que sosten�an las publicaciones "La Protesta" y "Germinal" (363). Empezaba a leer a Bakunin, a Proudhon, a Kropotkin, a Malatesta, a Ferrer y a otros tantos sembradores de ideas. Desde ya, se encontraba en el movimiento contrario al marxismo que propugnaba Mari�tegui. Este y Haya de la Torre s�lo  ten�an en com�n la atm�sfera izquierdista. Pr�cticamente Mari�tegui hab�a avanzado mucho m�s en su camino hacia la madurez: era un escritor distinguido y su columna "Voces" que aparec�a en la primera p�gina de "El Tiempo" era muy le�da, incluso hasta por el Grupo �Norte�, integrado por inquietos intelectuales trujillanos, de donde proven�a V�ctor Ra�l.

El joven provinciano Haya de la Torre segu�a con febril entusiasmo a Gonz�lez Prada, en cambio Mari�tegui -influido por Ma�rtua y por los autores pre-marxistas que le�a- escudri�aba el �mbito universal para buscar a sus gu�as ideol�gicos. Ejemplifica este hecho, el haber escogido -en plena etapa de su iniciaci�n revolucionaria- a dos sobresalientes figuras del socialismo europeo: Sorel (continuador te�rico y pr�ctico de la idea marxista, seg�n Jos� Carlos) y Antonio Labriola. Siguiendo con estas marcadas diferencias entre ambos j�venes, tenemos que V�ctor Ra�l se consideraba -pese a ser disc�pulo de don Manuel- un elemento universitario, Mari�tegui, por su parte, se vanagloriaba de ser ajeno al ambiente acad�mico.

A los pocos d�as de haber trabado amistad Haya de la Torre y Mari�tegui, muere en Lima Gonz�lez Prada (22 de julio de 1918). Sabedores de esta infausta noticia Jos� Carlos y todo el grupo de sus amigos acuden a la vieja casona de la calle Puerta Falsa del Teatro para dar el �ltimo adi�s al autor de "Horas de lucha" y, tambi�n, para presentar su condolencia a la viuda, do�a Adriana D'Verneuil de Gonz�lez Prada. Aquella noche invernal lime�a, mientras velaban despojos mortales de tan ilustre y venerado agitador �crata, Jos� Carlos debi� evocar los momentos en que junto con Alfredo -el unig�nito de don Manuel- consultaban la biblioteca del maestro y escuchaban embelesados, de tarde en tarde, las aleccionadoras charlas de �ste. Al d�a siguiente, al acompa�ar los restos de Gonz�lez Prada al camposanto, volver� a verse con Haya de la Torre. En este nuevo encuentro, habr�n de esgrimir puntos de vista antag�nicos al referirse a la problem�tica social de aquella �poca tan convulsionada (364).

Dos d�as despu�s de este acontecimiento de pesar que embarg� pa�s, sale el primer n�mero de "Mercurio Peruano" (24 de julio de 1918) revista que funda V�ctor Andr�s Bela�nde en compa��a de Mariano Iberico (autor de "La filosof�a de Enrique Bergson") (365), Francisco Moreyra y Leonidas Madue�o, de la misma generaci�n de Mari�tegui, pero de ideas conservadoras. Sin embargo, dentro de la Lista de los colaboradores de esta publicaci�n nov�sima, hay j�venes profesores y alumnos sanmarquinos de franca tendencia renovadora. Entre estos �ltimos figuran directivos del movimiento de reforma universitaria.

Si hemos mencionado a Mariano Iberico, no podemos pasar inadvertido el nombre de otro de los adictos de Bergson, Honorio Delgado (1892-1969), freudiano y, por ende, introductor del psicoan�lisis n el Per� y en Am�rica, entre los a�os 1915 y 1918, quien compartir� con nuestro biografiado algunas inquietudes intelectuales y, sobre todo, la admiraci�n por Jos� Ingenieros.

Hermilio Valdiz�n enterado del empe�o filos�fico de sus disc�pulos Mari�tegui y Delgado, contribuir� a relacionar a uno y otro. En efecto, una ma�ana del mes de julio, apareci� Valdiz�n por la Redacci�n de "El Tiempo", salud� con cordialidad a Jos� Carlos y como de costumbre se detuvo para dialogar con �l (366). Luego salieron juntos y se dirigieron al consultorio de Delgado, ubicado en la calle Lezcano, a pocos pasos del diario. Una vez frente, a Honorio, Valdiz�n procedi� a presentar a Mari�tegui, quien qued� gratamente impresionado del joven psiquiatra y de su versaci�n

filos�fica. Os tentaba Delgado el grado de Bachiller en Medicina con la tesis titulada: "El psicoan�lisis" y acababa de recibirse de m�dico el 24 de abril de 1918. Am�n de que, recientemente, Valdiz�n y Delgado hab�an dado vida a la Revista de Psiquiatr�a y Disciplinas Conexas de la cual eran ambos -maestro y alumno- co-directores.

Al confirmar Jos� Carlos que el flamante galeno era colaborador permanente de la Revista de Filosof�a de Jos� Ingenieros, aument� su simpat�a por su nuevo amigo. Mari�tegui, a la saz�n, era un asiduo lector de la mencionada publicaci�n (fundada en enero de 1915) as� como un seguidor entusiasta de las ideas de Ingenieros (367). Y por este tiempo ya hab�a le�do "El hombre mediocre" y algunos trabajos del maestro argentino publicados en la indicada Revista de Filosof�a.

Naturalmente los disc�pulos de Valdiz�n, continuaron visit�ndose y leyendo con vehemencia la producci�n intelectual de Ingenieros y, muy particularmente, comentaban la posici�n de �ste frente a las corrientes del "Wilsonismo" y "Maximalismo" (368). Ingenieros hab�a definido valientemente su situaci�n, al manifestar: "Mis simpat�as, en fin, est�n con la revoluci�n rusa, ayer con Kerensky hoy con la de Lenin..." (369). Adem�s, preanunciaba: "...que los pueblos europeos, conmovidos por la guerra, han entrado ya por el per�odo revolucionario y los americanos deben estar preparados para ella, porque, en cualquier forma, habr� de extenderse por todo el universo". Mari�tegui vibraba de satisfacci�n al compenetrarse de tal advertencia; en cambio Delgado, imperturbable, prefer�a hurgar en los conocimientos cient�ficos de Ingenieros. Aunque por cierto, no dejaba de demostrar inter�s por la situaci�n social que afectaba al mundo.

As�, de tarde en tarde, Honorio Delgado llegaba por "El Tiempo" en busca de su amigo Mari�tegui. Se le ve�a al joven cient�fico cuidadosamente vestido, usaba escarpines y guantes color patito; sombrero ribeteado y portaba con gran se�or�o su bast�n. Por entonces, los dos fervorosos lectores de Ingenieros se entregaban a largas y reflexivas charlas (370).

Y volviendo al mes de julio (casi al empezar la segunda quincena), C�sar Falc�n estren� en Lima el sainete, intitulado: "Los mozos cundas" en el Teatro Mazzi -situado en la "Plaza Italia" de los barrios altos-, actuando como int�rpretes: Pedro Ureta, Ernestina Zamorano, Teresa Arce y las hermanas Puro. La obra inspirada en el ambiente costumbrista lime�o y con la m�sica de Rom�n Ayll�n, se mantuvo en cartelera hasta el 26 de julio (371). A una de aquellas funciones nocturnas asisti� la familia Ferrer (372) a la cual estaban �ntimamente vinculados Jos� Carlos y C�sar Falc�n.

Antes pues de finalizar las representaciones de la pieza teatral le su amigo y colega, Mari�tegui cae enfermo. La fatiga del trabajo period�stico, el invierno lime�o y el proceso de su enfermedad incurable lo doblegan. Tras de algunas noches de insomnio y de crisis, llega el m�dico y pronuncia el diagn�stico: complicaciones propias de la dolencia cr�nica que lo afecta desde la ni�ez �Qu� hacer ahora? Los remordimientos atormentan al paciente, pues Victoria no obstante sus esfuerzos por disimular su congoja, deja traslucir su tristeza Imperceptible.

Mari�tegui, por consejo del facultativo, tendr� que viajar a la sierra esperanzado en su pronta recuperaci�n. El clima de Huancayo y Jauja ofrec�a el mejor tratamiento para los tuberculosos y fue as� (fue esa regi�n andina adquiri� fama mundial.

All� en la ciudad de Huancayo, distante de Lima por m�s de trescientos kil�metros, pasar� Jos� Carlos las fiestas patrias. Se alojar� en el antiguo Hotel "Col�n". Aguirre Morales oficiar� de anfitri�n y le servir� de gu�a por la poblaci�n y la campi�a. Y cautivado por el paisaje, por el hombre huanca y su folklore habr� de prolongar su estancia (del 24 de julio al 14 de agosto de 1918). Todas las impresiones sobre el viaje y su permanencia de veintid�s d�as en la pintoresca y colorida provincia andina, las recoger� en su columna period�stica "Voces" con sabor y caracter�stica lugare�as (373).

De retorno al hogar y a sus ocupaciones habituales, Mari�tegui no desmaya en acrecentar sus conocimientos ideol�gicos. Se orientaba al estudio del marxismo. Por esos d�as, se encuentra convencido que la clase obrera, con la cual se siente plenamente identificado, no puede tener �xito en su tarea hist�rica, sin una orientaci�n socialista. Entonces, busca el modo de capacitarse y de fortalecer al grupo socialista, cuya funci�n primordial deb�a ser, la de desplegar una direcci�n educativa sobre aquel estrato social. Jos� Carlos le�a a toda hora, llenando su cuaderno de anotaciones con extractos y largos comentarios. Estaba familiarizado con algunos autores franceses,

italianos y espa�oles de tendencia radical. Y luego este conocimiento lo divulgaba entre sus amigos universitarios y obreros. Todav�a no captaba el significado filos�fico del marxismo.

Agreguemos, incidentalmente, que Jos� Carlos conmovido por la agitaci�n izquierdista, cre�a que al movimiento socialista peruano -en embri�n- deb�a incorporarse a todos los elementos que, por un motivo u otro, revelaran sensibilidad social. En efecto, lo vemos exaltando y tratando de atraer a las figuras pol�ticas que, a su juicio, consideraba ser�an buenos militantes en las filas socialistas. En este sentido, al comentar en su columna "Voces" la paz de Wilson, dir�: "Y nos salimos de nuestras casillas cuando nos acordamos de que somos socialistas. Socialistas convencidos. Socialistas ardorosos. Socialistas m�ximos. El d�a m�s que de la paz (11 de noviembre de 1918), nos parece del

socialismo. Tanto que nos ponemos a punto de treparnos en un autom�vil, agitar una bandera roja y lanzar el primer grito del socialismo peruano. Y nos negamos a ocuparnos de la pol�tica. Nos negamos a ocuparnos del se�or Pardo. Nos negamos a ocuparnos del partido nacional democr�tico. Nos negamos a ocuparnos de la candidatura del se�or Asp�llaga. Nos negamos a ocuparnos de la candidatura del se�or Durand".

"Y es que aqu�, en esta estancia (se refiere a la oficina de redacci�n de "El Tiempo") se han reunido espont�neamente nuestros amigos y camaradas de socialismo. Atodos los ha conmovido como a nosotros el anuncio de la paz. A todos les ha devuelto la fe perdida. Y aqu� han improvisado, sin preparativo alguno, algo as� como un soviet".

"Aqu� ha estado el ilustre m�dico y folklorista doctor Sebasti�n Lorente Patr�n. Aqu� ha estado su hermano y correligionario don Ricardo. Aqu� ha estado el l�der universitario se�or Luis Denegri. Aqu� ha estado el l�der de los obreros se�or don Carlos del Barzo. Aqu� ha estado el diputado teosofista se�or don Jorge Corbacho. Aqu� ha estado F�lix del Valle, escritor de "Nuestra Epoca". Aqu� han estado otros m�s".

"Y aqu� ha estado tambi�n, atra�do por el fervor de la colectividad socialista el doctor Curletti. El Dr. Curletti ha sido uno de los �ltimos en llegar. Pero ha llegado siempre. Y cuando nosotros movidos por el cari�o que le profesamos, le hemos preguntado por qu� no ha llegado antes, nos ha respondido con una frase del evangelio:

�Y los �ltimos ser�n los primeros!

Y nos ha agregado una frase suya:

Y, adem�s, hijitos, yo soy una persona grande!"

"Todos se han identificado en el regocijo. El se�or Luis Ulloa socialista org�nico, agitando un peri�dico en la mano. Y nos ha interpelado enseguida. �No creen Uds. que despu�s de haber vencido a los Junker en Alemania tenemos que vencer a los neogodos en el Per�?".

"Y a rengl�n seguido, ha entrado a la estancia, con los brazos abiertos, el semblante resplandeciente y el gesto jocundo otro de nuestros grandes bolcheviques, el diputado por Lima don Jorge Prado".

"Ha entrado como siempre optimista y afirmativo y nos ha dicho:

�Estamos en un instante de abdicaciones!

En Alemania ha abdicado el Kaiser!

�En el Per� abdicar�a el se�or Pardo!

"Y se ha cre�do con todo el alma" (374).

Esta cr�nica de fina iron�a revela el estado de �nimo de Mari�tegui y la gran preocupaci�n por el socialismo. Eran los d�as en que la clase obrera se movilizaba en todo el mundo para lograr la conquista de mejores condiciones de vida. Y por cierto el Per� no era una excepci�n. Aqu� un mes m�s tarde (al finalizar diciembre), precisamente, recrudeci� la lucha en el joven proletariado peruano -iniciada refiri�ndonos s�lo al siglo veinte: en el a�o 1905, continuada en 1912 y acrecentada en 1913 y 1916- por aumento de salario y por la jornada de ocho horas de trabajo. Estos planteamientos facilitan a los anarco sindicalistas llevar su propaganda a los trabajadores en forma intensa y profusa. El animador principal de la agitaci�n social que se registra en el �mbito nacional resulta, indiscutiblemente, el gremio textil, el cual asume un papel influyente en las acciones de masas (375). Por otra parte, se observa en general la falta de una adecuada preparaci�n gremial. El movimiento obrero se hallaba todav�a en su fase inicial y ten�a un car�cter espont�neo. Se carec�a de una orientaci�n de tipo socialista que brindara su asesoramiento a las organizaciones sindicales y a los sectores populares que estaban ansiosos de participar en forma directa en el desarrollo clasista y del pa�s. S�lo exist�an los m�todos y concepciones del anarquismo, que estimulaban la espontaneidad de las luchas y les imprim�an un car�cter confuso, sin preocuparse de su organizaci�n y objetivos convenientemente.

Dentro de este marco de manifiesta inquietud social y desorientaci�n pol�tica e ideol�gica, que cada d�a se agudizaba m�s, se instala en Lima a mediados del mes de noviembre de 1918 (376) el discutido y voceado Comit� Socialista. Los puntos propuestos por la flamante instituci�n eran, aparte de que pretend�a impulsar la acci�n pol�tica del proletariado, los siguientes: de identificarse con el pueblo y sus necesidades materiales a fin de comprenderlo, educarlo y elevar su nivel cultural y social (377). La nueva agrupaci�n de izquierda que, en cierta forma se aprestaba a superar la confusi�n pol�tica e ideol�gica en nuestro medio, habr� de surgir como resultado -por convergencia- de los grupos extra universitario (integrado por Mari�tegui, Falc�n, Posada, del Barzo, etc.) y estudiantil (con Ugarte, Bustamante Santisteban, Roca, Boza, Denegri, Del Aguila, etc.) que conformaran el C�rculo de oyentes del Dr. Ma�rtua. Entre los elementos de procedencia universitaria, incluso, hab�a quienes participaron en el movimiento de reforma de la Universidad desde 1911 y tuvieron como tribuna de sus ideas el peri�dico "Juventud" (378). Las reuniones preliminares del Comit� Socialista se efectuaban en la casa de Remo Polastri (379). Concurr�an a ellas, entre otros simpatizantes y activistas: Luis Ulloa, Alberto Secada, Pedro Bustamante Santisteban, Mois�s Vargas Marzal, Arturo Valdez, Augusto Alvarez Rastelli, Luis E. Denegri, Erasmo Roca, C�sar Falc�n, Jos� Carlos Mari�tegui, C�sar Ugarte, Humberto del Aguila (380) quienes procedieron a nombrar una Junta Directiva con car�cter provisional. Practicada la elecci�n resultaron elegidos para dirigir el grupo socialista: Luis Ulloa, Carlos del Barzo, Jos� Carlos Mari�tegui, C�sar Falc�n, Arturo Valdez y Augusto Alvarez Rastelli. Estos dirigentes, sin p�rdida de tiempo. acordaron redactar el programa de principios y los estatutos de la futura organizaci�n pol�tica (381). E] ingreso de Mari�tegui a las filas del socialismo militante no llam� la atenci�n. El itinerario seguido por �ste en "Nuestra Epoca", y en su actividad period�stica, anticipaba la elecci�n del socialismo como filiaci�n y fe. As� naci� el Comit� Socialista en su vano intento por constituir la primera organizaci�n aut�noma e independiente del proletariado peruano.

El Comit� de Propaganda Socialista fue recibido con cierta suspicacia entre los obreros, quienes estaban profundamente influidos por la pr�dica libertaria. Adem�s, los mismos fundadores del Comit�, una vez sentadas las bases del Partido en ciernes, se encargaron de agravar la situaci�n al hacer p�blica la idea de ofrecer la jefatura del movimiento a los doctores Mat�as Manzanilla y V�ctor Ma�rtua. Cabe advertir que los anarquistas se consideraban enemigos de todas las formas de Estado y organizaci�n estatal, "pensaban que todo gobierno, al estar colocado por su propia naturaleza fuera de la masa del pueblo, ha de procurar necesariamente someterlo a costumbres y prop�sitos que le son enteramente extra�os. Por lo tanto, se declaraban enemigos de todas las organizaciones estatales y cre�an que el pueblo podr�a ser libre y feliz cuando, organizado desde abajo por medio de sus propias asociaciones aut�nomas y completamente libres, sin la supervisi�n de ning�n guardi�n, cree su propia vida" (382).

Bueno es se�alar que la dificultad con los �cratas, no fue un obst�culo muy serio para el Comit� Socialista. Lo grave, por esos d�as, resultaba ser la situaci�n internacional que confrontaba el pa�s con respecto a Chile. La vecina Rep�blica del Sur, en forma arbitraria hab�a empezado a chilenizar las provincias peruanas que reten�a -expulsando a los originarios del lugar- tras de la desventurada Guerra del Pac�fico (1879-1883). Es evidente, a todas luces, que la oligarqu�a chilena dispon�a del medio m�s eficaz, a trav�s de esta acci�n, para distraer a su insurgente proletariado con una serie de medidas de tipo patriotero que ven�a imponiendo, ruidosamente y con gran despliegue de propaganda, sobre las irredentas poblaciones peruanas. Por otro lado, la oligarqu�a nuestra no se qued� atr�s en cuanto se refiere a la utilizaci�n de tan socorrida pol�tica .nacionalista con id�nticas miras: desorientar al movimiento obrero que aparec�a pujante y amenazador. Frente a este estado de cosas, los socialistas optaron por desenmascarar la burda maniobra de ambas oligarqu�as dominantes proclamando como soluci�n la consulta a la voluntad de los pueblos retenidos por Chile.

Falc�n, desde "El Tiempo", public� un art�culo destinado a aclarar las intrigas de las clases dirigentes, intitulado: "La cuesti�n con Chile: el juego de las plutocracias" (383). Luego le sigui� Luis Ulloa, con el tema: "El socialismo sudamericano. y el conflicto peruano-chileno" (384), en el cual explica c�mo se organiz� el Grupo Socialista en el Per�, cuya divisa es la guerra a las plutocracias y la uni�n entre los proletarios por encima de las fronteras y en el seno de la justicia.

Por su parte el Comit� Socialista se dirigi� al Partido socialista argentino, adhiri�ndose a la iniciativa lanzada por esa agrupaci�n hermana, para que se aplique la autodeterminaci�n a los pueblos peruanos anexados por Chile. Al mismo tiempo, consideran los socialistas del Per� que el proletariado chileno no puede solidarizarse con los delitos de la clase dirigente de su pa�s, ni tampoco el pueblo peruano con la negligencia de la oligarqu�a nacional, al desamparar �sta a las v�ctimas de la provocaci�n chilena. Firman el cablegrama: Luis Ulloa, Carlos del Barzo, J. C. Mari�tegui, C�sar Falc�n y Arturo Valdez (385).

Tambi�n recurrieron ante los diputados socialistas espa�oles: Pablo Iglesias, Juli�n Besteiro, Indalecio Prieto y Francisco Largo Caballero, solicitando apoyo moral para defender los derechos y aspiraciones de las provincias peruanas de Tarapac�, Tacna y Arica, acusando de incapacidad tanto a la oligarqu�a chilena como a la peruana para solucionar el conflicto. Finalmente declaran los peticionarios, que los proletarios del mundo forman la misma raza y unidos pueden con- quistar el triunfo y la justicia en Espa�a y en Am�rica (386).

Indudablemente que la l�nea ideol�gica de los socialistas peruanos estaba dentro de una posici�n m�s o menos justa. Debemos recordar que hac�a poco tiempo el social patrioterismo de la izquierda europea, hab�a apoyado la declaratoria de guerra a pa�ses hermanos, sin tener presente los v�nculos de solidaridad proletaria y los propios intereses nacionales y populares que dec�an representar. Por suerte, no se repiti� tan de inmediato esta desviaci�n principista en el citado Comit� Socialista. Todav�a habr� de pasar algunos meses para quebrarse la unidad dentro del grupo original y con ello provocar el alejamiento de la fracci�n de Mari�tegui.

Y no obstante la actitud revolucionaria de Jos� Carlos y sus amigos de proclamar con entusiasmo el nuevo credo socialista, observamos en aqu�l los rezagos aristocr�ticos de su vida pasada, muy a pesar de �l. Se preocupaba de su apariencia: pulcro y bien vestido, mostraba a�n cierta elegancia. Contaba entonces 24 a�os de edad y su principal obsesi�n era llegar a la clara comprensi�n y dominio de la ideolog�a cient�fica en la cual se iniciaba. Aunque, dejemos bien esclarecido, se hab�a acercado al movimiento obrero por razones humanistas antes que doctrinarias. Este esp�ritu, pues, de solidaridad humana, que le apasionaba desde su ni�ez, era un rasgo familiar que le llegaba por la v�a paterna. Su bisabuelo don Francisco Javier Mari�tegui y Tallar�a fue un vehemente defensor de los derechos del hombre. Cada d�a el humanismo de Jos� Carlos se hac�a m�s radical y trataba de afirmarse en las ra�ces mismas del conflicto social. No s�lo era una cuesti�n de entendimiento, sino tambi�n de fe y sentimiento, de confianza y entrega, de fidelidad y pertenencia.

Por otra parte en lo que a la preparaci�n revolucionaria se refiere, "estaba formada a base de la literatura socialista, sindicalista y anarquista anterior a la guerra europea. 0 anterior por lo menos al per�odo culminante de la crisis.

Libros socialistas, sindicalistas, libertarios, de vieja data, son los que generalmente, circulan entre nosotros" (387).

Esta actitud rebelde de Jos� Carlos, que iba cobrando mayor �mpetu, desconcertaba a su madre, quien estaba temerosa por el proceder de su hijo. Con frecuencia y ansiedad le escrib�a a Mari�tegui desde Huaral, rog�ndole modere sus actividades pol�ticas y cuide de su precaria salud. Amalia La Chira, en su fuero interno, lamentaba la herencia del bisabuelo que pesaba sobre su hijo y de la que ella no era ajena porque el infortunio le hab�a deparado un marido proveniente de una estirpe demon�aca (388). Jos� Carlos, acicateado por el amor maternal, acud�a donde su m�dico, el Dr. Ricardo L. Fl�rez, Director de la Maison de Sant� y Decano de la Facultad de Medicina de San Fernando, quien lo atend�a con cari�osa solicitud. Aparte de su actividad profesional el Dr. Fl�rez era uno de los m�s distinguidos pol�ticos del r�gimen de Pardo. Fue primero pierolista y luego liberal. Dos veces Ministro de Estado y otras tantas Senador de la Rep�blica. Mari�tegui, hac�a de paciente, pero las m�s de las veces se olvidaba de esta situaci�n y se entreten�a conversando sobre temas de actualidad pol�tica. De pronto el galeno preocupado por quienes aguardaban en la antesala, interrump�a la charla para endilgarle una serie de advertencias a fin de que evitara Jos� Carlos compromisos y excesos perjudiciales (389) .

Y volviendo a retomar el hilo del conflicto obrero, efectivamente, poco antes de terminar el mes de diciembre, cabe a los tejedores de la F�brica de Tejidos "El Inca" plantear, audazmente, el aumento de salarios en un 50% la jornada de ocho horas de trabajo (390). Acto seguido pasan a la acci�n, paralizando las labores en todos los talleres como medio de presi�n contra los propietarios y el gobierno. Una vez producida tal situaci�n de fuerza, los textiles de Vitarte y el Progreso se solidarizan con los huelguistas de "El Inca" (391). Y posteriormente no s�lo se suman a este paro, las f�bricas "La Victoria" y "San Jacinto", sino que, tambi�n, se adhieren los trabajadores de las empresas madereras Ostolaza y Ciurlizza-Maurer; as� como los obreros panaderos, zapateros, etc. (392).

En el curso de este proceso que conduc�a irreparablemente a la clase obrera a una huelga general de car�cter clasista y a una demostraci�n frontal de su poder�o, el gobierno olig�rquico de Jos� Pardo vacilaba entre el uso de la fuerza represiva o el acceder a la reivindicaci�n de las ocho horas de jornada de trabajo que reclamaban con vigor y exaltaci�n. Ahora bien, desde hac�a cinco a�os que los trabajadores mar�timos y portuarios del Callao hab�an conquistado tal reivindicaci�n. Y desde esa fecha, se redoblaba el clamor incontenible del resto del proletariado peruano por lograr, tan justa y humana demanda.

Mari�tegui se daba perfecta cuenta de los alcances de este movimiento social. Insist�a en el aglutinamiento de todos los hombres de pensamiento progresista en el c�rculo de propaganda socialista, al cual �l pertenec�a, para desarrollar una acci�n m�s efectiva en ese momento hist�rico. En este sentido, cabe mencionar la presi�n que contin�a ejerciendo sobre el fluctuante maestro V�ctor M. Ma�rtua -para que defina su posici�n- a quien considera que ser�a el l�der indiscutible del socialismo en el pa�s (393).

Mas sucede con harta frecuencia que Jos� Carlos y sus correligionarios en la redacci�n de "El Tiempo", dan preferencia a los comunicados e informaciones de las organizaciones obreras, prestando as� un eficiente servicio de orientaci�n a la opini�n p�blica. No obstante que la direcci�n de la empresa editora del peri�dico, les hace serias advertencias para que no prosigan favoreciendo a la clase trabajadora en su lucha reivindicativa, los j�venes periodistas con pertinacia llevan a adelante su actitud de solidaridad y decidido apoyo a los huelguistas. Es el �nico diario de la Ciudad que alienta la lucha clasista en nuestro medio.

Los constantes enfrentamientos de los redactores socialistas con el director del peri�dico en defensa de la libertad de expresi�n, obliga al grupo de j�venes encabezados por Mari�tegui y Falc�n, a formular una proposici�n por la cual se transfiera a ellos los derechos de aqu�l sobre "El Tiempo", con evidentes ventajas para la empresa propietaria. La respuesta de Ruiz Bravo, Director del diario, fue dilatoria y revelaba el poco entusiasmo con que hab�a tomado la iniciativa. Sin embargo, ante la insistencia de los solicitantes, para que se concretara el asunto, expres� el responsable del indicado �rgano de prensa su intenci�n de estudiar el proyecto y de someterlo al directorio.

El hecho es que se miraba con recelo la actividad pol�tica de izquierda. Los sectores reaccionarios estaban alarmados con la atm�sfera de insurrecci�n que hab�a aparecido por aquellos a�os. Los peri�dicos conservadores, los cuales eran la mayor�a, no dejaban de censurar las ideas socialistas y la beligerancia de los trabajadores. A tal punto que el diario "El Comercio", el cual hac�a escasamente un a�o, hab�a acusado de bolchevique a la redacci�n de "El Tiempo", insinuaba que "los obreros deber�an alejar de su causa intereses de los pol�ticos", en una clara alusi�n al Comit� Socialista que ven�a alentando la tendencia clasista del paro.

Sabido es que Mari�tegui y Falc�n que hab�an alcanzado prestigio profesional se hallaban vinculados a una serie de personajes de cierto nivel econ�mico. Era el caso de don Isa�as de Pi�rola, Jos� Carlos Bernales, Jorge Prado, Alfredo Piedra, Ricardo L. Fl�rez, etc., a quienes tuvieron que recurrir para que les proporcionaran consejos y pr�stamos a fin de poder financiar la salida de un vocero independiente. Tales amigotes les ofrecieron su protecci�n sin que mediara alguna condici�n inconfesable, como se podr� comprobar a tras de las campa�as que habr�n de sostener desde "La Raz�n". Ellos conoc�an el valor intelectual de ambos j�venes y los ideales de renovaci�n que alentaban. Una que otra vez, figur� el nombre de Prado o de Pi� rola en el nuevo diario, sin que con ello se comprometiera la l�nea pol�tica de sus directores.

Casi al finalizar el a�o 1918 -el 31 de diciembre- se produce un agravamiento del estado de cosas con respecto al conflicto gremial. El gobierno, sin mayor capacidad para solucionar el problema del paro, procede a reducir a prisi�n en Huacho a dos de los miembros del Comit� de Huelga: Nicol�s Gutarra y Fernando Borjas; que fueron enviados, desde Lima, a esa localidad para pedir el respaldo de los trabajadores huachanos (394). Tan pronto lleg� la noticia a Lima sobre el arbitrario y prepotente acto de fuerza, los obreros en forma en�rgica y desafiante piden la libertad inmediata de sus dirigentes. As� se aproxima el a�o nuevo, presagioso y amenazante.

Como es f�cil advertir, el malestar social continu� agudiz�ndose con renovado vigor. As� tenemos que el 1 de enero de 1919, cuando los trabajadores pretendieron realizar una manifestaci�n de solidaridad por la jornada de ocho horas y de protesta por la prisi�n de dos de sus dirigentes en Huacho, fueron violentamente dispersados y muchos de ellos detenidos por la polic�a.

En la tarde de ese mismo d�a, al reunirse en Asamblea los obreros del Comit� de Huelga para repudiar los m�todos represivos, acordaron solicitar la cooperaci�n del sector estudiantil "en el estudio y soluci�n de los grandes problemas sociales y econ�micos que agitan a las clases populares y que han determinado a algunos de sus gremios a declararse en huelga" (395).

Y, naturalmente, los j�venes sanmarquinos que empezaban a surgir como una fuerza progresista y con audaces anhelos de cambios en las anacr�nicas estructuras acad�micas de la Universidad, acudieron en ayuda de los trabajadores forj�ndose en breve plazo una alianza obrero-estudiantil muy conveniente para ambos sectores sociales. Uno de los primeros actos de este acercamiento, lo habr� de constituir el hecho de que la Federaci�n de Estudiantes ceda su local para que sesione el Comit� Pro-Paro General de los trabajadores. Y el otro, despu�s de ciertos forcejeos y dilaciones, la

designaci�n de tres delegados: Valent�n Quesada, V�ctor Ra�l Haya de la Torre y Bruno Bueno de la Fuente para que integraran el Comit� obrero-estudiantil que se encargar�a de buscar una f�rmula satisfactoria de arreglo en la disputa entablada entre el proletariado y las empresas. "Frente a esta lucha se produce una declaraci�n oficial de la Federaci�n de Estudiantes de simpat�a con las reivindicaciones obreras". La masa de estudiantes no ten�a la menor idea del alcance de esas demandas y cre�a que el papel de los universitarios era el de orientar y dirigir a los obreros (396).

En medio de esta crisis social el se�or Mario Bravo, Secretario General del Partido Socialista argentino, se dirigi� por carta al Comit� de Propaganda Socialista de Lima, anunciando la convocatoria de un Congreso Socialista panamericano con la finalidad, entre otras, de tratar el problema peruano-chileno. Y, por �ltimo, cursaba una invitaci�n para que dicho Comit� se hiciese representar mediante una delegaci�n ante el mencionado certamen (397). El cablegrama enviado por los socialistas lime�os hab�a dado su fruto. Se pod�a considerar como un paso positivo para eliminar las asperezas entre el proletariado peruano y chileno.

Mientras tanto, los peri�dicos el d�a 8 de enero informaban sobre el asesinato de tres obreros en Casapalca por las fuerzas represivas encargadas de mantener el orden p�blico. El gobierno de Pardo, que estaba decidido a reprimir dr�sticamente el movimiento huelgu�stico, dispuso la suspensi�n de las garant�as individuales y el ataque armado contra el indefenso pueblo de Vitarte, el basti�n de los textiles.

La respuesta a estos actos agresivos no se hizo aguardar por parte de los trabajadores. El d�a 9 de enero procedieron a dar un ultim�tum, amenazando que s� en el plazo de setenta y dos horas, a partir de esa fecha, no se lograba un arreglo satisfactorio del pliego de reclamos por las ocho horas y por aumentos salariales, presentado oportunamente a las autoridades, la huelga se har�a general.

En el transcurso de este inquietante proceso social, los diarios publicaron noticias sobre la pr�xima visita del Dr. Alfredo Palacios, prestigiado profesor universitario y l�der del liberalismo. socialista argentino, quien ven�a al Per� a recoger documentaci�n para escribir el libro que hab�a prometido sobre la Guerra del Pac�fico. Se comentaba tambi�n, la posibilidad, de que el arribo de Palacios a Lima contribuir�a a fortalecer. al Partido Socialista peruano cuya organizaci�n, de breve data, corr�a a cargo de un Comit� provisional. Adem�s se hablaba de que dicho grupo izquierdista, habr�a de tener en fecha cercana su primera actuaci�n a nivel internacional al concurrir una representaci�n de �ste al Congreso Socialista panamericano de Buenos Aires (398).

A medida que se acercaba el vencimiento de la exigencia planteada por la clase obrera local, las noticias que llegaban procedentes del exterior dando cuenta de similares conflictos en otros pa�ses latinoamericanos, eran sumamente graves. Nada menos que en Buenos Aires, se informaba que las

fuerzas del ej�rcito regular en un choque con los trabajadores en huelga hab�a dejado el impresionante saldo de quinientos muertos y m�s de mil heridos (399).

Al d�a siguiente de ser difundida esta infausta versi�n, Jos� Carlos desde su columna "Voces", con el t�tulo: "El maximalismo Linde", glosaba sobre aquel suceso deplorable y acerca de la truculenta huelga revolucionaria. Igualmente se refiere a la intranquilidad clasista en Chile y, por �ltimo, al paro general que comenzar�a dentro de pocas horas en el Per�. "�El maximalismo prende en Sud Am�rica -exclama- soliviantados los bolcheviques!" (400). A pesar de la carga de humor con que ha sido perge�ada la nota, se trasunta en el fondo la convicci�n ideol�gica del autor.

Por su parte C�sar Falc�n -de com�n acuerdo con su inseparable amigo Mari�tegui (401)- publica un editorial en "El Tiempo", intitulado: "El socialismo", en el que declara enf�ticamente simpatizar con el movimiento socialista que se bosqueja en el pa�s. Es un esfuerzo generoso -a�ade-, una tendencia altruista y ojal� fuera la iniciaci�n del sacudimiento que necesita la Rep�blica para no sufrir m�s vej�menes, injusticias y temeridades. Cuando el obrero -opina Falc�n- tenga conciencia plena de sus derechos, se decidir� a poner t�rmino a la explotaci�n de su trabajo y al menoscabo de su  libertad. Luego el editorialista expone, que "el Per� necesita una renovaci�n total en todos los �rganos de su vida" (402).

Uno y otro amigo -Falc�n y Mari�tegui- procuraban infundir en la conciencia de las masas el ideal de una sociedad nueva: socialista. Aunque, por cierto, su labor de catequizaci�n estaba muy limitada, s�lo dispon�an de escasos medios: las espor�dicas notas period�sticas y las conversaciones directas con los obreros. Eso s� en todo ello se notaba la influencia de la Revoluci�n Rusa del a�o 1917 y, tambi�n, del movimiento proletario que insurg�a con beligerancia en casi la totalidad del orbe. Eran los d�as de la post guerra caracterizados por las grandes huelgas y manifestaciones de masas.

Precisamente por aquella �poca, volvi� a reunirse el Comit� de Propaganda socialista para tomar importantes acuerdos. Como se recordar� los dirigentes pensaban que Ma�rtua o Manzanilla (don Mat�as) encabezaran este n�cleo en fermento, pero el primero acababa de ser designado por el gobierno de Pardo representante diplom�tico ante los Pa�ses Bajos, y el segundo, se encontraba ostensiblemente vinculado a la oligarqu�a tradicional y a su �rgano pol�tico el Partido Civil. Fracasada esta tentativa, se procedi� a elegir Secretario General del mencionado Comit� socialista a Alberto Secada, un antiguo disc�pulo de Gonz�lez Prada y periodista del diario "El Tiempo" (403). Y adem�s, era diputado por el Callao. En dicha reuni�n se le encomend� al flamante Secretario General dar respuesta a la invitaci�n cursada por el Partido Socialista argentino para que el Comit� en referencia enviase una delegaci�n al Congreso socialista panamericano que se reunir�a en Buenos Aires. Se aprob� tambi�n que la Junta Directiva hiciera una declaraci�n doctrinaria sobre los movimientos obreros surgidos en el pa�s. Igualmente se mencionaron los nombres de los posibles candidatos que integrar�an la delegaci�n peruana que concurrir�a al citado Congreso de Buenos Aires (404), entre ellos figuraban los de Erasmo Roca ,y Osar Falc�n (405).

Casi como una respuesta a la actitud social reformista de los dirigentes del Comit�, empez� a aparecer un n�cleo minoritario, conformado por elementos m�s radicales y descontentos, dentro del grupo socialista, el cual estuvo encabezado por los j�venes periodistas Mari�tegui y Falc�n (406). Eran, por cierto, los m�s preparados y consecuentes con la idea de crear la vanguardia de la revoluci�n social. Esta posici�n, como es natural, los coloc� en una situaci�n dif�cil frente al resto de los militantes. As�, por ejemplo, ellos criticaron la figura de Palacios, al que acusaron de ser un elemento oportunista y de practicar un socialismo de tipo nacionalista burgu�s. Asimismo, expresaron su franco repudio a la fraseolog�a seudo revolucionaria que ven�a empleando Palacios y su compa�ero de ruta y aventurerismo Manuel Ugarte. Recordaron, tambi�n, que el primero de los nombrados hab�a asumido una ardorosa defensa de las potencias aliadas en el momento, en que s�lo cab�a, desde el punto de vista doctrinario, sostener las ideas pacifistas y desenmascarar a los dirigentes de los pa�ses belicistas como traficantes de guerra al servicio de los intereses del imperialismo (407).

Cumplido el plazo que diera el Comit� Ejecutivo Pro-Paro, el d�a 12 de enero, sin que se solucionara el pliego de reclamos, los trabajadores dispusieron que, al d�a siguiente 13, se iniciara la huelga general por cuarenta y ocho horas. La opini�n p�blica, en todo momento, secund� a los huelguistas, no obstante las noticias alarmantes y tendenciosas que profusamente circulaban a trav�s de los peri�dicos locales y en volantes impresos, alentados por los grupos de presi�n econ�mica. Los patrones, al verse perdidos, recurrieron a la demagogia patriotera, acusando a los obreros de estar "al servicio de los intereses de Chile" as� como de recibir consignas del comunismo internacional. Pero de nada valieron estas artima�as destinadas a confundir al pueblo, que supe identificarse plenamente con la insurgencia proletaria y con sus justas reivindicaciones clasistas.

A esta altura de las cosas, el diario "El Tiempo", donde prestaban sus servicios Mari�tegui y Falc�n, no s�lo asumi� la defensa de los trabajadores sino que realiz� una campa�a ideol�gica en favor de las ideas socialistas, raz�n por la cual ese mismo d�a que comenz� la huelga general, el gobierno dispuso la clausura del peri�dico, acusando a este �rgano de prensa mediante un comunicado oficial de "soliviantar el �nimo de las clases populares, excit�ndolas sin reparo a extremas actitudes..." (408). El encargado de hacer cumplir la mencionada orden de cierre del diario "El Tiempo" fue el Intendente de Polic�a, quien lleg� al local acompa�ado de una fuerte dotaci�n de gendarmes. De inmediato los agentes policiales procedieron a apoderarse de los originales y de otros documentos de inter�s, as� como a empastelar los tipos parados y a incinerar lo que estaba impreso.

Pedro Ruiz Bravo, director del diario clausurado, juzg� que el atentado contra la imprenta de "El Tiempo" se deb�a fundamentalmente a la actitud de Jos� Carlos y de Falc�n por haberse solidarizado con, los obreros y por el hecho de haber convertido, pr�cticamente, el peri�dico en un �rgano de agitaci�n social (409). Hubo recriminaciones mutuas entre el director y los hombres de prensa antes citados. Incluso estos �ltimos aprovecharon las circunstancias para recordar a Ruiz Bravo que a�n estaban ellos pendientes de la respuesta sobre el proyecto de traspaso de "El Tiempo". Ambos j�venes volv�an a remover el tema con el objeto de disponer de una tribuna propia, libre de ingerencias extra�as y donde pudieran escribir sin restricciones y amenaza alguna. El referido director invoc� una serie de argumentos triviales y dilatorios. Y la contestaci�n anhelada, qued� en suspenso y en la misma forma las advertencias llamando a la moderaci�n a ambos periodistas en lo que concierne a sus ideas extremistas.

Durante los d�as de cierre del peri�dico, "el cojito" Mari�tegui -como le llamaban cari�osamente los obreros- no descuid� su inter�s apasionante por la huelga. As� desde las primeras horas de la ma�ana, se movilizaba de un lugar a otro, observando el desarrollo del paro y, otras veces, charlaba

con los dirigentes del movimiento proletario sobre los objetivos y estrategia de la lucha. Jos� Carlos deseaba extraer ense�anzas de esta acci�n pujante con que los trabajadores, por primera vez en su historia, se enfrentaban en forma directa con la clase dominante. Fue en esta jornada donde Jos� Carlos se vincul�, en forma definitiva, con la clase obrera.

Incuestionablemente, la clausura del diario "El Tiempo, se dej� sentir entre los trabajadores que, desde el d�a mismo del paro general, se vieron privados de un vocero que divulgaba sus comunicados y que los impulsaba a obtener los beneficios que injustamente se les pretend�a negar.

La huelga general prosigui� sin quebrantamiento alguno, las bases respondieron con decisi�n y valent�a. La poblaci�n urbana estuvo afectada por el suministro de v�veres, alumbrado el�ctrico y por la falta de transporte. Por esa �poca la gran Lima ten�a aproximadamente 223,807 habitantes. Ahora bien, s�lo el 15 enero de 1919, dos d�as despu�s de haberse tomado tan radical medida y tras la multitudinaria concentraci�n de los huelguistas en el Parque de los Garifos (Neptuno), el Presidente Pardo, acorralado por la presi�n popular, llam� a la Comisi�n que representaba al Comit� Directivo de los trabajadores para anunciarle el decreto que reconoc�a las ocho horas como jornada m�xima de labor. De esta forma el gobierno se vio forzado a ceder, conquistando el proletariado este derecho humano convertido en un anhelo nacional.

S�lo al cumplir los trece d�as de receso (23 de enero) que le impusiera el gobierno, con el pretexto "de excitar a las clases trabajadoras con una propaganda peligrosa" (410), volvi� a salir "El Tiempo". Los obreros y el pueblo en general, tras de protestar por la clausura de este matutino, fueron los primeros en saludar su reaparici�n (411). "En la prensa diaria, cerrada ordinariamente al clamor de los obreros revolucionarios, es raro hallar otra cosa que una sistem�tica justificaci�n de las peores represiones..." (412).

Entre las noticias, de grandes titulares, incluidas en la edici�n de aquella fecha, se hallaba la concerniente al cierre del peri�dico: c�mo se realiz� el atropello por la fuerza p�blica y el repudio que origin� este atentado contra la libertad de prensa (413). Igualmente, se anunciaba la pr�xima llegada a Lima del Maestro de la Juventud, don Augusto B. Legu�a, candidato a la presidencia de la Rep�blica (1919-1923). Se mencionaba que, con este motivo, la Federaci�n de Estudiantes hab�a nombrado una Comisi�n para recepcionar al expresado personaje. Figuraban como miembros de dicha delegaci�n, los alumnos sanmarquinos: Luis Garc�a Arrese, Humberto Solary y Hurtado, Alberto Rey y Lama, Ra�l Porras Barrenechea, V�ctor Ra�l Haya de la Torre, V�ctor Ar�valo, C�sar Elejalde Chopitea, Germ�n Arambur� y Lecaros, Gustavo Corzo Mas�as, Carlos A. Pi�rola (414).

A prop�sito, hac�a pocos meses que don Augusto B. Legu�a hab�a sido designado Maestro de la Juventud por los estudiantes universitarios (415). Sabido es que, en el otorgamiento de tal distinci�n, hubo de precederlo el Dr. Javier Prado, Rector de San Marcos y Presidente del Partido Civil, quien la recibiera en 1917. Doce meses m�s arde, en 1918, al elegir por segunda vez Maestro de la Juventud, los estudiantes proclaman a Legu�a. Este personaje pol�tico representaba, en cierto modo, a la burgues�a empresarial en ascenso dentro de a escala social, pero incapaz de crear una nueva ideolog�a propia y proclive, eso s�, a aceptar los valores y los sistemas de estratificaci�n de la clase social superior formada por miembros de viejas y poderosas familias terratenientes. Semejante actitud desde luego, ten�a muy poco que ofrecer a la juventud por esos a�os. Ello quedar� confirmado tiempo despu�s, cuando asume la Presidencia de la Rep�blica y desata la persecuci�n y el encarcelamiento de los j�venes universitarios que lo honraron como su maestro y le confirieron otras distinciones. Ya volveremos m�s adelante sobre este tema.

Tambi�n aparece en el peri�dico -y por �ltima vez- la columna "Voces" de Jos� Carlos, intitulada "Par�ntesis" (416) cargada de ingenio e iron�a, en la que explica las sinrazones por las que dej� de publicarse su secci�n m�s de una semana.

Pues bien, este mismo d�a 23, Falc�n y Mari�tegui hartos de aguardar la respuesta a la proposici�n que le hicieran a Pedro Ruiz Bravo, director del peri�dico, sobre la posible transferencia de este �rgano de prensa, deciden pasarle una carta reiter�ndole la idea antes indicada y en el caso de que no aceptara su ofrecimiento, dec�an: "nos apartaremos y procederemos a la organizaci�n de un diario que represente verdaderamente los ideales, las tendencias y los rumbos doctrinarios que inspiran nuestra labor y que son la esencia de la fisonom�a moral de "El Tiempo" que no desnaturalice su significaci�n con las desviaciones, incertidumbres y errores que casi desde su fundaci�n venimos combatiendo en el peri�dico con eficacia que no nos satisface completamente".

Finalmente agregan: "quienes hemos dado a ese diario tres a�os de nuestra juventud y de nuestra sinceridad no podemos seguir permitiendo que prevalezcan frecuentemente en la conciencia de ese peri�dico inclinaciones opuestas a las nuestras" (417).

Por otra parte, tres redactores: Mois�s Vargas Marzal, Antenor Fern�ndez Soler y Humberto del Aguila y el propio administrador del mismo diario Estenio Meza, se solidarizan con Mari�tegui y Falc�n en relaci�n con la actitud asumida por �stos, presentando su renuncia en forma colectiva ante el director de "El Tiempo", quien la acepta con fecha 23 de enero.

Con gran sorpresa, al d�a siguiente 24, el diario "La Cr�nica" en su columna "Decires y comentarios", sin citar nombres, recog�a cierto rumor que indicaba -con pelos y se�ales- a los ex-redactores de "El Tiempo" como presuntos fundadores, seg�n la maledicencia de la gente, de un peri�dico que de hecho estar�a al servicio del candidato "civilista", don Antero Asp�llaga. Evidentemente el autor de tal engendro no pod�a ser otro que Pedro Ruiz Bravo el �nico interesado en desprestigiar, en ese momento, el proyecto de los j�venes renunciantes de su diario.

Por cierto que el aludido director, se vio obligado a publicar de inmediato, el d�a 25, la carta confidencial de Mari�tegui y Falc�n y, adem�s, la respuesta suya, rechazando el plan de aquellos. "La Cr�nica", el d�a 26, insistir� en calumniar a los periodistas en referencia.

Viene enseguida, la nota aclaratoria que los ex-redactores de "El Tiempo" dirigen al se�or Clemente Palma, director de "La Cr�nica", en la que, tras dejar sentada la causa original por la cual se alejan del peri�dico "niegan rotundamente toda vinculaci�n con el se�or Asp�llaga y con cualquier pol�tico; dependemos �nicamente de nuestra propia doctrina y nuestro propio criterio". Y terminan diciendo: "fundaremos para esto un peri�dico independiente y principista sin conexi�n con inter�s pol�tico alguno. Un peri�dico que representar� nuestro ideal y nuestro sentimiento y que no sufrir�, afortunadamente, las influencias del se�or Pedro Ruiz Bravo" (418).

Y ah� no qued� la controversia. Tambi�n sali� al encuentro de Jos� Carlos y de sus colegas, don Luis Ulloa, periodista principal del mismo diario. Este, luego de reconocer la camarader�a en ideales que le un�a a Mari�tegui y a sus dem�s compa�eros, declaraba -en su carta-: "ahora, si seg�n lo vienen Uds. repitiendo en sus publicaciones de estos d�as, van a fundar un diario, m�s independiente y m�s avanzado en ideas que "El Tiempo", y en cuya organizaci�n econ�mica han de predominar los principios de equidad y moral socialista, me felicitar� profundamente de que as� suceda" (419).

Parec�a que el esquema mental de aquellos que atacaban a Mari�tegui y a Falc�n a base de imputaciones absurdas, era muy estrecho. No pod�an concebir que ambos periodistas estuvieran por encima de los partidos pol�ticos tradicionales. Para las gentes sin sensibilidad social, no hab�a m�s soluci�n que estar encasillado con Legu�a o con Asp�llaga. Todos estaban cre�dos, excepto los anarquistas v socialistas, que el primero encarnaba los ideales de renovaci�n nacional, con su lema: "La Patria Nueva". No ve�an m�s all� de la perspectiva trazada por la vieja oligarqu�a. Y en este sentido era dif�cil que comprendieran la conducta de Mari�tegui y Falc�n, a los cuales sin m�s tramite los ubicaron en el campo anti-legui�sta, es decir al lado de Asp�llaga. Pero aquellos, conscientes de su militancia socialista, hab�an superado los juegos pol�ticos electorales. Se negaban a participar en la comedia de democracia, que s�lo favorec�a a la clase privilegiada. En cierta forma los dos amigos entra�ables sab�an las duras privaciones que impon�a el consagrarse a los ideales que hab�an escogido, raz�n dem�s para que sus enemigos no apreciaran la trayectoria ideol�gica de ambos.

En cambio los j�venes universitarios -que a�n permanec�an dentro de los cauces de la pol�tica mesi�nica y caudillista- sal�an en defensa del se�or Legu�a, v�ctima seg�n se dec�a de una campa�a de pasquines dirigida contra �l. Tal proceder ofensivo para el Maestro de la Juventud, se calific� como un ultraje a la cultura del Per�. Firmaban la nota condenatoria los mismos alumnos sanmarquinos que constituyeron el comit� de recepci�n (420) y a los cuales la hemos aludido.

Los dos periodistas a quienes se ven�a combatiendo con armas vedadas y que, por su partes, observaban ellos c�mo ciertos personajes escog�an sus ubicaciones pol�ticas, de acuerdo a su mentalidad oportunista, no cejaban en sus planes para conseguir hacer realidad la posibilidad de un vocero propio, que estuviera al servicio de la clase obrera y de los sectores populares a fin de cooperar en el esclarecimiento y orientaci�n de los mismos.

Por supuesto que no faltaron los pol�ticos influyentes, como don Antero Asp�llaga (candidato oficialista a la presidencia de la Rep�blica, per�odo 1919-1923), don Jos� Carlos Bernales (idem), don Alfredo Piedra Salcedo, primo hermano del candidato de la oposici�n, don Augusto B. Legu�a, que procuraron tentar a los periodistas para sumarlos a sus respectivas causas, que no eran diferentes en su esencia, pues ten�an un denominador com�n: afianzar la estructura inveterada del pa�s; pero los j�venes Jos� Carlos y C�sar, convictos de una nueva fe, rechazaron las seductoras proposiciones para hacer un �rgano de prensa en favor de aquellos nefastos intereses contrarios al pueblo peruano. Confirman estos resultados, el hecho de que cuando el se�or Legu�a asumi� la presidencia de la Rep�blica, no se dio tregua hasta silenciar el peri�dico de Mari�tegui y Falc�n, porque se hab�a convertido en la tribuna m�s beligerante de los sectores populares.

Hac�a m�s de un a�o que Mari�tegui en su columna "Voces", del diario "El Tiempo", al comentar la salida de un nuevo peri�dico de propiedad del se�or Antero Asp�llaga, hubo de se�alar, que ser�a �rgano de la hacienda Cayalt�, del Stud Llano y del partido "Civil", de los cuales era amo y se�or el mencionado personaje (421).

As� el 29 de enero, al acudir Jos� Carlos a despedir a la Estaci�n de la Colmena al Dr. V�ctor M. Ma�rtua, quien viajaba ese d�a con destino a Europa en compa��a de su se�ora esposa para hacerse cargo de la Legaci�n del Per� en Holanda (422), lo hizo junto con don Isa�as de Pi�rola, el mismo que financiara el diario "El Per�" y luego "Excelsior" -de ef�mera duraci�n- y a los que estuvo vinculado el maestro Ma�rtua. Pi�rola empezaba ayudar en la organizaci�n del nuevo peri�dico patrocinado por Mari�tegui y Falc�n. Don Isa�as, el que fuera en la adolescencia de Jos� Carlos algo semejante a una figura de leyenda, se dedicaba a la saz�n a los negocios y atraer la inversi�n de capitales extranjeros. "Estimulados por Pi�rola -dir� Falc�n- fundamos "La Raz�n". Este nos present� un cubano de nombre Torruella, agente en Lima de una empresa norteamericana fabricante de m�quinas e implementos agr�colas, quien nos facilit� parte de los medios necesarios para establecer la empresa period�stica (423). Y de esta manera comenzaron por instalar una oficina en Miner�a (muy cerca del domicilio de Pi�rola, ubicado precisamente en esa misma calle n�mero 176). No se puede negar, sin embargo, que el mencionado pol�tico, gran amigo de Mari�tegui y Falc�n, hab�a lanzado su candidatura a la presidencia de la Rep�blica (per�odo 1919-1923) (424) y era a carta cabal un hombre de ideas progresistas. Prueba de ello es el contenido de la carta que le dirigiera al doctor Oscar Barr�s sobre el asunto "Brea y Pari�as". Ah� aboga -Isa�as de Pi�rola- en forma clara y rotunda porque ese problema sea sometido a la jurisdicci�n del poder judicial (con lo que reivindica la tesis peruana acerca del petr�leo): "...este y no otro -recalca-, s el capacitado para esclarecer el punto conforme a las leyes de la Rep�blica" (425).

Tanto Mari�tegui como Falc�n, en ning�n momento permitieron que Pi�rola influyera pol�ticamente sobre ellos. Si hubo manifiesta simpat�a de parte de los dos amigos hacia tal figura, fue de car�cter estrictamente personal y sin comprometer su militancia socialista, aunque el historiador Jorge Basadre insin�a cierto nexo pol�tico poco claro (426), pero lo hace sin tomar en cuenta el grado de amistad y de camarader�a que exist�a entre los dos j�venes periodistas y el hijo de don Nicol�s, lo cual a decir verdad estaba por encima de los vaivenes de la politiquer�a criolla.

Enfocando ahora otros sucesos que sobrevienen, tenemos en orden de importancia el arribo de don Augusto B. Legu�a al puerto de Paita el 6 de febrero de 1919, luego de seis a�os de ausencia del pa�s. Como es sabido, Legu�a era candidato a la presidencia de la Rep�blica y anunciaba un programa reformista con el cual pretend�a disminuir el poder del Partido Civil y atraerse a las clases menos favorecidas. Se cre�a que este personaje, que encarnaba los anhelos de la burgues�a comercial, podr�a afrontar los cambios socioecon�micos que requer�a el Per�. As� pues Legu�a -agitando la esperanza de una transformaci�n- recorre las principales ciudades del norte y, finalmente, llega al Callao de paso a la Capital (el 9 de febrero), donde fuera apote�sicamente recibido por una compacta multitud en la Plaza Dos de Mayo.

D�as despu�s de este acontecimiento pol�tico (23 de febrero) muere en Lima don Alberto Ulloa Cisneros, a la edad de cincuentisiete a�os, quien fuera director de "La Prensa", maestro en periodismo de Jos� Carlos Mari�tegui de una brillante constelaci�n de cronistas y literatos.

Ocurre que por esa misma fecha del fallecimiento de Ulloa, se publica el discurso-programa que anunciara don Augusto con motivo de su onom�stico (427). Lo evidente es que, despu�s de todos los artificios que presenta el flamante candidato, en esta declaraci�n, no exist�a ning�n punto de inter�s para los j�venes periodistas orientados al socialismo, como habr�an de confes�rselo Mari�tegui y Falc�n a Alfredo Piedra Salcedo, pariente de Legu�a y uno de sus m�s distinguidos partidarios pol�ticos (428). Este, sin embargo, no se decepciona ante tal confesi�n, aguarda poder influir sobre ellos m�s adelante y reclutarlos para el movimiento legui�sta.

Casi al finalizar el mes de febrero, cuando hac�a tres meses escasos (15. XI. 1918 - 26. II. 1919) del ingreso de Jos� Carlos al Comit� de Propaganda Socialista, se intensifica la actividad de este grupo pol�tico, las reuniones son m�s frecuentes y los debates no menos acalorados. A esta altura de las cosas, en la que el n�cleo de j�venes intelectuales del Comit� trataba de moverse dentro del campo de las ideas socialistas y en contra de la pol�tica personalista, se produce la primera disidencia, como justa secuela del intento por tomar la iniciativa de una acci�n revolucionaria en el pa�s.

Mari�tegui, por cierto, prosigue manteniendo su actitud fustigadora en defensa de una pol�tica renovadora y en contra del af�n de algunos de los fundadores de eludir la lucha directa y abierta. Y, muy especialmente, asume una posici�n radical e intransigente al debatirse la orientaci�n a seguir por el Comit� y en lo referente a las normas a las cuales deb�an ajustarse los directivos para no caer en la confusi�n ideol�gica y en el caudillismo. Se planteaba tareas completamente nuevas en esta fase de la historia social del Per�, tal como participar en las acciones de divulgaci�n de la doctrina socialista entre el proletariado. Adem�s, este grupo pretend�a arrogarse la representaci�n de la clase obrera y, por tanto, mostraba una orientaci�n, estilo y m�todo completamente diferentes a los partidos pol�ticos tradicionales de nuestro medio.

Entonces, el pensamiento de Jos� Carlos empezaba a evolucionar desde su posici�n aliad�fila -sobre todo alineado con Francia (429)- incluyendo la etapa de la revista "Nuestra Epoca" (influida por el socialismo espa�ol de Iglesias, Araquistain, Unamuno, Alomar, etc.), pasando por su febril entusiasmo y admiraci�n por el presidente Wilson y los Catorce Puntos, hasta su franca y fervorosa adhesi�n a la Revoluci�n Rusa.

As�, pues, Mari�tegui, en esta labor por crear un centro socialista dirigido a encausar doctrinariamente a la clase trabajadora -todav�a inclinada a favor de las ideas anarquistas o a la pol�tica de los caudillos criollos-, tendr� que combatir tenazmente a Alberto Secada, secretario general del Comit� de Propaganda Socialista, imbuido de la corriente oportunista y de las ideas nacionalistas de tipo burgu�s. En esta actitud, mereci� ser secundado por el ala radical constituida dentro de su partido. Jos� Carlos, por aquella fecha, estaba ganado por la pr�dica internacionalista y europeizante del ilustre argentino Jos� Ingenieros (430), quien saludara la acci�n revolucionaria de Lenin (431) y a la vez emprendiera una campa�a para desenmascarar a los llamados "socialistas tradicionales" que marchaban tras el repudiado Kerensky.

Para decir verdad, en esta lucha -por convertir la doctrina socialista en una gu�a de la acci�n de masas- no siempre parti� Mari�tegui de posiciones marxistas aut�nticas, las razones se deb�an a la falta de fuentes apropiadas, pero indudablemente sus intenciones eran sinceras y dirigidas a mantener inc�lume aquellas ideas frente a la amenaza del oportunismo y del nacionalismo burgu�s "producto social de toda una �poca hist�rica". La obra de Carlos Marx no llegaba -digamos as�- con nitidez y tampoco se dispon�a de una edici�n completa de la misma. Los socialistas -entre ellos, Jos� Carlos- estaban impregnados m�s que de la teor�a revolucionaria, de ciertos problemas de la realidad hist�rica que incid�an sobre la injusticia social prevaleciente y sobre la necesidad de cambiar el modo de vida del pa�s en beneficio de "los de abajo". Eran muy escasas las traducciones de los libros marxistas, raz�n por la cual los j�venes con vocaci�n aut�nticamente revolucionaria se vieron obligados a elaborar -como sostiene Adalbert Dessau- de nuevo ciertas ideas que en la obra de los fundadores del socialismo cient�fico ya hab�an sido m�s o menos desarrolladas (432).

No obstante el esfuerzo mencionado en el p�rrafo anterior, nadie sab�a a ciencia cierta en que consist�a el socialismo cient�fico. Predominaba a la saz�n dos clases de marxismo: el reformista y revolucionario. Mari�tegui y Falc�n todav�a oscilaban entre uno y otro. Empero el n�cleo socialista recientemente creado, aparte de los graves problemas que confrontaba derivados de la carencia de una s�lida unidad ideol�gica, ten�a que enfrentarse al bloque de los partidos dependientes de los intereses de la clase dominante, a la actitud de los �cratas y al mesianismo peque�o burgu�s del grupo universitario -representado por la Federaci�n de Estudiantes- convencido plenamente de que su misi�n consist�a en orientar y dirigir a los trabajadores (433). Despu�s de todo, la tarea impuesta por los socialistas no era f�cil, prevalec�an entre los dirigentes del Comit� diversas tendencias, desde los ut�picos hasta los que como el caso de Mari�tegui segu�a a Sorel cautivado por la teor�a del mito, lo que, por lo dem�s, no era extra�o a su esp�ritu dominado por el misticismo religioso.

Y de la fe del creyente, que caracteriz� los a�os de infancia y adolescencia en Jos� Carlos, pasa a otra, a la de la esperanza con el socialismo. "Y, como lo anunciaba Sorel (dir� Mari�tegui para justificar, sin propon�rselo, su propio estado de �nimo), la experiencia hist�rica de los �ltimos lustros ha comprobado que los actuales mitos revolucionarios o sociales pueden ocupar la conciencia profunda de los hombres con la misma plenitud que los antiguos mitos religiosos"(434). Nos estamos refiriendo a la etapa de su apasionante tarea por infundir en la conciencia de las masas un orden superior. En este proceso tropieza con la debilidad pol�tica y te�rica de los dirigentes de su agrupaci�n. Ellos no pod�an superar su formaci�n burguesa.

Percatado Mari�tegui de las maniobras de tipo electoral y de pol�tica personalista realizadas por Alberto Secada, dirigente m�ximo del Comit� Socialista, al momento de someterse a discusi�n los acuerdos con otros grupos afines, tuvo que denunciarlos y condenar abiertamente su conducta pol�tica. As� se produjo el primer choque frontal de Jos� Carlos con uno de los m�s distinguidos directivos del Comit�. Secada, sorprendido en este juego contrario a los intereses del partido, se vio obligado a presentar su renuncia. En estas circunstancias asumi� la jefatura, en reemplazo de aqu�l, don Luis Ulloa, quien a�os atr�s mereciera ser llamado por Jos� Carlos: "utopista incorregible" (435). Un�ase a esta tendencia en Ulloa, una indeclinable posici�n nacionalista burguesa, que pronto arrastr� al partido a otra crisis y, finalmente, a su completa extinci�n en el campo pol�tico.

Ulloa, no obstante sus desviaciones ideol�gicas y su tendencia caudillista, era el m�s se�alado para ocupar la secretar�a general del citado grupo. Desde hac�a algunos a�os ven�a sosteniendo campa�as de gran beligerancia contra la oligarqu�a, a cuyos elementos representativos motejaba de "neogodos". Por aquellos d�as acababa de publicar un art�culo en el cual hac�a un an�lisis cr�tico a la conquista de las ocho horas y a las faenas inmediatas del grupo socialista. El "paro general del 13 de enero de 1919 debe constituir una elocuente lecci�n -dec�a Ulloa- para nuestra clase obrera. Dividida �sta en cen�culos y capillas y despose�da de una verdadera organizaci�n corporativa y consecuente, ha sido juguete una vez m�s de las combinaciones habilidosas de los "pol�ticos" del criollismo oligarca y v�ctima de las intrigas de los "tenebrosos representativos" del dictatorialismo capitalista". M�s adelante, agregaba: "... hay que ilustrar a las masas, organizarlas y darles una conciencia colectiva de sus derechos ... Hay que infundir en ellas la seguridad de su clase y educarlas en la altivez de la lucha. Hay que dotarlas de personalidad propia, de "autonom�a" y capacidad para que puedan dirigirse a s� mismas y combatir independientemente por sus ideales, sin tutelajes ni infiltraciones perniciosas del capitalismo corruptor..." Por �ltimo, anuncia: "...a esta labor preparatoria y educativa nos dedicaremos desde luego cuantos hemos ingresado al Comit� de Propaganda Socialista formado hace dos meses. Con tal fin someteremos pr�ximamente al proletariado el programa de principios y los estatutos de la futura organizaci�n que preconizamos. Pero nos damos cuenta, sincera y lealmente, de que nuestras fuerzas no bastan para el gran combate que hay que librar. Y por eso, en vista del nuevo fracaso obrero (se refiere a la conquista de las ocho horas), hacemos un llamamiento caluroso a todos los trabajadores ilustrados y probos para emprender la gran obra de emancipaci�n de la clase proletaria peruana, libert�ndola desde ahora del nefasto contacto con los "representativos" y de la influencia malsana de los pseudos... " (436).

Pero paralelamente a esta labor, Ulloa participaba en una acci�n patriotera h�bilmente alentada por la oligarqu�a interesada en desviar a todos aquellos elementos inquietos por los cambios sociales. El tema de las provincias irredentas era muy apreciado y explotado por las clases dominantes del Per� y Chile. Ambas partes, en discordia, agitaban bajo cuerda este problema cada vez que sent�an el peligro de las luchas sociales y, tambi�n, por id�nticas razones declaraban "agente encubierto del enemigo o traidor a la Patria", a todo aqu�l que protestara contra el sistema imperante.

La campa�a nacionalista de Luis Ulloa -por cierto mal llevada- le vali� el homenaje de los expulsados del territorio en disputa con Chile, aquellos le hicieron entrega de una medalla de oro por concepto de est�mulo a su patri�tica campa�a. Iguales distinciones recibieron los se�ores Pedro Ruiz Bravo, Mariano H. Cornejo, Antonio Mir� Quesada, Augusto Durand y Clemente Palma (437), personajes comprometidos con el sistema tradicional.

Claro est� que el ala izquierda del Comit�, encabezada por Mari�tegui y Falc�n, no ve�a con buenos ojos la posici�n adoptada por Ulloa. Y, desde luego, las relaciones de Jos� Carlos con aqu�l fueron sufriendo serio distanciamiento, "comenzaron las discusiones. Estas se desarrollaron -escribe del Aguila- en un ambiente pac�fico unas veces y otras en medio de la mayor tormenta. Ante don Luis Ulloa aparec�amos -prosigue declarando Del Aguila- como unos terribles anarquistas (se refiere a la fracci�n jacobina) que �bamos a dar al traste con el orden social" (438) .

En medio de esta tensi�n, recibe la agrupaci�n socialista de Lima una importante comunicaci�n de la rama similar de Buenos Aires, firmada por Mario Bravo, Secretario General del Partido Socialista de la Argentina, en la cual se fijan las condiciones y restricciones para todas las organizaciones pol�ticas que quieran hacerse representar en la Primera Conferencia socialista y obrera panamericana. "Se exige a las organizaciones adherentes una adhesi�n franca y categ�rica a los principios esenciales de la Internacional Obrera: socializaci�n de los medios de producci�n y cambio; conquista de los Poderes P�blicos por el proletariado; uni�n internacional de los trabajadores y lucha de clases. Por consiguiente, las agrupaciones de car�cter dudoso, que no proclamen los principios del m�s correcto socialismo de clase, no ser�n admitidas al Congreso".

En esta misma nota que recibe el Comit� de Lima, se anuncia la postergaci�n de la fecha de reuni�n del citado Congreso para el d�a 26 de abril pr�ximo, quedando sin efecto la invitaci�n anterior, fechada el 13 de diciembre de 1918, de acuerdo con la cual se procedi� a designar como delegados del Per� a los se�ores Erasmo Roca y C�sar Falc�n.

"El Comit� Ejecutivo del Partido -contin�a advirtiendo el Secretario General- siente la necesidad de anticipar a las organizaciones socialistas y obreras que el Partido Socialista, cuya direcci�n tiene el Comit� Ejecutivo que yo represento (dice Mario Bravo), es la �nica organizaci�n oficial existente en el pa�s como Secci�n de la Internacional Obrera. Fuera de nuestra organizaci�n existen dos fracciones: una titulada Partido Socialista Argentino, formada despu�s que el XIV Congreso Nacional del Partido resolvi� aprobar la separaci�n de hecho del ex-diputado Alfredo L. Palacios. Otra organizaci�n titulada Partido Socialista Internacional, formada por algunos afiliados de nuestro Partido, expulsados del mismo una vez que �ste, por una consulta de refer�ndum, aprob� el voto dado por los representantes socialistas en el Congreso de la Naci�n a favor de la ruptura de relaciones entre el gobierno argentino y el gobierno imperial alem�n".

"Estas dos organizaciones �ltimas no tienen ninguna relaci�n ni oficial ni extraoficial con nuestro Partido y tampoco est�n reconocidas como tales por la Oficina Socialista Internacional (Segunda Internacional) Como algunas de estas agrupaciones han publicado en la prensa declaraciones en determinado sentido sobre los asuntos internacionales, hemos cre�do necesaria la declaraci�n precedente, para que nuestra posici�n ante los asuntos a discutirse no sea confundida" (439).

Ulloa, en su calidad de Secretario General del Comit� de Propaganda Socialista, inform� a los integrantes de su agrupaci�n sobre el contenido del documento antes mencionado y acerca de los pasos dados para adaptar el Comit� a las exigencias requeridas por el Partido Socialista de la Argentina (adherido a la II Internacional) y as� poder estar en condiciones de participar en el Congreso donde se deb�a discutir, entre otros puntos del temario, el problema peruano-chileno. A este aspecto le daba mucha importancia Ulloa, de acuerdo desde luego con su posici�n patri�tica. Adem�s, plantea la conveniencia de transformar el Comit� en Partido.

Esta iniciativa abri� una encendida pol�mica en el seno del grupo. La fracci�n extremista de Mari�tegui y Falc�n, por una parte, se lanz� contra el proyecto y, tambi�n, contra el Partido Socialista Argentino que organizaba el Congreso, y ardorosamente se dedic� a reivindicar la actuaci�n principista y revolucionaria del Partido Socialista Internacional (al cual alud�a la nota de Mario Bravo como un grupo disidente) que hac�a poco -afirmaban sus defensores peruanos- hubo de ratificar "su  solidaridad con el gobierno de los Soviets de Rusia y se congratulaba por el movimiento maximalista que en Bulgaria, Austria, Hungr�a y Alemania se propon�a establecer un estado de cosas id�ntico al de la nueva Rusia, augurando se extienda por todo el universo". Es curioso anotar de paso, que Victorio Codovilla y Rodolfo Ghioldi ya figuraban como directivos principales de este sector socialista, el cual en el II Congreso (del mes de abril de 1919) aprob� su adhesi�n a la III Internacional, creada por iniciativa de Lenin (440).

Mari�tegui y sus amigos, tras de denunciar la posici�n reformista del Congreso patrocinado por el Partido Socialista Argentino y de se�alar que la �nica agrupaci�n revolucionaria aut�ntica era la secci�n de la Internacional Comunista, dirigida por Codovilla y Ghioldi, abogaron porque el grupo socialista peruano no estuviera representado en aquel certamen. Entonces C�sar Falc�n declin� intervenir como delegado, en cambio Erasmo Roca no quiso secundar la actitud adoptada por su compa�ero de delegaci�n.

Despu�s de la controversia, provocada por el n�cleo jacobino, se ratific� el nombramiento del �nico representante del Comit� ante el Congreso Socialista de Buenos Aires, se�or Roca, extendi�ndosele las correspondientes credenciales (441). Y su viaje a la Argentina lo realiz� en los primeros d�as del mes de abril de 1919.

Junto con la decisi�n de verse representado el Comit� en el Congreso de Buenos Aires, se aprob� la transformaci�n del n�cleo socialista lime�o en Partido y, por consiguiente, la Declaraci�n de principios y sus programas "m�ximo" y "m�nimo" (442) que deber�an servir de base a la organizaci�n del Partido Socialista en la Rep�blica. Por lo dem�s, todo ello era semejante a las diversas secciones socialistas adheridas a la II Internacional. La oposici�n "entre los que se cuentan precisamente los iniciadores de su fundaci�n, sostienen que debe ser mantenido como Comit� de Propaganda y Organizaci�n Socialista, mientras su presencia no tenga arraigo en las masas... (443). Mari�tegui y Falc�n propiciaron esta tesis. El primero, de acuerdo con las condiciones imperantes, defend�a la posici�n de s�lo dedicarse a la propaganda y no pasar todav�a a la agitaci�n entre el proletariado. "El per�odo no es conveniente para la organizaci�n socialista. Mari�tegui y sus amigos, finalmente se apartan del Comit� que "acuerda" la aparici�n como Partido el 1 de mayo de 1919" (444). Quiz�s si la actitud de estos j�venes rebeldes obedec�a al influjo que ejerc�a sobre ellos Georges Sorel, quien afirmaba "que el marxismo no debe confundirse con los partidos pol�ticos, por muy revolucionarios que sean" (La d�composition du marxismo. Par�s, 1908, p. 56-57).

Comprobamos, por la trayectoria seguida por el flamante Partido Socialista, que el socialismo de sus directivos no era socialismo proletario, sino m�s bien demo-liberal. Es del caso recalcar aqu�, que el pensamiento pol�tico de aquellos j�venes se encontraba en plena evoluci�n, no exist�a un criterio muy claro y preciso sobre las tareas asignadas a un Partido revolucionario. Pero no obstante la falta de madurez ideol�gica manifiesta, en el seno del primer n�cleo socialista en el Per�, la labor de ellos fue positiva. Combatieron el caudillismo y sostuvieron en el campo de las ideas y de la acci�n la necesidad de un nuevo orden de cosas. El grupo de Mari�tegui pretend�a representar el papel de fuerza rectora de la clase obrera. La divisi�n, desde luego, plante� un proceso de diferenciaci�n entre las facciones escindidas y en pugna: una escogi� la moderaci�n y la colaboraci�n de clases; y la otra, la l�nea revolucionaria aunque con las deficiencias antes anotadas. La ruptura de Jos� Carlos con el sector de Ulloa se ven�a gestando hac�a alg�n tiempo. Los jacobinos se sent�an extra�os en el Comit�. No quer�an hacerle el juego a los oportunistas dirigentes del grupo socialista. Adem�s, sab�an que las pocas personas honestas (que a�n militaban dentro de esa fracci�n derechista) terminar�an por apartarse o, en su defecto, ser�an separadas arbitrariamente de dicha agrupaci�n, como sucedi� poco despu�s con Pedro Bustamante Santisteban y Carlos Barba.

Luis Ulloa estaba influido m�s que todo por el cientificismo de Karl Kautsky (1854-1938), el cual proclamaba que el capitalismo se dirig�a inevitablemente hacia la destrucci�n y, por tal motivo, el proletariado deb�a confiar el momento que ello ocurra para desplazar a la burgues�a del poder pol�tico. De modo que la tarea del proletariado no era prepararse a derrocar un capitalismo tambaleante, sino esperar la madurez necesaria para "substituir" un d�a a la burgues�a como clase dirigente". Por lo tanto, a fin de adquirir esta madurez, el proletariado utilizar� todos los recursos de la democracia. Ulloa en este sentido, tambi�n, se hab�a dejado arrastrar por el revisionismo de Eduardo Bernstein (1850-1932), otro de los reformistas del marxismo (445).

El alejamiento de los j�venes del Partido Socialista obedece fundamentalmente a las divergencias de orden doctrinario. Ellos estaban imbuidos de la lectura de Georges Sorel, "quien ven�a arremetiendo contra la degeneraci�n evolucionista y parlamentaria del socialismo.. . y se�alaba el retorno a la concepci�n din�mica y revolucionaria de Marx..." (446).

Entre las tareas que se hab�an impuesto los jacobinos se contaba: la necesidad de culminar su preparaci�n te�rica y ultimar los preparativos para hacer realidad la salida del peri�dico que ten�an proyectado. La propaganda del grupo socialista era demasiado precaria, se reduc�a a los sueltos que de vez en cuando aparec�an en "El Tiempo", donde una buena parte de los animadores del socialismo conformaban la redacci�n del mencionado diario.

En el curso de este mismo a�o 1919, fue creado en Par�s -con secciones en numerosos pa�ses- el grupo "Clart�" (�Claridad!), cuyo prop�sito fundamental, aparte de organizar a los intelectuales progresistas y pacifistas, era, tal como lo expon�a Henri Barbusse (1874-1936), "instituir la lucha contra la ignorancia y contra. aquellos que la dirigen como una industria". Los fundadores de este movimiento -que vino a reforzar la posici�n ideol�gica del primer grupo marxista del Per�, encabezado por Mari�tegui y Falc�n hicieron un llamamiento a los intelectuales del mundo entero, invit�ndoles a estrechar sus filas en torno de ciertos principios que creen necesario salvar de la hecatombe moral. "En este momento existe un verdadero acuerdo entre los esp�ritus libres del mundo. Para que sea eficaz, es necesario formarlo. Lev�ntense, pues, todos aquellos cuyo pensamiento fraterniza, para que todos se reconozcan. Fundan, sin tardanza, a trav�s de las fronteras, su inmensa familia. Su ideal no se realizar� nunca si ellos no se dedican a realizarlo".

Para crear esa uni�n se han agrupado escritores, sabios, artistas, fundando la Internacional del Pensamiento, con sede central en Par�s. No desean formar un partido pol�tico sino establecer un acuerdo vibrante en torno de ideales que miran al porvenir. "Trabajar�n para preparar la Rep�blica Universal, fuera de la cual no hay salud para los pueblos. Quieren la abolici�n de las barreras ficticias que separan a los hombres, la aplicaci�n integral de los catorce puntos wilsonianos, el respeto de la vida humana, el libre desenvolvimiento del individuo limitado s�lo por las necesidades de la comunidad viviente; la igualdad social de todos, hombres y mujeres; la obligaci�n de trabajar para todo ciudadano v�lido; el establecimiento del derecho de cada uno de ocupar en la sociedad el puesto que merezca por su labor, sus aptitudes o sus virtudes; la supresi�n de los privilegios del nacimiento; la reforma, seg�n el punto de vista internacional, que es el punto de vista social absoluto, de todas las leyes que regulan la actividad humana".

Sin coincidir con ninguna facci�n, secta o partido, el Grupo �Claridad! se propone el acercamiento de todos los intelectuales que amen el Porvenir, el Trabajo y la Verdad.

Mari�tegui sigue con inter�s este movimiento humanista y lee �vidamente a Barbusse. "Una de las obras -le confesar� a Armando Baz�n- que m�s me impresionaron en mi �poca de intelectual puro es "El infierno" (1908). Las voces y las im�genes que se agitan en este libro son dif�ciles de olvidar, se quedan pegadas a la conciencia de uno en forma extra�a por la veracidad del gesto y del acento. Barbusse era, pues, uno de mis �dolos cuando sal� del Per�, y abrigaba la remota esperanza de conocerlo personalmente" (447) .

Volviendo a las actividades del grupo socialista de Ulloa, algunos de los elementos universitarios del mismo, tales como: Jos� Antonio Encinas, Hildebrando Castro Pozo, Edilberto Boza, Luis Ernesto Denegri, Carlos Doig y Lora, Erasmo Roca, Juan Manuel Carre�o, V�ctor Ar�valo redactan

un peri�dico "Germinal" donde publican la Constituci�n Rusa, defienden la revoluci�n bolchevique e intentaron explicar los fines de este movimiento social (448). Posteriormente este n�cleo de j�venes peque�o burgueses que propiciaban la transformaci�n pol�tica del pa�s, influidos por don Germ�n Legu�a y Mart�nez (1861-1928), a la saz�n Maestro de San Marcos, abandonan el Comit� de Propaganda Socialista y se adhieren al movimiento legu�ista  pro candidatura de don Augusto B. Legu�a (449), quien era un tipo de caudillo providencial y paternalista. En su programa pol�tico predominaba su actitud anticivilista y patriotera, con el lema de "La Patria Nueva".

Por esos d�as preelectorales se anuncia la fecha de llegada al Per� del Dr. Alfredo Palacios, quien como ya dijimos se le consideraba una versi�n oportunista del socialismo nacional de Manuel Ugarte. Y, adem�s, patrocinaba un movimiento de tendencia derechista y de fervor a la Patria, que estaba en concordancia con la tesis de la devoluci�n al Per� de las provincias cautivas. Palacios fue invitada por el gobierno de Jos� Pardo y por la Universidad de San Marcos, cuyo Rector Javier Prado acababa de ser reelegido el 12 de marzo de 1919 para el per�odo 1919-1923. El ilustre visitante era nada menos que Jefe del Partido Socialista argentino; parlamentario, autor de una veintena de leyes sociales en favor del obrero, de la mujer y del ni�o.

Tra�a aquel personaje la misi�n de recoger datos para escribir una obra sobre la Guerra del Pac�fico y entrar en relaci�n con los profesores y estudiantes reformistas de la Universidad de San Marcos. Don Alfredo ven�a acompa�ado de Ram�n V�squez, alumno de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires.

El grupo de Ulloa, no obstante su adhesi�n al Partido socialista argentino que expuls� de sus filas a Palacios, en cuanto tuvo noticias de la llegada de �ste a Lima design� una comisi�n para presentarle los saludos del Comit� y darle la bienvenida al pa�s. La verdad es que Ulloa y Palacios ten�an como com�n denominador la tendencia nacionalista burguesa y el oportunismo reformista.

En el inter�n, "algunos elementos procedentes del billinghurismo y otros, por cuenta de un ex-dem�crata (Jos� Carlos Bernales), presunto candidato a la presidencia de la Rep�blica efect�an gestiones para crear un Partido Obrero. Propuesta al Comit� (socialista) la fusi�n de ambos grupos, aqu�l la rechaza. El acto inaugural del Partido Obrero es fijado para el 10 de mayo de 1919" (450). Tal agrupaci�n, presidida por Bernales, Senador por Lima y Gerente de la Compa��a Nacional de Recaudaci�n, estaba integrada por personajes de dudosa procedencia social: "amarillos" o agentes patronales y desclasados. Se pretend�a encauzar el movimiento obrero por la v�a del reformismo y la colaboraci�n de clases.

El diario "El Comercio", acogi� con entusiasmo la aparici�n de esta nueva fuerza pol�tica, publicando un editorial en el cual aplaud�a, sin reservas, la presencia de un partido obrero peruano y al respecto, opinaba: "Es �til que el proletariado se una para procurar, por caminos legales, el mejoramiento de su situaci�n econ�mica. Para que tal esfuerzo resulte respetable y eficaz, ha de ser absolutamente preciso que quienes hoy inician el Partido y quienes ma�ana lo secunden, no olviden que necesitan mantenerse extra�os a todo inter�s personal, o de los pol�ticos, quienes no son ajenos a las propias y reales conveniencias del elemento trabajador..." (451) .

Ahora bien, "reunida la asamblea popular, convocada por los promotores del Partido Obrero en un teatro de la Capital, Gutarra orador sindicalista, que lograra infiltrarse en tal actuaci�n, denuncia la trastienda pol�tica y eleccionaria de sus gestores y saca a la multitud a la calle en son de demostraci�n clasista" (452).

Luego de este fracaso en su primera presentaci�n ante el p�blico el Partido Obrero, pro olig�rquico y patronal, empieza a dar se�ales de vida con el arribo de Alfredo Palacios. En igual forma se movilizan otras instituciones afines, tales como el Centro Internacional Obrero, el Partido Socialista Peruano, la Sociedad de Empleados de Comercio, la Asamblea de Sociedades Unidas para recibir al l�der socialista a su llegada al Callao (453). El 2 de mayo, al d�a siguiente de la instalaci�n del flamante Partido Socialista Peruano, desembarcaba en el Primer Puerto Alfredo Palacios trayendo el saludo de un sector minoritario del "socialismo" argentino.

Tambi�n, por esa misma fecha, se tuvo noticias del Congreso de Buenos Aires. Las conclusiones favorecieron la tesis peruana acerca de la cuesti�n de Tacna, Arica y Tarapac�. "Se aprob� por unanimidad la proposici�n de la delegaci�n del Per� para obligar a las clases dominantes a someter la soluci�n de los problemas territoriales planteados ante los gobiernos de Chile y Per�, como consecuencia de la Guerra del Pac�fico, a la Liga de las Naciones, con preferencia mediante la consulta a las poblaciones afectadas, en las condiciones de garant�a que la misma Liga establezca" (454) .

"A nombre de la delegaci�n socialista y obrera del Per�, Erasmo Roca, dijo que correspond�a al cordial saludo de los camaradas argentinos y al hacerlo, a�adi� que le cab�a tambi�n la especial satisfacci�n de trasmitir a todos los socialistas y proletarios del Continente el saludo de sus hermanos allende las tierras del sol" (455) .

El delegado peruano Erasmo Roca se relacion� en la Argentina durante su intervenci�n en el mencionado Congreso socialista reformista, con los dirigentes del mismo Augusto Bunge y Nicol�s Repetto.

Mientras tanto, en el acto de instalaci�n del antiguo Comit� Socialista en Partido (en la Asamblea del 1� de mayo de 1919 en Lima), "que se propone luchar incansablemente por la santa causa del proletariado peruano", fueron elegidas las siguientes personas para conformar su primera Junta Directiva: Luis Ulloa, Secretario General del Exterior; Carlos del Barzo; Secretario General del Interior; Felipe Boisset, A. Cieza Vigil, Carlos V�squez y Augusto Alvarez Rastelli, Subsecretarios; Oscar R�os Olmedo, Tesorero; C�sar Zola, Sub Tesorero; Erasmo Roca, Alfredo Rodr�guez, Carlos Barba, Arturo Valdez, Carlos U. Vargas, Jos� Ib�rcena, Alfredo Espinoza, Juan M. Carre�o, Manuel Berrocal, Roberto Le�n, Remo Polastri, Mois�s Germain y Pedro Bustamante Santisteban, Vocales. En esta misma reuni�n, a solicitud de Alvarez Rastelli y de L�vano, se trat� del problema del alza. inmoderada de las subsistencias y, finalmente, c�mo incid�a en el sector proletario y popular. Entonces, Ulloa propuso la realizaci�n de un mitin que deber�a verificarse el pr�ximo domingo 4 (de mayo), "para pedir del gobierno que se dicten las medidas m�s eficaces para acortar el encarecimiento de la vida. El pedido del se�or Ulloa, fue aceptado y mereci� el aplauso de los concurrentes a la asamblea" (456).

Algo bien significativo resulta la fecha 19 de mayo, pues aparte de los sucesos que hemos informado, tales como la fundaci�n del Partido "Obrero" y la instalaci�n del primer Comit� Ejecutivo del Partido Socialista del Per�, se realiza una importante reuni�n del Comit� Pro-Abaratamiento de las Subsistencias en el local de la Federaci�n de Estudiantes (457).

Justamente hac�a pocos d�as que un grupo de sindicalistas (13 de abril) luego de haberse dado cita en el Parque Neptuno para crear el Comit� Pro-Abaratamiento de las Subsistencias con el prop�sito de proteger a las masas populares de la miseria y escasez que ven�a adquiriendo cada vez s�ntomas alarmantes, aprob� un manifiesto dirigido al p�blico, que dice a la letra: "Los abusos intolerables en lo que respecta a los precios de los art�culos de primera necesidad, la miseria espantosa a que estamos condenados a causa de la carest�a y m�s que nada la inmensa necesidad de defender nuestra vida y la de nuestros hijos, de las garras del hambre pr�ximo a ense�orearse en nuestros hogares, ha movido a un grupo de Federaciones obreras y dem�s organizaciones de trabajadores y campesinos de los alrededores a organizar el Comit� Pro-Abaratamiento de las Subsistencias. Con el objeto de unificar las aspiraciones, encauzarlas y propender por todos los medios a su alcance a hacerlas efectivas, aliviando as� la pavorosa situaci�n a que estamos reducidos. Las mejoras que el Comit� pretende alcanzar son las siguientes: Baja de los art�culos alimenticios. Rebaja de los pasajes y fletes en ferrocarriles y tranv�as. Abolici�n de los derechos parroquiales. Obligaci�n de los fundos de sembrar art�culos alimenticios, tomando en consideraci�n las necesidades de la poblaci�n. Rebaja de los impuestos que gravan la importaci�n de los art�culos de primera necesidad. Prohibici�n de exportar los mismos mientras no sean llenadas las necesidades nacionales. Fijaci�n de precios m�ximos a la leche, carne, carb�n, cereales legumbres y todo aquello que sirva para el sustento diario. Rebaja de los alquileres teniendo en consideraci�n el estado de las cosas. Cumplimiento estricto de derecho y la jornada de ocho horas, mientras el Congreso sanciona la ley respectiva y todas aquellas que un estudio sincero de las necesidades actuales demuestre que son imprescindibles. Para conseguir los objetos arriba mencionados, el Comit� hace un llamamiento a todas las clases que sufren las consecuencias de la actual anormalidad".

"Si en todos nosotros est� demostrada la imperiosidad de normalizar la situaci�n haciendo m�s humana la vida; si nos consideramos con derecho a no desempe�ar el papel de parias, privados hasta de lo m�s necesario para subsistir; si queremos elevarnos al nivel de seres racionales y si estamos dispuestos a encarar con decisi�n y altivez este problema que en todas partes agita a la humanidad, hay necesidad de que todos como un solo hombre respondamos al llamamiento que hacen las organizaciones obreras, tan s�lo de esta manera alcanzaremos el triunfo de estas aspiraciones".

(Firman) Federaci�n de Tejedores, Federaci�n de Zapateros, Federaci�n de Alba�iles, Federaci�n de Panaderos, Federaci�n de Tripulantes, F�brica de Tejidos de Vitarte, F�brica de Tejidos de Santa

Catalina, F�brica de Tejidos "El Inca", F�brica de Tejidos La Victoria, F�brica de Tejidos El Progreso, F�brica de Tejidos San Jacinto, F�brica de Tejidos La Uni�n, F�brica de F�sforos El Sol, Factor�a El Vulcano, Obreros Unidos de El Aguila, Braceros de la Estrella, Gremio de Fideleros y Molineros, Obreros de Carapongo, Gremio Liberal de Empleados, Uni�n de Artesanos Chosica, Centro de Estudios Sociales Manuel Gonz�lez Prada, Centro de Estudios Sociales Barranco.

Pronto dicho Comit� empez� a recibir nuevas adhesiones reforzando con ello su posici�n. En la reuni�n del 27 de abril acord� hacer efectivo un paro de veinticuatro horas el 1� de mayo.

Por cierto que los miembros de la facci�n jacobina apartados, como,  estaban, del Partido socialista, no eran ajenos a todas estas actividades. Mari�tegui, Falc�n, Del Aguila, Posada y otros m�s segu�an muy de cerca los acontecimientos e incluso, algunas veces, interven�an directamente en las orientaciones de los obreros, en la redacci�n de documentos y en la organizaci�n de las demostraciones callejeras (458).

Entre tanto, en la Asamblea del Comit� Pro-Abaratamiento de las Subsistencias del 1� de mayo se proclam� el paro. Y con este motivo hicieron uso de la palabra, los se�ores Gutarra, Eulogio Otaz� y Delf�n L�vano. Igualmente habl� el se�or Luis Ulloa, quien disert� extensamente sobre la forma en que deb�a plantear el proletariado las reclamaciones, y, finalmente, propuso ir a la huelga general en caso de que no se consiguiera el cumplimiento de las aspiraciones del pueblo. Llegado el momento de tomar decisiones, se�al� el orador, se presentar�n esas reclamaciones, no s�lo al gobierno sino a todos los capitalistas, a los Bancos, a las grandes empresas comerciales, fabriles y agr�colas, y a las empresas de ferrocarriles (459).

Luego de las palabras del Secretario del Partido Socialista, el Presidente del Comit� Pro-Abaratamiento de las Subsistencias, Nicol�s Gutarra, levant� la sesi�n, exhortando que deb�a realizarse un desfile y recomendando, a continuaci�n, que durante el mismo no se aclamara a ning�n candidato pol�tico. Pero lo curioso es que los manifestantes, durante el recorrido por las calles de Lima, dieron vivas al "maximalismo" y a la Revoluci�n Rusa.

Al llegar la manifestaci�n a la Plaza de Armas, habl� desde las gradas de la Catedral, el se�or Carlos Barba, agradeciendo al p�blico su concurrencia y por el apoyo que prestaba a la labor del Comit� . Antes de finalizar, recomend� el cumplimiento de los acuerdos tomados en la sesi�n que acababan de realizar; uno de los cuales, era el de proclamar el paro general en caso de que sean apresados los dirigentes. Luego volvi� a hacer uso de la palabra el se�or Gutarra, para expresar su simpat�a y solidaridad con el "maximalismo", haciendo ver como se hab�an desarrollado los ideales socialistas revolucionarios por toda la humanidad (460) .

El d�a 3 de mayo los peri�dicos dieron cuenta que una Comisi�n del Partido Socialista del Per�, "presidida por el secretario general se�or Carlos del Barzo y compuesta de los se�ores Augusto Alvarez Rastelli, Remo Polastri y F. Boisset, estuvieron a saludar y darle la bienvenida al reputado socialista argentino Alfredo L. Palacios" (461).

Pues bien, paralelamente a este impulso del joven proletariado peruano hacia la acci�n de masas, se desarrollaba otro movimiento -del cual hemos tratado- dentro de las capas medias o peque�o burguesas. Y era el proveniente del sector estudiantil, que ven�an confrontando serios problemas en la Universidad frente al conservadorismo de sus autoridades adocenadas. Por esa �poca los sanmarquinos -en cuya Alma Mater se iniciaba el proceso de Reforma- habr�n de "recibir sus est�mulos ideol�gicos de la victoriosa resurrecci�n de los estudiantes de C�rdoba y de la elocuente admonici�n del Profesor Alfredo L. Palacios..." que a la saz�n visitaba Lima.

Como es sabido tanto los trabajadores como los universitarios descontentos, se enfrentaban a un enemigo com�n: la oligarqu�a civilista de Jos� Pardo, que denotaba poca capacidad para acometer los nuevos problemas sociales. "La crisis econ�mica de post guerra -dice al respecto Ricardo Mart�nez de la Torre- sacud�a a los d�biles, que soportaban con mayor sensibilidad su penosa carga. Los antagonismos en el interior del pa�s se agudizaban. La bonanza en las altas clases como contraste la intensificaci�n del trabajo, el encarecimiento de la vida, la desocupaci�n, el pauperismo. Este explosivo social se acumulaba, permanec�a en potencia, esperando la coyuntura que lo har�a estallar" (462) .

Y entre los que estimulaban esta situaci�n se encuentra Alfredo L. Palacios. No olvidemos que el 3 de mayo fue recibido y aclamado en los viejos claustros de San Marcos por las autoridades, profesores y alumnos. All� este ilustre visitante pronunci� un vibrante y ardoroso discurso sobre la reforma universitaria, el cual sedujo a los dirigentes estudiantiles que, desde ese momento, rodearon a Palacios y con vehemente inter�s indagaron sobre los efectos de tal renovaci�n en el ambiente universitario argentino. Finalmente, le sometieron al Maestro sus iniciativas reformistas. Palacios no s�lo los acogi� con cordialidad, sino que supo avivar en los estudiantes lime�os la fe en la reforma, promovida y puesta en marcha en su pa�s con caracter�stica netamente latinoamericana.

Unos d�as despu�s de este suceso, se produjo la elecci�n del primer Comit� Reformista en la Facultad de Letras. A continuaci�n sigui� Medicina, Derecho y Ciencias. Entre las primeras reivindicaciones proclamadas por los j�venes, figuraban el "derecho de tacha contra los catedr�ticos incapaces y la representaci�n estudiantil en la docencia".

Por su parte, la clase obrera efervescente y acicateada por el paro decretado el 1� de mayo continuaba presionando al gobierno para que pusiera t�rmino al encarecimiento de la vida. "Dentro de esta ceguera -se refiere a la que demuestra en los hechos el r�gimen de Pardo-, las reivindicaciones populares eran tensamente rechazadas. La torpeza del gobierno para afrontar la situaci�n provocaba un descontento incontenible. Avanzaba la oposici�n. Las elecciones se anunciaban con los preparativos de una verdadera batalla. Se aprestaban a disputar el poder al "civilismo hist�rico": los nuevos ricos, la peque�a burgues�a urbana, los terratenientes apartados del gobierno, los arrendatarios campesinos.

Sin lugar a dudas, se hac�a evidente que el antagonismo que se apoderaba de la mayor�a de los sectores populares contra las familias tradicionales y aristocr�ticas -que ejerc�an el monopolio de la tierra y el ejercicio del poder- proven�a no s�lo de las privaciones deriva das de los efectos de la primera guerra mundial, sino tambi�n del in flujo que despertaban la crisis social y las revoluciones proletarias de Viejo Mundo. Por aquellos a�os, en el Per� se confrontaba una radicalizaci�n en las masas obreras y en ciertos sectores del campesinado que a su vez influ�an poderosamente sobre las capas retrasadas y pauperizadas de la peque�a burgues�a radicada en las zonas urbanas cuya representaci�n activa fueron los estudiantes.

Este malestar, carente de una teor�a y de un programa propio, basado en cierta forma en el elemento "espontaneidad", beneficiaba directamente las expectativas pol�ticas de don Augusto B. Legu�a, quien se alistaba a reemplazar al gobierno civilista de Pardo. As� pues la administraci�n pardista se convert�a, merced a la h�bil maniobra de sus adversarios adictos al legui�smo, en la responsable del descontento general. "Legu�a resulta el personaje que aprovecha la situaci�n revolucionaria del pa�s..." (463). Le es f�cil ganarse a los obreros, estudiantes y al pueblo en general que ven en �l o presienten al hombre destinado a conducirlos en esta nueva etapa hist�rica de la realidad peruana.

En estas circunstancias llegamos al d�a 4 de mayo, fecha fijada para la manifestaci�n de protesta popular en contra del encarecimiento de la vida, la cual fue convocada a solicitud del Partido Socialista y mereci� el apoyo del Comit� Pro-Abaratamiento de las Subsistencias. Pero la polic�a, convenientemente distribuida, impide la realizaci�n de tal reuni�n en el Paseo Col�n. En medio de las discusiones entre las autoridades y los organizadores de la concentraci�n popular "un miembro del flamante Partido Socialista manifiesta a los asistentes que es necesario no dejarse influir por las utop�as maximalistas, importadas de Europa, y que no corresponden a nuestra realidad. Otro de los portavoces de la misma tendencia, o sea el secretario del mismo Partido, Carlos del Barzo, propone el nombramiento de una Comisi�n encargada de solicitar de la Prefectura el permiso necesario para

iniciar una ordenada manifestaci�n hasta la Plaza de Armas".

"La masa protesta de tantas comisiones sin resultado. El Partido Socialista, expresan los descontentos, no tiene m�s especialidad que la de nombrarlas. El proletariado, acuerda que debe marchar hacia el centro de la Ciudad sin realizar otras gestiones de permiso ante las autoridades".

"Gutarra censura los t�rminos que emplean los socialistas. Y explica, que el marxismo es la t�ctica concreta del proletariado doquiera que exista. Que la fuerza de los comunistas en Rusia ha sido precisamente esa: la de encarar las demandas obreras y saber conducir a las masas de la Ciudad y del Campo a la conquista del poder cimentando definitivamente su dictadura de clases. Los obreros aplauden al orador y repudian la postura reformista de los directivos del llamado Partido Socialista".

"La asamblea popular acuerda insistir en los puntos contenidos en el manifiesto del 13 de abril (fecha de iniciaci�n del movimiento Pro-Abaratamiento de las Subsistencias). Encarga a dicho Comit� ...la prosecuci�n de los trabajos necesarios para conseguir la expedici�n de las medidas que tiendan a remediar su aflictiva situaci�n, no cesando su campa�a de agitaci�n e intensific�ndola en caso necesario, mientras no sean atendidas en toda su amplitud sus justas peticiones. Hacer un llamamiento a todos los trabajadores para que organicen sus fuerzas, a fin de hacer respetar sus decisiones. Tambi�n se pide la libertad de los presos de Trujillo".

"Los socialistas abandonan la reuni�n. El pueblo, entonces libre le aquel lastre desfila en compacta manifestaci�n hacia. el centro de la Ciudad. Se producen choques con la polic�a. Algunos custodios del orden son desmontados a pedradas. Se producen, al mismo tiempo, otras manifestaciones en distintos puntos de Lima, que la polic�a logra con gran dificultad y esfuerzo dispersar" (464) .

La verdad es que los socialistas estaban comprometidos en una pol�tica, sino de agitaci�n radical, cuando menos de esclarecimiento ideol�gico, pero ni en una ni en otra actividad resultaron eficaces. Se notaba el temor de recurrir al uso de la violencia para defender por parte de ellos a las masas v�ctimas de la oligarqu�a pardista. No exist�a en este caso una orientaci�n revolucionaria consecuente. Los socialistas se manten�an ajenos al movimiento que encabezaban los dirigentes obreros de tendencia anarquista y que despertaban la simpat�a y la confianza del pueblo. Los anarco-sindicalistas ten�an indiscutiblemente la direcci�n de las masas populares. Era el sector m�s combativo y mejor preparado, frecuentemente movilizaban a los trabajadores para protestar contra la situaci�n econ�mica y el alto costo le la vida. Fogueados como estaban los obreros por las asambleas plenas de sus centros de trabajo, las huelgas, las manifestaciones tumultuosas, los encarcelamientos, etc. no se dejaron sorprender por la presencia del socialismo reformista. La capacidad de lucha del elemento trabajador, en todo momento, super� a la de los directivos del llamado Partido Socialista. Era esta agrupaci�n demasiado d�bil y vacilante para tratar de detener y desviar las reivindicaciones sociales de las masas. La actitud del flamante Partido Socialista, al par que demostr� su intenci�n oportunista y antimarxista, acentu� m�s las diferencias entre los seguidores de Ulloa y el grupo jacobino.

El aventurerismo de los primeros se revel� entonces con singular nitidez. Y en los segundos, se puso de manifiesto su indeclinable vocaci�n revolucionaria.

Y claro est� que Barba y Bustamante Santisteban no pod�an estar de acuerdo con la pol�tica entreguista de los dirigentes socialistas. No bien criticaron la l�nea sinuosa y antiobrera asumida por la direcci�n de su Partido, fueron separados de tal agrupaci�n (465) .

Como era de esperarse, la lucha del Comit� Pro-Abaratamiento de las Subsistencias prosigui� adelante. Las autoridades, por su parte, dictaron medidas de represi�n contra el movimiento popular. Los trabajadores no se quedaron atr�s, lanzaron a su vez un comunicado amenazando con ir a un paro general, si en el plazo de cuatro d�as (a contar desde el d�a 7 de mayo), no se resolv�a satisfactoriamente las demandas solicitadas en favor de las masas populares.

Durante este per�odo de tensi�n entre los dirigentes obreros y las autoridades, el Comit� Ejecutivo del Partido Socialista emiti� un comunicado en el cual se declara ajeno al proyectado paro de los trabajadores y al mismo tiempo denuncia que s�lo obedec�a a una maniobra pol�tica (466). De este modo los seudo socialistas, encabezados por Ulloa y del Barzo, abandonan la lucha dejando al proletariado en el momento que ultimaban los preparativos para enfrentarse a la oligarqu�a. Aquellos prefieren transformar el grupo inicial en un partido de peque�os burgueses para practicar toda forma de aventurerismo y de frenar a las masas en sus acciones contra el sistema capitalista.

Entonces los dirigentes obreros, por razones de orden t�ctico, se ven obligados a replegarse aplazando su decisi�n de declarar la huelga general para una fecha m�s conveniente. Indudablemente, que los socialistas con su acusaci�n reprobable y derrotista influyeron en tal postergaci�n.

El fracaso de esta primera intentona para hacer fructificar el socialismo en el pa�s puso en evidencia entre los j�venes revolucionarios, que nada se puede realizar al margen de las masas populares y sin contar con un marco te�rico para orientar al pueblo que no puede hacerlo por s� mismo. Se trataba, fundamentalmente, de contribuir al desarrollo ideol�gico y a la organizaci�n pol�tica de la clase obrera. De ah� que Mari�tegui, procurara elevar su capacidad te�rica por su propio esfuerzo y tratara de estrechar sus relaciones con los trabajadores.

En este breve per�odo se gan� el respeto y la admiraci�n de los miembros del grupo que, de una u otra forma se mantuvo ligado entre s� con las miras de cooperar en la publicaci�n del nuevo �rgano de prensa el cual estaba en v�speras de aparecer (467).

En el curso de este proceso formativo, Jos� Carlos llegaba a equipararse con su entra�able amigo C�sar Falc�n: el otro conductor del grupo jacobino. Aunque �ste habr� de continuar influyendo ,el Mari�tegui unos pocos a�os m�s, sin embargo se advierte los adelantos de Jos� Carlos en cuanto a madurez e inquietud revolucionaria. Eran los a�os que los c�rculos reaccionarios comenzaban a observar con cierto recelo las actividades pol�ticas de los j�venes periodistas, cuya ambici�n era escribir para los trabajadores.

Acusados de bolcheviques o maximalistas Mari�tegui y su grupo se aprestan a sacar el nuevo peri�dico. La financiaci�n, proveniente del fruto de las indemnizaciones de los ex-redactores del diario "El Tiempo" y del pr�stamo que aporta el comerciante cubano TorrueIa, resulta insuficiente a la postre. En este estado de cosas, se cambian de local, que como ya dijimos se encontraba cerca de la residencia de don Isa�as de Pi�rola. Traspasan el de la calle Miner�a y se instalan en la cuadra anterior, Pileta de la Merced 150 (segundo piso). Era esta una casa de departamentos alquilados a estudiantes. All� viv�an, entre otros, Emilio Goyburu, alumno de matem�ticas y V�ctor M. Villavicencio, estudiante de Derecho de la Universidad de San Marcos (468). Como los animadores de tal empresa period�stica carec�an de imprenta propia, no tuvieron por el momento otra alternativa, que recurrir a la del Arzobispado con la que celebran un contrato de edici�n, tras prolongadas conversaciones. Salvado este escollo, aparece el primer n�mero de "La Raz�n" el d�a 14 de mayo (edici�n de la tarde). Acompa�an a Mari�tegui y a Falc�n, directores del diario, en calidad de redactores del mismo: Humberto del Aguila, Antenor Fern�ndez Soler, Mois�s Vargas Marzal, Fausto Posada y el estudiante de medicina Luis Augusto Carranza, quien oficiaba como corrector de pruebas. Estenio Meza desempe�aba la administraci�n. Por fin lograban su objetivo, los miembros de la insignificante minor�a cism�tica de las filas del Comit� de Propaganda Socialista. La decisi�n de ellos, desde luego, obedec�a a un plan ambicioso y arriesgado, en el cual pon�an en juego su extraordinaria capacidad de trabajo y sus dotes de organizaci�n. Indudablemente fue todo un acontecimiento la salida del primer diario de izquierda en el Per�, que inicia con valent�a una activ�sima campa�a renovadora, tratando de orientar a las masas trabajadoras, a los estudiantes y al pueblo en general. Y como veremos m�s adelante, no faltaron los detractores gratuitos de tan singular esfuerzo.

El editorial de presentaci�n del peri�dico, intitulado : "Nuestra posici�n en la prensa" �escrito por los co-directores Mari�tegui y Falc�n� dice as�: "Este diario no sale para servir un transitorio inter�s electoral. Aspira a conquistar una posici�n permanente en la prensa peruana y a conservar dentro de ella personalidad propia. Su aparici�n en un agitado momento de elecciones pol�ticas es un mero accidente, un ocasional sincronismo, una adjetiva coincidencia. "La Raz�n" no se halla vinculada a ninguno de los bandos en lucha. Posee absoluta independencia para contemplar el grav�simo problema pol�tico sin los peque�os apasionamientos de tal o cual partidarismo. Y como quienes la escribimos no somos pol�ticos profesionales, como no traemos a la acci�n period�stica m�s adhesi�n que la adhesi�n a un ideal, como no tenemos puesta la mirada en ning�n lucro burocr�tico, nos hallamos capacitados para opinar libremente sobre todos los aspectos de la conflagrada pol�tica actual. No obstruyen ni embargan la expresi�n de nuestro pensamiento las coerciones de ninguna consigna, de ninguna expectativa, de ning�n elementalismo... ".

M�s adelante, expresan: "Nuestro prop�sito sustantivo consiste en contemplar todos los hechos y todas las situaciones con elevaci�n de concepto y de palabra, en decir siempre la verdad, en emplear los caminos m�s reales para llegar hasta ella, en denunciar y combatir los vicios de nuestro r�gimen pol�tico social, en trabajar por el advenimiento de esa era de democracia que tanto ans�a nuestro pueblo, en defendernos de la influencia de los prejuicios que sirven habitualmente de punto de partida al criterio criollo y en difundir, sin olvido de la realidad nacional, las ideas y las doctrinas que conmueven actualmente la conciencia del mundo y que preparan la edad futura de la humanidad..." (469).

Por cierto que la declaraci�n resulta ins�lita en nuestro medio y, tambi�n, la empresa period�stica movida por el grupo jacobino que por fin dispon�a de un vocero. Todo ello caus� malestar. Sobre todo, por la audacia y juventud de sus propietarios. Los cuales, ahora s�, estaban seguros de contribuir a la propagaci�n de las nuevas ideas que inquietan a los sectores populares.

En el primer n�mero de "La Raz�n" Jos� Carlos prosigue con la columna "Voces". Esta vez lleva el subt�tulo: "Yo soy aqu�l... "en ella explica su apartamiento del diario "El Tiempo". "... Ellos son los mismos de siempre", dir�. "Y aquellos que pretenden negarlo, parecen en cambio, �qu� mudados, qu� distintos! Y son, sin embargo, los mismos igualmente..." (470).

Jos� Carlos se refer�a a todos aquellos que, por envidia y envilecimiento, recurr�an a la maledicencia y calumnia. Se les acusaba a �l y a Falc�n de seguir a Legu�a unas veces, y otras, de estar al servicio de Asp�llaga. Ambos candidatos a la presidencia de la Rep�blica y distinguidos directivos de la clase superior. En el fondo, los denostadores de Mari�tegui y Falc�n no comprend�an la proyecci�n social de �stos. Y lo m�s serio del asunto, es que ninguno de los "mecenas" que le atribu�an al peri�dico pod�an haber financiado un �rgano de prensa como "La Raz�n", que defend�a los derechos de la clase obrera, de los empleados, de los estudiantes reformistas y del pueblo en general. En una y otra forma, los intereses de la oligarqu�a, a la que pertenec�an Legu�a y Asp�llaga, eran diametralmente antag�nicos a la tendencia social que le imprim�an Jos� Carlos y C�sar al peri�dico. Es natural, por lo dem�s, que los enemigos de los directores no concibieran, y en ese tiempo, que "La Raz�n" tuviera otra mentalidad y actitud. Era un vocero period�stico de convicci�n socialista, completamente apartado de las cuestiones tradicionales.

Claro est� que Legu�a y Asp�llaga representaban a la oligarqu�a recelosa de la beligerancia obrera y estudiantil. Aunque en el primer momento, Legu�a tratara demag�gicamente de atraerse a ambos movimientos, pero con la idea de servirse de ellos y luego desviarlos de, su camino revolucionario.

La aparici�n de "La Raz�n", en cuyas p�ginas se publican art�culos, informaciones y notas con el prop�sito de orientar a los trabajadores y estudiantes en defensa de sus reivindicaciones sociales, coincide con el ascenso de masas que conlleva a una sociedad multitudinaria, donde la prensa goza de una popularidad universal y constituye un elemento primordial para la orientaci�n revolucionaria.

A las oficinas de redacci�n y administraci�n del peri�dico en ciernes acuden los obreros, empleados y estudiantes en busca de amparo y protecci�n para su causa. Gutarra, Fonken, L�vano, Barba y otros dirigentes frecuentan el local de la Pileta de la Merced. Igualmente, los universitarios Guillermo Luna Cartland, Ra�l Porras Barrenechea, Luis Ernesto Denegri, Juan Manuel Calle, Jorge Guillermo Legu�a, Edgardo Rebagliati, Manuel Abastos conductores del movimiento reformista estudiantil. Y tambi�n se ve llegar a los directivos de la organizaci�n de los empleados particulares: Eudocio Ravines, Jos� Harrison, Humberto Nieri, Julio Perla y otros. "La Raz�n" se transform� en un hogar del movimiento organizado de los empleados y Mari�tegui en uno de sus expertos consejeros" (471). All�, en la sala de redacci�n, se discute sobre los problemas sindicales y acerca de las conmociones sociales que agitaban al Viejo y Nuevo Mundo. Mari�tegui y Falc�n, al par que instruyen y azuzan a los inquietos visitantes del peri�dico, les brindan las columnas del vespertino a su cargo.

Si es verdad que los primeros n�meros de "La Raz�n" no tuvieron mucha acogida entre el p�blico, pues a duras penas llegaba la edici�n a quinientos ejemplares por d�a (472), posteriormente aument� la circulaci�n hasta ocho mil ejemplares diarios (473). Esta mayor demanda puso en evidencia, por cierto, el respaldo popular que logr� alcanzar el peri�dico. El n�mero de suscripciones crec�a constantemente. Los ejemplares de "La Raz�n", no s�lo se vend�an en la calle sino tambi�n se distribu�an en las puertas de las f�bricas. Envalentonados los j�venes directores con este apoyo, intensificaron el ataque contra la oligarqu�a y su m�s calificado representante don Augusto B. Legu�a, quien patrocinaba la m�s peligrosa demagogia casi en v�speras de asumir el poder pol�tico. Acababa, por otra parte, de producirse un atentado del legui�smo contra don Isa�as de Pi�rola. Entonces como era de esperarse, "La Raz�n" censur� la actitud de Legu�a y public� en un lugar visible de su primera p�gina una informaci�n de protesta de Pi�rola (474).

Por aquella �poca, de tanta beligerancia pol�tica, la madre de Jos� Carlos, que a la saz�n viv�a en la calle Orme�o, afligida y sobresaltada por lo que pudiera ocurrir a su hijo -igual que en los lejanos d�as en que �ste trabajaba en "La Prensa", lo visitaba en la Redacci�n y le hac�a recomendaciones para que evitara situaciones conflictivas que pudieran quebrantarle su salud (475). Mas, Mari�tegui estaba entregado en cuerpo y alma a dar vida al �rgano de expresi�n por medio del cual pretend�a elevar el nivel revolucionarlo de las masas populares, conforme lo proclamara en el primer editorial de "La Raz�n".

En este sentido la preocupaci�n de Jos� Carlos no s�lo se limitaba al �mbito local lime�o sino que, tambi�n, aspiraba a abarcar las provincias del interior del pa�s. Para el caso comenz� a organizar corresponsal�as en Chancay, Huaral, Huacho, Huancayo, Chincha, Pisco e Ica (476). Era casi una figura familiar la presencia en el local del peri�dico de don Carlos Escudero Villar, representante de "La Raz�n" en Huaral (477). As� como la de otros corresponsales que ven�an de tarde en tarde a arreglar cuentas con el Administrador Estenio Meza. Igualmente a ponerse de acuerdo con Mari�tegui y Falc�n sobre el env�o de informaci�n (478).

Y en estos afanes period�sticos que se cumpl�an con gran sacrificio econ�mico y entusiasmo, llega el domingo 19 de mayo, el d�a se�alado para realizarse las elecciones. Cuatro candidatos debidamente inscriptos: Augusto B. Legu�a, Antero Asp�llaga, Isa�as de Pi�rola y Jos� Carlos Bernales se presentan a disputar la presidencia de la Rep�blica y el favor de las masas populares. El pueblo influido por la propaganda demag�gica y millonaria de Legu�a y Asp�llaga concurre a las elecciones, convencido que el triunfo del candidato de su simpat�a lo va a librar de la crisis econ�mica que viene soportando como resultado de la guerra. S�lo unos pocos se mantienen al margen de este proceso y de la tentadora politiquer�a, entre ellos Mari�tegui y su grupo, los anarquistas y un regular n�mero de dirigentes obreros. Todos ellos consideran tal acto pol�tico como una farsa destinada a enga�ar al pueblo. En esta oportunidad, quiz�s si recordaron las frases de Manuel Gonz�lez Prada: "�Qu� han logrado los trabajadores con ir a depositar su voto en el �nfora de una plazuela? Ni elegir al amo, porque toda elecci�n nacional se decide por el fraude o la violencia". Los llamados partidos pol�ticos, que apoyaban dichas candidaturas, ni siquiera estaban organizados como tales sino respond�an a simples e improvisados movimientos con miras electorales. Al respecto Mari�tegui hac�a un a�o que, desde las columnas de "Nuestra Epoca", al analizar esas fuerzas, se�al� la ineptitud y caducidad de ellas. "No son partidos reales. Son simulaciones de partido -afirmaba. Y necesitan que se les sepulte y sustituya. Nuevas agrupaciones capaces de adquirir efectiva fuerza popular deben reemplazar a estas agrupaciones figurativas y desacreditadas..." (479).

Desde el primer momento se advierte la potencialidad electoral incontrastable de Legu�a. El mismo d�a 19 en Lima (el lugar de mayor concentraci�n de electores en la Rep�blica) votaron alrededor de dos mil personas: el se�or Legu�a obtuvo 1,359 votos; el se�or Asp�llaga, 436; el se�or Bernales 58; y el se�or Pi�rola, 131 (480). Naturalmente que la victoria de Legu�a, entre otros motivos, se debi� a que este personaje (repudiado hac�a pocos a�os por la ciudadan�a) ten�a el apoyo del capital inversionista norteamericano y a que, por obvias razones, contaba con suficientes fondos para su costosa campa�a. En cambio el candidato protegido por Pardo, don Antero Asp�llaga, representaba el imperialismo ingl�s en descenso en nuestro pa�s y, por lo tanto, con recursos limitados.

El gobierno no escatim� ninguna medida para rodear de garant�as los comicios. Y en este af�n legalista lleg� hasta invitar a Alfredo Palacios, que a la fecha a�n gozaba de la hospitalidad peruana, para que presenciara el desarrollo de las elecciones. As� el maestro argentino pudo dar fe de la victoria de Augusto B. Legu�a que alcanz� 122,736 votos en toda la Rep�blica y de la derrota del oponente m�s cercano de �ste, Asp�llaga, con 64,936.

El candidato triunfador, de cincuentis�is a�os de edad, patrocinaba un vasto movimiento pol�tico con el lema de "La Patria Nueva" y llevaba en su lista victoriosa al general C�sar Canevaro (de setenta y tres a�os de edad) que figuraba como Primer Vice-Presidente de la Rep�blica y al doctor Agust�n de la Torre Gonz�lez (de setenta y cinco a�os), como Segundo Vice-Presidente (*) .

La verdad es que la clase dominante estaba formada por miembros de viejas y poderosas familias terratenientes: Asp�llaga, Pardo, de la Piedra, etc. Y tambi�n por los nuevos elementos que se dedicaban a actividades comerciales y bancarias, los cuales manten�an estrecha relaci�n de parentesco o de intereses con los grandes latifundistas. Mediante esta uni�n los aspirantes a oligarcas se ve�an impedidos de crear una ideolog�a diferente, a la de la clase superior, pero s� les estaba permitido recurrir a los lemas y etiquetas atractivas y demag�gicas como en el caso de Legu�a. Este precisamente se dedicaba al comercio, y se hallaba supeditado a los intereses de la oligarqu�a tradicional que ven�a moldeando la vida social, econ�mica y pol�tica del pa�s desde la �poca de la colonia. Por segunda vez Legu�a se acercaba al poder pol�tico. Hab�a sido presidente de la Rep�blica durante el per�odo 1908-1912 y antes desempe�� el cargo de Ministro de Hacienda. Le "toc� a Legu�a, no obstante sus viejas relaciones con la Gran Breta�a, en cuya capital residi� algunos a�os, ser el agente m�s importante de los se�ores de Wall Street y, adem�s, quien le abriera de par en par las puertas a este nuevo coloso imperialista. La lucha por el mercado latinoamericano se intensifica con una vehemencia arrolladora. La penetraci�n en los pa�ses que le quedan al sur, fue para Estados Unidos de Norte Am�rica de una urgencia mayor que la de Inglaterra de antes de la guerra... El capital norteamericano penetra torrencialmente, con menoscabo de sus rivales, que tienen en casa mucho que hacer. Se apodera del cr�dito externo, del comercio de importaci�n y exportaci�n, de las industriasy aduanas, acaparando tierras y ganado... (481). Todo ello ser� posible en el Per� con la ayuda de Legu�a "el profeta del odio popular contra el civilismo hist�rico, derrochando actitudes demag�gicas, su nacionalismo antichileno, demostrando una visi�n m�s realista del giro que tomaba la econom�a y la pol�tica del pa�s, virando hacia el capitalismo de los Estados Unidos" (482). De este modo el imperialismo se enlaza con la burgues�a comercial (importadora), que le sirve para colocar los productos industriales de la metr�poli y con los grandes terratenientes (exportadores), a quienes compra sus productos a baj�simos precios.

(*) T�o por la rama materna del se�or V�ctor Ra�l Haya de la Torre.

El triunfo electoral de Legu�a no fue bien recibido por los sectores de la oposici�n. Confirma este aserto, el hecho de que sus adversarios alegaran, de inmediato, fraude en los comicios y pretendieron la anulaci�n del proceso.

En estos momentos pol�ticos, aparece el primer n�mero del peri�dico (que lleva el nombre) "El Socialista" donde se inserta art�culos y notas de Luis Ulloa, Carlos del Barzo, Han Zebaldo, Luis Ferrari y Domingo Mart�nez Luj�n. Se publica tambi�n el programa de acci�n pol�tica y los estatutos aprobados por la asamblea del Partido Socialista (483).

En rigor de verdad la posici�n de este n�cleo pol�tico, que trata de evitar toda beligerancia, abandonando a las masas y tomando, m�s bien, una actitud contraria a la acci�n revolucionaria, es acremente censurada por el sector de izquierda. Ulloa, tercamente, abogaba por las reformas sociales dentro de una atm�sfera de serenidad y entendimiento con las autoridades del r�gimen de Pardo. Por otra parte, con el objeto de atraerse a los anarquistas. los directivos del Partido Socialista, llegaban a aplazar la lucha pol�tica por la econ�mica (484).

En cambio el grupo de Mari�tegui, que se reun�a casi todas las noches en el local de "La Raz�n", provocaba animados debates tratando de suscitar entre los trabajadores, empleados y estudiantes que acud�an ah�, la formaci�n de su conciencia de clase y despertar el inter�s porque la lucha econ�mica no sea separada de la pol�tica y mucho menos de la lucha ideol�gica (485). Jos� Carlos trataba de ponerse en contacto con los trabajadores; y, tambi�n, con los dirigentes sindicales con los cuales charlaba sobre los problemas sociales que afectaban en ese per�odo hist�rico de post guerra al proletariado.

Por otro lado, los padecimientos de las masas populares segu�an acentu�ndose por los efectos de la contienda b�lica, lo cual resultaba a la postre una carga sumamente molesta. El Comit� "Pro-Abaratamiento de las Subsistencias" se manten�a en pie de lucha y procuraba aliviar la situaci�n del pueblo. Por esos d�as de fiebre electoral, se vio obligado el Comit� a suspender el paro proyectado hasta despu�s del 20 de mayo.

Pasada la fecha de las elecciones presidenciales se hicieron m�s frecuentes las huelgas, las manifestaciones y otras actividades de lucha de los obreros, en las que trasuntaban su descontento contra el gobierno de Pardo y la oligarqu�a tradicional. Y dentro del ambiente de esta beligerancia reivindicativa, que prosegu�a con renovado vigor, cabe citar el gigantesco mitin femenino del domingo 25 de mayo, en el cual habr�an de participar cerca de cuatro mil personas. Durante el desfile de mujeres (del Parque Neptuno a la Plaza de Armas), en se�al de protesta por el encarecimiento de la vida, las fuerzas policiales intentaron dispersarlo violentamente. Como resultado de la refriega entre manifestantes y custodios del orden p�blico, algunas mujeres resultaron heridas de balas y sablazos. Incluso una sobrina de Delf�n L�vano fue lesionada a la entrada de la Plaza de Armas. Al terminar este acto de solidaridad y protesta, el Comit� "Pro-Abaratamiento de las Subsistencias" se reuni� con car�cter urgente en el local de la Sociedad "Hijos del Sol" y, tras un debate sumamente acalorado, por los acontecimientos callejeros, se tomaron los siguientes acuerdos:

1.- Redactar una protesta por los sangrientos sucesos ocasionados por el Comisario del Cuartel Tercero, don Carlos Montes de Oca;

2.- Mandar una comisi�n al Ministro de Gobierno pidiendo la destituci�n de ese Comisario;

3.- Hacer p�blico lo dispuesto por el Intendente de Lima sobre la actitud de represi�n por medio de las armas que ha dispuesto tomar; y

4.- Convocar para el lunes (26) a una asamblea popular que se realizar� en el local de la Sociedad "Hijos del Sol". En dicha asamblea se tomar�an los acuerdos para la proclamaci�n del paro general si hasta entonces no ha sido destituido el comisario Montes de Oca" (486).

En este mismo sentido el diario "La Raz�n" public� en su edici�n vespertina del d�a 26, el texto de la carta, firmada por Carlos Barba, directivo del Comit�, dando cuenta del atropello y censurando al comisario Montes de Oca, responsable de la sangre vertida por el pueblo en la manifestaci�n femenina de la cual ya se ha informado.

Ese mismo d�a (26 de mayo) en la noche, la polic�a ocup� el local de la Sociedad "Hijos del Sol", impidiendo al Comit� reunirse. Los delegados en un intento de burlar la vigilancia policial se dirigieron entonces al local de la Sociedad de Lecheros. Yen plena sesi�n, a las 11 de la noche, ingres� a la sala donde la asamblea deliberaba, un oficial seguido de varios inspectores para detener a los obreros Barba y Gutarra, m�ximos directivos del movimiento popular (487). Frente a esta provocaci�n policial, los asistentes protestaron a viva voz. Barba y Gutarra, advirtiendo que esta situaci�n pod�a conducir a una refriega con las fuerzas del orden p�blico, invocaron la serenidad de los asamble�stas y luego se entregaron a los agentes policiales.

Al llegar a la puerta Barba y Gutarra se cruzaron con una comisi�n de obreros provenientes del Callao, la cual ven�a a informar de un nuevo atropello ocasionado por parte de las autoridades del Puerto. Los �nimos del p�blico concurrente estaban tensos y caldeados y se exig�a acci�n inmediata. El tiempo avanzaba. Barba y Gutarra no regresaban. Entonces algunos l�deres, vinculados al grupo jacobino, se trasladaron a "La Raz�n" a fin de informar (a Mari�tegui y Falc�n) lo que hab�a sucedido. La conversaci�n fue breve y, sin mayores tropiezos, se acord� (en la misma redacci�n) el paro general" (488). Falc�n ofrece, a su vez, otra versi�n: "...escrib�amos de las nuevas cuestiones con el �mpetu a que est�bamos acostumbrados y el tema iba hinch�ndose, haci�ndose m�s denso y m�s negro, hasta que un d�a el episodio adquiri� su verdadero car�cter. Los obreros que dirig�an el movimiento vinieron a comunicarnos una noticia b�lica".

-"Hemos acordado declarar la huelga general, -nos dijeron. El Comit� ha sido apresado y ya no es posible tolerar m�s atropellos".

"La noticia nos agrad� a todos los que hac�amos el peri�dico. Hasta entonces nunca hab�amos visto de cerca esta forma de lucha y nos pareci� que nuestro trabajo, nuestras ideas, nuestra vida �ntegra lograban una realidad que no hab�an tenido antes. Fuera de nosotros, en la calle, la realidad tuvo otro matiz... "(489).

De regreso a la reuni�n los mencionados dirigentes, que fueron a consultar a "La Raz�n", influyeron poderosamente en la opini�n de sus compa�eros y los instaron en el seno de la asamblea a que adoptaran el hist�rico y memorable paso de decidirse por el paro que ven�a siendo postergado. Al finalizar la citada reuni�n, fue apresado Fonken quien acababa de hacerse cargo de una de las secretar�as del Comit� Directivo, en reemplazo de Barba., La prisi�n de tan calificados luchadores sindicales, aut�nticos directores y organizadores de masas, constituy� un rudo golpe para la conducci�n del movimiento huelgu�stico. "El gobierno, naturalmente, ignoraba -sostiene del Aguila- que tras los hombres de acci�n, hab�a un grupo intelectual, la plana mayor de "La Raz�n", que aconsejaba. De saberlo, habr�amos dado con nuestros huesos a (la c�rcel de) Guadalupe" (490). Lamentablemente, los sustitutos que habr�an de dirigir el paro no estuvieron al nivel de los dirigentes encarcelados. Y, como es natural, el impulso incontrolado de las masas habr�a de predominar sobre las consignas de los dirigentes que audazmente y dada la coyuntura hab�an sido promovidos a los cargos de direcci�n.

Esa misma noche, que se inici� la huelga, se procedi� a destruir todos los focos de luz el�ctrica que alumbraban la ciudad. Las calles estaban desiertas y en tinieblas, pues no circulaba un solo veh�culo y la polic�a estaba concentrada en sus cuarteles por orden superior. "Toda la redacci�n del diario "La Raz�n" -dice del Aguila- se traslad� de la calle Pileta de la Merced, donde estaban las oficinas, a la imprenta ubicada en Pescader�a. Y nos pasamos la noche en vela" (491).

A la ma�ana siguiente, el paro en las ciudades de Lima y Callao fue total. A la huelga se plegaron los obreros de las f�bricas, los tranviarios, gr�ficos, ferroviarios, cocheros, panaderos e incluso los servidores de las peque�as empresas. La situaci�n era extremadamente seria. Los acontecimientos empezaron a tomar un cariz amenazador. Desde muy temprano de ese d�a -el primero del paro- comenzaron las grandes concentraciones populares a apoderarse de las calles. Y frente a la escasez aguda de los v�veres no qued� otra disyuntiva a las masas, que proceder a asaltar los mercados y establecimientos comerciales. Durante estas demostraciones de violencia y en la que la Ciudad estaba en manos del proletariado, por primera vez en el Per�, se enarbola y se pasea por sus calles principales la bandera roja entre c�nticos revolucionarios de la multitud. La huelga pac�fica se transforma en acci�n beligerante. La comandancia general, a cargo del jefe militar de la plaza coronel Pedro Pablo Mart�nez, ordena en forma dr�stica la represi�n. Los soldados y gendarmes movilizados para combatir a los obreros daban la impresi�n de haber sitiado la ciudad. Se improvisan barricadas y se producen choques sangrientos entre los trabajadores y las fuerzas represivas. Ambos bandos sufren bajas y heridos. Los huelguistas no se amedrentan por la matanza que efect�an los destacamentos del orden p�blico ni tampoco por los cientos de obreros detenidos. Los �nimos se exaltan cada vez m�s. La sangre sigue verti�ndose por las calles de Lima a causa de la lucha sin cuartel que se mantiene. Los trabajadores, desorientados, buscaban directivas para realizar nuevas acciones de masas, y no las encontraban en esos dif�ciles momentos.

Poco a poco los huelguistas, desprovistos como estaban de una orientaci�n congruente y de armas suficientes para responder a los pretorianos, se ven precisados a ceder las barricadas pero no sin antes, por supuesto, oponer recia resistencia y producir numerosas bajas entre las filas de las llamadas fuerzas del orden. Mas la superioridad del ej�rcito de l�nea y las dotaciones de fuerzas policiales debidamente armadas para la contienda contra el pueblo, terminan por imponerse y por celebrar su victoria sobre los blancos inermes de los cuerpos fatigados de los combatientes proletarios.

En el Callao sigue la lucha y se producen choques con la mariner�a. Por todos lados se hace explotar petardos. La ira popular se hace patente con la intensificaci�n de la lucha social. Entre tanto, el Comit� "Pro-Abaratamiento de las Subsistencias", asesorado por el grupo de "La Raz�n" que hace sus primeras experiencias en esta acci�n de masas, insiste en no suspender el paro general mientras no sean atendidas por los poderes p�blicos las siguientes demandas: 1.- La inmediata libertad de los compa�eros detenidos; 2.- Dar garant�as al Comit� para que se re�na p�blicamente; y 3.- Atender las peticiones del mitin del 4 de mayo.

Sin embargo, d�as despu�s, el Comit� tras la poderosa demostraci�n de fuerza moral y material de la clase obrera, y teniendo en cuenta las muestras de fatiga de la misma -la huelga general no pod�a sostenerse indefinidamente-, acuerda suspender el paro el lunes 2 de junio, a partir de las 6 a. m. (492), manteniendo eso s�, en pie, las reivindicaciones por las cuales fueron a la paralizaci�n total y el pedido de libertad de los camaradas Gutarra, Barba y Fonken y otros dirigentes. Los detenidos en las c�rceles de Lima y Callao pasaban de ochocientos. Por su parte el n�cleo socialista de Mari�tegui, luego de analizar el grave problema social, exhortar� al cese de la huelga. La prosecusi�n de �sta no ofrec�a perspectivas de �xito y antes bien pod�a debilitarse la unidad interna de los gremios.

En la Capital se cumpli� la disposici�n de levantar la huelga, pero en el Puerto los obreros se resistieron tres d�as m�s (hasta el 5 de junio). El saldo, en general, de esta jornada hu�rfana de una efectiva direcci�n, fue un ejemplo de solidaridad, de cohesi�n y de fuerza social. Sin embargo, no se logr� ninguna de las demandas que se presentaron al sector patronal y al gobierno.

Bien se advierte aqu� la falta de preparaci�n de los conductores del movimiento. Una vez iniciada la huelga no fueron capaces de dirigir la lucha con habilidad ni tampoco supieron sacar ventajas de la fuerza de que dispon�an. S�lo planteaban el mejoramiento econ�mico de los obreros y del pueblo en general, pero faltaba vincular a esta lucha meramente econ�mica, la acci�n pol�tica en defensa de los derechos de las masas populares. Este menosprecio por la lucha pol�tica, por parte de los anarco-sindicalistas, contribuy� al debilitamiento de las bases. La oligarqu�a compenetrada de esta debilidad supo aguardar a que la desesperaci�n y el hambre minara la capacidad combativa del pueblo y, por lo tanto, capitulara sin obtener conquista alguna. As� fue el resultado de esta gesta proletaria, encaminada a poner t�rmino a las medidas de hostilidad que preconizaba el gobierno anti popular de Jos� Pardo, pero desventuradamente la clase dominante con el poderoso aparato de represi�n de que dispon�a logr� ahogar en sangre esa esperanza y revitalizar su pol�tica nefasta de oprimir a los despose�dos.

Para Mari�tegui y su grupo, que en ning�n momento ocultaron su simpat�a y solidaridad clasista, esta acci�n -sin precedentes en la historia del joven proletariado peruano- signific� una lecci�n sumamente valiosa. Sobre todo, si se tiene en cuenta, que ellos -responsables tambi�n en cierta forma, de la direcci�n huelgu�stica- pretend�an transformar su agrupaci�n (la ex-facci�n del Comit� de Propaganda Socialista) en un partido pol�tico de la clase trabajadora a fin de superar la mera pr�dica y la asesor�a organizativa en la cual estaban empe�ados. El balance de aquella sacudida social hizo que se reafirmara en los j�venes jacobinos, la convicci�n de la necesidad de un mayor dominio de la teor�a y acci�n revolucionaria. Sin estos instrumentos b�sicos, a juicio del mencionado n�cleo, no se pod�a estar en condiciones aceptables para enfrentarse a los enemigos de la clase obrera y diferenciarse de la est�ril asonada apol�tica que preconizaban los anarco-sindicalistas. Dejemos la palabra a Jos� Carlos: "...la m�s considerable batalla del proletariado de Lima y Callao... encuentra en "La Raz�n" (dir� recordando el paro general), el diario que durante poco m�s de tres meses dirigimos y sostuvimos en 1919 C�sar Falc�n y yo, y que. iniciado ya nuestro orientamiento hacia el socialismo, combati� al flanco del proletariado, con �nimo de "simpatizante", en esa vigorosa movilizaci�n de masas" (493). En definitiva la fracasada huelga general, que hab�a superado la capacidad de los dirigentes de la misma, como hemos anotado anteriormente, fue tomada por los elementos revolucionarios como una parte parcial de la lucha, entre la clase trabajadora y el sector dominante de la sociedad, porque la batalla decisiva estaba por venir.

Mientras tanto, hab�a que incentivar la atm�sfera de perturbaci�n para conseguir un mayor nivel ideol�gico entre el proletariado. Era conveniente alcanzar una nueva orientaci�n que les hiciera sobreponerse a la simple lucha econ�mica que ven�a alentando con el prop�sito de lograr plena conciencia pol�tica de su destino hist�rico. Este reto, un tanto ambicioso, para los conductores de opini�n -Jos� Carlos y los periodistas de "La Raz�n"- hace que el d�a 11 de junio el diario, haci�ndose eco de tan impostergable tarea, publicara un art�culo escrito en ingl�s para "La Raz�n" y traducido al castellano en la propia redacci�n de este �rgano de prensa, firmado por Human Being, titulado: "El problema social: �El socialismo o qu�?", en el cual traza los objetivos del socialismo as� como su victoriosa perspectiva hist�rica. Luego el 16, se insertaba en la primera p�gina -a guisa de primicia- la entrevista que sostuviera el cronista obrero del diario (Fausto Posada) con Gutarra y Barba, inmediatamente despu�s de haber procedido las autoridades a levantar la incomunicaci�n que pesaba sobre ellos desde el lunes 26 de mayo, fecha de su detenci�n y traslado a la c�rcel de Guadalupe. Al pregunt�rsele al primero de los nombrados sobre el "plan maximalista del movimiento Pro-Abaratamiento de las Subsistencias", se sonr�e y responde:

"Ha sido la invenci�n m�s burda de las autoridades. Lo que sucede es que los hombres del gobierno son ignorantes. No saben lo que es anarquismo ni socialismo. Todav�a estas palabras les inspiran un miedo terrible, y en las doctrinas an�rquicas no ven m�s que dinamita y pu�al. La nota c�mica -advierte Gutarra- la ha dado el jefe de investigaciones de la polic�a; este se�or despu�s de poner en juego toda su actividad olfativa descubri� que exist�a un peri�dico "La Protesta" y una imprenta en donde se editaba. Pero todo el mundo sabe que "La Protesta" circulaba desde hace ocho a�os y ha tenido como colaboradores a don Manuel Gonz�lez Prada y al actual director de "La Prensa", se�or Glicerio Tassara".

"A m� se me acusa -prosigue- de atentar contra el actual estado social. No lo niego : soy anarquista. He hecho campa�a por esta idea no s�lo en los peri�dicos sino tambi�n en conferencias...".

Dos d�as m�s tarde (el 18 de junio) de acuerdo con la pol�tica de agitaci�n social emprendida por el mencionado peri�dico, aparec�a tambi�n en la primera p�gina, en lugar visible, la nota: "Hacia otra acci�n. Nuevas orientaciones de los empleados".

Algo bien significativo resulta que a la sombra del movimiento de masas en esos d�as, con justificada alarma de la clase superior, surgieran con �mpetu y vigor las reivindicaciones estudiantiles. La efervescencia por los cambios sociales se apoderaba, d�a a d�a, de todos los estratos sociales: obreros, empleados y estudiantes.

El pr�ximo paso del rebelde vocero situado en la Pileta de la Merced, tras de identificarse con las atrevidas reclamaciones estudiantiles, fue iniciar una campa�a period�stica por la transformaci�n de los m�todos de estudios y por el reemplazo de los profesores mediocres de la Universidad de San Marcos. As� el 25 de junio "La Raz�n" -declaraba en la p�gina principal, a tres columnas y en visible titulares- se hace int�rprete del anhelo un�nime de los estudiantes. La juventud exige renovaci�n completa. Hay que comenzar por la separaci�n de los catedr�ticos incapaces y la supresi�n de las listas"(494) "La Raz�n", escribe Coss�o del Pomar, toma la causa de los estudiantes, como hab�a tomado la de los obreros, en las huelgas de mayo de 1919, que culminan con las matanzas de los trabajadores dirigidas por el coronel Pedro Pablo Mart�nez, Jefe del Estado Mayor del Ej�rcito" (495).

Guillermo Luna Cartland, Ricardo Vegas Garc�a, Luis Ernesto Denegri, Ra�l Porras Barrenechea, Humberto del Aguila, Juan Manuel Calle, Manuel Abastos (quien escrib�a los manifiestos de los estudiantes), acud�an en las noches al diario "La Raz�n". Mari�tegui, esp�ritu anti-universitario, empujaba a los estudiantes a lanzarse contra los catedr�ticos, luego de haberlos criticado mordazmente" (496).

Jos� Carlos y su grupo tuvieron en consideraci�n para brindar su apoyo a los sanmarquinos, que la Universidad no era m�s que un reflejo de los intereses de la clase dominante. Sosten�an, con ardor y energ�a, tanto en las discusiones te�ricas como en la acci�n period�stica, que el esp�ritu universitario cambia sustancialmente al modificarse las viejas estructuras y al proceder a alejar de sus claustros a los profesores de mentalidad retr�grada (497). Igualmente, admitieron las limitaciones peque�o burguesas de la lucha por la reforma estudiantil como tal (498). Y lo que es m�s, las orientaciones de Alfredo Palacios al respecto. "La presencia de ,�ste en Lima -escribe Porras Barrenechea- puso en contacto a los m�s fervorosos convencidos de la reforma con el ilustre maestro argentino, quien en una reuni�n, a la que invit� a los estudiantes Luis Denegri, Ricardo Vegas y Ra�l Porras Barrenechea, aconsej� la reforma inmediata de la Universidad por los estudiantes y mostr� las ventajas que de la introducci�n de todas las conquistas de la Universidad moderna se hab�an obtenido en las casas estudiantiles del Plata. En actuaci�n p�blica ante el claustro de la vieja casona de San Marcos sostuvo Palacios id�nticas orientaciones con la consiguiente alarma de los catedr�ticos posiblemente perjudicados. Se necesitaba la unificaci�n y el encauzamiento de las vetustas tendencias removidas en el alma universitaria por el verbo sugestivo de Palacios. Esa labor le toc� al diario "La Raz�n". Formaba parte de su personal de redacci�n Humberto del Aguila uno de los esp�ritus m�s gallardamente insumisos de la Universidad y a quien cobraban audacia e inteligencia para poder formular la cr�tica de los m�todos superados y de las acad�micas nulidades de la Universidad. Al lado de Humberto del Aguila colaboraron eficazmente en la campa�a inicial de "La Raz�n", Ra�l Porras Barrenechea y Guillermo Luna Cartland. En esa campa�a se hizo el an�lisis despiadado pero justo y sincero, de la ense�anza en cada uno de los cursos que se ense�an en las distintas facultades..." (499).

El d�a 26, en los titulares de "La Raz�n" (primera p�gina), se pod�a leer: La Facultad de Letras: los catedr�ticos y los cursos del primer a�o, apreciaci�n particular sobre cada maestro y cada clase. Traducimos exactamente el sentimiento de la juventud estudiantil. Y sigui� en los otros d�as acentu�ndose la censura (500), hasta que la federaci�n de Estudiantes, presidida por Felipe Chueca, asumi� la direcci�n del movimiento, a propuesta de V�ctor Ra�l Haya de la Torre. Esta decisi�n obedec�a al intento de unificar el criterio y la acci�n de los alumnos reformistas. Como sabemos los pasos iniciales de la denuncia, protesta y plan de reivindicaciones fueron promovidos por la Facultad de Letras.

En medio de esta cruzada universitaria, salta el nombre del Dr. Ricardo L. Fl�rez, m�dico amigo y protector de Jos� Carlos, quien a la saz�n era profesor de la Facultad de Medicina y, por supuesto, no muy estimado por los estudiantes. Mari�tegui, hombre de principios, no puede oponerse a que su peri�dico mencione a ese respetable facultativo entre los que merecen ser tachados. Sin embargo, puesto en esta delicada situaci�n, acude a la Maison de Sant� para explicarle al Dr. Fl�rez su comportamiento, pero �ste profundamente resentido se niega a recibirlo. Esta actitud constituye un duro golpe tanto para el m�dico como para su propio paciente. Amalia, en cuanto se entera del desaguisado, increpa �speramente el mal proceder de su hijo y dora sin consuelo. Jos� Carlos trata de apaciguarla y esclarecerle el problema, pero ella no entiende las palabras tiernas y transidas de respeto y veneraci�n para con tal personaje ofendido, vertidas en el �rgano de su atribulado hijo (501).

As�, angustiado e incomprendido, el joven periodista no tiene entre sus familiares quien lo escuche. Victoria la compa�era de su vida, tampoco lo comprend�a. Esta, con un criterio peque�o burgu�s, le combat�a ciegamente sus actividades pol�ticas. S�lo Falc�n, su entra�able amigo, era su quitapesares, con sus consejos reconfortantes y aleccionadores (502).

Y en plena agitaci�n universitaria y social, en la madrugada del 4 de julio, Legu�a da un golpe de Estado apoyado por el Ej�rcito, que estuvo comandado por el Coronel Gerardo Alvarez, y toma el poder acusando al derrocado presidente Pardo de planear la anulaci�n de las elecciones en el Congreso que deb�a reunirse el 28 de julio pr�ximo. En este sentido estuvieron circulando rumores inquietantes sobre un posible pronunciamiento militar que desconocer�a el proceso electoral realizado el 19 de mayo �ltimo y que, sin duda alguna, le daba el triunfo al jefe del movimiento denominado "La Patria Nueva". Por otra parte, don Isa�as de Pi�rola, uno de los candidatos participantes en esos comicios, solicit� invalidar las elecciones y la formaci�n mediante el voto del Congreso de una Junta de Gobierno, presidida por el Presidente de la Corte Suprema, para que convocase a un nuevo sufragio. Legu�a atemorizado por esta acci�n que amenazaba su triunfo electoral y que pod�a cerrarle el camino al poder, recurri� a la fuerza armada "para que no se frustrara el voto popular emitido ya".

Una de las primeras medidas de Legu�a, al asumir el mando supremo del pa�s, fue crear un gobierno provisional y organizar su gabinete, en el cual figura el Dr. Mariano H. Cornejo (1866-1942) como Ministro de Gobierno Polic�a. Este notable jurista, era nada menos que abogado defensor de los dirigentes obreros detenidos Barba, Gutarra y Fonken. De inmediato el r�gimen de "La Patria Nueva", disolvi� el Congreso y convoc� a elecciones para conformar otro, dividido en senadores y diputados que, juntos, deb�an integrar una Asamblea Nacional para la reforma de la Constituci�n. "Hemos de ver -advierte Mart�nez de la Torre- en la llegada de Legu�a al poder la consolidaci�n de la pol�tica de penetraci�n norteamericana en el pa�s. Los banqueros de Wall Street necesitaban, como anta�o los pioneros ingleses, para la buena marcha de sus negocios, contar con un gobierno adicto, y a ser posible, popular. La aventura del mes de julio es la materializaci�n, entre nosotros, del antagonismo anglonorteamericano en Sud Am�rica..."(503). Y este pol�tico, aparentemente renovado por su experiencia de largos a�os en Europa, poco a poco devino en dictador. La tiran�a le va a ofrecer la ventaja de cumplir con los compromisos contra�dos con los banqueros norteamericanos para que extendieran su dominio sobre "La Patria Nueva", brind�ndoles mercado libre de competidores y la ansiada tranquilidad social para que prosperaran sus negocios expoliando, en primer lugar al "cholo barato", y en segundo, al pueblo peruano en general.

Al enterarse, pues, las masas populares del cambio de gobierno, salen a las calles para exigir la libertad de sus dirigentes encarcelados. Luego de cumplir esta campa�a, se dirigen a la calle del Tigre, en forma belicosa, para recuperar el local de la Confederaci�n de Artesanos, que agrupaba a los espoliques o agentes patronales. All�, tras de romper las puertas, penetran violentamente en el sal�n de sesiones. Posesionados de este edificio, los obreros toman varias resoluciones. Entre ellas: la de reiterar el pedido de libertad de sus camaradas detenidos con motivo del �ltimo paro general; la de redactar un manifiesto expresando el significado del movimiento proletario; la de desautorizar a los centros representativos, que quer�an arrogarse el derecho de representaci�n de la clase obrera; y la que acuerda fundar la Confederaci�n Obrera Regional Peruana y para lo cual retendr�n el local de la Confederaci�n de Artesanos.

El 8 de julio, a las 12 del d�a se suspenden las labores en Lima y Callao. Los trabajadores citados por el Comit� "Pro-Abaratamiento de las Subsistencias" se re�nen en el Parque Neptuno. A las 12 y media, en dicho lugar, se hacen presentes Barba, Gutarra y Fonken, que acababan de ser liberados de la c�rcel de Guadalupe, recibiendo grandes aplausos y aclamaciones de los obreros all� reunidos.

Gutarra reasume la presidencia y Barba se hace nuevamente cargo de la secretar�a del Comit�. Esta extraordinaria asamblea concluye a las cuatro de la tarde, y de inmediato se inicia una manifestaci�n de m�s de tres mil trabajadores en homenaje a sus dirigentes liberados, que desfilan por las calles c�ntricas de Lima. Al pasar por la Pileta de la Merced, frente a "La Raz�n", los manifestantes le brindan una estruendosa ovaci�n a este diario "que hab�a sido el �nico que dentro de un ambiente de conservadorismo y en momentos dif�ciles hab�a defendido la causa del pueblo", seg�n expresa Gutarra.

Mari�tegui, al hacer uso de la palabra para agradecer a los obreros, dijo: "que por segunda vez la visita del pueblo fortalec�a los esp�ritus de los escritores de "La Raz�n"; que "La Raz�n" era un peri�dico del pueblo y para el pueblo; que sus escritores estaban al servicio de las causas nobles; que el calificativo de "agitadores" honraba a Barba y a Gutarra, quienes pose�an el m�rito de haber sido los primeros en conmover la conciencia del pueblo y en descubrirle horizontes desconocidos y nuevos; y que "La Raz�n" inspirar�a siempre sus campa�as en una alta ideolog�a y en un profundo amor a la justicia". 

Los trabajadores escucharon con vivo inter�s las palabras del joven revolucionario, cuyo contenido produjo una buena impresi�n por su significado clasista.

Antes de retirarse, Gutarra manifest�: "que los obreros no deb�an irse de "La Raz�n" sin o�r la palabra del modesto e inteligente compa�ero Fausto Posada que desde las columnas de la secci�n "El proletario", redactada por �l, defiende esforzadamente los intereses de los trabajadores". Posada, ovacionado por los manifestantes, improvis� un breve discurso en que reiter� su resoluci�n de trabajar infatigablemente en el campo del periodismo al cual hab�a sido llamado, en favor de la clase a que pertenec�a" (504).

Haya de la Torre, as� como otros estudiantes, estuvieron entre los obreros que se congregaron frente al local de "La Raz�n" y desde cuyo balc�n hablara Mari�tegui a los trabajadores (505).

De la Pileta de la Merced se dirigieron los obreros a la Plaza de Armas, donde solicitaron la presencia de Legu�a. Este no se hizo aguardar, sali� por uno de los balcones de Palacio acompa�ado de los doctores Mariano H. Cornejo y de Arturo Osores, Ministros de Gobierno y de Justicia, respectivamente.

"En medio de la espectaci�n del pueblo, Gutarra se dirigi� al presidente provisorio (sic) en un vibrante discurso que comenz� as�: "Ciudadano Legu�a". Esta manera de dirigirse al presidente resultaba un tanto irrespetuosa y re�ida con el trato usual. El propio Legu�a y sus consejeros quedaron sorprendidos de semejante audacia.

Y el contenido de la elocuci�n no fue menos irreverente. Manifest� Gutarra al se�or Legu�a "que los obreros presentes en esos momentos, no eran legui�stas ni anti-legui�stas. Que eran tan s�lo obreros conscientes de sus derechos y de sus intereses de clase, afiliados a la ideolog�a de la Internacional, que los obreros no cre�an que porque hab�a ca�do un tirano se hab�a acabado la tiran�a en el Per�. Que tres millones de indios sufr�an la opresi�n de un gamonalismo desp�tico. Que el pueblo piensa que no s�lo es necesaria la reforma pol�tica: que m�s necesario es a�n la reforma econ�mico-social".

El presidente provisional se�or Legu�a, en su turno y un poco recuperado del efecto que le causaran los osados y altisonantes t�rminos empleados por Gutarra:

"Dijo que estaba inspirado en las m�s sinceras convicciones democr�ticas y que, respetuoso de los derechos del pueblo, quer�a hacer de nuestra democracia ficticia una democracia verdadera. Que el r�gimen que se hab�a inaugurado el 4 de julio aspiraba ser un r�gimen de libertad y de justicia. Que los deseos de los trabajadores ser�an atendidos siempre que fueran expresados dentro del orden y la ley: Que anhelaba que el pueblo acudiese a �l en todo momento para hacerle conocer su sentimiento. Y que su gobierno tratar�a de buscar siempre el bien del pueblo" (506).

Legu�a, desde luego, no recibi� con satisfacci�n las palabras de Gutarra, le parecieron insultantes y cargadas de intimidaci�n. Se sinti� atemorizado por tal actitud y por la beligerancia de la fuerza all� congregada, ante sus propios ojos. Era la primera vez que confrontaba un problema de esta naturaleza.

Reintegrados pues a las actividades gremiales, los l�deres sin p�rdida de tiempo, organizan esa misma noche (8 de julio) la Federaci�n Obrera Regional Peruana sobre la base del Comit� "Pro-Abaratamiento de las Subsistencias", cuya existencia resultaba inoperante por haber cumplido ya su

misi�n institucional al servicio de los trabajadores.

Con este singular motivo, el diario "La Raz�n" editorializ� de la siguiente manera: "Hacia la unificaci�n del proletariado". "Cuando el Comit� Pro-Abaratamiento -escriben Mari�tegui y Falc�n- cohesion� al proletariado y un�nimemente lo llev� a la huelga general se sinti� la necesidad de una m�s amplia y firme organizaci�n obrera. Los miembros del Comit� lo comprendieron as� tambi�n. Por esto apenas terminado el movimiento huelguista, hizo camino en �l la idea de organizar una gran federaci�n de obreros".

"R�pidamente progres� la idea. Anteanoche (se refieren al 8 de julio), libres ya los directores del Comit�, qued� instalada la Federaci�n..." (507).

Efectivamente las empobrecidas clases inferiores pod�an, al fin y al cabo, disponer de un �rgano centralizado de los trabajadores a nivel nacional, que les permitir�a aumentar su fuerza de presi�n sobre las minor�as hist�ricamente privilegiadas y responsables de la mala distribuci�n de la riqueza. Acababan los dirigentes obreros del Comit� "Pro-Abaratamiento de las Subsistencias", que sirvi� de base a la Federaci�n, en sucesivas reuniones, manifiestos p�blicos y protestas callejeras, de librar una heroica batalla (la huelga general) para combatir el hambre y la miseria que agotaba a los hogares de la gente modesta, carentes de recursos. No estaban en condiciones de hacer frente a los precios elevados de los art�culos de primera necesidad, cuyo costo era fijado por los grandes comerciantes y especuladores, los cuales estaban �ntimamente vinculados a la oligarqu�a. De tal manera que, en medio de estas tensiones entre las clases y el desajuste entre los recursos econ�micos del pueblo y el nivel de vida, resultaba de una ineptitud parad�jica la ley y el orden.

El 22 de julio "La Raz�n", a la que se consideraba ya un �rgano proletario por el enorme influjo que ejerc�a sobre los trabajadores p�blica la declaraci�n de principios de la Federaci�n Obrera Regional del Per�, en la cual se puede anotar la persistencia en esta organizaci�n, desde luego, del esp�ritu anarco-sindicalista que le imprimen a la central sus conductores adheridos a esa doctrina. Igualmente, se traduce el inagotable �mpetu de lucha y de solidaridad clasista que caracteriza al naciente proletariado peruano por esa �poca.

Dos d�as antes, el 20, el peri�dico de Mari�tegui y su grupo levanta su voz de protesta mediante una nota editorial, en primera p�gina, por la separaci�n del maestro Ma�rtua del cargo de Ministro del Per� en Holanda. "La resoluci�n m�s t�pica de las �ltimas en el orden internacional es la que declara vacante el puesto del Dr. V�ctor M. Ma�rtua -expresan los redactores y disc�pulos del diplom�tico. El Dr. Ma�rtua es uno de los hombres m�s esclarecidos de la Rep�blica. Una de las m�s altas mentalidades del pa�s..." Los disc�pulos renovaban su lealtad y agradecimiento al gu�a ausente, y no olvidaban las ense�anzas que recibieron en los d�as en que aqu�l se mostraba partidario de las ideas socialistas y preconizaba cambios esenciales en el pa�s.

Volviendo a la situaci�n universitaria, tenemos que el 11 de julio ante la negativa del Decano de la Facultad de Letras de acoger las peticiones de los alumnos, �stos reaccionaron planteando la huelga en esa Facultad, la que fue aprobada por amplia mayor�a.

En vista del sesgo que tomaba el conflicto en la vieja casona de San Marcos, el Comit� de derecho resolvi� invitar a los dem�s dirigentes, de las diversas Facultades, con el fin de constituir un organismo superior que unificara la opini�n estudiantil y la orientara.

En efecto, de inmediato, fue fundado el Comit� general de la Reforma Universitaria, el cual eligi� a Juan Manuel Calle como su presidente y acord� declarar la huelga en todas las facultades representadas en este nuevo organismo estudiantil (508). Este gesto era de solidaridad con la actitud asumida por los alumnos de letras, cuyos justos reclamos fueron rechazados por las autoridades. Luego la flamante organizaci�n se entreg� a estudiar un plan en el que se contemplara las reformas generales que requer�a la Universidad y colmara el anhelo de los alumnos de las diferentes Facultades.

Por esos d�as se renov� el personal directivo de la Federaci�n de Estudiantes, resultando elegido un Comit� que design� como Presidente al alumno Hernando de Lavalle de ideas conservadoras. Y el 1� de agosto, fecha de la instalaci�n de la mencionada Junta Directiva, asisti� a la ceremonia de juramentaci�n el presidente de la Rep�blica y Maestro de la Juventud, invitado por Chueca, de tendencia legui�sta y dirigente universitario. El primer Magistrado en su discurso, pronunciado en el local de la Federaci�n, declar� su simpat�a por el movimiento de reforma y su franca resoluci�n de apoyarlo (509).

Legu�a en su intento de aislar el civilismo de toda actividad pol�tica, tomaba el partido de los estudiantes que atacaban a las autoridades sanmarquinas que, en su gran mayor�a, eran civilistas. Los j�venes universitarios por su parte deseaban vehementemente librarse de aquellos mentores intelectuales "por su incompetencia, por sus limitaciones espirituales y por su desprecio al estudiantado pobre y provinciano" .

Los profesores, por lo dem�s, encarnaban la estructura econ�mica retardataria del pa�s e incubaban una "�lite" gobernante y fiduciaria de los intereses aristocr�ticos feudales. La coincidencia de prop�sitos entre el gobierno de Legu�a y los estudiantes con respecto al n�cleo civilista enquistado en San Marcos, hizo factible la reforma universitaria proyectada por los alumnos.

Por cierto que las conquistas no fueron f�ciles. La Federaci�n de Estudiantes tuvo que recurrir el d�a 2 de agosto a la huelga general universitaria que se extendi� a toda la Rep�blica (510).

Tres d�as m�s tarde, el 5 de agosto, el presidente del Comit� de Reforma Universitaria remit�a a su colega, de la Federaci�n de Estudiantes, un memorial en el cual se expon�a los puntos esenciales de la reforma universitaria y la base doctrinaria en que se sustenta, acompa�ada de una nota para que, a su vez, fuera elevada por ese organismo al se�or Rector de la Universidad. Firmaba Jos� M. Calle, presidente (511).

Paralizada la vida universitaria del pa�s, los obreros de Vitarte expresaron a la Federaci�n de Estudiantes, por intermedio de una nota, su solidaridad con la causa de la reforma (512).

La misma actitud asumi� la Federaci�n Obrera Regional al remitir una comunicaci�n a los dirigentes universitarios, transcribiendo la siguiente orden del d�a:

"teniendo en cuenta la campa�a noble viril de la juventud, tendiente a reformar la ense�anza universitaria la Federaci�n Obrera Regional Peruana..., mira con simpat�a la huelga general de los universitarios y hace votos por el triunfo de sus aspiraciones". Firmaba Delf�n L�vano, Secretario General (513).

Apoyados los estudiantes por los trabajadores organizados y por el pueblo y, tambi�n, por la manifiesta complacencia del gobierno, sin, embargo no actuaban con eficacia y decisi�n.

La dualidad de �rganos de direcci�n en el movimiento del estudiantado, por un lado la Federaci�n de Estudiantes, y por el otro, el Comit� de Reforma, trajo como consecuencia serias fricciones y divergencias en esp�ritu y tendencias. "La Federaci�n ajena en su mayor parte al entusiasmo inicial de la reforma -se�ala Porras Barrenechea-, quer�a ecuanimidad y moderaci�n. El Comit� anhelaba la satisfacci�n social total y no exenta de violencia, de los pedidos que, hab�a consignado en su memorial. Produj�ronse incidentes lamentables entre los miembros de un comit� y los del otro, optando, por �ltimo los del comit� de la Reforma por renunciar, para evitar la divisi�n y el fracaso consiguiente de la causa estudiantil. Antes de renunciar; el comit�, bajo la activa direcci�n de su presidente se�or Calle, consum� su obra de propaganda y de justificaci�n de la huelga estudiantil..." (514).

Y, en efecto, a continuaci�n se ofrece la informaci�n en la que se expone los motivos por los cuales se apartan los miembros de la Comisi�n de Reforma. "Incomprensiones de esp�ritus poco generosos, que han dado lugar a una escisi�n del alma estudiantil, en momentos en que la juventud deber�a tener un solo indeclinable programa, nos obligan a presentar al p�blico la obra realizada por el Comit� de la Reforma, obra que inspirara el cabal conocimiento de la deficiencia universitaria y su grande movimiento por las causas de la juventud de la cultura".

"Muchos de los que formamos el Comit� general, expusimos nuestra decisi�n por combatir en favor de la reforma desde las columnas de un peri�dico, "La Raz�n", hace ya m�s de un mes. La campa�a de prensa fue rotunda y exhibi� de cuerpo entero al claustro caduco y deficiente. Hubo sobre todo, sinceridad y buena fe...�

"Finalmente, acusamos a la Federaci�n de Estudiantes de no haber comprendido ni nuestro memorial, ni la respuesta dada a �ste. La finalidad de una brillante jornada estudiantil est� en peligro. Por consiguiente hacemos responsable a la Federaci�n de lo que sucede".

"Nuestra obra es cristalina. Si los estudiantes desean saber c�mo defendimos sus intereses, ah� est� nuestra respuesta al Rector, que la Federaci�n ha encarpetado, por su inconsulto acto de dictadura".

"El Comit� agradece la confianza que en todo instante, le dispensaron los estudiantes y hace renuncia de los poderes que en hora solemne se le confiara".

Lima, 17 de agosto de 1919.

Juan Manuel Calle, Manuel Abastos, Ra�l Porras Barrenechea, Jacobo Hurwitz, Eloy Espinoza Salda�a, Jorge Guillermo Legu�a, Luis Alberto S�nchez, Ricardo Vegas Garc�a, Enrique P. Araujo, Sixto Alegre, Abelardo Sol�a, Luis D. Payet, Oscar J. Rojas, Tom�s Manrique, Alberto Espejo, Alberto Fuentes, Jorge Basadre, Jorge Ram�rez, Sim�n Seminario, Jorge Villanueva, Lizardo Aste, Manuel Alejandro Seoane, Luis Augusto Carranza, David Pareja, Jos� Quesada (515) .

A esta altura de las cosas, en aquella �poca de fermento social, "La Raz�n", peri�dico al servicio de los estudiantes reformistas, obreros, empleados y del pueblo en general, se manten�a por sus propios medios econ�micos. Las masas populares respond�an a los sacrificios del grupo de Mari�tegui, que cada d�a se esforzaba por ofrecer noticias veraces procedentes de las clases inferiores y comentarios aleccionadores sobre las mismas. La tirada diaria oscilaba entre los 5,000 y 7,000 ejemplares. Torruella, el amigo de don Isa�as, estaba satisfecho porque todos los pr�stamos otorgados a esa empresa le fueron cancelados oportunamente. (516).

Mas exist�a una especie de conjura contra la vida del peri�dico, por parte de los altos c�rculos que se sent�an inquietos por las campa�as que hac�a en favor de las clases populares y por su tendencia social. El gobierno empez� a recibir la creciente presi�n de aquel sector dominante. Entonces apareci� la figura de don Alfredo Piedra, primo hermano del presidente Augusto B. Legu�a, para prevenir a Mari�tegui y Falc�n los riesgos de proseguir ellos persistiendo con las orientaciones que le daban al diario. Uno y otro amigo -de mutuo acuerdo- rechazaron los consejos y hasta las amenazas del enviado presidencial. Pero �ste invocando la amistad que ten�a con los periodistas, retornaba para comunicarles augurios inquietantes acerca de la estabilidad del �rgano de prensa que dirig�an.

Y para que dejara el gobierno en paz al diario, en el que palpitaba el alma popular, Jos� Carlos y Falc�n decidieron acentuar sus ataques al r�gimen que, en los hechos, resultaba impotente para aliviar la crisis econ�mica de pos guerra con su secuela de miseria para los pobres y de prosperidad para la clase superior. Legu�a, incapaz de crear una nueva ideolog�a que reflejara las aspiraciones de la burgues�a empresarial, ced�a posiciones a la vieja oligarqu�a al continuar aceptando "la escala vigente de los prestigios sociales, los valores y los sistemas de estratificaci�n de los sectores rurales tradicionales" a los que alude el soci�logo Seymour Lipset" (517)

Dejemos que uno de los redactores de "La Raz�n", Humberto del Aguila, explique con sus propias palabras los sucesos que provocaron el cierre del peri�dico, de m�s radical oposici�n al legui�smo.

"C�sar Falc�n -cuenta del Aguila- escribi� un comentario. Se intitulaba "La Patria Nueva" y llevaba como subt�tulo: "Un personal senil y claudicante". Se hac�a en el comentario el an�lisis de las principales figuras del nuevo r�gimen. M�s que un an�lisis era una verdadera vivisecci�n".

"El art�culo fue entregado al taller a �ltima hora. La imprenta era del Arzobispado y ah� se hab�a impreso "La Tradici�n". Era administrador de ella el Ingeniero Juan Zegarra, que adem�s ostentaba el t�tulo de campe�n del Gildemeister (nombre del premio de competencia para tiro de fusil). Zegarra entend�a mucho de m�quinas y de administraci�n, pero en pol�tica era un ne�fito".

"Posiblemente ten�a instrucciones de revisar los comentarios pues cuando el editorial ya estaba trabajado, se present� ante los redactores de "La Raz�n" con una prueba en la mano, y declar� terminantemente que el peri�dico no sal�a si se insertaba ese art�culo �Cat�strofe! Falc�n se puso a discutir, como discut�a �l. Moviendo las brazos como las aspas de un molino. Intervino Mari�tegui hablando a gritos. Zegarra no sab�a qu� hacer. Por fin llegaron a convencerlo de que el sitio del editorial deb�a salir en blanco. Y esa fue la primera parte de la batalla. Hubo que hacer otra ofensiva para convencerlo de que el p�blico necesitaba una explicaci�n de lo que hab�a pasado en el peri�dico. Y cuando se consigui� esto, se puso en el centro, con letra que resaltaba entre la blancura de las columnas vac�as, esta frase: "Suprimida por la censura arzobispal".

"Hubo que hacer m�s: imprimir el editorial, en hojas sueltas a modo de volantes. Era peor que si el editorial hubiese salido".

"De prop�sito se demor� la salida del diario. Este apareci� como a las ocho de la ma�ana. Fue un �xito. Los canillitas sal�an llevando cientos de ejemplares bajo el brazo y volv�an a poco pidiendo otros tantos. La rotoplana -cinco mil a la hora- estuvo tirando ejemplares hasta las once del d�a. La gente acud�a a las oficinas de la redacci�n en demanda de ejemplares. Las dos peque�as oficinas estaban literalmente repletas de personas".

"El editorial cay� como una bomba en Palacio. El Intendente consult� con el Ministro de Gobierno si daba la orden de apresar a los directores. El doctor Cornejo se opuso en�rgicamente, mientras �l fuera ministro de gobierno no se tomar�a a un periodista".

"A las tres de la tarde lleg� a la redacci�n una nota del administrador de la imprenta manifestando que los talleres de "La Tradici�n" no imprimir�an m�s el diario. Hab�a un contrato. Pero el administrador no lo tomaba en cuenta".

"En la tarde hubo consejo de ministros. Uno de ellos solicit� la detenci�n de los redactores de "La Raz�n". Intervino el doctor Cornejo para oponerse a la medida".

"Al siguiente d�a no apareci� el peri�dico. Nos echamos a buscar una imprenta. Pero todos los talleres, que entonces eran escasos, se negaron a hacerlo. Tuvieron pupila pues el que lo hubiese hecho habr�a recibido la visita de los asaltantes ... " (518).

No cabe, pues duda, que el gobierno de Legu�a para hacer silenciar el diario izquierdista -dirigido por Mari�tegui y Falc�n- proced�a con aprensi�n y destreza pol�tica. Tanto que utiliz� la forma indirecta de presi�n al Arzobispado para sacar con mano ajena las casta�as del fuego. Legu�a, pol�tico criollo y avezado en estos menesteres, quer�a evitar el choque frontal con las organizaciones obreras, de empleados y universitarias que respaldaban abiertamente a ese matutino,

convertido en vocero de sus justas reclamaciones. Por eso prefiri� urdir una maniobra artera para retirar de la circulaci�n el peri�dico, cuid�ndose de las consecuencias que pudieran sobrevenir a su gobierno. Las protestas y la indignaci�n por el atentado contra la libertad de prensa y por la supresi�n de esa hoja popular se desvi� hacia el poder eclesi�stico que, confabulado con el legui�smo (519), descarg� un golpe decisivo a la oposici�n principista y con miras revolucionarias. Es decir, contra el n�cleo sat�nico, seg�n la opini�n de ese sector religioso, que animaba la subversi�n organizada: fermento de tumultos, huelgas y, sobre todo, de ideas ateas y maximalistas.

El gobierno paternalista de "La Patria Nueva", para afianzarse en el poder, no ten�a otra alternativa que suprimir a la oposici�n. La oligarqu�a, adicta a los nuevos intereses for�neos, exig�a una atm�sfera de quietud social para vivir sin zozobra y para ofrecer la paz deseada a los inversionistas de la Metr�poli del norte. Y en la estrategia de la batalla a librarse contra las fuerzas anti olig�rquicas y contrarias a Legu�a (simplemente) estaban se�alados muchos combates y cambios de posiciones antes de alcanzar la victoria final. Se empez� con "La Raz�n" para luego proseguir contra otros bastiones. El mencionado diario desapareci� porque se anul� el contrato de impresi�n en virtud del cual se imprim�a en los talleres de "La Tradici�n", de propiedad del Arzobispado de Lima. La m�xima autoridad de la Iglesia debi� proceder de tan singular manera, debido a su manifiesta obsecuencia al legui�smo (520).

Ese mismo d�a 8 de agosto en el cual Mari�tegui y Falc�n fueron notificados de que se quedaban sin imprenta para editar su peri�dico, dirigieron una comunicaci�n a los diarios locales en los siguientes t�rminos:

"Se�or Director de "La Prensa"

Muy se�or nuestro:

"Queda suspendida, hasta que establezcamos nuestros talleres tipogr�ficos, la publicaci�n del diario "La Raz�n". Motiva este suceso la imposibilidad que se concilie nuestra independencia pol�tica, que queremos conservar absoluta e ilimitada, con los intereses a que est� vinculada la Empresa Tipogr�fica del diario cat�lico "La Tradici�n", en cuyos talleres se editaba nuestro peri�dico. El editorial de nuestra edici�n de ayer, titulado "La Patria Nueva" y publicado en hojas sueltas, no pudo aparecer por haberlo suprimido la censura. No podemos hacer dentro de esta breve carta la historia de esta interrupci�n de la vida de nuestro diario. Tampoco creemos necesario hacerla. El p�blico tiene la perspicacia precisa para comprender c�mo se ha producido esta interrupci�n. "La Raz�n" reaparecer� muy pronto, tan luego como est�n instalados nuestros talleres tipogr�ficos, para continuar sus campa�as doctrinarias.

Agradecemos a Ud., Se�or director, la publicaci�n de la presente y nos suscribimos de usted, attos y SS. SS. Jos� Carlos Mari�tegui y C�sar Falc�n (521) ".

Pocos d�as despu�s publicaron un aviso pagado en "La Prensa", principalmente, destinado a los anunciadores suscritores, con el texto que sigue:

"La Direcci�n del diario "La Raz�n".

"Anuncia al p�blico que se ha visto obligado a suspender su publicaci�n por no ser compatible su orientaci�n pol�tica con el criterio del Arzobispado, en cuyos talleres tipogr�ficos, los de "La Tradici�n", se editaba "La Raz�n". Lima, 8 de agosto de 1919.-" (522).

A partir de entonces, pasa a ser una obsesi�n para Jos� Carlos y su grupo conseguir imprenta. En este empe�o acudieron donde Francisco Loayza, disc�pulo de Gonz�lez Prada y due�o de un taller en la calle Valladolid, que aceptaba trabajos de prensa de los obreros, pero la tipograf�a no se ajustaba a los planes ambiciosos que persegu�an los redactores de "La Raz�n" (523). Uno de esos d�as Juan Manuel Campos, que a la saz�n prestaba sus servicios como linotipista de "El Comercio", se asom� por las oficinas trayendo el dato de una rotativa, en desuso, que ofrec�a en venta aquel peri�dico; se hicieron gestiones pero no se obtuvo resultados concretos (524).

Estas fallidas tentativas no desanimaban a tos redactores de "La Raz�n", que siguieron adelante y con incre�ble tenacidad, en las gestiones por conseguir un taller de impresiones que amparase la solicitud para editar en forma perdurable su �rgano de prensa. La esperanza no se agotaba en estos so�adores impenitentes. Y no se pod�a extinguir esa pasi�n entre quienes casi s�lo les bast� tres meses para hacer de un diario uno de los peri�dicos m�s populares y de mayor circulaci�n en Lima. Todo ello con poco dinero, mucho esfuerzo y un gran ideal de por medio. Supieron mantener el diario sin que fuera una mercanc�a para informar, divulgar y anunciar. "La Raz�n", en este sentido, observ� una l�nea profundamente renovadora, humanista y consecuente con las ideas progresistas de su �poca. Y como se resisti�, por otra parte, a ser una empresa industrial, divorciada del pueblo, no encontr� los medios para conseguir los talleres de imprenta requeridos por la demanda de los lectores que respaldaban al diario con su simpat�a y solidaridad. Qued� confirmado, por los hechos incontrastables, el que los revolucionarios no pueden imprimir libremente sus peri�dicos en el seno de una sociedad dominada por el sistema capitalista de producci�n.

Es obvio que las dos piezas con que contaba la Oficina de Redacci�n y Administraci�n de "La Raz�n", resultaban peque�as para recibir a las numerosas delegaciones obreras, artesanales, de empleados y estudiantes que visitaban el local de Pileta de la Merced para expresar sus sentimientos de solidaridad y apoyo hacia los directores por el atropello sufrido (525). Yentre esos elementos populares que, en manifestaci�n de protesta, acud�an al diario se insinuaba el respaldo econ�mico espont�neo que, llegado el caso, estaban dispuestos a ofrecer para asegurar la salida permanente del peri�dico (526).

Simult�neamente con los afanes dedicados a la reaparici�n de "La Raz�n", Mari�tegui y su grupo no descuidaban las actividades pol�ticas. As� se iban fogueando en el h�bito de la lucha. La referida agrupaci�n, orientada por Jos� Carlos y Falc�n, ve�a sus filas crecer. Nuevos miembros ingresaban al seno de la organizaci�n, entre ellos dirigentes proletarios y estudiantiles. Poco a poco hicieron despertar -los dos amigos, audazmente promovidos a la direcci�n del n�cleo revolucionario- entre sus seguidores, la fe en una nueva sociedad y la necesidad de ser militantes de esta causa social. Y este c�rculo de activistas se impuso el apostolado de continuar asesorando a las organizaciones de defensa sindical que acud�an al local de "La Raz�n" (527). Silenciada, pues, la comunicaci�n escrita, la habr� de sustituir la oral, con sus limitaciones desde luego, pero con fluencia y positivo vigor. La empresa renovadora de esta minor�a, puesta en marcha con denodado esfuerzo y dedicaci�n, respond�a hasta cierto punto a las necesidades locales. No perd�an ocasi�n para hacer campa�a en pro del socialismo, aunque la mayor parte de los obreros influidos por los �cratas, no pose�a noci�n de lo que era y significaba aquella ideolog�a. No obstante, no poder satisfacer las exigencias que impon�a el desarrolle de la acci�n clasista, por carecer de experiencia revolucionaria y, lo que es m�s, de un nivel te�rico adecuado a las circunstancias hist�ricas, sin embargo se pod�a observar en el llamado grupo jacobino los afanes por superar este estado de cosas.

Reviste particular inter�s se�alar que detr�s, en los entretelones de esta acci�n proselitista, estaba Sorel de mentor con su libro: "Reflexiones sobre la violencia", el cual era le�do y discutido por los integrantes del c�rculo con esp�ritu y condiciones de cruzada. Igualmente se consultaban las pocas obras marxistas que se conoc�an en Lima (528).

En cambio el grupo rival -convertido en Partido- de Luis Ulloa y Carlos del Barzo, p�simamente mal dirigido, estaba condenado a desaparecer al haberse apartado de los trabajadores en la �ltima huelga, conforme lo denunciaran Mari�tegui y Falc�n desde las columnas de su peri�dico (529). Aquel sector pol�tico era partidario de las reformas sociales y propiciaba, por ende, la colaboraci�n con la burgues�a.

Dentro de este estado de cosas, se produce la primera crisis ministerial del Gobierno de Legu�a. El Dr. Mariano H. Cornejo, Ministro de Gobierno y Polic�a, amigo de Jos� Carlos y C�sar, se retira de ese cargo para intervenir en las elecciones para elegir diputados y senadores (25 de agosto de 1919). El Dr. Melit�n Porras recibi� el encargo de reorganizar el Gabinete, el cual qued� constituido de la siguiente manera:

Melit�n Porras, Ministro de Relaciones Exteriores y Presidente del Consejo de Ministros; Alejandrino Magui�a, Ministro de Gobierno; Arturo Osores, Ministro de Justicia; Fernando Fuchs, Ministro de Hacienda; J.

Mat�as Le�n, Ministro de Fomento (530). El apartamiento del Dr. Cornejo del Gabinete ministerial, personaje de sensibilidad social y respetuoso de las libertades y derechos ciudadanos, abri� las posibilidades del entronizamiento de las medidas de represi�n por par te del flamante r�gimen de "La Patria Nueva".

Por esta �poca, precisamente, el estudiantado que ven�a conquistando posiciones de vital importancia para el movimiento de renovaci�n en el pa�s, se escindi� en dos bandos irreconciliables: la Federaci�n de Estudiantes, adicta al r�gimen de "La Patria Nueva" en cierta forma, y el Comit� de Reforma, vinculado al grupo de "La Raz�n" y, por lo tanto, independiente de las maniobras pol�ticas de tipo paternalista.

Y entre los principales art�culos y ensayos de divulgaci�n socialista -mencionamos uno que otro- que difundiera el c�rculo de j�venes socialistas por intermedio del diario izquierdista, entre ellos consignamos, el de Luis Araquistain, "El seguro contra el bolchevismo" (531), Marcelino Domingo, "La fuerza nueva y los organismos viejos" (532); N. Tasin, "M�ximo Gorki y los bolcheviques. Sus opiniones sobre la revoluci�n maximalista (ahora y antes)" (533); Corpus Barga, "Par�s, el primero de mayo. Lo que has visto y cementado. C�mo est� organizado el partido socialista franc�s. La acci�n independiente de las asociaciones obreras" (534); etc.

Por otro lado, la acci�n reformista de los j�venes estudiantes segu�a poniendo en jaque a las autoridades y profesores decadentes y mediocres. Y la divisi�n entre los dos bloques universitarios -Federaci�n y Comit�- segu�a agudiz�ndose. Repetimos las palabras de Porras Barrenechea para se�alar las tendencias de esos sectores antag�nicos del estudiantado: "La Federaci�n, dirigida por Hernando de Lavalle, ajena en su mayor parte al entusiasmo inicial de la reforma, quer�a ecuanimidad y moderaci�n. El Comit� (de Reforma que presid�a Juan Manuel Calle) anhelaba la satisfacci�n social y no exenta de violencia, de los pedidos que hab�a consignado en su memorial..." (535).

La lucha entablada entre una y otra facci�n estudiantil tiene su primera crisis, a consecuencia del oficio remitido por la Federaci�n -y que fuera firmado por los Secretarios de la misma C�sar Elejalde Chopitea y Alfredo Herrera- al presidente del Comit� de reforma, en cuyo texto se advierte la censura que se formula a dicha agrupaci�n (536). Semejante actitud asumida por la dirigencia de la Federaci�n, provoc� de inmediato la renuncia de los miembros del Comit� de reforma universitaria (537) y, por supuesto, ah� no qued� el problema. Juan Manuel Calle, Presidente de dicho Comit�, se sinti� ofendido, en forma personal, por los t�rminos de la nota que enviara el primero de los Secretarios mencionados, por lo cual desafi� a �ste a sostener un duelo a pistolas.

De acuerdo a las normas del lance de honor, los j�venes universitarios designaron a sus respectivos padrinos. Calle nombr� a Mari�tegui y a Falc�n; por su parte Elejalde Chopitea, a V�ctor Ra�l Haya de la Torre y a Ricardo Ure�a, quienes -tras de algunas deliberaciones- se�alaron fecha y lugar del combate. En efecto, el d�a 19 de agosto a horas 11 a.m., se realiz� el duelo a pistola, sin consecuencias para los contendores, en un sitio cercano al hoy denominado Hospital "V�ctor Larco Herrera" (538). Asistieron en calidad de m�dicos de los duelistas, los doctores Sebasti�n Lorente y Carlos Enrique Paz Sold�n. Este �ltimo �seg�n versi�n de Haya de la Torre-, "aconsejaba meter en las pistolas pelotillas de migaj�n de pan y no redondas balas de plomo; a lo cual se opusieron resueltamente los padrinos con la excepci�n de C�sar Falc�n" (539)

El duelo por cierto no s�lo respond�a a una disputa de orden estrictamente personal, sino que tambi�n pon�a en evidencia las tendencias que animaban a los grupos estudiantiles que estaban representados por Calle y Elejalde Chopitea: revoluci�n y reforma. Es decir, el primero era partidario de la movilizaci�n de los estudiantes para alcanzar en la lucha diaria y permanente la transformaci�n de las viejas estructuras de la Universidad, y el segundo, preconizaba "la ecuanimidad y la no violencia" como m�todo para lograr que el gobierno ofreciera como d�diva la ley universitaria sobre la reforma que ven�ase agitando desde los viejos claustros sanmarquinos.

Finalmente, triunf� la tesis de la no desobediencia, patrocinada por los dirigentes conciliadores y esperanzados (de la Federaci�n) en las decisiones paternalistas de Legu�a. Y, naturalmente, este procedimiento observado, abri� el debate. Todo sali� tal como lo previeran los abanderados de las posiciones revolucionarias; los gobiernos, en todo caso, conceden reformas, s�lo cuando se ven enfrentados a la acci�n de las masas decididas y beligerantes. El estudiante C. Gonz�lez Posada arremeti� con un art�culo publicado en "El Tiempo" contra la Federaci�n y que llevaba el t�tulo "El conflicto universitario: apreciaciones y conceptos diversos �Qu� ha hecho la Federaci�n de Estudiantes?". Acusaba a la Federaci�n de haber sido injusta al "apropiarse de la direcci�n y resoluci�n del movimiento cuando exist�a un comit� general expresa y directamente autorizado para llevar a termino las reformas estimadas irremplazables. La Federaci�n -insist�a- con visible falta de criterio y tino, objet� a la contestaci�n que a las catorce peticiones del Comit� de reforma hiciera el Consejo Universitario, sin

que hasta estos momentos haya conseguido ni hecho tal vez por conseguir, nada que tienda a la inmediata resoluci�n del grave conflicto que tiene la primera Universidad de Am�rica..." (540)

La Federaci�n entre tanto segu�a aguardando la soluci�n mesi�nica del Presidente Legu�a, convertido en consejero de la misma. Cons�ltese el texto del discurso pronunciado por �ste en San Marcos, con motivo de la solemne instalaci�n de la tercera Junta Directiva de la Federaci�n presidida por Lavalle (541). Adem�s era explicable su actitud complaciente, ya que en la composici�n del nuevo equipo de dirigentes, prevalec�a la tendencia en pro de "La Patria Nueva".

En medio de estos acontecimientos estudiantiles que embargaban la atenci�n de Mari�tegui y Falc�n, nace el 19 de agosto el primer reto�o de este �ltimo. Alos dos a�os de sus relaciones conyugales con Beatriz, vino al mundo una ni�a robusta y saludable. Falc�n sinti� la alegr�a de ser padre y se enterneci� con el suceso. Los amigos �ntimos de tan dichoso progenitor, entre ellos: Mari�tegui, Del Aguila, Fern�ndez Soler, Vargas Marzal y otros m�s, se apersonaron a la casa de Sebasti�n Barranca donde viv�a la pareja Falc�n-Ferrer. Y cuando los padres disfrutaban de este suceso familiar, rodeados de algunos visitantes, fueron interrogados con la pregunta, que vibr� en el aire, proveniente de los all� reunidos: �qu� nombre llevar� la ni�a?".

Falc�n, que a�n no lo ten�a en mente, cavil� antes de dar respuesta.

Pues qued� la contestaci�n a flor de labios y, tras prolongada pausa, expres�:

Le pondremos T�rtola.

Todos aprobaron la ocurrencia del primerizo progenitor. Sab�an de la profunda simpat�a y del amor plat�nico que C�sar profesaba por la bailarina espa�ola (542) de igual nombre.

En aquella reuni�n, por otra parte, los concurrentes advirtieron la presencia de la hermana de Beatriz, Victoria, que a su vez manten�a relaciones conyugales con Jos� Carlos, la cual presentaba la apariencia de estar en estado gr�vido bastante avanzado; por lo menos se le calculaba seis meses de gestaci�n. Los amigos, tambi�n, felicitaron a Mari�tegui y Victoria e hicieron votos porque el futuro ser fuera varoncito (543).

Unos d�as despu�s, Falc�n en compa��a de Humberto del Aguila y de Mois�s Vargas Marzal, que actuaron de testigos, inscribi� en la Municipalidad de Lima ante el Alcalde Manuel Irigoyen a su hija T�rtola Mar�a (544) .

Por lo dem�s, el tiempo transcurr�a y los dos periodistas con obligaciones familiares -sin trabajo remunerado por el cierre forzoso del diario "La Raz�n"- se vieron obligados a disponer de la econom�a acumulada y que, con grandes privaciones personales pretend�an destinarla, para cubrir el presupuesto de la imprenta para sacar "La Raz�n". Se presentaban serias dificultades. No consegu�an taller tipogr�fico. Alfredo Piedra, que no era ajeno a esos obst�culos, quer�a que sus dos amigos se sometieran a Legu�a. Pero esto parec�a irrealizable. Es cuesti�n de aguardar, se dec�a el pariente del presidente de la Rep�blica, en su intento por doblegar a los opositores del gobierno. Y este personaje que espiaba a Mari�tegui y Falc�n en sus menores actividades, cada d�a ensayaba las frases que emplear�a en el momento que capitulara "la yunta brava".

Mas Jos� Carlos y C�sar, que escogieran la militancia en las filas socialistas, segu�an irreductibles en sus puestos de lucha contra el sistema imperante. Las conversaciones sobre la injusticia social prevaleciente y acerca de la necesidad de cambiar todo el modo de vida del pa�s crearon un fermento profundo en sus pensamientos. Por eso, nada ni nadie los arredraba de su camino trazado, ni siquiera las s�plicas de sus seres queridos sobre los cuales indirectamente interven�a (el "Monge negro") Piedra (545) .

Como es f�cil advertir, la tensi�n social continu� agudiz�ndose. La Patria Nueva, la doctrina y la filosof�a del legui�smo no lograba mejorar las duras condiciones econ�micas que soportaban las clases populares. El civilismo derrotado electoralmente, el 19 de mayo y, luego, por el golpe de estado del 4 de julio de 1919, no cejaba de reagrupar sus ra�das filas con el prop�sito de recuperar sus antiguas posiciones en el poder pol�tico, socorrido por los financistas ingleses. Aunque el jefe del partido "futurista", Jos� de la Riva Ag�ero, defecciona y se embarca por el puerto del Callao con rumbo a Europa el 19 de agosto de aquel a�o.

Al examinar Legu�a la dif�cil situaci�n socio-econ�mica que confrontaba su gobierno, decidi� a guisa de distracci�n popular -y tambi�n porque eliminaba a sus enemigos pol�ticos- "inventar una conspiraci�n civilista" en la que coloc� como v�ctimas, en primer lugar: a �l mismo; y en segundo, algunos personajes prominentes de su propio r�gimen y al legendario General Andr�s Avelino C�ceres. As� mediante esta treta, el caudillo de tipo providencialista e imbuido de paternalismo feudal, crey�ndose dispensador de bienes y castigos, organiza la represi�n contra sus opositores so pretexto de defender la democracia y las libertades p�blicas. Su plan era, primero los civilistas, y despu�s, los elementos subversivos que minaban el sistema social establecido.

Y en este orden de preocupaciones, el 10 de setiembre de 1919 aparecieron en "El Tiempo", diario de filiaci�n legui�sta, los siguientes titulares sensacionalistas en la primera p�gina: "Descubrimiento de un complot de la oligarqu�a contra el gobierno. Un grupo de conspiradores pardistas preparaba un atentado personal contra el se�or Legu�a. La polic�a reduce a prisi�n a los conspiradores. Diecisiete conjurados fueron recluidos anoche en el Pan�ptico. Los documentos de la conspiraci�n est�n en la Intendencia".

Los partidarios del Gobierno al enterarse de tan siniestra maquinaci�n convocaron, de inmediato, un mitin de protesta para esa misma tarde (546). En efecto, la manifestaci�n condenatoria contra los atentados se realiz� en la Plaza de Armas y el presidente Legu�a fue "obligado" a salir al balc�n de Palacio de gobierno, desde el cual hizo solemnes declaraciones condenando el fallido atentado. Despu�s de terminada la concentraci�n popular, numerosos grupos legui�stas, convenientemente adiestrados se dirigieron a los locales de "La Prensa" y "El Comercio", los que fueron asaltados e incendiados por las turbas legui�stas. Igual suerte corrieron las residencias particulares de los se�ores Antero Asp�llaga, Augusto Durand, Antonio Mir� Quesada (547). Simult�neamente estos mismos actos, organizados por las propias autoridades gubernamentales y por los partidarios del r�gimen, se repitieron en Arequipa, Chiclayo, Trujillo y otras ciudades de la Rep�blica (548).

Esta pol�tica de violencia y de atentados criminales, que patrocinaba el nuevo gobierno, mereci� la m�s franca condenaci�n y repulsa de la ciudadan�a. La Federaci�n de Estudiantes del Per� (549), la Federaci�n Obrera Regional y personas representativas de los m�s diversos sectores e instituciones elevaron sus voces de protesta y de solidaridad para con las v�ctimas (550) .

Numerosos civilistas fueron apresados. Y el 14 de setiembre sali� el primer grupo de deportados, acusados de haber conspirado contra el gobierno de Legu�a (551) .

Por la misma fecha Luis Ulloa, Secretario general del Partido Socialista, inmediatamente despu�s de su declaraci�n en los diarios, que "el proletariado no debe incendiar, pero si tomar posesi�n de las imprentas plutocr�ticas", recib�a en forma muy extra�a -que pon�a en evidencia la pol�tica sutil del gobierno de eliminar todo posible foco opositor- un nombramiento por el cual se le encargaba una comisi�n en Europa para que revisara y estudiara documentos e informaciones en los archivos espa�oles sobre los antecedentes hist�ricos de los conflictos lim�trofes con los pa�ses del norte. Ulloa era autor de un libro: "Algo de historia. Las cuestiones territoriales con Ecuador y Colombia y la falsedad del protocolo Pedemonte-Mosquera". Lima, Imp. La Industria, 1911.

Esta designaci�n provoc� una serie de acusaciones contra Luis Ulloa. Sus propios correligionarios, lo expulsaron del partido por haber aceptado un nombramiento del gobierno siendo Secretario general de la mencionada agrupaci�n (552).

S�lo Ladislao Meza, colega de Luis Ulloa, en "El Tiempo", se atrevi� a salir en su defensa y rectificar los t�rminos agraviantes y las injurias de los socialistas para con su ex-jefe (553).

El 17 de setiembre Ulloa parti� con destino al Viejo Continente, a donde retornaba despu�s de muchos a�os de ausencia (554). Se decia que Alfredo Piedra fue el responsable de esa gesti�n que culmin� con la salida del pa�s del autor de la frase "los neogodos" con la que se motejaba a los civilistas. Parad�jicamente le toc� viajar a Ulloa, en el mismo barco, que conduc�a en calidad de deportados a los "neogodos" a quienes hab�a venido zahiriendo con su pluma desde las columnas de "El Tiempo".

Por cierto que el descubrimiento de la "pre fabricada" conspiraci�n y los desmanes vand�licos que ocurrieron, protagonizados por las turbas asalariadas, tuvieron lugar antes que se instalara la Asamblea Nacional. La mencionada ceremonia se realiz� el 24 de setiembre, con asistencia del presidente provisional (Augusto B. Legu�a), quien ley� un discurso dando la bienvenida a los representantes ungidos por el voto popular, y les se�al� las tareas que tendr�an por delante. El Dr. Mariano H. Cornejo fue elegido presidente de dicha Asamblea. Foci�n Mari�tegui y Emilio Pro Mari�tegui, parientes de Jos� Carlos, figuran como miembros de esa instituci�n. Entre las primeras medidas que adopt� la Asamblea Nacional, fue la de aprobar el escrutinio de las elecciones presidenciales y adjudic� 122,736 votos a Augusto B. Legu�a, 64,936 a Antero Asp�llaga, 6,083 a Jos� Carlos Bernales, y 3,176 a Isa�as de Pi�rola. No s�lo proclam� a Legu�a y a los Vice-Presidentes sino que, tambi�n, aprob� que el mandato de �stos durase del 12 de octubre de ese a�o hasta la misma fecha de 1924.

Desvanecida la carga de demagogia que organizara el r�gimen legui�sta para aletargar a las masas populares, no pudo seguir prolongando la soluci�n de los problemas econ�micos que tanto ven�a afectando a las clases menesterosas. Los dirigentes sindicales, acicateados con las exhortaciones del grupo socialista de Jos� Carlos, volvieron a organizar nuevas acciones de masas mediante paros y manifestaciones callejeras. Los argumentos que esgrim�an los j�venes socialistas y que los obreros escuchaban con vivo inter�s, aclaraban las perspectivas sociales de los sindicalistas y pon�an de relieve su dram�tica pobreza y explotaci�n que sobrellevaban.

Una ola de huelgas empez� el mes de setiembre. La oligarqu�a continuaba siendo insaciable y voraz. Y Legu�a, como Pardo antes, estaba listo para hacer respetar aquello de que el rico debe ser m�s rico y el pobre m�s pobre.

Este criterio completamente retr�grado estaba en abierta contradicci�n con las necesidades de las clases inferiores. Por esos d�as se inici� la huelga general de empleados de comercio de Lima y el Callao. Con este motivo todos los almacenes cerraron sus puertas y los bancos clausuraron sus oficinas en el vecino Puerto (555). Los trescientos cincuenta hombres de la Compa��a Peruana de Vapores, distribuidos en la factor�a, barracas y dique flotante, abandonaron sus labores para plegarse al paro (556). Los peri�dicos anunciaron la paralizaciones en el Valle de Mala (hacienda de "Bujama" y "Salitre") y advert�an la actitud hostil de los campesinos para con los patrones (557). Se suceden las huelgas de Supe y Barranca, lugares donde fuera detenido el delegado de la Federaci�n Regional Obrera Peruana, Adalberto Fonk�n, y diez dirigentes de esa zona, los cuales se encontraban sirviendo de intermediarios para la soluci�n del conflicto (558).

Los diversos gremios siguieron sum�ndose a la huelga de los tejedores (559), los ferroviarios de Lima, Callao, Huacho y el interior. As�, pues, la paralizaci�n continuaba propag�ndose (560).

Dada la gravedad de la situaci�n, la central de los trabajadores se vio obligada a protestar por las prisiones de los obreros de Supe, Barranca (entre los que figuraban Fonken y diez proletarios) y de Mala, San Antonio y Flores (561). El 27 de setiembre todav�a persisten las huelgas (562). Por entonces, el gobierno dispone la clausura del local de la Federaci�n Regional Obrera del Per� y suprime el derecho de libre reuni�n en Lima y Callao.

La clase dominante temerosa de la inusitada beligerancia revolucionaria que se registraba en el pa�s, habr� de intensificar la represi�n sindical, por una parte; y por la otra, la actividad del grupo jacobino. Esta dr�stica disposici�n, contribuye a que la clase trabajadora vaya adquiriendo mayor madurez en la conducci�n de su propio destino clasista. Aunque dicho sea de paso, no pose�a, por el momento, plena conciencia de su fuerza y de sus objetivos hist�ricos. Pero eso s�, se notaba el aumento de su capacidad combativa y las huelgas se convert�an en manifestaciones violentas y sin precedencia. El nuevo r�gimen estaba desconcertado, por la magnitud de los acontecimientos cotidianos, y recurr�a a toda suerte de medidas para desacreditar a la oposici�n involucrando dentro de ella a los trabajadores. En sus vanos intentos por confundir a la opini�n p�blica, llegaba hasta el extremo de "descubrir" posibles entendimientos del "civilismo" con los l�deres obreros y de pretender aqu�llos aprovecharse de la tensi�n social. Para juzgar esta etapa del gobierno legui�sta, tenemos que tener presente los diversos m�todos ensayados por la astucia y sutileza del Presidente de la Rep�blica para atraerse a los obreros y de que �stos colaboraran con la pol�tica de "renovaci�n nacional". Legu�a, apelando a las experiencias recogidas durante su estada en Londres y a su observaci�n directa sobre la pol�tica conciliadora y colaboracionista del Partido Laborista y de los Trade Unions ingleses, procuraba alentar -como lo ven�a haciendo con la dirigencia de la Federaci�n de Estudiantes- las ideas reformistas dentro del sector de la masa trabajadora. Pero al fracasar esta estrategia, se vio obligado a buscar el respaldo de los esquiroles y desclasados para dar la impresi�n de que el r�gimen legui�sta contaba con el apoyo de los obreros peruanos.

El propio Legu�a tuvo que intervenir como mediador entre los empresarios y los trabajadores para poner t�rmino a las paralizaciones de labores. Y tan pronto se realiz� el arreglo entre las partes en conflicto, se puso bajo vigilancia policial a Mari�tegui y Falc�n (563), a quienes no les qued� otra alternativa para poder burlar la pol�tica represiva del gobierno, que realizar una labor subterr�nea entre los trabajadores y el sector estudiantil. En esta circunstancia, el grupo socialista pretendi� publicar una hoja period�stica clandestina. Todav�a se conoce poco la actividad desplegada por Jos� Carlos durante esa etapa tan convulsionada y en la que la clase obrera insurg�a como fuerza rectora. Se dice que Alfredo Piedra y Foci�n Mari�tegui, el flamante diputado, fueron llamados por Legu�a para resolver el caso de aquellos j�venes socialistas implicados en los �ltimos sucesos sociales.

Por otro lado, los estudiantes no estaban menos inquietos que los trabajadores. El movimiento que dirig�a Juan Manuel Calle -del grupo de Mari�tegui- se inclinaba por los m�todos violentos como �nico medio de lograr obtener las reivindicaciones universitarias. En efecto, se presion� a los dirigentes estudiantiles para que se convocara a una Asamblea el 22 de setiembre con el objeto de exponer las actividades que se ven�a realizando en torno al problema estudiantil. "El concepto difuso y urgente de que el mundo entraba en un ciclo nuevo, despertaba en los j�venes la ambici�n de cumplir una funci�n heroica y de realizar una obra hist�rica..." (564). Con fecha 20 del mismo mes, el gobierno en un intento por atenuar o detener la efervescencia de este sector, expidi� el siguiente Decreto Supremo y con el cual se pretend�a resolver los controvertidos asuntos de la problem�tica universitaria:

1.- Las c�tedras libres rentadas por el Estado (se pens� as� suplir la ense�anza de los profesores incompetentes); 2 .- La representaci�n estudiantil en el Consejo Universitario; y 3.- La supresi�n de listas.

La daci�n del referido Decreto Supremo, produjo de inmediato una fuerte reacci�n de descontento y protesta de parte del estudiantado, que renov� su exigencia para que se convocara en plazo perentorio a una asamblea deliberante. El Presidente de la Federaci�n, frente a estas circunstancias, no tuvo otra alternativa que proceder a efectuar la reuni�n requerida e informar sobre las gestiones realizadas ante los poderes p�blicos. Al explicar �ste, en el seno de la ruidosa y agitada asamblea, los alcances del mencionado Decreto, dijo literalmente: "que �l satisfac�a ampliamente los anhelos de la juventud y que, en consecuencia, la huelga quedaba solucionada debiendo los estudiantes reanudar sus labores".

Luego de las violentas y en�rgicas intervenciones censurando la actitud de los dirigentes y la orientaci�n seguida por la Federaci�n frente al conflicto universitario, se propuso la reinstalaci�n del extinguido Comit� General de la Reforma (que estuviera presidido por Juan Manuel Calle) con la finalidad expresa de devolver la confianza de los j�venes universitarios en sus propias organizaciones de defensa y estimular la capacidad combativa de aqu�llos para conquistar la reforma universitaria plena, y no cercenada como la consignada en el Decreto de Legu�a.

La asamblea de estudiantes, despu�s de escuchar al Presidente de la Federaci�n en apoyo de las disposiciones otorgadas por el gobierno y las diversas opiniones de los sectores estudiantiles, acord� rechazar la propuesta sobre la reanudaci�n de clases. Finalmente, dentro de la acalorada atm�sfera que exist�a en la bulliciosa reuni�n, se aprob� entre estruendosos aplausos y vivas al Comit� General y a la Reforma Universitaria aut�ntica, rechazar las componendas de la Federaci�n con el gobierno, continuar el estado de huelga y activar la movilizaci�n estudiantil para lograr las metas verdaderas trazadas por el estudiantado peruano (565).

Entre tanto, una comisi�n de universitarios compuesta por Eliseo Vegas, Eleazar Guzm�n Barr�n, Jos� Guzm�n Medina, V�ctor Ra�l Haya de la Torre, Augusto Rodr�guez Larra�n, Luis Monge, Abel Rodr�guez Larra�n y Dar�o Acevedo -adictos a la Federaci�n-, visitan al presidente Legu�a para presentarle su condolencia por el fallecimiento de su se�ora esposa, Julia Swayne Mari�tegui, ocurrido en Londres (566).

El 24 de setiembre el diario "La Prensa" publica un art�culo, titulado: "La reforma universitaria", por Sir Est (seud.) "La Federaci�n de Estudiantes al declarar que el Decreto Supremo de fecha 20 del corriente -escribe Sir Est- satisface las aspiraciones de la juventud universitaria y resuelve en forma satisfactoria el actual conflicto estudiantil, ha escarnecido las aspiraciones sagradas de la juventud, ha renunciado imperdonablemente a una defensa leg�tima de los m�s caros intereses y ha traicionado los supremos ideales universitarios... .

Mari�tegui y su grupo segu�an con honda preocupaci�n el proceso de la reforma universitaria. Como hemos dicho, aqu�l y su n�cleo socialista estaban con la tesis del Comit� de reforma, que se opon�a a entregar la soluci�n del problema al presidente Legu�a. Mas, la Federaci�n, donde prevalec�an los partidarios del r�gimen, impuso el criterio de someter las peticiones a la decisi�n paternalista de Legu�a, quien cuidando sus intereses pol�ticos dio un Decreto Supremo ama�ado, recortando las reivindicaciones estudiantiles. Esta medida trajo consigo las protestas y las cr�ticas para los autores de tal componenda. Oigase a este respecto, la opini�n de Porras: "retirado el Comit�, languideci� el entusiasmo. El Rector se mantuvo en su primitiva respuesta y la Federaci�n perpleja ante el conflicto pendiente e irresoluto, no supo qu� hacer. Su actitud durante casi un mes, en el que la huelga segu�a expectante e inerte, se redujo a visitas al presidente de la Rep�blica, quien declaraba su decisi�n de intervenir en el conflicto cuando los estudiantes lo solicitasen, al rector de la Universidad, contradictorio y vacilante".

"En este estado se produjo el ataque a los diarios del 10 de setiembre. La mayor�a de los delegados, con el presidente a la cabeza, renunci� sus cargos, en se�al de protesta por el atentado. Qued� en la Federaci�n un reducido grupo de delegados, que consigui� en pocos d�as la expedici�n de un decreto gubernativo que declar� la c�tedra libre, orden� la supresi�n de las listas, concedi� participaci�n en los consejos y sancion� otras peque�as reformas, dejando para la promulgaci�n de la ley, las restantes" (567).

Posteriormente las conquistas son completadas, en cierta forma, con las Leyes n�meros 4002 y 4004 aprobadas por el Congreso, y con la Ley Org�nica de Ense�anza de 1920: por las primeras el gobierno declar� vacantes las c�tedras, y por la �ltima, otorgaba la autonom�a a la Universidad.

Ahora bien, el asedio policial al cual estaba sometido Jos� Carlos no s�lo motivaba su reclusi�n domiciliaria sino tambi�n, la idea de no comprometer a sus compa�eros de lucha. Unicamente en contadas ocasiones hubo de burlar el cerco tendido por los agentes gobiernistas, para atender asuntos urgentes del c�rculo pol�tico al que pertenec�a. Pero en general, se manten�a en su encierro obligado por razones obvias. Su alma de hombre de acci�n no pod�a conformarse con la reclusi�n y la quietud hogare�a, aunque necesitaba el descanso para reponerse de la fatiga y de los s�ntomas de la crisis caracter�stica de la cr�nica enfermedad de que padec�a (568).

Diremos que el paso al radicalismo socialista, impregnado de positivismo soreleano, dado por Mari�tegui, habr� de entra�ar una etapa de cierta superaci�n del idealismo. Se iba alejando del pensamiento meramente humanista para alcanzar otro de profundo contenido social. Estaba en camino de poder dominar la dial�ctica activa, revolucionaria, nacida de la propia realidad, en la que los hombres son los protagonistas de su historia.

Y en aquel estado de confinamiento impuesto por las condiciones pol�ticas del pa�s, Jos� Carlos pudo hacerse una autocr�tica. La verdad es que, tanto �l como su n�cleo socialista, no estaban en situaci�n de satisfacer las exigencias fundamentales del momento por carecer de una buena y cimentada preparaci�n ideol�gica. La dificultad proven�a de que en aquel tiempo no exist�a al alcance de los j�venes revolucionarios hispanoamericanos, una orientaci�n socialista aut�ntica. Faltaban "los modelos preparados". No dispon�an de una bibliograf�a adecuada. Esta debilidad que se registraba en el enfoque econ�mico-social del marxismo en general, se consideraba insuficiente para la orientaci�n que emprendieran. De ah� que la trayectoria de este primer intento del socialismo -a cargo del grupo de Mari�tegui- fuera muy breve y de poco valor en el campo doctrinario. Por ejemplo no lograron, a pesar del esfuerzo desplegado, que la lucha econ�mica se fusionara con la pol�tica. Y, por este motivo, las reivindicaciones quedaron rezagadas para mejores tiempos. Mas estas equivocaciones, tanto te�ricas como de organizaci�n, no pueden disminuir desde luego el papel hist�rico de precursores que le pertenece a Jos� Carlos y a sus compa�eros de ruta. Conviene subrayar que todos ellos, indiscutiblemente, dieron vida a la primera organizaci�n peruana que ensay� introducir las ideas del socialismo al movimiento de masas. Corresponde pues a este grupo de iniciaci�n socialista �as� lo llamaremos- el tratar de vincular el socialismo con el proletariado y de intentar forjar su conciencia de clase. Y en descargo de la responsabilidad revolucionaria del citado grupo juvenil, se puede afirmar que se preocuparon sus miembros por adentrarse en la vida de la clase obrera, con empe�o y af�n humanista, lo cual les habr� de proporcionar un material de suma importancia para su futuro destino revolucionario.

Resulta curioso observar en esta especie de exculpaci�n de Jos� Carlos, un hecho revelador en cuanto a su formaci�n intelectual. No hubo de sacrificar todas sus energ�as en la acci�n pol�tica e ideol�gica, pues sigui� madurando en �l la vocaci�n de ide�logo unida al medio de expresi�n, por excelencia, el ensayo que le fascinaba dominar.

De modo que en la soledad de su hogar, en posesi�n de s� mismo -rescatado por las horas de ocio de que dispon�a-, se entreg� a meditar sobre su destino de creador, de ide�logo y de ensayista. Y digo en la soledad de su hogar, pues Victoria -la compa�era de su vida- no comprend�a sus inquietudes y, por lo tanto, estaba como ausente de �l. El cari�o a Victoria, pese a no tener sensibilidad social, le hab�a librado de la desesperaci�n angustiosa de la persecuci�n policial. As� en esta intimidad silente y de calma �predecesora de grandes tempestades, como se suele decir- hasta Dios que siempre invocaba guardaba profundo silencio sobre el futuro incierto de Mari�tegui. En tal desfavorables circunstancias, volvi� a reencontrarse con el h�bito del pensamiento, del cual estuviera apartado por su creciente actividad period�stica y por las agotadoras jornadas al frente del grupo pol�tico del que venimos haciendo menci�n.

Y al borde de la claustrofobia, bajo la presi�n de los ojos desorbitados de los agentes policiales que merodeaban su casa husmeando los m�s simples detalles dom�sticos, experiment� la extra�a sensaci�n de so�arse convertido en un insecto y clavado por las miradas policiales y sujeto a un punto, sin poderse desprender (569). Esos momentos fueron para �l y su familia de infinita angustia e incertidumbre. Luego para sublimar su vagar por los �mbitos infernales, evoc� muy a prop�sito, "La Divina Comedia", que leyera en su ni�ez; despu�s a Mazzini, que trocara la literatura por la acci�n pol�tica; y as� lleg� hasta el ide�logo franc�s, residente en Italia, Georges Sorel. Aqu�, sin duda alguna, debi� exclamar: �qui�n pudiera estar cerca de su magisterio revolucionario? Pues, si recordamos, le preocupaba elevar su nivel de conocimiento marxista, ignorando que estaba por hacerse realidad su anhelo. Todo ello prefiguraba su viaje a Italia.

De pronto se dej� o�r un golpe fuerte y seco sobre la puerta y lleno de presagios, Jos� Carlos se moviliz� atemorizado. Victoria fue al encuentro de aquel que se hallaba sobresaltado y en medio camino hacia la puerta. Juntos se acercaron al lugar de donde proven�a el ruido insistente. De s�bito, se escuch� la voz de Falc�n: soy C�sar. Mari�tegui, apart� a Victoria y sali� a recibir a su amigo. Y sin darle tiempo, le interrog� impaciente � qu� pasa? � qu� noticias traes?

Falc�n no pod�a hablar, estaba sumamente agitado y transido de emoci�n.

Mari�tegui aguardaba ansioso, las palabras del visitante.

Por fin reaccion� C�sar y revel� la misi�n que se le confiara:

-Piedra quiere vernos, enseguida, tiene un mensaje de Legu�a para nosotros. Dentro de unos minutos viene por aqu�. Yo me he adelantado.

Victoria, no aguard� m�s y se puso a poner en orden la pieza.

Examinemos ahora � cu�les fueron los resultados de la llamada de Piedra y Foci�n Mari�tegui a Palacio de Gobierno? Sab�ase a ciencia cierta, que Legu�a atemorizado por la actividad subversiva del grupo de Jos� Carlos y Falc�n, hizo comparecer ante su Despacho a Alfredo Piedra y a Foci�n Mari�tegui a fin de tomar una decisi�n radical con aquellos periodistas. Foci�n se excus� de intervenir, pero manifest� que le agradec�a al Presidente la consulta que le hac�a y que aprovechaba la oportunidad para solicitar le dispensara buen trato a su sobrino. Pero es el caso, que el propio Legu�a tambi�n estaba emparentado con Jos� Carlos por el lado de su esposa, do�a Julia Swayne Mari�tegui, recientemente fallecida.

Piedra, a su vez, intercedi� por los dos amigos y sugiri� dar a este problema, igual soluci�n que se dio al de Luis Ulloa.

Legu�a, despu�s de escuchar a sus parientes -Piedra y Foci�n-, dijo:

"-La verdad es que son dos j�venes con extraordinaria inteligencia y deben ir a Europa para bien de ellos y del pa�s. Aqu� van a malgastar su talento en la politiquer�a o en la c�rcel. Adem�s, una vez que se encuentren en el Viejo Mundo, van a tener la oportunidad de realizar una tarea altamente patri�tica".

Luego dirigi�ndose a Piedra, expres�:

"-T� enc�rgate de que el asunto sea comprendido y aceptado por ellos y yo dispondr� que el Dr. Melit�n Porras, Ministro de Relaciones Exteriores, prepare el nombramiento de Mari�tegui y Falc�n como Agentes Propagandistas del Per� en Europa (570). Eso s� advi�rteles, prosigui� Legu�a, que de no aceptar esta proposici�n, ser� muy dr�stico e implacable para con sus actividades "maximalistas". Estoy dispuesto a terminar con todos los focos de subversi�n social". Afirm� con energ�a (571), al tiempo de despedirse de estos obsecuentes servidores del r�gimen de "La Patria Nueva".

Mari�tegui y Falc�n, a�n aturdidos por la sorpresiva proposici�n, se interrogaron: �qu� es m�s conveniente -dijeron-, mantener la actitud de perseguidos, cuando todav�a no hemos alcanzado suficiente madurez revolucionaria o salir

(570) Texto de la resoluci�n designando a Mari�tegui. Lima, 5 de diciembre de 1919.

Se�or C�nsul General del Per� en G�nova. El 27 de noviembre �ltimo se expidi� la Suprema resoluci�n siguiente:

"Autor�zase al C�nsul General de la Rep�blica en G�nova, para que de los ingresas consulares de la oficina de su cargo abone a don Jos� Carlos Mari�tegui, Agente de propaganda period�stica en Italia, la cantidad de cuarenta y cinco libras (Lp. 45.0.00) oro, a partir del 7 de diciembre del presente a�o; descont�ndole diez libras (Lp. 10.0.00) desde el 7 de enero de 1920 por la asignaci�n que desde esa fecha ha dejado establecida en Lima para su se�ora madre do�a Amalia L. viuda de Mari�tegui. Apl�quese este egreso al "Cr�dito Suplementario" -Servicio de propaganda Ley reservada". Reg�strese y comun�quese. -R�brica del Presidente de la Rep�blica.- Porras fuera del pa�s, a otras latitudes, en busca de una mayor profundizaci�n del conocimiento marxista? La respuesta no se hizo aguardar, optaron por abandonar el Per�, intuyendo el valor que tendr�a para el futuro de la revoluci�n, el poder contar con un mayor nivel te�rico y pr�ctico en provecho de su militancia socialista. Y esto no era una simple frase sin contenido, su capacidad combativa exig�a una superior formaci�n en los principios del socialismo cient�fico. Tampoco esa decisi�n significaba la claudicaci�n de los j�venes directivos del grupo jacobino. Pues en ning�n instante disminuy� en ellos, su fe revolucionaria y ardiente deseo de consagrarse a la tarea de transformar la sociedad existente en otra m�s justa y racional.

Piedra, de inmediato, se puso en relaci�n directa con C�sar y le anunci� que pasar�a por la casa de Mari�tegui, donde deber�a encontrarle a �l tambi�n, a fin de trasmitirles un mensaje urgente de parte de su primo, el presidente de la Rep�blica (572).

Ambos amigos, confundidos por el giro que tomaban los sucesos, recibieron al emisario con ansiedad.

Cedamos aqu�, la palabra a Falc�n:

-"Un pariente suyo (refiri�ndose a Piedra familiar de Legu�a) fue a vernos y habl� a solas con Mari�tegui y conmigo. Al final, los dos entendimos esta frase sin equ�vocos:

-O fuera del pa�s o en la c�rcel.

Podr�amos escoger; sin embargo, no escogimos. El gobierno escogi� por nosotros" (573).

La noticia del viaje de Jos� Carlos y C�sar cay� muy mal en Lima, la hablilla se desboc�, incluso se inventaron toda clase de patra�as. Se les acusaba de haberse vendido a Asp�llaga, como antes a los "maximalistas" y despu�s a Legu�a. �Cu�n ruines resultaban los mendaces!, alegaron algunos compa�eros. Y, en efecto, as� fue.

Empero uno y otro revolucionario, desconcertados, al principio por la actitud que asum�an contra ellos, recordaron en semejante trance, haber le�do casi al final de la introducci�n de "El Capital" de Carlos Marx, un verso del Dante : "Sigue tu camino sin preocuparte de lo que las gentes digan" (574). Precisamente, eso hicieron.

Ahora bien, por encima de la campa�a de vilezas, Mari�tegui y Falc�n se mantuvieron fieles a la doctrina del socialismo cient�fico y se entregaron con denodada energ�a a la actividad del pensamiento y a la acci�n revolucionaria.

�Acaso Rub�n Dar�o no acept� una beca gubernamental para perfeccionar sus estudios; y Amado Nervo, un cargo diplom�tico? S�lo para hablar de los poetas favoritos de Jos� Carlos. En ning�n instante aquella actitud signific� sometimiento o claudicaci�n. Ni que decir de don Manuel Gonz�lez Prada el cual recibi� de Legu�a -durante el primer per�odo de gobierno de �ste- el puesto de Director de la Biblioteca Nacional. Los dos primeros fueron blancos de vituperios y el tercero, se le llam� hasta "Cat�n de alquiler".

Agreguemos a los hechos mencionados, otro que estaba recent�simo, el famoso viaje de Lenin "en el vag�n cerrado a trav�s de Alemania" cuando Rusia encontr�base en plena guerra con aquel pa�s. Entonces hubo de escuchar leer aviesos comentarios. Los enemigos de aquel revolucionario  convirtieron el "vag�n sellado" en un siniestro trato inconfesable entre el gobierno germano y Lenin. Podr�amos as� seguir se�alando muchos m�s ejemplos, pero no vale la pena. Pues en lo que ata�e a Mari�tegui y a los personajes mencionados, nos basta comprobar los resultados de sus vidas dedicadas por entero a la obra creadora, por encima de aquellas mezquindades -grandes o peque�as- con las que se ha pretendido recortar sus glorias y disminuir el valor de esos hombres en la historia de la humanidad. As� la clase superior no pudo envilecer a trav�s de sus agentes a Mari�tegui, quien habr� de seguir bregando al lado del pueblo y de su esperanza de liberaci�n social.

Pasemos ahora a examinar algunos aspectos que encarnaba Jos� Carlos, en lo m�s profundo de su ser, en esos instantes de tensi�n generada por la noticia de su pr�ximo extra�amiento del pa�s. Despu�s de todo, era su primera salida al extranjero y se hallaba con la angustia del expatriado.

Superada la etapa bipolar de la b�squeda del padre, por su identificaci�n con la madre y la extracci�n social de �sta, se acentu� en �l, aunque con menor intensidad, la indagaci�n sobre s� mismo y acerca de Dios. Al respecto cabe retrotraer  aqu� la siguiente confesi�n: coincidimos m�s tarde (alude al poeta Alcides Speluc�n) en el doloroso y angustiado trabajo de superar estas cosas y evadirnos de su m�rbido �mbito. Partimos al extranjero en busca no del secreto de los otros sino en busca del secreto de nosotros mismos".

"Yo cuento mi viaje en un libro de pol�tica (575); Speluc�n cuenta el suyo en un libro de poes�a (576). Pero en este no hay sino de diferencia de aptitud o si se quiere de temperamento; no hay diferencia de peripecia ni de esp�ritu. Los dos nos embarcamos en "la barca de oro en pos de una isla buena". Los dos en la procelosa aventura, hemos encontrado a Dios y hemos descubierto a la Humanidad.." (577).

Y claro est�, el destino �ntimo al que viene refiri�ndose estuvo ya esbozado en Mari�tegui desde hac�a un a�o, al confesar p�blicamente la vocaci�n a la que aspiraba: "si yo me gobernara -habr� de decir-, en vez de que me gobernara la miseria del medio, o no escribir�a diariamente fatigando y agotando mis aptitudes, art�culos de peri�dicos. Escribir�a ensayos art�sticos o cient�ficos m�s de mi gusto..." (578). Por supuesto, no pudo realizar ese sue�o en el Per�. Sigui� agot�ndose en las tareas de la prensa diaria. Y como ya lo dijimos, buen tiempo aguard� para convertirse en un ensayista e ide�logo. Mas s�lo lograr� este ambicioso prop�sito en Italia, al encontrarse a s� mismo y al hallar a Dios. Lo curioso resulta que para Goethe, Heine, Romain Rolland y otros humanistas su estancia en la Pen�nsula fue decisiva en el proceso formativo de sus personalidades. Igual situaci�n sucedi� con Mari�tegui frente al espect�culo del arte, la naturaleza y la experiencia revolucionaria italiana.

Bueno es se�alar, que para uno y otro amigo -Jos� Carlos y Falc�n- las ideas avanzadas de Europa convulsionada por la lucha social no les eran desconocidas. Trabajaban con noticias de primera mano suministradas, algunas veces por correspondencia epistolar, por los directivos del Partido Socialista Internacional argentino -que como hemos dicho se encontraba dirigido por Codovilla y Ghioldi y adherido a la Tercera Internacional (579). Se sabe a ciencia cierta que aquellos j�venes estaban regularmente informados por las exposiciones que hac�an en el seno de su grupo socialista lime�o. All�, en las reuniones con sus camaradas sustentaban aleccionadoras charlas, en las cuales trazaban las semblanzas biogr�ficas de las principales figuras socialistas del Viejo Mundo y explicaban como �stas ven�an ejerciendo creciente influencia en las masas proletarias. Incluso, a estar por los testimonios de sus coet�neos y de los mismos asistentes a tales conversatorios (580), conoc�an los motivos que llevaron al sacrificio de sus vidas a los dirigentes del grupo "Spartakus" o sea al partido alem�n de la revoluci�n social: Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht (15 de enero de 1919). As� como pose�an informaci�n detallada acerca del socialismo italiano (partido orientado hacia las reformas sociales), a cuya cabeza se hallaba Fillippo Turati, que dispon�a de una respetable cifra de militantes. Igualmente estaban enterados de la existencia de la poderosa central sindical, da Confederaci�n General de Trabajadores, que ten�a 2'150.000 de adherentes en la Pen�nsula It�lica. Por cierto que tambi�n dispon�an (le datos sobre la situaci�n social de otros pa�ses europeos. Por lo que venimos refiriendo, segu�an con inusitado inter�s el contenido de la prensa extranjera, as� como las novedades en libros y folletos que reflejaban el proceso socio-econ�mico, pol�tico y cultural que confrontaba el Viejo Mundo. Pero hasta ah� no se quedaban satisfechas sus inquietudes, Mari�tegui y C�sar so�aban con hacer su aprendizaje y su propia experiencia, en forma directa o sea en el propio terreno donde surg�a la crisis amenazante para el futuro del capitalismo.

Y, sobre todo, estos j�venes quer�an compenetrarse de los planes y objetivos de los partidos obreros de vanguardia con los cuales se pretend�a poner fin a la explotaci�n del hombre por el hombre, hacer la revoluci�n socialista y edificar una nueva sociedad. Ellos estaban seguros de que s�lo se pod�a alcanzar esta extraordinaria aspiraci�n, al lado de los elementos m�s calificados del pensamiento y acci�n revolucionaria en Europa. Era esencial para ellos esta ense�anza.

Falc�n cultivaba la lectura de los autores de la generaci�n del 98 y segu�a con apasionamiento a los socialistas espa�oles Pablo Iglesia, Francisco Largo Caballero, Luis Araquistain, etc. Sin duda alguna, exist�a en �l cierta predilecci�n por Espa�a y su incierto destino hist�rico.

En cambio Mari�tegui ve�a en Italia el lugar m�s a prop�sito para lograr su perfeccionamiento ideol�gico. All� resid�a nada menos que Sorel y la agitaci�n proletaria se agudizaba, a tal punto que los obreros ocupaban las f�bricas y las huelgas se suced�an una tras otra, adquiriendo cada vez mayores proporciones dentro del esquema de la lucha clasista en el campo mundial. Por �ltimo estaba enterado de que en la isla de Capri, no hac�a muchos a�os, se hab�a realizado una entrevista muy significativa entre Lenin y M�ximo Gorki, el autor de la novela "La madre" de tan gratos recuerdos para Jos� Carlos.

Volviendo a los d�as que precedieron a la partida de Mari�tegui, por entonces se pod�a observar en �l un cierto agotamiento f�sico y la necesidad de contar con un per�odo de reposo, a fin no s�lo de restablecerse de la fatiga sino adem�s para estudiar, pensar y producir. Su renuncia a la actividad literaria, le impon�a, por otra parte, horas de meditaci�n para sustituirla con su vocaci�n por el ensayo.

A estos afanes previos, siguieron las gestiones para obtener pasaporte (581). Luego sobrevinieron los d�as ensombrecidos del de octubre, por el ambiente de persecuci�n y de exilio que acomete Legu�a con miras de afianzarse en el poder y de suprimir la oposi ci�n, muy particularmente, la proveniente de los dirigentes sindicales. Lima, convulsionada por la agitaci�n social, se qued� sin peri�dicos por la huelga de linotipistas y de operarios del gremio gr�fico. Durante esta etapa de silencio de la prensa, muere don Ricardo Palma en medio de gran consternaci�n y sentimiento de pesar (6 de octubre de 1919). Y en esta misma fecha, fue elegido V�ctor Ra�l Ha de la Torre para ocupar el cargo de presidente de la Federaci�n Estudiantes, que hall�base ac�falo desde la renuncia, con car�cter irrevocable, formulada por Hernando de Lavalle, so pretexto de los sucesos del 10 de setiembre. La verdad

de este apartamiento radica en la presi�n que ven�an ejerciendo sobre la Federaci�n, los estudiantes de izquierda conducidos por Jos� Manuel Calle, ex-dirigente m�ximo del Comit� de reforma, que apoyaba el grupo de Mari�tegui.

Llegado el 8 de octubre, fecha de la salida de la nave que deb�a llevar a Jos� Carlos y a Falc�n a Panam� -para luego ser trasladados en otro buque a Nueva York-, los dos viajeros, acompa�ados de sus familiares y de tres amigos (582), se dirigieron al embarcadero del Callao y de all� al barco de la Compa��a Peruana que aguardaba en la rada. Mari�tegui y C�sar departieron con sus parientes y camaradas de lucha algunos minutos. De pronto las campanas de partida interrumpieron la charla, para dar paso a los abrazos, los apretones de mano y los encargos. Posteriormente, desde la cubierta, los dos proscritos, agitaron sus brazos para despedir a sus acompa�antes que se alejaban en una lancha a motor que los llevar�a de retorno al puerto.

Jos� Carlos y C�sar marchaban al destierro. Y por esta circunstancia, muchos conocidos de ellos no acudieron al muelle del Callao para darles el adi�s; tem�an comprometerse si lo hac�an.

"Alfredo Piedra -dir� Falc�n- fue pr�cticamente el polic�a que ejecut� nuestra deportaci�n".

"Una inclinaci�n art�stica principalmente, lo har�a escoger a Jos� Carlos Italia; en m�, no hubo otra alternativa sino la de librarme enseguida de la persecuci�n pol�tica que ten�a que seguir gravitando sobre nosotros" (583).

Parec�a que ahora iban a estar libres de las miradas extra�as, pero nada de eso sucedi�. Continuaron vigilados. Veamos lo que dice Falc�n al respecto:

"Nos acompa�� hasta Panam� un hombre excepcional. Su mayor empe�o era darle a sus patillas la apariencia de las de Sherlock Holmes y atragantarse con una pipa. Durante los dos primeros d�as de viaje no ces� de espiarnos, mir�ndonos siempre de soslayo y acod�ndose junto a nosotros en la borda para o�r nuestras conversaciones. Pero al cabo de tan infructuoso traj�n, adopt� un procedimiento m�s eficaz".

-Yo soy el polic�a que los vigila -nos dijo y se ech� a re�r como si hubiera dicho un chiste- � Verdad que Uds. no se hab�an dado cuenta?, -y otra risa m�s estruendosa subray� su pregunta-.

-No, en verdad, -tuvimos que responderle para no interrumpir su regocijo-

Esto le agrad� sobremanera. Su cara india, de cobre, marcada con las cicatrices de unos ojos asi�ticos, se llen� de un gusto ancho y aceitoso como su piel.

-Los otros de la Secreta no saben trabajar, -continu� explic�ndonos-. En Lima todos, pues, nos conocemos. Para que no te conozcan tienes que hacerte otra cara. �A que ustedes se cre�an que yo era un gringo?

-Algo sospech�bamos.

-Claro, pues. Yo me he sacado esta cara de un libro y ya ven como uno, haci�ndose otro, puede acercarse a la gente y o�r lo que le conviene... No parece que ustedes est�n pensando escaparse... D�ganme la verdad, y B�jense de vainas, que aqu� no nos oye nadie. � Por qu� piensan escaparse?

-Hombre, todav�a no hemos hecho el plan ...

-Yo se los pregunto como amigo... �Ustedes creen que yo me voy a dejar matar por Legu�a? �Ni de vainas!... Legu�a manda en Lima, pero aqu� estamos en medio de la mar... �Por qu� se levantan ustedes tan temprano?

-No lo sabemos. Quiz�s por no perder la costumbre de ver la madrugada...

-A m� no me vengan, pues, con esas... �Qui�n puede tener costumbre de levantarse a las seis de la ma�ana, y m�s ahora que uno puede dormir hasta cuando le d� la gana?... �A qu� yo s� lo que ustedes se tienen pensado?

-Puede ser.

-Ustedes se meten temprano en el camarote para hacer creer que se van a dormir, pero yo s� que se pasan las horas habla que te habla... �C�mo pueden entonces no tener sue�o en la ma�ana?... Ustedes se levantan antes de las seis para escaparse, cuando el vapor amanezca en un puerto... �Ven ustedes como yo lo s�?

-Por lo visto, mejor que nosotros.

-Eso se comprende pensando un rato. Lo que pasa es que los que mandan no saben pensar... �Por qu� los deportaron a ustedes? �Por qu� escriben en los peri�dicos contra el gobierno? �D�jalos que escriban y escriban, que al que mucho escribe al fin se le cansa la mano...! Yo lo pienso. Si este o el otro me hace una pendejada �Para qu� comprometerme castig�ndole con mi propia mano? Lo mejor es ponerle una c�scara de pl�tano en su camino y �l solito se romper� la crisma. Pero en Lima todo lo arreglan a lo bruto... Yo quiero hacer un trato con ustedes.

La cuesti�n pasaba de las divagaciones te�ricas al terreno pr�ctico y esto constitu�a una sorpresa desconcertante, Mari�tegui y yo le miramos con un anhelo interrogativo, pero �l, que sin duda esperaba nuestras miradas, esquiv� cautelosamente la suya, y como quien descubre de pronto el mar, se dedic� a mirar las olas.

-Usted dir� -repetimos para sacarle de su arrobamiento-.

-A m� no me importa que ustedes se escapen -nos respondi� sin darle ninguna importancia a lo que dec�a. A m� no me han dicho que haga esto o lo otro. La orden que me han dado es: usted vig�lelos y comunique lo que hagan. Si uno piensa, no hay nada m�s que hacer, pues, que cuando se escapen, poner un telegrama diciendo: se escaparon, porque as� los agarrar�an de nuevo y me mandar�an otra vez acompa��ndoles... Como yo soy el �nico detective. Hay otros, pero los dedican a los burdeles y a la gente de mal vivir, porque no tienen roce social. Yo soy el encargado de las personas distinguidas. Ustedes no pueden quejarse. Los han tratado como a caballeros, aunque no son m�s que escritores...

Volvi� a mirarnos fijamente, tal vez para comprobar la satisfacci�n que deb�amos sentir. Pero no debi� encontrar en nuestros rostros la expresi�n de ning�n sentimiento interesante, porque despu�s de una breve pausa nos pregunt�, entrando de frente en la materia:

-�Hecho el trato?

-�Qu� trato?

-�Ah! �Entonces ustedes quieren hacer un trato conmigo? Depende,

-le objet� Mari�tegui.-

-Depende ... depende..., rumi� el hombre, meditativo.

�Depende de qu�?... Un trato, pues, es una cosa que conviene. �Qu� les importa a ustedes? Yo ser�a el m�s perjudicado...

Como si estuvi�ramos de acuerdo, Mari�tegui y yo hicimos el mismo gesto de incomprensi�n. El hombre concret� un poco m�s.

-�Qu� les cuesta a ustedes meterme un papelito por debajo de la puerta del camarote? No tienen sino que decirme "ya". Yo lo comprendo entonces, y cuando hayan pasado dos horas, hago mi telegrama ... Ustedes tienen as� todo el tiempo hasta que yo me despierte y m�s las dos horas que yo voy a esperar .. .

Entendido. Se trata de avisarle cu�ndo nos escapamos, � no es eso?

Yo no hablo chino... Si yo fuera ustedes, pens�ndolo, lo aceptar�a ... Si quieren pueden pensarlo hasta la noche...

-No hace falta... aceptado.

-Yo lo pensar�a, -insisti� el hombre, fiel a sus procedimientos-. Pero como nosotros renunciamos insistentemente a esta ventaja, nos estrech� las manos para sellar el pacto, y m�s due�o de nuestra complicidad, nos descubri� sus preocupaciones.

Ahora, pues, voy a poder dormir hasta las once. Ya me ten�a medio muerto eso de tener que levantarse a las seis de la ma�ana...

Naturalmente, no nos escapamos. Despu�s de Paita, el hombre nos miraba sorprendido y con un cierto aire como si lo hubi�ramos defraudado. Puesto que hab�amos salido de las costas peruanas, el pacto no pod�a regir y nuestras personas no le ofrec�an ya ning�n inter�s. En alg�n momento, sin embargo, coment� nuestra actitud, aunque muy de pasada.

Mari�tegui quiso explicarle que la idea de escaparse, andar a campo traviesa, perseguidos por los gendarmes, y al fin caer en manos de la polic�a era una idea demasiado rom�ntica, pero la explicaci�n le pareci� muy oscura y eso de rom�ntico, aplicado a un detective, lo entendi� como una ofensa. No obstante, prefiri� abandonarnos, sin comentar el caso.

Volvimos a verle en Crist�bal, pocos momentos antes de abandonar el barco. Esta vez estuvo casi tan cordial como la primera que hablamos. Yo cre�a que era porque al fin iba a terminar su vigilancia. Pero �l nos dio una explicaci�n distinta.

-Claro, pues -nos dijo, despidi�ndose- a ustedes lo que les gusta es escribir mucho, fregando al Gobierno. Por eso quieren irse a otro pa�s, donde nadie se meta con los que hablan ni con los que escriben...

Estaba visiblemente contento de haber encontrado una raz�n tan precisa, quiz�s despu�s de largas horas de meditaci�n. Su alegr�a nos gan� tambi�n a nosotros �Por qu� no? Despu�s de todo nos satisfac�a sentirnos militantes de la libertad.

Nuestra entrada en suelo extra�o tuvo por tanto, en nuestro sentir, un poco de jactancia heroica. Peque�o hero�smo, sin duda: pero suficiente para calentarnos la sangre y permitirnos mirar adelante, la mirada puesta en los ojos de cualquiera. Las ense�anzas vinieron en seguida.

-Si quieren que les admitan en los Estados Unidos -nos dijeron en la agencia de vapores- tienen que declarar que viajan como turistas. Ninguna referencia pol�tica. En los Estados Unidos no se admite a los deportados.

-No puede ser -respondimos, pensando que el agente no emit�a la voz oficial de los Estados Unidos. Un pa�s libre no puede negar asilo a los que defienden la libertad.

-S� puede ser -afirm� el agente, sin tomar en cuenta nuestra exaltaci�n verbal-. Precisamente porque es libre. �Para qu� necesitan en un pa�s libre a los defensores de la libertad?

La l�gica comenz� a serme entonces tan nueva como el paisaje. En ese momento inici� el conocimiento de un mundo armado sobre un esqueleto de contradicciones, con muchas faces y, sin embargo, encendido por los anhelos m�s hondos de la humanidad" (584).

Entonces debi� haber recordado Jos� Carlos un art�culo antiimperialista que escribiera all� por el a�o 1916, en el que confesara quenunca tuvo por los yanquis simpat�a ni afecto, ni supo crearlos su admiraci�n por Edgard Poe y Walt Whitmann. La sajona austeridad del virtuoso Washington, del le�atero Lincoln, del esforzado Franklin y del liberto Boocker, jam�s fueron bastantes para inculcarme amor a la raza anglo americana" (585).

Por otra parte, eran los tiempos en que ya hab�a superado su actitud wilsoniana Mari�tegui. Es de advertir que Wilson a�n gobernaba los Estados Unidos de Norte Am�rica, no obstante hallarse paral�tico y muy delicado de salud.

Y cuando no pod�an ocultar los dos amigos la preocupaci�n sobre el posible rechazo del gobierno de Washington a su pretendida visita al pa�s del norte, de paso para Europa, se encuentran en Col�n con Toribio Beteta, joven estudiante peruano, que viajaba con destino a los Estados Unidos a fin de seguir la profesi�n de economista. Beteta era pariente del escultor Francisco del mismo apellido, quien era amigo de Mari�tegui, desde los d�as en que ambos concurr�an a la Academia de Arias Sol�s. Luego los tres hicieron el viaje a Nueva York, salvadas las dificultades, en el barco "Atenas" de la United Fruits (586).

Durante la traves�a los entretuvo mucho, el C�nsul de Cuba en Panam�, hombre humorista e ingenioso. El hablaba de los puestos p�blicos en los que no se trabajaba y en los que la remuneraci�n era conocida por el nombre de "botella" o "biber�n" en su pa�s. El cubano los hizo re�r con sus ocurrencias a base del folklore antillano.

Pero no todo fue diversi�n, durante el viaje de Panam� a Nueva York, cerca de Jamaica, los sorprendi� un temporal. Los pasajeros se inquietaron y tuvieron que estar encerrados dentro de sus camarotes. Cuando amain� el peligro y la embarcaci�n prosigui� con rumbo a su destino, Jos� Carlos empez� a indagar c�mo pod�a ponerse en contacto con ciertas personas influyentes. El no dominaba el idioma y, por tanto, era un impedimento muy serio. El joven Beteta ten�a la ventaja de que resid�a en los Estados Unidos de Norte Am�rica su pariente que antes hemos hecho menci�n. De modo que al momento de desembarcar fue recibido por dicho familiar. Mas al reparar el artista que su sobrino ven�a acompa�ado de dos paisanos, los recibi� con cordialidad. Al punto reconoci� a Mari�tegui y, tras de un efusivo abrazo, se entregaron a evocar los amigos en com�n y el per�odo de aprendizaje en la Academia de Arias Sol�s. El escultor, de inmediato y con sencillez, les brind� su departamento de la calle 14, ubicado entre la s�tima y octava avenida, para que se alojaran durante el tiempo que permanecieran en Nueva York. Ellos pensaban estar unos d�as, pero la huelga de los trabajadores portuarios -la cual ten�a paralizado todo el movimiento mar�timo del puerto- los oblig� a prolongar su estancia.

Los tres j�venes trotamundos, ante la insistencia e invitaci�n del escultor Francisco Beteta, aceptaron entusiasmados el generoso ofrecimiento y se acomodaron en una de las habitaciones del lujoso apartamento de �ste.

Beteta, convertido en anfitri�n, los llev� a conocer los lugares m�s importantes de la urbe neoyorkina, tales como museos, monumentos hist�ricos, bibliotecas, salas de concierto, exposiciones, teatros, cines, clubes, etc. Tambi�n se interesaron para visitar y observar directamente los barrios destinados a los negros, jud�os, chinos e italianos.

Ya en la vida diaria, Toribio Beteta pudo advertir -seg�n su propia declaraci�n- que Falc�n era un bohemio incorregible. Dice que mientras Mari�tegui y �l se acostaban cerca de la media noche y se despertaban a las seis de la ma�ana; en cambio, C�sar a esa misma hora empezaba a meterse a la cama.

Mari�tegui no hablaba ingl�s pero le gustaba practicarlo. En efecto, ped�a los alimentos y saludaba en este idioma. A la una de la tarde, de retorno por el departamento, Jos� Carlos y yo -expresa Toribo Beteta-, encontr�bamos a Falc�n en plena tarea de vestirse. Luego los tres sal�amos en busca de alimentos a un restaurante portorrique�o "El Farolito". C�sar almorzaba y desayunaba simult�neamente. Despu�s concurr�amos a las exposiciones y otros sitios de particular inter�s para nosotros. Algo extra�o resultaba Falc�n, siempre hablaba mal de los yanquis y era un poco �spero en su manera de comportarse. Mari�tegui, en cambio, se caracterizaba por ser fino, cordial y medido. Nunca le escuch� una groser�a. Tampoco se violentaba. Salpicaba sus conversaciones con chistes y an�cdotas. Hac�a comparaciones graciosas de sus enemigos.

Mi pariente -declara Toribio Beteta- ven�a en las noches, despu�s de la comida, y conversaba con nosotros hasta las once. A veces se llevaba a Falc�n a pasear y a conocer los clubes nocturnos. Mari�tegui, con su quebrantada salud se disculpaba; m�s bien se dedicaba a leer los libros en la noche de un solo tir�n (587).

Al enterarse C�sar y Jos� Carlos que don Isa�as, su gran amigo de Lima, resid�a en la ciudad de Nueva York fueron a visitarlo. Este llevaba una vida de rico, pagando 30 d�lares diarios de alojamiento. Tambi�n buscaron a Baca Flor, quien se daba enorme importancia. Los visitantes tuvieron que hacer larga antesala para ser recibidos por el reputado pintor. Otro de los visitados fue Jorge Corbacho (588).

La casualidad les depar� a Mari�tegui y Falc�n, un d�a que visitaban al C�nsul General del Per� en Nueva York, don Eduardo Higginson, encontrarse -con una paisana y colega- Nina Flores que a la saz�n resid�a en los Estados Unidos de Norte Am�rica. Le cedemos la palabra a ella: "No recuerdo exactamente el d�a -dice-. Pero fue uno que correspond�a a la primera quincena de noviembre de 1919. Fui al consulado de Nueva York en Broadway, a los once de la ma�ana. Vi sentado a un hombre joven de mirada penetrante, escrutadora, con la firmeza del que procura la verdad en hombres, pueblos y cosas. Le acompa�aba otro joven con quien hablaba en voz baja. Pregunt� al empleado del consulado, tras de saludar a todos los presentes, si estaba el se�or Higginson. La respuesta fue negativa. Me dirig� a los se�ores que aguardaban y entablamos el di�logo: �son ustedes peruanos verdad?

Efectivamente respondi� uno de ellos. Soy Falc�n, y mi amigo Jos� Carlos Mari�tegui.

Nos dimos la mano y le di mi nombre: Nina Flores. En esos momentos entr� el C�nsul, lo salud� y le dije que eran nuestros compatriotas y que le agradecer�a los atendiera primero a ellos. Se los present�. El se�or Higginson frunci� el ce�o y me invit� a pasar primero.

Una vez en el despacho consular me dijo que eran cuatro los enviados fuera del Per� por el gobierno de Legu�a a fin de salir de ellos, Gutarra, promotor de huelgas; Carlos Barba, su lugarteniente; Mari�tegui el m�s peligroso por su capacidad de trabajo e inteligencia; y por �ltimo Falc�n. Insist� en que deb�an ser atendidos pues Jos� Carlos me parec�a un poco enfermo. Salimos juntos del despacho, el C�nsul les advirti� -dirigi�ndose a Mari�tegui y a Falc�n, ah� presentes que en Nueva York hab�a que comportarse bien. "Esta se�orita -se�al�ndome a m� tan s�lo por leer un libro de Carlos Marx, a bordo a la entrada del puerto, la detuvieron diez d�as en Ellis Island. La suerte estuvo de su parte pues ven�a de corresponsal de dos peri�dicos de Buenos Aires. Felizmente las huelgas que hay en estos momentos han comenzado antes del arribo de ustedes. Bruscamente pas� a otro tema, en forma poco cort�s, para decir: les participo que no hay ninguna noticia del gobierno, ni tampoco les han girado fondos".

"Jos� Carlos, altivo, respondi� que �l no hab�a acudido al Consulado por dinero proveniente del Estado sino para recoger algunas cartas familiares".

"La actitud digna asumida por aquel joven luchador me gust� �expresa Nina Flores. Pues �l y su amigo Falc�n se hab�an visto obligados a abandonar el Per�, sin haberlo solicitado, aunque en cierta forma Legu�a trat� de encubrir su salida con la falacia de que el pa�s necesitaba el concurso de ambos periodistas en el exterior".

"Nos despedimos los tres del C�nsul y les pregunt�, ya en la calle �prosigue la se�orita Flores-, si se hab�an entrevistado con Samuel Compres, el dirigente de la Uni�n off Lavar (algo as� como una central de trabajadores). Ambos respondieron afirmativamente y agregaron que iban a continuar vi�ndolo, aunque la verdad (dijeron en tono de confesi�n) no es de nuestra simpat�a.

�Y por qu�? -inquir�:

Sencillamente -contestaron los j�venes viajeros- aparte de ser el jefe de los sindicalistas reformistas de este pa�s, pertenece a la Segunda Internacional y, por tanto, es un elemento amarillo y contrarrevolucionario" ( 589) .

Jos� Carlos y Falc�n se hallaban de tr�nsito por la ciudad de Nueva York, dentro de breves d�as proseguir�an su viaje con destino a Europa para aprovechar su "deportaci�n solapada", estudiar los problemas socio-econ�micos y, muy particularmente, recoger la experiencia marxista de la clase obrera europea.

Mari�tegui, no obstante su aspecto enfermizo, sent�as devorado por una inextinguible sed de acci�n y conocimiento. Y justo, al llegar a Nueva York se encuentra con que las actividades portuarias de dicho puerto estaban totalmente paralizadas. De inmediato en cuanto desembarca se informa por los diarios locales del motivo de la huelga que, tras una duraci�n de cuatro semanas, dejaba una p�rdida de S. 1'500.00C por d�a. Los tres mil huelguistas, encabezados por Richard Butler, en una reuni�n de la Special Federald Commission -Tammauy Hall-, acordaron retornar a su trabajo con un salario de 65 ctvs. hora y $ 1.00 de sobretiempo, ignorando el "Woolworth awaid" del Nab Ads. Comm que habr�a de mejorarlos, finalmente, con un aumento ascendente a 70 ctvs. la hora y $ 1.10 de sobretiempo, respectivamente (590).

De 1919 a 1920 m�s de un mill�n y medio de obreros norteamericanos se afiliaron a los diversos sindicatos, elev�ndose la totalidad de trabajadores organizados a m�s de cinco millones. Esta cifra represent� un auge sin precedentes. Precisamente en este a�o, el movimiento huelgu�stico abarc� a m�s de 4'000,000 de personas. Igual que en el caso peruano, los proletarios yanquis ten�an limitaciones por su propia inmadurez: bajo nivel ideol�gico, escaso dominio del socialismo cient�fico y, en general, los vac�os en el conocimiento de la realidad nacional. Lo curioso de la situaci�n es que tambi�n exist�a un grupo de izquierda, dentro del movimiento socialista, que abogaba por la creaci�n del Partido de clase. Fue pues a esta fracci�n de avanzada, a la que se debi� el pedido de adhesi�n a la III Internacional. Adem�s, los miembros de este n�cleo de izquierda pusieron en evidencia su simpat�a y devoci�n por John Reed (1887-1920), autor de "Diez d�as que conmovieron al mundo" y por el dirigente marxista W. Z. Foster. Efectivamente, la mencionada "secci�n de izquierda" del Partido Socialista luchaba porque se trocara toda la l�nea de reforma social, enmarcada dentro del pensamiento social dem�crata, por una actitud m�s revolucionaria y solidaria con los bolcheviques rusos y espartaquistas alemanes.

Y fue a instancias de la indicada fracci�n, que los obreros portuarios en m�s de una oportunidad se negaron a cargar armas destinadas a los ej�rcitos intervensionistas y a los guardias blancos que operaban como contrarrevolucionarios en la URSS.

Todo este inagotable venero de acontecimientos pol�tico-sociales que les suministraba la estancia en Nueva York a Mari�tegui y Falc�n, no se pod�a recibir a trav�s de las informaciones cablegr�ficas provenientes de las poderosas agencias de noticias, m�s bien interesadas en desacreditar a las fuerzas de extrema izquierda (con las que los dos amigos estaban vinculados) para desorientar a la opini�n p�blica internacional.

Durante la permanencia de Jos� Carlos y Falc�n en el pa�s del norte, se celebr� el segundo aniversario de la Revoluci�n de Octubre y, desde luego, asistieron ambos a las actuaciones que se realizaron para conmemorar tan significativa fecha. Asimismo, recibieron con j�bilo las informaciones de que el Ej�rcito Rojo empezaba a obtener sus primeras victorias contra las fuerzas reaccionarias de dentro y de fuera (591).

Un a�o despu�s, en 1920, fue fundado el Partido comunista norteamericano. Entre las primigenias resoluciones adoptadas por esta nueva agrupaci�n figura la que dispone que sus miembros se afiliaran a los sindicatos de sus especialidades y de que pudieran hacer propaganda de catequizaci�n por intermedio de la Liga Educacional Sindical, creada por William Z. Foster, quien posteriormente llegara a ser presidente del Partido comunista de aquel pa�s (592).

Sin tomar en cuenta las recomendaciones del C�nsul, Jos� Carlos y Falc�n continuaron frecuentando a los dirigentes sindicales e intercambiando experiencias con ellos. Es decir, las pocas que lograron obtener de las luchas sociales en el Per� y, muy particularmente, en Lima. Los obreros norteamericanos los escuchaban con inter�s y a su vez preguntaban por las condiciones de vida de los trabajadores en general, a sus colegas peruanos; as� como por el nivel ideol�gico de aqu�llos y las conquistas sociales alcanzadas (593).

Mientras tanto, en la capital del Per� la Asamblea Nacional proclam� presidente constitucional de la Rep�blica, a don Augusto B. Legu�a, para el per�odo legal que comenzar�a el 12 de octubre de 1919 y terminar�a en igual fecha el a�o 1924.

Y tambi�n deber�a producirse la violenta y p�rfida intervenci�n de Alberto Secada, en el seno de la Asamblea Nacional, contra Mari�tegui y Falc�n. Recordemos que los dos amigos censuraron a este personaje, en los d�as en que ejerc�a la Secretar�a General del Comit� de Propaganda socialista provocando su renuncia definitiva de tal agrupaci�n.

Ahora el se�or Secada, en ausencia de Jos� Carlos y C�sar se cobraba aquel golpe, al formular un ataque bajo y despiadado en el Congreso, con las siguientes palabras:

"...Yo le preguntar�a al Presidente del Gabinete y no s� c�mo se atrever�a a responderme, si ha aquilatado la significaci�n del nombramiento de los se�ores Mari�tegui y Falc�n, como propagandistas del Per� en Espa�a e Italia.. Este solo hecho basta para acabar con el decoro del Per�. Y yo me propongo interpelarlo, pr�ximamente cuando venga a esta Asamblea, y entonces tendr� oportunidad de exigirle para que me diga si cree que no es ofensivo para la dignidad del Per�, si cree que no es un agravio para el decoro mismo del Presidente de la Rep�blica, haber comisionado a esos dos infelices para que vayan como propagandistas a defender los derechos del Per� en Espa�a y en Italia" (594). Semejante actitud no tuvo el eco que aguardaba el rencor y la mediocridad del palaciego diputado y tr�nsfuga del socialismo.

Al intensificarse la pol�tica antisindical de Legu�a, salieron deportados del pa�s Nicol�s Gutarra y Carlos Barba. Fonken se vio obligado a abandonar Lima, buscando refugio en Trujillo. La represi�n desatada por el r�gimen de "la Patria Nueva", afect� a cientos de obreros que fueron encarcelados y otros reducidos a la inactividad gremial mediante la amenaza y la vigilancia policial domiciliaria. Con estas medidas represivas e intimidatorias el movimiento proletario, a�n incipiente, hubo de soportar un nuevo rev�s.

A esta altura de las cosas, el frustrado Partido Socialista hab�a dejado a las masas y prosegu�a manteniendo una posici�n contraria a su misi�n hist�rica. Ausente del pa�s Luis Ulloa, por la raz�n ya coconocida, y muerto Del Barzo, el Comit� Directivo de este sector pol�tico se disolvi� sin dejar huella alguna de su actividad en la conciencia de los trabajadores.

Por otro lado, el movimiento estudiantil de reforma universitaria, tal como lo preconizara Mari�tegui y su grupo, cada d�a se acerca m�s al proletariado. As� el Primer Congreso Nacional de Estudiantes reunido en el Cuzco (del 11 al 20 de marzo de 1920), al cual concurren los delegados de las cuatro universidades nacionales, encabezados por V. R. Haya de la Torre, presidente de la Federaci�n, acuerda la creaci�n de las universidades populares. El gobierno de Legu�a, quien buscaba el apoyo del sector peque�o burgu�s del estudiantado, sufrag� los gastos d� viaje de los dirigentes universitarios a la Ciudad Imperial (595). Muchos de aquellos j�venes -entre ellos Haya de la Torre- hab�an intervenido en la designaci�n de Legu�a como Maestro de la Juventud (596).

Dos a�os despu�s los alumnos sanmarquinos, dirigidos por Haya de la Torre, fundan la Universidad Popular en Lima y Vitarte. El Congreso de Trabajadores de Lima aprueba un voto de adhesi�n a la obra de cultura popular de estas Universidades. Pero los obreros no conf�an mucho en la perseverancia de los estudiantes; y para no suscitar ning�n recelo las Universidades Populares se abstienen de toda labor de orientaci�n ideol�gica del proletariado. Por otra parte, la mayor�a de los estudiantes de la Universidad Popular carece de orientaci�n; en lo tocante a la cuesti�n social van a aprender, m�s que , ense�ar al lado del proletariado (597).

Por esa misma �poca, se recibe en Lima la infausta noticia del fallecimiento de Abraham Valdelomar acaecido el 3 de noviembre de 1919 en la ciudad de Ayacucho. Este era uno de los m�s dilectos amigos de Jos� Carlos a quien, precisamente, le confiara sus inquietudes literarias y pol�ticas.

Terminada por fin la huelga portuaria, que manten�a casi paralizado al puerto neoyorquino, nuestro biografiado de tr�nsito para Europa habr� de recibir una carta familiar por medio de la cual se informa del inminente nacimiento de su primog�nita. Victoria, desde Lima, le da cuenta del suceso

(598). Si por una parte lo acosa la depresi�n por la muerte de Valdelomar, por la otra, lo sacude la alegr�a de convertirse en padre. Tal es su reacci�n, que sali� como pudo a la calle, fren�tico de ilusi�n y errabundo cruz� las largas y transitadas aceras de Nueva York. Al final, entr� en las v�as que conduc�an a los muelles, con sus bares y negocios comerciales. Ni siquiera los ruidos y sirenas provenientes de los barcos, que entran y salen de este importante puerto norteamericano, lo vuelven a la realidad. Ahito estaba de ternura. Las im�genes se suced�an en su alma, una tras otra. �Qu� extra�o todo sonaba a gloria! Justamente el nombre que habr�a de llevar su primer reto�o. Es un buen presagio, se dijo a s� mismo (599). Victoria, en v�speras de su alumbramiento, se enfrentaba a la perspectiva de luchar por su propia vida y por el fruto de sus entra�as sin la ayuda y la certidumbre de volver a reunirse con su marido. Todav�a para Mari�tegui su coraz�n estaba muy cerca del Per�. Y, de pronto, al sosegarse, de la emoci�n filial, se dio con que estaba frente a la rada y el agitado y bru�ido Oc�ano Atl�ntico, que le separaba del lugar al cual tendr�a que arribar al fin de su periplo; ello lo incit� a entrever los a�os que pasar�a en el antiguo Continente. As� asom�base a ese mundo inefable, teniendo de por medio aquel mar de ensue�os, sobre el que las aves marinas trazaban espectaculares c�rculos de vuelo sin inquietarles los agudos chirridos de las m�quinas del Puerto.

Ve�a a Roma como la estaci�n de universalidad, que desde su ni�ez palpitaba en �l con renovado impulso. Al recordar el viejo adagio popular de "el que no arriesga no pasa la mar", lo asoci� a que toda su vida no hab�a sido m�s que un intento permanente de lograr algo. La ra�z de ese anhelo, bien pod�a tener por causa la visi�n universalista que le revelaran los ancianos aventureros franceses a trav�s de sus fascinantes narraciones mundanas, cuando ocupaba el cuarto n�mero 15 de la Maison de Sant�.

Recobrado de la so�aci�n en la cual estuvo sumido, Mari�tegui se encamin� hacia uno de los establecimientos bancarios, ubicados en las calles adyacentes del terminal mar�timo neoyorquino, para gestionar un giro en d�lares con destino al Per� y a nombre de Victoria Ferrer (600).

Posteriormente Jos� Carlos retorn� al muelle, para esta vez, embarcarse con Falc�n en el buque "Saxonia", que le llevar�a al Viejo Mundo para hacer "su mejor aprendizaje". Acudieron a despedirlo Nina Flores, Beteta, el Canciller del Consulado peruano Oscar Freyre y algunos amigos norteamericanos de tendencia izquierdista; ah� en el and�n se detuvieron a conversar los dos viajeros y sus acompa�antes, hasta que la estridente sirena anunci� la salida del barco. Vinieron los abrazos y el consabido adi�s. Y, por �ltimo, los pa�uelos en alto. Luego, a lo lejos y desde la borda de la nave, Mari�tegui y Falc�n con sus borrosas siluetas, serenos se adentraron en el horizonte de bruma y esperanza. Era una ma�ana del mes de noviembre de los a�os veinte (1919). El nuevo puerto de su destino para los j�venes viajantes, ser�a El Havre-Francia (601), lugar que s�lo distaba de Par�s 175 kil�metros. Y all�, precisamente, en la Ciudad Luz, tendr�an que separarse los dos amigos entra�ables. Jos� Carlos ir�a a Italia y C�sar a Espa�a, de acuerdo con el itinerario trazado por el gobierno de Legu�a, para desempe�ar las funciones de Agentes de Propaganda del Per� en los mencionados pa�ses. Y simult�neamente con el cumplimiento de tan honroso encargo, para ambos revolucionarios, se abr�a la �vida perspectiva de militar en el socialismo de izquierda europeo y compenetrarse de su teor�a y praxis.

 


 

NOTAS:

(303) "Desde 1918, nauseado de pol�tica criolla, me orient� resueltamente hacia el socialismo...�. (Glusberg, Samuel). Jos� Carlos Mari�tegui a trav�s de su correspondencia, por Enrique Espinoza (seud.) En: La Vida Literaria, Buenos Aires, 2(20): 5-8, mayo 1930.  Ep�stola -fechada y firmada: Lima, 10 de enero de 1928. Jos� Carlos Mari�tegui- donde consigna sus datos biogr�ficos.

(304) "Hay que buscar las ra�ces... en la sugesti�n de la mentalidad de V�ctor M. Ma�rtua cuya influencia en el orientamiento socialista de varios de nuestros intelectuales casi nadie conoce..." Ibid. "Siete ensayos..."p. 211.

(305)Beltroy, Manuel (sin t�tulo). En: Correo, Lima, 7 mar. 1964 p. 4. Ep�grafe de su Secci�n: Archivo Sentimental. Traza la semblanza biogr�fica de V�ctor M. Ma�rtua.

(306) N��ez, Estuardo. La influencia alemana en el Derecho Peruano. Lima, 1937, p. 23.

(307) El Ministro bolchevique (sin firma). En: El Tiempo, Lima, 27 abr. 1918, p. (1). Ep�grafe de su Secci�n: Voces. Despu�s de comentar la designaci�n del Dr. Ma�rtua como Ministro de Hacienda, recuerda -Mari�tegui- que este pol�tico no hace mucho se declar� en su C�mara, socialista. El Ministro bolchevique (sin firma). En El Tiempo, Lima, 20 dic. 1918, p. (1). Ep�grafe de su Secci�n: Voces. Comenta la gesti�n ministerial del Dr. V�ctor M. Ma�rtua y su tendencia socialista.

(308) V�ctor M. Ma�rtua, cuando tuvo la direcci�n de "El Per�", rodeado de colaboradores y amigos, entre ellos se distingue la figura de Jos� Carlos Mari�tegui, apoyado sobre una puerta (a la izquierda de don V�ctor). (Del Semanario Peruano "1950", Lima, 4(12):22, 20 mar. 1950).

(309) "El agasajo a Enrique Bustamante y a Alom�a Robles". En: Excelsior, Lima, 2 jul. 1917, p. 5. "Expres� que �l (V�ctor M. Ma�rtua, Director de "Excelsior", quien ofrec�a el agasajo) era all� una especie de padre por adopci�n de los muchachos que lo rodeaban (escritores y artistas)".

(310) "Fue este semanario -escribe Luis Jim�nez de As�a- germen de "El Sol" (de Madrid)peri�dico de m�xima alcurnia, acaso uno de los mejores de Europa y el m�s eminente que ha tenido Espa�a, antes, entonces y desde luego despu�s... Araquistain, Luis. El pensamiento espa�ol contempor�neo. Pr�logo de Luis Jim�nez de As�a (p. 7-9) Buenos Aires, Ed. Losada S. A. 1962. Pocos a�os m�s tarde, Falc�n habr� de incorporarse al cuerpo de redacci�n como corresponsal en Londres, del diario "El Sol".

(311) Ibid. Test. de Bustamante Santisteban.

(312) Escrita por Karl Marx en Bruselas, durante la primavera de 1845. Publicada por primera vez en 1888 por F. Engels, como ap�ndice de la edici�n de su "Ludwig Feuerbach y el fin de la filosof�a cl�sica alemana".

(313) Ibid. "Siete ensayos... " p. 89-90.

(314) Ibid. p. 192.

(315) Ibid. p. 193.

(316) More, Federico. Medio siglo de andanzas period�sticas. En: Caretas, Lima, 5(80), 28 feb. - 14 mar. 1955.

(317) Ibid. "Siete ensayos..." p. 189.

(318) Bazin, Pobert. Historia de la Literatura Americana en lengua espa�ola. Buenos Aires, Ed. Nova (1958), p. 294.

(319) Freund, Von Michael. Georges Sorel, Revolutionare Konservatismos. Francfort, 1932, p. 148.

(320) Quintanilla, Luis. Bergsonismo y pol�tica. M�xico, Fondo de Cultura Eco n�mico, 1953, p. 116.

(321) Mari�tegui, J. C. Henri de Man y la crisis del marxismo. En: Variedades, Lima, 24(1062), 7 jul. 1928.

(322) Mari�tegui, J. C. El hombre y el mito. En: Mundial, Lima, 5(241), 16 ene. 1925.

(323) Ibid. "Siete ensayos... p. 195.

(324) Ibid. Ramos, A. Una encuesta... y consultar "Siete ensayos... ", p. 261, cuando dice refiri�ndose a Alcides Speluc�n: "los dos en la procelosa aventura, hemos encontrado a Dios y hemos descubierto a la Humanidad...".

(325) Testimonios de Jos� Antonio Encinas, V�ctor Ar�valo, Fausto Posada, Erasmo Roca, etc.

(326)Ibid. Test. de Bustamante Santisteban.

(327) Aguila, Humberto del. La jornada de 8 horas, por Rinconete (seud.) En: La Prensa, Lima, 30 ago. 1949, p. 3. Antes del t�tulo: Desde hace m�s de treinta a�os. Escribe sobre la formaci�n del Partido Socialista y cita a Polastri como uno de sus fundadores.

(328) Gramsci, Antonio. La formaci�n de los intelectuales. M�xico, Ed. Grijalbo S. A., 1967, p. 37.

(329) "Era dice Vilbikob: socialista y consideraba a Marx como uno de sus maestros". Vilbikob. Tras las huellas de Jack London. En: Literatura Sovi�tica, Mosc�, (2):160, 1960.

(330) Mari�tegui, J. C. Waldo Frank. En: Bolet�n Bibliogr�fico, Lima, 2(3): 100-105, set. 1925.

(331) Testimonio de Encinas, Bielich Flores, Ureta.

(332) Testimonio de A. Baz�n: Mari�tegui le cont� la an�cdota.

(333)  (Presentaci�n a:) Mart�nez de la Torre, Ricardo. El movimiento obrero en 1919. Apuntes para una interpretaci�n marxista de la historia social del Per�. Lima. Ed. Amauta 1928. "Presentaci�n" firmada: J. C. Mari�tegui.

(334) Mari�tegui, J. C. Itinerario Waldo Frank. En: Variedades, Lima, 25 (1135), 4 dic. 1929.

(335) Ibid. Test. de Posada.

(336)Ibid. Test. de Falc�n.

(337)Testimonio de Humberto del Aguila.

(338)Ibid. Test. de Vargas Marzal.

(339)Ibid. Mart�nez de la Torre. Apuntes..., t. II, p. 405-406.

(340)Madrid, Renacimiento, 1915.

(341)Ibid. Mart�nez de la Torre. Apuntes.. ., t. II, p. 406.

(342)Ibid. Test. de Falc�n.

(343)Nuestra Epoca. El Tiempo, Lima, 21 jun. 1918, p. 4. Ep�grafe de la Secci�n: Periodismo. Se anuncia la publicaci�n de la revista "Nuestra Epoca", dirigida por C�sar Falc�n y Jos� Carlos Mari�tegui.

(344) Exposici�n. En: Nuestra Epoca, Lima, 1(1) :1, 22 jun. 1918.

(345) Ibid. p. 3.

(346) Ibid. p. 3-5.

(347) "Este le dijo a Mari�tegui, t� debes pedir satisfacciones al Ej�rcito en la cabeza del Jefe del Estado Mayor. Yo ser� tu padrino, y el otro, deber� ser Miguel Grau".

(348) Lance Mari�tegui - V�squez Benavides. El acta suscrita, incluye una carta de J. C. Mari�tegui dirigida a A. Secada y a Lauro Curletti. En: El Tiempo, Lima, 27 jun. 1918, p. 3. Fechada y firmada: Lima, 25 de junio de 1918.- J. C. Mari�tegui. Nombra padrinos para concertar el duelo con el Teniente Jos� V�squez Benavides, a los se�ores A. Secada y Lauro Curletti.

(349) El Tiempo, Lima, 28 jun. 1918, p. (1) .

(350) Ibid. Alzamora C. El periodismo europeo... En: Revista Excelsior.

(351) "...y a�n los miembros de la redacci�n no apreciaron igualmente el incidente". Ibid. Mart�nez de la Torre. Apuntes..., t. II, p. 404.

(352) Ibid. Mari�tegui, explica su art�culo de "Nuestra Epoca". En: El Tiempo, Lima, 27 jun. 1918, p. 2. Firmado: J. C. Mari�tegui.

(353) Mari�tegui, J. C. Itinerario de Waldo Frank. En: Variedades: Lima, 25 (1135) :2-3, 4 dic. 1929.

(354) (Mari�tegui, J. C.) El poeta Mart�nez Luj�n... por Juan Croniqueur (seud.) En: El Tiempo, Lima, 19 dic. 1916, p. 2.

(355) Basadre, Jorge. Un Cuarto de siglo de literatura. En: Variedades, Lima 25(1096), 6 mar. 1929.

(356) Ibid. Test. de Bustamante Santisteban.

(357) En: Nuestra Epoca, Lima, 1(2):1-2, 6 jul. 1918.

(358) Ibid. p. 5-6.

(359) Ibid. Mart�nez de la Torre. Apuntes..., t. II, p. 406.

(360) Cable hostil (sin firma) En: El Tiempo, Lima, 30 jun. 1918, p. (1). Ep�grafe de la Secci�n: Voces.

(361) Testimonio de Francisco Alvari�o Herr.

(362) Testimonio de Antenor Orrego.

(363) (Haya de la Torre, V�ctor Ra�l) "Historia de las ideas en el Per�", por Manuel Ibarrola Le�n (seud). En: La Tribuna, Lima, 20 dic. 1966, p. 4 Encabezamiento: Nota bibliogr�fica.

(364) Ibid. Test. de F. Posada.

(365) Tesis presentada en la Facultad de Letras de la Universidad de San Marcos y que fuera publicada en Lima, Sanmarti y C�a., 1916.

(366) Ibid. Test. de C. Falc�n.

(367) Testimonia de Honorio Delgado.

(368) Ingenieros, Jos�. Obras completas... (Buenos Aires) Eds. Mar Oc�ano (1962'61). 8 t.

Bag�, Sergio. Vida de Jos� Ingenieros. Buenos Aires, Eudeba 1963, p. 76-77.

(369)Ingenieros, Jos�. Ideales viejos e ideales nuevos (conferencia pronunciada por J. Ingenieros en el "C�rculo" de Rosario de Santa Fe) Revista de Filosof�a, Buenos Aires, 4(6):409-438, nov. 1918.

(370) Ibid. Test. de H. Delgado.

(371) El Comercio, Lima, del 19 al 26 de julio de 1918.

(372) Ibid. Test. de A. Fern�ndez Soler.

(373) �28 de Julio! (sin firma) En: El Tiempo, Lima, 28 jul. 1918, p. (1) Ep�grafe de la Secci�n: Voces.

Las fiestas patrias en una ciudad serrana. Otra vez (sin firma) en: El Tiempo, Lima, 15 ago. 1918, p. (1).  Ep�grafe de la Secci�n: Voces. Comenta su viaje y estancia en Huancayo.

 (374)Un d�a grande (sin firma) En: El Tiempo, Lima, 12 nov. 1918, p. 2  Ep�grafe de la Secci�n: Voces.

(375) Ibid. Mart�nez de la Torre. Apuntes... , t. II, p. 404-407.

(376) Ulloa, Luis. La ense�anza del �ltimo paro. En: El Tiempo, Lima, 25 ene. 1919, p. 3-4.

(377) Ibid. Test. de E. Roca.

(378) Ibid. "El primer conflicto interno estudiantil fue contra el Dr. Alejandro Deustua. Este movimiento culmin� el a�o 1913 con la organizaci�n del grupo "Juventud", que lleg� a contar con un peri�dico del mismo nombre, que dirige Jos� Antonio Encinas. Los animadores del grupo propiciaban la transformaci�n de los m�todos de ense�anza universitaria, en lo concerniente al aprendizaje memorista y al sistema de copias".

(379)  (Aguila, Humberto del) La jornada de 8 horas, por Rinconete (seud.) En: La Prensa, Lima, 23 ago. 1949, p. 3.

(380) Ibid. Test. de Bustamante Santisteban y Mart�nez de la Torre. Apuntes..., t. II, p. 406.

(381) Ibid. Test. de Bustamante Santisteban.

(382) Ibid. Test. de Fausto Posada.

(383) El Tiempo, Lima, 30 nov. 1918, p. 4.

(384) El Tiempo, Lima, 1 dic. 1918, p. 2.

(385) Cablegrama de los socialistas peruanos. En: El Tiempo, Lima, 1 dic. 1918, p. 2.

(386) La actitud de los socialistas. En: El Tiempo, Lima, 6 dic. 1918, p. 2.

(387) Mari�tegui inaugura sus conferencias sobre la historia de la crisis mundial. En: El Tiempo, Lima, 7 jun. 1923, p. 4.

T�tulo del encabezamiento: En la Universidad Popular.

(388) Ibid. Test. de J. La Chira.

(389) Ibid. Test. de L Bielich Flores.

(390) El Tiempo, Lima, 22 dic. 1918, p. 4.

(391) El Tiempo, Lima, 23, 24, 27 y 28 dic. 1918, p. 5, 2, 3, 3.

(392) El Tiempo, Lima, 23 dic. 1918, p. 4.

(393) Magister Dixit (sin firma) En: El Tiempo, Lima, 26 dic. 1918, p. (1). Ep�grafe de la Secci�n: Voces. Se refiere a Ma�rtua como l�der del socialismo peruano.

(394) La huelga de Tejedores. Los comit�s huelguistas. Los obreros son apresados en Huacho. En: El Tiempo, Lima, 31 dic. 1918, p. 5.

(395) As� reza uno de los p�rrafos de la carta enviada por el Comit� de Huelga a Felipe Chueca, Presidente de la Federaci�n de Estudiantes. En: El Tiempo, Lima, 5 ene. 1919, p. 3-4.

(396) Ibid. Test. de Bustamante Santisteban.

(397) El Tiempo, Lima, 6 ene. 1919, p. 2.

(398) La visita de Alfredo Palacios. En: El Tiempo, Lima, 9 ene. 1919, p. 10.

(399) El maximalismo en Am�rica. En: El Tiempo, Lima, 11 ene. 1919, p. (1)-2.

(400) El Tiempo, Lima, 12 ene. 1919, p.(1).

(401) Ibid. Test. de Fern�ndez Soler.

(402) El Tiempo, Lima, 12 ene. 1919, p. (1) .

(403) El Comit� de Propaganda Socialista. En: El Tiempo, Lima, 13 ene. 1919, p. 2.

(404) Ibid.

(405) Ibid. Test. de Posada, Falc�n y Roca.

(406) Ibid. Grupo al cual empez� a motej�rsele de "Jacobino" por la actitud extremadamente beligerante que asumi�.

(407) Ibid. Test. de Bustamante Santisteban.

(408) El Paro General... En: El Comercio, Lima, 14 ene. 1919, p. (1)-3. Informa sobre la clausura del peri�dico "El Tiempo" y consigna el comunicado del gobierno justificando dicha acci�n reprobable.

(409) Ibid. Test. de Fern�ndez Soler.

(410) El Tiempo, Lima, 23 ene. 1919, p. (1)-2.

(411) Ibid.

(412) Ibid. Mart�nez de la Torre. Apuntes..., t. I, p. 11. "Presentaci�n" firmada: J. C. Mari�tegui.

(413) Ibid. El Tiempo, Lima, 23 ene. 1918.

(414) La llegada del Maestro de la Juventud. En: El Tiempo, Lima, 23 ene. 1919, p. 3.  A la cabeza del t�tulo: Vida Universitaria.

(415) Carta del se�or Augusto B. Legu�a a los estudiantes aceptando el nombramiento de Maestro de la Juventud. En: El Tiempo, Lima, 3 dic. 1918, p. (1) . La nota est� fechada en Londres, el 19 de octubre de 1918.

(416) El Tiempo, Lima, 23 ene. 1919, p. 3.

(417) La separaci�n de los se�ores Mari�tegui y Falc�n. La carta confidencial. En: El Tiempo, Lima, 25 ene. 1919, p. 2.

(418) Sobre las renuncias de los redactores de "El Tiempo". En: La Cr�nica, Lima, 25 ene. 1919, p. 8.

(419) Ulloa, Luis. El caso de los ex-empleados en ,"El Tiempo". En: El Tiempo, Lima, 27 ene. 1919, p. 3-4.

 (420) La juventud defiende a su maestro. En: El Tiempo, Lima, 26 ene. 1919, p. (1). A la cabeza del t�tulo: Noble actitud de los universitarios. Texto del comunicado de la Federaci�n de Estudiantes del Per�:

A nombre de la Federaci�n de Estudiantes del Per�, cuya representaci�n tenemos, protestamos de la innoble campa�a de difamaci�n iniciada contra el se�or Augusto B. Legu�a, Maestro de la Juventud, campa�a que desprestigia a quienes la realizan y es un ultraje a la cultura del pa�s. Lima, 25 de enero de 1919 - Luis G. Garc�a Arrese, Alberto Rey y Lama, Ra�l Porras Barrenechea, C�sar Elejalde Chopitea, Humberto Solary Hurtado, Germ�n Arambur� Lecaros, V�ctor M. Arevalo, V�ctor Ra�l Haya de la Torre.

(421) Papel y tinta (sin firma). En: El Tiempo, Lima, 1 jul. 1918, p. (1) T�tulo de la Secci�n: Voces.

(422) Diplom�ticos de viaje. En: El Tiempo, Lima, 30 ene. 1919, p. 4.

(423) Ibid. Test. de C. Falc�n.

(424) Candidato dem�crata (sin firma) En: El Tiempo, Lima, 31 dic. 1918, p. 3. Ep�grafe de la Secci�n: Voces.

(425) Las obras del Dr. Barr�s. En: El Tiempo, Lima, 2 feb. 1919, p. 2. A la cabeza del t�tulo: Del Parlamento. Texto de la carta del se�or Isa�as de Pi�rola.

(426) Ibid. Basadre. Historia de la Rep�blica, t. IX, p. 4198.

(427) El Tiempo, Lima, 23 feb. 1919, p. 5.

(428) Ibid. Test. de E. Roca.

(429) Carta a un poeta, Juan Croniqueur (seud.) En: El Tiempo, Lima, 1 ene. 1917, p. 11. Mari�tegui se declara franc�filo.

(430) Ibid. Test. de E. Roca.

(431) Ingenieros, Jos�." Obras completas... (Buenos Aires) Eds. Mar Oc�ano (1962 61) t. I, p. 8.

(432) Mella, Antonio. Adalbert Dessau y Manfred Kossok. Mari�tegui tres estudios. Lima, Biblioteca Amauta 1971, p. 85-86.

(433) Ibid. Mart�nez de la Torre. Apuntes..., t. II, p. 405.

(434) Ibid. "Siete ensayos...", p. 142.

(435) Ibid. Cartas a X, por J. Croniqueur (seud.) En: El Tiempo, Lima, 17 jul. 1916, p. (1)-2.

(436) Ulloa, Luis. La ense�anza del �ltimo paro. En: El Tiempo, Lima, 29 ene. 1919, p. 3- 4.

(437) Homenaje de los tarapaque�os al se�or Luis Ulloa. Le entregan una medalla de oro como est�mulo a su patri�tica labor. En: El Tiempo, Lima, 30 ene. 1919, p. (1). El homenaje de los tarapaque�os. Fotograf�a de la medalla de oro entregada por los tarapaque�os... En: El Tiempo, Lima, 2 feb. 1919, P. (1).

(438) (Aguila, Humberto del). La jornada de las ocho horas, por Rinconete (seud.) En: La Prensa, Lima, 23 ago. 1949, p. 3.

(439) El Congreso Socialista de Buenos Aires. En: El Tiempo, Lima, 12 mar. 1919, p. 3.

(440) Puiggros, Rodolfo. Las izquierdas y el problema nacional. Buenos Aires, Ed. Jorge Ar�valo S. A., 1967, p. 90.

(441) El Comit� Socialista. En: El Tiempo, Lima, 6 abr. 1919, p. 3.

(442) El Partido Socialista del Per� se organiza. En: El Tiempo, Lima, 22 abr. 1919, p. 7.

(443) Ibid. Mart�nez de la Torre. Apuntes..., t. II, p. 406.

(444) Ibid.

(445) Ibid. Test. de Bustamante Santisteban.

(446) Mari�tegui, Jos� Carlos. Defensa del marxismo; pol�mica revolucionaria. Lima, "Biblioteca Amauta" 1959, p. 16.

(447) Ibid. Baz�n. Biog. de J. C. M., p. 68-69.

(448) Ibid. Test. de Erasmo Roca.

(449) Ibid.

 (450) Ibid. Mart�nez de la Torre. Apuntes..., t. II, p. 404-407.

(451) Obreros deben alejar de su causa intereses de los pol�ticos. En: El Comercio, Lima, 4 abr. 1919.

(452) Ibid. Mart�nez de la Torre. Apuntes..., t. II, p. 404-407.

(453) La llegada del Dr. Palacios. En: El Tiempo, Lima, 30 abr. 1919 p. 2.

(454) El Congreso Socialista de Buenos Aires. En: El Tiempo, Lima, 1� mayo 1919, p. 2.

La conferencia Socialista de Buenos Aires. Los delegados peruanos, por Justus (seud.) En: El Comercio, Lima, 22 mayo 1919, p. 3.

(455) Conferencia socialista obrera panamericana. En: El Comercio, Lima, 23 mayo 1919, p. 3.

(De "La Prensa" de Buenos Aires, del 28 de abril).

(456) Instalaci�n del Partido Socialista. En: El Tiempo, Lima, 2 mayo 1919, p. 6.

(457) La fiesta del 1� de Mayo... El Comit� "Pro-Abaratamiento de las Subsistencias". En: La Prensa, Lima, 2 mayo 1919, p. 6.

(458) Ibid. Test. Posada, Bustamante Santisteban, Ar�valo, etc.

(459) Ibid. La fiesta del 1� de Mayo... En: La Prensa, Lima, 2 mayo 1919

(460) . Ibid. p. 6. La celebraci�n del 1� de Mayo... El Comercio, Lima, 2 de mayo de 1919, p. 2.

(461) El Partido Socialista. En: El Tiempo, Lima, 3 de mayo 1919, p. 3.

(462) Ibid. Mart�nez de la Torre. Apuntes..., t. 11, p. 250.

(463) Ibid., p. 251.

(464) Ibid. p. 26.

(465) El Partido Socialista y las subsistencias. En: El Tiempo, Lima, 7 mayo 1919, p. 5

(466) El paro general y el Partido Socialista. Este Partido es ajeno al paro en proyecto. En: El Tiempo, Lima, 11 mayo 1919, p. 3.

(467) "La Raz�n", el diario que durante poco m�s de tres meses, dirigimos y sostuvimos en 1919 C�sar Falc�n y yo y que iniciado ya nuestro orientamiento hacia el socialismo, combati� al flanco del proletariado, con �nimo de "simpatizante", en una vigorosa movilizaci�n de masas". Mart�nez de la Torre, Ricardo. El movimiento obrero de 1919. Presentaci�n a "El movimiento obrero en 1919", por J. C. Mari�tegui. Lima, Ed. Minerva, 1928.

(468) Test. de Emilio Goyburu y V. M. Villavicencio.

(469) La Raz�n, Lima, 14 mayo 1919, p. 3.

(470) La Raz�n, Lima, 14 mayo 1919, p. 3.

(471) Ravines, Eudocio. La gran estafa... M�xico, D. F., Libros y Revistas, S. A., 1952, p. 67-68.

(472) Aguila, Humberto del. La Raz�n diario proletario. En: La Prensa, Lima, 25 ago. 1949, p. 3 y 5.

(473) Ibid.

(474) La Raz�n, Lima, 19 mayo 1919, p. (1).

(475) Ibid. Test. de F. Pasada.

(476) Ibid. Test. de Fern�ndez Soler.

(477) Testimonio de Antenor Escudero Villar.

(478) Ibid. Test. de Fern�ndez Soler.

(479) La reorganizaci�n de los grupos pol�ticos, por J. C. M. (seud.) En: Nuestra Epoca, Lima, 1(2) : 1-2, 6 jul. 1918.

(480) La Prensa (edici�n de la tarde) Lima, 19 mayo 1919, p. 3.

(481) Ibid. Mart�nez de la Torre. Apuntes..., t. II, p. 250.

(482) Ibid. p. 251.

(483) El Socialista. En: El Tiempo, Lima, 21 mayo 1919, p. 5.

(484) Ibid. Test. de Bustamante Santisteban.

(485) Ibid. Test. de F. Posada.

(486) Ibid. Mart�nez de la Torre. Apuntes..., t. I, p. 32-45.

(487) Consecuencias del mitin del domingo. La Prensa, Lima, 27 mayo 1919, p. 3.

(488) (Aguila, Humberto del) Gutarra y Barba apresados. Un paro general, por Rinconete (seud.) La Prensa, Lima, 1 set. 1949, p. 3.

(489) Ibid. Falc�n, C. El mundo que agoniza, p. 16.

(490) Ibid. Del Aguila. La Prensa, Lima, 1 set. 1919, p. 3.

(491) Ibid.

(492) El Comit� "Pro-Abaratamiento de las Subsistencias"... En: La Prensa, Lima, 2 jun. 1919, p. 3.

(493) Ibid. (Presentaci�n a:) El movimiento obrero en 1919. Lima, Ed. Amauta, 1928.

(494) El peri�dico, desde el 6 de junio, se convirti� de vespertino en matutino.

(495) Coss�o del Pomar, Felipe. V�ctor Ra�l: Biograf�a de Haya de la Torre (primera parte) M�xico, D. F., Ed. Cultura, S. A., 1961, p. 120.

(496) Ibid. Test. de R. Porras Barrenechea.

(497) Ibid.

(498) Testimonio de Ricardo Vegas Garc�a.

(499) Porras Barrenechea, Ra�l. El aniversario de la reforma universitaria. En: La Prensa, Lima, 30 jun. 1919 (edic. de la tarde), p. 2.

(500) La Raz�n, Lima, 27, 28, 29 y siguientes jun. 1919.

(501) Ibid. Test. de Juan C. La Chira.

(502) Ibid.

(503) Ibid. Mart�nez de la Torre. Apuntes..., t. II, p. 251-252.

(504) La Raz�n, Lima, 8 jul. 1919.

(505) Ibid. Test. de F. Posada.

(506) Ibid. Mart�nez de la Torre. Apuntes..., t. I, p. 48.

(507) La Raz�n, Lima, 10 jul. 1919, p. (1).

(508) El Tiempo, Lima, 1� ago. 1919, p. (1).

(509) El Tiempo, Lima, 2 ago. 1919, p. (1).

(510) El Tiempo. Lima, 3 ago. 1919, p. 3.

(511) El Tiempo, Lima, 6 ago. 1919, p. 3.

(512) El Tiempo, Lima, 8 ago. 1919, p. 3.

(513) El Tiempo, Lima, 9 ago. 1919, p. 2.

(514) Ibid. Porras Barrenechea. Aniversario de la Reforma.

(515) La Prensa, Lima, 19 ago. 1919, p. 6.

(516) Ibid. Test. de Falc�n, Posada, Fern�ndez Soler.

(517) Elites y desarrollo en Am�rica Latina. Buenos Aires, Ed. Paid�s, (1967), p. 2.

(518) (Aguila, Humberto del). "La Raz�n" deja de editarse, por Rinconete (seud.) En: La Prensa, Lima, 16 oct. 1949, p. 3.

El cronista autor de la mencionada nota, al proseguir en su relato "La Raz�n deja de editarse", reitera el testimonio, de su anterior art�culo, intitulado: "La Raz�n diario proletario" (La Prensa, Lima, 25 ago. 1949, p. 3), en el cual sostiene que tanto Mari�tegui como Falc�n tuvieren un pacto secreto con el legui�smo para publicar "La Raz�n", cuya finalidad deb�a estar orientada a socabar hondamente las bases del r�gimen de Pardo. Y cumplida la misi�n period�stica, los directores Jos� Carlos y C�sar recibieron como premio el viaje a Europa, seg�n expresa afirmaci�n de Humberto del Aguila.

Indudablemente que esta no fue por cierto la �nica versi�n, circularon otras no menos fantasiosas y calumniosas contra los periodistas de aquel diario, que se enfrentaba a la poderosa oligarqu�a -a la mism�sima fuerza- a la que obedec�an ciegamente Pardo, Asp�llaga y Legu�a. en defensa de los sectores populares y revolucionarios.

Y entre aquellos asertos, tenemos tambi�n la especie que hiciera circular el diario "La Cr�nica" (y que fuera desmentida en carta p�blica por los cuatro periodistas -incluido Del Aguila- y el administrador Meza) y que recoge Coss�o del Pomar

en su obra: V�ctor Ra�l... (M�xico, D. F., Ed. Cultura, T. G. S. A., 1961, p. 120) que dice a la letra: "La Reforma no cuenta con m�s apoyo que el peri�dico "La Raz�n", hoja de historia conocida, Jos� Carlos Mari�tegui y C�sar Falc�n, redactores del diario pro-legui�sta "El Tiempo" renuncian de improviso a seguir en �l; se pasan al bando opuesto. El rumor p�blico los acusa de haberse entregado a Asp�llaga".

Igualmente existe otra imputaci�n contra ellos, la que los sindica de estar al servicio de los bolcheviques, de la cual hemos dado cuenta en el cap�tulo anterior de esta biograf�a.

Todas estas seudo explicaciones caen por su propio peso cuando comprobamos la sinceridad, el desinter�s y el sacrificio personal de quienes libraron las heroicas campa�as desde la tribuna proletaria -como el pueblo la bautizara- de "La Raz�n", por la transformaci�n de la sociedad tradicional.

Las tergiversaciones expuestas, sospechosamente tramadas, las rechazamos. Felizmente, se pudo conseguir declaraciones directas de tres, redactores de "La Raz�n" (Falc�n, Posada y Fern�ndez Soler) cuyos testimonios refutan incontrastablemente las patra�as de sus oficiosos y lenguaraces coet�neos.

(519) El Arzobispado, instigado por el gobierno de Legu�a, se neg� a seguir imprimiendo en sus propios talleres, el diario "La Raz�n".

(520) Ibid. Mart�nez de la Torre. Apuntes..., t. II, p. 403.

(521) La Prensa, Lima, 9 ago. 1919, p. 6. Tambi�n se public� en "El Tiempo" -ese mismo d�a- en su p�g. 4.

(522) La Prensa, Lima, 12 ago. 1919, p. 4.

(523) Testimonio de Francisco Loayza.

(524) Ibid. Test. de Posada.

(525) Ibid.

(526) Ibid.

(527) "La Raz�n" se transform� en un hogar del movimiento organizado de los empleados y Mari�tegui en uno de sus expertos consejeros" Ibid. Ravines, La gran estafa..., p. 68.

(528) Ibid. Test. de Posada.

(529) El proletariado, gesto tard�o e inconveniente. En: La Raz�n, Lima, 26 jun. 1919, p. 3.

(530) El Tiempo, Lima, 13 ago. 1919, p. (1).

(531) La Raz�n, Lima, 25 jun. 1919, p. 4.

(532) La Raz�n, Lima, 26 jun. 1919, p. 5.

(533) La Raz�n, Lima, 12 jul. 1919, p. 5.

(534) La Raz�n, Lima, 14 jul. 1919, p. 5.

(535) Ibid. Porras Barrenechea. Aniversario de la reforma...

(536) El Tiempo, Lima, 13 ago. 1919, p. (1).

(537) El Tiempo, Lima, 18 ago. 1919, p. 3.

(538) El Comercio, Lima, 20 ago. 1919, p. 4.

(539) La Tribuna, Lima, 26 ene. 1964.

(540) El Tiempo, Lima, 31 ago. 1919, p. 3.

(541) Ibid. El Tiempo, Lima, 1 ago. 1919.

(542) Ibid. Test. de Fern�ndez Soler.

(543) Ibid.

(544) Partida de nacimiento n�mero 28, correspondiente a la fecha 26 de agosto de 1919, en la que se da cuenta de la venida al mundo de la ni�a T�rtola Mar�a Falc�n Ferrer, ocurrido el d�a 19 del mismo mes.

(545) Ibid. Test. de Posada, Falc�n y Fern�ndez Soler.

(546) El Tiempo, Lima, 10 set. 1919, p. (1).

(547) La Prensa, Lima, 13 set. 1919, p. (1).

(548) La Prensa, Lima, 20 set. 1919, p. 3.

(549) La Prensa, Lima, 13 set. 1919, p. 2-3.

(550) La Prensa, Lima, 15 set. 1919, p. 6.

(551) Ibid. p. 15.

(552) El Tiempo, Lima, 15 set. 1919, p. 2.

(553) El Tiempo, Lima, 17 set. 1919, p. 2.

(554) El Tiempo, Lima, 19 set. 1919, p. 6.

(555) La Prensa, Lima, 20 set. 1919, p. 2-3.

(556) El Tiempo, Lima, 16 set. 1919, p. 5.

(557) La Prensa, Lima, 21 set. 1919, p. 6.

(558) La Prensa, Lima, 24 set. 1919, p. 2.

(559) La Prensa, Lima, 25 set. 1919, p. 2. Ibid. p. 2.

(560) Ibid. p. 2.

(561) La Prensa, Lima, 27 set. 1919, p. 6.

(563) Ibid. Test. de F. Posada.

(564) Ibid. Siete ensayos... p. 90.

(565) La Prensa, Lima, 23 set. 1919, p. 3.

(566) El Tiempo, Lima, 23 set. 1919, p. (1).

(567) Ibid. El aniversario de la reforma...

(568) Ibid. Test. de F. Posada.

(569) Ibid. Test. de R. Porras Barrenechea.

(570) Que transcribo a Ud. para su conocimiento y dem�s. Dios guarde a Ud. Firmado: C�sar Elguera.

(571) Ibid. Test. de Foci�n Mari�tegui.

(572) Ibid. Test. de C. Falc�n.

(573) Ibid. Falc�n. El mundo que agoniza, p. 17-18.

(574) Ibid. Test. de C. Falc�n.

(575) El texto original (Ideolog�a y Pol�tica en el Per�) al que se refiere, se extravi� cuando fue enviado a Espa�a -por correo-, durante el per�odo de la dictadura del general Primo de Rivera, para su publicaci�n.

(576) El libro de la nave dorada. Trujillo, En: "El Norte", 1926.

(577) Ibid. Siete ensayos.., p. 260-261

(578) Ibid. Mari�tegui, explica su art�culo de "Nuestra Epoca".

(579) Ibid. Test. de C. Falc�n, Del Aguila y Bustamante Santisteban.

(580) Ibid. Test. de F. Posada, Fern�ndez Soler, Bustamante Santisteban.

(581) Texto del pasaporte otorgado a Jos� Carlos Mari�tegui: N�mero 1438 - Prefectura de Lima. Pasaporte concedido al ciudadano don Jos� Carlos Mari�tegui que se dirige a Italia v�a Nueva York.  Documentos presentados para su identificaci�n: Lima, 29 de setiembre de 1919. Filiaci�n.

Edad 22 a�os. Estado soltero. Profesi�n periodista. Raza blanca. Cara oval. Cabellos negros. Ojos pardos. Boca regular. Labios regulares. Pilosidades en la cara, Cejas regulares. Estatura 1.61 cms. Se�as particulares cojo del pie izquierdo. retrato y firma del interesado.

Los datos fueron extra�dos del archivo de la Prefectura de Lima. por cortes�a de Pablo Bustamante Basagoitia, secretario de la menasnada instituci�n.

(582) "... Jam�s olvidar� que al embarcarme, despu�s de escribir diez a�os en peri�dicos durante los cuales Ud. sabe cu�nto hice y cu�nto serv�, s�lo fueron a despedirme Ud. y dos amigos m�s, compa�eros de �ltima hora y sin nada personal que agradecerme. En cambio, muchos periodistas madrugaron para despedir a uno de sus camaradas de prostituci�n en los fumaderos de opio". Fragmento del contenido de una carta escrita por C�sar Falc�n a Humberto del Aguila - Madrid, 7 de feb. de 1920. Reproducida tambi�n en: Falc�n. C. "Exaltaci�n y antolog�a". Lima, Eds. Hora del Hombre 1971, p. 46.

(583) Ibid. Test. de C�sar Falc�n.

(584) Ibid. Falc�n. El mundo que agoniza..., p. 18-21.

(585) Ibid. Cartas a X... En: El Tiempo, Lima, 17 jul. 1916.

(586) Testimonio de Toribio Beteta.

(587) Ibid. Test. de Beteta.

(588) Ibid.

(589) Testimonio de Nina Flores.

(590) New York Times, New York, 6 nov. 1919.

(591) Ibid. Test. de Beteta y Nina Flores.

(592) Petersen, Florence. El movimiento obrero norteamericano: historia y desarrollo. Buenos Aires, 1963, p. 32.

(593) Ibid. Test. de C. Falc�n.

(594) Diario de los Debates de la Asamblea Nacional de 1919. Lima, 1919. 1007 p. Sesi�n del jueves 16 de octubre de 1919. Primer volumen, p. 475.

(595) Ibid. Jorge del Prado en su testimonio afirma, que Haya de la Torre, de paso por Arequipa para asistir al Congreso de Estudiantes del Cuzco, se aloj� en el local de la Prefectura de la ciudad del Misti por recomendaci�n expresa del gobierno de Legu�a.

Dice tambi�n, que luego de haber dictado una conferencia a los alumnos de la Universidad Nacional de San Agust�n de Arequipa, V�ctor Ra�l se sinti� indispuesto, padeciendo de dolores agudos a la garganta, a tal punto que el hermano mayor de Jorge, Luis del Prado a la saz�n amigo del joven directivo universitario procedente de Lima, tuvo que suplicarle a su se�ora madre para que acudiera al aposento del se�or Haya de la Torre, quien se hallaba hospedado en el edificio de la Prefectura, a fin de que le aplicara toques de yodo y le suministrara alg�n brebaje casero para as� poder atenuar la dolencia gripal que lo manten�a postrado en cama.

(596) El se�or Augusto B. Legu�a es proclamado Maestro de la Juventud. La sesi�n de anoche en la Federaci�n de Estudiantes. Se acuerda hacerle un cable comunic�ndole su designaci�n. El Tiempo, Lima, 14 oct. 1918, P. (1).

Se informa que la Asamblea de delegados de la Federaci�n de Estudiantes, conformada por los alumnos: Denegri, Encinas, Ure�a, B�ez, Elejalde, Puente, Legu�a (Jorge), Legu�a (Oscar), Chueca, Corzo, Beau mont, Salinas, Garc�a Arrese, Quesada, Bueno, Mercado, D�az Ojeda, Aste. Barrantes, Haya de la Torre, S�nchez, Quintana, N��ez, Bielich y Llerena, procedi� a ratificar la designaci�n de Legu�a como Maestro de la Juventud y a redactar el texto del cable que le dirigir� a Londres, donde resid�a el mencionado pol�tico peruano y candidato a la presidencia de la Rep�blica (1919-1924).

(597) Ibid. Mart�nez de la Torre. Apuntes.... t. II, p. 404-407.

(598) Ibid. Test. de Toribio Beteta.

(599) Ibid. Test. de Nina Flores.

(600) Ibid. Test. de Beteta.

(601) Ibid. Falc�n, C. El mundo que agoniza..., p. 23-24.