LA CREACI�N HEROICA DE JOS� CARLOS MARI�TEGUI | ||
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CAPITULO IV
"LA NOVELA Y LA VIDA" O EN BUSCA DE SI MISMO
"La vida excede a la novela; la realidad a la ficci�n". (Mari�tegui, J. C. La novela y la vida. Lima, Emp. Ed. Amauta, 1959, p. 59)
Entramos al per�odo que abarca el trance de la adolescencia a la juventud en Mari�tegui, etapa donde manifiesta su mayor intensidad la pugna por ser y afirmarse en la irrenunciable identidad personal. Siendo as� que el cap�tulo de la presente divisi�n (primera parte del encabezamiento que va entre comillas) que hemos tomado de la novela de Jos� Carlos publicada en la revista "Mundial" en ocho entregas (130), trasunta m�s que "una vuelta a la creaci�n literaria", como sostienen algunos cr�ticos, ciertas reminiscencias de la angustia sufrida durante el trienio 1914-1917 en que discurre realmente entre la novela y la vida o entre la ficci�n y la realidad. Lapso en que se agudiza en �ste el conflicto paterno, que conlleva desde la infancia. Tiempo m�s tarde (aqu� viene el por qu� de la elecci�n del nombre de este cap�tulo), ya en Europa (1919-1923), en plena juventud Mari�tegui, libre de la crisis de la adolescencia, habr� de recibir un impacto con la lectura de una historia sensacional, que ha de retrotraerlo -digamos as�- a la mocedad. En efecto, la p�rdida de identidad del profesor Canella a consecuencia de una herida recibida en la guerra ha de impulsar a Mari�tegui a escribir "un relato a base de aquel accidente, mezcla de cuento y cr�nica, de ficci�n y realidad" no exento de cierta dosis autobiogr�fica, aunque no coinciden aparentemente la trama con su problem�tica. Pero si penetramos dentro de una y otra vida, saltar� a la vista m�s de un punto de contacto con la infortunada b�squeda de la identidad personal que persigue Jos� Carlos. Por lo pronto, nadie m�s que Mari�tegui comprend�a en toda su dimensi�n humana las dos verdades -que lo aproximan al caso del profesor Canella: la subjetiva, en la que siempre vivi� anhelando completar su personalidad y la objetiva, en la que vivieron los otros sin comprender el destino ajeno. Despu�s de todo, viv�a en �l una novela un poco tr�gica, que deseaba escribir alguna vez. Y por cierto que ese momento no se hace aguardar mucho tiempo. As� un buen d�a -cuando se cre�a apartado de las inquietudes de su adolescencia- al leer en los peri�dicos de Italia un complejo problema de identificaci�n, Jos� Carlos se sinti� cautivado por el suceso. Todo ello, en cierto modo, no le era extra�o, parec�a reconocer algo en com�n con ese episodio. Lentamente afloraba el personaje de la novela que ansiaba realizar. Y en tal circunstancia, aquellos impulsos contradictorios del profesor Canella, habr�n de hacerle recordar los a�os en que �l (Mari�tegui) padeci� de la obsesi�n por desentra�ar el misterio en torno a la existencia del padre para completar su identidad personal. En el fondo, tales incidencias protagonizadas por el cambio de identidad del soldado peninsular, debi� hacer impacto en la sensibilidad de Jos� Carlos. Igual que el profesor Canella, Mari�tegui se la pas� tratando de hallar su verdadera filiaci�n, aunque utilizando otros medios para lograr su prop�sito. Compenetrado, pues, del problema del profesor Canella, experiment� la ansiedad de novelar ese caso judicial, reconociendo que esos fundamentos dram�ticos no eran ins�litos para la tragedia de su propia vida, que se descifran casi con tanta claridad como si los hubiera vivido el mismo Mari�tegui. Y no es dif�cil ver aparecer de modo claro, a medida que avanzamos en las p�ginas de "La novela y la vida....", algunos reflejos del conflicto paterno de Jos� Carlos. El protagonista tiene ciertos elementos de Mari�tegui mezclados con los provenientes de su propia desdicha. Por rara coincidencia, algo parecido ocurri� con Luigi Pirandello. Recordemos que el a�o 1904 lo indujo a escribir "Il Fumatia Pascal" (131) una informaci�n period�stica concerniente a cierto m�sico milan�s, cuya muerte aparente no le convino desvirtuar, durante a�os al protagonista de la f�nebre noticia. Pirandello encontr� en aquella versi�n el tema para una novela que, desde luego, no era ajena a su propia vida. Sabemos que �ste viv�a una existencia atormentada, con las contingencias familiares. De manera que deb�a afrontar las obligaciones econ�micas, cada d�a m�s complicadas para un padre que tiene hijos estudiantes, una mujer enferma y escaso trabajo. De all� que siempre so�ara con otro mundo, fuera de los lazos, de los deberes, fuera de los embustes creados por la bondad de la convivencia, fuera de las conveniencias. Cuando estaba imbuido de estas ideas, le llega la noticia policial del extra�o caso y decide escribir una novela. De donde resulta que con la obra "El difunto Mat�as Pascal" realiz� en ficci�n lo que hubiera querido hacer en la realidad. "Efectivamente, se trata de un muerto. El personaje que Pirandello ha escogido es la sombra de s� mismo; o, mejor dicho, es el dise�o de aquel Pirandello que hubiera querido matarse en aquella noche memorable (en la que le asalta la idea del suicidio) y ha seguido viviendo, en la imaginaci�n del escritor, como un hombre que se ha matado". Y bajo el signo Pirandelliano, a�os despu�s, Jos� Carlos recoge otro acontecimiento policial que encaja muy bien dentro de su vida. Aunque Mari�tegui utiliza otros elementos autobiogr�ficos, sin embargo existen hilos invisibles que unen una y otra vida torturada y descrita. El caso del profesor Canella -en la pluma de Jos� Carlos- tuvo el desenlace que anhelaba para la soluci�n de su singular problema. Valdr�a la pena anotar, aunque sea de pasada, como �ste muchas veces pens� en encarnarse en otro personaje para evitar las preguntas indiscretas sobre sus relaciones con los familiares de la rama paterna. De estas pretendidas fugas debi� haber quedado un rezago en Mari�tegui y as� cuando se enter� -igual aconteci� con Pirandello- de la confusa historia del profesor Canella, la sinti� como parte de su propia existencia. Al fin de cuentas, uno y otro escritor -Pirandello y Mari�tegui- coinciden en buscar personajes y temas novel�sticos entre los sucesos cotidianos, en un inconsciente intento autobiogr�fico (132). Precisa, pues, a continuaci�n, explicar someramente -con riesgo de repetir lo esbozado en el cap�tulo precedente el infortunio que habr� de aquejar a Jos� Carlos con anterioridad a la obra "La novela y la vida...", la cual es un reflejo de la dura realidad de su vivir que cubre su adolescencia como hemos venido rese�ando. En el per�odo que entramos, nuestro biografiado acusar� una mayor acentuaci�n en el prop�sito manifiesto de aproximarse a lo que intuye le hace falta para completar su identidad personal. Al entrar al trienio 1914-1917 encontramos que la vida de Jos� Carlos, por esos a�os, se caracteriza por una incesante indagaci�n paterna. Entonces, este adolescente que no se resigna a ser un hijo sin padre, ha de aferrarse a todo indicio por d�bil o exiguo que sea con tal que le gu�e hacia el objetivo primordial: saber qui�n es su progenitor. Aqu� (como queda consignado en el cap�tulo anterior), precisa-mente al enfrentar esta incierta situaci�n, recordar� que su padre seg�n testimonio proporcionado por su t�o materno Juan: "...era un hombre aristocr�tico y usaba las mejores cabalgaduras en el pueblo de Say�n" (lugar donde entablara relaciones con la madre de Mari�tegui). Esta pista escueta, que le hab�a producido una impresi�n imborrable, se convertir� en una tremenda obsesi�n. Y en el curso de esos a�os (1914-1917), el binomio "hombre aristocr�tico y cabalgaduras" encaminar� su dram�tica b�squeda. As� estimulado por ese imperativo empieza a identificarse con su padre, con los miembros de la familia de �ste, con sus amigos y en algunos casos con todo lo que tenga ciertos ribetes aristocr�ticos (es cuidadoso en la indumentaria, hasta dir�amos elegante, agradable en los modales y muy propenso a las extravagancias) y a frecuentar el espect�culo h�pico. D� esta manera se traslada, ya no en sue�os sino en la realidad, al ambiente en el que �l cre�a que viv�a su padre. Y desde luego no estaba equivocado, porque lo viv�an los parientes de aqu�l. Despu�s de todo, era una forma de acercarse a lo anhelado y, tambi�n, de materializar el vuelo de su imaginaci�n. Pero �hemos hablado de sue�os? Efectivamente, los hubo antes de que todo girara en torno al complejo problema que habr� de afectar a Jos� Carlos en relaci�n con el padre. Procuremos ahora rehacer lo que podr�amos llamar la �poca del ensue�o. Evoquemos en este sentido, las narraciones m�ticas que escucha de ni�o Mari�tegui y cuyos temas en los m�s de los casos se refieren a la conducta de los hijos para con los padres. Despertada la inquietud por conocer al autor de sus d�as, cree que �ste proviene de alg�n personaje muy importante. Esta circunstancia lo lleva a identificar a su progenitor con ciertos h�roes legendarios. Al revelar este encantamiento, propio de su tendencia al ensue�o, no faltan ocasiones en que, influido por los relatos de sus familiares y amigos, le parece sentir extra�os llamados del padre que busca la ayuda de su peque�o hijo. Debemos recalcar que desde la infancia Mari�tegui tiene a su progenitor por noble o divino; es decir, por el hombre perfecto. Despu�s confesar� "...a medias soy sensual y a medias soy m�stico" (133). M�s tarde, cuando empiezan a preguntarle de qu� Mari�tegui procede, ratificar� que forma parte -por esa rama- de una familia ilustre. En el fondo, este hecho viene a ser otra de las razones -la primera fue el testimonio que obtuviera acerca de la extracci�n social de su padre de labios del t�o materno- para no seguir sinti�ndose de origen oscuro y an�nimo, aunque se da el caso de que su propia madre y los familiares de �sta lo son. Incluso Mari�tegui hab�a compartido en la ni�ez y comienzo de la adolescencia tal linaje popular. Dentro de esta situaci�n, cabe tener en cuenta el dualismo indivisible de h�roes e hijos con que se halla compenetrado Jos� Carlos en esa etapa. Entendamos que esta extra�a combusti�n, alimentada por las pesquisas paterna y por ciertos personajes mitol�gicos, le posibilitan el desplazamiento a otro ambiente social para cumplir su ansia de seguridad. Pero el problema para �l, planteado el estado de cosas que hemos mencionado, radica: �c�mo establecer contacto directo con los familiares paternos? Bastar� decir que la tenacidad indoblegable de Mari�tegui, andando el tiempo lograr� el acercamiento con los parientes de alcurnia (134). Pero ello, por cierto, no satisfar� la idea obsesiva que se presentaba en su vida: �Qui�n soy yo? �Por qu� no me acepta mi padre? Situados en este trance, fijemos pues la mirada en la madre, triste y retra�da. Esta mujer, sencilla y trabajadora, observaba en silencio, pero con inquietante preocupaci�n, la singular conducta de su hijo, la cual le hac�a rememorar continuamente la ingrata figura del marido perdido. Y aunque ella no aprobaba la actitud de Jos� Carlos, termin� a la postre conform�ndose con verlo raro y lo que es m�s, indiferente con el hogar humilde del cual saliera. Sin embargo, para esta madre abnegada, que se limita a padecer la vida, no existe queja ni la m�s m�nima frase de amargura. Para ella todo cuanto ocurre -como hemos anotado en el primer cap�tulo proviene de una culpa que pesa sobre toda la familia Mari�tegui, un castigo de Dios (135), quien sanciona en los hijos los pecados de los padres. En cambio para el v�stago, identificado enteramente con su progenitor -a trav�s del d�bil testimonio del t�o-, no le causaba ning�n malestar saber que pertenec�a a otro medio, y aun a otra �poca. De lo que se deduce que para �l resultaba cada d�a m�s estrecha la atm�sfera hogare�a. Durante este proceso que confronta Jos� Carlos atormentado por profundos secretos, se encuentra frente a dos mundos (representados por el padre y la madre) completamente diferentes y antag�nicos. Agobiado por esta pugna, transitar� entre "La novela y la vida" o entre la ficci�n y la realidad. Pero esta gran confusi�n entre la que se polariza la vital tensi�n de su existencia, la imagen de la madre tiene hondo sentido para Mari�tegui. Y tan lo tiene que, al final de los tres a�os decisivos para su propia personalidad y destino (1914-1917), se produce el reencuentro con aqu�lla; es decir, con el verdadero camino hacia su creaci�n heroica. Observemos que durante el trienio a que nos referimos se va a poner al descubierto la existencia de una introversi�n dominante en la vida de Mari�tegui. As� tenemos que no obstante las ostensibles manifestaciones de dandysmo y aristocratismo que se dan en Jos� Carlos, existe tambi�n ciertas evidencias de disconformidad y de renovaci�n. No olvidemos que lo primero est� dirigido a encontrar el apoyo paterno, y lo segundo, aunque d�bilmente, a hacer m�s humana las circunstancias en las que vive. Penetremos todav�a un poco m�s en el mundo an�mico de nuestro biografiado. Al propio tiempo que se manifiesta, en forma bastante visible, el sentido aristocr�tico en Mari�tegui, se hace patente otro aspecto contradictorio: su desagrado contra los factores econ�micos que lo apartan de su vocaci�n de escritor y su vigorosa acci�n contra el academicismo y los valores tradicionales en el campo literario y art�stico, se�alando con ello un decidido y franco af�n renovador. Dualidad en Jos� Carlos que se refleja en lo m�s profundo de su ser y que va a crearle h�bitos interiores de sufrimiento y perseverancia. Como es natural, esta actitud obedece a un proceso muchas veces latente y otras veces activo, pero en uno y otro caso se puede distinguir n�tidamente las dos demostraciones opuestas que luchan dentro de �l para responder a una interrogante angustiosa. Establecidas, pues, plenamente las dos inclinaciones o tendencias irrevocablemente adquiridas por Mari�tegui: aristocracia y rebeld�a, podr�an, encuadr�ndolas dentro de cierta objetividad, reducirse a una sola y tener por com�n denominador el exhibicionismo o el deseo de diferenciarse de los dem�s; sin embargo, profundizando en su conducta, confirmamos que las indicadas actitudes son divergentes: Si quisi�ramos ejemplarizar con hechos concretos estos polos opuestos que gu�an a Mari�tegui hacia distintas direcciones (aristocraciarebeld�a), tendremos que recordar los indicios suministrados por el t�o Juan (La Chira) para la b�squeda del padre; los cuales al no constituir la respuesta adecuada a su pesquisa, lo llevan a la atm�sfera aristocr�tica de las revistas lime�as dedicadas a comentar y a exaltar la vida fr�vola de la "alta sociedad", a las reuniones dominicales del Hip�dromo de "Santa Beatriz" y a procurar no s�lo amistades distinguidas sino tambi�n a practicar modales extravagantes y a mostrar cierto refinamiento. En rigor, todo ello confluye en un desesperado intento por alcanzar los aspectos inmediatos, lo moment�neo, que lohacen frecuentar la vida superficial del ambiente por el cual discurre la familia paterna, sin renunciar por cierto, en ning�n momento, a la herencia mestiza. Perdido ante la interrogante �d�nde est� mi padre? y �c�mo ser� �l?, parece dar vuelta a la noria. Su continua demanda, puede considerarse como manifestaci�n de un sentimiento mutilado, el convencimiento de ser "incompleto". El mundo del padre -que m�s o menos �l intuye- est� incrustado, si se quiere dentro de su alma. Su progenitor, pues, viv�a con mucha fuerza en �l. Por otra parte, su extracci�n social lo impulsa inconscientemente a una innata rebeld�a, puesta en evidencia en la posici�n de descontento que adopta contra la propia empresa period�stica d�nde trabaja, al negarse �sta a publicar informaciones veraces sobre la violenta campa�a desatada por Billinghurst contra el "pierolismo", debido a que "La Prensa", a la saz�n, era abiertamente partidaria de aqu�l; en su actitud gremial como fundador del "C�rculo de Periodistas"; en su pol�mica con el cr�tico y pintor Te�filo Castillo, adieto a lo acad�mico; y en su ojeriza a Pardo y Riva Ag�ero. Desde luego, estas posiciones que se definen y se expresan en variadas formas en el campo social, responden a necesidades fundamentales del alma de Mari�tegui y a la trayectoria de esa dolorosa b�squeda que sostiene. Por entonces, a despecho del academicismo en boga, la Universidad para Mari�tegui segu�a siendo su contacto con los libros, la mesa de redacci�n del peri�dico y el di�logo con hombres extraordinarios y de reconocida solvencia moral. En primer lugar, se distingue don Manuel Gonz�lez Prada -excepcional valor extrauniversitario y poseedor de una "...noble y fuerte rebeld�a..."- y su unig�nito Alfredo. En segundo, las mentadas reuniones de periodistas y literatos j�venes en la sala de redacci�n de "La Prensa" (que hemos mencionado en el cap�tulo III), que ten�a mucho de tertulia de Caf� y de cen�culo bohemio. Pero merece consignarse aqu�, que Jos� Carlos, merced a la incomparable capacidad de trabajo y a su �vida inquietud espiritual, logra ser admitido tambi�n en las reuniones de la plana mayor de la calle Baqu�jano, donde habr� de recibir casi con unci�n las magistrales lecciones de Alberto Ulloa Cisneros, Luis Fern�n Cisneros, Jos� Mar�a de la Jara y Ureta, Leonidas Yerovi, Enrique Castra Oyanguren, Federico Larra�aga, Federico Blume y otros contertulios que sol�an reunirse frecuentemente para conversar sobre temas literarios, period�sticos y pol�ticos con los cuales "...manten�an el fuego sagrado de la informaci�n y del esp�ritu cr�tico..." de "La Prensa" (136). Todos estos personajes, de gran autoridad y competencia, estaban in-fluidos por Rub�n Dar�o y Enrique Rod� (art�fices del "Modernismo-Arielismo", respectivamente), entregados a la b�squeda de lo nuevo y al culto de lo bello, el esteticismo, o sea el arte por el arte. Empero, el joven Mari�tegui -cuyas principales inquietudes literarias y art�sticas (137)-, si bien es cierto que inducido por aquellos gu�as se nutr�a de las ideas modernistas, se hab�a hecho rubendariano a trav�s de su poeta favorito Amado Nervo, conservando a�n una actitud intimista, como en la primera �poca de Dar�o (138). De este modo, captaba pues la habilidad de sus mayores -que ya encomiaban su talento- y aprend�a a dominar los secretos de la cr�nica. Y ha de pasar larga temporada en silenciosa formaci�n, antes de que su pasi�n se haga comunicativa. Fruto de este paciente di�logo -intercambio de ideas- son sus primeros impulsos de reflexi�n y la manera de utilizar las ense�anzas que le ven�an siendo trasmitidas en provecho de su mundo circundante. Realmente, Jos� Carlos, al continuar abri�ndose nuevos horizontes por su propio empe�o, recoger� originales experiencias humanas al lado de los escritores j�venes -unido a ellos por una indeclinable devoci�n hacia los autores universales que hac�an �poca a la saz�n- con los cuales concurre a los teatros y caf�s. "Son los d�as del "Bar Americano", de la calle Baqu�jano; de Rampini en Mercaderes; de las gotas amargas de Leonard; y en las oches las tertulias se animan y sostienen en los Balcanes, el restaurante de Salardi en la Plazuela del Teatro; en el Can Can del Marcado o en las calles y plazuelas en conversaciones que solamente interrumpe la aurora del nuevo d�a y la animaci�n de la ciudad que renace con el amanecer (139). Constitu�an los temas de obligado comentario de estas "pe�as" literarias, los libros nov�simos, los autores que m�s influ�an en el ambiente, la cr�tica literaria y art�stica, las temporadas teatrales y otros asuntos afines (140). Y en tercer lugar, tenemos el periodismo que practica Mari�tegui al lado de tan versados amigos y colegas que creaban todos los d�as prestigio y gloria. Al emular a �stos en "La Prensa", Jos� Carlos conseguir�, junto con un nombre respetado, ser le�do y discutido con ardor entre sus lectores. As� hace famoso el seud�nimo de Juan Croniqueur, cuando apenas frisaba los veinti�n a�os de edad. Era la �poca en que animaba m�s de, una columna en el peri�dico, lo cual, aparte del esfuerzo que desplegaba para escribirlas, supon�a una consagraci�n en el oficio de informador y comentarista. Entonces, por la propia responsabilidad que asume como columnista de uno de los principales diarios de Lima, hace que perfeccione su estilo, proponi�ndose d�a a d�a escribir m�s y mejor, con lo que despierta la atenci�n y el inter�s del p�blico. Conviene recalcar, que en el ejercicio de la profesi�n de periodista cada vez que pod�a Mari�tegui tomaba partido en pro o en contra de los problemas que trataba, defendiendo con denuedo y entereza las ideas expuestas. Semejante actitud, preciso es decirlo, ha de atraerle algunas veces serias reconvenciones procedentes de los propietarios del diario. Esta situaci�n, por dem�s molesta, le hace ver, con suma claridad, que los medios de comunicaci�n colectiva no siempre expresan la verdad, ni a la opini�n p�blica como se suele proclamar, sino m�s bien los intereses mercantiles que representan los due�os. Naturalmente, no pod�a ser de otra forma, ya que "el periodismo, para decirlo con las mismas palabras de Jos� Carlos, es en nuestra �poca una industria. Un gran diario es una manufactura" (141). Y como tal, debe responder pues a las expectativas de quienes lo financian y dirigen. Partiendo de esta verdad incantrovertible, no se hace aguardar mucho la tendencia a agruparse sindicalmente por parte de los periodistas a fin de defender sus objetivos clasistas. Estos hab�an permanecido alejados de esa inquietud debido a su esp�ritu individualista y peque�o burgu�s. Pero, poco a poco, al tomar conciencia de su condici�n de simples trabajadores sujetos a las decisiones de las empresas no tuvieron otra alternativa, que fundar el "C�rculo de Cronistas", en cuya primera Comisi�n organizadora fueron elegidos para dirigir los destinos de ese Centro: Ricardo Walter Stubbs del diario "La Cr�nica" (Presidente del citado C�rculo), Ladislao F. Meza de "El Comercio" y Jos� Carlos Mari�tegui de "La Prensa" (Vice Presidentes) (142). Desde el momento en que se le confi� a Jos� Carlos tan complicada tarea notamos que se entrega con tes�n a estudiar la situaci�n de los periodistas lime�os y formula las reivindica?
ciones que pueden mejorar su nivel de vida: Mes y medio despu�s de haberse creado el mencionado C�rculo, Mari�tegui en nombre del Consejo Provisional (al cual pertenec�a en su condici�n de Vice Presidente) hace una rese�a del trabajo realizado, exponiendo entre otros. puntos "...la manera como se ha concretado las finalidades del Centro en una reglamentaci�n que es -afirma-, la m�s significativa profesi�n de fe, se ha fundado la caja del C�rculo, se ha hecho una feliz presentaci�n social, se ha adoptado una actitud oportuna en defensa de los derechos del reporterismo lime�o y se ha patentizado en forma elocuente, que los bohemios del periodismo sabemos, tambi�n, llevar a cabo empresas serias, cuando tienen las generosas virtualidades de �sta..." (143). Viendo bien este suceso que pone de manifiesto su solidaridad gremial, contradice evidentemente su inclinaci�n aristocratizante. No olvidemos que Mari�tegui, con su interrogaci�n constante, prosegu�a admirando a los familiares paternos, para quienes la elegancia era la m�s alta calidad de la vida social. Al englobar los dos mundos de Jos� Carlos, observamos que a veces se dan situaciones en favor de uno m�s que del otro. La b�squeda de la realidad con sentido cr�tico, entonces, le va a conducir �como veremos m�s adelant�- a descubrir en la sociedad la mentira y la farsa que la carcome. Semejante actitud lo conduce a un cambio de preocupaciones. Pero nada puede quebrantar el idealismo de Mari�tegui. Al proseguir explicando las contradicciones que se entrecruzan en la vida de Jos� Carlos, ser� preciso citar una m�s. Por esos d�as �ste, que sent�a aut�nticamente la necesidad de escribir, escrib�a much�simo -notas y cr�nicas entre serias y fr�volas- y casi todo lo publicaba (cuando no hab�a impedimento de la empresa) con regocijo y delectaci�n de los lectores del peri�dico. Es obvio que hab�a escogido la vocaci�n de escritor desde muy temprano, pero no pod�a realizarla plenamente debido a que ten�a que ganarse el sustento, por esta raz�n m�s que suficiente, hubo de hacerse periodista. Y para no dejar relegada su condici�n de creador, por el oficio de hombre de prensa trataba de combinar en lo posible uno con lo otro, de tal manera que todos sus escritos pon�an en evidencia al literato y al humanista en formaci�n. Eso s� se advierte tambi�n a simple vista, el esfuerzo que realiza Mari�tegui para adquirir su perfeccionamiento. Desde luego que ese progreso ha de obtenerlo, como se�ala Maeztu: "...de dentro afuera, poniendo en juego sus facultades humanas: su inteligencia y su raz�n caracterizando el sentido y las ansias humanistas del hombre basado en la concepci�n que tuvo el Petrarca de l'uomo universale". Si tenemos en cuenta que, por otra parte, lo humano caracteriza la vida del esp�ritu, nos ser� f�cil comprender la iniciaci�n humanista que es propia de la vida de Mari�tegui por aquella etapa. Es innegable en relaci�n con lo expuesto y que es del caso mencionar, que sus maestros en periodismo literario y en formaci�n humana, lo eran los redactores principales de "La Prensa". A ellos Mari�tegui, en el tiempo de su aprendizaje, empezar� por imitar. Quiz� recordando lo que hab�a le�do en las obras de Baltasar Graci�n, persist�a en que las virtudes se adquieren por imitaci�n y el ejercicio constante. Predominaba por esos a�os inciertos -a mediados de la segunda d�cada del presente siglo- una actitud de protesta y de rebeld�a en la juventud contra las figuras tradicionales -imbuidas de rutina academicista- (144). Se anhelaba, a la par que compartir la verdad adquirida, la renovaci�n estil�stica y una nueva escala de valores. Por ese tiempo, Rub�n Dar�o y Manuel Gonz�lez Prada -aunque divergentes en algunos aspectos- ten�an como denominador com�n el esp�ritu de transformaci�n y el deseo de ser originales. Se a�ade a ello, el sentido aristocr�tico y europeizante que caracteriza a estos insignes personajes de las letras americanas y a sus cofrades. Dar�o proclamaba, sin ambages, la ruptura violenta con el h�bito y exaltaba a la vez el esp�ritu Arist�crata dentro de una minor�a selecta de intelectuales, como reacci�n contra las "mediocridades y plebeyer�as republicanas"; don Manuel persegu�a el rompimiento con lo tradicional y se preocupaba -a diferencia de aqu�l- porque su palabra rebasara el �mbito de las minor�as y alcanzara al pueblo. "Desde la tribuna del Ateneo (a fines del siglo XIX), hab�a invitado a la juventud inquieta por las actividades del esp�ritu a la revuelta contra Espa�a, y se defini� como el precursor de un per�odo de influencias cosmopolitas" (145). Tambi�n se podr�a se�alar a Gonz�lez Prada -en la misma forma y con las mismas palabras que utiliza Crane Brinton para con Nietszche- "por su variante nueva y atractiva del anarquismo, un anarquista aristocr�tico, radical, est�tico, no manchado por la vulgar atm�sfera de conspiraci�n y los tontos fines humanitarios del anarquismo tradicional..." (146). Jos� Carlos, pues, sumido en el mundo rubendariano del modernismo, va a evolucionar desde el plano "solitario" o "intimista" (representado por sus madrigales, el amor por Juanita Mart�nez de la Torre, su actitud m�stica con el retiro al Convento de los Descalzos, la Oraci�n al esp�ritu inmortal de Leonidas Yerovi y el trabajo premiado por la Municipalidad de Lima: La procesi�n del Se�or de los Milagros) a un plano de "soberbia" (etapa de "Col�nida" ; cr�tica a Riva Ag�ero, al pintor Franciscovich y pol�mica con Te�filo Castillo) y de "exhibicionismo" (el dandismo, la frecuentaci�n a los renombrados salones del Palais Concert, Estrasburgo, Restaurante "Zool�gico", "Maury", etc�tera; las cr�nicas aristocr�ticas que escribiera en "Mundo Lime�o", "Lul�" y "El Turf", destinadas a entretener a las damas de sociedad; y el sonado incidente que protagonizara con la bailarina Norka Rouskaya en el Cementerio de Lima). Deteng�monos aqu� para examinar, a grandes rasgos, el verdadero prop�sito de Mari�tegui al aferrarse a esas manifestaciones extravagantes que, despu�s de todo, tambi�n ten�an su origen en la �poca. Empero, debemos recalcar que en realidad no respond�a a una simple postura elegante la atm�sfera, tan rara, que lo envuelva y lo penetra por esos a�os de la Primera Guerra. Mundial, ni tampoco a un tonto producto de la moda finisecular, sino a una manera de hacerse notar en el c�rculo, casi cerrado de la. sociedad rica y holgazana, que frecuentan los familiares paternos (147), con quienes pretende codearse y ser reconocido como figura estelar; o sea, de igual a igual, sin menoscabo alguno para su �nfulas de se�or�to (148). As� tenemos que entender, que el decadentismo, modernismo, escepticismo, individualismo, esteticismo (149) y, adem�s, aristocratismo que subyuga y domina a Jos� Carlos, como clima intelectual y literario, habr� de favorecer la anhelante b�squeda del padre en su af�n de identificaci�n, que brota de un impulso profundamente oculto desde su infancia y que pasar� a primer plano en su adolescencia. Desde su ni�ez se vienen desarrollando los valores familiares y sociales (150). Ahora aquellos "ismos", dir�amos, se convierten en una especie de �rganos que le facilitan, precisamente, la identificaci�n con las circunstancias que vive el progenitor, de acuerdo a las se�as de que dispone Mari�tegui. Notamos a esta altura del itinerario de su vida, un ansia imprecisa de fe que se traduce en la necesidad imperiosa de alcanzar plena conciencia y el dominio de s� mismo. Pero prevengamos malentendidos. Siempre debemos referirnos a la lucha que libran en Mari�tegui los t�rminos contradictorios de una dualidad interior: aristocracia-rebeld�a. Estas formas de existencia propiamente expresadas, que proyecta Jos� Carlos, lo hacen representar unas veces la novela, y otra, la vida en su cruda realidad. Debemos entender que esta tensi�n -digamos identificatoria-, constituida por dos mundos opuestos que se disputaban el alma de Jos� Carlos, era una parte �ntima de su ser y a la cual no puede renunciar ni negar, pues pertenece a un proceso, a un todo en su vida. Y hablando de una de las caracter�sticas de esos dos mundos en conflicto, muy concretamente me referir� a la tendencia aristocr�tica. Veamos a guisa de informaci�n c�mo influ�a en el ambiente de esa �poca que mencionamos. Eran los a�os en que los dandys lime�os -con mayor o menor secuencia- trataban de imponer sus modales elegantes y refinados. Ciertamente que nadie escap� de tan extra�a manera de comportarse. A prop�sito transcribimos un fragmento salido de la pluma de una colaboradora de la revista "Lul�", que dice al respecto: "...parece que algunos j�venes anduvieran retrecheros �sus trajes de una moda "sui generis", en cuyo arreglo invierten las horas que debieran emplear en estudiar y trabajar...! Lo que ha dado en llamar "chics". que dicen, entre envidiosos y admirados: Qu� elegante est�s Albertito! Yo esperaba que exclamaran: �qu� talento tiene fulano! �qu� energ�a tiene zutano!, en vez de aquellas frases reveladoras de cerebros huecos, desprovistos de activo ideal" (151). Pero a pesar de todo el snobismo y dandysmo que practica Mari�tegui, con ardor juvenil y talento -a diferencia de aquellos seres vanidosos y est�pidos-, no es ajeno a cierta influencia que ejerce sobre �l Gonz�lez Prada (152) ni tampoco a los conflictos sociales que siguen acos�ndolo (recuerdos indelebles de su ni�ez maltratada por la escasa nutrici�n, enfermedad y padecimiento en carne propia de algunos problemas coet�neos que abruman a la saz�n a la peque�a burgues�a) como veremos m�s adelante. Entre tanto se va generando en Jos� Carlos, aunque imperceptiblemente, la idea de que toda verdadera vocaci�n no es el amor al arte, sino el amor a la humanidad. Durante aquel per�odo que, como hemos dicho, se encuentra amparado por un ropaje artificioso y se ha creado una atm�sfera intelectual y literaria que tiene algo de la fabulaci�n de sus a�os infantiles, Mari�tegui escribe art�culos de cr�tica pict�rica y literaria, cuentos y poemas, cr�nicas y ensayos, en que pone de manifiesto su formaci�n humanista, y adem�s se advierte el sentido de defensa de un aristocratismo est�tico. Sus trabajos de poes�a alternan con los de Amado Nervo en la p�gina "Mi�rcoles Literario" de "La Prensa" (153). Por ese tiempo, tambi�n, perge�a sus primeras notas h�picas para la re vista "Mundo Lime�o" (de Carlos P�rez C�nepa) con el seud�nimo de "Jack" y luego lo har� con m�s amplitud en "El Turf" (154). Jos� Carlos se ocupa con cierta frivolidad de la vida social que animan los personajes m�s distinguidos de la clase alta. Lee, con persistencia, "un an�rquico batiburrillo literario y pol�tico" (155), medita y escribe. En efecto, su formaci�n, repetimos, es producto de una cultura autodidacta y del ambiente espiritual de su tiempo, dominado en su mayor parte por el positivismo conservador de Javier Prado, Francisco Garc�a Calder�n, Jos� de la Riva Ag�ero y el positivismo revolucionario de Manuel Gonz�lez Prada (156). Entre los autores dilectos de Mari�tegui -de los cuales nutri� su alma-, los hab�a italianos (Pascoli, D'Annunzio), ingleses (Wilde, Shaw), franceses (Mallarme, Apollinaire, Verlaine, Sully, D'Aurevilly), alemanes (Heine, Maeterlink), espa�oles (Valle Incl�n, Azor�n, B�cquer) y uruguayo (Herrera Reissig) (157), a los que empieza a ver como representantes de una cultura avanzada, diferente a la que existe en el medio en el cual estaba inmerso y se ven�a formando. Aqu� queremos que sea el mismo Jos� Carlos quien se�ale los recursos de que se vale para su perfeccionamiento intelectual y literario: "...el periodismo -dir� Mari�tegui- puede ser un saludable entrenamiento para el pensador y el artista.... Para un artista que sepa emanciparse de �l (la prensa di aria) a tiempo, el periodismo es un estadio y un laboratorio en el que desarrollar� facultades cr�ticas que de otra suerte, permanecer�an tal vez embotadas. El periodismo -a�ade- es una prueba de velocidad..." (158), Sab�a tambi�n que la mayor parte de los grandes escritores empezaron siendo periodistas. Ten�a muy presente en su recuerdo los casos de Amado Nervo y Dar�o, quienes, muy a su pesar, para poder vivir tuvieron que hacer periodismo. Y en esta profesi�n ganaron m�s dinero que haciendo poemas. Puestas las cosas en este terreno, observamos como la prensa constituir� para Mari�tegui, en los a�os venideros, una de las herramientas m�s adecuadas para forjar su personalidad intelectual. As�, andando el tiempo, confesar� Jos� Carlos, confirmando aquello: "...me elev� del periodismo a la doctrina, al pensamiento..." (159). Al seguir igual ruta -conciliando periodismo y literatura-, los colegas del joven Mari�tegui se van a revelar merced a este medio de comunicaci�n colectiva, como fecundos escritores y ensayistas. Y, por ende, se sentir�n orgullosos de haber pertenecido a la generaci�n contempor�nea de superioridad indiscutible sobre todas la que le precedieron (160). Y as� entramos pues al a�o 1916, per�odo de gran fecundidad para Mari�tegui y en el cual empieza a manifestar cierta madurez intelectual y agudizarse el conflicto entre (lo que venimos llamando) la novela y la vida. Durante esta misma etapa, advertimos que se va conformando su mundo dentro de una posici�n idealista, sumido en una atm�sfera religiosa. Ello nos basta, por otra parte, para apreciar claramente la direcci�n en que se mueven sus inquietudes. En efecto, al enumerar algunos aspectos importantes de su vida confirmamos tal aseveraci�n. Tenemos que el 12 de enero, tras casi seis meses de intentos, sube al proscenio del Teatro Col�n el poema esc�nico "Las Tapadas" -escrito por Jos� Carlos y Julio Baudoin- dedicado al insigne tradicionista don Ricardo Palma, "de cuyas brillantes p�ginas" se inspiran los j�venes autores. La partitura de esta obra corre a cargo del reputado compositor Reinaldo La Rosa. Ra�l Porras Barrenechea expresa en su testimonio sobre Jos� Carlos, que asisti� a los ensayos de "Las Tapadas" en el antiguo local del Teatro Col�n. Al hacer la cr�tica Alfredo Gonz�lez Prada de esta pieza, teatral -que evoca la vida romancesca de la colonia y que se ajusta a la tendencia aristocr�tica de Mari�tegui-, se�ala con precisi�n que ambos autores "tienen una delicada manera modernista..." Por el mismo a�o le estar�a reservado a Jos� Carlos, incorporarse al movimiento "Col�nida" con inusitado entusiasmo y fervor. En este sentido nada m�s a prop�sito con el estado an�mico de Jos� Carlos, que esta agrupaci�n de literatos que insurge en el ambiente con af�n reformista. "Abraham Valdelomar, Percy Gibson, Jos� Mar�a Eguren, Enrique Bustamante y Ballivi�n, Augusto Aguirre Morales y More fundan el grupo "Col�nida" y la publicaci�n del mismo nombre. Claro -explica More- en la Revista ya entraron Mari�tegui, muy amigo y camarada nuestro y otros pecadores. Ahora en cuanto al esp�ritu de los "col�nidas" �l era renovador y modernista", afirma Federico More. Pero vemos a su vez, c�mo nuestro biografiado define este movimiento: "Col�nida" represent� una insurrecci�n -decir una revoluci�n seria exagerar su importancia- contra el academicismo y sus oligarqu�as, su �nfasis ret�rico, su gusto conservador, su galanter�a dieciochesca y su melancol�a mediocre y ojerosa. Los col�nidas virtualmente reclamaron sinceridad y naturalismo. Su movimiento, demasiado heter�clito y an�rquico, no pudo condensarse en una tendencia ni concretarse en una f�rmula. Agot� su energ�a en su grito iconoclasta y su orgasmo esnobista" . "Una ef�mera revista de Valdelomar -prosigue Mari�tegui- dio su nombre a este movimiento. Porque "Col�nida" no fue un grupo, no fue un cen�culo, no fue una escuela, sino un movimiento, una actitud, un estado de �nimo. Varios escritores hicieron "colonidismo" sin pertenecer a la capilla de Valdelomar. El "colonidismo" careci� de contornos definidos. Fugaz meteoro literario, no pretendi� nunca cuajarse en una forma. No impuso a sus adherentes un verdadero rumbo est�tico. El "colonidismo" no constitu�a una idea ni un m�todo. Constitu�a un sentimiento eg�latra, individualista, vagamente iconoclasta, imprecisamente renovador. "Col�nida" no era siquiera un haz de temperamentos afines; no era al menos propiamente una generaci�n. En sus rangos, con Valdelomar, More, Gibson, etc., milit�bamos algunos escritores adolescentes, nov�simos, principiantes. Los col�nidos no coincid�an sino en la revuelta contra todo academicismo. Insurg�an contra los valores, las reputaciones y los temperamentos acad�micos. Su nexo era una protesta; no una afirmaci�n. Conservaron sin embargo, mientras convivieron en el mismo movimiento, algunos rasgos espirituales comunes. Tendieron a un gusto decadente, elitista, aristocr�tico, algo m�rbido. Valdelomar, trajo de Europa g�rmenes de d'annunzianismo que se propagaron en nuestro ambiente voluptuoso, ret�rico y meridional" "La bizarr�a, la agresividad, la injusticia y hasta la extravagancia de los "col�nidos" fueron �tiles. Cumplieron una funci�n renovadora. Sacudieron la literatura nacional. La denunciaron como una vulgar rapsodia de la m�s mediocre literatura espa�ola. Le propusieron nuevos y mejores modelos, nuevas y mejores rutas. Atacaron a sus fetiches, a sus �conos. Iniciaron lo que algunos escritores calificar�an como "una revisi�n de nuestros valores literarios". "Col�nida" fue una fuerza negativa, disolvente, beligerante. Un gesto espiritual de varios literatos que se opon�an al acaparamiento de la fama nacional por un arte anticuado, oficial y "pompier". "De otro lado -a�ade Jos� Carlos-, los "col�nidos" no se comportaron siempre con justicia. Simpatizaron con todas las figuras her�ticas, heterodoxas, solitarias de nuestra literatura. Loaron y rodearon a Gonz�lez Prada. En el "colonidismo", se advierte algunas huellas de influencia del autor de "P�ginas Libres" y "Ex�ticas". Se observa tambi�n que los "col�nidos" tomaron de Gonz�lez Prada lo que menos les hac�a falta. Amaron lo que en Gonz�lez Prada hab�a de arist�crata, de parnasiano, de individualista; ignoraron lo que en Gonz�lez Prada hab�a de agitador, de revolucionario. More defin�a a Gonz�lez Prada como "un griego nacido en un pa�s de zambos". "Col�nida" adem�s, valoriz� a Eguren desde�ado y desestimado por el gusto mediocre de la cr�tica y del p�blico de entonces". "El fen�meno "col�nida" fue breve. Despu�s de algunas escaramuzas pol�micas, el "colonidismo" tramont� definitivamente. Cada uno de los "col�nidos" sigui� su propia trayectoria personal. El movimiento qued� liquidado. Nada importa que perduren algunos de sus ecos y que se agiten, en el fondo de m�s de un temperamento joven, algunos de sus sedimentos. El "colonidismo", como actitud espiritual, no es de nuestro tiempo. La apetencia de renovaci�n que gener� el movimiento "col�nida" no pod�a satisfacerse con un poco de decadentismo y otro poco de exotismo. "Col�nida" no se disolvi� expl�cita ni sensiblemente porque jam�s fue una facci�n, sino una postura interina, un adem�n provisorio". "El colonidismo neg� e ignor� la pol�tica. Su elitismo, su individualismo, lo alejaban de las muchedumbres, lo aislaban de las emociones. Los "col�nidos" no ten�an orientaci�n ni sensibilidad pol�ticas. La pol�tica les parec�a una funci�n burguesa, burocr�tica, prosaica. La revista "Col�nida" era escrita para el Palais Concert y el jir�n de la Uni�n. Federico More ten�a afici�n org�nica a la conspiraci�n y al panfleto; pero sus concepciones pol�ticas eran antidemocr�ticas, antisociales, reaccionarias. More so�aba con una aristarqu�a, casi con una artecracia. Desconoc�a y despreciaba la realidad social. Detestaban el vulgo y el tumulto" (161). En verdad, "Col�nida", a la par que vino a ser un poderoso islote contra la mediocridad y superficialidad de las gentes que se autotitulaban cultas y que oficiaban de orientadores de ciertos c�rculos intelectuales y art�sticos, respond�a al esp�ritu de la �poca. Evidentemente que el grupo de j�venes "col�nidas", sin medir los alcances de su actitud, se hab�a situado de hecho en oposici�n a la clase dominante, empe�ada en mantener una cultura de tipo colonial. No olvidemos que la evoluci�n econ�mica del Per� se acent�a durante los a�os de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), que comprende la etapa del movimiento "Col�nida" y, tambi�n, el per�odo de ascenso de la burgues�a, la clase media y el proletariado. Estas fuerzas, de una u otra forma pugnan por participar activamente en la vida del pa�s, lo cual plantea desde luego una nueva imagen del mundo y una nueva valoraci�n del mismo. Acerqu�monos ahora a nuestro biografiado. Dentro del individualismo burgu�s en que se mueve Jos� Carlos -no obstante sus contradicciones aristocr�ticas-, �l y su grupo habr�n de chocar contra los elementos que se oponen a una transformaci�n cultural. Y as� lo vemos enfrentarse con las manifestaciones de la literatura colonial y con el representante de esa posici�n anacr�nica, "un descendiente de la conquista, un heredero de la colonia: Riva Ag�ero..." (162). Y naturalmente, como trasfondo de aquellos hechos idealistas que confronta en la etapa "Col�nida", encontramos una de las expresiones de la fe religiosa en Mari�tegui con el retiro que realiza durante los d�as de carnavales (febrero) del a�o 1916. Por cierto que la soledad interior y el recogimiento siempre lo ha buscado el hombre para meditar sobre los grandes ideales de la humanidad y para forjar las grandes empresas del esp�ritu que han transformado el mundo. "Hoy he ido al Convento de los Descalzos -confesar� Jos� Carlos-, en pos de un instante de apacibilidad, calma, misticismo y dulzura. Lo he hallado. El sol que en la ciudad es inclemente, ultrajante, riguroso y despiadado encend�a el follaje de una fronda que era mi dosel. Un �rbol grande, bueno, amigo, me daba hospitalidad protectora y amante. Y bajo su abrigo me adorm�a al son de las campanas que jadeaban en la torre m�stica..." (163). All� en este recinto conventual, ocupa "la celda asc�tica" n�mero 3 de dura tarima. En las tardes, unas veces solo y otras en compa��a del Padre Francisco Mar�a Aramburu, se entrega a orar en el callej�n largo y silencioso que suelen llamar "el camino al calvario". Muy de ma�ana, escucha transido de fervor la Santa Misa y contra la indicaci�n de su m�dico se somete a un riguroso ayuno. Tres d�as despu�s de este voluntario aislamiento, antes de abandonar la morada religiosa, deja estampado sobre uno de los muros de la a�osa casa de retiro dos madrigales: "La voz evocadora de la Capilla" y "El elogio de la celda asc�tica" (164) que trasuntan soledumbre, poes�a y plegaria. De esta manera, pues, la literatura y la religi�n que est�n �ntimamente ligadas en el quehacer de Jos� Carlos, por aquel tiempo, constituyen un refugio para sus angustias y anhelos. Posteriormente, lo vemos asumir el cargo de co-Director del semanario h�pico ilustrado "El Turf" -al lado de Eduardo Zapata L�pez, el otro Director de la publicaci�n en referencia- que reaparece el 6 de mayo de 1916. A trav�s de esta Revista, logra aproximarse a sus familiares paternos: Foci�n Mari�tegui y Luis Rodr�guez Mari�tegui, calificados personajes del Jockey Club. Y a la postre resulta su labor period�stica en "El Turf" de inter�s para los parientes acomodados, quienes llegan hasta disimular la insignificancia de tan incierto sobrino. Es as�, que mediante la Revista -materializa su aspiraci�n- frecuenta el ambiente de "aristocracia y cabalgaduras" que le insinuara su t�o Juan La Chira, como dato para identificar al padre. All�, impregnado del deporte de los Reyes, habr� de escribir notas sobre la vida del gran mundo social y acerca de la distracci�n ecuestre. Compenetrado de aquel binomio inicia un espacio de literatura turf�stica mezclada de visos aristocr�ticos, con lo cual se revela la atracci�n que ejerce el alto c�rculo social en Jos� Carlos, con su elegancia, frivolidad y jerarqu�a. Durante este per�odo transitorio, lo aristocr�tico ser� uno de los valores obsesivos para Mari�tegui. confirma este aserto los siguientes ejemplos. Vaya en primer lugar un comentario sobre un trabajo literario de Jos� Carlos: "El Turf" publicar� en su pr�ximo n�mero un bello cuento intitulado: "Fue una apuesta del Five o clock tea" original de Juan Croniqueur, autor de otros varios cuentos que copian personajes y ambiente de aristocracia y snobismo con sumo acierto y sutileza" (165). En segundo lugar, tengamos en cuenta lo que el propio Mari�tegui opina: "...Amaron (los "col�nidos", entre los que se encontraba nuestro biografiado) lo que en Gonz�lez Prada hab�a de arist�crata..." (166) "...El circo tiene tradici�n aristocr�tica..." (167) "...El invierno es aristocr�tico. Tiene la aristocracia de las pieles acariciadoras, de los estanques helados, de los patines raudos, de la estancia caliente, de los "five o clock tea", de las noches de �pera y de las carreras de caballos... "Yo amo el invierno por que es aristocr�tico. Y lo amo tambi�n porque es tr�gico" (168) "...Eguren Larrea, por ejemplo, y a juzgar por los sellos de su obra presente, no sentir� nunca el arte criollo, cuando el arte criollo es plebeyo, democr�tico y republicano. Acaso lo sentir� cuando tiene gentileza virreinal, aristocracia de pelucas rizadas..." (169) "...Yo he ido a visitar una vez m�s la solitaria Alameda con motivo de este empe�o vehemente de mistificarla y adulterarla. Y he pensado que sin esa reja que pone un rom�ntico cerco a los tristes jardines, a la fuente reidora y a los �rboles pensativos, la Alameda habr�a perdido toda su poes�a y todo su prestigio. Hasta sus jardines llegar� un asno vagabundo y hambriento que desde�ar� las rosas y gustar� la hierba silvestre. Las vivanderas suscitar�n la gula de los transe�ntes con la tentaci�n de sus viandas criollas. Los dulceros ambulantes atraer�n a sus puestos port�tiles los corrillos bulliciosos de granujas. Y la Alameda que a�n guarda alg�n sello aristocr�tico, porque su reja es un l�mite tal vez poco comprendido entre un recato orgulloso y la vulgaridad de la vida p�blica, sufrir� el ultraje de un tr�fico tumultuoso, grosero, bastardo, incesante, vil y plebeyo..." (170). Metido dentro de aquella ficci�n o novela, Mari�tegui pretende alcanzar su objetivo respecto a su progenitor. Empero, notamos de paso, que simult�neamente y en contradicci�n con esa forma de existencia, se presenta otra, cuyas expresiones se caracterizan por medio de la pol�mica con Castillo, la cr�tica a Riva Ag�ero, la censura al imperialismo yanqui, la actividad gremial, la campa�a contra Jos� Pardo, etc. Es a todas luces, que hab�a en �l una incubaci�n interior que lo predispone a interesarse por la problem�tica social, que marca en Mari�tegui una incierta evoluci�n que deviene en una etapa de transici�n entre su individualismo y el inter�s colectivo. Podr�amos se�alar sin temor a equivocarnos, que nos encontramos frente a la prefigura del hombre comprometido. Desde luego, todo ello es fruto de la toma de conciencia de que aquel mundo declinante, es un tanto injusto para la mayor parte de los seres humanos. As� pues, resultaba imposible para Jos� Carlos seguir abstray�ndose de la realidad. Recordemos que la primera rebeld�a de �ste estuvo dirigida contra lo tradicional en el campo art�stico y literario y, muy particularmente, contra sus representantes. Despu�s de todo, detr�s de este sistema de cosas, que empezaba a interesar a Mari�tegui hondamente, estaba la oligarqu�a con su poder pol�tico y econ�mico. Planteada as� la situaci�n, ello no significa, en modo alguno, el desplazamiento o la cancelaci�n definitiva de cuanto hay en �l de superficial y decadente �elementos que, sabemos, conforman uno de los t�rminos contrarios de su dualidad interior- que aparentemente fascinan a Jos� Carlos. Empero, podemos afirmar que se viene acentuando en �ste la inquietud por las cuestiones relativas a los hombres de su �poca : o sea, el mundo de los otros seres humanos. A partir de esta circunstancia, su vida comienza a cobrar verdadero significado. Y no es raro, por tanto, que esp�ritus sensibles y alertas como los de Leonidas Yerovi (171), Florentino Alcorta (172) y Alberto Hidalgo (173) coincidan en predecir que Mari�tegui llegar�a a ser un valor indiscutido en el proceso de la creaci�n de la cultura peruana. Justamente por aquel tiempo (verano de 1916) mantiene �ntima amistad con Abraham Valdelomar, compa�ero de ruta literaria y art�stica, quien influye en forma notable y decisiva sobre Jos� Carlos. Hac�a un a�o que Valdelomar, de retorno de Europa, hab�a ingresado a "La Prensa" donde trabajaba Mari�tegui como cronista. La prosa de Valdelomar seduce a Jos� Carlos. A tal punto, que vemos a �ste imitando a aqu�l. Abraham era mayor que Mari�tegui en seis a�os (174) y se daba la coincidencia de que ambos eran provincianos. Aunque para decir verdad, la formaci�n de uno y otra se la deb�an directamente a Lima. Los dos amigos inseparables proceden de hogares pobres y, tambi�n, comparten los delirios de grandeza espiritual y material. Agreguemos, incidentalmente, que Jos� Carlos -igual que Valdelomar- ten�a predilecci�n por la cr�nica, ya que los escritores modernistas -a quienes admiraba- cultivaban este g�nero. A prop�sito acababa de crear Mari�tegui para divulgar sus opiniones acerca de los escritores y libros de su �poca una nueva columna en "La Prensa", a la cual denomin� "Cartas a X. Glosario de las cosas cotidianas" (13 feb. 1916, p. 10). La existencia de esta secci�n period�stica fue breve, al retirarse Jos� Carlos del diario de la calle Baqu�jano para trabajar en "El Tiempo", la reemplaz� con "Voces" dedicada al comentario pol�tico humor�stico. Al referirse a la temporalidad en que Valdelomar tuvo predominio sobre Mari�tegui, es necesario hacer notar que ella corresponde a su etapa de literato "inficionado de decadentismo finisecular". Ahora bien, tal acontecimiento cubre un buen trecho en la vida de Juan Croniqueur y le deja huellas, aunque no muy profundas, de ese tr�nsito caracterizado por actitudes extravagantes. Entre los hitos de la serie de hechos literarios y art�sticos que comparte Mari�tegui con Valdelomar, se pueden citar los siguientes: Sin embargo, los bembones fe�simos de la jaula de "Variedades" se han permitido alguna vez meterle dos o tres hocicazos por las costillas. �Monos! Todos juntos no valen una u�a del pobrecito Croniqueur, que con More, Valdelomar y Cisneritos, es de los poqu�simos que me convencen. Dentro de un par de a�os, ya ver�n ustedes lo que resulta el cojitranco de "El Tiempo". "Col�nida", que da nombre a un movimiento que empieza a forjar el genio literario del Per�; el Palais Concert, con sus reuniones elegantes; el poema esc�nico "La Mariscala"; los Di�logos M�ximos; los cuentos intrascendentes. "En este ciclo exclusivamente literario -recurramos a Alberto Ulloa Sotomayor, quien acierta a describir algunos rasgos que particularizan la amistad de estos j�venes "col�nidas"- de la vida de Mari�tegui, su prosa y especialmente sus cuentos reflejan la influencia, en ese momento avasalladora de Valdelomar. Antes dije que los cuentos de Mari�tegui no ten�an ning�n realismo y s�lo revelaban una man�a literaria. Esta man�a era la manera original, arbitraria e inconsistente que Valdelomar introdujo con su talento e impuso con sus genialidades" (175). Prosiguiendo con el tema de c�mo influy� Valdelomar sobre Jos� Carlos, conviene recordar para completar esta breve visi�n lo que sostiene Armando Baz�n: "...por los a�os 1915-1918, en el campo espiritual de Mari�tegui estaban a su "derecha", Abraham Valdelomar, el artista exquisito, temperamentalmente sensual, epic�reo d'annunziano, con quien sol�a pasar noches enteras en los caf�s de moda, haciendo gestos espectaculares, poemas, greguer�as. Valdelomar que sol�a burlarse en voz alta de nuestras gordas damas de impertinente, de nuestros mulatos iletrados pero petulantes, y de nuestra mazamorra morada, oy�ndole decir frases que nunca olvidar�a". "A su mano "izquierda" -a�ade Baz�n- iba C�sar Falc�n, un periodista de terrible pluma que le�a devotamente a Tolstoi, Kropotkin, Jean Jaures; que mostraba una gran inclinaci�n por los problemas sociales y trataba de vincularse a los medios obreros. Mari�tegui se sent�a atra�do irresistiblemente por esos dos escritores. Valdelomar y Falc�n fueron las influencias que m�s pesaron sobre la juventud de Mari�tegui..." (176). Por cierto que resulta necesario observar como la realidad hist�rica infer�a directamente en el mundo interior de Jos� Carlos y, por gravitaci�n natural, lo acercaba a Falc�n (177). Volviendo a las inquietudes de Mari�tegui, tenemos que la poes�a y el teatro fueron los g�neros m�s frecuentados por �l. De esta �poca data la publicaci�n de la obra primigenia de Valdelomar, "La Mariscala" (1915), una especie de estudio biogr�fico de Francisca Zubiaga de Gamarra, que luego se transformar� en un poema dram�tico, merced a la faena mancomunada de Abraham y Jos� Carlos (178) y que habr� de recibir elogiosos comentarios de la cr�tica. Advirtamos como la oscilaci�n que existe en lo m�s profundo de su ser, nos referimos a las contradicciones que se dan en Jos� Carlos, se reflejan en sus amistades: uno a la "derecha", Valdelomar; y otro a la "izquierda", Falc�n. -Dicho de otro modo, se halla entre la novela y la vida. Al final de la lucha entablada dentro de s� mismo, escoge claro est� la posici�n que exige la inquietud social de que se nutre cada d�a. "Bajo el gobierno de Pardo, los efectos de la guerra europea en la situaci�n econ�mica influyen en la agitaci�n social y en la orientaci�n ideol�gica" (179). Entonces se vislumbra en Mari�tegui que luego de la novela -caracterizada por su vida fr�vola y disipada-, vendr� el drama real. Puestas las cosas en este terreno, la cultura ya no ser� para �l algo aislado, independiente, que nada tiene que ver con el proceso social que confronta. Notamos, sin embargo, que durante un prolongado lapso continuar� Jos� Carlos cultivando temas anodinos y sentimentales. Y al mencionar este asunto, resulta curioso referir -a guisa de an�cdota- el suceso por el cual no habr� de figurar en la antolog�a titulada: "Las Voces M�ltiples" (180), salida de la estampa en 1916, donde aparecen un conjunto de poemas escritos por Pablo Abril de Vivero, Hern�n Bellido, Antonio Garland, Alfredo Gonz�lez Prada, Federico More, Alberto Ulloa Sotomayor, Abraham Valdelomar y F�lix del Valle. Todos ellos, desde luego, animadores del movimiento "Col�nida" y amigos entra�ables de Juan Croniqueur. Empero, en este ambiente se crearon animosidades y pasioncillas. Pero tambi�n, el af�n de originalidad y notoriedad. Por aquellos d�as (16 de marzo) la revista "Lul�" -que dirige Carlos P�rez C�nepa- organiza un concurso de madrigales en honor de la se�orita Ana Rosa Garc�a Montero, bella y aristocr�tica dama lime�a. Y obtiene en dicho certamen el premio, Pablo Abril de Vivero -el benjam�n de los poetas j�venes-, quien con tan singular motivo fue objeto de cordiales manifestaciones de aprecio y congratulaci�n por parte de sus colegas y admiradores. Mientras tanto Jos� Carlos -acuciado por la necesidad de sobresalir-, recibi� con desagrado la decisi�n del jurado que proclam� a Pablo como el poeta laureado. Y lleg� a tal punto la decepci�n de Mari�tegui, que �ste hizo publicar en el diario "El Comercio" de fecha 14 de abril de 1916 (p�g. 2) -como desagravio hacia su propia creaci�n- los madrigales intitulados "Rendido elogio" y "El fr�gil misterio de una rosa blanca" con los cuales hubo de intervenir en el mencionado concurso. La intenci�n del autor al publicar sus versos obedec�a al manifiesto af�n de hacer ver que ellos s� eran acreedores al galard�n, por su calidad literaria, y no as� los de Abril de Vivero que merecieran el premio m�ximo (181). Mas ah� no qued� la disputa po�tica, pues provoc� aunque moment�neamente el distanciamiento de Jos� Carlos del grupo "Col�nida" y, sobre todo, su ausencia en el libro "Las Voces M�ltiples". As� este florilegio, tan llevado y tra�do, no ten�a otra finalidad -seg�n declaraci�n expresa de Valdelomar- que responder a un "capricho l�rico de ocho j�venes escritores que quisieron hermanar esfuerzos realizando una obra que fuera noble lazo y fuerte vinculaci�n art�stica y fraternal" (182). Aquella discordia entre poetas, por otra parte, servir� para lograr una mayor aproximaci�n entre Jos� Carlos y C�sar Falc�n, quien por esa �poca preconizaba que la literatura y el arte no eran expresiones ajenas al fen�meno social. A�os m�s tarde Mari�tegui, recordando su antigua amistad con Falc�n, escribir�: "�l y yo somos, casi desde las primeras jornadas de nuestra experiencia period�stica, combatientes de la misma batalla hist�rica" (183). Mari�tegui por ese tiempo segu�a sintiendo la necesidad de tener amigos para compartir las experiencias humanas e inquietudes espirituales. Trataba de asimilar los conflictos de los dem�s, en un af�n de vivir constantemente identificado con otras personas y desentenderse as� de sus propias necesidades internas y externas. Despu�s de todo, las amistades de Juan Manuel Campos, Alfredo Gonz�lez Prada, Abraham Valdelomar y C�sar Falc�n, habr�n de suministrarle horizontes nuevos y, porque no decirlo, cierta seguridad y plenitud para lanzarse a la realizaci�n de sus dorados sue�os. Y esas enso�aciones de Juan Croniqueur, que van d�ndole mayor impulso a la rebeld�a que viene incub�ndose dentro de �l, estaban influidas por don Manuel Gonz�lez Prada, el movimiento "Col�nida", Abraham Valdelomar, C�sar Falc�n y, por extensi�n, los efectos de la guerra europea. Por aquellos d�as, aunque d�bilmente, se vislumbra en Mari�tegui -como en el grupo de "col�nidos" y, muy especialmente, en el propio Valdelomar- un af�n indirecto por contribuir a la formaci�n del gusto popular y, por tanto, de elevar el nivel de cultura. Planteada as� la situaci�n, vemos que conforme se va insinuando la imagen de la nueva sociedad, que se avecina con los cambios sociales operados durante la primera conflagraci�n b�lica, los j�venes "col�nidas" de una manera u otra se ponen al servicio de la comunidad casi como destino y deber, apart�ndose poco a poco de todo lo que simboliza lo anti popular y lo deshumanizado. Es decir, en buena cuenta, de todo aquello que defendieran con actitudes extravagantes y snobs. Estamos en 1916, a dos a�os casi vencidos de la primera guerra mundial, frente al crecimiento del capitalismo en el Per�, por una parte, y por otra, de la clase media y del proletariado, sectores cuya presencia da una nueva fisonom�a a la realidad social. Entonces se asiste a un decaimiento de la antigua aristocracia. Y paralelamente, con la declinaci�n de los apellidos virreinales, la burgues�a, la clase media y los obreros comienzan a influir en la historia peruana. Los j�venes penetrados de una nueva dimensi�n social, se orientan hacia un humanismo m�s aut�ntico que los lleva a defender la dignidad humana y los derechos del hombre, tan preteridos en el pa�s. Se ponen en pr�ctica las tesis reformistas burguesas basadas en un conjunto de leyes de car�cter social en un intento de frenar el movimiento revolucionario del naciente proletariado en el Per�. Y hablando de los derechos humanos cabe aqu� mencionar la actitud asumida por Mari�tegui al enterarse del vejamen inferido a cuatro colegas lime�os por parte de la fuerza policial. Veamos la informaci�n al respecto. "C�rculo de periodistas". La sesi�n de ayer... El se�or Stubbs dio explicaciones relativas al atropello policial de que hab�an sido objeto �l y dos conocidos miembros del periodismo y de la asociaci�n, en la ma�ana del domingo, y a la agresi�n sufrida por el director de un semanario local". "Los periodistas -contin�a el suelto- que hab�an solicitado la sesi�n pidieron que el C�rculo protestase del atropello �ltimo, en presencia del cual formularon la demanda y expresaron al mismo tiempo su reprobaci�n del primero". "En tal sentido se expresaron los se�ores Mari�tegui, Balarezo y More, replic�ndoles los se�ores Silva Vidal y Portal". "El C�rculo de Periodistas acuerda, finalmente, formular y publicar una en�rgica protesta, contra el atropello perpetrado, e iniciar acci�n criminal, y una protesta por el atropello de los tres periodistas..." (184). Evidentemente para Jos� Carlos empezaba a predominar uno de los elementos en pugna que se disputaban su alma. Este m,5undo, producto de una convulsi�n interior de fuerzas antag�nicas, se identificaba con la fe en algo nuevo que estuviera a tono con las conmociones de la hora de incertidumbre vivida por la criatura humana. En realidad, se exteriorizaba el deseo de Mari�tegui de salir de s� mismo y convertirse en un hombre distinto y contribuir a la renovaci�n de su circunstancia. Exist�a en �l una misteriosa vibraci�n, que lo conduc�a a un objetivo un tanto impreciso. Antes bien, como su juventud coincide con este per�odo de mutaciones, se siente comprometido y empujado a hacer algo diferente de lo que ven�a haciendo. Semejante tipo de preocupaci�n, lo hace vivir y estar en el �mbito de un humanismo burgu�s. Aqu� viene a prop�sito lo dicho por Romain Rolland en relaci�n con los ideales juveniles: "...cuando se es joven se necesita hacerse la ilusi�n de que se participa en un gran movimiento de la humanidad, de que se renueva el mundo. Se tienen sentidos que vibran a todos los alientos del universo..." (185). De esta manera, sin pausa y sin prisa, se iniciaba en Mari�tegui su apostolado de "combatiente de la batalla hist�rica" (186) para crear un Per� nuevo dentro de un mundo nuevo. Y como es de suponer, frente a tal situaci�n, se convierte en enemigo implacable de todo lo opuesto a la originalidad y progreso. Tocarnos aqu� un aspecto de importancia capital. Pues nada menos que el retorno de Jos� Carlos al punto de partida. Es decir, a la escala de valores de su ni�ez y los primeros a�os de su adolescencia. En resumen, a la �poca de su admiraci�n por quienes pretend�an transformar el mundo de injusticias y de soledad para el hombre infortunado: Luis Pardo ("el bandolero rom�ntico") y Pablo Iglesias (socialista espa�ol). Entonces, la fascinaci�n de Mari�tegui por estos personajes le viene de s� mismo, por algo en com�n con ellos. Mas todav�a habr�n de sucederse otros protagonistas del drama social que, al gravitar sobre Jos� Carlos, acentuar�n su rebeld�a latente y la repulsa a todo lo vinculado con el mundo inveterado y retr�grado. Dicho est� que los primeros s�ntomas de la disconformidad en Mari�tegui -repetimos- estuvo dirigida contra lo acad�mico en el campo art�stico y literario y, muy particularmente, contra los representantes o mantenedores de tal tendencia: Te�filo Castillo y Jos� de la Riva Ag�ero. Jos� Carlos tendr� que hab�rselas con Riva Ag�ero -descendiente de la nobleza criolla- reconocido y respetado por el sector conservador, mediante un art�culo period�stico, de escandaloso impacto, que motiva la conferencia que sustentara �ste en la Universidad de San Marcos, conmemorando el tercer centenario de la muerte del Inca Garcilaso de la Vega (187). En su cr�tica Mari�tegui -c�mo antes lo hiciera Alfredo Gonz�lez Prada (188) y, m�s tarde, lo har� Alberto Hidalgo (189)-, acusa a Riva Ag�ero "de ser opuesto al exotismo modernista. Un adversario de toda novaci�n. Un acad�mico que proclama la inexorabilidad de las reglas gramaticales" (190). Esta manera de juzgar a Riva Ag�ero, en cierta forma, situaba a Jos� Carlos -ya lo insinuamos- en oposici�n a la clase dominante empe�ada en mantener los rezagos de la cultura colonial. Resulta necesario ver en este suceso, aparte de la funci�n renovadora que revela en s�, el prop�sito de un intento de revisi�n de nuestros valores literarios. Algo similar ocurri� con el cr�tico Castillo. Indudablemente que la censura a Riva Ag�ero caus� alboroto entre la gente pacata y conservadora de Lima y provincias quien lo ten�a por su gu�a indiscutible. Incluso Mari�tegui se referir� a su extracci�n clasista, cuando expresa: "Este sabio joven y buen mozo es el doctor J. de la Riva Ag�ero, de quien s� que tiene aristocr�tico abolengo que muy bien se compagina con la euforia soberbia de su nombre de caballero ilustre y noble hidalgo..." (191). Ahora bien, el �nico que acudi� en defensa de �ste fue el doctor Jos� Mar�a de la Jara y Ureta (192), editorialista de "La Prensa" y contertulio de Jos� Carlos en las mencionadas reuniones de redacci�n, sin aportar ning�n argumento serio y, principalmente, sin poder levantar los cargos que hiciera el joven periodista contra el historiador y conferenciante. Lo curioso de esta situaci�n es que Mari�tegui habr� de utilizar para firmar el art�culo contra Riva Ag�ero el seud�nimo de su poeta favorito Amado Nervo (X. Y. Z.). Quiz�s si recurri� a este procedimiento, no tan s�lo por su predilecci�n por el vate, sino por la tendencia modernista que encarnaba �ste y que fuera impugnada por Riva Ag�ero. Confrontaba en tales circunstancias Juan Croniqueur la propensi�n por uno de los polos en pugna dentro de su alma. Y conforme iba afirm�ndose esta nueva disposici�n en �l fue d�ndose cuenta de que la sociedad humana no deb�a todo a un pu�ado de elegidos. Riva Ag�ero que pertenec�a a esa minor�a selecta y privilegiada, encabezaba al n�cleo hispanista dedicado a exaltar los valores tradicionales, y acad�micos de un mundo realmente en descomposici�n. "El rasgo m�s caracter�stico de la generaci�n "futurista" -advierte Jos� Carlos- es su pasadismo. Desde el primer momento sus literatos se entregan a idealizar el pasado. Riva Ag�ero, en su tesis, reivindica con energ�a los fueros de los hombres y las cosas tradicionales..." (193). Por coincidencia hac�a un a�o (1915) que Riva Ag�ero en compa��a de varios j�venes afines en ideas literarias y pol�ticas hab�a creado el Partido Nacional Democr�tico (194), al cual se le bautiz� con el nombre de"futurista" (195). As� "...la llamada generaci�n "futurista" -como parad�jicamente se le apoda- se�ala un momento de restauraci�n colonialista y civilista en el pensamiento y la literatura del Per�" (196). Adem�s, "se muestra universitaria, acad�mica y ret�rica" (197). "Una de las obras m�s caracter�sticas y peculiares es la organizaci�n de la Academia correspondiente de la Lengua Espa�ola" (198). Efectivamente, dos anos despu�s de haber dado origen al mencionado grupo pol�tico (1917), los, j�venes olig�rquicos reorganizan dicha Academia y eligen como Director de la misma, a su fundador en 1887, don Ricardo Palma (199). De paso recordemos, que hac�a pocos a�os el patriarca de nuestras letras hubo de enfrentarse con Manuel Gonz�lez Prada a ra�z de que �ste reemplazara a aqu�l en la direcci�n de la Biblioteca Nacional (1912). Como resultado de tal enfrentamiento, se polarizan en forma definida dos tendencias diametralmente opuestas: una retardataria, proveniente de los j�venes que se forman en la Universidad -que apoya a Palma- y otra, progresista que respalda la actitud anti olig�rquica de don Manuel Gonz�lez Prada, conformada por elementos autodidactas en su gran mayor�a y provincianos. Dentro de esta etapa de transici�n en que Mari�tegui, cada vez, e inclinaba por uno de los elementos antag�nicos de su vida interior (rebeld�a), no descuida su producci�n po�tica -por lo general sonetos alejandrinos, expresi�n predilecta de los modernistas- la cual por otra parte carece de originalidad creadora y m�s bien responde a una especie de autobiograf�a versificada. En ella pone demasiado de s� mismo y de sus preocupaciones. Es una poes�a profundamente afectiva; predomina en ella un sentimiento de tristeza. Imita a sus vates preferidos que, por esos a�os, est�n en boga y que se caracterizan por evadirse de la vulgaridad a trav�s de la enso�aci�n. No es dif�cil fijar la genealog�a espiritual de Juan Croniqueur, porque �l mismo ha expuesto sus preferencias, sin desde�ar por cierto a sus antiguos �dolos Amado Nervo y Rub�n Dar�o, predominan como novedad literaria: Heine, B�cquer, Herrera R�issig, Sully, Stechetti, Verlaine (200). Los poemas de Jos� Carlos, decadentes, intimistas y esteticistas, aparecen en las revistas y peri�dicos de la �poca (1915-1917). Y hasta anunci� editar un libro de versos, en el que el sentimiento de pesadumbre influenci� sobre el t�tulo: "Tristeza". Esta obra no pas� de un simple proyecto literario. La m�s lejana referencia a la misma se encuentra en las revistas "Lul�" y "Col�nida" (201). Aunque la verdad es que el tal manuscrito existi�, pero su grupo literario recibi� con aire esc�ptico la idea de su publicaci�n. Y como no hubo ning�n editor voluntario, ah� qued� la tentativa recordaba Alberto Ureta. Por otro lado, la denominaci�n del poemario en referencia quiz� estuvo influido por la llamada generaci�n (que apareciera en Inglaterra) de los poetas del spleen (tristeza): Robert Blair, Edward Young, Thomas Gray y Jonathan Swift (202). En aquella ocasi�n, el amor que siente por Juanita Mart�nez de la Torre le inspira los m�s nobles madrigales que reflejan el delirio por ella. Es por eso que hemos insinuado que sus poemas tienen inter�s m�s biogr�fico que literario. M�s tarde, al lograr mayor madurez intelectual, proclamar� arrepentido: "cuando yo ten�a veinte a�os escrib�a disparates de los cuales no s� por qu� la gente se acuerda todav�a" (203). Debe dejarse al propio Jos� Carlos el dar su versi�n de la etapa de transici�n en que vive. "Los cantos de optimismo y de vida se apagan �escribir� en una de sus cr�nicas- prematura y cruelmente y pasa por las alas una onda de desesperanza y desaliento. La voz de Schopenhauer adoctrina. Y en la filosof�a de casi todos los escritores actuales flota un acre sedimento de pesimismo, de desenga�o y de tristeza. �Es la civilizaci�n que enferma las almas y les toca del letal anhelo de la muerte? El desencanto del progreso, la dura ley perenne de los poderosos, el clamor de miseria de los que sufren, cuanto deja en los esp�ritus la convicci�n de que la injusticia es una norma inexorable. Y la vor�gine de esta vida febril que nos enferma, la electricidad que sensibiliza nuestros nervios gradualmente, el tel�fono que genera muy lento trastornos mentales, la mareante confusi�n de los autom�viles que pasan raudos lastim�ndonos con el grito ululante de sus bocinas, toda va siendo germen fecundo de la neurastenia..." (204). Despu�s de todo, Mari�tegui, alterna su afici�n a la poes�a con la b�squeda de la verdad. Y la verdad para �l significaba hallar la idea -que ya se avizora en su camino- que le apasione y ponga asu alcance los instrumentos adecuados para combatir con eficacia la banalidad del ambiente en el cual a�n subsisten rezagos de feudalismo. Y a las claras esta inquietud de no aceptar el ritmo de la vida cotidiana, la motiva en parte la pr�dica de Gonz�lez Prada, la agitaci�n de los obreros anarquistas y la actitud renovadora de los j�venes intelectuales "que expresan con m�s intensidad los anhelos de la �poca". Por ese tiempo Jos� Carlos, cuyo itinerario de b�squeda se puede sintetizar en los siguientes hitos: Dios, el padre, la literatura, el amor y las ideas sociales, empieza a dirigir su persona hacia determinado campo y a vencer cierta resistencia en contrario, fomentada por la propensi�n que todav�a existe en �l, aunque en menor grado, por imitar la vida fr�vola de los parientes encumbrados a la saz�n en buenas posiciones econ�micas-sociales. Y, naturalmente, aquel inter�s por cultivar el pensamiento requiere en Jos� Carlos, toda la atenci�n y todas las fuerzas interiores. Entonces, a esta altura de las cosas, procura desplazar con involuntaria lentitud, el otro mundo divergente y superficial (aristocracia) (205). Sin embargo, en esos a�os juveniles para Mari�tegui, no dejan de atormentarle profundos secretos familiares -que tanto le obsesionan- y a los que venimos refiri�ndonos en este cap�tulo y en los anteriores. Afortunadamente no se detendr� mucho tiempo en tales enigmas Jos� Carlos, pues la tristeza, la melancol�a y el car�cter religioso que trasunta su poes�a y su propia vida, lo predisponen -digamos as�- a la comprensi�n de los problemas sociales. Estos ingredientes, que siempre estar�n presentes en Mari�tegui, estimulan su sensibilidad humana y lo convierten en un apasionado partidario de la transformaci�n del mundo feudal en que discurre. Vemos aqu� a un joven que, en esos momentos decisivos para su personalidad, busca estar al lado de quienes pueden coincidir con sus ideales reformistas. As� no es extra�o, por l�gica consecuencia, que resuelva apartarse del diario "La Prensa" cuando cambia de orientaci�n pol�tica para asumir la defensa del gobierno olig�rquico y aristocr�tico de don Jos� Pardo. Hac�a s�lo dos a�os (poco despu�s del 14 de mayo 1914) que don Alberto Ulloa Cisneros, Director-propietario del peri�dico, hubo de ser condenado al ostracismo por defender las normas constitucionales de sucesi�n presidencial y las ideas liberales burguesas. Es el caso que correspond�a ocupar la primera magistratura de la Rep�blica a don Roberto Legu�a, en su condici�n de Vice Presidente, pero el Coronel Oscar R. Benavides -que ven�a usurpando el cargo- manifestaba ostensiblemente con sus actos dictatoriales la intenci�n de no hacer entrega del poder a quien le tocaba leg�timamente. Ante tal hecho evidente, las agrupaciones pol�ticas constituidas por la Alianza "liberal-legui�sta" se movilizaron para combatir la tiran�a entronizada por Benavides. "La Prensa" -todav�a dirigida por Ulloa Cisneros, hombre de tendencia liberal- como siempre sostuvo una altiva y valiente campa�a de oposici�n al r�gimen esp�reo, pero al final se impuso la fuerza mediante la intimidaci�n, el fraude y el atropello a los derechos civiles. Ulloa Cisneros, como resultado de tal violaci�n, fue forzado a abandonar el pa�s. Pero antes, tuvo que vender el peri�dico a Augusto Durand, su amigo y correligionario pol�tico. Al ser elegido Pardo (18. VIII. 1915-4. VII. 1919) en reemplazo de Benavides para ocupar la Presidencia de la Rep�blica, Durand que ya actuaba como Director, olvid�ndose de sus compromisos y de la trayectoria "anti-civilista" y liberal de "La Prensa", la puso a disposici�n de la oligarqu�a gobernante (1915-1919) que militaba en el llamado partido civil -del cual deriva el calificativo de "civilista" como sin�nimo de arist�crata (206)-. Y como es de suponer, la respuesta de la oposici�n "legui�sta" no se hizo aguardar, un grupo de parlamentarios de dicha facci�n pol�tica financi� la salida de un nuevo diario: "El Tiempo" (14.VII.1916), con talleres propios, situados en la calle General La Fuente. Pedro Ruiz Bravo fue nombrado Director y Carlos Guzm�n y Vera, Jefe de Redacci�n, ambos amigos de "la Yunta Brava": Mari�tegui y Falc�n. Al enterarse �stos de la aparici�n del nuevo �rgano de expresi�n period�stica, contrario al gobierno tradicional de Pardo, deciden voluntariamente abandonar "La Prensa" y trasladarse a "El Tiempo" (207). Esta actitud obedece, claro est�, a lo que hemos dado en llamar (para decirlo con m�s propiedad) su estado de rebeld�a latente. Yerovi hace todo lo posible para retener a sus disc�pulos, pero fracasa. Tanto Mari�tegui como Falc�n se resist�an a aceptar el curso pol�tico adoptado por la Direcci�n de "La Prensa". Precisamente entre los fundadores de "El Tiempo" se encontraban los antiguos jefes de cr�nica de Mari�tegui y Falc�n: Pedro Ruiz Bravo y Carlos Guzm�n y Vera, Director y Jefe de Redacci�n, respectivamente, de este peri�dico. Entre los redactores figuraban Alberto Secada, Luis Ulloa, Jorge Prado, Emilio de Armero, Alberto Franco Echeand�a, Mois�s Vargas Marzal, C�sar Alzamora, Humberto del Aguila. Antenor Fern�ndez Soler y otros. Los propietarios de la empresa eran: Dr. Francisco Alvari�o, Presidente del Directorio; Dr. Juan de Dios Salazar y Oyarz�bal, Jefe de la minor�a parlamentaria legui�sta; Manuel Qu�mper, Juan Manuel Torres Balc�zar, Miguel Grau, Carlos Borda y V�ctor Larco Herrera, todos amigos de Jos� Carlos (208). Es conveniente a�adir que el nuevo peri�dico estimular� a los j�venes literatos, que van a sobresalir con el art�culo ameno y el ensayo cuidadoso. Se cultiva el art�culo de todos los tama�os, modos y tendencias. El diario, en cierta forma, es el medio de comunicaci�n m�s accesible para que el escritor en formaci�n pueda dirigirse al p�blico y ejercitar sus cualidades literarias. Mari�tegui, que durante varios a�os trabaj� como redactor parlamentario de "La Prensa", pasar� a "El Tiempo" a desempe�ar igual actividad, am�n de otras tareas que lo hacen ser el articulista m�s apreciado del diario. "En "El Tiempo" Jos� Carlos era muy respetado por todo el personal, gozaba del mejor predicamento en la direcci�n, de la cual Pedro Ruiz Bravo, Director, y un comedi�grafo ligero (Carlos Guzm�n y Vera), que era el Jefe de redacci�n -comenta Alberto Hidalgo- cuidaban de Mari�tegui como a las ni�as de sus ojos" (209). En el peri�dico "El Tiempo" Juan Croniqueur cultivar� el comentario pol�tico a trav�s de la columna "Voces", tratando de imitar "Ecos" (de "La Prensa") de Luis Fern�n Cisneros. "Este -apunta Porras Barrenechea- en su columna era m�s pol�tico. En cambio Mari�tegui presum�a en la suya, de un sentido social de reprimida causticidad" (210). La cr�nica parlamentaria escrita por Jos� Carlos, inspirada en las que hac�a Azor�n de las Cortes espa�olas -su maestro en prosa y, tambi�n, en periodismo-, se hallaba influida por sus dotes literarias. Se sab�a que la direcci�n de "La Prensa" le hab�a impedido a Mari�tegui, en reiteradas ocasiones, la publicaci�n de varias notas por considerarlas re�idas con la orientaci�n seguida por el peri�dico -sobre todo, despu�s del alejamiento de Ulloa Cisneros (211). Es probable que el tema de palpitante actualidad -publicado en el primer n�mero de "El Tiempo"- en el que denuncia la agresi�n del imperialismo yanqui sobre M�xico y que apareciera con el ep�grafe: Cartas a X. Glosario de las cosas cotidianas (17 de julio de 1916, p�gs. 1 y 2) la misma secci�n e igual t�tulo que, tambi�n, utilizara en "la Prensa", haya sido uno de los trabajos condenados por los "nov�simos inquisidores" que sustituyeron al maestre Ulloa Cisneros como orientadores del peri�dico. Es esta, sin duda, la etapa en que el esp�ritu de rebeld�a, que animaba a los j�venes, comienza inquietar a los elementos conservadores y tradicionalistas. Era, a todas luces, la simiente sembrada por Gonz�lez Prada. Aquellos se sent�an vinculados a todo lo que en el mundo del esp�ritu se situaba en oposici�n a la clase dominante. Y poco a poco las actitudes an�rquicas -provenientes del "gonzalespradismo"- fueron quedando atr�s dominadas por el pensamiento pol�tico que empezaba a desarrollarse entre los nuevos valores. Y "la rebeli�n de los "col�nidas" contra los valores contempor�neos persistir� en Mari�tegui por algunos a�os". Se recordar�, a prop�sito, que Jos� Carlos y Falc�n como todos sus colegas de esos tiempos, eran en buena cuenta un producto, en cierta forma, de los diarios y revistas. En tales medios de comunicaci�n indiscutiblemente, se hicieron y se foguearon como articulistas, ensayistas, poetas, dramaturgos, cr�ticos y periodistas. Luego, andando los a�os, gran parte de los trabajos insertos -en estas p�ginas de existencia ef�mera- pasan a convertirse en cap�tulos de libros o se re�nen en poemarios. As� la literatura, tan llevada y tra�da, no fue relegada ni convertida en una pr�ctica eventual. Merece citarse, en ,el caso de Mari�tegui, la secci�n literaria "Los lunes de El Tiempo", donde colaboraba con el seud�nimo de Juan Croniqueur. Y en la que se publica -vaya de ejemplo- un fragmento del poema dram�tico "La Mariscala", que escribieran Abraham Valdelomar y Jos� Carlos Mari�tegui (212). Ahora bien, hasta la redacci�n del nuevo peri�dico habr�n de acudir para charlar con Juan Croniqueur personajes de la pol�tica, como: V�ctor Ma�rtua, Alfredo Piedra, Mariano H. Cornejo, Mat�as Manzanilla, Gerardo Balbuena, Alberto Salom�n y otros amigos que conociera en el Parlamento, en los d�as que perteneci� a la plana de periodistas de "La Prensa". Entre aquellos, lo frecuentaba, Alfredo Piedra Salcedo una especie de mecenas de los hombres de prensa, primo hermano de Augusto y Roberto Legu�a, quien apreciaba a Jos� Carlos y le suministraba, de tarde en tarde, los temas destinados a la columna "Voces" (213) que escrib�a diariamente Mari�tegui con fina iron�a y humor y la cual era ansiosamente le�da por los lectores del peri�dico y por las figuras a quienes zaher�a con su pluma. Tambi�n los obreros y, muy particularmente, los dirigentes anarco sindicalistas se acercaban a la Redacci�n en busca del joven Mari�tegui, para gestionar la publicaci�n de alguna noticia de car�cter gremial y, en otras oportunidades, para conversar sobre los problemas sociales. Estos lo conoc�an desde la �poca en que aqu�l fuera obrero aprendiz en los talleres de "La Prensa" y sol�a frecuentar la amistad de Juan Manuel Campos. Jos� Carlos atend�a con cordialidad a los trabajadores y casi siempre satisfac�a sus peticiones. Por entonces empieza a intimar con Carlos del Barzo, Abelardo Fonken, Delf�n L�vano, Nicol�s Gutarra, Carlos Barba, Emilio Costilla Larrea, Fausto Posada y otros tantos proletarios ganados por el ideal �crata, de los grupos "La Protesta" y "Luz y Amor", quienes a la saz�n le criticaban a Mari�tegui su actitud decadente y peque�o burguesa. Por esos d�as Juan Croniqueur recib�a asimismo a los universitarios que anhelaban fundar la Federaci�n de Estudiantes. Entre ellos estaba Fortunato Quesada, Humberto Solary, Alberto Rey y Lama, Hernando de Lavalle, etc. Quesada, un a�o despu�s, fue elegido Presidente de la mencionada instituci�n (214). "La verdad es que todos le�amos la secci�n "Voces" y otras informaciones que escrib�a Mari�tegui -dir� el presidente de la Federaci�n-. Era tan acogedor y fraternal que siempre acud�amos a donde �l en busca de consejos y ayuda period�stica..." (215). Y Jos� Carlos, que ven�a entrando en contacto con la vida pol�tica y empezaba a formar sus ideas sobre el hombre y su misi�n, celebrar� alborozado el juicio consagratorio que emite Gonz�lez Prada, al declarar �aludiendo a sus disc�pulos del movimiento "Col�nida"-, que "la generaci�n literaria de hoy era la m�s fuerte, fecunda y valiosa de cuantas generaciones hab�a tenido esta tierra" (216). Siete a�os antes (1909) Francisco Garc�a Calder�n (1883-1953) en un discurso memorable, hab�a llamado a su propia generaci�n "fuerza y orgullo del Per� actual y del futuro". La sentencia de don Manuel, de suyo, significaba, aparte de un espaldarazo a los j�venes literatos, un decidido apoyo a su rebeld�a latente, que se traduce en un impulso creador y de renovaci�n. Es indudable que en ese grupo generacional, el Maestro advert�a la presencia de figuras originales y que, sin propon�rselo, buscaban la emancipaci�n espiritual del pa�s, lo cual constitu�a, de por s�, una actitud sin precedentes en la historia cultural peruana. Al hacer p�blica Valdelomar la declaraci�n de Gonz�lez Prada (217), provoc� una encendida pol�mica en la que intervinieron por una parte, Enrique L�pez Alb�jar, a la saz�n Jefe de Redacci�n d e "La Prensa", quien asumi� la defensa de las generaciones anteriores acusadas de imitadoras y de no haber tenido una obra literaria imperecedera (218); y, por la otra, Federico More (219), Augusto Aguirre Morales (220) y Jos� Carlos (221), quienes al manifestar su solidaridad con Valdelomar, invocaron nuevos argumentos en favor de su n�cleo motriz. Terci� en este conflicto generacional, tambi�n, Clemente Palma, Director de la revista "Variedades", el cual se apresur� a condenar el debate y a juzgarlo de "tonto y grotesco" (222). Mas, incuestionablemente, los j�venes impusieron sus puntos de vista y reivindicaron para s� el derecho de considerarse por encima de las generaciones que los precedieron, por el m�rito de haber contribuido a crear, con su inquietud literaria y su obra, una nueva manera de pensar y actuar en relaci�n �ntima con su �poca. Para Gonz�lez Prada -escribe Mari�tegui- "...la generaci�n m�s que a�os debe abarcar tendencia, estilo e ideas. Las generaciones deben ser definidas por la orientaci�n. Un escritor viejo puede escribir como un escritor joven. Entonces es un escritor progresista y contempor�neo. Un escritor joven puede escribir como un viejo. Hay viejos y hay avejentados. Ylos avejentados son m�s peligrosos que los viejos" (223). Est� claro que, poco a poco, Juan Croniqueur iba adoptando una orientaci�n progresista -digamos as�- dentro de la sociedad decadente. Igual proceso ocurr�a con sus coet�neos. Aunque se advierte en aqu�l, no obstante hallarse impregnado de decadentismo, el esfuerzo para librarse de tal mundo en descomposici�n. Pr�cticamente, en forma paulatina, lograba sumarse a las fuerzas que se opon�an al envilecimiento y a la tiran�a del dinero, que impone la obsesi�n del pan cotidiano. En este sentido, lo vemos a Juan Croniqueur tomando parte activa en su gremio para salvaguardar los derechos de los periodistas. Cabe citar aqu� la moci�n presentada por Mari�tegui, Emilio Delboy y Walter Stubbs y sostenida por el primero, sobre la reforma del art�culo de los Estatutos acerca de la constituci�n del Directorio (C�rculo de Periodistas) que en adelante y a partir del nuevo a�o institucional (1917) estar� formado por dos delegados de cada uno de los diarios locales y dos periodistas que no representen la redacci�n de ning�n �rgano de prensa (224). Esta propuesta -que fuera aprobada por unanimidad- tuvo por objeto la ampliaci�n de la Junta Directiva y el fortalecimiento de la organizaci�n sindical. Por otra parte, se debe reconocer que Jos� Carlos a�n no hab�a logrado despojarse de todo su decadentismo. No era de extra�ar, pues, que pusiera en evidencia de cuando en cuando las contradicciones que se operaban en su vida interior. En efecto, a veces, puesto frente a un est�mulo superficial reaccionaba en direcci�n negativa a su polo opuesto: de hombre de sensibilidad social y en trance de escritor comprometido. As� al llegar a Lima la bailarina espa�ola T�rtola Valencia, Juan Croniqueur qued� seducido por sus bellos encantos f�sicos y, en especial, por las maravillosas danzas hel�nicas que interpretaba aqu�lla, y en las que crey� ver ciertos elementos m�sticos. Cuenta Guzm�n y Vera (225) que Mari�tegui y Falc�n eran casi esclavos de la danzarina. Al punto que, dos a�os despu�s, C�sar le pondr� a su primera hija el nombre de T�rtola y Jos� Carlos proseguir� evocando a esta figura de la danza cl�sica. Eso s� ambos periodistas, que conformaban "la Yunta Brava", habr�n de exaltar a la bella artista con art�culos, notas y entrevistas elogiosas (226). Situaci�n similar hubo de ocurrir en 1915 con otro de los "col�nidos", Alfredo Gonz�lez Prada, y la joven bailarina belga Felyne Verbist, quien ofreci� varias presentaciones en el Teatro Municipal. Precisamente, por aquella misma �poca, a fines de 1916, en la que se hallaba dando t�rmino a su temporada T�rtola Valencia, arribar� a Lima la Compa��a Mar�a Guerrero (1868-1928) -Fernando D�az de Mendoza (1862-1930), que tra�a un notable elenco y, con �ste, al poeta y dramaturgo Eduardo Marquina (1879-1946). La estancia de tan insignes int�rpretes de la danza y el teatro fue todo un acontecimiento dentro del ambiente art�stico de la Capital. Los hombres de letras y los periodistas visitaban el alojamiento de tales personajes para departir con ellos e informarse de algunos detalles de su vida esc�nica, de sus triunfos y experiencia humana. En una de esas extraordinarias veladas que T�rtola Valencia propiciaba habr� de confesar a los j�venes bohemios que acud�an para rendirle pleites�a, entre ellos: Hidalgo, Mari�tegui, Garland, Ureta, Abril de Vivero, Falc�n, Del Vall�, Lorente, que en cierta ocasi�n interpret� una danza gitana con m�sica de Granados en el retablo del altar de la Iglesia de los Caballeros de San Juan de Letr�n (Espa�a). Tal revelaci�n produjo sorpresa y revuelo entre los presentes que presumieron se trataba de una irreverencia, pero la artista aclar�: invocando que Isadora Duncan hab�a tenido como escenario para su arte coreogr�fico, en Par�s, el cementerio de Pere-Lachaise y en Nueva York la fastuosa necr�polis. Conmovidos por esta asombrosa y osada noticia, todos a uno, los contertulios invitaron a T�rtola a realizar una actuaci�n similar en Lima (227). Ante esta inusitada proposici�n, ella se disculp�, no dispon�a de tiempo debido a su pr�ximo viaje a La Habana y luego a los Estados Unidos de Norte Am�rica donde habr�a de cumplir algunos compromisos art�sticos. Empero, prometi� hacerlo en cualquier otra oportunidad que retornara al Per� (228). Jos� Carlos y sus colegas se quedaron maravillados e imagin�ndose el singular espect�culo que hubiera podido protagonizar la eximia int�rprete espa�ola de haber prolongado su estancia en el pa�s. Poco antes de alejarse de Lima, T�rtola recibi� una muestra de afecto y simpat�a por parte de Valdelomar, Mari�tegui e Hidalgo. El mencionado tr�o escribi�, en colaboraci�n, un soneto dedicado a aqu�lla. Y el poeta Eduardo Marquina, ah� presente, coloc� su firma y su "ante m�" al pie de la poes�a para dar fe de la improvisada composici�n po�tica (229). Sin embargo contrastaba con esa actitud un tanto bohemia, la actividad de Juan Croniqueur como cr�tico de teatro. En el desempe�o de esta orientadora tarea, era serio y penetrante. Las notas cr�ticas que escribiera en la Secci�n: "Por los Teatros" del diario "El Tiempo", con los seud�nimos de "J. C." y "Sigfrido", durante los d�as de presentaci�n de la Compa��a Mar�a Guerrero-D�az de Mendoza, fueron de calidad y hasta habr�an de merecer un segundo premio en el Concurso promovido por el C�rculo de Periodistas (230). Volviendo a los parientes del padre de Jos� Carlos. Este -es necesario repetir- seguir� frecuent�ndolos y code�ndose con ellos, en un piano de igualdad y sin considerarse, en ning�n momento, inferior a los t�os. Justamente, en el mes de diciembre de 1916 habr� de asistir Juan Croniqueur a un almuerzo que ser� servido en honor del se�or Luis Rodr�guez Mari�tegui, Secretario del Jockey Club (231). Entre los comensales que concurrieron al indicado agasajo, hubo distinguidos personajes de la sociedad lime�a. El joven Mari�tegui era un periodista elegante y respetado en su profesi�n. Y por tal circunstancia, muchos se�ores de categor�a social -y entre ellos los parientes- se disputaban su amistad con el inconfesado prop�sito de ser considerados en la "Cr�nica del Paddock" de "El Turf" -destinada al aspecto social de la fiesta h�pica- que aqu�l escrib�a de semana a semana. En efecto, "...la aristocracia se jactaba -sostiene Luis Alberto S�nchez- de tener amistad con los escritores" (232). Frente a sus familiares, por l�nea paterna, Jos� Carlos se hace presente con cierta arrogancia y afectaci�n. Dicho de otro modo, hay una especie de cotejo en el cual el joven cronista procura demostrar ante aquellos, por lo menos, la superioridad de su inteligencia. Entonces, los parientes ricos y poderosos, por una parte, y Juan Croniqueur, por la otra, tambi�n respetable pues dominaba los secretos del periodismo que era para sus allegados, en cierta forma, algo que necesitaban para mantener notoriedad e influencia dentro de su propio c�rculo. Y, naturalmente, Jos� Carlos con la soberbia que observaba para con sus familiares, jam�s pudo averiguar qui�n de esa rama pod�a ser su padre. Por supuesto, que no estaba enterado que hac�a diez a�os hab�a fallecido su progenitor en el vecino puerto del Callao. "Desventuradamente -confiesa Foci�n Mari�tegui- nunca se present� la ocasi�n de conversar sobre cuestiones relacionadas con �l y sus posibles v�nculos de sangre con nosotros. O porque Jos� Carlos no lo deseaba o porque nosotros no quer�amos tocar un punto tan escabroso y sensible. En una palabra, no sab�amos a ciencia cierta cu�l de nuestros parientes era padre de Juan Croniqueur" . "Eso s� -prosigue Foci�n- debo reconocer que el mencionado joven era altanero y presuntuoso. Jam�s tuvimos un momento de acercamiento e intimidad, siempre distantes y hasta separados por no s� que motivos, que no pudimos definir ni entender. Al principio cre�amos que la vanidad ostensible de este Mari�tegui ignorado, se originaba en el hecho de ser periodista bastante conocido, pero despu�s nos dimos cuenta cabal que hab�a m�s que eso. Hablaba de cosas serias en medio de una conversaci�n familiar, citaba nombres famosos o sentencias c�lebres en los lugares y circunstancias en que menos ven�an a prop�sito. No comprendo hasta la fecha, que quer�a de nosotros, sus familiares" (233). La condici�n desdichada de Jos� Carlos de no saber qui�n era el autor de sus d�as, la oculta. No desea interrogar a los suyos, pues lo considera una humillaci�n hacerlo. Present�a que su progenitor estaba bajo tierra. Efectivamente no estaba errado. Y en este deambular entre la novela y la vida para Mari�tegui, llegamos al a�o 1917. Per�odo gr�vido de sucesos trascendentales que habr� de influir en la personalidad del joven periodista, fijando en forma definitiva su identificaci�n con la corriente de rebeld�a que llevaba latente. Precisamente apenas empieza dicho a�o, se produce la muerte del entra�able amigo y maestro de Juan Croniqueur: Leonidas Yerovi, quien cayera con una herida mortal en la puerta del diario "La Prensa", al disparar sobre �l y a boca de jarro un exaltado extranjero, en v�speras de las fiestas carnavalescas el 15 de febrero de 1917. Yerovi presenta muchos puntos de coincidencia con la vida y aficiones de su disc�pulo Jos� Carlos. Pues fue como �ste, autodidacta, periodista, poeta y autor teatral. Tambi�n se dej� cautivar por la poes�a de Amado Nervo y Rub�n Dar�o. Y en la pol�tica, hubo de militar al lacio de don Nicol�s de Pi�rola y del hijo de �ste, don Isa�as. Con tantos rasgos en com�n, surgi� una �ntima y perenne amistad entre ambos escritores. De all� que al conocer la noticia de la muerte de Leonidas Yerovi, Mari�tegui se sinti� profundamente impresionado. Entonces, sin poder reprimir el hondo impacto sufrido, escribi� una plegaria m�stica de despedida al infortunado vate criollo (de la cual transcribimos los dos primeros p�rrafos) dice as�: "Yo hermano tuyo, en la Risa y en el Dolor; en la Fe v en la Duda; en el Esfuerzo y en el Ensue�o; en la Abulia y en la Voluntad; en el Amor y en el Ego�smo; en el Sentimiento y en la Idea; en lo Divino y en lo Humano, te invoco Yerovi en esta hora angustiosa y te conjuro para que oigas mi voz". "Te hablo, Yerovi, en la estancia de "La Prensa" en que han hecho tu capilla ardiente en la misma estancia que tantas veces ampar� nuestro coloquio y que ahora ampara mi oraci�n..." (234). En esta forma se despide y le rinde los honores literarios p�stumos a su maestro, vilmente asesinado. Como indic�ramos anteriormente, Juan Croniqueur discurre dentro de un mundo dominado por la literatura modernista, del arte por el arte, pero se advierte en �l -y en algunos de sus contempor�neos- la tendencia renovadora de convertirse en formador del gusto popular y, as� mismo, el impulso de vivir y so�ar en algo nuevo y original. Por aquella �poca, Jos� Carlos y Falc�n dirig�an la p�gina literaria de "El Tiempo" en la que insertaban novedades culturales del ambiente lime�o y del exterior. Justamente por esos d�as, en una de las secciones de dicha "p�gina" se dio a conocer el juicio que emite el poeta ecuatoriano Medardo Angel Silva sobre Mari�tegui (que viene muy a prop�sito citarlo aqu�): "Poeta pagano y m�stico -afirma enf�ticamente Silva-, aunque ello parezca incompatible. Su poes�a de agudezas metaf�sicas e impregnadas de un vago claror de amanecer, es un encanto penetrante y sutil. Muchas veces es m�s poeta que orfebre y m�s ide�logo que estilista..." (235). Efectivamente observamos que, este joven de mente cr�tica, iba superando la frivolidad por la meditaci�n y empezaba a valorar los pensamientos m�s que por su expresi�n literaria, por su precisi�n significativa. As� el diletantismo superficial y an�rquico, que todav�a hay en �l, va cediendo paso a la necesidad de satisfacer la raz�n poco a poco. Y si por una parte Mari�tegui se caracteriza por ser un so�ador, un ide�logo, como lo confirma Silva, al se�alar uno de los extremos que pugna por dominar su alma; por la otra, en la revista "El Turf" -cuya direcci�n compart�a con Eduardo Zapata L�pez- a parec�an trabajos y notas period�sticas suyas, imbuidas de un acento aristocr�tico. Mas en este fluctuar se vislumbra en Jos� Carlos, sin mayor dificultad, preferencia por una franca posici�n de rebeld�a que, por cierto, era opuesta al aristocratismo de que algunas veces hac�a alarde. Desde luego, una y otra manifestaci�n era genuina en �l. No exist�a fingimiento o enga�o en ninguna de las dos. Era imposible separar las dos corrientes de su vida. Aunque en algunas ocasiones, dadas las circunstancias que las motivaran, una de ellas ocupaba el primer plano. Reconozco que no es f�cil explicar este proceso psicol�gico en Mari�tegui. A fines del mes de marzo, siguiendo el orden cronol�gico establecido, vemos a Jos� Carlos afrontar la tarea de sacar en compa��a de Carlos Guzm�n y Vera y C�sar Falc�n, un peri�dico vespertina de corte humor�stico, "La Noche" (24. III. 1917) (236) en oposici�n al diario "El D�a" de Octavio Espinoza, que favorec�a al gobierno "civilista" de don Jos� Pardo. "La Noche" tuvo una vida ef�mera., apenas dur� un mes. Es innegable que Mari�tegui, no obstante su aristocratismo estaba pose�do -repetimos- por un claro esp�ritu renovador de all� que algunas manifestaciones retr�gradas (que no estuvieran vinculadas con la figura del padre) proced�a a combatirlas con entereza y denuedo. Poco despu�s de haber emprendido la obra de editar ese nuevo vocero de opini�n, recibe con j�bilo la noticia (4.IV.1917) de su triunfo literario en el concurso promovido por el C�rculo de Periodistas, en el cual obtiene el Premio Municipalidad de Lima con el art�culo: "La Procesi�n Tradicional. En un desfile m�stico y tumultuoso que canta, reza y emociona" (237). En este mismo certamen, Valdelomar recibe una singular distinci�n. Adem�s, Juan Croniqueur es agraciado tambi�n con un segundo galard�n por la cr�tica teatral cumplida en "El Tiempo" con motivo de la temporada de la Compa��a de Mar�a Guerrero-Fernando D�az de Mendoza en Lima (238). La entrega de dichos premios la hizo el propio Alcalde de la ciudad, don Luis Mir� Quesada de la Guerra (el mismo que impresionara a Jos� Carlos en su ni�ez con su estudio sobre el socialismo y el que m�s tarde habr� de tildar a Mari�tegui y a la redacci�n de "El Tiempo" de bolcheviques) en una velada especial que se realiz� en el "Excelsior", una de las mejores salas de espect�culos de aquellos a�os (239). Luego de su consagraci�n literaria, Mari�tegui se matricula en la Universidad Cat�lica, recientemente establecida por el Reverendo Padre Jorge Dintilhac, SS. CC., de nacionalidad francesa (1872-1947), en calidad de alumno libre para seguir las asignaturas de lat�n y filosof�a escol�stica (240). Indudablemente que esta decisi�n en Jos� Carlos produjo cierto asombro y hasta dir�amos desconcierto entre sus cofrades col�nidos y los dirigentes obreros con los cuales manten�a relaciones de amistad. Sobre todo, si se tiene en cuenta su actitud de autodidacta y de recalcitrante anti academicista que ven�a propiciando. Pero est� claro, ello respond�a al dualismo que caracterizaba su conducta. Aunque por otra parte debemos reflexionar acerca de aquella frase proveniente de Jos� Carlos: "desde muy temprana edad sal� en busca de Dios". Y, naturalmente, seg�n su dilecto amigo y maestro el Reverendo Padre Pedro Mart�nez V�lez, O. S. A., espa�ol -principal y constante animador de la obra del Padre Dintilhac (241)-, la Universidad Cat�lica constitu�a uno de los incontables caminos que de hecho conducen ante el Ser Supremo. Aquel sacerdote, convertido en una especie de director espiritual de Juan Croniqueur, lo catequiza y lo inquieta a inscribirse en ese Centro de estudios (242). Era ciertamente Mari�tegui un creyente fervoroso. Gracias pues a su amigo y colega Carlos P�rez C�nepa, Director de las revistas "Lul�" y "Mundo Lime�o", Jos� Carlos conoce al Padre Mart�nez V�lez. Este sacerdote agustino hab�a escrito el pr�logo del libro de P�rez C�nepa: "Horas de misticismo, de dolor y de misterio" (243). Adem�s, Juan Croniqueur era un asiduo y entusiasta lector de los art�culos que publicara el mencionado sacerdote en la prensa local, entre ellos recordaba "La poes�a religiosa" dada a la estampa en la revista "Cultura" (Lima, 1915, p. 61-62) (244) Tambi�n concurr�a a aprender lat�n el inseparable amigo de Juan Croniqueur, C�sar Falc�n. Ambos j�venes periodistas, entre clase y clase, dialogaban con el profesor sobre temas de palpitante actualidad (245). No olvidemos que este maestro, aparte de sus dotes intelectuales, era tolerante con los hombres de ideas contrarias a las de �l. M�s de una vez hubo de conversar y discutir, cordialmente, con don Manuel Gonz�lez Prada, quien por esa �poca ejerc�a la direcci�n de la Biblioteca Nacional (246). Cabe admitir, por otro lado, en cuanto a las causas que llevaron a matricularse a Mari�tegui como alumno de la Universidad Cat�lica: la utilidad del lat�n para un mayor conocimiento del idioma castellano y en el caso de los estudios filos�ficos, la inquietud que empezaba a apoderarse de �l por tal disciplina. Conviene no dejar de mencionar otro m�vil (aunque de menor valor), pero esencial para comprender la disposici�n de Jos� Carlos. Y es el hecho de que deseaba, con ah�nco, alcanzar superioridad sobre sus parientes paternos mediante la inteligencia cultivada (247). Insistiendo sobre el mismo tema. Quiz�s si su impulso por des cifrar el lat�n, fue igual a aquel que sintiera por dominar el franc�s cuando era ni�o Mari�tegui. Recordemos el impacto que experimenta, en su infancia, al no poder leer los figurines en franc�s, que utilizara su madre para la costura, y la vieja edici�n con caracteres latinos provenientes de la biblioteca paterna, y que hemos anotado en anterior cap�tulo. Nos referimos a la obra de Marco Anneo Lucano, "La Farsalia". Ambos sucesos ocurridos en temprana edad, se proyectan en una imprecisa sugesti�n, que probablemente devino en una fuerza perturbable que lo incit� al aprendizaje de aquellos idiomas: franc�s y lat�n. Al ocuparnos nuevamente sobre la creaci�n de la Universidad Cat�lica en nuestro medio, debemos informar que este acto provoc� la cr�tica enconada de los sectores liberales y anti cat�licos. Y, en efecto, por esos a�os exist�a un clima en el pa�s poco propicio para tal empresa religiosa. Ahora bien, dejemos que el propio Padre Dintilhac explique los motivos que lo impulsaron a fundar ese Centro de estudios y, por l�gica consecuencia, la reacci�n que este acontecimiento cultural origin� en la Capital lime�a. "...Parec�a -confiesa el Padre Jorge Dintilhac- que la fe cat�lica estuviera a punto de desaparecer de las altas esferas sociales e intelectuales de Lima y del Per�. Los colegios religiosos que entonces exist�an trabajaban con muy escaso fruto, pues la mayor�a de sus alumnos al poco tiempo de haber abandonado las aulas escolares se declaraban ateos, o por lo menos indiferentes en materia religiosa. Urg�a poner remedio a tan triste situaci�n. Mientras m�s tardara, m�s dif�cil y m�s desesperada se tornaba la suerte de la juventud estudiantil, la mejor esperanza de la Naci�n". "Tan s�lo -a�ade- exist�a un remedio puesto en pr�ctica en muchos pa�ses y consist�a en fundar una Universidad Cat�lica, que reuniese siquiera un grupo de j�venes en torno de sus c�tedras y pudiera inculcarles la Verdad acerca de la Historia y de la Filosof�a, de la Ciencia y del Arte. Un grupo de j�venes debidamente instruidos y formados en un ambiente de Fe y de Religi�n, no s�lo podr�an conservar sus creencias sino tambi�n podr�an convertirse en defensores, en ap�stoles de la Religi�n en la Sociedad, en su profesi�n, en todo el pa�s". "El martes siguiente al d�a de la inauguraci�n (17 de abril de 1917), empezaron a dictarse las clases del Primer a�o de la Facultad de Letras �prosigue manifestando el Padre Dintilhac- con un personal muy reducido, unos diez por todo, y no todos eran alumnos oficiales, trabajando, desde el primer d�a con entusiasmo y disciplina. Los ataques, por medio de la prensa hab�an cesado ante la imposibilidad de conseguir la clausura de la nueva Universidad y tambi�n quiz�s por creer que, siendo tan peque�o el n�mero de nuestros primeros alumnos, no podr�amos sostener la obra por mucho tiempo..." (248). Dentro de esta atm�sfera de disconformidad, el joven Mari�tegui de aspecto enjuto y rostro perfilado, que llamaba la atenci�n por su mirada dulce y de extraordinaria brillantez, comienza a concurrir a sus clases universitarias en compa��a de C�sar Falc�n. Del diario "El Tiempo", ubicado en la vieja casona de la calle General La Fuente, a la plazuela de la Recoleta, donde estaba situado el edificio de aquel Centro de estudios, distaba cinco cuadras. Por lo menos tres o cuatro veces a la semana, se le ve�a cubrir ese trecho a Juan Croniqueur, en pareja con C�sar, con su manera de caminar defectuosa: su cojera a cuestas y apoyado en un bast�n. "Todo �l -seg�n afirmaci�n de un amigo coet�neo- respiraba una distinci�n suprema" (249). La experiencia universitaria de los j�venes cronistas result� breve. De pronto se decepcionaron de las clases de erudici�n y de las especulaciones escol�sticas a cargo del culto sacerdote espa�ol. Y, tambi�n, del ambiente conservador y aristocr�tico, predominante, en la Universidad Cat�lica. Posiblemente influy� sobre ellos, aparte de la agitaci�n social, la nueva tendencia filos�fica que afloraba con el bersognismo. Los dos estudiantes eran muy inquietos, receptivos e inclinados a adoptar una posici�n cada vez m�s realista. Un mundo de cosas diferentes y originales operaba en los esp�ritus de Mari�tegui y Falc�n. As� los dos amigos, tras de hacer una especie de examen de conciencia con respecto a la utilidad intelectual que significaba aquellos conocimientos, deciden alejarse de la Universidad Cat�lica y, por ende, de la amistad del Padre Mart�nez V�lez. Prefieren la fuente de cultura que le brinda el periodismo, la lectura al claror de la soledad y el contacto directo con la vida social. Ciertamente que la decisi�n de alejarse de aquel Centro de cultura no fue tan f�cil, pues debieron luchar duramente para librarse de las concepciones religiosas reaccionarias del medio en el cual viv�an. Por entonces Jos� Carlos se orientaba hacia un liberalismo democr�tico, el cual lo lleva a actuar en la pol�tica personalista. Pues aludimos a su participaci�n activa y resuelta al lado de la candidatura de Jorge Prado y Ugarteche (1887-1970), el cual pretend�a ser diputado independiente por la provincia de Lima (250). Era hijo �ste del General Mariano Ignacio Prado, quien llegara a ejercer en dos oportunidades -durante el siglo XIX- la Presidencia de la Rep�blica del Per� y cuya actuaci�n pol�tica era todav�a muy discutida por las severas denuncias que reca�an sobre el segundo per�odo de su infortunado gobierno en que el pa�s habr�a de afrontar la desastrosa Guerra del Pac�fico. Empero su descendiente, don Jorge Prado, encarnar� una nueva actitud en la pol�tica peruana, tal vez si con ello aspiraba a suavizar el enojo de las gentes para con su progenitor. "Esta nerviosa candidatura del se�or Jorge Prado que no hab�a nacido del conchavamiento pol�tico -escribir� Mari�tegui- sino de una vibraci�n democr�tica, se ha paseado ya en hombros por las calles de Lima. Ha dejado de ser una candidatura de barrio, una candidatura de casona solariega y patio grande, para empezar a ser una candidatura de plazuela, desfiles y tumultos. �Candidatura civilista, no! �Candidatura independiente! �Candidatura de la juventud! �Candidatura del ideal!". Finalmente Jos� Carlos dir�: "el se�or Jorge Prado sali� a las calles cargado por las gentes j�venes" (251). Al expresarse de este modo, es posible que tuviera en mente la frase de Gonz�lez Prada: "los viejos a la tumba, los j�venes a la obra". En resumen, quer�a significar algo nuevo y distinto a la pol�tica tradicional seguida, en forma rutinaria, por la clase dominante ("pisco, butifarra y compra de votos"). A no dudarlo, Prado era el hombre que, aparte de su sencillez y buenas intenciones, estaba pose�do de un sentido democr�tico, pues se acercaba al pueblo para recoger iniciativas, en forma directa: ora visitando los sectores de viviendas populares, ora los talleres artesanales, ora las f�bricas (252) y ora las zonas rurales habitadas por los campesinos y, tambi�n, le merec�a preferente atenci�n los problemas de los j�venes universitarios. Recordemos, adem�s, que Prado constitu�a uno de los personajes que le inspiraba honda simpat�a a Jos� Carlos (formaba parte de esa constelaci�n de hijos que reivindicaban las figuras de sus predecesores, entre los cuales se contaban Lu�s Pardo, Isa�as de Pi�rola, Alfredo Gonz�lez Prada (ver cap�tulo anterior). Mari�tegui interviene decididamente en la campa�a pol�tica de aquel candidato de renovaci�n (253). Recorre personalmente la ciudad, secundando los planes proselitistas de Prado y, con este motivo, tiene que hab�rselas con los opositores. Semejante posici�n asumida por el joven periodista, es censurada por los anarquistas, muchos de ellos conocen a Juan Croniqueur desde los d�as de "La Prensa" y de cuando �ste frecuentaba la casa del maestro Gonz�lez Prada, "anarquista te�rico e idealista" y a quien "se deb�a las primeras manifestaciones de propaganda revolucionaria en el Per�". Precisa insistir que todav�a Mari�tegui se hallaba en sus a�os de formaci�n y, por tanto, necesitaba del contacto social y de la discusi�n para adiestrar su intelecto. Esta necesidad la vienen a satisfacer los obreros de credo libertario, carentes de educaci�n pol�tica y hasta cierto punto de finalidad concreta. Ellos sostienen que Prado representa los intereses de la oligarqu�a terrateniente v due�a del pa�s y era hermano de Javier Prado Ugarteche presidente del partir do Civil. Aducen tambi�n, que las elecciones eran una "comedia in�til" sin m�s alternativa que distraer a los pobres de sus objetivos fundamentales. En el ardor de la controversia le recuerdan a Mari�tegui, el art�culo escrito por �l tachando al parlamento (254). El encuentro y la pol�mica es de hondo alcance para el joven Croniqueur, como veremos m�s adelante. Sol�a conversar, muy a menudo, con los obreros e interesarse por sus problemas de car�cter social. Por aquellos tiempos en que el mundo sufr�a los rigores y limitaciones de la crisis socio econ�mica, motivada por la primera guerra mundial, la masa proletaria peruana estaba obligada a cumplir una larga, exorbitante y fatigosa jornada de trabajo que duraba entre doce y diecis�is horas por d�a. A ello se a�ad�a otros hechos, no menos inicuos de explotaci�n inhumana, tales como que no gozaba de salarios suficientes, descanso dominical, vacaciones anuales y seguro social. Carente como se hallaba de los m�s m�nimos beneficios sociales, la clase obrera pugnaba con renovado vigor por alcanzar mejoras materiales y, muy particularmente, se aprestaba a conquistar las ocho horas. Para el logro de tales objetivos deseados, el proletariado hab�a escogido como arma de lucha: la huelga y las manifestaciones de protesta callejeras. Pujante y sin bajar la guardia este sector, cruelmente explotado por el sistema capitalista, proced�a a entablar conflictos de car�cter econ�mico, como m�todo para satisfacer sus justas reclamaciones. Por estas circunstancias, las huelgas se suced�an una tras otra. Entre ellas podemos citar: las del vecino Puerto del Callao (1912 y 1913), Huacho, Say�n, Supe, Barranca y Pativilca (1916) que terminaron con una masacre de trabajadores en la poblaci�n huachana (entre las v�ctimas de la matanza hubo algunos cad�veres de mujeres). Luego, tenemos los paros de Talara y Negritos (1916), de Cerro de Pasco, de los empleados telegrafistas de Lima (1916) y el de los tranviarios (1917) (255) y (256). En todos estos movimientos huelgu�sticos interven�an imponiendo sus consignas y orientaci�n anarquistas los grupos de "La Protesta" y "Luz y Amor". Agreguemos, incidentalmente, que Jos� Carlos en su calidad de periodista hubo de entrar en relaci�n con Jos� Spagnolli y Antonio Gustinelli, obreros de nacionalidad italiana, de credo anarquista e inmigrantes radicados en la Argentina, desde hac�a pocos a�os, y que vinieran al Per� como delegados de la Federaci�n Obrera Regional de aquel pa�s en misi�n de propaganda. Ambos anarco sindicalistas, de conocida trayectoria revolucionaria a nivel internacional, charlaron varias veces con Mari�tegui, quien por lo dem�s, como hemos anotado, le�a los peri�dicos anarquistas locales. Basta recordar, que el linotipista Juan Manuel Campos -que lo llev� a trabajar a "La Prensa"- fue el primero en proporcionarle aquel material de lectura. Durante la estancia de aquellos dirigentes �talo-argentinos en Lima se realizaron las dos huelgas de 1912 y 1913 en el Callao en pro de la jornada de ocho horas. De esta �poca data la victoria conquistada por los trabajadores del primer puerto de la Rep�blica que ya hemos comentado. Las entrevistas con los agentes libertarios Spagnolli y Gustinelli no eran del agrado de Jos� Carlos, pero sin embargo por su inquietud social se ve�a obligado a hacerlo (257). En las discusiones se manifestaban diversas opiniones contrarias, y cada vez -declara nuestro biografiado- con m�s fuerza se sent�a ligado a la pol�tica de la cual jam�s hab�a pensado escapar (258). Y el poco entusiasmo con que recibe las ideas anarquistas Mari�tegui -en contacto con dirigentes internacionales y lectura de obras referentes a la teor�a y acci�n de esa doctrina-, se debe al hecho fundamental de que no le atra�a el pensamiento radical de Gonz�lez Prada (259). De igual manera la de los disc�pulos y correligionarios de �ste, los obreros �cratas que concurr�an a las tertulias en la calle Puerta Falsa del Teatro (residencia de Gonz�lez Prada) Aclaremos: �por qu� este proceder? Parece que el esp�ritu religioso de Jos� Carlos es el inconveniente para su catequizaci�n, veamos lo que dice el propio Mari�tegui al respecto: "...si nos sentimos lejanos de muchas ideas de Gonz�lez Prada, no nos sentimos en cambio lejanos de su esp�ritu. Gonz�lez Prada se enga�aba, por ejemplo, cuando nos predicaba anti religiosidad. Hoy sabemos mucho m�s que en su tiempo sobre la religi�n como sobre otras cosas. Sabemos que una revoluci�n es siempre religiosa..." (260). Pero he aqu�, por otra parte, algunos hechos que pudieron determinar la resoluci�n de Juan Croniqueur de participar en la pol�tica partidaria, aunque en el caso de Prado se tratara de un movimiento independiente y sin disciplina de partido. En primer lugar, tenemos la simpat�a que tuvo Mari�tegui por don Isa�as de Pi�rola debido al comportamiento heroico de �ste el 29 de mayo de 1909 (referido en p�ginas precedentes) y su trabajo como cronista parlamentario, que lo mantendr� en contacto directo con la pol�tica y los pol�ticos del pa�s. Igualmente debemos mencionar los consejos de Luis Ulloa (261), otro de los periodistas distinguidos de la redacci�n de "El Tiempo", a quien califica Jos� Carlos de "... utopista incorregible y mucho m�s ap�stol y m�s sincero americanista que Manuel Ugarte, que contribuy� -revela- en parte a mi extra�o optimismo" (262). A prop�sito, dice Basadre: "...Ulloa desempe�� la direcci�n de la Biblioteca Nacional (1915) y all� conoc� a Mari�tegui contertulio habitual de aqu�l" (263). No podemos dejar de traer a colaci�n en este rastreo de los antecedentes de su inclinaci�n por la pol�tica militante, aquella versi�n que se refiere a que Juan Croniqueur estaba informado de la ejecutoria cumplida en esta actividad por su bisabuelo, don Francisco Javier Mari�tegui, fundador de la Rep�blica y del partido Liberal del Per�. Es evidente que la causa que defend�a Jos� Carlos era vaga. Hab�a abrazado un estado de �nimo m�s que una idea. La verdad es que se vislumbraba, por esos a�os, una fuerza nueva y poderosa que ascend�a: la masa trabajadora de las ciudades y sus designios clasistas. Todav�a en el plano nacional, paralelamente a su presencia, no surg�an, por cierto, sus orientadores. Los anarquistas que se reclamaban dirigentes de aqu�lla no estaban a la altura de las exigencias hist�ricas para conducirla al �xito. Yresulta curioso, que Mari�tegui lo intuyera sin mayor preparaci�n para comprender estos asuntos debido a su apoliticismo "colonidista". Y retomando el hilo de la campa�a de Jorge Prado, �ste logr� imponerse como diputado con una alta votaci�n: alcanz� 1,222 sufragios, pero tuvo serias dificultades para juramentar a causa de la manifiesta hostilidad del gobierno de Jos� Pardo para con su candidatura popular. Por supuesto que aquella discusi�n sobre las injusticias sociales y sobre las necesidades del cambio en la sociedad peruana, hizo impacto en Mari�tegui y reforzaron su actitud rebelde. "No basta -argumentaban los libertarios- la bondad y la sencillez de los Pi�rola o de los Prado (esta era una alusi�n directa a los personajes de la admiraci�n de Juan Croniqueur), pues en nada cambiar� la situaci�n de los pobres si no transforman aquellos el r�gimen de propiedad. Y eso no lo podr�n hacer porque se sienten �ntimamente vinculados a ese sistema. El ejemplo lo tenemos con Pi�rola, Billinghurst y, recientemente, con Benavides, quien subi� al poder secundado por el h�roe de Ud., don Jorge Prado". "Hasta ahora que sepamos -contin�an los interlocutores de Jos� Carlos- ninguno de estos sencillos y bien intencionados ciudadanos -ni en el plano nacional ni mundial- cuando han llegado al gobierno han tratado de modificar el estado de cosas imperantes, por el contrario siempre procuraron extender sus propiedades. El resultado ha sido en todos los tiempos perjudicial para el pueblo que ha tenido que sufrir hambre, miseria, enfermedades y esclavitud. En todas las formas de gobierno, para el trabajador el pan ha sido escaso". "Ahora bien. -sostienen los anarquistas- Ud. (dirigi�ndose a Mari�tegui) nos habla de alianzas, pues la alianza del pueblo trabajador con la burgues�a resulta inoperante y por qu� no decirlo ineficaz. La burgues�a -hay que entenderlo, de una vez por todas- s�lo se asociar� con quienes no toquen su inter�s m�s fuerte: la propiedad". "Los propietarios, sus agentes o abogados -en este �ltimo caso, sus pol�ticos de oficio- no pueden abrigar sentimientos de amistad para con los despose�dos en quienes ven una amenaza constante para el disfrute de sus riquezas, mientras los pobres tampoco pueden abrigar sentimientos fraternales para aquellos que los oprimen y les merman el producto de su trabajo" (264). El argumento de los libertarios, sin lugar a dudas, le impresion� a Jos� Carlos. Poco despu�s, en tono confidencial, le dir� Mari�tegui a Pedro Bustamante Santisteban: en esa reuni�n con los obreros de avanzada, se aclar� mi confusa visi�n del orden inhumano que imperaba en la sociedad de aquellos d�as (265). De esa fecha, las defensas internas de Jos� Carlos empezaron a derrumbarse en cuanto a sus puntos de vista sobre la pol�tica nacional, pero es todav�a demasiado orgulloso o no est� lo bastante convencido como para dar se�ales de estar dispuesto a ceder frente a los anarquistas. Los debates. los sosten�a con los obreros anarco-sindicalistas: Delf�n L�vano, Nicol�s Gutarra, Abelardo Fonken, Fernando Rojas, Julio Tataje, Fausto Posada y otros. Unas veces en el local de la propia redacci�n de "El Tiempo" y otras en la casa de L�vano (en Mapiri 320), conocida tambi�n con el nombre de "La Capilla". Viendo las cosas en su m�s cruda realidad a trav�s de esos coloquios, Mari�tegui se aleja, lentamente, del juego pol�tico de Jorge Prado, mas no de su amistad. Y de inmediato, da muestras de inter�s por la lectura revolucionaria (266). Confirman estos resultados, los libros que Mari�tegui enumera a Bustamante y Santisteban: los de Labriola, Malatesta, etc. (267). "Se hizo visible, a la vez, en grupos minoritarios cultos el alba de una conciencia proletaria dentro de la influencia anarquista rom�ntica cuya lejana fuente estaba en Espa�a y en Italia" (268). Si admitimos por cierto el est�mulo que significa para Juan Croniqueur las pr�dicas revolucionarias que recibe de aquellos disc�pulos de Gonz�lez Prada, no extra�ar� que este hombre joven asocie un elemento m�s: el cambio social (idea un tanto imprecisa) a la trilog�a que ven�a preconizando sobre el hero�smo, el amor y el culto al arte. Y hablando del amor, cabe citar el que siente Jos� Carlos por Juanita Mart�nez de la Torre, que por el momento se conformaba con referirlo en poes�a. Aparte de las visitas que le hac�a a su casa, sol�a verla en el Palais Concert cuando acud�a aqu�lla acompa�ada de su se�ora madre, elegantemente ataviada y llena de gracia y simpat�a a tomar el t� de las cinco de la tarde y a escuchar la m�sica ejecutada por la orquesta de "Damas vienesas", que amenizaban las reuniones de ese sal�n aristocr�tico, con valses y aires de su pa�s. Una de las ejecutantes del cello, inspira a Valdelomar una cr�nica nost�lgica y po�tica, intitulada: "La dama del violoncello". All�, en una mesa cercana, Mari�tegui tomaba sus helados "pistache" y miraba de soslayo a la bella Juanita, quien parec�a estar ausente y ajena a simple vista de los devaneos de tan t�mido gal�n. Entonces para consolar a su amigo, dec�ale el Conde de Lemos al o�do: "Ya desde la antig�edad es proverbial que los poetas son desdichados en el amor" (269). En el fondo Juanita rechazaba la posibilidad de amar a un hombre como Mari�tegui que carec�a de atractivo f�sico: cuerpo fr�gil y baldado, rostro de amarillenta palidez y orejas transparentes. A ello se a�ade, su penosa cojera y la gran diferencia de posici�n social. Mi hermana -declara Ricardo Mart�nez de la Torre- era una joven fr�vola como todas las de su �poca, que s�lo deseaba mantener la amistad sincera y tierna de Jos� Carlos. Y disfrutar, al mismo tiempo, del encanto que le produc�a su sensibilidad art�stica. Mari�tegui jam�s se entristeci� por su defecto f�sico, por su maligna enfermedad (tuberculosis articular) o por no haber sido correspondido en sus requerimientos amorosos. Todo ello en suma no pas� de ser un afecto casto cuya llama se extingui�, en Mari�tegui, al dejar de frecuentar los pecados juveniles, como habr�a de llamar a su quehacer po�tico (270). Estamos casi a mediados del mes de julio, cuando Juan Croniqueur que no ha cejado de batallar desde la fundaci�n del C�rculo de Periodistas es elegido para ocupar el elevado cargo de Vice-Presidente de este Centro (271). Es, desde luego, esta designaci�n un reconocimiento t�cito a su talento organizador y a su brillante carrera de hombre de prensa, que a la saz�n figura como uno de los m�s esclarecidos profesionales en el periodismo lime�o. A la fecha, a�n no ha llegado a los veinticinco a�os, pero tiene en su haber la co-direcci�n de la revista "El Turf" y el diario "La Noche". As� como tambi�n una de las columnas period�sticas de m�s prestigio en el pa�s: "Voces"; para muchos de los personajes pol�ticos, intelectuales y hombres de empresa era un honor ser mencionados en ella (272). El grupo "Norte" de Trujillo le�a con inter�s esta secci�n del peri�dico (273). Las "Voces" dir� Porras Barrenechea, era la glosa fina y aguda que sobresal�a. La finura espiritual de los art�culos de Mari�tegui eran distintos a los de la t�nica de "El Tiempo" (274). Al finalizar el a�o 1917, tras la famosa Procesi�n del Se�or de los Milagros del mes de octubre y del "D�a de Todos los Santos" el 1� de noviembre en que los lime�os -muy observantes del culto de los muertos realizan su tradicional romer�a al cementerio, Juan Croniqueur con sus amigos de bohemia art�stica habr�n de protagonizar un ruidoso suceso que conmover� a la Ciudad, dando origen a la m�s sensacional noticia period�stica de los �ltimos tiempos. En los �rganos de prensa por varios d�as consecutivos mantendr�n en la palpitante actualidad de sus principales p�ginas el nombre de Mari�tegui y el de sus acompa�antes (todos periodistas "haciendo noticia" -como se dice- en lugar de escribirla como exige el oficio en este caso) de la osada visita nocturna que realizaran al Campo Santo lime�o con una bella artista de baile cl�sico. Siendo as� que este acto ins�lito le hace perder a Jos� Carlos su reputaci�n entre el c�rculo de nivel social superior: los versos, las glosas y los cuentos que escrib�a en "El Turf" dejan de ser citados con elogio en los salones aristocr�ticos debido a la reacci�n que experimentan con el "atentado que -seg�n expresa opini�n vertida en aquellos n�cleos de reuni�n perpetraran Juan Croniqueur ("su cronista de moda"), los colegas de profesi�n de �ste y Norka Rouskaya contra el recato y el esp�ritu religioso de la poblaci�n de Lima". Veamos c�mo ocurri� aquel extra�o y mentado hecho (protagonizado por Norka Rouskaya y los periodistas) que sacudir� a Mari�tegui en lo m�s �ntimo de su ser y le revelar�, a la postre, la mentira y la farsa que carcome a la sociedad aristocr�tica en la cual busc� por algunos a�os las huellas de su progenitor (de acuerdo a las se�ales proporcionadas por el t�o Juan C. La Chira). Pero ahora, despu�s de una infructuosa indagaci�n, un incidente lo aproxima a la imagen del padre disgregada, precisamente, en aquel estrato social que era incapaz de saber diferenciar un espect�culo de alta jerarqu�a art�stica, de uno de vulgar profanaci�n (275). El culto al arte -que antes hemos mencionado como parte de una trilog�a- en Mari�tegui hace que cuando se anuncie la llegada a esta Capital de la joven artista de la danza cl�sica y notable violinista, Norka Rouskaya -quien viene acompa�ada de su se�or a madre, do�a Mercedes Franciscus- (a mediados del mes de octubre) la reciba y la rodee de las mismas atenciones que le prodigara a 1as famosas bailarinas Felina Verbist, Ana Pawlova y T�rtola Valencia cuando arribaron a Lima. Norka Rouskaya -cuenta Guzm�n y Vera- era una imitaci�n de T�rtola Valencia y, por tanto, inferior en calidad interpretativa. Aquella bailarina gitana era una Diosa si la comparamos con la joven Norka. De all� que �sta por tal motivo estuviera m�s al alcance de Mari�tegui y de sus colegas (276). La bailarina Rouskaya se instal� en el Hotel "Maury", donde concurrir�an a visitarla frecuentemente Jos� Carlos, Falc�n, Valdelomar, Ladislao Meza, F�lix del Valle, Antonio Garland, Alejandro Ureta, Sebasti�n Lorente y otros inquietos "pecadores" de la �poca. El s�bado 20 de octubre hizo su primera aparici�n en el Teatro Municipal la celebrada artista Norka Rouskaya, mereciendo una nota elogiosa de parte de C�sar Falc�n (277) y luego otra de Mari�tegui en la que hace un comentario cr�tico: "...no es todav�a due�a de larga leyenda ni de suprema consagraci�n. V�lgame este hecho que s�lo indica -afirma Jos� Carlos- la juventud de Norka Rouskaya, para que no se piense que me han cegado los rayos de su gloria... Tan naciente es la gloria de la artista que permite analizarla y juzgarla sin prejuicio y sin sugesti�n..." (278). D�as m�s tarde -terminada la temporada de sus representaciones coreogr�ficas-, la bailarina en una de las charlas de sobremesa que sol�a sostener a menudo en el restaurante del Hotel "Maury", o en su apartamento privado, con los periodistas que le hac�an la corte, fue tema de la conversaci�n las danzas que hab�a ejecutado T�rtola Valencia sobre el altar de la Iglesia de los Caballeros de San Juan de Letr�n (Espa�a) y las interpretaciones de Isadora Duncan en la necr�polis de Paris y Nueva York. �L�stima exclamaron los amigos de Norka, que la Valencia no pudiera repetir en Lima aquel maravilloso espect�culo por falta de tiempo! Pero ahora -reparando en su bella interlocutora- que est� Ud. Entre nosotros, dijeron en forma un�nime, podremos admirar sus danzas en el Cementerio y a los acordes de la "Danza Macabra" de Saint Sa�ns y de "La Marcha F�nebre" de Chopin, que acaba de estrenar prodigiosamente Ud. En el Teatro. Norka Rouskaya, un tanto abrumada por la invitaci�n, expres�: -"Esas representaciones s�lo est�n reservadas para las grandes artistas". Mari�tegui replic� enseguida : -Haga memoria de que en mi �ltima nota cr�tica -dedicada a Ud., Norka- dije: que todav�a no era due�a de larga leyenda. Pues es esta la oportunidad que le estamos brindando para iniciar el mito en torno a su persona y arte coreogr�fico. Sebasti�n Lorente, joven m�dico y candidato a Concejal propietario lanzado por la Liga de Progreso Comunal, que presid�a el Dr. Lauro Curletti y de la cual era Secretario General Federico More, terci� en el di�logo aduciendo otros argumentos, no menos convincentes (279). El domingo 4 de noviembre un grupo de escritores, artistas y amigos personales agasaj� con un almuerzo a Norka Rouskaya en un jard�n-restaurante de la Magdalena (280). All�, sin lugar a dudas, se decidi� el baile en el Cementerio (281). Esa noche, despu�s de los preparativos que efectuaron Mari�tegui y Falc�n azuzados por Sebasti�n Lorente, se realiz� la suprema danza en la necr�polis de Lima. A decir de todos los concurrentes: fue muy hermoso e impresionante el espect�culo. A golpe de media noche, la art�fice envuelta en una t�nica de gasa bail� cerca de la tumba del Gran Mariscal Castilla en presencia de su madre y de sus amigos, los j�venes literatos iconoclastas. El virtuoso del viol�n Luis C�ceres, cuyo padre era m�sico y colaborador de "El Tiempo", ejecut� "La Marcha F�nebre" de Federico Chopin. El acto en s� result� sensacional y prodigioso. La luz de la luna, las sepulturas, la danzarina y la m�sica ofrec�an un ambiente extra-terrestre a los embelesados diletantes. Y a�n no hab�a terminado el baile y, por supuesto, el �xtasis con que la segu�an sus admiradores a Norka cuando, de pronto, uno de los guardianes del Camposanto grit� estent�reamente: �viene la polic�a! Se produjo entre los asistentes estupefacci�n y pavor. Enseguida, como sombras siniestras, fueron apareciendo el Prefecto y las autoridades policiales que detuvieron de inmediato la "nefasta actuaci�n" y luego procedieron a arrestar a los organizadores e invitados a dicha reuni�n. S�lo se salvaron unos pocos, entre ellos Sebasti�n Lorente, que atinaron a buscar amparo en los mausoleos de la necr�polis. El esc�ndalo alcanz� grandes proporciones. Los diarios tergiversaron la verdad de los hechos y presentaron a la Rouskaya y a los amigos de �sta como profanadores del Cementerio. He aqu� los titulares sensacionalistas de las diversas informaciones period�sticas: "Dilettantismo macabro. Un grupo de exc�ntricos conduce a la Rouskaya al cementerio a las 12 de la noche". La Prensa, Lima, 5 de noviembre de 1917, p. 7.; "El ruidoso asunto de la noche de anteayer. La eximia artista baila frente a las tumbas la marcha f�nebre de Chopin: �Arte o profanaci�n? La bailarina y sus acompa�antes son citados a la Prefectura. En la tarde de ayer Norka Rouskaya es detenida y enviada a Santo Tom�s. Prisi�n de dos redactores de "El Tiempo" (Falc�n y Mari�tegui). Actitud del Dr. P�rez, en la C�mara de Diputados. Reuni�n del C�rculo de Periodistas". La Cr�nica, Lima, 6 de noviembre de 1917, p. 4-6; y "Los sucesos del Cementerio. Norka Rouskaya y sus acompa�antes son puestos a disposici�n del Juez. Separaci�n de los empleados de la Beneficencia P�blica". El Comercio, Lima, 6 de noviembre de 1917, p. 2. S�lo el diario "El Tiempo", a cuya redacci�n pertenec�an Mari�tegui y Falc�n, asume la defensa de �stos con los siguientes titulares: "La verdad sobre la visita nocturna de Norka Rouskaya. Los detenidos protestan de todo prop�sito de profanaci�n. El esp�ritu p�blico debe contemplar serenamente este suceso". El Tiempo, Lima, 6 de noviembre de 1917, p. (1). Luis Varela y Orbegoso, de ideas conservadoras y de muchas campanillas, escribe un editorial en "El Comercio", del cual era jefe de redacci�n, condenando enf�ticamente la actitud de los j�venes periodistas y de la artista que profanaron el camposanto (282). En cambio Ladislao F. Meza, brillante cronista, sostiene que: "...Norka bail� La Marcha F�nebre de Chopin y la Danza Macabra de Saint Sa�ns en un campo que ofrece el decorado m�s perfecto para hacer veraz su interpretaci�n, no es profanaci�n, no es esc�ndalo, ni es delito. Todo lo contrario. Revela esp�ritu superior..." (283). Don Manuel Gonz�lez Prada le escribir� a su hijo Alfredo, quien a la saz�n ejerc�a una representaci�n diplom�tica en el extranjero, en los siguientes t�rminos: "Aqu� tienes un gran esc�ndalo: algunos periodistas entre ellos nuestro amigo Mari�tegui, hicieron bailar anoche a la Norka Rouskaya en el cementerio. Pienso que si hubieras estado en Lima, habr�as sido del grupo y estar�as enjaulado" (284). Las pol�micas se sucedieron, una tras otra, en torno de tan ins�lito hecho. En el inter�n Mari�tegui y Falc�n, a quienes se les acusa de haber "organizado la org�a", fueron conducidos en calidad de detenidos a la c�rcel p�blica de Guadalupe. El r�gimen carcelario, por cierto, no era muy riguroso, y Jos� Carlos pudo leer, escribir y hasta mantener correspondencia con el exterior. All� en la soledad de su celda se entrega a meditar sobre los problemas que estaban ocurriendo y acerca de la incomprensi�n del medio estrecho e inculto de la Capital. �Qu� f�cil era juzgar sin fundamento alguno, a primera vista, y con superficialidad! Hace un examen de conciencia: analiza su conducta en relaci�n con la sociedad de aquellos a�os. Y resulta significativo que todo ello suceda, precisamente, el 7 de noviembre de 1917, fecha de la Revoluci�n Rusa. No se podr�a decir en tal situaci�n, por haber superado Jos� Carlos el culto del gesto, que era lo �nico de los atributos de la celebridad que le faltaba, como expresara �l con respecto al gran poeta Gabriel D'Annunzio (285). Durante los interrogatorios a que fue sometido Mari�tegui mantuvo una actitud digna y altiva, neg�ndose a mejorar su suerte a costa de sus compa�eros. Las preguntas se prolongaron toda una ma�ana y luego fueron interrumpidas. Se les trata a los detenidos como si fueran responsables de alg�n hecho delictuoso. La noticia de lo ocurrido a Jos� Carlos, provoc� en la madre un estado de angustia y desaliento. Por cierto que desde lo m�s rec�ndito de su ser debi� pensar en el fat�dico atavismo que sobrellevaba su hijo. Se repet�a en �l, algo parecido al desacato inferido por el bisabuelo a la Iglesia. Treinta y tres a�os hab�an transcurrido entre el acontecimiento protagonizado por su antecesor y el suceso del cementerio. Aquella mujer -Amalia, tan dada al culto religioso, se sent�a culpable de todo cuanto pasaba por el solo hecho de haber tra�do al mundo un joven irreverente. No obstante la profunda desaz�n experimentada por aqu�lla, acudi� presurosa a la c�rcel de Guadalupe para solicitar e implorar al Alcaide ver a Juan Croniqueur, pero sobre �ste pesaba una severa incomunicaci�n. Impedida, pues, de entrevistarse con el fruto de sus entra�as, vertiendo l�grimas, le escribi� reproch�ndole su conducta contra las buenas costumbres y aconsej�ndole invocara a Dios para lograr un cambio en su comportamiento. Mari�tegui, agobiado por aquel trance, le remiti� a su vez, una consoladora respuesta a la apesadumbrada autora de sus d�as, por medio de la cual le ped�a perd�n por el sufrimiento que le estaba causando. A los pocos d�as fueron puestos en libertad Mari�tegui y Falc�n, la artista Rouskaya y el m�sico C�ceres. La medida obedec�a a las gestiones realizadas por el senador de la Rep�blica Dr. Mariano H. Cornejo, hombre de ideas liberales, quien adem�s hubo de alzar su voz en el Parlamento para condenar en�rgicamente la arbitrariedad cometida por las autoridades en el caso de los sucesos del Cementerio, que motivara la prisi�n de una eximia bailarina internacional y de dos sobresalientes redactores de "El Tiempo". Jos� Carlos empieza un nuevo ciclo. La verdad es que de la prisi�n sale totalmente distinto. Los d�as que permaneci� en la c�rcel fueron el pretexto para que el proceso de transformaci�n que se ven�a operando en Mari�tegui, empezara a manifestarse plenamente. As�, pues, el ir en su propia b�squeda en esa etapa, llegaba a su culminaci�n. Por otro lado, al enterarse Juan Croniqueur y Falc�n de la falta de solidaridad de varios miembros de la Junta Directiva del C�rculo de Periodistas, instituci�n de la cual eran fundadores, decidieron presentar sus renuncias y hacerlas p�blicas, Jos� Carlos hab�a venido desempe�ando el cargo de Vice Presidente (286). Igual actitud adopt� Alejandro Ureta, Presidente de ese centro gremial (287) y otros dirigentes que lo hicieron por compa�erismo y lealtad hacia Mari�tegui y Falc�n. Esta circunstancia, movida por un ideal art�stico y un sentimiento uncioso-cong�nito (como era la aventura del Camposanto) en el esp�ritu de Jos� Carlos sirvi� para que evaluara �ste -como hemos dicho antes-, la frivolidad e ignorancia del grupo selecto que conformaba la sociedad aristocr�tica. Observadas las cosas desde este �ngulo, dejemos que el propio Juan Croniqueur justifique y defienda el asunto de Norka Rouskaya para lo cual ofrecemos algunos fragmentos del contenido de una carta extensa que escribiera al respecto: "En el cuarto de Norka Rouskaya que es una criatura de esp�ritu cristalino, de pensamiento limpio y de precioso coraz�n, nos hab�amos juntado en la tarde del viernes algunos contados amigos suyos hablando del Camposanto, de la muerte y del misterio, de todas esas cosas que a los artistas suelen interesarnos hasta cuando bebemos un cocktail y chupamos un caramelo. Dimos en conversar del pante�n de Lima y de su mucha y justa fama. No me acuerdo si fui yo o fue un amigo m�o -tan inteligente que no aspira a hacerse escritor- quien dijo que ser�a muy hermoso, que visit�ramos de noche el renombrado pante�n. Tan s�lo s� que Norka Rouskaya y yo nos enamoramos de esta idea y contraje el compromiso de organizar la aventura gestionando previamente el permiso de que hubi�ramos menester". "Tanta reverencia y tanta pureza hab�a en nuestro proyecto, tan divino halago nos daba la promesa de entrar en la casa de la muerte para que el arte de Norka Rouskaya y el arte de Chopin se con- sustanciasen y tan vehemente era nuestro anhelo de que nada nos turbase ni distrajera que convinimos en que no ir�an al pante�n sino las personas de la intimidad de Norka Rouskaya a quienes ella se�alase. Y cooper� al cumplimiento de este acuerdo la circunstancia de que fue s�lo en los �ltimos momentos de la noche del domingo cuando Norka pudo elegir definitivamente a sus acompa�antes". "Si nuestra aventura hubiese tenido una fisonom�a teatral, si hubi�ramos sido snobistas y "poseur", si no hubiera habido sinceridad en nuestra idea, �no es cierto que habr�amos ido al camposanto con todas las personas que pretendieron un�rsenos y que fueron muchas?" "�No es una prueba de la religiosidad que hab�a en la intenci�n de Norka Rouskaya su deseo de que no se diera ruido ni sonoridad a la aventura? �No lo es tambi�n su af�n de ir lo menos acompa�ada que fuera posible? �No lo es finalmente su prescindencia de la compa��a de varios artistas por ella muy merecidamente estimados?". "Ha habido una irreverencia efectivamente. Pero no ha sido una irreverencia de Norka Rouskaya. No ha sido irreverencia m�a. No ha sido irreverencia de mis compa�eros. Ha sido irreverencia de los hombres que no concibieron que una artista como Norka Rouskaya y unos escritores como quienes acompa�amos pudi�semos ir al pante�n sino en son de jarana. Irreverencia del vulgo que no crey� que nos hubiese movido un ideal art�stico ni un sentimiento uncioso". "�Esto no ha sido una profanaci�n? Si lo ha sido. Profanadores no somos pues nosotros pobres artistas inquietos. Profanadores son los que nos han ofendido con su calumnia. Profanadores son los que nos han puesto bajo su se�or�o de gendarmes taimados y de corchetes cazurros. Profanadores son los que han arrollado nuestras almas limpias y buenas con el turbi�n de sus imputaciones groseras y procaces, de sus risas osadas y de sus gritos sordidos..." (288). Y no s�lo quedaron las cosas as�, hubo ceremonias religiosas en la Catedral y en el pante�n por el pretendido sacrilegio (289). Tanto el caso del bisabuelo de Jos� Carlos (Don Francisco Javier Mari�tegui y Teller�a) que se neg� a confesarse en art�culo de muerte (el a�o 1884), con grave esc�ndalo y sobrecogimiento entre la feligres�a lime�a, como el acto art�stico organizado por su descendiente Juan Croniqueur en el cementerio, fueron considerados por las autoridades eclesi�sticas como irrespetuosos y atentatorios contra la fe cat�lica. Frente a la incomprensi�n a la cual venimos refiri�ndonos, Mari�tegui se sinti� obligado a visitar algunas amistades y familiares a fin de aclarar y despejar cualquier malentendido que hubiera podido surgir a consecuencia de la campa�a mal intencionada de los peri�dicos en el asunto de Norka Rouskaya. En efecto entre esas familias, a la primera que busc� fue a los Mart�nez de la Torre (290) y, posteriormente, a otros personajes empingorotados pero las puertas no le fueron franqueadas. Permanecieron cerradas, como las mentes de sus moradores. Es aqu� cuando comprueba Mari�tegui, a causa claro est� del desarrollo a que hab�a llegado su intelecto y de las reflexiones en la c�rcel, la existencia de almas vac�as e inertes en el seno de la sociedad caduca a la cual acusara de ser la verdadera profanadora de la pureza y religiosidad que hubo por el arte aquella noche en el pante�n. Este estrato social -seg�n opini�n de Mari�tegui y Falc�n- estaba sin lugar a dudas pose�do por el farise�smo y la perversidad. Era una clase "superior" retr�grada y hueca. Exist�a diferencia entre las minor�as selectas de Espa�a, Francia y Estados Unidos con su cong�nere del Per�. All� en esos pa�ses no se escarneci� las danzas interpretadas por T�rtola Valencia e Isadora Duncan en lugares sagrados, antes bien todos siguieron con inter�s y casi con unci�n religiosa los detalles de las maravillosas representaciones art�sticas. Luego del rev�s aleccionador, Mari�tegui pudo exclamar: "Yo me adentr�, s�lo y por m� mismo, sin que nadie me empujara a descubrir la realidad de mi vida y de lo que me rodeaba" (291). Dicho de otro modo, puesto a escoger entre la novela y la vida, eligi� lo �ltimo. Y qu� satisfacci�n empieza a sentir Jos� Carlos en medio de estos desencantos y adversidades, cuando los obreros anarquistas, los estudiantes inquietos y los pol�ticos liberales, que no hab�an sido influidos por las ideas estrafalarias y ultramontanas de la clase dominante, se acercan donde �l para llevarle su saludo de solidaridad y palabras de aliento por lo sucedido en la �ltima actuaci�n de la Rouskaya. Indudablemente, gozaba de reputaci�n y respeto entre los sectores de la peque�a burgues�a y de la masa popular. La conciencia que Juan Croniqueur empieza a forjarse de su �poca y de los conflictos sociales lo conduce a desplazar los elementos decadentistas y aristocr�ticos que ven�an predominando en �l. Esta nueva visi�n para ver las cosas lo hace interesarse en el drama intenso que vive el pa�s, agravado por la problem�tica planteada por la primera guerra mundial y sus consecuencias. Tal realidad incontrovertible que se va develando ante Jos� Carlos, hace que su padre (el personaje de la b�squeda incesante y agobiadora) aparezca, como resultado de este proceso, en su aspecto m�s crudo y pat�tico. Es decir, estrechamente vinculado a la clase privilegiada inculta y opresiva, que Mari�tegui ha comenzado a desde�ar por la actitud que asumiera en el "caso "Rouskaya". Este desenlace, a primera vista, invita a formular conjeturas. Entonces debi� haber surgido la pregunta en Jos� Carlos frente a esa sociedad que no le�a, que como expresara Unamuno: "...los peores analfabetos son los que saben leer y no leen", que practicaba absurdas diversiones y entretenimientos y que no comprend�a las dificultades de su tiempo: �es posible haberla tenido por superior y digna de conquistarla? En fin hay muchas interrogaciones m�s, pero tendr�amos que considerar el impulso que lo hizo perseguir ese mundo vac�o que, en cierta forma, fue el causante de su manera de ser y pensar. Al adquirir conciencia de s� mismo, Mari�tegui se sit�a en el campo social que le corresponde. Y as� vemos que entre el ser y el aparecer en �ste hab�a habido un complicado mundo de cuestiones psicol�gicas. En tal circunstancia, en que poco a poco se da cuenta del verdadero sentido de su vida, Jos� Carlos descubre al hombre nuevo que hay dentro de su alma, que aflora con potencialidad al aproximarse al problema social en lo que tiene de hondura y perspectiva hist�rica. Y, por consiguiente, este nuevo hombre rebelde por sus cuatro costados e intelectualmente superior a sus parientes ya no puede disimular la insignificancia de ellos. Era gente que viv�a con los sentidos m�s que con el esp�ritu. 0 sea, que no pertenec�an a la familia espiritual que formaba la meta ideal de Mari�tegui. Quiz�s si diga en este trance, que los am� como parte de s� mismo, pero de pronto observ� -para decirlo con las propias palabras que emplea Jos� Carlos en un pasaje de "La novela y la vida..." (292)- confusamente que una fuerza inexplicable lo empujaba en sentido inverso Ignoraba cual podr�a ser este sentido, pero lo encontraba m�s acorde con su naturaleza ... "...Al apartarse del c�rculo aristocr�tico representado por los parientes acomodados, se sinti� muy reconfortado y entusiasmado con la decisi�n. Basta recorrer esos a�os de pugna y contradicciones en Mari�tegui para inferir cual podr�a ser su actitud en ese momento. Despu�s de todo, triunf� algo que hab�a dentro de �l (el otro elemento, que hemos denominado rebeld�a). Aquel resultado lo confirma despu�s, al declarar: "...he madurado -dice Mari�tegui- m�s que cambiado. Lo que existe en mi ahora, exist�a embrionaria y larvadamente cuando yo ten�a veinte a�os y escrib�a disparates..." (293). "En mi �nimo -prosigue-, he encontrado una fe. He ah� todo. Pero la he encontrado porque mi alma hab�a partido desde muy temprano en busca de Dios..." (294). Desde aquel momento, por otro lado, se produce el reencuentre de Jos� Carlos con su madre (cuya imagen estuvo simbolizada en une de los t�rminos en disputa: la rebeld�a) y su plena identificaci�n con ella. Amalia, de salud precaria y abatida al extremo, era una obrera que descend�a -ya lo dijimos- de campesinos y artesanos humildes. Despu�s de todo, Jos� Carlos al decaer su inter�s por el padre alcanza la estabilidad social y la confianza en s� mismo. Regresa definitivamente a los valores vinculados a la madre, de los cuales �l se alejara por seguir la direcci�n contraria a aquellos. Durante la etapa de su ambivalencia (aristocracia- rebeld�a), de la cual hemos venido ocup�ndonos, jam�s pronunciar� Mari�tegui el nombre de su progenitor ni tampoco se le escapar� la menor alusi�n a �l. Nunca aqu�l ha revelado, aparte de su t�o Juan, el secreto de aquellos a�os de b�squeda de su predecesor. Coincide la reconciliaci�n de Juan Croniqueur con la autora de sus d�as, cosa curiosa, con la lectura de la novela proletaria de M�xime Gorki (1868-1936), intitulada: "La madre" (salida de la estampa entre 1907-1908). En este libro de la revoluci�n rusa encuentra las lecciones magistrales para orientar el curso de su vida. Se entrega a leer con pasi�n la obra de tan calificado escritor eslavo, quien al describir pat�ticamente los diversos episodios de la conversi�n de sus protagonistas principales (Pelagia Vlasov y su hijo Pablo) al credo revolucionario, refleja en forma admirable las circunstancias interesantes de la organizaci�n pol�tica de los trabajadores y su lucha clasista. Mari�tegui vibra de emoci�n al recorrer con sus ojos esperanzados, cada uno de los cap�tulos de la mencionada no vela, la cual le produce un encanto haza�oso. Y llega a la conclusi�n, que s�lo el cambio de la sociedad de su tiempo har�a posible a la vez la transformaci�n del hombre (295). Seducido por las ideas renovadoras, Mari�tegui deja de lado la poes�a intimista (296), como lo hiciera Mazzini en el siglo XIX, para escoger la vida en lo que significa claro est�: fe y actitud agonista, que ya como expresara Gorki "es el poema heroico del hombre". Eran los d�as en los cuales el Presidente Wilson con su programa "minimalista" trataba de dar una bandera idealista a los aliados. Y acababa, con gran sorpresa para propios y extra�os, de saludar el triunfo de los revolucionarios rusos. Por su parte Lenin, en nombre del movimiento socialista de su pa�s, formulaba sus aspiraciones m�ximas, que luego recibieron el apelativo de "maximalistas". Entre estas dos posiciones adoptadas a nivel internacional en el campo pol�tico e ideol�gico va a discurrir Jos� Carlos hasta abrazar su filiaci�n y fe. Mientras tanto, las noticias period�sticas tra�an abundante informaci�n sobre la victoria de la Revoluci�n Sovi�tica y acerca de los hombres que hicieron posible tal acontecimiento hist�rico. En "El Tiempo", para s�lo citar el diario donde trabaja Mari�tegui, aparec�an los siguientes titulares alarmistas: "Petrogrado ha ca�do en poder de los maximalistas. La obra traidora de los maximalistas, los torvos enemigos del capital y de la aristocracia, ha dado ya sus frutos en la desangrada Rusia. Los cablegramas de hoy anuncian que estos hombres implacables se han apoderado de la Capital y han depuesto al gobierno patriota (de Kerensky)" (297); "Considerables fuerzas rusas se han unido a los revolucionarios. El ej�rcito del norte se ha unido a los maximalistas. Kerensky ha sido arrestado" (298); "Lenine es actualmente due�o del gobierno en Petrogrado" (299); "Se han producido serios des�rdenes en Berl�n entre el pueblo y la tropa (los socialistas intentaron realizar una manifestaci�n contra la guerra)" (300); "El gobierno de los bolcheviques declara a Rusia fuera de la guerra" (301). A su vez Mari�tegui y Falc�n -"la Yunta Brava"- deseosos ahora m�s que nunca de participar en la lucha pol�tica, abiertamente, desde las columnas de "El Tiempo" recogen las peticiones de los obreros y ponen en evidencia en sus notas period�sticas una franca y ostensible inclinaci�n izquierdista, a tal punto que el Dr. Luis Mir� Quesada, a la saz�n Alcalde de Lima y miembro del directorio de "El Comercio", se siente alarmado y acusa de "bolcheviques peruanos" a los redactores de "El Tiempo". Mari�tegui, en frase premonitoria, responder� a la acusaci�n: "...�Bueno! �Muy bolcheviques y muy peruanos! �Pero m�s peruanos que bolcheviques! (302). La verdad es que, nuestro personaje, va tomando esta determinaci�n iluminado por su clara inteligencia y, tambi�n, siguiendo la misma ruta de C�sar Vallejo, resumida en la frase: "me he vuelto revolucionario no por ideas aprendidas sino por la experiencia vivida". Ocurr�a todo esto en 1917 cuando frisaba Mari�tegui los 23 a�os de edad.
NOTAS:
(130) Siegfried y el profesor Julio Canella. Lima, feb. 15; mar. 1; mar. 15; mar. 22; mar. 29; abr. 5; abr. 12; y abr. 26, 1929. T�tulo del encabezamiento: La novela y la vida. Firmado: Jos� Carlos Mari�tegui. Incluido despu�s en: "La novela y la vida, Siegfried y el profesor Canella". (131) Nardelli, Federico V. El hombre secreto: vida y tormento de Luigi Pirandello. Buenos Aires, Ed. Corinto, 1944, p. 140-147. (132) - Esta versi�n fue relatada por el autor de la presente biograf�a al se�or Gaetano Foresta, Agregado, Cultural de la Embajada de Italia en el Per�, por el a�o 1965. La entrevista se realiz� en la casa del Dr. Pablo Macera, quien estuvo presente y escuch� la conversaci�n con el citado diplom�tico. La reuni�n en referencia se efectu� a solicitud del se�or Foresta y por intermedio del Dr. Macera. Meses m�s tarde, Ismael Pinto al hacer una entrevista al suscrito en el diario "Expreso" (Lima, 19 jun. 1966, p. 10), recogi� gran parte del tema tratado con aquel diplom�tico italiano. Todo ello procedi� desde luego, a la obra publicada por Foresta en Italia, que lleva por t�tulo: Mari�tegui y Pirandello, y que por rara coincidencia fue materia de la charla. (133) Ibid, Mari�tegui, J. C. El alma matinal y otras estaciones del hombre de hoy... p. 102. (134) (Mari�tegui, Jos� Carlos) El match estupendo, por Kendal (seud.) En: El Turf, Lima, 2 (15) : 18-20, 17 jul. 1915. Entrevista a Foci�n Mari�tegui. Ver tambi�n: fotograf�as en: El Turf, Lima, 3(67): 1, 16 dic. 1916. "Grupo de asistentes al almuerzo ofrecido al se�or Rodr�guez Mari�tegui, Secretario del Jockey Club"- Entre los comensales se distingue la figura de J. G. Mari�tegui. (135) Siempre la se�ora Amalia tendr� presente la actitud anticlerical del bisabuelo de su hijo, don Francisco Javier Mari�tegui, quien se negara a recibir a un sacerdote en los �ltimos momentos de su vida, provocando con ello serio desconcierto y un esc�ndalo may�sculo entre los creyentes cat�licos de fines del siglo XIX. (136) Ulloa Sotomayor, Alberto. El periodismo hace 30 a�os; apunte de una conferencia para Insula de Miraflores. En: La Prensa, 10 mayo 1942, p. 5. (137) Falc�n, C�sar. Testimonio: "Jos� Carlos ten�a entonces, hasta 1916, m�s tendencia literaria y po�tica que pol�tica...". (138) "...Mi amiga y yo le�mos ayer muchos versos de Rub�n Dar�o, los que yo m�s amo, los que mejor me hicieron sentir el gran esp�ritu art�stico de ese maravilloso y sort�lego maestro de la rima. Los le�mos a duo...". Cartas a X. Glosario de las cosas cotidianas, 18 de febrero. En: La Prensa, Lima, 21 feb. 1916, p. 2. Firmada: Juan Croniqueur (seud. de J. C. Mari�tegui). (139) Oyague, Lucas. El poeta More con sus 42 a�os de periodismo... En: Excelsior, Lima, 14 (181-182): 14, abr.-mayo 1948. (140) Testimonio de Federico More. (141) Instant�neas. En: Variedades, Lima, 19(795), 26 mayo 1923. Entrevista a Mari�tegui. (142) Solidaridad period�stica. Fundaci�n del C�rculo de Cronistas. En: La Prensa, Lima, 16 ago. 1915, p. 3. "A proposici�n del se�or H�ctor Arg�elles se aprob� por aclamaci�n un voto de aplauso a los iniciadores del "C�rculo de Cronista s" se�ores Stubbs, Mari�tegui y Meza". Y al d�a siguiente, en otra nota ("Ecos de la fundaci�n del C�rculo de Cronistas" En: La Prensa, Lima, 17 ago. 1915, p. 2) se comentaba sobre las cuatro importantes iniciativas period�sticas, formuladas por Jos� Carlos, en beneficio del gremio: 1. Los concursos de informaci�n que deber�an convocar los peri�dicos en cada fecha de su aniversario; 2. El contrato de garant�a sobre el trabajo; 3. La asistencia por enfermedad; y 4. Caja de fondos para auxilios. (143) El C�rculo de Periodistas... En: La Prensa, Lima, 4 oct. 1915, p. 6. A continuaci�n del discurso de Juan Croniqueur, que ofreciera en nombre del Consejo Provisional cesante, se eligi� a les miembros de la Junta Directiva permanente. Otra vez sali� designado aqu�l, pero para desempe�ar el cargo de miembro de la Comisi�n de Disciplina. Los dem�s integrantes fueron: Dr. Jos� G�lvez, Antonio Garland y Ricardo Fl�rez (hijo). (144) "Col�nida" Revista de Abraham Valdelomar. Una conversaci�n que no tiene porque no ser aut�ntica... En: La Prensa, Lima, 7 ene. 1916, p. 5. Firmado por Ascanio (seud. de Alfredo Gonz�lez Prada). Censura a Riva Ag�ero a quien lo considera como el m�s conspicuo representante de lo tradicional, del estilo rancio y pedestre. (145) Ibid. "Siete ensayos de interpretaci�n de la realidad peruana..., p. 263. (146) Brinton, Crane. Nietzsche. Buenos Aires, Ed. Losada, S. A., 1947. (147) "Juan Croniqueur, cuentista atildado y sutil, publicar� en "El Turf" cuentos, como el que hoy ofrecemos, en los cuales se retrata el ambiente de aristocracia y snobismo que da marco a la afici�n h�pica..." Nota de Redacci�n. En: El Turf, Lima, 3(36): 10- 14, 6 mayo 1916. (148) "... Mi delito -declara Mari�tegui- ha estado en que no he tenido la debilidad y la cobard�a de adular a estos pretendidos �rbitros de nuestra literatura. de rendirles pleites�a, de llegarme a ellas. Desconozco el esp�ritu de manada que en ellos es credo y ante los m�s grandes soles de nuestro mundo intelectual no me aflige la necesidad de sentirme sat�lite. Soy responsable del pecado, del desacato de no haberme deslumbrado nunca ante estas pir�mides..." Intereses Generales. Extra epistolario. En: La Prensa, Lima, 2 mar. 1916, p. 5. Firmado: J. C. Mari�tegui (seud. de J. Croniqueur). (149) Ibid. Siete ensayos... p. 260. (150) L�pez Ibor, Juan J. El descubrimiento de la intimidad y otros ensayos. Madrid, Ed. Aguilar S. A. 1954, p. 32. (151) En: Lul�, Lima, 2(26): 15-16, 20 ene. 1916. Firmado Amalia (seud.) (152) Ibid. Test. de C. Falc�n "Jos� Carlos ten�a contactos con Gonz�lez Prada y le admiraba m�s que a Palma. Yo, por el contrario, admiraba m�s a Palma, a quien hab�a conocido y tratado en la Biblioteca Nacional". (153) Lima, 16 feb. 1916, p. 3. (154) Revista que reaparece el 6 de mayo de 1916, dirigida por Debel (seud. de Eduardo Zapata L�pez) y por Juan Croniqueur. (155) Ibid. Test. de C. Falc�n. (156) Ibid. Siete ensayos.. . p. 194. (157) Ibid. Test. A. Ureta; La novela y la vida... p, 139; Cartas a X. Glosario de las cosas cotidianas. En: La Prensa, Lima, 21 feb. 1916, p. 2; y los caros escritores, llegan a Mari�tegui por medio de Abraham Valdelomar (V�ase Enrique Castro Oyanguren. Elogio a Abraham Valdelomar). Lima, 1920, p_ 7. (158) Mari�tegui, J. C. El alma matinal... Lima, 1959, p. 165. (159) Ibid. Apuntes para una interpretaci�n marxista... (t. II), p. 336. (160) Ibid. La generaci�n literaria de hoy... En: El Tiempo, Lima, 2 oct. 1916, p. 2-3. (161) Ibid. Siete ensayos. . . p. 209-210. (162) Ibid. p. 179. (163) Cartas a X. Glosario de las cosas cotidianas 22 de febrero. En: La Prensa. Lima, 25feb. 1916, p. 2. Firmado: Juan Croniqueur. (164) En: Alma Latina, Lima, 1(19) 15 mayo 1916. Firmado: J. C. Mari�tegui (Juan Croniqueur). (165) Periodismo "El Turf". La Prensa, Lima, 4 mayo 1916, p. 2. (166) Ibid. Siete ensayos... p. 209-210. (167) Glosario de las cosas cotidianas. La Prensa, Lima, 20 jun. 1916, p. 3. Ep�grafe de la Secci�n: Cartas a X. Firma: Juan Croniqueur (seud.) (168) Glosario de las cosas cotidianas. En: La Prensa, Lima, 7 jun. 1916, p. (1) - 2. Ep�grafe de la Secci�n: Cartas a X. Firma: Juan Croniqueur (seud.) (169) Glosario de las cosas cotidianas. En: La Prensa, Lima, 23 mar. 1916, p. 3. Ep�grafe de la Secci�n: Cartas X. Firma: Juan Croniqueur (seud.) (170) Glosario de las cosas cotidianas. En: La Prensa, Lima, 17 abr. 1916, p. 3. Ep�grafe de la Secci�n: Cartas a X. Firma: Juan Croniqueur (seud.) (171) Ibid. Test. E. Armero "T� no tienes idea de lo que va a ser Mari�tegui -le dec�a Yerovi a Armero. No s�lo literato ser�, sino gran figura de nuestra pol�tica". (172) Alcorta, Florentino. Triqui-traques. En: El Mosquito, Lima, 3(58), 29 jul. 1916. "�Saben ustedes quien escribe las "Voces" de "El Tiempo"? Un pobre cojito de veinte a�os: Juan Croniqueur. �Vaya si tiene talento el mocoso! (173) "En opini�n m�a -afirma Hidalgo-, a la cabeza de esta luminosa generaci�n que se levanta, est� J. C. Mari�tegui. Este cojito es uno de los temperamentos m�s art�sticos que he conocido en mi vida. Poeta, periodista, cr�tico, dramaturgo y cuentista, Juan Croniqueur, seud�nimo por el que es muy conocido, es una de las grandes esperanzas de ma�ana y una de las m�s fuertes realidades de hoy...". De "Hombres y bestias..." Arequipa, 1918, p, 163. (174) Naci� en la ciudad de Ica el 16 de abril de 1888. (175) Ibid. Ulloa, Alberto. J. C. Mari�tegui..." p. 268-269. (176) Ibid. Baz�n, A. Biograf�a de J. C. Mari�tegui, p. 54-55. (177) Amistad que habr� de recibir el mote de la "Yunta brava". (178) En: El Tiempo, Lima, 4 set. 1916, p. 3-4. (179) Ibid. Mart�nez de la Torre. Apuntes para una interp... . t. II, p. 403. (180) La chismograf�a lime�a bautiz� a esta obra con el nombre de "Las coces m�ltiples". (181) Testimonios de Antonio Garland y Pablo Abril de Vivero. (182) Impresiones. Los obreros del pensamiento. Un libro de J. A. de Lavalle. En: La Prensa, Lima, 23 set. 1916, p. 5. Firmado: Conde de Lemos (seud. de A. Valdelomar). (183) Mari�tegui, J. C. Nota pol�mica. En: Amauta, Lima, (6) : 29, feb. 1927. (184) En: La Prensa, Lima, 26 ene. 1916, p. 5. (185) Rolland, Romain. Juan Crist�bal. Buenos Aires, 1958, t. II, 581. (186) Ibid. Mari�tegui. Nota pol�mica... (187) Un discurso, 3 horas, 46 p�ginas, 51 citas �Gram�tica? �Estilo? �Ideas?: o acotaciones marginales, por X. Y. Z. (seud. de J. C. Mari�tegui). En: La Prensa, Lima, 30 abr. 1916, p. 6. (188) Ibid. Censura a Riva Ag�ero. (189) Ibid. Hidalgo, A. Hombres y bestias. . ., p. 27-32. (190) Ibid. Un discurso, 3 horas... (191) Ibid. (192) (Jara y Ureta. Jos� Mar�a de la) Contra Riva Ag�ero, por A. B. C. (seud.) En: El Comercio, Lima, 5 mayo 1916, p. 4-5. (193) Ibid. Siete ensayos..., p. 206. (194) Partido Nacional Democr�tico. Su declaraci�n de principios. En: La Prensa, Lima, 1 mar. 1915. (195) Cisneros, Luis Fern�n. Los hombres de ma�ana. En: La Prensa, Lima, 27 feb. 1915. S�tira contra el "futurismo" con alusi�n a Riva Ag�ero. (196) Ibid. Siete ensayos..., p. 206. (197) Ibid. (198) Ibid. (199) La academia de la lengua. En: Variedades, Lima, 13(511): 1291-1292, 15 dic. 1917. (200) Ibid. La Prensa, 21 feb. 1916, p. 2. (201) Plegarias rom�nticas III Morfina; soneto. En: Lul�, Lima, 2(32) : 15, 2 mar. 1916. De mi pr�ximo libro "Tristeza". Los Salmos del dolor. En: Col�nida, Lima, 1(3): 26-27, mar. 1916. De mi pr�ximo libro "Tristeza". (202) Sensaciones: versos de un cronista esplin�tico y sentimental V, VII, IX, por Jack (seud. de J. C. Mari�tegui) En: El Turf, Lima, 3 (60-61-63): 19-23-18, 28 oct.; 4 y 18 nov. 1916. (203) Ibid. Una encuesta a J. C. Mari�tegui. En: Mundial, Lima, 7(319), 23 jul. 1926. (204) Cartas a X. Glosario de la vida cotidiana. En: La Prensa, Lima, 18 feb. 1916, p. 5. (205) Testimonio de Alberto Hidalgo. Dice "que Mari�tegui, entonces, era aristocratizante, ten�a un total desapego por las cosas populares..." (206) Wagner de Reyna. Alberto. Poder y sociedad en el Per� contempor�neo. Revista de Occidente. Madrid, 6(61): 28-38 abr. 1968. (207) Ibid. Test. de Falc�n. (208) Testimonio de Francisco Alvari�o Herr (hijo). (209) Testimonio de Alberto Hidalgo. (210) Testimonio de Ra�l Porras Barrenechea. (211) Ibid. Test de Guzm�n y Vera. (212) Ibid. El Tiempo, Lima, 4 set. 1916, p. 3-4. (213) Ibid. Test. de Sebasti�n Lorente Patr�n. (214) Formaci�n de la Federaci�n de Estudiantes. En: El Comercio, Lima, 7.jul. 1917. (215) Testimonio de Fortunato Quesada. (216) Ibid. La generaci�n literaria... En: El Tiempo, Lima, 2 oct. 1916. (217) Valdelomar, Abraham. Los obreros del pensamiento. En: La Prensa, Lima, 23 set. 1916, p. 5. Ep�grafe de la Secci�n: Impresiones. (218) (L�pez Alb�jar, Enrique). Tres ep�tetos gruesos y una exageraci�n verdadera. En: La Prensa, Lima, 26, 28, 30 set.; y 3 oct. 1916. Firmado: Sans�n Carrasco (seud.) (219) More, Federico. Definir es separar. En: El Tiempo, Lima, 8, 9 y 11 set. 1916, p. 8, 5 y 5. (220) Aguirre Morales, Augusto. En: El Tiempo, Lima, 10 oct. 1916, p. 3. Carta dirigida a Juan Croniqueur en la que exalta a la generaci�n actual y censura la actitud de L�pez Alb�jar. (221) Ibid. La generaci�n de hoy... En: El Tiempo, Lima, 2 oct. 1916. (222) Palma, Clemente. En: Variedades, Lima, 12(450), 14 oct. 1916. Ep�grafe de la Secci�n: Notas de Artes y Letras. (223) Ib�d. La generaci�n de hoy... (224) El C�rculo de Periodistas. En: El Tiempo, Lima, 14 ago. 1916, p. 4. (225) Ibid. Test. de Guzm�n y Vera. (226) Falc�n, C�sar. Emociones de la Suprema danza. Y elogio de la gran danzarina. En: El Tiempo, Lima, 10 dic. 1916, p. 7. Dedicatoria: A Juan Croniqueur, loador de T�rtola Valencia. T�rtola Valencia en la casa de "El Tiempo". Juan Croniqueur cuenta la entrevista. Ayer lleg� a Lima la genial bailarina. En: El Tiempo, Lima, 30 nov. 1916, p. 3. T�rtola Valencia en el Municipal un gran suceso art�stico por Juan Croniqueur. En: El Tiempo, Lima, 3 dic. 1916 p. 3-4. (227) Ibid. Test. de Guzm�n y Vera. (228) Ibid. Test. de Hidalgo. (229) Ibid. Hidalgo. Hombres y bestias, p. 178-179. (230) Triunfo literario de Valdelomar y Juan Croniqueur... En: El Tiempo, Lima, 5 abr. 1917, p. 5. (231) "Grupo de asistentes al almuerzo del se�or Rodr�guez Mari�tegui" En: El Turf, Lima, 3 (67) : 1 y 3, 16 dic. 1916. (232) S�nchez, Lu�s Alberto. La literatura peruana... Lima, Eds. Ediventas S. A. (1966), t. IV, p. 1276. (233) Testimonio de Foci�n Mari�tegui (t�o en segundo grado de Jos� Carlos). (234) Oraci�n al esp�ritu inmortal de Leonidas Yerovi: Por la se�al de la cruz... por Juan Croniqueur (seud.) En: El Tiempo, Lima, 17 feb. 1917, p. (1). (235) Un juicio sobre la actual generaci�n literaria. En: El Tiempo, Lima, 21 mar. 1917, p. 5. T�tulo de la Secci�n: Nuestra p�gina literaria. De "Renacimiento". Transcribe un articulo de Medardo Angel Silva. (236) El Tiempo, Lima, 25 mar. 1917, p.2. (237) El triunfo literario de Valdelomar y Juan Croniqueur. El fallo del Jurado. La pr�xima velada en el Excelsior. En: El Tiempo, Lima, 5 abr. 1917, p. 5. La procesi�n tradicional..., por el cronista criollo (seud. de J. C. Mari�tegui) En: La Cr�nica, Lima, 10 abr. 1917, p. 12-13. Premio Municipalidad de Lima. (238) Los segundos premios. En: El Tiempo, Lima, 12 abr. 1917, p. 4. (239) Luis Mir� Quesada entrega el premio a Mari�tegui. En: La Prensa, Lima, 1 mayo 1917, p. 5. (240) El asunto de Norka Rouskaya. Palabras de justificaci�n y de defensa. En: El Tiempo, Lima, 10 nov. 1917, p. 2-3. Firmado: Jos� Carlos Mari�tegui (Juan Croniqueur). �... me he matriculado en la Universidad Cat�lica para instruirme en el lat�n que es la lengua que poseen los doctores de la Iglesia, as� como en la filosof�a escol�stica...". (Glusberg, Samuel) Jos� Carlos Mari�tegui a trav�s de su correspondencia, por Enrique Espinoza (seud.) En: La Vida Literaria, Buenos Aires, 2(20): 5-6, mayo 1930. Entre estas cartas, figura la nota fechada y firmada: Lima, 10 de enero de 1928.- Jos� Carlos Mari�tegui, donde consigna sus datos autobiogr�ficos. (241) Dintilhac SS. CC., R. P. Jorge. C�mo naci� y se desarroll� la Universidad Cat�lica del Per�. Homenaje de la Universidad Cat�lica a su fundador. R. P. Dintilhac SS. CC. Lima, 1960 XLIII Aniversario (1917- 1960). (242) Ibid. Test. de A. Ureta. (243) P�rez C�nepa, Carlos. Horas de misticismo, de dolor y de misterio. A manera de pr�logo: apreciaciones de Juan B. de Lavalle y Padre Pedro Mart�nez V�lez.. Lima, Colville y C�a. 1916. 85 p. (244) Ibid. Test. de A. Ureta. (245) El autor de esta biograf�a ha practicado una investigaci�n en los archivos de la Universidad Cat�lica, y ha comprobado que el Profesor de lat�n, en la etapa de fundaci�n de aquel Centro de estudios, fue el R. P. Pedro Mart�nez V�lez. (246) S�nchez, Luis Alberto. Don Manuel. Lima, 1930, p. 238. (247) Ibid. Test. de C. Falc�n. (248) Ibid. Dintilhac, J. C�mo naci� y se desarroll� la Universidad... p. V - XXIII. (249) Testimonio de Antenor Fern�ndez Soler. (250) Importante documento pol�tico... El llamamiento de la juventud de Lima para apoyar la candidatura independiente del Sr. Jorge Prado a la diputaci�n en propiedad. En: El Tiempo, Lima, 9 mayo 1917, p. 3. Figura J. C. Mari�tegui en la lista de personas que suscriben el llamamiento. Prado hab�a colaborado en los peri�dicos: "El Diario" (1908-10), "La Rep�blica" (1911-12) y "La Epoca" (1915). Autor de la obra, intitulada: "Art�culos pol�ticos" Lima, Imp. E. Moreno (1916) y fue uno de los principales actores -con su hermano Manuel- del golpe de Estado que derroc� al Presidente Billinghurst. (251) Oraci�n y vuelta al ruedo (sin firma) En: El Tiempo, Lima, 6 mayo 1917, p. (1) Ep�grafe de su Secci�n: Voces. (252) Comit�s electorales en las grandes f�bricas de Lima. F�brica de Galletas "La Estrella", F�brica de Muebles de Malherbe, F�brica de Tejidos "El Progreso", F�brica Nacional de Tejidos de "Santa Catalina", F�brica de Maderas Sanguinetti y Dasso. En: El Tiempo, Lima, 13 mayo 1917, p. 5. (253) Consultar los siete art�culos que escribe Juan Croniqueur en el diario "El Tiempo" Sec. "Voces") correspondientes a los d�as 28 de abril, 6 de mayo, 2, 4, 7, 11, 13 de junio, y 8 de julio de 1917, apoyando abiertamente la candidatura de Jorge Prado a la diputaci�n por Lima. (254) "... me encari�� tanto -apunta Mari�tegui- con la escena y el debate de las tardes parlamentarias (se refiere a su trabajo como cronista de "La Prensa" en las C�maras Legislativas) que llegu� a hacer como los chiquillos, un teatro guignol para los lectores de este peri�dico. A un diputado le tom� el pelo amablemente y me quit� el saludo. Esto como Uds. comprender�n me hizo mucha gracia y por poco no me empe�o en tomarles el pelo a todos los diputados para ver si eran igualmente susceptibles. Yo siempre empleo calificativos muy amables". "Y aqu� necesitamos todos forzosamente del espect�culo parlamentario. El debate pol�tico y los votos de censura, son de una necesidad irremediable... ". Cartas a X. Glosario de las cosas cotidianas. En: La Prensa, Lima, 13 de feb. 1916, p. 10. Firmado: Juan Croniqueur (seud. de J. C. Mari�tegui). (255) Ibid. Mart�nez de la Torre. Apuntes... t. I., p. 410-415. (256) Huelga, absoluciones y la Ciudad triste (sin firma) En: El Tiempo, Lima, 9 set. y 14 oct. 1916, p. (1); y 11 jun. 1917, p. (1). Ep�grafe de la Secci�n: "Voces". En estos tres art�culos, Mari�tegui, comenta las paralizaciones de los trabajadores en el norte, y de las de los telegrafistas y obreros tranviarios de Lima. (257) Testimonio de Fausto Posada. (258) Ibid. (259) Ibid. Mart�nez de la Torre. Apuntes... t. II, p. 404. (260) Ibid. Siete ensayos... p. 195-196. (261) Ibid. Test. F. Posada y Pedro Bustamante Santisteban. (262) Cartas a X. Glosario de las cosas cotidianas. En: El Tiempo, Lima, 17 jul. 1916, p. (1)-2. Firmado: Juan Croniqueur (seud. de J. C. Mari�tegui). (263) Basadre, Jorge. En la Biblioteca Nacional. Ante el problema de las Elites. Lima, 1968, p. 11. El mismo autor en su Historia del Per�, t. VIII, p. 3812-13, anota que Luis Ulloa era hermano del director de "La Prensa" (Alberto) y un furibundo enemigo de los civilistas y el que invent� la palabra "neogodo" para se�alar a �stos. (264) Ibid. Test. de Posada: El contexto de esta discusi�n entre los anarquistas y Jos� Carlos me lo proporcion� Fausto Posada, quien al momento de ponerlo en mis manos para que procediera a tomar apuntes del mismo, declar� profundamente conmovido:
(265) Ibid. Test. de Bustamante Santisteban. (266) Ibid. (267) Ibid. (268) Ibid. Basadre, J. t. VIII, p. 4748. (269) Testimonio de Ismael Bielich Flores. (270) Testimonio de Ricardo Mart�nez de la Torre. (271) La sesi�n de ayer en el C�rculo de periodistas. Se elige nueva Junta Directiva. En: El Tiempo, Lima, 17 jul. 1917, p. 3. Trae la noticia de la elecci�n de J. C. Mari�tegui como Vice-Presidente del C�rculo. (272) bid. Vargas Marzal. (273) Testimonio de Antenor Orrego. (274) Ibid. Test. de Porras Barrenechea. (275) Meza, Ladislao F. Sobre el suceso del lunes. No es una defensa. En: El Tiempo, Lima, 7 nov. 1917, p. 2. (276) Ibid. (277) Falc�n, C�sar. La Suprema danza. Norka Rouskaya baila en el Teatro Municipal. En: El Tiempo, Lima, 22 oct. 1917, p. (1)-2. (278) Algunas palabras de elogio, por Juan Croniqueur (seud. de J. C. Mari�tegui) En: El Tiempo, Lima, 29 oct. 1917, p. 3. (279) Ibid. Ureta -Mi hermano Alejandro, amigo inseparable de Jos� Carlos, me relat� aquella conversaci�n. (280) Agasajo a Norka Rouskaya. En: El Tiempo, Lima, 5 nov. 19L7, p. 3. (281) Ibid. Test. de Guzm�n y Vera. (282) El Comercio, Lima, 6 nov. 1917, p. (1). (283) Ibid. El Tiempo, Lima, 7 nov. 1917. (284) Ibid. Don Manuel . p. 254. (285) Cartas a X. Glosario de las cosas cotidianas. La Prensa, Lima, 26 feb. 1916, p. 2. Firma: Juan Croniqueur (seud. de J. C. Mari�tegui). (286) Carta de renuncia del Vice Presidente del C�rculo. En: El Tiempo, Lima, 7 de nov. 1917, p. 2. Texto de la carta renuncia. (287) Protesta y renuncias. En: El Tiempo, Lima, 7 nov. 1917, p. 2. Texto de las renuncias del Presidente del C�rculo y de otros distinguidos miembros de la instituci�n. (288) Ibid. En: El Tiempo, Lima, 10 de nov. 1917. (289) En: La Uni�n, Lima, 19 nov. 1917, p. (1). (290) Ibid. Test. de R. Mart�nez de la Torre: Mi madre estaba escandalizada y temerosa de nuestra amistad con Jos� Carlos. (291) Ibid. Test. de F. More, A. Hidalgo y E. de Armero. (292) Ibid. p. 4. (293) Ibid. La encuesta... En: Mundial, Lima. jul. 1926. (294) Ibid. (295) Ibid. Test. de C. Falc�n. (296) Ibid. (297) Lima, 9 nov. 1917, p. 4. (298) Lima, 10 nov. 1917, p. 4. (299) Lima, 19 nov. 1917, p. 4. (300) Lima, 21 nov. 1917, p. 5. (301) Lima, 22 nov. 1917, p. 3. (302) Maximalismo peruano (sin firma) En: El Tiempo, Lima, 30 dic. 1917, p. (1). Ep�grafe de la Secci�n: "Voces".
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