LA CREACI�N HEROICA DE JOS� CARLOS MARI�TEGUI

LA EDAD REVOLUCIONARIA

GUILLERMO ROUILLON D.


 

CAPITULO I


LOS A�OS DE APRENDIZAJE

EN EUROPA

(1919-1923)

 

�....De fines de 1919 a mediados de 1923 viaj� por Europa. Resid� m�s de dos a�os en Italia, donde despos� una mujer y algunas ideas. Anduve por Francia, Alemania, Austria y otros pa�ses. Mi mujer y mi hijo me impidieron llegar a Rusia. Desde Europa me concert� con algunos peruanos para la acci�n clasista. Mis art�culos desde esa �poca se�alan las estaciones de mi orientaci�n socialista...�.

Ibid. Carta de J. C. Mari�tegui a Samuel Glusberg. La vida Literaria. Buenos Aires, 2 (20):5�8, mayo 1930.

Precisa deslindar que el joven Mari�tegui llega al Viejo Mundo pose�do de una fuerte propensi�n hacia la izquierda socialista. Se le pod�a considerar a la saz�n, si pretendemos ubicarlo ideol�gicamente dentro del esquema revolucionario que imperaba en Europa hasta el momento de fundarse la III Internacional (1919), como a un socialista internacionalista. Pues es conocida que esta denominaci�n proviene de la Primera Conferencia Socialista Internacional, celebrada en Zinmerwald-Suiza el 5 de setiembre de 1915(1), cuyas deliberaciones se caracterizan por su l�nea antibelicista, por propugnar la creaci�n de una nueva Internacional y por intentar transformar la guerra inter-imperialista en una guerra de clases. 

Jos� Carlos, por aquellos d�as, era un fervoroso simpatizante de la Revoluci�n Rusa, del internacionalismo proletario y de la III Internacional. Bastar� recordar los antecedentes de su formaci�n ideol�gica, que hemos enfocado en el primer tomo de la presente biograf�a para explicarnos su pensamiento pol�tico. En este sentido traemos a colaci�n, el enorme influjo que hubo de ejercer sobre �l la pr�dica internacionalista y europeizante de Jos� Ingenieros, los contactos iniciales con los directivos del Partido Socialista Internacionalista argentino (Rodolfo Ghioldi y Vittorio Codovilla), la impresi�n que le causara el asesinato de Rosa de Luxemburgo y Karl Liebknecht, principales dirigentes del grupo revolucionario alem�n llamado �Spartakus�, y la imagen negativa que le produce la visita que hiciera al sindicalista norteamericano Samuel Gompers, representante de la II Internacional, durante su estancia en Nueva York(2). Cabe a�adir de paso, igualmente el rechazo rotundo que provoca en Mari�tegui la tendencia social patriotera y el colaboracionismo de clases de don Luis Ulloa, Secretario General del Comit� Socialista del Per� (2-A), encuadrado dentro de la zona de influencia de la II Internacional. 

Llevaba al mencionado Continente nuestro biografiado, la firme convicci�n de la necesidad de un mayor dominio de la teor�a y acci�n revolucionaria. No se le podr�a tildar de un doctrinario marxista, ten�a tan s�lo a su favor lecturas fragmentarias del marxismo. Su cultura en este campo, como observamos, era incipiente y sumaria. Y a�n el acceso que ten�a al marxismo no lo hac�a por medios directos, sino utilizando intermediarios (Jos� Ingenieros, Alfonso Asturaro, Antonio Labriola, Georges Sorel, etc.). Las razones de esta situaci�n radicaban en que los textos �por no hablar de las obras completas, que aparecen muchos a�os despu�s� de Carlos Marx, Federico Engels, Nicol�s Lenin, Rosa de Luxemburgo y otros l�deres de la revoluci�n mundial eran escasos y sin que pudieran ser traducidos f�cilmente. Adem�s, Mari�tegui no hab�a asimilado en forma clara y concisa las concepciones comunistas, pues conoc�a apenas la teor�a de la revoluci�n de Lenin. 

Las circunstancias que hemos anotado, sin duda alguna, contribuyeron a que Jos� Carlos se sintiera influido por la lectura de Sorel, quien hab�a denunciado la degeneraci�n evolucionista y parlamentaria del socialismo de la social democracia y reclamaba con �nfasis la vuelta a las fuentes primigenias del marxismo. �El sorelismo �remarcar� Mari�tegui� como retorno al sentido original de la lucha de clases, como protesta contra el aburguesamiento parlamentario y pacifista del socialismo, es el tipo de herej�a que se incorpora al dogma�(3). Esta orientaci�n en el pensamiento y la acci�n de Jos� Carlos, relativamente nueva en �l, no la debemos atribuir a su periplo europeo, sino al proceso de autoformaci�n que iniciara en Lima estrechamente vinculado con el movimiento de masas entre los a�os 1918 y 1919. 

No obstante las restricciones se�aladas, Mari�tegui estaba compenetrado y segu�a con inter�s la Revoluci�n Rusa y la obra de sus dirigentes. Y observaba con satisfacci�n, que la primera de las revoluciones proletarias estimulaba consecuentemente los motines, huelgas y luchas en las calles y f�bricas entre los a�os 1918 y 1920 en su prop�sito de cooperar con la revoluci�n mundial y el internacionalismo proletario(4). Igualmente estaba enterado, que los obreros fascinados por la epopeya de Octubre y por el instrumento creado por la misma: el Soviet, fundaban voluntariamente bas�ndose en este modelo, los nuevos �rganos del Estado proletario (R�te System en Alemania y Consigli di fabbrica en Italia) y simult�neamente instalaban rep�blicas sovi�ticas en Hungr�a (del 21 de marzo al 1 de agosto de 1919), en Baviera (del 13 de abril al 1 de mayo de 1919) y en Eslovaquia ( del 16 de junio al 5 de julio de 1919). 

El propio Mari�tegui, antes de abandonar Lima, fue informado de que el ascenso revolucionario que sacud�a y amenazaba al mundo capitalista empezaba a sufrir serias dificultades debido a varios factores negativos. Entre ellos, se pod�a se�alar el papel inconsecuente de la direcci�n social-dem�crata que apoyaba descaradamente a la burgues�a imperialista, a la carencia de partidos proletarios convenientemente estructurados, y a la confusi�n de la clase obrera, que en su gran mayor�a segu�a a�n la l�nea pol�tica del socialismo tradicional. En la pr�ctica hab�a resultado m�s f�cil el rompimiento con los l�deres socialdem�cratas, que liberarse definitivamente de la socialdemocracia. 

Los rezagos de aquella tendencia ideol�gica debieron perdurar por algunos a�os en el seno mismo de las llamadas secciones europeas de la III Internacional. Exist�a pues un desconcierto doctrinario que la reacci�n trataba de aprovechar en beneficio de sus planes retardatarios. Todo ello repercuti� tanto en Mari�tegui como en la totalidad de los socialistas de izquierda de aquellos tiempos, que se encontraban algo confusos frente a las desviaciones ideol�gicas forjadas por los agentes propiciadores del nacionalismo burgu�s en su preconcebido y renovado af�n de deformar la esencia revolucionaria del marxismo: tergiversando y vulgarizando la doctrina de Marx. 

Volviendo al encuentro de Mari�tegui con Par�s, �ste habr�a de llegar cuando frisaba los veinticinco a�os; por rara coincidencia, la misma edad con que Carlos Marx �hac�a setenta y seis a�os, noviembre de 1843� pisara por primera vez las vetustas calles de la Ciudad Luz. Pero tambi�n existe otro hecho de no escaso y significativo valor en la vida de ambos revolucionarios: uno y otro personaje, se encontraba en camino hacia el comunismo. 

A la Capital gala habr�a de arribar Jos� Carlos en compa��a de Falc�n, el 21 de noviembre de 1919, despu�s de un viaje por tren desde El Havre, que dur� varias horas. Al t�rmino del recorrido, los viajeros tuvieron la ingrata sorpresa de haber perdido sus equipajes(5). Aunque dos meses m�s tarde fueron recuperados y devueltos a sus leg�timos propietarios. 

Mari�tegui y Falc�n se alojaron en un peque�o hotel del Barrio Latino de la rue Saint Severin, cercano al boulevard Saint Michel(6). Jos� Carlos al evocar este hecho, nos cuenta una an�cdota �....me instal� yo por primera vez en la terraza de un Caf� de Par�s a pocos pasos del Caf� Napolitano, donde G�mez Carrillo completaba una peque�a instable comp�sita. Pero ya ni el boulevard ni Fray Candil interesaban como antes. Por el boulevard hab�an pasado la guerra, el armisticio, la victoria. Y a la Am�rica espa�ola le hab�a nacido un alma nueva�(7). 

Pues bien, a la ma�ana siguiente del segundo d�a de su estancia en la Capital francesa, deseosos como estaban los viajeros de visitar la ciudad y escudri�ar sus tesoros art�sticos e hist�ricos, se dirigieron al Museo de Cluny(8) que funcionaba en la vieja abad�a del mismo nombre. De pronto los dos buenos amigos, en el interior del museo, se vieron implicados en una situaci�n poco envidiable. Sin darse cuenta provocaron recelos de cuatro polic�as, que hicieron en torno a los viajeros algo como un movimiento envolvente que culmin� cuando dos se�ores, ambos vestidos de negro, descendieron de un coche oficial. �Yo (expresa Falc�n), por lo menos no tuve tiempo de verlos m�s que con la fugacidad de un meteoro, y no porque ellos caminasen tan de prisa, sino porque cuatro de los supuestos conser�vadores del museo se apoderaron de nosotros y nos condujeron a la comisar�a cercana. Hubo sin duda, indiscreci�n de mi parte (refiere Falc�n), pues al darme cuenta de que los reci�n llegados eran M. Raymond Poincar�, Presidente de la Rep�blica y George Clemenceau, Presidente del Consejo, no pude reprimir (afirma C�sar) un movimiento de curiosidad que los polic�as interpretaron a su modo y comenz� un interrogatorio, un an�lisis minucioso de nuestros papeles, una b�squeda incansable en nuestras habitaciones del hotel, un ajetreo telef�nico y un medirnos y remedirnos con la mirada y un hacernos preguntas y m�s preguntas que dur� hasta el anochecer. Ni los polic�as ni los dem�s funcionarios que nos interrogaron por turno quer�an darse por satisfechos con menos de convencernos a nosotros mismos de que particip�bamos en un complot criminal contra Poincar� y Clemenceau. Al fin, sin embargo, ellos fueron los convencidos�(9). 

Pasado el mal momento y repuestos del susto Mari�tegui y Falc�n reanudaron su programa de visitas. Esta vez se encaminaron hacia el Caf� en Croissant, donde hab�an asesinado a Jaur�s. Luego fueron a recorrer las librer�as del Barrio Latino, de L'Humanit�, Editions Clart� y los puestos de libros de viejo a lo largo de los malecones del Sena. Visitaron los museos del Louvre y de Rodin, el atrio de Notre Dame y los Caf�s concurridos por artistas y escritores. Asistieron a las funciones ofrecidas por la Opera, la Comedia Francesa, el teatro de vanguardia, a las conferencias dictadas en la Sorbona, a las exposiciones de pintura, a escuchar conciertos y a las funciones de ballet. 

Par�s era enorme y viejo. Por el boulevard de Saint Michel, muy cerca de donde estaban alojados, se entreten�an en escuchar las conversaciones de los transe�ntes y en observar como circulaban los estudiantes, que iban por el centro de la calle dificultando el tr�nsito. 

La curiosidad de ambos amigos los llev� a asistir a las reuniones y conferencias del grupo surrealista, encabezado por Trist�n Tzara y Andr� Breton. All� pudieron escuchar lecturas de poemas, art�culos, ensayos, etc. Admiraron, por otra parte, las exposiciones pict�ricas de esta corriente art�stica. Y leyeron la revista �Dada� que circulaba con los nombres de Louis Aragon; Paul Eluard, Pablo Picasso y otros no menos conocidos. Las mencionadas actuaciones eran completamente improvisadas, desconcertantes y absurdas dentro del ambiente intelectual. 

Ahora bien, el dominio del franc�s en Mari�tegui dejaba mucho que desear no obstante la afici�n que ten�a por esta lengua desde temprana edad. 

Y en este deambular por Par�s Jos� Carlos fue a ver a Henri Barbusse, el autor de El fuego, que publicara por entregas en L'Ceuvre en agosto-setiembre de 1916 y, m�s tarde, como libro en agosto de 1917. Le feu, describe todo el horror, toda la brutalidad, todo el fango de la guerra que la locura de Marinetti llamaba �la �nica higiene del mundo�. Pero, sobre todo, El fuego es una protesta �apunta Mari�tegui� contra la matanza. La guerra hizo de Barbusse un rebelde. Barbusse sinti� el deber de trabajar por el advenimiento de una sociedad nueva. Comprendi� la ineptitud y la esterilidad de las actividades negativas. Fund� entonces el grupo �Claridad�, germen de una Internacional del Pensamiento. �Clart� fue, en un principio, un hogar intelectual donde se mezclaban con Henri Barbusse y Anatole France, muchos vagos pacifistas, muchos indefinidos rebeldes. La misma estructura espiritual ten�a la Asociaci�n Republicana de Ex-Combatientes, creada tambi�n por Barbusse para reunir alrededor del ideal pacifista a todos los soldados, a todos los vencidos de la guerra. Barbusse y �Clart� siguieron la idea pacifista y revolucionaria hasta sus �ltimas consecuencias. Se dieron, se entregaron cada vez m�s a la Revoluci�n...�. 

�Barbusse no se dirige, naturalmente, a los intelectuales degradados por una larga y mansa servidumbre �comenta Mari�tegui. No se dirige a los juglares, a los bufones, a los cortesanos del poder y del dinero. No se dirige a la turba inepta y emasculada de los que se contentan, ramplonamente, con su oficio de artesanos de la palabra. Se dirige a los intelectuales y artistas libres, a los intelectuales y artistas j�venes. Se dirige a la Inteligencia y al Esp�ritu�(10). 

Jos� Carlos le revel� a Barbusse el deseo que hab�a tenido de conocerlo. Departi� con �l algunos minutos y le ofreci� retornar a Par�s para proseguir el di�logo iniciado. El escritor franc�s qued� gratamente impresionado de la entrevista que sostuviera con el joven peruano y con su versaci�n sobre los problemas de palpitante actualidad americana. 

Igualmente al par que entraron en contacto Mari�tegui y Falc�n con los intelectuales de. vanguardia: Val�ry, Jules Romains, Andr� Gide, Roger Martin du Gard, Duhamel, Vildrac, Jean-Richard Bloch, etc., no descuidaron de hacerlo con los dirigentes pol�ticos revolucionarios (entre ellos, con Marcel Cachin (1869-1958), L. O. Frossard (1889-1958) y otros luchadores de la Confederaci�n General del Trabajo �CGT. Todav�a su af�n de conocer y de intercambiar opiniones, los conducir� al local donde se imprim�a el diario socialista, fundado por Jaur�s, �L Humanite�; a las oficinas donde estaba instalado el Comit� en favor de la adhesi�n a la III Internacional; a las sesiones del Parlamento franc�s para presenciar los debates en los cuales interven�an los representantes socialistas de izquierda; a la Casa donde funcionaba �Clart�(11); y tambi�n �a los m�tines de Belleville, prestigiados �nos cuenta Armando Baz�n� por la presencia de los sobrevivientes de la Commune�(12). 

Justamente por el mes de noviembre, �se efectuaron las primeras elecciones de generales de post-guerra en Francia, con un sistema de representaci�n proporcional muy desfavorable para los grupos de minor�a, si estos no estaban dispuestos a entrar en alianzas electorales. 

En las elecciones los socialistas, luchando como partido totalmente independiente, tuvieron que hacer frente a un Bloque Nacional. Les fue muy mal: la representaci�n socialista en la C�mara disminuy� de 104 a 68, a pesar de una votaci�n sustancialmente incrementada y de gran aumento en los miembros del partido, que hab�an bajado en cerca de 35,000 cuando el armisticio�. 

�Tan pronto como terminaron las elecciones, los socialistas franceses volvieron a la batalla en torno a la afiliaci�n internacional. Por entonces los partidarios de la II Internacional hab�an perdido casi todo su apoyo; y la lucha principal ten�a lugar entre los partidarios decididos de la III Internacional y los que consideraban que deb�a hacerse un intento de establecer una Internacional m�s amplia y sobre una base que deb�a ser acordada entre el organismo de Mosc� (se refiere a la III Internacional) y los partidos occidentales incluyendo a aquellos que ya se hab�an separado de la II Internacional�(13). 

La controversia en relaci�n al punto cardinal de las afiliaciones internacionales, agudizaba cada vez m�s la divisi�n entre comunistas y socialdem�cratas en el campo socialista. Esta lucha ideol�gica, atrajo la atenci�n de Mari�tegui que no perd�a ninguna informaci�n sobre el tema. El Partido socialista franc�s se encontraba ante el dilema de dar cumplimiento a la resoluci�n aprobada en la Conferencia de Berna de febrero de 1919, sobre la reorganizaci�n de la II Internacional o el dar su apoyo irrestricto a la nueva Internacional, creada en Mosc� el 4 de marzo de 1919. Frente a estas perspectivas, finalmente, los socialistas reunidos en el Congreso de Tours, un a�o m�s tarde, adoptaron la decisi�n de adherirse a la Internacional Comunista. Tres mil veintiocho delegados votaron a favor y mil veintid�s en contra. La mayor�a dio vida al Partido Comunista, que lleg� a tener 131,000 miembros dentro de sus filas. 

La Internacional Comunista estaba llamada a prestar ayuda ideol�gica, pol�tica y org�nica a la creaci�n de partidos revolucionarios en otros pa�ses, proporcionando as� al movimiento obrero un arma probada y decisiva para triunfar sobre el imperialismo. La Internacional Comunista cumpli� la misi�n de unir el leninismo con el movimiento proletario internacional. Uni� a decenas de partidos de todos los continentes con los lazos fraternales de la solidaridad hasta convertirse, por su devoci�n al deber revolucionario, en la real unidad del movimiento socialista. 

Ahora bien, pasemos a interrogarnos �qu� hac�a la sociedad capitalista frente a la aguda situaci�n revolucionaria creada por la primera guerra mundial? La respuesta se la debemos a Jos� Carlos en un enfoque realista y penetrante sobre este problema, que aclara la actitud adoptada por la reacci�n para contrarrestar el peligro de las transformaciones violentas y la lucha por la conquista del poder por la clase obrera. �Los Estados europeos �explica Mari�tegui� trataron, por su parte de ahogar la revoluci�n en Rusia, y por otra parte, de impedir su contagiosa propagaci�n, su generalizaci�n en Europa. Contra la Revoluci�n Rusa usaron las armas marciales de la invasi�n y el bloqueo. 

�Contra los peligros internos de revoluci�n se emplearon las armas sagaces de la reforma y del mantenimiento y acrecentamiento de la pol�tica ben�vola inaugurada en el curso de la guerra. Los estadistas m�s avisados y perspicaces comprendieron que para detener la revoluci�n hab�a que recurrir a sacrificios m�s o menos audaces de la idea conservadora. En ese per�odo, la pol�tica, la literatura y el programa burgu�s fueron se�aladamente reformistas y renovadores. La burgues�a ratific� entonces su filiaci�n democr�tica y evolucionista; exalt� el sufragio universal y el parlamentarismo; abri� la paz de Versalles con la hoja de parra de la Sociedad de las Naciones; cre� la Oficina Internacional de trabajo; reuni� en Washington el primer Congreso Internacional de trabajo, destinado a iniciar una revisi�n, una rectificaci�n universal de las relaciones entre el trabajo y el capital. Esta pol�tica tend�a atraer al de la colaboraci�n y de la reforma a los elementos moderados del socialismo y de los sindicatos. Y, en efecto, provoc� un vasto y hondo cisma en el campo socialista. Los socialistas y sindicatos revolucionarios crearon la III Internacional. Algunos elementos centristas, intermedios e indecisos, conservaron moment�neamente su independencia, intentaron m�s tarde constituir una nueva federaci�n internacional que la prensa europea bautiz� con el mote de internacional dos y medio�(14). 

S�lo dieciocho d�as (del 21 de noviembre al 9 de diciembre de 1919) habr�a de permanecer Mari�tegui en Par�s, pero sin embargo, ello result� sumamente aleccionador para �l. Bastar�a se�alar que durante este lapso, tan corto, entr� en contacto directo con los acontecimientos y personajes m�s importantes en el campo te�rico-ideol�gico, pol�tico, social, hist�rico, art�stico y literario. Su formaci�n period�stica contribuy� enormemente a que Jos� Carlos pudiera entrar en relaci�n, en el menor tiempo posible, con todo lo que val�a la pena recoger en provecho personal. A prop�sito, con incre�ble rapidez, pudo captar y extraer experiencias sobre diversos y variados problemas que confrontaba la escena europea. Ocurre que si comparamos el comportamiento de Mari�tegui, joven de veinticinco a�os de edad, con la vida de placer, diversi�n y superficialidad de los se�oritos hijos de los oligarcas civilistas rentados en la Ciudad Luz, llegamos a la conclusi�n que con Jos� Carlos aparec�a un nuevo tipo de hombre para el Per�. 

La estancia en la Capital francesa, le brindar� a Mari�tegui las respuestas que buscaba. Al final de su visita a esta Ciudad, confesar� nuestro biografiado a V�ctor Nava(15), que acab� por encontrarse a s� mismo. Recordemos lo que, premonitoriamente, expresara sobre el particular: "...partimos al extranjero en busca no del secreto de los otros sino en busca del secreto de nosotros mismos"(16). No era el arte, ni la literatura, ni siquiera el periodismo lo que le apasionaba como meta de su vida, sino la vocaci�n de ide�logo. Desde entonces, conscientemente, someti� sus trabajos de escritor, y todas las dem�s actividades, a la labor revolucionaria. De tal manera que sus art�culos y ensayos habr�an de estar influidos por la necesidad de la acci�n pol�tica. Se sent�a Jos� Carlos impulsado a participar como militante decidido en el proceso de transformaci�n de la sociedad contempor�nea que se operaba a nivel internacional. 

Durante esta �poca, Mari�tegui, procur� estar al d�a con las publicacio�nes marxistas que le�a con avidez. Y, muy especialmente con las de procedencia italiana. De este modo estaba al corriente de los sucesos y observaba, con una visi�n objetiva, el movimiento revolucionario europeo. A no dudarlo, la guerra mundial al abrir una nueva fase para la humanidad, planteaba situaciones completamente diferentes. Hasta entonces nunca, como en este lapso, se hab�a cre�do estar tan cerca de la destrucci�n del sistema capitalista as� como tambi�n de la victoria del socialismo revolucio�nario en el mundo. Indudablemente que esta acci�n encaminada a reafirmar la nueva conciencia en Jos� Carlos, desde luego, implicaba intenso trabajo y menos horas de sue�o. 

As� pues, la febril actividad que desplegara Mari�tegui por aquellos d�as de su permanencia en Par�s, s�lo habr�a de tener una que otra tregua, sobre todo, al recibir la correspondencia de sus familiares y, muy particularmente, la de su madre. Un buen d�a lleg� a su conocimiento, por intermedio de un cablegrama, la noticia confirmatoria proveniente de Victoria Ferrer, anunci�ndole que el 19 de noviembre(17) hab�a nacido el fruto de su entra�as: Gloria, la hija de ambos. Jos� Carlos estuvo feliz de sentirse padre. La bella y delicada primog�nita al momento de enterarse su progenitor, hab�a cumplido diecisiete d�as de haber venido al mundo. 

Y como resultado del derroche de energ�as y emociones, Mari�tegui. empieza a sentir los s�ntomas de la fatiga y el cansancio. No obstante estas condiciones, adversas para su salud, deber� partir el 9 de diciembre de 1919 con destino a Italia. Mientras tanto, su �ntimo amigo y compa�ero de inquietudes ideol�gicas, C�sar Falc�n, en la misma fecha tendr�a que viajar, a su vez, con rumbo a Espa�a. La despedida entre los dos camaradas, al concluir la estada en Francia, fue emocionante y fraterna. 

Ahora bien, dejemos establecido que de todos los acontecimientos confrontados por el joven expatriado peruano en la Capital francesa, el m�s impresionante para �l, por su honda repercusi�n ideol�gica, result� el poder comprobar la incontrastable y abrumadora influencia ejercida por el socialismo revolucionario en el plano universal. La amenaza de la revoluci�n, sin exagerar la nota, se percib�a en la atm�sfera continental del Viejo Mundo. Por doquier, ya sea en las noticias o en la interl�nea, en las instituciones socio-culturales, en los caf�s, en las calles, en los veh�culos de transporte y en los hogares, s�lo se hablaba del inminente estallido de la revoluci�n mundial y del triunfo de la extrema izquierda. Los a�os veinte en la historia de la humanidad est�n signados por la revoluci�n social. 

Todas las medidas reaccionarias, con que el capitalismo en un desesperado esfuerzo trataba de prolongar su sistema imperante, parec�an conde�nados al fracaso frente al vigoroso empuje del socialismo marxista que procuraba propagarse violentamente por el mundo entero. Europa viv�a una etapa de transici�n y de crisis, entre la post-guerra y el advenimiento de la revoluci�n mundial. 

Esta situaci�n de incertidumbre y esperanza ten�a dividida a la opini�n p�blica en escala universal: los medrosos a los cambios estructurales y los que exteriorizaban su j�bilo por la transformaci�n social inmediata. 

Jos� Carlos ten�a urgencia de llegar a G�nova, por aquellos d�as, para presentarse ante el consulado peruano, como estaba convenido en el documento que hab�a expedido el Ministerio de Relaciones poco antes de su salida de Lima. En efecto, tan pronto arrib� al puerto de G�nova se aperson� ante el C�nsul General del Per�, radicado en esa poblaci�n, don Manuel Ortiz de Zevallos, quien le dio la bienvenida y convers� con Mari�tegui en forma cordial y acogedora. De inmediato y adoptando una actitud paternal el funcionario, le hizo algunas recomendaciones y procedi� a presentarle al joven profesional peruano, V�ctor Nava, que se hallaba en Italia atendiendo ciertos asuntos familiares. Mari�tegui y aqu�l se hicieron grandes amigos, desde el primer momento, no obstante que este �ltimo carec�a de sensibilidad social y estaba entregado a la vida disipada. Nava, al cerciorarse del manifiesto decaimiento que embargaba a su paisano, le aconsej� a Jos� Carlos que se fuera a hospedar a Nervi, pueblo cercano a G�nova, donde el clima era saludable y benigno. El propio Nava, baquiano y conocedor del sitio, le ofreci� acompa�arlo y compartir el alojamiento en la casa de hu�spedes de la cual �l era un cliente asiduo. 

Jos� Carlos, casi desfallecido como estaba y sin m�s compa��a que la de su nuevo amigo, acept� la propuesta. Nava nos revela que, en el trayecto hacia el mencionado balneario, con el objeto de animar a su acompa�ante, le empez� a contar los chistes italianos en boga y, aqu�l celebr� la chispa de su nov�simo compa�ero de ruta, ri�ndose como un ni�o con todo el cuerpo(18). 

Nervi era un distrito de G�nova, situado en la vertiente meridional de una colina muy pr�xima al mar. Por su excepcional ubicaci�n geogr�fica, gozaba de renombrada fama y resultaba el rinc�n preferido por los enfermos aquejados de agotamiento f�sico y mental. Contaba con numerosos sana�torios y quintas de recreo. Era el sitio m�s apropiado para que Mari�tegui pudiera disfrutar de un �aislamiento creador� �que tanto ven�a anhelando en su vida� e intentar mediante el reposo y la serenidad de los d�as en aquella ciudad mediterr�nea de recuperar su maltratada salud. 

No bien se instal� Jos� Carlos en el apacible y bello refugio del distrito genov�s, en la casa para hu�spedes �II Piccolo Eden� de ambiente familiar, junto con su ocasional amigo Nava, tuvo �l la grat�sima sorpresa de conocer a una jovencita, agradable, sencilla, de ojos ingenuos y cabellos negros: era Ana Mar�a Chiappe Giacomini, pariente de los propietarios del indicado establecimiento. 

El amor, para la juvenil pareja, fue a primera vista; y el defecto f�sico del gal�n no fue impedimento alguno para el cari�o y la felicidad entre ambos enamorados. Mari�tegui se sinti� profundamente impresionado ante la presencia de tan gr�cil y so�adora italianita, quien a la saz�n frisaba en los diecisiete a�os de edad. 

Ella era hu�rfana de padres y sus hermanos hab�an sucumbido durante la guerra. Proced�a de Siena, centro ubicado en el sur de la Toscana, a unos 70 kms. de Florencia. Y se ganaba la vida, modestamente, trabajando de hospedera al lado de sus t�os(19). M�s tarde Jos� Carlos habr� de perennizar aquel primer encuentro con el ser amado en el poema en prosa, intitulado: �La vida que me diste�. Transcribimos parte de su contenido: 

�Renac� en tu carne cuatrocentrista como la Primavera de Boticelli. Te eleg� entre todas, porque te sent� la m�s diversa y la m�s distante. Estabas en mi destino. Eras el designio de Dios. Como un batel corsario, sin saberlo, buscaba para anclar la rada m�s serena. Yo era el principio de muerte; t� eras el principio de vida. Tuve el presentimiento de t� en la pintura ingenua del cuatrocientos. Empec� a amarte antes de conocerte, en un cuadro primitivo. Tu salud y tu gracia antiguas esperaban mi tristeza de sudamericano p�lido y cence�o. Tus rurales colores de doncella de Siena fueron mi primera fiesta. Y tu posesi�n t�nica, bajo el cielo latino, enred� en mi alma una serpentina de alegr�a...�(20). 

Los amores, surgidos imprevisiblemente, prosiguieron su curso inalterable. Cuando los parientes de Anita percibieron la simpat�a que se ten�an ambos j�venes, empezaron por manifestar su oposici�n. El due�o de la posada, t�o de la cautivante muchacha en reuni�n con sus familiares se interrogaban con suma preocupaci�n por el porvenir de la sobrina: �qui�n ser� ese desconocido sudamericano? �qu� complicaciones traer� desde su lejano pa�s?. 

Pero Anita, aparentemente desaprensiva, pon�a o�dos sordos a las reconvenciones de sus t�as y t�o y continuaba correspondiendo los requerimientos del hu�sped extranjero(21). Hac�a un mes que nuestro personaje hab�a arribado por aquella estribaci�n mediterr�nea. 

Conviene subrayar aqu� que Mari�tegui, en el transcurso de los treinta d�as de permanencia en Nervi, logr� alternar el inesperado idilio con el estudio de la realidad socio�pol�tica peninsular. No podemos dejar de referirnos, aunque sea ligeramente, a la tensa y amenazadora atm�sfera revolucionaria prevaleciente en Italia, al momento de llegar Jos� Carlos. A tal fin es �til recordar que, por aquel tiempo, las huelgas se suced�an unas tras otras y los obreros ocupaban las f�bricas y los campesinos las tierras. "...En algunos aspectos, Italia debe haber parecido en 1919 y 1920, una de las regiones de Europa m�s susceptibles de producir con �xito una revoluci�n comunista, tanto por la evidente debilidad y tendencia a la desintegraci�n del Estado existente y de la industria capitalista, como porque su movimiento obrero era mucho m�s de izquierda que los otros pa�ses occidentales"(22). 

Cabe advertir, para explicarnos mejor la situaci�n, que esta etapa de la problem�tica socialista, empezaba a ser influida por la aparici�n del leninismo en el plano mundial. De modo tal, que el pensamiento de Mari�tegui no fue extra�o a este nuevo factor que habr�a de transformar e impulsar la teor�a y la acci�n de los partidos socialistas. Tampoco se puede omitir, a esta altura de las cosas, que el joven izquierdista peruano �como la mayor�a de los marxistas del llamado mundo occidental� estaba dominado a�n por una fuerte corriente idealista. Pero dicho sea de paso, tambi�n, exist�a en �l �como en sus coet�neos de id�ntica actitud ideol�gica� la determinaci�n de orientarse plenamente hacia el socialismo revolucionario. En este sentido, se debe mencionar la importante contribuci�n que habr�a de ejercer sobre Mari�tegui la lectura del semanario "L'Ordine Nuovo" (fundado el 1-V-1919), �rgano de expresi�n de los consejos de f�brica y del cual era secretario de redacci�n Antonio Gramsci (1891-1937). Esta tribuna, inspirada en la estrategia de Lenin, aportaba interesantes estudios doctrinales y, abiertamente, sosten�a una en�rgica campa�a period�stica en pro de la lucha revolucionaria y, por la consiguiente toma del poder. Estimulaba, asimismo, la organizaci�n pol�tica de vanguardia del proletariado y el desarrollo de la acci�n clasista. Adem�s divulgaba valiosa documentaci�n y testimonios sobre la vida de la f�brica y de los consejos de obreros. Reproduc�a, en sus columnas, art�culos y ensayos de los dirigentes m�s prestigiados de la III Internacional. Tra�a comentarios cr�ticos y notas sobre la revoluci�n rusa y acerca del socialismo italiano que se hallaba fraccionado en varias corrientes. Constitu�a, pues, "el �nico documento de periodismo revolucionario y marxista �dir� Gobetti� publicado en Italia con una cierta seriedad ideol�gica"(23). Aparte del citado semanario, le�a "Avanti", "II Soviet " , "La Critica Sociale", "Corriere della Sera" y otros. 

La l�nea gramsciana, que representaba "L'Ordine Nuovo", con su acertada manera de enfocar los asuntos relacionados con la pol�tica internacional y nacional lleg� a despertar en Jos� Carlos la simpat�a y la adhesi�n por los objetivos revolucionarios trazados por Gramsci para el sector del socialismo italiano al cual pertenec�a. La facci�n de Gramsci no s�lo se distingu�a por preconizar a brazo y partido el proceso de bolcheviquizaci�n de las fuerzas socialistas italianas, sino por ofrecer una versi�n completamente original en el campo marxista-leninista. La obra de este pensador fue conquistando la confianza y la aceptaci�n de los m�s calificados revolucionarios de aquel per�odo hist�rico, hasta el punto que en el Segundo Congreso Mundial de la Internacional, el propio Lenin dej� constancia de su solidaridad con el movimiento turin�s, dirigido por Gramsci, conforme veremos m�s adelante. Nada mejor y m�s a prop�sito que este n�cleo marxista para perfeccionar el adoctrinamiento de Mari�tegui. Mientras tanto, C�sar Falc�n se hab�a hecho de amigos influyentes en Espa�a y con la ayuda de los mismos, consigui� incorporarse de redactor en el diario �El Liberal� de Madrid, que era uno de los m�s populares. 

�Por aquellos d�as en nuestra tertulia del Regina (Caf� Regina de la calle de Alcal�) �escribir� Falc�n� no se hablaba m�s que de la convulsi�n italiana. Los art�culos de los corresponsales sobre la ocupaci�n de las f�bricas encend�an la pol�mica, no s�lo en nuestro c�rculo, sino en todos los grupos. Unos afirmaban, enardecidos que en Italia estaba comenzando la revoluci�n; otros m�s esc�pticos o m�s avisados, sosten�an que todo ello era una maniobra de los Jefes reformistas para cortar el movimiento revolucionario. Yo resolv� ir a ver el panorama con mis propios ojos�(24). 

Es del caso puntualizar que C�sar lleg� a aquella decisi�n tambi�n, despu�s de consultar epistolarmente con su �ntimo amigo Jos� Carlos, quien obviamente radicaba en el lugar de los hechos que ven�an conmoviendo al p�blico europeo. En efecto, �ste se hab�a convertido en una especie de corresponsal de Falc�n y, por tanto, le trasmit�a las principales novedades y acontecimientos que d�a a d�a se suscitaban en Italia. En una de las notas de respuesta C�sar le anunci� a Mari�tegui la sorpresa de su pr�ximo viaje a la Pen�nsula it�lica y de que llevar�a la representaci�n period�stica de �El Liberal�, a fin de recoger las impresiones de su recorrido por las ciudades m�s importantes de Italia y las informaciones de car�cter socio-pol�tico. Con este singular motivo, Falc�n invit� a Jos� Carlos a sumarse a la expedici�n. Finalmente, le dio a conocer que se hallaba preparando los originales correspondientes a la obra literaria �Plantel de inv�lidos�. 

Por su parte Mari�tegui confrontaba la imperiosa necesidad de tener que viajar a Roma para expresar sus saludos y hacerse presente ante la Legaci�n Peruana, que se hallaba presidida por el General Oscar R. Benavides en su calidad de Ministro Plenipotenciario(25). De manera que la proposici�n de su paisano y amigo, coincid�a m�s o menos con sus planes de viaje. Eso s�, puesto en la situaci�n de abandonar G�nova, Jos� Carlos hubo de sortear las dificultades que entra�aba el apartarse del ser amado. Y as� llegado el momento de la despedida, menudearon las promesas y juramentos de retorno. Mari�tegui parti� de Nervi con los ojos humedecidos de anticipada nostalgia y con el coraz�n lacerado por la separaci�n que ello significaba del lado de la bella Anita. 

G�nova, por otra parte, fue el lugar del reencuentro de "la yunta brava" que, como recordaremos, la conformaban Mari�tegui y Falc�n. Los dos amigos hac�a casi un mes y medio se hab�an apartado uno del otro en Par�s para seguir itinerarios diferentes. Ahora Jos� Carlos y Falc�n, con sus cortas experiencias a cuestas, recogidas en Italia y en Espa�a respectivamente, volv�an a reunirse de nuevo. 

Dejemos que C�sar nos explique la ruta seguida en compa��a de Mari�tegui. "...La ligereza de equipaje conven�ame, desde luego, para viajar por Italia. Yo (afirmaba Falc�n) estaba ocupado en recorrer el pa�s de punta a punta, hablando con gentes de las m�s diversa y contradictoria catadura, vi�ndolo todo, preguntando sin medida, en un ir y venir constante de las ciudades a las aldeas y del campo a las f�bricas, y por aquellos a�os la mejor fortuna que pod�a ocurrirle a los viajeros de los trenes italianos era llegar, tarde o temprano, al sitio que se propon�an. Muchas veces lleg�bamos a pesar del tren. Entre G�nova y Roma, el tren par� una tarde dos horas extraordinarias en Pisa, porque hab�a un mitin y los obreros, pidieron hablasen el maquinista y el revisor. Hablaron �stos y, adem�s, dos viajeros. Yo interven�a como espectador al lado de los oradores"(26). 

Durante el accidentado recorrido entre G�nova y Roma, Mari�tegui le dar� a leer a Falc�n(27) los originales en borrador del primer art�culo, escrito en Nervi, glosando los cambios que se estaban operando en la pol�tica internacional de la Entente (bloque formado por Inglaterra, Francia, Italia y Estados Unidos de Norte Am�rica) con motivo de los sondeos encaminados a restablecer relaciones con la Rusia de los Soviets. La referida colaboraci�n se hallaba destinada para ser inserta en �El Tiempo� de Lima y llevaba por t�tulo, precisamente: �La Entente y los Soviets� (fechada en Roma 12 de febrero de 1920). 

Lo curioso del caso, result� que habr�a de aparecer cinco meses despu�s(28). Se debi� a que el trabajo fue sometido a la revisi�n de ciertas autoridades oficiales que, al final, le dieron su �visto bueno� sin objeci�n alguna(29). Antes de proseguir adelante, hagamos memoria de las vinculaciones de los dos amigos con el citado diario. La verdad es que ellos hab�an prestado servicios como periodistas en aquel matutino, por espacio de dos a�os y medio, hasta que surgieron divergencias pol�ticas con el director y se vieron forzados a renunciar. 

Un a�o m�s tarde de la fecha en que se produjo aquel suceso, hubo de present�rsele a Mari�tegui la posibilidad de reanudar las tareas period�sti�cas en su antiguo centro de trabajo. Naturalmente que la situaci�n interna en �El Tiempo� era diferente. Ruiz Bravo, el director empezaba a dar acogida a cierta campa�a opositora de llevar el diario al r�gimen de Legu�a. 

Poco a poco fue subiendo de tono hasta quedar como adversario del Gobierno. Entonces Ruiz Bravo fue apresado en su Despacho y deportado. Qued� en su lugar, el Jefe de Redacci�n Guzm�n y Vera, quien por cierto sab�a que el joven Mari�tegui era un sobresaliente hombre de prensa y que gozaba de ganado prestigio en el medio local. 

As� cuando se trat� de reforzar la organizaci�n period�stica, con nuevas contrataciones de profesionales, aqu�l le escribi� a Jos� Carlos proponi�n�dole la corresponsal�a de �El Tiempo� en Europa y para que volviera a redactar una columna, pero en esta oportunidad dedicada al comentario de la pol�tica internacional. Le ofrec�a abonarle, por otra parte, las sumas de cinco y diez soles por colaboraci�n(30). Mari�tegui acept�, de inmediato, la propuesta de su antiguo maestro, considerando de antemano que la tentadora oferta contribuir�a a acrecentar su aprendizaje pol�tico y a facilitarle mejores fuentes de documentaci�n al poder disponer de una franquicia especial expedida por un �rgano de prensa. 

En cuanto a la secci�n que deber�a escribir para �El Tiempo� como es del caso suponer, no resultaba f�cil su publicaci�n, teniendo en cuenta las circunstancias por las cuales hubo de apartarse del pa�s. De all� que Guzm�n y Vera, tipo zahor�, para librarse de futuras complicaciones con las altas esferas oficialistas, apelara al ardid de reactualizar los seud�nimos de Jos� Carlos con la finalidad expresa de encubrir un poco la presencia del periodista desterrado por el gobierno de Legu�a(31). Con tales precaucio�nes adoptadas por el jefe de redacci�n, empezaron a salir los art�culos, uno tras otro, en la columna intitulada: �Cartas de Italia� y, por ende, a ser favorecidos los lectores lime�os con los esclarecedores comentarios perge�ados por Mari�tegui sobre la vida pol�tica en el Viejo Mundo. En esta serie de art�culos descubrimos la patente filiaci�n marxista con que orientaba sus trabajos Jos� Carlos. Resulta curioso observar que nuevamente recurramos a se�alar ciertas semejanzas entre Marx y Mari�tegui durante el per�odo del forzado extra�amiento de ambos revolucionarios en Europa. Recordemos a prop�sito que el autor de �El capital� escribir� sus art�culos, como corresponsal del peri�dico �Republicano Suizo� (1843), con el t�tulo de �Cartas de Londres� (aunque la verdad para ser m�s exactos, los hac�a desde Manchester), mientras Jos� Carlos, siendo a su vez corresponsal de "El Tiempo", lo har�a (setenta y siete a�os m�s tarde), con el ep�grafe de "Cartas de Italia". 

A ello agreguemos que uno y otro expatriado, en tiempos y realidades distintas, habr�an de vivir, por sorprendente coincidencia, la tensa atm�sfera de la proximidad de la revoluci�n social. Justamente a mediados del siglo XIX se aguardaba en Inglaterra que, tras de la crisis provocada por la disminuci�n de los derechos de aduana sobre el trigo, se desencadenar�a una violenta transformaci�n del sistema capitalista imperante en ese pa�s. Asimismo hemos advertido �en el curso de este cap�tulo�, sobre el agitado ambiente social que sacud�a a Italia por los a�os veinte. Estos escenarios geogr�ficos representados por las islas brit�nicas y la Pen�nsula it�lica, tan pr�digos de lecciones revolucionarias, sirvieron de veneros inextinguibles para el pensamiento y la acci�n de los dos geniales Carlos en sus respec�tivas etapas de aprendizaje. 

En lo que respecta al ejercicio de la profesi�n period�stica o al s�lo hecho de escribir cr�nicas espor�dicas, no lo hac�a Jos� Carlos pr�cticamente, desde el d�a 8 de agosto de 1919 que no se le permiti� continuar imprimiendo �La Raz�n� hasta su primer art�culo europeo fechado en Roma el 12 de febrero de 1920. En este sentido, cabe preguntarse �qu� hizo en el �nterin del forzoso descanso de medio a�o de duraci�n? Pues, ya lo dijimos, se consagr� con ah�nco a su preparaci�n intelectual porque, despu�s de todo, as� lo exig�a el momento revolucionario que viv�a. 

Y los progresos alcanzados en el aspecto doctrinario, se pueden obser�var al reanudar su actividad period�stica en �El Tiempo�. En efecto, si leemos el citado art�culo y los sucesivos, podemos advertir que se hab�a producido en Mari�tegui una extraordinaria y acelerada evoluci�n en su pensamiento socialista. Bastar�a, por otra parte, comparar su reciente trabajo con sus anteriores producciones para llegar a la conclusi�n de que est�bamos frente a un maduro comentarista de los acontecimientos revo�lucionarios europeos. Convengamos, asimismo, que en el campo de los conocimientos no se improvisa ni se crea f�cilmente de un d�a para otro, pero en el caso de Jos� Carlos aquellos seis meses fueron decisivos para el desarrollo de su conciencia marxista. 

Pero volvamos al viaje en tren que emprendieran Mari�tegui y Falc�n con destino a la Capital italiana. Los dos flamantes corresponsales, despu�s de afrontar las peripecias anotadas y de detenerse en las ciudades intermedias por m�s tiempo del previsto en el itinerario fijado, arribaron finalmente a Roma los primeros d�as del mes de febrero de 1920(32). Luego de instalarse en el hotel Minerva, ubicado en pleno centro de la urbe y de dar un vistazo, a vuelo de p�jaro, sobre las viejas calles adyacentes y los monumentos hist�ricos, se dirigieron al edificio ocupado por la Legaci�n Peruana en la Ciudad Eterna. En este lugar, que representaba a la Patria lejana, fueron recibidos los visitantes por los funcionarios Pedro L�pez Aliaga, Primer Secretario y P�o Artadi, Segundo Secretario, con afecto y sinceras muestras de amistad. De inmediato, prescindiendo de toda forma protocolaria, se les condujo al despacho del Ministro Plenipotenciario, General Oscar R. Benavides, quien les ofreci�, junto con su amable acogida, una breve charla sobre la situaci�n de la Pen�nsula y acerca de las �ltimas noticias procedentes de Lima. 

Jos� Carlos, agradablemente impresionado, se puso a disposici�n del distinguido diplom�tico y procedi� a hacerle entrega del documento que lo acreditaba como Agente de Propaganda Period�stica del Per� en Italia y que, de acuerdo a su tenor, dispon�a estuviera adscrito a esa Misi�n por tiempo indeterminado. Benavides, tras de dar una r�pida lectura al texto de la resoluci�n, a su vez, se la pas� al Secretario Principal don Pedro L�pez Aliaga. 

El Secretario de Primera clase, era un hombre sencillo, de gran sensibilidad art�stica y humana, y llevaba cuatro meses colaborando en la Legaci�n(33). No obstante su breve permanencia en la Capital italiana, conoc�a profundamente el mundo art�stico e intelectual, as� como los paisajes y lugares caracterizados por su singular belleza. Y ni que hablar de los sitios consagrados por la historia romana. 

Desde el primer momento don Pedro simpatiz� con Mari�tegui y a los pocos d�as terminaron siendo �ntimos amigos. Adem�s, aqu�l se convirti� en el cicerone de �la yunta brava�. Y desde entonces, no hubo lugar de atracci�n que no les mostrara y personas amigas de el que no las relacionara con Jos� Carlos y C�sar. Debieron tambi�n a aquel var�n de ilustre prosapia, la posibilidad de reencontrarse con algunos paisanos, como fueron los casos de Artemio Oca�a, Palmiro Machiavello, Luis Vareta y Orbegoso (Clovis), Jos� de la Riva Ag�ero y otros. Y llegaron los dos amigos a tomar tal. confianza con don Pedro, que �ste a veces, en la intimidad del hogar, sol�a tocar su viol�n, del cual era un virtuoso, para interpretarles selectas piezas de la m�sica universal. 

�En Roma �confiesa Mari�tegui�, durante dos a�os, don Pedro frecuent� estudios, exposiciones y tertulias de artistas. El escultor Oca�a y yo fuimos muchas veces compa�eros de sus andanzas. Don Pedro adquir�a cuadros, esculturas, objetos de arte. Enriquec�a su colecci�n de pintura. italiana. Conoc�, en este ambiente, bajo esta luz, a don Pedro L�pez Aliaga. Pronto nos estimamos rec�procamente. Mi temperamento excesivo, mi ideolog�a revolucionaria, no asustaban a don Pedro. Discut�amos, polemiz�bamos, sin conseguir que nuestras ideas y nuestros gustos se acordasen. Pero, por la pasi�n y la sinceridad que pon�amos en nuestro di�logo, nos sentimos muy cerca el uno del otro hasta cuando nuestras tesis parec�an m�s irreductiblemente adversarias y opuestas. No he conocido, en la burgues�a peruana, a ning�n hombre de tolerancia tan inteligente...�(34). 

Otro de los amigos entra�ables con el cual Jos�. Carlos habr�a de fraternizar durante su estancia en Italia, fue con Artemio Oca�a, a quien conociera en Lima con motivo del Concurso de escultura que promoviera la Academia Concha por el a�o 1917(35). Oca�a hab�a sido enviado a Europa por el gobierno de Legu�a con la finalidad expresa de efectuar estudios de perfeccionamiento en el arte de la escultura. Y as� result� alumno del Real Instituto de Bellas Artes de Roma, que dirig�a el afamado escultor italiano Profesor Ettore Ferrari. 

Recogemos, a continuaci�n, las experiencias de Falc�n con respecto a los. primeros d�as de la residencia de �la yunta brava� en esa capital europea. �...Italia vista de Roma ten�a otra perspectiva, por mejor decir, no ten�a perspectiva ninguna. Yo me coloqu� �sostiene Falc�n� por casualidad en mi punto de observaci�n estrat�gico: el Hotel Minerva, viejo caser�n romano, situado a la espalda del antiguo templo de Minerva e intermedio entr� el Vaticano y el Quirinal y vecino al mismo tiempo de Montecitorio, el palacio del Congreso. Tal vez por su situaci�n y su silencio o acaso por la discreta amabilidad de sus servidores, constitu�a el refugio de muchos dignatarios, eclesi�sticos y de numerosos pol�ticos extranjeros que adormec�anse en la penumbra de las solemnes estancias susurr�ndose al o�do interminables intrigas..�. 

�Roma hac�ase all� tan apagada, tan quieta, que parec�a moverse contra el tiempo. En el �Caf� Aragno�, por el contrario, las intrigas herv�an y pasaban, rutilantes, de boca en boca como la puja de una subasta. Cada sal�n significaba algo y uno no pod�a sentarse despreocupadamente en cualquier parte, a menos que le tuviera sin cuidado que le catalogasen como socialista o dem�crata o reaccionario o como poeta futurista o tratante en granos. Yo iba de un compartimento a otro con la misma atenta curiosidad que iba al Vaticano, a Montecitorio o al Teatro Constanzi, donde las mariposas habituales del restaurante �Ulpia� y del hotel �Excelsior� afan�banse en los entreactos, present�ndoles y recomend�ndoles a los subsecretarios, a los jerarcas de la Corte e incluso a los ministros la numerosa serie de negociantes que les pagaban sus cuentas y las utilizaban, adem�s, para arrancarle algo, diplom�tico o econ�mico, al Estado italiano�.  

�Despu�s de las tormentosas sesiones parlamentarias �explica C�sar� en las que ning�n dicterio de la lengua italiana quedaba in�dito, un grupo de amigos, en el que hab�a algunos diputados, nos �bamos a cenar a las �tratorias� de Frascatti, donde el jarro de vino se levanta con voluptuosidad pagana. 

�Todo ello era un incendio de llamas ligeras, pero en el fondo comenzaban a reventar nuevos explosivos. O� por primera vez la palabra �Fascista�, por febrero de 1920, en el sal�n de visitas de Montecitorio. Cuando ocurri� el incidente, yo estaba charlando �declara Falc�n� con Francisco Nitti, uno de los gobernantes liberales m�s ilusos que ha tenido Italia. Rodeado por varios diputados, un hombre como de veinticinco a�os, con un traje bastante ra�do, pero cuidadoso de guardar la insolencia y el porte de un oficial del ej�rcito, declaraba a gritos, entre las risas y las bromas de los dem�s, su credo pol�tico:

-"Yo soy fascista �rug�a� y estoy preparado para el combate.

- �Contra qui�n?

- "Eso es lo de menos. Nuestro partido se llama "fascio di combattimento" y debo combatir.

-"Los oyentes, re�an; Nitti me explic� el caso:

- "Esta es una de las an�cdotas de la desmovilizaci�n".

�Nitti no emple� la palabra problema, porque los fascistas eran todav�a muy pocos, acaso nada m�s que dos o tres centenares... Los dirigentes socialistas �ciento cincuenta representantes en el Parlamento y una organizaci�n sindical con cerca de cuatro millones de afiliados�, no les hac�an caso; los hombres liberales de m�s valor pensaban que todo ello era sino un fen�meno curioso, cuya �nica consecuencia estar�a a cargo, si el asunto pasaba a mayores, de los funcionarios policiales...�(36). 

Entre tanto en el Per� por aquel tiempo, el gobierno de Legu�a prosegu�a extremando su pol�tica represiva y manteniendo a raya a la oposici�n. Y para intensificar a�n m�s las medidas dictatoriales, este personaje mesi�nico llam� a su primo hermano, don Germ�n Legu�a y Mart�nez, a fin de que ocupara el cargo de Presidente del Consejo de Ministros. Don Germ�n era un hombre en�rgico, impulsivo y enemigo a muerte del �civilismo�. Recordemos que hab�a militado en las filas radicales de don Manuel Gonz�lez Prada a fines del siglo XIX. 

En cuanto tuvo conocimiento el General Benavides de la noticia de que se hab�a producido en Lima un cambio en el gobierno con el nombramiento de un nuevo equipo ministerial, presidido por don Germ�n Legu�a y Mart�nez, formul� su renuncia de la representaci�n peruana en Roma. La causa de tan radical decisi�n, la motiv� la enemistad existente entre �l y el nuevo Primer Ministro, Legu�a y Mart�nez. El problema, de car�cter estrictamente pol�tico, suscitado entre uno y otro personaje; se remontaba a la �poca en que don Germ�n ejerciera la magistratura en la Corte de Justicia y, en el ejercicio de sus funciones, responsabilizara al General Benavides, ex-Jefe de la Junta Militar de Gobierno, de la muerte sorpresiva del General Enrique Varela. Por estas circunstancias adversas, antes de que. lo destituyera el flamante Jefe del Gabinete y pariente del dictador, el referido diplom�tico prefiri� apartarse del cargo con gran pesadumbre de los servidores de la Misi�n Peruana en la Capital de la pen�nsula entre quienes hab�a sabido ganarse el afecto y la amistad sincera. 

En reemplazo del General Benavides fue designado como Enviado Extraordinario y Ministro. Plenipotenciario de la Rep�blica del Per� en Italia, el doctor Arturo Osores(37), quien hasta hac�a muy pocos meses hab�a formado parte del pen�ltimo Gabinete de don Augusto B. Legu�a. Se hablaba con insistencia, por aquellos d�as, de que el doctor Osores, enemistado con el r�gimen, iba a Roma para substituir a Benavides y para cumplir una especie de deportaci�n solapada o dorada. 

Jam�s se imagin� Mari�tegui la suerte que habr�a de depararle el curso de los acontecimientos europeos de post-guerra. De tal forma que, nuestro personaje, hubo de vivir momentos de gran significaci�n para el destino de la humanidad y para su propia experiencia. No result� ajeno, por cierto, a la problem�tica situaci�n que encaraba el pueblo italiano por el a�o de 1920. Le toc� compartir, durante su residencia en Italia, las privaciones y estragos derivados de la grave crisis econ�mica, pol�tica y social. 

No es de extra�ar el hecho de qu� uno de los primeros pasos en la vida de Jos� Carlos al afincarse en Italia, siguiendo los dictados de su propia e inocultable inquietud pol�tica, estuviera encaminado a establecer contacto directo con el Partido Socialista italiano(38). Al respecto para rastrear, aun m�s sobre los impulsos de tal decisi�n en nuestro biografiado, nos remitimos a los antecedentes de su militancia en la filas de la agrupaci�n similar peruana y a los manifiestos prop�sitos de superaci�n ideol�gica que pose�a antes de emprender viaje al exterior. De suerte que no provoca la m�s m�nima sorpresa, su actitud proselitista de aproximaci�n al mencionado grupo pol�tico. Eso si se puede asegurar que Mari�tegui, durante su estancia en la Pen�nsula, nunca lleg� a sentir las. limitaciones de su condici�n de peregrino o forastero. Por aquellos tiempos, el sentimiento de solidaridad revolucionaria internacional estaba arraigado profundamente en los pueblos de Europa occidental. Se viv�a y practicaba con intensidad y devoci�n ejemplar. Bastaba para el extranjero ser un hombre de ideas marxistas o simplemente de izquierda para tener entusiasta acogida por todas los de la misma filiaci�n. Entonces, por doquier brotaba la insistente expresi�n de Carlos Marx: �Proletarios de todos los pa�ses, un�os!, y no s�lo se voceaba esta frase, pues hab�a otras de uso multitudinario, para exaltar el internacionalismo socialista. A colaci�n traemos una diferente pero de id�ntico significado y que servir� de t�tulo a la canci�n compuesta por Eugenio Pottier: �Es la lucha final! M�s adelante, la escritora francesa Madeleine Marx publicar� un libro basado sobre la sugestiva locuci�n �C'st la lutte finale�. Cosa curiosa, la aparici�n de tan singular ensayo, merecer� un comentario period�stico de Jos� Carlos, el cual no s�lo habr�a de trasuntar la calidad revolucionaria de la obra en s�, sino la impresionante realidad social que conmov�a toda aquella etapa hist�rica europea. 

�...El proletariado ruso� comenta Mari�tegui�saluda la revoluci�n con este grito, que es el grito ecum�nico del proletariado mundial. Grito multitudinario de combate y de esperanza que Madeleine Marx ha o�do en las calles de Mosc�, y que yo he o�do en las calles de Roma, de Mil�n, de Berl�n, de Par�s, de Viena y de Lima. Toda la emoci�n de una �poca est� en �l. Las muchedumbres revolucionarias creen librar la lucha final...� (39). 

Ahora veamos �c�mo habr�a de encontrar Jos� Carlos al Partido Socialista italiano? �Si por una parte esta fuerza se debat�a en una honda crisis interna de car�cter pol�tico-ideol�gico, por otra la mencionada agrupaci�n ganaba nuevas posiciones dentro del contexto socio-pol�tico del pa�s. A tal punto que se pod�a considerar, sin discusi�n alguna, como uno de los primeros Partidos de Europa occidental, tanto por su l�nea pol�tica interna�cional como por su enorme popularidad. 

Por el volumen de su influencia, era la �nica fuerza socialista que en las elecciones de post-guerra, celebradas el 16 de noviembre de 1919, hab�a triplicado el n�mero de diputados (de 50 a 150); tambi�n hab�a elevado la cantidad de adherentes (de 50,000 a 300,000); y asimismo, hab�a llegado a influir poderosamente en la central de trabajadores italiana, que, a su vez, agrupaba a dos millones de miembros activos. 

Igualmente, ten�a en su haber el indicado Partido un rotundo triunfo para el movimiento de izquierda. Nos referimos al Congreso Socialista de Bolonia, convocado en el mes de octubre de 1919, o sea una semana antes del proceso electoral al. cual hemos hecho referencia, donde aparte de pronunciarse decisivamente en favor de la revoluci�n violenta al estilo ruso afirmando que "el proletariado debe recurrir al uso de la violencia para conquistar el poder y consolidar las conquistas revolucionarias", aprob� la adhesi�n del Partido Socialista Italiano a la Tercera Internacional, lo cual revelaba un hecho sin precedentes en la historia de la Socialdemocracia europea. 

En este aspecto, para mayor ilustraci�n, recurrimos a la opini�n autorizada del propio Jos� Carlos, vertida en tres p�rrafos de su segundo art�culo perteneciente a la serie �Cartas de Italia�, fechado en Roma, en el mes de abril de 1920, y que dice a la letra: 

�Despu�s del armisticio, el progreso del Partido Socialista, turbado por las divergencias suscitadas por la guerra �glosa Mari�tegui�, recuper� su intensidad. La corriente maximalista se extendi�, simult�neamente en sus filas. Reunida en marzo del a�o pasado (1919), la directiva acord� romper con el Bureau Internacional, acusado de haber traicionado la causa prole�taria, y adherirse a la Tercera Internacional, o sea la fundada en Mosc� a la sombra de la bandera bolchevique. Dentro de este ambiente se prepar� el Congreso de Bolonia del mes de octubre, realizado en v�speras de las elecciones en que el Partido deb�a triunfar tan ruidosa e inesperadamente�. 

�En el Congreso de Bolonia hubo tres tendencias �prosigue Jos� Carlos�: una maximalista abstencionista, encabezada por Bordiga, contraria a la participaci�n del Partido en las elecciones. La segunda maximalista eleccionista, encabezada por Serrati. Y la tercera, evolucionista, encabezada por Treves y Turati. 

�Fue la segunda la que venci�. En virtud de una orden del d�a de Serrati, el partido declar� su adhesi�n a la Internacional de Mosc� y, en consideraci�n al programa de G�nova superado por los acontecimientos y por las condiciones internacionales creadas por la guerra, introdujo en �l varias reformas. Conforme a estas reformas, el partido concept�a que los instrumentos de dominaci�n del estado burgu�s no pueden en ninguna forma transformarse en �rganos de liberaci�n del proletariado. Que a ellos deben ser opuestos nuevos �rganos proletarios �consejos de obreros, de campesinos, etc.�, que, funcionando por ahora bajo la dominaci�n burguesa como instrumentos de lucha, ser�n ma�ana los �rganos de transformaci�n social y econ�mica del orden de cosas comunista. Que el r�gimen transitorio de la dictadura del proletario debe marcar el paso del poder de la burgues�a a los trabajadores. Y que mediante este r�gimen el per�odo hist�rico de transformaci�n social podr� ser abreviado�(40). Como parte de las complejas contradicciones que se confrontaba dentro del Partido socialista, exist�a una fracci�n dirigida por Antonio Gramsci que trabajaba por transformar esta fuerza pol�tica en una aut�ntica Secci�n de la Tercera Internacional. 

Debemos tener presente para los efectos de su trayectoria ideol�gica, que Mari�tegui parte de Lima como simpatizante del ala izquierda zimmerwaldiana y, por lo tanto, no es de admirar que en la Pen�nsula al entrar en relaci�n con el grupo turin�s, coincida ampliamente con la tesis sustentada por sus integrantes. En este sentido, nada m�s apropiado que transcribir un fragmento escrito por Jos� Carlos en el cual, en cierto modo, resume la actividad del citado n�cleo, cuando dice: "...que el equipo de "L'Ordine Nuovo" de Tur�n asumi� la empresa de dar vida en Italia al Partido Comunista; iniciando el trabajo que deb�a costar, bajo el fascismo, a Gramsci, Terracini, etc. la condena a veinte o veinticinco a�os de prisi�n..."(41). 

As� pues Mari�tegui, en ese ambiente convulsionado por la revoluci�n social ad-portas y por las lecturas de �L'Ordine Nuovo�, no se limitar� a ser un simple observador de esa insurreccional realidad, sino que se convertir� en un apasionado participante de la revoluci�n que alentaba la izquierda socialista italiana. Pues a los pocos meses de instalarse en Roma, estimulado por la voluminosa vor�gine de la agitaci�n social, empez� a frecuentar uno de los c�rculos marxistas que funcionaba en aquella Capital. 

Desde este momento en que es arrastrado a militar activamente en la lucha partidaria, sin duda alguna, se inicia en Jos� Carlos una nueva vida. Y es a partir de aqu�, mediante esta toma de contacto con la acci�n revolucionaria cotidiana, cuando estuvo en condiciones de poder proclamar sin ning�n eufemismo su radicalizaci�n: "...no soy un espectador indiferente al drama humano. Soy por el contrario, un hombre con una filiaci�n y una fe..."(42). Convalida esta rotunda y categ�rica posici�n en �l, la cita en la que, a modo de confesi�n y reconocimiento, recuerda la notoria tolerancia de su entra�able amigo L�pez Aliaga, para con sus ideas, durante los d�as en los cuales ambos disfrutaron de la hospitalidad del pueblo italiano: "... mi temperamento excesivo y mi ideolog�a revolucionaria �revelar� Mari�tegui� no asustaban a don Pedro..."(43). 

A la postre, resulta f�cil comprender que, en el desarrollo del conflicto entablado entre socialdem�cratas y comunistas, en el seno de los Partidos Socialistas a nivel de Europa occidental en torno de los objetivos de reforma o revoluci�n, Jos� Carlos se decida elegir este �ltimo. 

�En el fondo �explicar� Mari�tegui� los t�rminos de discrepancia son los siguientes: una parte del Partido Socialista no cree en la posibilidad de la revoluci�n inmediata. Mas a�n. No cree en la capacidad actual del proletariado para asumir el poder. Y juzga que hay que utilizar la fuerza parlamentaria del socialismo. Los ciento cincuenta y seis votos socialistas pueden servir para muchas reformas urgentes. Para todas aquellas reformas a las cuales no negar�an su voto otros grupos de la izquierda parlamentaria. En tanto otra parte del Partido Socialista, la parte extremista, cree en la posibilidad de la revoluci�n. Juzga necesario que la acci�n del Partido se reduzca a organizarla, a precipitarla. Estima que el Partido debe reservar su labor constructiva para cuando el poder est� �ntegramente en manos del proletariado. Que no proceder as� es retardar la revoluci�n y colaborar con la burgues�a. 

�Una y otra fracci�n son consecuentes con su respectiva apreciaci�n del momento hist�rico. La diferencia de esta apreciaci�n es lo que las separa. Es l�gico que quienes consideran que es el momento de la revoluci�n, se opongan a que el socialismo se ocupe de otra cosa qu� de acelerarla. Y es l�gico que quienes consideran lo contrario quieran que el socialismo se cruce, negativamente, de brazos, ante los problemas presentes, que no afectan a una clase sino. a todas y, principalmente, a las clases trabajadoras...�(44). 

Toda esta experiencia pol�tico�ideol�gica que se detecta en Jos� Carlos, como parte de su formaci�n adquirida a trav�s de su compromiso con la revoluci�n, se hallaba encuadrada dentro de la orientaci�n socialista de extrema izquierda y se realizaba en la misma �poca en que las fuerzas reaccionarias daban vida al fascismo en un intento de estabilizaci�n del sistema capitalista. Interesa dejar aqu� sentado que no obstante la parquedad en las citas que hace Mari�tegui sobre el dirigente del proletariado turin�s, �ste influye preponderantemente en su etapa de aprendizaje en el Viejo Mundo. Gracias a �l, aprende a no utilizar el marxismo como un dogma anquilosado o como una doctrina acabada; al contrario, la practica como una gu�a viva y din�mica para la acci�n, que reflejaba en s� el cambio asombrosamente brusco de las condiciones de vida social. Es a trav�s de este combatiente y suscitador de nuevas formas de lucha, que se compenetra de las ideas de Lenin, en la primera etapa de su formaci�n revolucionaria. Tambi�n debido a los �ordinovistas� se refuerza en Jos� Carlos la influencia del �sorelismo� que en su lucha contra el reformismo que reivindicaba los principios primigenios del marxismo "as� el revisionismo de Sorel servir�a inicialmente para restaurar el marxismo. Sorel, es cierto, aparec�a menos como el representante europeo del revisionismo de izquierda que como el cr�tico incansable de la democracia reformista y el autor de �El porvenir socialista de los sindicatos�. 

Podr�amos distinguir durante el per�odo de permanencia de Mari�tegui en Europa las influencias mayores de las menores, pero no es del caso entrar en estas consideraciones por el momento. S�lo nos importa subrayar que el ascendiente derivado de la pr�dica gramsciana va a estar presente a lo largo de la creaci�n heroica de Jos� Carlos. 

Antonio Gramsci, el ide�logo del grupo turin�s, que indiscutiblemente seduce a nuestro joven viajero, era mayor que �ste por tres a�os, hab�a nacido el 22 de enero de 1891. Y sorprendentemente en estos dos personajes marxistas, convictos y confesos, se daba muchos aspectos en com�n, lo cual trasuntaba la gran afinidad que hermanaba a estos esp�ritus en lo que respecta a sus vidas e ideales. Entre las analog�as registradas, podemos enumerar las siguientes: proven�an de hogares peque�o-burgueses pauperizados; padec�an de defectos f�sicos: uno sobrellevaba una giba y el otro una pierna baldada; fueron impactados, en sus a�os mozos, por la influencia idealista; ejercieron los dos la actividad period�stica, orientada a la divulgaci�n doctrinaria, compartieron las ideas de extrema izquierda, basadas en el contacto estrecho con el movimiento obrero y las ense�anzas derivadas de la Revoluci�n de Octubre aplicadas a la realidad nacional; estuvieron influidos por la campa�a de �retorno al marxismo� de Georges Sorel; alentaron trabajos de fracci�n en el seno del movimiento socialista con la finalidad de incorporar la l�nea revolucionaria marxista aut�ntica; y pusieron en evidencia los dos ide�logos, tanto en la interpretaci�n de la teor�a como de la praxis marxista, su extraordinaria capacidad creadora y el prop�sito de concurrir a la fundaci�n del Partido marxista-leninista en sus respectivos pa�ses. Y en esta relaci�n de coincidencias entre Gramsci y Jos� Carlos, no se puede omitir la tendencia manifiesta en uno y otro por exaltar ciertas figuras discutibles por sus ideas marcadamente "conservadoras y reformistas y tambi�n por su consumada predilecci�n en el aspecto cultural-art�stico. En este sentido, mencionamos un juicio de Mari�tegui en relaci�n con el l�der de Tur�n y sus camaradas de partido: �Los comunistas de �L'Ordine Nuovo� �anota� son asaz inclinados al idealismo, citan en sus escritos a Gentile y a Croce, tratan de dar a los obreros una cultura m�s escogida, inclusive de arte. Su revista est� llena de escritos literarios y revolucionarios, mejores que aquellos que est�bamos habituados a hallar en los peri�dicos y revistas socialistas..�(45). Hagamos memoria en cuanto a Mari�tegui que, a su vez, sol�a referirse no exento de simpat�a a Sorel, Gobetti. 

La mayor�a de los revolucionarios del llamado mundo occidental europeo, estaban en una y otra forma contaminados por una cierta dosis de idealismo. 

Es obvio que la orientaci�n seguida por el Partido Socialista italiano, le hizo recordar a Jos� Carlos su experiencia como militante del Comit� de Propaganda Socialista, dirigido por Luis Ulloa, en los d�as anteriores a su partida del Per�. Y, principalmente, debi� tener en mente las tareas cumplidas por �l y su grupo fraccional durante la campa�a librada contra el oportunismo y la colaboraci�n de clases auspiciada por el Comit� en referencia. Claro est� que en Italia, Mari�tegui, tras de haberse identificado plenamente con la l�nea revolucionaria agitada por Gramsci y de reconocer en el proletariado la �nica fuerza capaz de derrotar a la sociedad burguesa, confrontaba el problema esencial que se planteaba, de llegar a comprender las causas objetivas de la revoluci�n social. 

Partiendo de estas bases, estudiaba Jos� Carlos adem�s, con mucha atenci�n, la vida europea, conversaba a menudo con los l�deres pol�ticos, sindicales, intelectuales, etc. Y trataba de cultivar, siguiendo los consejos de Lenin y Gramsci, la teor�a marxista con esp�ritu creador. 

Transcribimos a rengl�n seguido, una de las tantas entrevistas que hubo de sostener Mari�tegui durante su experiencia europea: "...La pol�tica venizelista arroj� a Italia a gran n�mero de personajes griegos. Gounaris, por ejemplo, se refugi� en Italia. Y en Italia, en el verano de 1920, trab� amistad con uno de sus mayores tenientes el ex-ministro Ar�stides Protopadekis, sensacionalmente fusilado dos a�os despu�s, junto con Gounaris y otros cuatro ministros del Rey Constantino, bajo el r�gimen militar de Plastiras y Gonatos. Protopadekis y su familia veraneaban en Vallombrosa en el mismo hotel en que veraneaba yo �afirma Jos� Carlos�. Su amistad me inici� en la intimidad y la trastienda de la pol�tica griega. Era Protopadekis un viejo ingeniero afable y cort�s. Un hombre �anclen regime� de mentalidad pol�tica acendradamente conservadora y burguesa; pero de una bonhom�a y una mundanidad atrayentes y risue�as. Junto discurrimos muchas veces bajo la fronda de los abetos de Vallombrosa. Casi juntos abandonamos Vallombrosa y nos trasladamos a Florencia, �l para marchar a Berl�n, yo para explorar curiosa y detenidamente la ciudad de Giovanni Papini. Protopadekis preve�a la pronta ca�da de Venizelos. Temeroso a su resultado, Venizelos ven�a aplazando la convocatoria a elecciones pol�ticas. Pero ten�a que arrastrarla de grado o de fuerza. Hac�a cinco a�os que no se renovaba el parlamento griego. Las elecciones no podr�an ser diferidas indefinidamente. Y su realizaci�n tendr�a que traer aparejada la ca�da del gobierno venizelista..�(46). 

De retorno a Roma, tras de una corta visita a la ciudad de Florencia, como se menciona l�neas arriba, Jos� Carlos reanud� sus actividades pol�ticas cotidianas, concurriendo al c�rculo obrero marxista al cual estaba vinculado. 

Aquel grupo de entusiastas activistas, entre los cuales hab�a choferes, tranviarios, ferrocarrileros, mozos de hotel, de restaurante, empleados, etc., sol�an sesionar en sus propias viviendas, situadas en la zona perif�rica de Roma. Las reuniones de este n�cleo se efectuaban una o dos veces por semana. Serv�an de temario y de debate algunas cuestiones te�ricas del marxismo �accesibles al nivel del conocimiento de los militantes de base� la situaci�n pol�tica internacional, nacional y los aspectos fundamentales de la organizaci�n partidaria, as� como los objetivos a que deber�a responder el nuevo tipo de partido de la clase trabajadora italiana, que demandaba las circunstancias hist�ricas. Adem�s esta c�lula, perteneciente al Partido Socialista, se hallaba animada del prop�sito revolucionario de influir y orientar a la masa proletaria de su sector. 

Las disertaciones corr�an a cargo, por lo general, de los miembros del grupo o de los representantes de las secciones urbanas que asist�an especialmente invitados para ese objeto. Vale la pena, a guisa de aclaraci�n, advertir que tanto el c�rculo como los afiliados a �l, respond�an a la orientaci�n de la extrema izquierda representada por las tendencias �aunque divergentes� que ven�an sosteniendo los l�deres marxistas Bordiga, Serrati y Gramsci dentro del Partido Socialista italiano(47). A prop�sito de Gramsci., �ste por aquellos d�as libraba una encendida y vibrante campa�a period�stica, en la cual planteaba la necesidad impostergable de transformar el Partido Socialista italiano en una aut�ntica organizaci�n revolucionaria para que estuviera acorde y fuera consecuente con la Tercera Internacional. Esta forma de encarar la situaci�n y de enfrentarse con el sector reformista, incrustado dentro de las filas del socialismo,. produjo gran impacto entre los simpatizantes de la l�nea gramsciana. Pues �stos, aunque en minor�a, se hallaban convencidos del anquilosamiento as� como de la posici�n contrarrevolucionaria del Partido Socialista Italiano. Y, como es del caso, no s�lo se conformaron con enjuiciar favorablemente los escritos de Gramsci fuera de la organizaci�n partidaria, sino que terminaron por discutir y expresar su aprobaci�n a las osadas iniciativas del l�der turin�s, nada menos, que en el seno del c�rculo al que pertenec�an(48). Todo ello, desde luego, significaba un desaf�o a la corriente conformista y legalista del Partido. Mari�tegui, en su condici�n de miembro de la indicada agrupaci�n, quiz�s si empezaba a madurar lo que m�s tarde habr�a de escribir con respeto a la beligerancia: "... la vida m�s que pensamiento, quiere ser acci�n, esto es. combate. El hombre contempor�neo tiene necesidad de fe. Y la �nica fe, que puede ocupar su yo profundo, es una fe combativa.."(49). S�lo as� se explica entonces su capacidad de lucha dentro de las filas del cuestionado Partido Socialista. Para ilustraci�n y con el fin de tener una idea de la cruzada emprendida por Gramsci incluimos un fragmento de uno de sus art�culos de la serie dedicada a fustigar a los contrarrevolucionarios y a se�alar los objetivos del marxismo verdadero: "...El Partido �afirmaba Gramsci�, debe adquirir una figura propia, precisa y diferente; de partido parlamentario peque�o burgu�s debe transformarse en el partido del proletariado revolucionario que lucha por el porvenir de la sociedad comunista a trav�s del Estado obrero, un partido homog�neo, cohesionado, con su propia doctrina, su t�ctica, una disciplina r�gida e implacable. Los revolucionarios no comunistas deben ser eliminados del Partido, y la direcci�n, liberada de la preocupaci�n de conservar la unidad y el equilibrio entre las diversas tendencias y entre los diversos l�deres, debe dirigir toda su energ�a para organizar las fuerzas obreras en pie de guerra. Todo acontecimiento de la vida proletaria nacional e internacional debe ser inmediatamente comentado en manifiestos y circulares de la direcci�n para extraer argumentos de propaganda comunista y de educaci�n de las conciencias revolucionarias. La direcci�n, manteni�ndose siempre en contacto con las secciones, debe convertirse en el centro motor de la acci�n proletaria en todas las f�bricas, en los sindicatos, en las cooperativas, en los cuarteles, la constituci�n de grupos comunistas que difundan incesantemente en el seno de las masas las concepciones y la t�ctica del Partido, que organicen la creaci�n de Consejos de f�brica para el ejercicio del control sobre la producci�n industrial y agr�cola, que desarrollen la propaganda necesaria para conquistar org�nicamente los sindicatos, las C�maras del Trabajo y la Confederaci�n General del Trabajo, para convertirse en los elementos de confianza que la masa elegir� para la formaci�n de los Soviets pol�ticos y para el ejercicio de la dictadura proletaria. La existencia de un partido comunista cohesionado y fuertemente disciplinado, que a trav�s de sus n�cleos de f�brica, de sindicato, de cooperativa; coordine y concentre en su comit� ejecutivo central toda la acci�n revolucionaria del proletariado, es la condici�n indispensable para intentar cualquier experimento de Soviets, estando ausente esta condici�n, cualquier propuesta de experimento debe ser rechazada como absurda y �til tan s�lo a los difamadores de la idea sovi�tica. Del mismo modo debe ser rechazada la proposici�n de un �parlamentito� socialista, que se convertir�a r�pidamente en un instrumento en manos de la mayor�a reformista y oportunista del grupo parlamentario para difundir utop�as democr�ticas y proyectos contrarrevolucionarios�(50). 

M�s adelante Gramsci concluye con un llamamiento, que dice a la letra: �La secci�n socialista de Tur�n se propone sobre la base de estas consideraciones, promover un entendimiento con grupos de compa�eros que quieran organizarse en las dem�s secciones para discutirlas y aprobarlas; entendimiento organizado que prepare en breve t�rmino un congreso dedicado a discutir los problemas de t�ctica y organizaci�n proletaria y que mientras tanto controle la actividad de los organismos ejecutivos del Partido�(51). 

Evidentemente que entre los grupos de compa�eros a los que alude en su invocaci�n el l�der de Tur�n , se encontraban los integrantes del c�rculo de Jos� Carlos, los cuales �como se ha anotado� estaban decididos a librar la lucha por transformar el Partido Socialista italiano en una fuerza pol�tica m�s din�mica y combativa. 

Toda la campa�a de prensa a cargo de Gramsci respond�a a los objetivos trazados por la secci�n de Tur�n para renovar el Partido desde dentro y por conquistar la Confederaci�n General de Trabajo para la causa de la revoluci�n social. Tur�n era, entonces, uno de los centros de agitaci�n y orientaci�n marxista m�s vigorosos del pa�s, si se tiene en cuenta la fuerte concentraci�n de trabajadores industriales y tambi�n el potencial de beligerancia ideol�gica, pol�tica y sindical que dispon�a esa localidad. Pero muy pronto, como es natural, la reacci�n empez� a preparar la contraofensiva para conjurar el peligro que entra�aba para el sistema capitalista, la existencia de la zona roja turinesa. Gramsci, no bien se percat� de la dif�cil situaci�n que gravitaba sobre su sector, procedi� a denunciar el plan de la contrarrevoluci�n encaminado a liquidar el movimiento obrero y la secci�n socialista de Tur�n. All�, desde hac�a poco tiempo, ven�an funcionando con notable �xito y repercusi�n en los campos socio-econ�mico y pol�tico los consejos de f�brica y su acci�n coordinadora. 

Era tan pujante y activa la organizaci�n pol�tica de los trabajadores de Tur�n que, en determinada oportunidad, �por orden de la secci�n socialista, que contaba en sus manos todo el mecanismo del movimiento de masas �explicar� m�s tarde Gramsci� los consejos de f�brica llegaron a movilizar en el curso de una hora y sin ninguna preparaci�n, ciento veinte mil obreros encuadrados por f�bricas. Una hora despu�s el ej�rcito proletario se precipit� como una avalancha hacia el centro de la ciudad y expuls� de las calles y de las plazas a toda la gentuza nacionalista y militarista.�(52). 

Por entonces se notaba en Mari�tegui, la enorme preocupaci�n por estudiar la teor�a revolucionaria con esp�ritu creador, sin limitarse a la mera asimilaci�n libresca. No aceptaba nada que pudiera significar una imposi�ci�n dogm�tica. Y las ense�anzas impartidas durante las sesiones del grupo de activistas, dedicadas a la formaci�n marxista, resultaron para Jos� Carlos la clave para interpretar la problem�tica situaci�n europea y comprender las contradicciones que se interpon�an en el proceso revolucionario del mencionado continente y, en especial, de la Pen�nsula. As� como el poder vincular su pensamiento a la realidad concreta y a la acci�n. 

Igualmente, el c�rculo suministr� a nuestro personaje un c�mulo de conocimientos de incalculable valor para comprender los trabajos te�ricos sobre el proletariado como fuerza rectora de la sociedad y acerca de la misi�n de su destacamento de vanguardia(53). Jos� Carlos influido por el leninismo empez� por aplicar en cierta forma la concepci�n de partido proletario. Ello implicaba, desde luego, la total entrega al trabajo del partido y la absoluta subordinaci�n a su disciplina. Para Mari�tegui, como militante consecuente del objeto de su lucha y dispuesto a cualquier sacrificio, no le fue dif�cil someterse a tan severa forma de vida partidaria. Sobre todo, si tenemos presente que uno de los problemas cruciales para Europa occidental, de aquel per�odo, lo constitu�a la inminencia de la revoluci�n social. 

Dicho est�, y no s�lo nos atenemos a la evoluci�n de su pensamiento y acci�n pol�tica sino a la propia testificaci�n de Mari�tegui: � el trato con los t�picos nacionales no es, como algunos creen, posterior a su regreso de Europa. Es evidente que en Europa se ocup� particularmente en estudios de pol�tica, econom�a, sociolog�a, filosof�a, etc. De su viaje data su asimilaci�n al marxismo...�(54). Y se puede aseverar, sin eufemismo ni precipitaci�n alguna que, poco antes del Congreso de Livorno, en el seno del c�rculo de obreros romanos en el cual era �l uno de los m�s entusiastas y diligentes activistas, abraz� las ideas marxistas�leninistas(55). 

Mientras aquel hecho tan significativo se registraba en la vida pol�tica de nuestro personaje, estalla en Tur�n la gran huelga de protesta del mes de abril de 1920 que habr�a de agudizar, por una parte, las graves contradicciones existentes en el Partido Socialista italiano y, por otra, poner en evidencia la creciente influencia revolucionaria de los �ordinovistas� en apoyo de los derechos del sector laboral y de los consejos de f�brica. 

Los ejecutivos de la Fiat, con motivo de la introducci�n en toda Italia de la hora legal, procedieron a variar el horario antiguo sin consultar a las comisiones internas o consejos de f�brica. Este cambio, sin previa deliberaci�n entre las partes interesadas, provoc� un violento rechazo por parte de los trabajadores. que, frente a la intransigencia patronal, proclamaron la huelga que habr�a de terminar en un paro de solidaridad de todo el Piamonte. 

Para tener una idea cabal de la magnitud y repercusi�n de aquella huelga, apelamos nada menos que a Gramsci, quien nos ofrece una visi�n panor�mica acerca del acontecimiento: �por primera vez en la historia se verific� el caso de un proletariado que se empe�a en la lucha por el control sobre la producci�n, sin haber estado empujado a la acci�n por el hambre o por la desocupaci�n. Es m�s, no fue solamente una minor�a, una vanguardia de la clase obrera la que emprendi� la lucha, sino la masa entera de los trabajadores de Tur�n la que particip� en la batalla y llev� la, lucha llena de privaciones y de sacrificios hasta el fin�. 

Los metal�rgicos hicieron huelga durante un mes, las otras categor�as durante diez d�as.

La huelga general de los �ltimos diez d�as se extendi� en todo el Piamonte, movilizando a cerca de medio mill�n de obreros industriales y agr�colas, y conmovi� por tanto a cerca de cuatro millones de la poblaci�n. 

�Los capitalistas italianos tensaron (sic) todas sus fuerzas para sofocar el movimiento obrero de Tur�n; todos los medios del Estado burgu�s fueron puestos a su disposici�n, mientras los obreros sostuvieron por s� solos la lucha sin ninguna ayuda ni de la direcci�n del Partido Socialista, ni de la Confederaci�n General del Trabajo. Al contrario, los dirigentes del partido y de la Confederaci�n se burlaron de los trabajadores de Tur�n e hicieron todo lo posible por impedir a los trabajadores y a los campesinos del resto de Italia realizar cualquier acci�n revolucionaria con la que pretend�an manifestar su solidaridad con los hermanos de Tur�n, y llevarles una eficaz ayuda�(56). 

No bien se tuvo noticias de la acci�n clasista emprendida por los obreros turineses, el gobierno italiano como si hubiera estado aguardando la oportunidad propicia para hacer una demostraci�n de su fuerza represiva, dispuso la movilizaci�n inmediata de 50,000 soldados debidamente pertrechados de carros blindados, ca�ones, ametralladoras y toda clase de armas ofensivas para ocupar los lugares estrat�gicos, sitiar la ciudad y reducir el movimiento huelgu�stico. 

Los trabajadores alertados de que estaban completamente aislados del resto del pa�s, no les qued� otra alternativa que mostrarse serenos y dispuestos a entrar en negociaciones. Ni siquiera la ostensible provocaci�n patronal de recurrir al lock-out y de patrocinar abiertamente el ingreso de las tropas a los centros fabriles sirvi� de pretexto para que se consumara el choque frontal, tan deseado por los enemigos de clase. 

Mari�tegui con inusitada avidez sigui� las informaciones y comentarios totalmente distorsionados de que se pod�a disponer en aquellas circunstan�cias adversas para la huelga de Tur�n. 

Simult�neamente en el seno del c�rculo de activistas, algunos militantes de extrema izquierda y partidarios del paro �entre los que se encontraba Jos� Carlos, asumieron la defensa del proletariado norte�o y condenaron en�rgicamente la orientaci�n reformista y el esp�ritu de conciliaci�n entre las clases que se pon�a de manifiesto por parte de los impugnadores del movimiento huelgu�stico. Y hasta llegaron a criticar a los organismos sindicales de la direcci�n del partido por no haber secundado la lucha de los turineses(57). 

Aparte de la justedad de la huelga, Mari�tegui apoyaba con firmeza la causa de los huelguistas de Tur�n, por ser el n�cleo de donde emanaban las orientaciones ajustadas a la l�nea marxista aut�ntica. M�s tarde, confirmando esta actitud, Jos� Carlos escribir� lo siguiente: �... en los a�os de posguerra part�an del Norte las fuerzas que anunciaban vigorosamente una democracia obrera y se formaban en Tur�n, sede de �L'Ordine Nuovo� asiento de las usinas de la Fiat, los cuadros de la revoluci�n proletaria�(58). 

A pesar de las consignas derrotistas en contra de la huelga de Tur�n, el proletariado de tendencia revolucionaria se solidariz� con sus compa�eros turineses, rechazando las disposiciones sindicales en contrario, e impidiendo el transporte de tropas en los ferrocarriles (de Pisa, Livorno y Florencia) y obstaculizando el movimiento portuario (de G�nova y Livorno) con el mismo fin. 

El 23 de abril, tras la negativa de la central sindical italiana, de proclamar la huelga general en todo el pa�s, y de observar la pasividad del Partido Socialista, se aprueba el retorno de los obreros a sus centros de labor. 

Con este rev�s o repliegue de los trabajadores, se hizo m�s agudo el conflicto entre el grupo encabezado por Gramsci y los reformistas, incluso se revel� la falta de cohesi�n en las propias facciones de izquierda como lo hemos observado en peque�a escala tanto en el c�rculo marxista romano como en los obreros ferrocarrileros y portuarios. Se acusaba a los dirigentes socialistas de Tur�n de haber ca�do en la provocaci�n del frente patronal en un momento equivocado y de haber buscado, en el �ltimo instante, la ayuda de los dem�s trabajadores de Italia. Pero todo este alegato estaba dem�s, el sector revolucionario marxista hab�a comprobado por en�sima vez, que la directiva del Partido Socialista italiano y los de la central sindical se hallaban al servicio de los intereses de la clase dominante. Despu�s de la ardua tarea cumplida por Mari�tegui en el seno del c�rculo socialista, coadyuvando a esclarecer los alcances de la huelga turinesa, se sinti� sumamente fatigado y fue preciso que se acogiera a un prolongado reposo en sus actividades pol�ticas. Entonces para disipar su condici�n de enfermo, que se reflejaba en su rostro macilento, volvi� a frecuentar a sus paisanos y amigos. Principalmente a C�sar con quien segu�a manteniendo un trato personal muy intenso. 

Por aquellos d�as, L�pez Aliaga, Falc�n y Oca�a celebraban la presencia en Roma del flamante C�nsul General del Per� en G�nova, Palmiro Machiavello, quien recientemente hab�a sido designado por la Canciller�a lime�a para reemplazar a Ortiz de Zevallos en el puesto que ven�a ejerciendo. Machiavello, sobre quien hab�a reca�do el mencionado nombramiento, era compa�ero de la infancia de Falc�n y conoc�a Jos� Carlos desde los a�os en que �ste trabajaba en la redacci�n de �La Prensa�(59). 

Deprimido por el agotamiento intelectual, f�sico y por la nostalgia, Mari�tegui pens� en el retorno a G�nova de sus amores. Estaba ansioso e impaciente por reunirse con su atractiva italianita. El proyecto de viaje que planeaba realizar Jos� Carlos coincidi� tambi�n con el que emprender�a al mismo lugar Machiavello. Puestos en esta situaci�n ambos amigos, terminaron por ponerse de acuerdo para trasladarse juntos a G�nova. Falc�n no quiso quedarse solo en la Ciudad Eterna y se sum� presuroso a la expedici�n convenida. Pero no sin antes comprometer a Mari�tegui y a Palmiro para que, a su vez, lo acompa�aran en su recorrido por el norte de Italia y, fundamentalmente, para visitar Tur�n (luego de la huelga del mes de abril), Mil�n y Venecia(60). 

As� pues, antes de salir Jos� Carlos con direcci�n hacia el interior del pa�s, don Pedro L�pez Aliaga, acreditado por su exquisito temperamento art�stico, le proporcion� una nota de presentaci�n para el pintor Emilio Pettoruti, quien a la saz�n se hallaba radicado en Mil�n y sol�a visitar de vez en cuando la urbe romana y, desde luego, la Legaci�n del Per� en busca de don Pedro a fin de pasar revista a las exposiciones pict�ricas locales y formular agudas cr�ticas y comentarios sobre la calidad de las obras y acerca del talento de los expositores(61). 

El tiempo de permanencia en Roma para Mari�tegui, durante esta primera etapa, s�lo hubo de perdurar aproximadamente cuatro meses (de febrero a junio), al final de los cuales viaj� de regreso al puerto del Mediterr�neo, donde le aguardaba Anita, plet�rica de ternura y esperanza. Su estada en G�nova, al lado del ser amado, fue breve pues habr�a de proseguir viaje a otros puntos geogr�ficos en compa��a de Falc�n y Machiavello. Lo sorprendente del caso, es que el C�nsul peruano habr�a de revelarse como un izquierdista consumado en semejantes circunstancias(62). 

A poco del arribo a G�nova de los tres amigos procedentes de la Capital peninsular, se informaron que el Monarca italiano hab�a invitado a Giovanni Giolitti (1842�1928), a quien la mayor�a del pueblo it�lico recordaba por haber pretendido mantener la neutralidad del pa�s en la primera Guerra Mundial, para formar un nuevo Gabinete. Este anciano estadista incluy� en su equipo ministerial al Conde Carlos Sforza (1872�1952) como encargado de la cartera de Relaciones Exteriores y a Benedetto Croce (1866�1952), de Instrucci�n P�blica. 

Los familiares de Anita, que empezaban a admitir los amores de su sobrina con Jos� Carlos, expresaron su satisfacci�n personal por el nombramiento de Croce. Resulta curioso que este pensador liberal, m�s de una vez, se hab�a alojado en la pensi�n para descansar de sus ocupaciones habituales y, por este motivo, los propietarios se vincularon con tan ilustre hu�sped(63). Adem�s los familiares de la moza requerida de amores por nuestro personaje, se encontraban fascinados por el trato singular que les hab�a dispensado el distinguido pol�tico. 

Refiri�ndonos ahora a la joven hospedera, con la cual Mari�tegui sosten�a id�licas relaciones, �sta en cierta forma encarnaba a la clase obrera, sector social al que se hallaba estrechamente ligado aqu�l en su condici�n de marxista convicto y confeso. Por estas razones, del todo suficientes, la elecci�n de la Madonna toscana como compa�era de su vida futura, significaba un verdadero acierto. Pues ella, sin lugar a dudas, encajaba dentro del marco de sus aspiraciones revolucionarias. 

Es obvio, entonces, que la rom�ntica pareja se comprometiera a desposarse en los meses venideros. 

Por esa �poca de fermento social, Jos� Carlos aparec�a como un escritor absolutamente distinto del tipo que conoc�an hasta no hac�a mucho los lectores lime�os. Mari�tegui, innegablemente, trasuntaba en las colaboraciones que, como corresponsal de �El Tiempo�, remit�a desde la Pen�nsula (con el t�tulo de �Cartas de Italia�) para ser publicadas en Lima, su inconfundible posici�n marxista. Y, en efecto, estos trabajos �como el mismo declara se�alaban la evoluci�n de su trayectoria ideol�gica(64), de mero simpatizante del ala izquierda zimmerwaldiana a su definitiva filiaci�n socialista revolucionaria. 

A fines del mes de julio de 1920, tras de haber pasado una treintena de d�as al lado de su prometida, habr�a de alejarse de ella Jos� Carlos por segunda vez. As�, con el coraz�n atormentado y con la idea persistente del retorno inmediato, Mari�tegui debi� abandonar el apacible balneario de Nervi, enclavado dentro del territorio genov�s, para iniciar un viaje por ferrocarril con rumbo a Tur�n. Los tres j�venes viajeros, de acuerdo a los planes madurados previamente, ambicionaban conocer aquel lugar, donde la producci�n industrial hab�a alcanzado el m�ximo grado de desarrollo y donde el proletariado era citado por su ejemplar actividad revolucionaria. Todo esto explica por qu� despertaba las simpat�as de los marxistas de izquierda, el mencionar el solo nombre de Tur�n. 

Apenas el tren dio la se�al de llegada a la �ltima estaci�n de su destino, los tres amigos se dirigieron al hotel m�s cercano y en seguida se encaminaron al local del semanario �L'Ordine Nuovo�, situado en la v�a XX de Setiembre n�mero 19, con la expresa finalidad de entrevistarse con el Secretario de redacci�n del citado peri�dico. Era incre�ble admitir que se hallaban tan cerca de Antonio Gramsci(65) Tuvieron suerte hasta para localizarlo a tiro. De pronto se dieron, cara a cara, con aquel menudo y giboso personaje, que tanto temor infund�a como pol�tico y hombre de acci�n en los medios contrarrevolucionarios. El dirigente de los socialistas turineses al enterarse, por la propia confesi�n de Jos� Carlos, que estaba en presencia de un joven peruano (adicto a su causa) y miembro de uno de los c�rculos de barrio de Roma(66) acogi� a los integrantes del grupo como si los hubiera conocido de anta�o. Adem�s, impulsado Gramsci por esta identificaci�n de ideales, les prodig� un trato de compa�eros y hubo de sostener con aquellos un di�logo franco y aleccionador. En el curso del mismo, les dio a conocer la espinosa situaci�n que afrontaba la secci�n turinesa del Partido Socialista y, asimismo, la misi�n que se hab�a impuesto con respecto al partido y a la Confederaci�n General del Trabajo, poniendo de manifiesto su gran capacidad autocr�tica e inseparables intuiciones. Por ese per�odo crucial, la facci�n gramsciana conformada por intelectuales y obreros que se caracterizaban por su formaci�n bolchevique(67), protagonizaba una permanente y renovada agitaci�n social y marcaba la orientaci�n marxista con un sentido creador. 

Llegados a este punto, conviene subrayar que el grupo comunista que militaba dentro de las filas del Partido Socialista estaba dividido en tres tendencias: �abstencionistas�(*), �eleccionistas�(**) y simplemente marxistas�leninistas(***). Esta tercera posici�n, como es natural, la propugnaba Gramsci. Y en defensa de la misma, en varias ocasiones, mantuvo intensas pol�micas con Bordiga (�abastencionista�); con Togliatti y Terracini (�eleccionistas�); y, tambi�n, con Tasca quien se dejaba guiar por un criterio equivocado sobre los objetivos de los Consejos de F�brica. Lo parad�jico de esta divergencia era que los tres �ltimos controversistas hab�an sido junto con Gramsci fundadores de �L'Ordine Nuovo�. Y ahora se daba el caso de que las discrepancias fueron puestas en evidencia a trav�s de las p�ginas del citado peri�dico entre los meses de junio a agosto. 

Los visitantes, en presencia de su esclarecido interlocutor, no perd�an detalle alguno y lo sometieron a un exigente interrogatorio �como si no hubiera tiempo para proseguir el tema en otra charla� sobre el asunto del proceso de escisi�n que se percib�a en el Partido Socialista italiano, por un lado, y acerca del ahondamiento de las divisiones, por otro, en el propio sector comunista. Gramsci, por esos d�as, no s�lo se hallaba aislado del Partido Socialista y de la central sindical reformista sino tambi�n de algunos directivos con los cuales ten�a cierta afinidad ideol�gica y cuyos nombres hemos dado cuenta l�neas arriba. 

A lo largo del cautivante razonamiento sobre los diversos problemas de la revoluci�n, la organizaci�n de las masas, la lucha sindical, el control de la producci�n y la dictadura del proletariado, insisti� Gramsci que el Partido Socialista deber�a transformarse, en el momento propicio desde luego, de mera agrupaci�n parlamentaria peque�a burguesa, en una facci�n del proletariado revolucionario de nuevo tipo. Dijo con firmeza, deb�a eliminarse de los registros partidarios a los que no son comunistas, refiri�ndose con ello, indudablemente, a los oportunistas y maximalistas. Declar�, por otra parte enfervorizado como lo estaba, que si se dispusiera de una fuerza con unidad ideol�gica, org�nica y firme disciplina o sea con un partido de clase, entonces s�, se estar�a en condiciones de plantear la conquista revolucionaria del poder pol�tico(68). 

Recomend� asimismo Gramsci a sus visitantes, dando cierto �nfasis a sus palabras, que los comunistas del Partido Socialista italiano deb�an acrecentar su fuerza num�rica e influir desde las bases para lograr el cambio �como ya se ha mencionado� de este movimiento pol�tico que se encontraba dirigido por el reformismo social dem�crata.

A esta altura de la exposici�n a cargo del l�der socialista, Mari�tegui lo interrumpi� para aclararle que una parte de los integrantes del c�rculo marxista �entre ellos �l� ven�an observando tal l�nea de conducta. Gramsci replic� que estaba enterado del caso, pero m�s que todo se refer�a a quienes por negligencia o por falta de una educaci�n comunista no lo hac�an en forma coordinada y sistem�tica(69). 

Poco despu�s, estando todav�a en Tur�n, los tres amigos habr�an de leer las noticias provenientes de Rusia Sovi�tica sobre el desarrollo y las resoluciones del Segundo Congreso de la III Internacional, realizado en Mosc� (del 19 de julio al 7 de agosto de 1920), publicadas por el semanario �L'Ordine Nuovo� con fecha 21 de agosto de ese mismo a�o. Se enteraron que, en el curso de los debates suscitados, Lenin hab�a manifestado su solidaridad con el movimiento turin�s, �por haber sostenido en el seno del Partido Socialista italiano, el cual por entonces agrupaba a la mayor�a del proletariado, el programa de la Internacional Comunista y no s�lo una parte de �l. Por ello, en esa reuni�n mundial, el m�ximo l�der de la Revoluci�n de Octubre, dijo que el grupo de �L'Ordine Nuovo� era la �nica tendencia del Partido Socialista que representaba fielmente a la Internacional en Italia; por eso a�n las tesis compiladas por la redacci�n de �L'Ordine Nuovo� y presentadas en el Consejo Nacional de Mil�n de abril de 1920 por la secci�n de Tur�n, fueron indicadas expl�citamente por el Segundo Congreso de la Internacional como base para la reorganizaci�n revolucionaria en Italia�(70). 

Este reconocimiento a nivel mundial no s�lo convalidaba la posici�n acertada de Gramsci en su pa�s, sino tambi�n ante los tres j�venes forasteros, por si hubiera habido alguna incredulidad de parte de ellos sobre la conversaci�n que mantuvieran con aqu�l.

Tambi�n se inform� el mencionado tr�o, por la lectura del peri�dico, de que se hab�a aprobado las �veinti�n condiciones� de admisi�n a la Internacional Comunista, las cuales conten�an, en una forma sucinta, todos los principios ideol�gicos, t�cticos y org�nicos del Partido proletario de nuevo tipo. Se daba cuenta, entre otros sucesos significativos, �que Serrati, jefe de la delegaci�n del Partido Socialista italiano, consideraba necesario abrir las puertas de la III Internacional a todos los partidos que lo desearan, y se opuso a la expulsi�n inmediata de los reformistas declarados�(71). 

Igualmente tomaron conocimiento de todas las dem�s resoluciones emitidas en ese trascendental evento con vistas a reforzar la unidad del movimiento revolucionario mundial. 

El insaciable af�n de obtener una visi�n m�s completa de los sucesos pol�tico�sociales que protagonizaba la secci�n turinesa del Partido Socialista, llev� a los j�venes peruanos a establecer contacto con otros miembros calificados de la citada agrupaci�n local, entre ellos estaban: Togliatti, Terracini, Tasca, etc. En este intento por documentarse, en forma directa y exhaustiva, no perdieron la oportunidad de ira las f�bricas donde se hallaban concentradas las grandes masas del proletariado beligerante y donde funcionaban ejemplarmente las comisiones internas o soviets. En estos centros, despu�s de recorrer las diversas plantas de producci�n, dialogaron sin restricciones con los dirigentes gremiales y con los encargados de los consejos de f�brica. 

�Recordar� siempre la impresi�n que tuve de los obreros opina Jos� Carlos, cuando me ocurri� visitar las usinas de la Fiat, uno de los pocos establecimientos anglo-sajones, modernos, capitalistas, que existen en Italia. Sent�a en ellos una actitud de dominio, una seguridad sin pose, un desprecio por toda suerte de diletantismo. Quien vive en una f�brica, tiene la dignidad del trabajo, el h�bito al sacrificio y a la fatiga. Un ritmo de vida que se funda severamente en el sentido de tolerancia y de interdependencia, que habit�a a la puntualidad, al rigor, a la continuidad. Estas virtudes del capitalismo, se resienten de un ascetismo casi �rido; pero, en cambio, el sufrimiento contenido alimenta con la exasperaci�n, el coraje de la lucha y el instinto de la defensa pol�tica�(72). 

De acuerdo con las observaciones recogidas por el tr�o de viajeros, incuestionablemente, comprobaron el ascenso de la clase trabajadora en general; as� como el poder�o creciente de la organizaci�n industrial; y el grado de educaci�n comunista; comparado todo este cuadro con lo que hab�an visto antes, en otros lugares visitados, no se pod�a establecer parang�n. 

Cuando apenas dispon�an de escasos d�as para permanecer en Tur�n, como estaba previsto, los forasteros reci�n empezaron a recorrer los lugares de atracci�n hist�rica, arquitect�nica y cultural de la ciudad, tales como sus calles, monumentos, palacios, templos, museos, etc. Visitaron, asimismo, la Universidad cuya biblioteca se hab�a transformado en Biblioteca Nacional y reun�a m�s de cuatrocientas mil unidades bibliogr�ficas, mil incunables y mil quinientos manuscritos. Tambi�n acudieron a admirar las obras pict�ricas de la Galer�a de Arte Moderno de esa localidad(73). 

Estando en tan apremiantes circunstancias y simult�neamente, fascinados por la singular belleza de la Capital del antiguo reino, Mari�tegui despach� por correo una nota adjuntando la carta de presentaci�n que le otorgara en Roma, L�pez Aliaga para el pintor argentino Pettoruti, quien resid�a precisamente en Mil�n, anunci�ndole el d�a y hora de su arribo e incluso le remit�a los nombres y algunas referencias sobre sus acompa�antes. Jos� Carlos confiaba en que aqu�l pod�a introducirlos, en su calidad de pintor de vanguardia, en el ambiente art�stico que gozaba de merecida fama en el pa�s. Y esta predilecci�n por el arte y la vida intelectual result� a la postre un obligado descanso para los impenitentes viajeros. Cedamos la palabra al mismo Pettoruti, quien nos ofrece los siguientes datos en relaci�n con el periplo de los j�venes peruanos: �... Un d�a refiri�ndose a Jos� Carlos me anunci� su llegada a Mil�n en compa��a de un escritor(*), su compatriota y del se�or Abril, C�nsul General del Per� en G�nova(**). Me advert�a que iban de pasaje a buscarme para seguir juntos a Venecia�(74). 

Yen plenos afanes de liar equipaje los tres amigos fueron sorprendidos, de pronto, por la inquietante noticia de que los obreros a nivel nacional se aprestaban a iniciar un paro para conseguir una nueva escala de salarios. En esta oportunidad habr�a de corresponder a la FIOM (Federaci�n Italiana de Obreros Metal�rgicos)  la iniciativa de plantear un pliego de reclamos y de convocar a la huelga a los trabajadores de la Pen�nsula en apoyo de la mencionada demanda. Los j�venes �ya con un pie en el estribo� como se dice pretendieron retrasar su salida para presenciar directamente la movilizaci�n y protesta del proletariado turin�s, cuya tradici�n de combatividad era mentada, pero result� ineficaz la acci�n por cuanto hab�an adquirido anticipadamente los billetes del tren y a ello se a�ad�a la misiva enviada a Pettoruti para que los aguardara a su arribo en Mil�n. 

Fracasado el intento de prolongar su estancia en Tur�n, sin embargo, les sirvi� de consuelo el hecho de saber que en Mil�n la jornada sindical promet�a suscitar actos de intensa beligerancia clasista y alcanzar significaci�n revolucionaria(75) porque, aparte de ser esa ciudad un centro industrial y comercial de gran desarrollo, era una plaza fuerte de los trabajadores italianos. 

La ida a Tur�n de Mari�tegui y sus amigos fue a todas luces una de las m�s extraordinarias lecciones que recibieron en Italia. Confirman los resultados, la honda impresi�n que quedara en cada uno de ellos y, tambi�n, c�mo habr�a de influir la experiencia del proletariado turin�s y de su tesonero conductor Antonio Gramsci, por esos a�os tan convulsionados por la voceada cercan�a de la revoluci�n mundial, con respecto a su autoformaci�n marxista y en sus tareas socialistas. 

Y con la preocupaci�n de no perder un solo detalle de la actividad huelgu�stica anunciada, los forasteros se marcharon de Tur�n con destino a Mil�n. En el trayecto entre las dos ciudades, desde las ventanillas del vag�n, se distrajeron viendo pasar raudamente ante sus ojos, at�nitos y escrutadores, una considerable superficie de la regi�n del Po y sus embelesadores paisajes buc�licos. El tren, tras de recorrer una distancia kilom�trica, lleg� a la �ltima estaci�n, fijada en su itinerario, jadeante y envuelto en una tenue bruma. 

Los tres amigos, sin descender del coche, hicieron esfuerzos inauditos por localizar la figura bohemia de Pettoruti, pregunt�ndose el uno al otro, de rato en rato, �c�mo ser�a aqu�l? y formulando apuestas sobre cu�l de ellos ser�a el primero en identificarlo. No dur� mucho el entretenimiento. Pronto quedaron convencidos de que estaban abandonados a su propia suerte y que el pintor no concurrir�a a la cita(76). Entonces los j�venes excursionistas, solos, en medio de tanta demostraci�n de bienvenida y hospitalidad que el gent�o prodigaba a los suyos, se abrieron camino con dificultad en direcci�n hacia un alojamiento cercano. 

Antes de que los forasteros tomen contacto con la poblaci�n milanesa y sus moradores, creemos oportuno dar paso a Jos� Carlos para que nos proporcione un esbozo interpretativo del lugar que ocupa Mil�n en la vida del pa�s. �La capital de la Italia moderna es �nos dice Mari�tegui�, Mil�n. �Plutos� y �Demos� residen en Mil�n; no pueden residir en Roma. Mil�n tiene caracter�sticas f�sicas de urbe occidental: gran industria, gran proletariado. Mil�n es un n�cleo de civilizaci�n capitalista. Mil�n es el ombligo y el motor de la vida econ�mica de Italia. Mil�n es una ciudad de alta tensi�n. Mil�n, es como dir�a un norteamericano, una ciudad al 100 por ciento. En Mil�n se respira la misma atm�sfera de usina, de bolsa de feria y de mercado que en Londres, que en Nueva York, que en Par�s. Romain Rolland encontrar�a en Mil�n todos los personajes de �La Foire Sur Place�. 

�En la Italia capitalista y en la Italia del Cuarto Estado, Mil�n juega un papel primario. Un poco ir�nicamente se llama a Mil�n la capital moral de Italia. Mil�n, con su escepticismo septentrional y socarr�n, se contenta de ser la capital econ�mica. Roma vive de sus fueros y de sus t�tulos pol�ticos y espirituales; Mil�n, de sus fuerzas y sus poderes econ�micos�(77). 

He aqu� pues, la importancia y trascendencia de la Ciudad a la cual llegaran los j�venes en busca de ense�anzas revolucionarias. Mari�tegui y Falc�n, con pleno dominio de la profesi�n period�stica, se lanzaron a la calle para conseguir informaci�n adecuada sobre el paro de los obreros metal�rgicos. Machiavello, evidenciando inquietud por los problemas de sus compa�eros, fue tras de ellos. El tr�o, no obstante el rigor del clima, se ambient� de inmediato. Sus figuras se hicieron familiares y respetadas dentro de los medios que empezaron a frecuentar con el prop�sito de desentra�ar las contradicciones de la situaci�n ideo-pol�tica-social de Mil�n. 

Entre los contactos m�s valiosos que lograron establecer los j�venes en quienes se confund�a la misi�n reporteril con la inquietud por el aprendizaje de nuevas experiencias en el campo social, podemos enumerar los habidos con la facci�n socialista de izquierda (compuesta de partidarios de Bordiga y Gramsci) y con los dirigentes del movimiento huelgu�stico de aquella localidad(78). Ambos enlaces resultaron inapreciables, ya que por ellos pudieron enterarse de los pormenores en torno a las conversaciones de arreglo que ven�an sosteniendo los obreros e industriales, as� como de las implicancias derivadas de dichas negociaciones. En el fondo este di�logo s�lo respond�a a una pol�tica de desgaste, h�bilmente organizada por los propietarios fabriles y sus asesores, para sitiar por inanici�n a los trabajadores en huelga. Y como este objetivo no diera los resultados aguardados dentro del tiempo fijado por la estrategia patronal, se recurri� a otro m�todo m�s expeditivo al disponer que la fuerza p�blica tomara posesi�n de los establecimientos Romeo de la ciudad. Los obreros, de inmediato, reaccionaron contra la actitud empresarial, procediendo a ocupar el 30 de agosto de 1920 las trescientas f�bricas de Mil�n, no obstante que su finalidad carec�a de orientaci�n revolucionaria pues se encontraban dirigidos por elementos reformistas de la FIOM. El paro fabril no pudo evitar al principio que la violencia se extendiera tambi�n por Tur�n, G�nova y por las principales ciudades del llamado �tri�ngulo� (por la figura geom�trica que forman dentro del �rea geogr�fica de la zona norte de Italia, las tres provincias: G�nova, Tur�n y Mil�n). Entretanto el gobierno, en cumplimiento del nuevo plan elaborado por la clase dominante destinado a reprimir las aspiraciones de los obreros, procedi� a imponer una estricta vigilancia armada en torno a los edificios capturados por los perturbadores con el objeto de aislarlos de toda ayuda exterior y obligarlos rendirse a corto plazo. 

La atm�sfera por aquella �poca estaba sumamente cargada de tensi�n. Y los acontecimientos se suced�an con incre�ble celeridad. El sector campesino del pa�s, deseoso como estaba de lograr algunas ventajas fundamentales, no s�lo se pleg� a la huelga convocada por el proletariado citadino sino que, a su vez, invadi� las tierras, organiz� las denominadas �ligas rojas�, las cooperativas y, adem�s, present� un pliego de reivindicaciones a los propietarios del agro. 

Los trabajadores en poder por el momento de las f�bricas no permanecieron inactivos dentro del interior de ellas, pues nombraron sus consejos de administraci�n y pusieron audazmente en funcionamiento el complejo mecanismo industrial, transform�ndose de simples ejecutores en directores del proceso de producci�n, a�n cuando ni siquiera dispon�an del personal completo de t�cnicos. Entusiasmados con esta nueva fase de su acci�n, en improvisada ceremonia de orgullo proletario izaron en los locales de las empresas bajo su control banderas rojas y negras de acuerdo con las ideolog�as predominantes en el movimiento obrero. Mientras en las calles el pueblo en manifestaci�n de respaldo y solidaridad pregonaba las consignas sindicales y entonaba el himno de los trabajadores �Bandiera rossa� (Bandera roja). 

Y a medida que el conflicto parec�a adquirir perfiles de suma gravedad para el sistema tradicional, por la efervescencia y pujanza de las masas revolucionarias comprometidas en el paro, �II Popolo d'ltalia�, diario fascista, en su edici�n correspondiente al 5 de setiembre de 1920, advert�a su propio director Benito Mussolini: �Nosotros nos opondremos por todos los medios a una experiencia bolchevique�(79). Por cierto que esta declaraci�n no respond�a a una bravata m�s de las que estaba acostumbrado a propalar este personaje, todos recordaban que los �Fascios italianos de combate� (creados el 23 de marzo de 1919) se dedicaban a ejercitar el terror y la violencia sin ninguna consideraci�n y respeto para la persona humana. En el breve historial de esta agrupaci�n, pues apenas ten�a, poco m�s de un a�o de existencia, detentaba ya dos siniestros atentados: el primero, fue el asalto a la redacci�n e incendio del local de �Avanti�, peri�dico oficial del Partido Socialista italiano (15 de abril de 1919); y el segundo, la acci�n perpetrada al arrojar una bomba de mano sobre una pac�fica reuni�n de socialistas milaneses 17 de noviembre de 1919), la cual caus� un regular n�mero de heridos(80). 

El a�o de 1920 estuvo signado por los repetidos reveses que padeci� la clase obrera italiana en su lucha por conquistar mejores condiciones de vida y perspectivas hist�ricas. El gobierno, en complicidad con el sector capitalista, continu� el asedio y, finalmente, enquistado el movimiento huelgu�stico y sin posibilidades de progresar por las limitaciones de la l�nea sindical reformista, preparada por los dirigentes de la FIOM y por el cintur�n de millares de soldados alrededor de sus centros de trabajo, no les qued� otra alternativa que ceder frente a la presi�n patronal-policial. Pero como el encono de los obreros era demasiado agudo contra los propietarios, los directivos de la Federaci�n optaron por abrir negociaciones directas con el gobierno de Giolitti, llegando a un convenio para la devoluci�n de todas las empresas en poder del proletariado. Esta medida ciento por ciento entreguista, marc� el t�rmino de los Consejos de F�brica y, a partir de este momento, se inici� el descenso revolucionario entre las masas asalariadas. La agitaci�n social se desgast� y poco a poco languideci�. 

Lo curioso del caso es que la contienda clasista puso en evidencia, no obstante la derrota que signific� para el sector laboral y sus m�s sentidas ambiciones, el enorme poder�o y la capacidad de creaci�n que pose�an los trabajadores. El hecho ins�lito de apoderarse de las f�bricas y de haberlas dirigido en tan adversas condiciones, con cierta eficiencia, hubo de impresionar y de alarmar profundamente a los poseedores de aquellos complejos industriales. Por estas razones incontrovertibles la clase superior, en la cual perviv�a el miedo al �espectro rojo�, insisti� en intensificar la ofensiva con el prop�sito de evitar nuevos brotes de protesta y de movilizaci�n obrero-campesina. Parec�a intuir aquel sector, que si se presentaba la oportunidad de reincidir la lucha de intereses contrapuestos, pod�a la clase explotada liberarse definitivamente de la opresi�n del sistema capitalista. Es as�, que sin p�rdida de tiempo, se agrup� la clase dirigente en dos poderosas confederaciones generales de la industria y de la agricultura, respectivamente, con el objeto de proteger sus privilegios. Por eso no es de extra�ar que desde la iniciaci�n de sus actividades, las dos flamantes instituciones, financiaran a las huestes fascistas en contra de la subversi�n social. 

Frente a la cr�tica situaci�n que emerg�a, despu�s de la capitulaci�n sufrida por el proletariado en la reciente huelga de car�cter nacional, Mari�tegui y sus amigos que vivieron esa conmovedora realidad social al entraren contacto permanente con los obreros y dirigentes del paro en Mil�n, mediante la observaci�n directa de los acontecimientos protagonizados por �stos, las entrevistas realizadas en torno a los objetivos gremiales y, tambi�n, por la plena identificaci�n con los problemas y aspiraciones de las bases que pugnaban por la adopci�n de un encauzamiento m�s ajustado a la l�nea clasista, llegaron a la conclusi�n de que el rev�s anotado guardaba �ntima relaci�n con la finalidad meramente econ�mica que impulsaba al paro e igualmente con la nefasta tendencia oportunista de los dirigentes del partido Socialista italiano y del movimiento sindical(81). En este sentido, hasta Mussolini coincidi� con el m�vil de la huelga y desde las columnas de su peri�dico �II Popolo d'ltalia�, de fecha 10 de agosto de 1920, que se imprim�a en Mil�n, sostuvo una en�rgica campa�a intimidatoria porque la paralizaci�n laboral no sobrepasara los l�mites estrictamente econ�micos. Cabe en esta coyuntura retrotraer una invocaci�n y un comentario que escribiera Jos� Carlos tiempo m�s tarde, para tener una visi�n lo m�s n�tida posible de los fines alentados por la jornada que vinimos mencionando, que dice as�: �sin teor�a revolucionaria, no hay acci�n revolucionaria� repet�a Lenin, aludiendo a la tendencia amarilla a olvidar el finalismo revolucionario por atender s�lo a las circunstancias presentes�(82). 

Precisamente contra aquella actitud conciliadora hacia el sistema tradicional, que acababa de provocar el fracaso pol�tico de la ocupaci�n de las f�bricas, y con ello, la desmoralizaci�n y abatimiento de las masas trabajadoras en la Pen�nsula, se alz� el clamor incontenible de la izquierda marxista para no seguir tolerando la orientaci�n entreguista de los l�deres del Partido Socialista italiano. Reclamaban aqu�llos que, en plazo perentorio, se aprobara una nueva l�nea pol�tica-ideol�gica sobre la base de los principios de la III Internacional ya que el Partido Socialista era una de las secciones de este organismo revolucionario. Las condiciones objetivas y subjetivas de la realidad social estaban dadas para trocarse (de una fuerza pol�tica esencialmente formalista) en una agrupaci�n que representara aut�nticamente la concepci�n del partido proletario. 

�Este hecho �apunta Fiori� hab�a apagado las disensiones. En el momento del combate, todos volv�an a encontrarse (se refiere a la unidad de la minor�a marxista de izquierda): la ola revolucionaria alineaba en un mismo frente a Tasca y al grupo gramsciano de educaci�n comunista, a los bordiguianos (Parodi, Boero) y a los dirigentes de la secci�n (socialista de Tur�n): Togliatti, Montagnana, Terracini, etc. Pero en algunas f�bricas el extremismo de fuertes n�cleos de obreros iba en una direcci�n que no pod�a dejar de preocupar a Gramsci. Hab�a la tendencia de romper enseguida con el partido Socialista italiano, a se ararse de �l para constituir un nuevo partido, el Partido Comunista�(83). 

El intento divisionista, propiciado por uno de los sectores de la minor�a marxista, era diametralmente opuesto a la posici�n adoptada por el l�der de los �ordinovistas�, quien preconizaba p�blicamente la tesis de renovar el Partido Socialista desde dentro, sin apartarse de �l, ni consumar su desintegraci�n. 

Situado el movimiento socialista italiano en esta verdadera encrucijada, no s�lo por la falta de la m�s m�nima capacidad para actuar en un ambiente de ascenso revolucionario, sino tambi�n por la disposici�n contemporizadora del grupo centrista de Serrati (que ejerc�a la direcci�n) para con el ala reformista de derecha (conducida por Turati) que se opon�a a la consigna de la dictadura del proletariado y a las �21 condiciones� (requeridas por la III Internacional), la minor�a revolucionaria que militaba en las filas del socialismo intensific� su lucha para superar este estado de cosas pero teniendo presente dos elementos fundamentales: combatir la orientaci�n de Turati y compa��a y observar las ense�anzas de Lenin, quien hab�a demostrado en los hechos �que el proletariado no puede vencer a sus enemigos si no existe el Partido Comunista. Partiendo de la experiencia de la Revoluci�n de Octubre habr�a de revelar, asimismo, la inconsistencia absoluta de los criterios sostenidos por algunos oportunistas de izquierda, los cuales reconoc�an la dictadura del proletariado, pero negaban la necesidad de un partido obrero, de disciplina f�rrea estrechamente centralizado y vinculado por lazos estrechos a las masas�(84). 

En medio de esta compleja situaci�n, Jos� Carlos y sus amigos no perdieron un solo aspecto de tan cr�tico per�odo que hubo de sortear el Partido Socialista ni tampoco los encendidos debates que se suscitaron en torno a esta inquietante realidad. Por esta �poca, se hallaba pr�xima la fecha de reuni�n del congreso nacional de dicha agrupaci�n pol�tica, y se confiaba que ah�, a la luz de los acontecimientos hist�ricos que conmov�an a Europa occidental y de acuerdo con las condiciones econ�micas, pol�ticas y sociales que gravitaban sobre el reino it�lico, se resolver�a el dif�cil conflicto interno que, inexorablemente, debilitaba a las fuerzas socialistas de este pa�s. 

Y estando los tres j�venes inmersos en esta atm�sfera que amenazaba fragmentar al Partido Socialista en diferentes facciones, Mari�tegui con la informaci�n que atesoraba sobre este proceso, escribi� un art�culo destinado a �El Tiempo�, comentando la agudizaci�n de la crisis con motivo de la fracasada ocupaci�n de las f�bricas y sus posibles repercusiones ideo-pol�ticas entre las masas de la Pen�nsula, pero la censura lime�a no le dio pase y, por tanto, no apareci� el trabajo, fechado y firmado en Mil�n el mes de setiembre de 1920, en la conocida y le�da secci�n �Cartas de Italia�(85). 

Tan pronto tuvieron los forasteros unos d�as de tregua dentro de su intensa actividad informativa y partidaria, acicateados por la curiosidad de conocer la urbe milanesa, pasearon por los lugares famosos, tales como el teatro de la Scala de Mil�n(86), la imponente catedral, las hermosas plazas con sus surtidores murmurantes, las vetustas calles de tradiciones fascinantes y los innumerables recodos marcados por la historia y la leyenda. Ah�, en uno de esos rincones de belleza indescriptible, evocaron la figura de lino, que quiz�s hubo de anticiparse en el mismo recorrido siglos atr�s(87). 

Prosiguiendo su plan de conocer la metr�poli, se encaminaron al local donde funcionaba el �rgano oficial del Partido Socialista italiano �Avanti�, que fuera fundado en 1896. Charlaron de paso con Serrati, director de la mencionada publicaci�n. No se animaron a hacer lo mismo con el peri�dico �II Popolo d'ltalia� ni dieron muestras de inter�s por entrevistarse con su director, Benito Mussolini (aunque un a�o despu�s Falc�n, por razones period�sticas habr�a de retornar a Mil�n y conversar con �l). Debemos recordar que no obstante la pol�tica de violencia que alentaba Mussolini y el hecho de haber sido Mil�n la cuna del fascismo (fue fundado el 23 de marzo de 1919), no les atrajo ni siquiera los ademanes histri�nicos del vocero de la contrarrevoluci�n. No llegaron a tomar en serio a los �Fasci di Combattimento�, quiz�s si por la aplastante derrota electoral experimentada por aquella fuerza (el 16 de noviembre de 1919) en la que s�lo pudieron obtener a duras penas 4,657 votos contra 170,000 del Partido Socialista (de la zona milanesa) o porque este grupo de provocadores se hallaba financiado por los sectores ultra reaccionarios del capitalismo industrial y agrario. 

Casi en v�speras de dejar la ciudad para trasladarse a Venecia, los tres paseantes fueron al encuentro de Pettoruti a quien deseaban conocer personalmente. �El nombre del pintor Emilio Petto Ruti (sic) �advertir� Mari�tegui� no es un nombre desconocido para el p�blico. Yo lo conoc� en Mil�n. En un cuarto de hora �ramos ya antiguos amigos. La vida quiso esta vez ser l�gica. Hubo instantane�smo y futurismo cabales y perfectos en este encuentro milan�s. Tres d�as despu�s yo part�a para la Venecia pasadista. Pero nuestra amistad era demasiado s�lida para que la comprometiera mi evasi�n de Mil�n y su galer�a�(88). 

A su vez Pettoruti nos ofrece similar explicaci�n, pero aludiendo m�s concretamente a ciertos detalles que omite Mari�tegui. �Tuve un placer muy grande en verlo y el disgusto de comunicarle mi imposibilidad de dejar Mil�n �confiesa el pintor�. Esto doli� a Jos� Carlos: era su primer viaje a Venecia, su primer contacto con la obra de muchos grandes artistas que nos merec�an opiniones diversas; quer�a recorrer conmigo los museos, nos lo hab�amos prometido; pero ... En lo que respecta a m�, hube de contentarme con ver a mi amigo a la ida y a la vuelta�(89). 

Si comparamos una y otra versi�n, precedentes, podemos deducir de su lectura que hubo un conato de distanciamiento entre los dos amigos que fue r�pidamente superado. 

Los tres forasteros tuvieron que resignarse con viajar a Venecia sin la compa��a de Pettoruti, quien hubiera sido un magn�fico cicerone para un lugar tan identificado con el arte. 

Para Mari�tegui �repetimos� lo que contaba no eran las bellas letras y las artes, que hab�an sido parte consustancial de su formaci�n humanista en su etapa adolescente, sino fundamentalmente su inquietud ideol�gica y pol�tica. Claro est� que continu� satisfaciendo aquellos requerimientos espirituales, pero sin anteponerlos a su vocaci�n de ide�logo. A tal punto que, cuando se convirti� en militante activo del marxismo revolucionario, todo devino alrededor de sus convicciones ideol�gicas y pol�ticas. Convengamos que su humanismo basado en el idealismo burgu�s se transform� en un tipo de humanismo socialista. 

Aclarado este aspecto medular en la vida de Jos� Carlos, pasamos a dar cuenta que �l y sus acompa�antes arribaron a Venecia, cinco o seis d�as antes de finalizar el mes de setiembre de 1920(90). De inmediato, y haciendo uso de las conexiones facilitadas por los compa�eros de Mil�n, establecieron relaci�n directa con los dirigentes de la minor�a izquierdista que operaba en la provincia de Venecia. Estos al par que recibieron a los forasteros poniendo en evidencia su internacionalismo proletario, los invitaron a concurrir a las reuniones del partido, donde los visitantes expusieron brevemente sus puntos de vista con respecto a los problemas de la actualidad pol�tica y acerca del vigoroso movimiento por la renovaci�n del Partido Socialista(91). Los j�venes trotamundos, en su condici�n de militantes del socialismo, hab�an vivido muy cerca de los protagonistas y de los sucesos de la gran huelga en Tur�n y Mil�n que ven�a declinando precisamente por aquellos d�as. 

La sorpresa para los viajeros fue que hasta Venecia se hubiera extendido la repulsa hacia los dirigentes reformistas y que, cada vez, cobrara mayor fuerza la exigencia de introducir cambios radicales dentro del partido que a�n segu�a utilizando los viejos m�todos tradicionales, que frustraban los intentos revolucionarios de la clase trabajadora. 

Se notaba tambi�n cierta preocupaci�n por contribuir a elaborar los fundamentos org�nicos para la remoci�n del partido. El grupo de izquierdistas del V�neto apoyaba del modo m�s resuelto la actividad marxista inspirada en el n�cleo turin�s dirigido por Gramsci. Simult�neamente con su inter�s pol�tico, los forasteros se dieron tiempo para echar un vistazo sobre la atractiva Ciudad de los lagos(92). 

Y cuando lo hicieron fue indescriptible la emoci�n que experimentaron los tres amigos en Venecia. A tal punto, que la enso�aci�n y la fantas�a quedaban por debajo de la realidad(93). La ciudad se levantaba sobre un archipi�lago de peque�as islas, separadas por canales y unidas por puentes. Era en su conjunto, un lugar sumamente pintoresco. Ah� se combinaban los oros, los rojos y los blancos, los mosaicos dorados; y las apacibles g�ndolas que navegaban por los estrechos canales. 

Dejemos que el propio Mari�tegui nos relate una an�cdota que le ocurriera en los d�as que vivi� y admir� la ciudad del V�neto. �En una estancia de un hotel del Lido, con las ventanas abiertas al panorama de Venecia y a la m�sica de las g�ndolas de la Laguna �escribe nuestro personaje�, he le�do esta nov�sima edici�n de la obra (�Los amantes de Venecia�) de Maurras. Ha sido �sta una lectura casual. Pero yo he resuelto imagin�rmela intencionada. Porque es absolutamente necesario que, en estos d�as de setiembre, en que Venecia est� poblada de gentes que vienen a veranear a la playa del Lido, y que no se preocupan de la historia de la rep�blica de los Dux (Pr�ncipe magistrado Supremo en las rep�blicas de G�nova y Venecia), alg�n peregrino m�s o menos sentimental se acuerde de los pobres amantes (Alfredo de Musset y Jorge Sand(*) que a�n vivieron los cap�tulos m�s intensos de su novela�. 

�El autor de �Los Amantes de Venecia� es el mismo Charles Maurras que dirige �L'Action Francaise�, el mismo escritor mancomunado con el insoportable chauvinista Le�n Daudet en la literaria empresa de predicar a los franceses la vuelta a la monarqu�a. Es, por ende, un tipo a quien habitualmente detesto. Pero esta vez me resulta simp�tico. Su libro es agradable. Tan agradable que, ley�ndolo, se olvida uno del editorialista de la absurda �L'Action Francaise�. 

�Los otros bi�grafos de �Los Amantes de Venecia� no han sabido ser imparciales. Charles Maurras sabe serlo en su libro. No defiende ni detracta a ninguno de los amantes. Su justicia, al hablar de uno y otro, es tal que los mussetistas lo acusan de admirador de Jorge Sand y los sandistas de partidario de Musset�(94). 

Pasamos a insertar, a colocaci�n, un fragmento de la cr�tica que escribiera Jos� Carlos en Venecia sobre la obra pict�rica de Beltr�n. Mass�s. ��D�nde y cu�ndo he conocido la pintura de Beltr�n Mass�s? En la exposici�n Internacional de Venecia de 1920. Beltr�n Mass�s estuvo exuberantemente representado en esa Exposici�n. La mostra individuale de Beltr�n Mass�s, en Venecia, fue, precisamente, el punto de partida de su �xito internacional. Present� a un mundo cosmopolita veintid�s cuadros del pintor mediterr�neo, que ocupaban enteramente la V Sala de la Exposici�n. Entre estos cuadros se contaban la Maja maldita y otras majas de decisiva influencia en la reputaci�n de Beltr�n Mass�s. Visit� varias veces la Exposici�n. Me detuve siempre algunos minutos en la sala de Beltr�n Mass�s. No consegu� nunca que su arte me emocionara o me atrajera. Y cuando un cr�tico escribi� que Beltr�n Mass�s era un Guido da Verona de la pintura, di toda mi adhesi�n espiritual a este juicio. Sent� concisa y n�tida- mente formulada mi propia impresi�n sobre el arte del pintor de estas majas invertebradas y literarias. 

�La Exposici�n reun�a en Venecia a un egregio conjunto de obras de arte moderno. Cuadros de Paul C�zanne, Ferdinand Hodler, Vicent Van Gogh, Paul Sinac, Henri Matisse, Albert Marquet, Antonio Macini, etc.; esculturas de Alexandre Archipenko. En esta compa��a un Beltr�n Mass�s no pod�a destacarse�(95). 

Finalmente los tres j�venes forasteros decidieron retornar al lugar de partida, para lo cual tuvieron que cruzar de banda a banda toda la zona norte italiana, desde el mar Adri�tico hasta el Mediterr�neo, atravesando deslumbrantes llanuras e incomparables paisajes de la pr�diga naturaleza peninsular. Llegaron a G�nova los primeros d�as del mes de octubre de 1920(96). Y, desde luego, se instalaron en la peque�a ciudad de Nervi, a pocos kil�metros de distancia del puerto genov�s, en la muy confortable pensi�n familiar del t�o de Anita, quien les hubo de ofrecer la m�s acogedora hospitalidad(97). Al poco tiempo de estar compartiendo este excelente clima de Nervi, Falc�n se vio obligado a ausentarse por tener que viajar a Roma(98) donde lo aguardaban algunos asuntos relacionados con su actividad period�stica. No olvidemos que �l era corresponsal viajero del diario �El Liberal� de Madrid. 

As� pues s�lo habr�an de quedarse residiendo en la ciudad, Machiavello quien reasumi� su cargo de C�nsul General del Per� en G�nova y Jos� Carlos imantado por el amor a Anita y obedeciendo al profundo inter�s de iniciar contactos pol�ticos con los trabajadores del Primer Puerto mar�timo de Italia. Era tal la voluntad de aprender en Mari�tegui, que una ocasi�n tan propicia como aquella no pod�a dejar de aprovecharla. 

Cabe tener presente que G�nova pose�a talleres metal�rgicos, de construcci�n de maquinaria, f�bricas de loza, de conservas, de tejidos, etc. Adem�s soportaba, de acuerdo con la �poca, un intenso movimiento mar�timo. En 1920, precisamente, el n�mero de buques ingresados en el puerto fue de 3,236. Debido a estas circunstancias peculiares, contaba con una apreciable cantidad de trabajadores industriales y portuarios. 

G�nova, por su creciente desarrollo fabril, ven�a a ser uno de los centros m�s importantes de la Pen�nsula. Y por estas razones, nos explicamos el af�n de Jos� Carlos de vincularse con la masa proletaria. 

En Nervi hubo Mari�tegui de reencontrarse con V�ctor Nava con el cual compartiera su amistad a los pocos d�as de arribar a G�nova. 

Acababa de tornar Nava al balneario genov�s, luego de un viaje por el sur del pa�s para conocer personalmente a sus familiares provenientes de la l�nea paterna y, de paso, reclamar parte de un legado trasmitido por sus abuelos(99). 

Ah�, en aquel lugar de reposo, despu�s de las agotadoras jornadas de viaje y de las experiencias recogidas durante el recorrido por el �tri�ngulo� y Venecia, Jos� Carlos se entreg� a ahondar sus estudios sobre la clase obrera, no s�lo en su papel �sta de portavoz de los intereses de su propia clase, sino como el sector llamado a representar a todos los trabajadores. En este sentido, Mari�tegui tuvo en consideraci�n que la pr�ctica es fundamental en toda concepci�n o punto de vista marxista. Y claro est� que, en concordancia con el procedimiento adoptado, hubo de recurrir al intercambio de opiniones con los integrantes de �la fracci�n del partido, la m�s joven, que se pronunci� por la estrategia comunista...�(100) Es necesario tener presente que esta minor�a marxista, a la cual se incorpor� Jos� Carlos en G�nova, hab�a protagonizado en su breve historia algunas tareas ejemplares. Tal como el caso de la movilizaci�n de masas, organizada en solidaridad yen apoyo a la huelga de Tur�n del mes de abril de 1920 que, en�rgicamente, impidiera el traslado de las tropas y pertrechos destinados a reprimir el citado paro. 

Las discusiones, promovidas por Jos� Carlos(101), se caracterizaron por tener un cierto nivel doctrinario al hacer el an�lisis de los problemas te�ricos del desarrollo del proletariado as� como de la pr�ctica pol�tica diaria de la lucha de clases(102). Al tocar este �ltimo aspecto, advirti� Mari�tegui �siguiendo el pensamiento de Lenin y Gramsci� que la lucha de clases conduce inevitablemente a la dictadura del proletariado. Y, entonces, puestos frente a esta realidad, los miembros de la minor�a marxista, no les qued� otra alternativa m�s que activar su preparaci�n ideol�gica para estar en condiciones de poder afrontar los objetivos de la acci�n revolucionaria(103). 

En cierta forma se ven�a librando, en el seno de la minor�a de izquierda socialista y con aquel intercambio de opiniones, un debate ideol�gico y pol�tico contra la teor�a y la pr�ctica socialdem�crata o sea contra el aburguesamiento de los partidos socialistas y de sus representaciones parlamentarias. Se trataba de extender el conocimiento de la teor�a, de hacer de �sta la gu�a insustituible del movimiento, a trav�s de un proceso de educaci�n, de convencimiento, de elevaci�n del nivel ideol�gico. Jos� Carlos estaba plenamente convencido, como sus compa�eros del c�rculo socialista, que s�lo el conocimiento y el dominio de la teor�a y su aplicaci�n creadora podr�a contribuir a unificar el pensamiento y la acci�n marxista. Esta labor esclarecedora estaba encaminada, tambi�n, a superar la honda crisis que afectaba al �...partido socialista, dividido en tres corrientes, no se decid�a por la colaboraci�n ni por la revoluci�n. Dominaba en sus rangos dirigentes, lo mismo que en la Confederaci�n General del Trabajo, una mentalidad parlamentaria, bajo una habitual declamaci�n subversiva� � escribe Mari�tegui� (104). 

Por aquellos d�as Machiavello, como hemos anticipado era un entusiasta activista del ala izquierda del socialismo italiano y, por esta situaci�n singular, pudo seguir de cerca la acci�n desplegada por Mari�tegui para contribuir a transformar la estructura del cuestionado Partido Socialista, desde dentro, en su condici�n de militante del mismo y de conformidad con la tesis de Gramsci y las resoluciones del Segundo Congreso de la III Internacional(105). 

Nos relata Machiavello que, en cumplimiento de las tareas y consignas aprobadas por el n�cleo marxista, Jos� Carlos interven�a en forma directa y resuelta en la campa�a por unificar entre los socialistas las opiniones de los que en una u otra manera subestimaban la importancia de la organizaci�n del partido de la clase obrera; y, tambi�n, colaboraba en la implantaci�n de las nuevas normas de vida interna. 

As�, cuando se trataba de extender la influencia de la minor�a socialista en las organizaciones de masas, mediante la propaganda y agitaci�n sistem�tica, Mari�tegui se trasladaba a las f�bricas, a los locales sindicales y a otros centros similares, para esclarecer la funci�n dirigente de la clase obrera y para inculcar en la conciencia de los trabajadores el advenimiento de la sociedad socialista(106). En el curso de estas intervenciones orales, Jos� Carlos pon�a �nfasis para condenar las concepciones burguesas desviacionistas y para reavivar el fuego de la lucha de clases(107). Terminada la actuaci�n, asegura Machiavello que Mari�tegui sol�a quedarse unos minutos departiendo con los obreros pol�ticamente m�s conscientes y de ideas marxistas que se perfilaban como dirigentes revolucionarios (108). 

Este per�odo de lucha intensa que vive Jos� Carlos en G�nova corresponde a la fase marxista-leninista por la que discurre el ala izquierda del socialismo. �El estudio de las v�as concretas de desarrollo de la revoluci�n socialista en Italia fue obra de un grupo de militantes j�venes del Partido Socialista italiano �se�ala Togliatti�, guiados por Antonio Gramsci, que a poco habr�a de ser uno de los fundadores y dirigente reconocido del Partido Comunista Italiano�(109). Y entre estos j�venes, incuestionablemente estaba Mari�tegui. 

Empezaba la minor�a marxista a convertirse en la vanguardia ideol�gica y organizativa de la clase obrera genovesa y a dar los primeros pasos para estar en condiciones de que el Partido Socialista pudiera observar las exigencias de la Internacional para admitir en su organizaci�n a una fuerza pol�tica revolucionaria. 

Las diferencias ideol�gicas de los n�cleos de izquierda que hab�an quedado reducidas a dos posiciones: los bordiguianos que sosten�an la conveniencia de la fundaci�n de un nuevo partido y los gramscianos, la reorganizaci�n del Partido Socialista desde dentro, iban super�ndose debido a los requisitos que se interpon�an para adherirse a la III Internacional. �En la primera quincena de octubre de 1920 se hab�a lanzado el Manifiesto-Programa de la fracci�n comunista. Lo firmaban, en representaci�n de todos los grupos: Bombacci, Bordiga, Fortichiari, Gramsci, Misciano, Pobbano, Repossi y Terracini. As� la base de la fracci�n estaba constituida�(110). 

�Despu�s del Manifiesto-Programa de la Fracci�n Comunista, Gramsci escribe Fiori� hab�a acusado a la reacci�n de querer golpear Tur�n �como sede de un pensamiento pol�tico preciso que amenaza con conquistar la mayor�a del Partido Socialista italiano�, que amenaza con transformar el partido de �rgano de conservaci�n de la agon�a capitalista en organismo de lucha y de reconstrucci�n revolucionaria. 

Una semana despu�s, el 24 de octubre en la nota titulada �La Frazione comunista�, escrib�a: �Los comunistas quieren organizarse ampliamente y conquistar el gobierno del Partido Socialista y de la Confederaci�n General del Trabajo�(111). 

Prosiguiendo con la realizaci�n de los objetivos revolucionarios de la minor�a marxista, Mari�tegui trabajaba febrilmente a nivel de las basespara que el socialismo pueda intervenir con �xito en las elecciones administrativas(112) que tuvieran lugar entre el 31 de octubre y el 7 de noviembre de 1920. En esa oportunidad el Partido Socialista volvi� a obtener otra ruidosa y resonante victoria electoral, conquistando la mayor�a en 2,162 ayuntamientos sobre un total de 8,000 (entre ellos Mil�n y Bolonia) y en 26 provincias sobre 69. 

Luego de este sonado triunfo para los socialistas, se intensifica la pol�tica de terror y de atentados del fascismo con el avieso prop�sito de lograr un mayor apoyo por parte de los sectores ultra reaccionarios del capital financiero, industrial y agrario. 

A esta altura de las cosas Jos� Carlos, cuyo pensamiento se conjugaba con su militancia activa, decide trasladarse a Roma para participar en las tareas preparatorias del pr�ximo Congreso Nacional del Partido Socialista a celebrarse en Livorno en el mes de enero de 1921. 

Mari�tegui, al momento de ausentarse de G�nova, se despide de la bella Anna, de sus amigo Nava, Machiavello y de los integrantes del ala izquierda socialista(113). 

Poco despu�s, a mediados del mes de noviembre de 1920, dando .inequ�vocas muestras de inmensa fatiga debido a sus andanzas por el norte de la Pen�nsula y de depresi�n por la ausencia de su amad�sima madona toscana, vemos a Jos� Carlos nuevamente por la Ciudad Eterna, de paso a Livorno donde tendr� lugar el 15 de enero de 1921 el XVII� Congreso Nacional del Partido Socialista italiano. En Roma otra vez se reunir� con sus antiguos amigos: Falc�n, L�pez Aliaga y Oca�a(114). Visitar� tambi�n al doctor Arturo Osores, Ministro del Per� en Italia, con quien compart�a la dorada expatriaci�n impuesta por el gobierno de Legu�a. Y cosa curiosa, su compa�ero de inquietudes art�sticas y mundanas don Pedro L�pez Aliaga lo enlazar� nada menos que con Jos� de la Riva Ag�ero y Osma y, asimismo, lograr� reconciliarlo con Luis Varela y Orbegoso (Clovis), editorialista del diario �El Comercio�, con quien estaba malquistado desde la publicaci�n del ponzo�oso ataque period�stico que le hiciera �ste a ra�z del suceso prota�gonizado por la bailarina extranjera Rouskaya en la necr�polis lime�a. Aquellos empingorotados caballeros gozaban, de la hospitalidad romana. 

De su encuentro con Riva Ag�ero en la capital italiana, Jos� Carlos dejar� constancia al revelar la simpat�a pol�tica de dicho personaje: �me manifest� en Roma su inter�s por el grupo �L'Idea Nazionale� ya absorbido por el fascismo y otros intelectuales de derecha�(115). 

En aquella oportunidad, Mari�tegui consecuente con su militancia socialista habr� de reanudar sus actividades pol�ticas, de inmediato, entrando en relaci�n con el c�rculo de izquierda romana al cual pertenec�a desde su llegada por primera vez a esa urbe. Ah�, en el seno de la mencionada organizaci�n, ofrecer� una charla sobre la huelga del llamado �tri�ngulo� (conformado por las ciudades industriales de G�nova, Tur�n y Mil�n) a trav�s de su experiencia directa en las luchas obreras y de sus contactos con las bases sindicales de la citada zona geogr�fica(116). Jos� Carlos �como hemos anotado� ven�a cooperando febrilmente con la campa�a de captar nuevos miembros y en el esfuerzo por crear las condiciones propicias con el deliberado objetivo de que su grupo de izquierda, enquistado dentro del Partido Socialista italiano, asumiera la direcci�n del mismo y le imprimiera una l�nea ideol�gica aut�nticamente revolucionaria. 

Mari�tegui en la capital peninsular pudo observar, adem�s, c�mo la violencia y el terror desatado por el fascismo se acrecentaba. En esta escala represiva, hasta los camaradas de su propio c�rculo fueron v�ctimas de los reprobables excesos promovidos por las bandas de Mussolini en su siniestro af�n de destruir el movimiento marxista. 

En tan incierto estado de cosas Jos� Carlos abandona la ciudad de Roma, para trasladarse a Florencia, en compa��a de don Luis Varela y Orbegoso y C�sar Falc�n. Volv�a nuestro biografiado a Florencia por segunda vez. No bien se instalan los peregrinos, salen en busca de Giovanni Papini(117), con el cual departen algunas horas sobre diversos temas de actualidad: corrientes ideol�gicas, �futurismo�, modernismo, escuelas y capillas literarias y art�sticas, fil�sofos y su filosof�a, libros de autores contempor�neos y acerca de los personajes pol�ticos m�s significativos de la escena mundial. 

Estando inmerso en aquella atm�sfera formativa yen descubrir uno a uno los secretos de la ciudad florentina �en el a�o justamente que se cumpl�a un centenario m�s de Dante Alighieri�, llega a sus manos un ejemplar de "L'Ordine Nuovo" transformado en diario oficial del Partido Socialista italiano (1� de enero de 1921). Jos� Carlos al leerlo, con avidez, deplora que para tal cambio se haya tenido que sacrificar la calidad de su contenido. Ya no es lo mismo que cuando sal�a como revista. Aunque Gramsci contin�a como Director del mencionado vocero socialista. 

�C�sar Falc�n y yo �dir� Mari�tegui� aguard�bamos en Florencia, que no est� sino a cuatro horas de Livorno, la fecha de la reuni�n del Congreso. Ocup�bamos nuestro tiempo visitando los museos, los palacios y las iglesias de Florencia. Yo conoc�a ya Florencia perfectamente. Hac�a, pues, de cicerone de Falc�n que, por primera vez, la visitaba�. 

�Un d�a �prosigue Jos� Carlos� un periodista amigo nos enter� que el Conde Karolyi resid�a de inc�gnito en una pensi�n de Florencia. Naturalmente, resolvimos en seguida buscarlo; el instante no era propicio para entrar en relaci�n con el ex-presidente h�ngaro. Los periodistas acababan de descubrir su presencia de inc�gnito en Florencia y lo asediaban para reportearlo. El Conde Karolyi, por consiguiente evitaba las entrevistas de los desconocidos. Sin embargo, Falc�n y yo conseguimos conversar con �l. Charlamos extensamente sobre la situaci�n h�ngara, en particular. En aquellos d�as, cinco comunistas h�ngaros, Agosto, Nyisz, Sgabado, Bolsamgi, y Kalamar, comisarios del pueblo del gobierno de Bela Kun, hab�an sido condenados a muerte por el gobierno de Horthy. Karolyi estaba profundamente consternado por esta noticia, y puesto que su inc�gnito hab�a sido violado por varios periodistas, decidi� renunciar definitivamente a �l para suscitar una campa�a de opini�n internacional en favor de los excomisiarios del pueblo h�ngaro condenados a muerte. 

�Aprovech� de todos los reportajes que se le hicieron para solicitar la intervenci�n de los esp�ritus honrados de Europa en defensa de esas vidas nobles y pr�ceres. A Falc�n y a m� nos pidi� que actu�ramos en este sentido sobre los periodistas espa�oles. 

�En esa �poca, en suma, Karolyi hac�a causa con los comunistas h�ngaros de igual suerte que Kerensky hac�a causa com�n con los capitalistas y a�n con los monarquistas rusos�(118). 

Como vemos Jos� Carlos y C�sar, en su condici�n de corresponsales de �El Tiempo� (de Lima) y �El Liberal� (de Madrid), respectivamente, lograron tranquear infinidad de barreras, dialogar con las m�s distinguidas personalidades europeas y asistir a reuniones de significaci�n nacional e internacional. Incluso pudieron concurrir al Congreso de Livorno donde habr�a de decidirse el destino de los socialistas de la izquierda italiana. En efecto, tenemos a la vista el texto de la credencial que le fuera otorgada �que reproducimos a continuaci�n�: XVII� Congreso Nazionale del Partido Socialista italiano. Livorno 15, 16, 17, 18, 19 e 20 Gennaia 1921. Tessera personale di riconoscimento del signor J.C. Mari�tegui. Representante il giornale �El Tiempo� (Per�). Firma del titolare: J.C. Mari�tegui. Per la Direzione Egidio Gennari�. El periodismo �fue para los dos amigos� la historia cotidiana, epis�dica de la humanidad(119) Una buena parte de esa historia, interpretada por Jos� Carlos, la publicar� en �El Tiempo�, con el t�tulo de �Cartas de Italia� (1920�1922). 

El 15 de enero de 1921, en Liorna (Livorno) que ven�a a ser el segundo puerto de Italia en el Mediterr�neo, se abr�a el XVII� Congreso Nacional del Partido Socialista italiano. Lo que suceder� en el transcurso de dicho evento hist�rico para la clase trabajadora de la Pen�nsula, de ninguna manera, podr� tildarse de sorpresa por cuanto es obra exclusiva de un proceso gestado por un activo n�cleo revolucionario de este sector social contra el socialismo peque�o burgu�s, el anarquismo y otros brotes de aventurerismo. Desde hac�a alg�n tiempo era conocido que el grupo turin�s(120), hab�a llegado a la conclusi�n de que el socialismo proletario ten�a la misi�n de organizar la lucha de clase de los trabajadores, de contribuir a ello, de trazar el objetivo final y de analizar las condiciones que determinaran los m�todos de la revoluci�n teniendo en cuenta que la emancipaci�n del proletariado ten�a que ser obra del mismo. Sin embargo el propio Gramsci �un poco m�s adelante�, al hacer el balance de los acontecimientos que sirvieran de marco para la partida de nacimiento del destacamento de vanguardia de la clase obrera italiana, en una autocr�tica ejemplar, confesar�: �Fuimos derrotados �refiri�ndose a la votaci�n alcanzada en dicha reuni�n� porque la mayor�a del proletariado organizado pol�ticamente no nos dio la raz�n, no se vino con nosotros, aunque tuvi�semos de nuestra parte la autoridad y el prestigio de la Internacional, que eran grand�simos y en los cuales confi�bamos. No hab�amos sabido realizar una campa�a sistem�tica que nos permitiese llegar a todos los n�cleos y elementos constitutivos del Partido Socialista y obligarles a reflexionar; no hab�amos sabido traducir en un lenguaje comprensible para cualquier obrero y campesino italiano el significado de todos los acontecimientos italianos en los a�os 1919-1920�. 

La manera en que la fracci�n comunista se hab�a presentado en la batalla llevaba la marca de Bordiga. En el Congreso de Liorna, Gramsci, no tom� ni siquiera la palabra. La direcci�n del Partido Socialista italiano qued� en manos de Serrati (98,000 votos contra 58,000 de los comunistas �puros� y 14,000 de los reformistas). 

�Lo dominaba absolutamente Amadeo Bordiga que apoyado por la Internacional, finalmente hab�a dado realidad a la �alucinaci�n particularista� (como dijera Gramsci: en el mes de julio) de un partido �verdaderamente� comunista. Gramsci, cuya conversi�n a esta realidad era demasiado reciente, ten�a que contentarse con un papel subalterno. Estuvo a punto de quedar fuera del primer comit� central del nuevo partido. Su inclusi�n fue duramente combatida...�(121). 

Jos� Carlos, desde la mesa de trabajo que le fuera asignada como corresponsal, seguir� los m�s m�nimos detalles del Congreso. Tomar� nota de las principales intervenciones y de los acalorados debates. Luego ofrecer� la siguiente versi�n, que no s�lo respond�a por cierto a una interpretaci�n meramente period�stica sino tambi�n a su experiencia como militante de la agrupaci�n socialista que se transformaba en el Partido Comunista (entresacamos algunos par�grafos de inter�s): �La escisi�n analiza Mari�tegui de los socialistas tiene en Italia la misma �ndole que en los otros pa�ses, pero no la misma fisonom�a. Las modalidades de la escisi�n italiana son singulares. No hay aqu� un partido que siga a la Tercera Internacional y otro que siga a la Segunda. No hay tampoco un partido que se pronuncie por los organizadores de una nueva Internacional. Esto es, por los �reconstructores� que acaban de celebrar su primer congreso en Viena. Aqu� hay un partido que sigue a la Tercera Internacional y otros que, seg�n sus declaraciones, quieren tambi�n seguirla. Los partidarios de la Segunda Internacional est�n desde hace mucho tiempo fuera del socialismo oficial italiano...�. 

�Aparentemente, pues, la divisi�n producida en el Congreso de Livorno no es una divisi�n l�gica. Es m�s bien, una divisi�n inexplicable. Porque resulta una divisi�n de socialistas de igual fe program�tica y de igual orientaci�n t�ctica. 

�Pero �sta no es sino la apariencia. En verdad no existe sino un partido efectivamente maximalista (*): el partido de Bombacci, de Bordiga, de Graziadei. El partido que se ha separado del socialismo oficial en el Congreso de Livorno a causa de que la mayor�a del socialismo oficial quer�a suscribir el programa de Mosc� con varias reservas escritas y demasiadas reservas mentales. 

�El otro partido, el partido mayoritario, no sigue a la Internacional de Mosc�, aunque tampoco sigue a la Internacional de Berna ni a la Internacional de Viena. Es un partido que, no obstante sus protestas de fidelidad a la Internacional de Mosc�, est� fuera de todas las internacionales. Su posici�n dentro del socialismo: la tendencia derechista, representada por Turati; la tendencia centrista, representada por Serrati; la tendencia izquierdista representada por Bombacci. S�lo que la tendencia centrista hasta la v�spera del Congreso de Livorno, casi no se hab�a dejado sentir. Hab�a preferido confundirse con la tendencia de Turati. Unicamente a la v�spera del Congreso de Livorno se apart� de la tendencia comunista, agitando la bandera de la unidad del partido. Bandera puramente formal, puesto que ha conducido a sus sostenedores a romper con sesenta mil comunistas por no romper con veinte mil socialdemocr�ticos. 

�La fracci�n derechista diferenci�ndose de las dem�s fracciones derechistas europeas, no estaba con la Segunda Internacional. Verbalmente, lo mismo que la fracci�n centrista, estaba con la Internacional de Mosc�. Pero realmente la adhesi�n de ambas al maximalismo, no era sino ret�rica, tal vez, mas que se sintiesen con la Tercera Internacional de que no se sent�an con la Segunda��. 

�La divisi�n ha sido, por esto, inevitable y necesaria. La Tercera Internacional se ha mantenido intransigente con las fracciones de mayor�a. Ha hecho suyos los puntos de vista de la fracci�n minoritaria de Bombacci. Y, en consecuencia, no habiendo aceptado la mayor�a de los puntos de vista, la fracci�n minoritaria ha tenido que constituir un partido independiente. 

�La divisi�n se ha producido en condiciones ventajosas para la mayor�a, por la sugesti�n sentimental de la bandera de la unidad, tremolada por la fracci�n de Serrati, que se denominaba comunista unitario, que protestaba su fidelidad al maximalismo y que arrastraba consigo, por estos motivos, a muchos elementos comunistas vinculados a Serrati y seducidos por el �Avanti�. 

�Estos elementos son los que ahora contrapesan en el partido socialista la influencia del ala derecha. Pero su acci�n no puede evitar que el partido, despu�s del Congreso de Livorno, vire a la derecha cada d�a m�s. Ni que el pensamiento de Turati vaya readquiriendo en �l su antigua influencia. Cosa natural, por otra parte, desde que Serrati, el l�der unitario, carece de las condiciones necesarias para dar al partido una direcci�n y un programa. No es m�s que un buen ejemplar de propagandista, de agitador, de orador de comicio, a quien la direcci�n de �Avanti� y una larga y honesta foja de servicios, han conferido en la �ltima crisis una autoridad superior a su estatura intelectual. 

�El partido Comunista, entre tanto, ha recogido el programa maximalista adoptado por la mayor�a socialista hace dos a�os en el Congreso de Bolo�a y abandonado ayer en el Congreso de Livorno. Obediente a ese programa, el Partido Comunista trabaja exclusivamente por la revoluci�n y para la revoluci�n. Esta preparaci�n para la revoluci�n no es como se comprende, una preparaci�n material. Es una preparaci�n principalmente espiritual. Sus directores son, por esto, intelectuales. Son el abogado Terracini de �L'Ordine Nuovo�, de Tur�n, el profesor Graziadei, el ingeniero Bordiga. La figura del Bombacci �evang�lica barba, iluminados ojos, rom�ntico chambergo�, pasa a ratos a segundo t�rmino. Como la figura del director de �Avanti�, en el sector mayoritario(122). 

A estar por el testimonio de C�sar, tanto Mari�tegui como �l mismo, durante los per�odos de descanso en el citado Congreso, entre una y otra sesi�n, por los pasillos o por las antesalas del Teatro de San Marco, donde ten�a lugar la cita de los representantes de las diversas corrientes del Partido Socialista, abordaban a los delegados para cambiar impresiones sobre los temas en discusi�n y acerca del desarrollo de la magna asamblea. As�, los j�venes cronistas vinculados a la izquierda marxista, reanudaron el di�logo con Terracini, Gramsci, Bordiga(123). Charlaron con Togliatti, Fortichiari, Repossi, Gennari, Bombacci, Serrati, Lazzari, Turati, Treves, Modigliani y otros congresistas. 

Tan pronto se conoci� el resultado de la votaci�n que hemos dado cuenta l�neas arriba, los comunistas anunciaron su apartamiento del Partido Socialista y se reunieron inmediatamente para fundar el Partido Comunista italiano. 

Fue, sin lugar a dudas, este acuerdo un paso decisivo e impostergable. Conven�a separarse de la facci�n reformista. Los responsables del movi�miento obrero ten�an que defender la tesis internacionalista proletaria. Y empezar la lucha ideol�gica a fondo e iniciar la organizaci�n de un partido aut�nomo dirigido por la vanguardia de los trabajadores. Claro est� que por razones t�cticas tuvo que aceptarse, por el momento, la posici�n de Bordiga y su grupo extremista peque�o burgu�s que asumi� el directorio del partido. 

Apenas concluidas las actividades del Congreso de Liorna, Jos� Carlos decidi� volver a G�nova para contraer matrimonio con la �doncella de Siena�. Pero no sin antes, asido al recuerdo de su amada como lo estaba en sumo grado y cautivado por los viejos maestros pintores toscanos, resolver terminar el recorrido por la regi�n toscana, donde incluso hab�a nacido la sin par Anna. Visit� Siena y Fiesole(124) quedando deslumbrado por la belleza art�stica, el paisaje y la cultura lugare�a. As� retorn�, aparentemente un poco liberado de la preocupaci�n pol�tica partidaria, al apacible balneario de Nervi en busca de amor y de sosiego para sus andanzas y desvelos de hombre comprometido con la realidad social de su tiempo. 

Mari�tegui a poco de arribar al balneario de Nervi, enclavado en el golfo de G�nova, para cumplir la promesa matrimonial con Anna, quien frisaba los dieciocho a�os de edad, se enter� que la familia de ella se opon�a al anhelado enlace. El joven pretendiente, sin descorazonarse y tomando las cosas con serenidad, invoc� el amor y la solidaridad de su gr�cil italianita que �estaba en su destino�. Y que �era el designio de Dios�(125). Ella, tras de sopesar a una y otra parte en discordia, respondi� al llamado de su novio. No pod�a explicarse la atracci�n que exist�a entre ella y �l. Estaban hechos el uno para el otro. Teniendo en cuenta esta coyuntura, la amorosa pareja decidi� unirse de por vida venciendo con cari�o y con late puesta en el futuro, la resistencia empecinada de las t�as y el t�o(126). Despu�s de todo, por algo la tragedia shakesperiana de los amantes de Varona habr�a de tener como escenario nada menos que la pen�nsula It�lica. 

Los reci�n casados abandonaron G�nova para viajar a Roma. �Fuimos a villa Pia �dir� Anna. Arturo Osores la hab�a alquilado como local para la Legaci�n del Per�. Era la casa en que hab�a vivido la famosa Francisca Bertini. Despu�s marchamos a Frascati. Desde el comedor se ve�a el Palacio de Castelgandolfo, la residencia de verano del Papa. En los planos, Frascati aparec�a a 21 kms. de la Ciudad Eterna; Castelgandolfo descuella a 25 kms. (127)�. 

�Mari�tegui, nos dijo Oca�a, vivi� al principio (se entiende antes de unirse con Anna) en la via V�neto 29, interior 4. A ese alojamiento, propiedad de Francesco Atunante me llev� a m�. Cuando se cas�, �l y su esposa se fueron a vivir a Frascati, cerca de Roma, a una villa que era de puros vi�edos. Era una casa del Renacimiento, con pinturas murales del Deminicchi. Se pagaba por el alquiler 500 liras. Apenas 5 libras peruanas de la �poca�(128). 

Oca�a recuerda que en cierta ocasi�n se vio perturbada la luna de miel de la joven pareja. Anna hall� fortuitamente una carta dirigida a su esposo por Victoria Ferrer �la madre de Gloria�. Al descifrar el contenido de la misma, mediante la ayuda de un diccionario Italiano-Castellano, descubri� at�nita la existencia de una ni�a y una mujer en la vida de Mari�tegui, entonces profundamente conmovida por la extra�a e ins�lita revelaci�n, se sinti� defraudada. Y su primer impulso fue tratar de retornar arrepentida al regazo familiar. Pero Artemio Oca�a, testigo del conflicto conyugal, abog� por la fidelidad de su amigo y aclar� la escabrosa situaci�n planteada. Jos� Carlos termin� de persuadir a su consorte y las cosas volvieron a su normalidad. Anna, puesta al corriente de tan cruda realidad, no le qued� otra alternativa que aceptar los hechos consumados. En otras palabras, la presencia de la hija y de que su esposo cumpliera con su obligaci�n de padre, de pasarle una m�dica mensualidad (129). 

Eran tiempos alegres �prosigue en sus declaraciones Anna. El se iba a veces acompa�ando a Oca�a a la Escuela de Bellas Artes de Roma. Era cuando hab�a modelos femeninos... 

�Ten�a tiempo para todo. En Roma no se perd�a un buen concierto o espect�culo de ballet. Y le gustaba el circo. A veces yo lo acompa�aba al circo, aunque a m� no me gustaba�(130). �Ella cree que fue precisamente en Italia la formaci�n marxista de Mari�tegui. Ten�a una gran biblioteca. �El Capital� estaba en franc�s. Los documentos sobre la revoluci�n rusa, en italiano�(131) 

Y estando Mari�tegui un d�a recorriendo las calles de Roma, de pronto, hubo de reencontrarse con el pintor Pettoruti �a quien no ve�a desde su viaje a Mil�n por el mes de setiembre �ltimo�. �Petto Ruti exhib�a �relata Jos� Carlos� en la primera Exposici�n Bienal de Roma un retrato del pintor Marussig. Ven�a de efectuar una exposici�n en Mil�n en la �Familia Art�stica�. (Petto Ruti vive siempre entre dos exposiciones). Yo estaba entonces un poco ebrio de luna de miel y de vino en Frascati. Ten�a un nido en una villa de Frascati, a una hora de Roma, en una colina virgiliana. No sent�a ninguna gana de pasar el tiempo entre las siete colinas de la Ciudad Eterna. Resolv� secuestrar a Petto Ruti por un mes en la villa. Mi invitaci�n estuvo amparada por un argumento decisivo: �En Roma no hay sino la exposici�n; en Frascati hay ya cerezas�. Las cerezas son en Italia la primavera. Petto Ruti se dej� secuestrar encantado: �Escapemos de estos horribles cuadros. Vamos hacia las cerezas�. En la villa de Frascati empez� a hacerme un retrato. Me anunci� su prop�sito de llevarse en algunas manchas todo el paisaje. Pero la primavera y la villa convidaban irresistiblemente al ocio�. 

Veamos a continuaci�n lo que nos dice Pettoruti sobre su reencuentro con Mari�tegui: �Nos ve�amos preferentemente en los caf�s que bordean la Piazza Colonna. Nuestras charlas eran largas y animadas�. 

�Resid�a entonces Mari�tegui en una hermosa villa del vecino pueblo de Frascati. Yo habitaba en Mil�n y me encontraba, como sol�a hacerlo cuando pod�a, pasando una temporada en Roma. Mucho insisti� mi amigo en que yo dejara el hotel y me fuera a pasar un mes en su villa, adelant�ndome el placer con que me recibir�a su esposa y ofreciendo a mi tentaci�n el panorama de la prolongaci�n sin fin de nuestras charlas, para las que hasta aqu� todo horario se hab�a demostrado corto. Yo deb�a retornar en breve a Mil�n y postergamos el encuentro. Avanzada la primavera de aquel mismo a�o nos reunimos, como estaba convenido, en Frascati, donde me sent� a mis anchas. El suyo era un matrimonio muy bien avenido. Preocupada de la confortabilidad del hogar y del marido, al que rodeaba igualmente de cuidados y deferencias, la signora Anna encontraba tiempo asimismo para extender al hu�sped sus amables atenciones�. 

�Nuestras ma�anas en Frascati estaban reservadas al trabajo. Mari�tegui escrib�a en aquel tiempo, no recuerdo si para uno o dos diarios de Lima y para una revista peruana. La tarea que se hab�a impuesto era llena diariamente tres carillas. Buenos madrugadores ambos, mientras �l se instalaba en la terraza rode�ndose de sus papeles, yo sal�a a pintar, a toma apuntes o, m�s simplemente, a disfrutar del espl�ndido paisaje. Nos re un�amos a mediod�a y �eso depend�a del �nimo� nos �bamos a la quinta donde las cerezas ya estaban maduras, o nos �bamos al camino para ver a las paisanas que sal�an del trabajo. Esto plac�a mucho a Mari�tegui �y yo debo convenir que era un agradable espect�culo� pero la signora Anna no compart�a el punto de vista. La atracci�n de Jos� Carlos por parejas escenas de plasticidad, en caminos o ciudades, lo atardaban algunas veces dando lugar a complicadas justificaciones de horario que ni siquiera �l ten�a por razonables. �Inocentes excusas para una falta todav�a m�s inocente! Pero la reci�n casada tomaba a pecho las cosas, se inquietaba, quer�a la estabilidad de su amor, guardar al hombre magn�fico que el destino le diera en suerte. Y cuando su protesta, encontraba s�lo ecos risue�os, derivaba a la queja resignada, se volv�a a m�, tom�ndome por testigo de una infelicidad sin remedio: �L'ho voluto bello ed intelligente, e guardi, Pettoruti, cosa mi f�...� Sus palabras me han quedado rondando como una m�sica. Expresi�n de una sensibilidad femenina, explican tambi�n la irradiaci�n del esp�ritu de Mari�tegui, dicen de qu� modo su alma era hermosa e iluminada y transfiguraba su f�sico�. 

�Dec�a que sol�amos ir a recoger cerezas a la quinta. Esta era a veces la meta de una breve caminata luego del almuerzo y, en tal caso, nos qued�bamos all�, a la sombra de los �rboles, como en charla de sobremesa. 

Era mi amigo un hombre �vido de saber; nada le gustaba m�s que saber, estar al corriente de todo. Los movimientos art�sticos e intelectuales de Europa, de los cuales yo estaba embebido, eran frecuentemente el motivo de nuestras charlas. Me atiborraba a preguntas y tomaba notas. O las preguntas se agolpaban en sus ojos, renegridos, viv�simos, y yo le�a. As� nuestra conversaci�n se estiraba por horas de horas. Conocida mi actuaci�n en Italia, le interesaba, por ejemplo, saber por qu� yo, que luch� junto a los futuristas y otros artistas de los movimientos de avanzada compartiendo sus dificultades, me hab�a negado a m� mismo la parte de sus ventajas no adhiri�ndome a ning�n manifiesto. Y era necesario explicarle que estaba con ellos porque ellos estaban contra la mala tradici�n, es decir, contra la Academia y por la renovaci�n total en el campo de la cultura; pero no estaba con ellos, a pesar de mi amistad hacia muchos �Marinetti a la cabeza� porque a la cantidad yo prefiero la calidad y el n�mero me molesta cuando no la tiene. Inquiriendo un detalle y otro, �l hac�a volar el l�piz por las hojas de un cuadernillo. Otras veces tomaba la palabra y era entonces yo quien escuchaba. Me hablaba del indio, de sus innegables derechos a cuanto dispensa la tierra a los m�s favorecidos, empezando por la tierra misma; me esbozaba sus tesis agrarias en las que el problema ind�gena hallaba soluciones felices. Escuch�ndolo, uno no pod�a disociar el porvenir de Am�rica Latina de la suerte del mestizaje ni descartar el hechizo que ejerc�a su relato, tanto se mezclaban en �l el pensador y el poeta�. 

�Debajo de esos cerezos sol�amos quedarnos hasta que se pon�a el sol e �bamos a dar un paseo. Otras tardes, nuestra meta de distracci�n era Roma. Le present� all� al grupo intelectual del momento: pintores, escultores, escritores, gentes del teatro y de la pol�tica, con las que me reun�a en el caf� Aragno. Se viv�a un momento de efervescencia en todos los campos, la pol�mica era ardiente; �l pudo o�r muchas cosas vivas y corroborar en materia de arte cuanto yo le hab�a ido diciendo. Una cosa es leer los art�culos y otras hablar con quienes escriben; Jos� Carlos ten�a conciencia de ello. Me bastaba encontrar sus ojos, atentos y como agarrados al fondo de las cuestiones que iban suscit�ndose, para saber hasta qu� punto su despierta inteligencia aceptaba, rechazaba, asent�a o contradec�a. Los debates eran siempre interesantes, a veces candentes; ampliaban el radio de sus vastos conocimientos, daban a su dial�ctica la ocasi�n de exteriorizarse atacando problemas nuevos. Tengo la impresi�n de que para Mari�tegui, mentalidad en plena formaci�n �pues no se debe olvidar que �ramos entonces muy j�venes� la temporada romana fue fruct�fera�(132). 

Por esa �poca en que Jos� Carlos viv�a a una hora escasa de Roma, sol�a frecuentar la amistad y el trato cordial de Croce, Prezzolini, Gobetti, Pirandello, Gramsci, Tilgher, los trabajadores de la urbe y los campesinos de Frascati(133) Igualmente se acercaba, aunque de tarde en tarde, por la redacci�n de �II Comunista� (cuya direcci�n era ejercida por Palmiro Togliatti) en busca de noticias y comentarios sobre la actividad pol�tica partidaria. 

�Convers� varias veces con Pirandello, recuerda la dama (se refiere el cronista a la se�ora Anna). Tambi�n fue amigo de Gobetti...�(134) 

�Por su lado, Oca�a recuerda que Mari�tegui, fue amigo tambi�n de los l�deres socialistas Filippo Turati, Antonio Grazidei y Nicola Bombacci...�(135) 

En otros momentos, Mari�tegui concurr�a por el caf� Aragno donde �seg�n Caillaux, se compendia y se resume toda la vida romana. Este juicio �opina Jos� Carlos� es, sin duda, excesivo. Pero se acerca a la verdad m�s que la tonta novela del se�or Bourget..� (136). Ah� llegaba nuestro biografiado en pos de noticias y comentarios. 

Ya por aquel tiempo se notaba en nuestro personaje una profunda preocupaci�n por el destino y los problemas de la Patria lejana. Esta inusitada actitud ha quedado registrada en la nutrida correspondencia que hubo de sostener con sus familiares y amigos. 

Incuestionablemente para Mari�tegui durante su etapa de aprendizaje o noviciado en la Europa de posguerra, habr�a de tocarle vivir una nueva fase de la historia. Fase en que, seg�n la opini�n autorizada de Togliatti, se hubo de plantear entre la clase obrera y sus partidos tareas completamente nuevas y originales. No olvidemos que Jos� Carlos, tan vinculado a la clase obrera y a su vanguardia revolucionaria como se ha venido comentando, no fue ajeno a tal inquietud que tra�a una carga de transformaci�n del hombre y de la sociedad por los a�os veinte. 

Los art�culos period�sticos de Mari�tegui �Cartas de Italia� y �Aspectos de Europa� que ven�a difundiendo �El Tiempo�, cada dos o tres meses, enfocando los fen�menos pol�ticos, el problema social y el pensamiento renovador en el Viejo Mundo, vinculados a la historia del movimiento democr�tico y socialista, despertaban vivo inter�s entre los lectores lime�os. Tengamos presente, que era la primera vez que se tocaban temas de honda resonancia europea con un criterio marxista. Y esta tarea la inicia Jos� Carlos en el Per� por aquellos a�os aurorales. 

Se pod�a observar a trav�s de la lectura de los trabajos en menci�n que Mari�tegui hac�a todo lo posible por superar los rezagos idealistas y sus inclinaciones esteticistas. En este sentido, se notaba por cierto el cambio de estilo al contacto con la realidad europea: los pol�ticos eminentes, los trabajadores, pensadores, artistas y cr�ticos. �Cartas de Italia� y �Aspectos de Europa� eran la muestra objetiva de la transici�n espiritual que se ven�a operando en Jos� Carlos por esos a�os decisivos de su aprendizaje en la Italia despu�s de la primera guerra mundial. Es este pa�s, m�s que cualquier otro de los que visitara nuestro biografiado, el que contribuir� fundamentalmente a su formaci�n intelectual y revolucionaria. 

Estando preocupado como lo estaba en el magisterio ideol�gico, asiste al estreno en Roma por el a�o de 1921 de la pieza teatral de Luigi Pirandello: �Seis personajes en busca de autor�. Los citados personajes que salen al encuentro impacientes de cualquier autor que quiera darles un soplo de realidad, lo deslumbran y seducen a Mari�tegui. A tal punto que el sugestivo tema pirandelliano como la obra: �El difunto Mat�as Pascal, impulsar� a Jos� Carlos en su esfuerzo por alcanzar la liberaci�n personal, de cierto estado psicol�gico, a escribir �La novela y la vida: Siegfried o el profesor Canela...� Recordemos que el propio Mari�tegui al comentar el libro �Juan Crist�bal�, expres� crear esta obra, crear este h�roe, ha sido para Romain Rolland una liberaci�n. Algo similar ocurrir� con Jos� Carlos al escribir �La novela y la vida...� que ya hemos dado cuenta en el tomo I de esta biograf�a. 

La luna de miel para Jos� Carlos no constituy� un motivo de tregua en su faena de aprendizaje. As� tenemos que Mari�tegui durante este tiempo sigui� muy de cerca el desarrollo del Congreso de la Confederazione Generale del Lavoro (CGL), el cual se realiz� en Liorna entre los d�as 26 de febrero y 3 de marzo de 1921. Esta central sindical que concentraba el mayor n�mero de trabajadores italianos, estaba conducida y orientada por los reformistas. Y, como es de suponer, �stos no s�lo impusieron su mentalidad colaboracionista, sino que trataron de justificar la pol�tica entreguista que hab�an venido observando en la direcci�n gremial de los �ltimos a�os. 

El mencionado Congreso recibi� severas cr�ticas de parte de los comunistas, encabezados por Tasca, Misiano y Repposi, quienes acusaron a los directivos �de no haber sacado ventajas de lo que ellos calificaban de oportunidades revolucionarias dentro del per�odo de la posguerra�(137). 

Al examinarse durante el certamen obrero en referencia, la pol�tica legalista de la CGL frente a las huelgas de ocupaci�n de las f�bricas, surgieron serias discrepancias. A tal punto, que tuvo que votarse una moci�n de confianza mediante la cual los directivos del Congreso recibieron 1,435.873 votos contra 422,558 y 17,371 abstenciones. 

La redacci�n de la moci�n de la mayor�a, reflejaba el hecho de que el cuerpo directivo de la CGL hac�a causa com�n con los maximalistas de sus filas (influidos por Serrati) con el objeto de oponerse a los comunistas (138). 

Jos� Carlos le�a y meditaba sobre el problema que enfrentaba la clase obrera italiana y reafirmaba su fe en la organizaci�n de su vanguardia revolucionaria, a la cual �l pertenec�a y era uno de sus activistas m�s resueltos en el cumplimiento de las tareas pol�ticas que le confiaban (139). 

Fue tal el inter�s que despert� en nuestro personaje el Congreso de los trabajadores efectuado en Liorna, que se vio obligado a escribir un art�culo period�stico para �El Tiempo� de Lima, informando y glosando el suceso sindical, pero lamentablemente los neo-inquisidores de �La Patria Nueva� impidieron su publicaci�n en la prensa peruana (14o). Digamos de paso que en el trabajo censurado, Jos� Carlos ratificaba su conocida posici�n ideol�gica al servicio de la clase obrera y de la revoluci�n. Actitud �sta que, como sabemos, provocara dos a�os antes (1919) su alejamiento del pa�s. 

A los pocos d�as de haberse clausurado el Congreso de la CGL, el gobierno de Giolitti tras de disolver el Parlamento, convoc� a elecciones nacionales para el 15 de Mayo de 1921. Entonces el nuevo Partido, surgido de la magna reuni�n de Livorno, interesado en disponer de una regular representaci�n parlamentaria, moviliz� a todos sus efectivos a nivel nacional con el prop�sito de intervenir en el proceso electoral. Mari�tegui en su condici�n de militante de la citada agrupaci�n no fue ajeno a ese llamamiento y se le vio desplegar gran actividad en el sector que ten�a asignado en los suburbios de la capital romana (141). 

Era la primera vez que los comunistas confrontaban una consulta popular de tal �ndole. Y no tuvieron otra alternativa que combinar esta circunstancia basada en la llamada democracia representativa de tipo burgu�s con sus objetivos revolucionarios. A pesar de los actos de violencia e intimidaci�n de las bandas fascistas armadas, el pueblo vot� en casi la misma proporci�n en favor de la izquierda y del Partido Popular que en los comicios de 1919. Recu�rdese, en efecto, que los socialistas (entre los cuales estaban integrados los comunistas) hab�an obtenido en aquella �poca 1,835,000 sufragios, en tanto que en 1921 alcanzaron 1,631,000 y los comunistas (que se presentaban solos) recibieron 305,000 votos. As� los socialistas resultaron con 122 diputados y los comunistas con 14. El Partido Popular Cristiano logr� 106, los fascistas 33 y el Bloque Nacional (una coalici�n de derecha burgue�sa) obtuvo 220 representantes en el Parlamento. 

�Las elecciones de 1921 sorprenden as� escindido y desgarrado al movimiento socialista escribe Mari�tegui. A la ofensiva revolucionaria, detenida y agotada en la ocupaci�n de las f�bricas, segu�a una truculenta contra�ofensiva reaccionaria. El fascismo armado por la plutocracia, tolerado por el gobierno y cortejado por la prensa burguesa, aprovechaba la retirada y el cisma socialista para a arremeter contra los sindicatos, coope�rativas y municipios proletarios. Los socialistas y los comunistas concurrie�ron a las elecciones separadamente. La burgues�a les opuso un cerrado frente �nico. Sin embargo, las elecciones fueron una vigorosa afirmaci�n de la vitalidad del movimiento socialista. Los socialistas conquistaron ciento veintid�s asientos en la C�mara, los comunistas obtuvieron catorce. Juntos, habr�an conservado seguramente su posici�n electoral de 1919. Pero la reacci�n estaba en marcha. No les bastaba a los socialistas disponer de una numerosa representaci�n parlamentaria. Les urg�a decidirse por el m�todo revolucionario o por el m�todo reformista. Los comunistas hab�an optado por el primero; los socialistas no hab�an optado por ninguno...�(142). 

El Partido Comunista italiano como hemos advertido se hallaba dedi�cado a estructurar las bases de su organizaci�n, a desarrollar la teor�a marxista y la pr�ctica revolucionaria. Y todo ello en un momento de turbulencia externa e interna. Por una parte, se presagiaba la instauraci�n de una dictadura fascista, y por otra, se iba delineando una ruptura entre la Internacional y la direcci�n bordiguiana del Partido por sus posiciones �groseras y triviales�. 

Eran tiempos indiscutiblemente dif�ciles, la burgues�a pas� a la ofensiva contra el proletariado en la mayor�a de los pa�ses en que ejerc�a su hegemon�a y, muy especialmente, en aquellos donde la revoluci�n surg�a como una amenaza incontenible. En 1920�1921 resurge en los pa�ses capitalistas la crisis econ�mica. �El ambiente econ�mico en que tal violencia tuvo lugar (en lo que respecta a Italia) que hab�a comenzado en los �ltimos meses de 1920 se difundi� a toda la econom�a durante 1921. Se produjo una notable desocupaci�n en las industrias mec�nicas, qu�micas, de la construcci�n, textiles y del cuero. Una gran mayor�a de f�bricas hicieron trabajar a sus obreros con horarios reducidos. El desempleo en gran escala se present� tambi�n en la agricultura, afectada por la crisis industrial y por el agudo descenso en la emigraci�n. Los patrones dirigidos por las industrias de Tur�n tomaron la ofensiva contra las uniones. Fueron derrotadas las huelgas de protesta realizadas en las plantas de Fiat y Michelin, no hubo forma de salvar las pocas apariencias para los sindicatos. En f�bricas en donde s�lo unos pocos meses antes se hab�a enarbolado la bandera roja, se despidi� impunemente a los �indeseables�. Gradualmente se puso en movimiento una campa�a para reducir los salarios en aquellas industrias afectadas por la depresi�n, en las que los sindicatos hab�an sido tradicionalmente m�s poderosos. Las huelgas para resistir las bajas de salarios fueron generalmente infructuosas. El n�mero de ellas comparado con el del a�o anterior, disminuy� sensiblemente durante 1921. La combinaci�n de depresi�n econ�mica y violencia fascista contribuy� r�pidamente a destruir muchas de las conquistas logradas por los sindicatos en los primeros a�os de la posguerra...�(143). 

Y conforme se acrecentaba el descontento entre las masas trabajadoras, crec�a en ellas el �mpetu por transformar la sociedad que las condenaba al hambre y la miseria. Entre tanto, la burgues�a apoyaba la contrarrevoluci�n y alentaba la persecuci�n implacable y sin cuartel de sus enemigos de clase. 

Poco a poco el movimiento obrero y el socialismo italiano fueron debilit�ndose por la poderosa arremetida del fascismo, por la orientaci�n reformista y por las actitudes seudo izquierdistas. 

Cabe se�alar que Mari�tegui, plenamente identificado con el destino de la clase trabajadora italiana, contribu�a como militante revolucionario a la organizaci�n del destacamento de vanguardia que se encontraba en su fase inicial. Este, como los millares de adeptos al Partido Comunista, estaba convencido de que la lucha educa a la clase explotada y le hace descubrir su fuerza incontrastable(144). 

Lo curioso del caso es que Gramsci acababa de ser derrotado como candidato en las �ltimas elecciones pol�ticas (del 15 de Mayo de 1921). No obstante cada vez la autoridad de �ste, adquir�a mayor prestigio y devoci�n por parte de sus compa�eros de Partido. El continuaba abogando en contra de la esquematizaci�n, la adaptaci�n mec�nica de la teor�a marxista a la realidad italiana. Asimismo, exhortaba la fidelidad, la cohesi�n, la disciplina y la permanente vinculaci�n con las masas populares. Tambi�n se preocupaba de estimular en el proletariado su participaci�n activa y rectora en la revoluci�n. 

Eso s� como posteriormente lo ha de reconocer el propio Mari�tegui� a simple vista se notaba que el flamante Partido surgido de la Conferencia de Livorno, carec�a de calificados dirigentes en sus filas, y sobre todo, que estuvieran en condiciones de encauzar a la militancia de acuerdo con la l�nea revolucionaria. 

Por aquellos turbulentos d�as los problemas econ�micos y pol�ticos de la revoluci�n en ciernes constitu�an los temas obligados de discusi�n en todas las asambleas obreras. Y, en efecto, esta falta de orientadores incid�a en forma directa sobre el �xito de las campa�as de propaganda y agitaci�n emprendidas por la izquierda marxista. 

Gramsci consciente de esta deficiencia partidaria tuvo que multiplicar sus esfuerzos para suplir este defecto, difundiendo desde las columnas de �L'Ordine Nuovo� los diversos objetivos que se propon�a alcanzar el Partido en su lucha clasista, tales como: �la organizaci�n revolucionaria de las masas que deb�an conquistar los sindicatos para la causa del comunismo, la transferencia de la lucha sindical del campo groseramente corporativista y reformista al terreno de la lucha revolucionaria, del control sobre la producci�n y de la dictadura del proletariado� (145). 

Interesa aqu� dejar sentado que Jos� Carlos dentro de esta coyuntura org�nica e ideol�gica que ven�a afrontando el Partido, fue audazmente promovido a la condici�n de propagandista y agitador. Y, entonces, no s�lo le�a la campa�a desplegada por Gramsci sino que tambi�n acud�a donde �l en busca de consejo ideo�pol�ticos (146). 

Aparte pues de la ardorosa militancia pol�tica que domina la vida de Mari�tegui durante su estada en Italia, se da tiempo para frecuentar algunas veces las actividades art�sticas y literarias en este pa�s que le brinda generosamente su hospitalidad. Y claro est� que un hombre absorto por tales manifestaciones del esp�ritu, no pod�a dejar pasar inadvertido el trascedental acontecimiento que significa la primera exposici�n bienal de Roma organizada con motivo de celebrarse el cincuentenario de haber sido elevada la indicada ciudad a la categor�a de capital del Reino. En efecto, Jos� Carlos habr� de concurrir a observar detenidamente aquella muestra retrospectiva de medio siglo de pintura italiana, realizada entre los meses jubilares de julio y agosto de 1921. Incluso esta exhibici�n sin precedencia mereci� que Mari�tegui escribiera un enjundioso comentario period�stico para los lectores de �El Tiempo� de Lima(147). 

Dos meses despu�s de este evento de arte en la Pen�nsula, los esposos Mari�tegui�Chiappe deciden trasladarse de Frascati a Roma el 2 de Noviembre del mismo a�o. La verdad es que para Jos� Carlos resultaba casi agotador el viaje de una hora de duraci�n entre Roma y Frascati. Las tareas partidarias se hac�an cada d�a m�s exigentes para nuestro personaje y reclamaban que cubriera esa distancia muy a menudo. Era necesario para su salud acortar el trayecto. Finalmente, tras seis meses de haber soportado esos ajetreos de viajes de un punto a otro, se instala en la nueva casa situada en la v�a Scrofa No. 10 Int. 5, cerca de la Piazza di Popolo, en la Ciudad Eterna y a un paso del agrupamiento pol�tico al cual pertenec�a Mari�tegui. Conviene subrayar que nuestro biografiado ocupa la mencionada vivienda casi en v�speras de que Arma �su amad�sima esposa� diera a luz su primer hijo var�n. 

Justamente treinta d�as m�s tarde, el 5 de Diciembre de 1921, en la madrugada, Anna le pas� la voz a Artemio Oca�a, sumamente angustiada y con los s�ntomas inequ�vocos de alumbramiento, para que pusiera a calentar agua y, de inmediato, fuera en busca de una partera(148). Recordemos que Oca�a, ven�a compartiendo el hogar de la joven pareja desde antes de que �sta fuera a vivir a la villa de Frascati. 

No bien Oca�a retorn� acompa�ado de la obstetriz, vino al mundo Sandro, Tiziano, Romeo(149), el segundo reto�o de Jos� Carlos. Enseguida el feliz progenitor, junto con sus amigos Artemio Oca�a y P�o Artadi, Secretario de la Legaci�n del Per� en Italia, se dirigi� hacia el local de la Comuna de Roma para inscribir el nacimiento de su segundog�nito(150), sirviendo sus acompa�antes de testigos del suceso. 

Al poco tiempo de residir en la ciudad ce�ida por las siete colinas, Mari�tegui habr� de confrontar las redadas fascistas que le sindicaban de comunista y de las cuales hubo de escapar por casualidad. Desde entonces, los camisas negras empezaron a asediar los lugares frecuentados por Jos� Carlos impidiendo pr�cticamente su actividad pol�tica(151). Ante esta situaci�n desesperante para �l no le qued� otra alternativa que marcharse con su c�nyuge y su �bambino� a G�nova. No estaba en condiciones el cuerpo enclenque de Mari�tegui para afrontar el aceite de ricino y la cachiporra que suministraba en dosis desproporcionadas el escuadrismo que alentaba la violencia y los ataques a los elementos revolucionarios(152). 

Una vez que arriban los esposos Mari�tegui al lugar de su destino, visitan a los parientes de Anna y a los amigos cercanos. Jos� Carlos se puso a disposici�n del Consulado General del Per� en G�nova, a cuyo cargo corr�a P. Machiavello. Igualmente reanuda sus contactos con la organizaci�n partidaria de la zona mar�tima y portuaria genovesa, donde era ampliamente conocido por su actuaci�n anterior, quedando oficialmente incorporado al destacamento de vanguardia del proletariado. 

Y cuando Jos� Carlos se cre�a �ntegramente ganado por el ardor de la lucha revolucionaria dentro de una realidad ajena a la de su pa�s, a la cual se entregara por razones de aprendizaje, comenz� a sentir su ra�z americana. A esta altura de su vida, pudo decir m�s tarde refiri�ndose a esa etapa de su destino socialista: �Por los caminos de Europa, encontr� el pa�s de Am�rica que yo hab�a dejado y en el que hab�a vivido casi extra�o y ausente. Europa me revel� hasta qu� punto pertenec�a yo a un mundo primitivo y ca�tico; y al mismo tiempo me impuso, me esclareci� el deber de una tarea americana...� (153). 

Consideremos que la revelaci�n que habr�a de afrontar Mari�tegui con respecto a su propio Continente no aparece en �l en forma repentina o s�bita. Antes bien, surgir� como una consecuencia directa de su completa identificaci�n con el destino revolucionario de la Pen�nsula. A medida que se profundiza en el conocimiento del marxismo y se consagra a la misi�n de formar la mentalidad socialista entre las masas italianas, se va aproximando paulatinamente al drama americano. Entonces repara en el quehacer que tal problem�tica se�ala para todos los que estuvieran, en cierta manera, vinculados a ella. Am�rica, reducida a la dependencia por la expansi�n imperialista, constitu�a un reto permanente, un compromiso para sus hijos dondequiera que se encontraran. En este sentido, nuestro personaje no pod�a deso�r aquel llamado que llegaba cuando estaba en plena batalla contra el fascismo. 

Observemos los imperativos de la �poca en que Mari�tegui actuaba en Italia a trav�s de la opini�n de Palmiro Togliatti: �la victoria de la Revoluci�n nos dice�, a la que tend�an �y precisamente la toma del Poder en algunos de los m�s grandes pa�ses de Occidente�, estaba por doquier estrechamente ligada al factor tiempo, es decir, a la celeridad del movimiento y, muy en particular, a la r�pida formaci�n de una vanguardia revolucionaria que pudiera conquistar pronto una influencia decisiva entre las masas obreras y populares. Hab�a que hacer esto antes de que las clases burguesas y sus aparatos de gobierno y de represi�n consiguieran salir de la grave crisis que en parte los inmovilizaba, es decir, hab�a que hacerlo en el curso mismo de la lucha revolucionaria. Pero aqu� se pusieron tambi�n de manifiesto deficiencias y errores...� (154). 

A su vez Mari�tegui complementa este juicio, poniendo en evidencia otro de los factores negativos del movimiento marxista, cuando afirma: �el fracaso de la ofensiva socialista en Italia y Alemania se debi� en gran parte a la falta de una s�lida ��lite� revolucionaria. Los cuadros directores del socialismo italiano no eran revolucionarios sino reformistas, como los de la socialdemocracia alemana. El n�cleo comunista estaba compuesto de figuras j�venes, sin profundo ascendiente sobre las masas. Para la revoluci�n estaba pronto el n�mero, la masa; no estaba a�n pronta la calidad...�155). 

Podemos comprobar que tanto el factor tiempo que se�ala Togliatti como la falta de directores revolucionarios que apunta Jos� Carlos, constituyeron sin lugar a dudas la causa primordial para que Mari�tegui, en su calidad de extranjero, fuera aceptado en las filas del socialismo; promovido audazmente a desempe�ar ciertas responsabilidades partidarias; y hasta hacer suya una realidad diferente a la de su pa�s de origen. 

El encuentro de Jos� Carlos con el desgarrado Hemisferio del Nuevo Mundo, fue algo as� como la voz de alarma para �l. Admitamos que sin propon�rselo se hab�a incorporado �ntegramente a una realidad extra�a, distray�ndose as� de su plan inicial. Mari�tegui hab�a partido al Viejo Continente con la intenci�n de aprender, pero fue ganado por el fragor de la lucha revolucionaria hasta el extremo de intervenir en la pol�tica nacional. M�s llegado el momento de escoger entre Italia y el Per�, sin titubear prefiri� su pa�s donde todo estaba por hacer. 

Al rectificar su actitud s�lo cambiaba de ubicaci�n en el mismo frente de batalla contra el sistema capitalista, tengamos presente que: �el movimiento obrero �expresa Lenin� es uno en el plano hist�rico mundial y el internacionalismo del socialismo cient�fico tiene pues una base objetiva y reviste el car�cter de ley objetiva�. 

Una vez que adopt� Jos� Carlos la resoluci�n de concretar su misi�n en Italia al aprendizaje de la experiencia revolucionaria, procedi� a informar a sus amigos y paisanos sobre la situaci�n asumida y las nuevas tareas que habr�a de confrontar en relaci�n con la Patria lejana. 

Por entonces Mari�tegui, Falc�n, Machiavello y un joven m�dico, Carlos Roe �quien recientemente se hab�a unido al grupo� pose�an una convicci�n socialista y ten�an un claro enfoque de clase sobre los fen�menos de la vida social. Convertida Europa en lugar de paso para ellos, �se concertaron para la acci�n socialista� en el Per� fundando una c�lula para tal prop�sito. As� empez� a cruzarse por la mente de Jos� Carlos la idea de concurrir a la creaci�n del socialismo peruano. 

�Mari�tegui y Falc�n �relata Armando Baz�n� sol�an reunirse a menudo con un c�nsul peruano (Machiavello) y con un m�dico chalaco (Roe). Al poco tiempo, funcionario y galeno resultaron "rojos". 

Las cosas llegaron a tanto que una noche de esas resolvieron formar los cuatro �la primera c�lula comunista peruana!. Muy fugaz y muy exigua fue la actuaci�n de la c�lula peruana, involucrada en ese conjunto social donde los fascios adquir�an cada vez m�s virulencia y predominio...�(156). 

Poco antes de disgregarse los miembros de la referida organizaci�n de base, juzgaron conveniente �tras de examinar la realidad de su pa�s� encomendar a Mari�tegui la tarea de fundar en el Per� una agrupaci�n socialista marxista que asumiera la responsabilidad de orientar y estructurar el movimiento revolucionario(157). Bastar� recordar al respecto que la Patria de estos j�venes en lo que concierne a renovaci�n social, s�lo contaba con el sector anarquista y con la creciente actividad de la Universidad Popular impulsada por los estudiantes. Por cierto que una y otra instituci�n estaba ajena a la crisis mundial que sacud�a a la sociedad capitalista y abr�a las perspectivas de un cambio radical para la humanidad. 

Aun mismo tiempo el joven m�dico chalaco, Carlos Roe, recibi� tambi�n el encargo de secundar a Jos� Carlos en la indicada misi�n pol�tica(158). En cambio Falc�n y Machiavello que �por razones de sus propias funciones diplom�tica y period�stica respectivamente� estaban obligados a permanecer en Europa, se comprometieron a ejercer una especie de corresponsal�a del n�cleo a crearse en Lima (159). 

As� pues, en cumplimiento de la resoluci�n aprobada por la c�lula peruana en G�nova, Mari�tegui empez� a hacer las gestiones para retornar a la Patria de la cual hab�a sido desterrado por el r�gimen de Legu�a. Sin lugar a dudas Jos� Carlos requer�a de permiso para regresar. Entonces le escribi� al doctor Arturo Osores, Ministro del Per� en Italia y amigo suyo (160), para que hiciera la consulta pertinente ante la Canciller�a lime�a. La respuesta no demor�, fue abreviada. Osores, de inmediato, de por s� y ante s�, otorg� la autorizaci�n para que su subordinado �quien se hallaba adscrito a la Legaci�n Peruana como Agente de Propaganda Period�stica� se reintegrara al terru�o. Informado Mari�tegui de los resultados favorables de su demanda, procedi� hasta fijar fecha de partida con destino al puerto del Callao para el d�a 6 de mayo de 1922. (161). 

En el �nterin, entre las gestiones iniciadas y el proyectado viaje de regreso, Jos� Carlos y Falc�n asistieron, en su condici�n de corresponsales de prensa, a la Conferencia Internacional de G�nova convocada por el Consejo Supremo de la Sociedad de Naciones, que tuvo lugar en Rapallo, G�nova, entre el 10 de abril y 19 de mayo de 1922. La Conferencia se reuni� oficialmente con el pretexto de encontrar medidas �para la restauraci�n econ�mica de la Europa Central y Oriental�. Pero en el fondo los pa�ses capitalistas pretend�an ejercitar presi�n para obtener que la Rep�blica de los Soviets reconociera el pago de las deudas contra�das por el zarismo y devolviera las empresas nacionalizadas a los inversionistas extranjeros. Finalmente todas las maquinaciones dirigidas a someter al joven no obtuvieron el �xito deseado. Eso s� durante las deliberaciones, por primera vez, la Uni�n Sovi�tica �sostuvo el principio de la coexistencia leg�tima de Estados de econom�a socialista con los Estados de econom�a capitalista...�(162). 

Participaron en la citada Conferencia Internacional, los representantes de Inglaterra, Francia, Italia, B�lgica, Jap�n y otro veintitr�s Estados m�s, entre los que estaba la Uni�n Sovi�tica. 

Para Mari�tegui y Falc�n la reuni�n de Rapallo result� de suma importancia, pues lograron entrevistarse con la mayor�a de los representantes y, muy especialmente, con la delegaci�n rusa que se hallaba presidida por el Comisario de Relaciones Exteriores, Georgiy Chicherin. Fue para ambos amigos todo un acontecimiento, por primera vez se les present� la oportunidad de entrar en relaci�n directa con prominentes figuras de la Revoluci�n Sovi�tica, a la cual como estamos enterados Jos� Carlos y Falc�n ven�an prestando su adhesi�n y solidaridad irrestrictas. 

Cabe a�adir que en el curso del mencionado encuentro de G�nova, Mari�tegui conoci� a un colega espa�ol (Alvarez del Vayo), �cuando pose�a ya una admirable pericia en este g�nero absolutamente postb�lico de periodismo: seguir una tras otra las conferencias y asambleas internacionales para dar al p�blico sobre cada una, observada, en todos sus momentos, una animada versi�n, anecd�tica e integral, anticip�ndose al convencional resumen de los comunicados oficiales, desbord�ndolos con la indagaci�n de corrillo y de bastidores, situando el suceso en su clima y su atm�sfera particulares�. �Pero este dominio y esta pr�ctica magistrales del gran reportaje no explican totalmente su acierto insuperado en informar al mundo hisp�nico sobre los hombres y los hechos de la Rusa Sovi�tica con una visi�n verista, sagaz, inteligente, atenta ante todo a la creaci�n y a la vida...�(163). 

Apenas hab�a transcurrido semana y media de haberse iniciado las inflamadas discusiones en la Conferencia Internacional de Rapallo cuando Jos� Carlos se vio en la necesidad de trasladarse a Roma, apresuradamente para ultimar arreglos relacionados con su retorno definitivo al Per� y para fijar la fecha de bautizo de Sandro en la Parroquia de San Pedro. 

Una vez en la Ciudad Eterna, Mari�tegui otorg� una carta poder a Artemio Oca�a para que lo representara en la entrega de la casa de v�a Scrofa y procediera a reclamar del propietario de la misma, se�or Adello Saliola, parte del dinero adelantado por concepto de alquiler. Estando Jos� Carlos pr�ximo para partir con destino a la Patria, tuvo que devolver la vivienda (que ocupara) antes de la fecha se�alada por el contrato. Tenemos a la vista la comunicaci�n dirigida a Oca�a, fechada en Roma el 26 de Abril de 1922, escrita en italiano. 

Despu�s de todo s�lo permaneci� seis d�as nuestro personaje en la Capital de la Pen�nsula, pues el mencionado 26 de Abril, a horas 9:40 a.m., tom� el tren de vuelta a G�nova.(164) Y el 1 de Mayo, casi una semana m�s tarde, volvi� en compa��a de Anna y de su hijo con el prop�sito de embarcarse rumbo a Am�rica como estaba fijado con la L�nea Italiana de Vapores para el 6 de Mayo de 1922. Al d�a siguiente de estar en Roma, el 2 de Mayo, llev� a bautizar a su segundog�nito a la famosa Iglesia de .San Pedro. Fue padrino del ni�o, que frisaba los cinco meses de nacido, el escultor Artemio Oca�a.(165). 

Casi dos d�as antes de embarcarse con destino a su pa�s, Mari�tegui fue notificado por el doctor Arturo Osores, ante quien hab�a realizado gestiones para obtener permiso con el fin de reintegrarse a la Patria, de que imprevistamente hab�an surgido dificultades insalvables por el momento que obstaculizaban el regreso al Per�. Jos� Carlos, en esas circunstancias adversas, no pudo evitar que una de sus valijas fuera al Callao en el barco donde debi� viajar �l y su familia.(166)

Si es verdad que la noticia de �ltima hora proveniente de la Legaci�n Peruana en Roma constituy� un serio rev�s para Mari�tegui por haber detenido sus preparativos de viaje, sin embargo reaccion� de inmediato y hall� otra soluci�n. Sin p�rdida de tiempo recurri� a su maestro V�ctor M. Ma�rtua, quien a la saz�n se hallaba en Suiza de representante diplom�tico del Per� ante el gobierno de ese pa�s, Ma�rtua se encontraba en excelentes relaciones con el r�gimen de Legu�a y aguardaba ocupar mejores posiciones en el campo internacional con el apoyo de �ste. Entonces, Jos� Carlos le dirigi� una carta pidi�ndole intercediera ante la Canciller�a lime�a para que le permitieran regresar al pa�s.(167) La respuesta del viejo Maestro no se hizo esperar, particip�ndole su decidido apoyo a la solicitud de Mari�tegui. Finalmente qued� fijada una cita en Par�s de ambos para conversar al respecto. 

Pocos d�as despu�s Jos� Carlos abandona la Pen�nsula, tras de haber permanecido dos a�os cinco meses, para visitar la Ciudad Luz �por segunda vez� y reencontrarse con V�ctor Ma�rtua, quien pasaba unos d�as en la capital francesa de tr�nsito para Quito donde hab�a sido nombrado Ministro y Enviado Extraordinario del Per�.(168) El alma de Mari�tegui estaba llena de Italia �por haberla visto con sus propios ojos y sin la lente ambigua y capciosa de la erudicci�n�.(169) 

Pues bien, la salida de Jos� Carlos de la Pen�nsula estuvo precedida por un cablegrama a V�ctor M. Ma�rtua anunci�ndole su pr�ximo arribo a Par�s. As� al llegar a esta ciudad, velada por una neblina azulina y donde parec�a que el tiempo reposaba indefinidamente, la primera preocupaci�n de Mari�tegui fue la de visitar a su maestro Ma�rtua, quien por aquellos d�as se hallaba en la capital de Francia, acompa�ado de su esposa do�a Isabel Palacios, de tr�nsito para Quito donde hab�a sido nombrado con similar cargo al que desempe�ara en Zurich�Suiza. Jos� Carlos, atenazado por la angustia de conseguir permiso para volver al suelo patrio, fue a su encuenrtro. Anhelaba el joven disc�pulo que aquel diplom�tico, tras del fracasado intento del doctor Osores, pusiera todo su empe�o en tal gesti�n. Ma�rtua, hombre de palabra y consecuente con las amistades, le prometi� encarar el problema pero no sin antes advertirle que la diligencia demorar�a: �conozco lo desconfiado y reticente que es Legu�a para resolver los asuntos espinosos como el suyo�. 

�Por el momento mi querido Mari�tegui �enfatiz� Ma�rtua� le aconsejo prudencia y que se olvide de la obsesiva idea del retorno inmediato. Le aseguro de que cuando llegue a feliz t�rmino la instancia que me ha confiado, le dar� oportunamente cuenta de ello. Ahora Par�s, con sus fascinantes encantos, nos aguarda impaciente�.(170) 

Y, en efecto, maestro y disc�pulo se pusieron de acuerdo para hacer un recorrido por la Ciudad Luz; una veces solos y otras en compa��a de sus esposas. Los viajeros ansiaban completar , sin duda alguna la visita de los lugares que no pudieron admirar durante sus anteriores estancias en la capital francesa. 

Ciertamente fueron varios los d�as que dedicaron las dos parejas para visitar y apreciar el museo de Louvre, el castillo de Fontainebleau, el palacio de Versalles, la Biblioteca Nacional, el cementerio P�re�Lachaise (ah� record� Jos� Carlos que hab�a bailado Isadora Duncan seg�n versi�n trasmitida por T�rtola Valencia), la casa de V�ctor Hugo (sita en la Place des Vosges) y la de Honorato de Balzac, los Inv�lidos (admirando los visitantes la tumba de Napole�n), el Muro de los Comunalistas y, finalmente, el renombrado caf� de la Rotonde, ubicado en Montparnasse, sitio al que sol�a concurrir Lenin antes de la Revoluci�n de Octubre de 1917 y el cual, por otra parte, siempre estaba colmado por distinguidos hombres de letras y artistas de la �poca. Por turno explicaba uno y otro amigo cuanto acontecimiento hist�rico o cotidiano surg�a ante los absortos ojos de los integrantes del grupo.(171) 

Despu�s de haber disfrutado la compa��a de los esposos Ma�rtua, Mari�tegui se da tiempo para entrevistarse nada menos que con Jorge Prado.(172) Unos de los arquetipos de su adolescencia, quien pasaba una larga temporada en Par�s. Luego, de sorpresa en sorpresa, va en busca de los hermanos Garc�a Calder�n (de quienes era un asiduo lector desde los lejanos a�os de su ni�ez). Estos personajes, como sabemos, resid�an en forma permanente en el Viejo Mundo: unas veces en la capital francesa y otras en Bruselas. 

En este orden de preocupaciones visita nuestro biografiado, nuevamente, a Henri Barbusse flamante miembro del Partido Comunista franc�s con quien sostiene una cordial conversaci�n, en el curso de la cual le habr� de revelar Mari�tegui el deseo que le impulsaba para fundar en el Per� una Secci�n de la Internacional.(173) Claro est� que Jos� Carlos no pretend�a hacer por encargo o por acuerdo la revoluci�n, como dijera Lenin, sino crear el instrumento adecuado que asegurara el papel rector en la lucha por la paz, la democracia y el socialismo a la clase trabajadora peruana. Al recaer la charla sobre la Conferencia Econ�mica de G�nova, a la que acababa de asistir Mari�tegui como Corresponsal de �El Tiempo�, Barbusse reiter� �que los magnates mundiales del petr�leo torpedearon la citada reuni�n para evitar un rapprochement con Rusia�. Barbusse, en esa oportunidad, le present� al escritor comunista Vaillant�Couturier, miembro del Consejo de �Clart�. 

Conoci�, igualmente, a Boris Souvarine, Jefe de Redacci�n del Bulletin Communiste y de �L'Humanit� (convertido desde el 12 de enero de 1921, en diario y �rgano oficial del Partido Comunista franc�s) y a Marcel Martinet, quien ten�a a su cargo la p�gina literaria de ese peri�dico. Asimismo, se vincul� con Amed�e Dunois dirigente del Partido Comunista franc�s y con la veterana feminista Severine. Dicha agrupaci�n pol�tica estaba en pleno proceso de bolchevizaci�n y observando la aplicaci�n creadora del marxismo�leninista.(174) 

Justamente estando Mari�tegui en Par�s se enter� en los medios frecuentados por los escritores de izquierda, de c�mo la controversia entablada entre Henri Barbusse y Romain Rolland hab�a quebrantado la llamada coalici�n de la �poca de la guerra, la �internationale de I'esprit�(175), conformada por los m�s sobresalientes hombres de la inteligencia europea que estaban decididos a combatir la sujeci�n del esp�ritu a la violencia y a defender la justicia social. 

La verdad es que Romain Rolland, influido por la propaganda antisovi�tica orquestada por los c�rculos reaccionarios, critic� la intolerancia violenta que se practicaba en Rusia contra los enemigos del sistema socialista imperante. El primero en salir al encuentro del ataque dirigido contra la Revoluci�n bolchevique fue Barbusse con un art�culo, intitulado: �La otra mitad del deber. A prop�sito del Rollandismo� (Clart�, 3 de diciembre de 1921). En �l dec�a que la �izquierda intelectual�, que hab�a atacado el antiguo r�gimen. continuaba siendo enemiga del nuevo. Reconoc�a la fortaleza moral de Rolland, su genio, su valent�a durante la guerra, pero se preguntaba si eran suficientes tales cualidades. El papel de moralista puro es sencillamente negativo, siempre ponderado tras cada acontecimiento, siempre tratando ser nuevo en el complejo mundo de las leyes existentes. La violencia, a la que tanta importancia conced�an Rolland y sus amigos, era simplemente �un detalle provisional�, una necesidad a corto plazo, como el constre�imiento de los delincuentes comunes. El espiritualista debe salir de su torre de marfil, a menos que quiera seguir siendo una �izquierda decorativa� llena de pacifismos y liberalismos, sin significado ni utilidad de clase alguna. 

En enero de 1922, Rolland replic� en la publicaci�n de Bruselas L'Arte Libre, en el que explicaba que le parec�a que la doctrina del �comunismo neo marxista� se adecuaba poco al aut�ntico progreso de la humanidad bajo la forma absolutista que hab�a adoptado. �La humanidad, la libertad y la verdad hab�an sido sacrificadas en Rusia en la �raison d'Etal�. No voy a santificar el militarismo, el terror polic�aco, la fuerza bruta, por el hecho de que sean instrumento de la dictadura comunista, en lugar de serlo de la plutocracia. Entend�a que la calificaci�n de la violencia como detalle provisional , que hab�a dicho Barbusse, era digna de un ministro burgu�s de Defensa Nacional. �No es cierto que el fin justifica los medios�. �Los medios son a�n m�s importantes para el verdadero progreso que el fin�. Conclu�a diciendo �que el mejor servicio que pod�an prestar los intelectuales a la causa comunista era criticarla libremente y observando que s�lo Lenin pose�a independencia de juicio, en tanto que a su alrededor s�lo pod�an encontrarse escribas de la ley�. 

En el mes siguiente, Barbusse expuls� del movimiento revolucionario a los �rollandistas�, a los que acus� de ego�smo y amor propio (Clart�, 1 de febrero de 1922). �La disputa se hizo cada vez m�s agria. Por su parte, Rolland contest�: �Pensamiento de partido, pensamiento de Iglesia, pensamiento de casta, �instrumentos de todas las opresiones� (L'Arte Libre, febrero 1922). Contra la aceptaci�n de la violencia, pon�a el ejemplo de los objetivos de conciencia, de Gandhi, de la t�cnica de la resistencia pasiva. 

Si pretendemos saber cu�l fue la opini�n de Jos� Carlos con respecto a la mencionada pol�mica, le cedemos la palabra para que nos explique mejor, incluso, la posici�n que adopt�: 

" ...Algunos intelectuales y artistas sostiene Mari�tegui carecen de aptitud para marchar con la muchedumbre. Pugnan por conservar una actitud distinguida y personal ante la vida. Romain Rolland, por ejemplo, gusta de sentirse un poco "au dessus de la mel�e" (por encima de la contienda, al margen del conflicto). Mas Romain Rolland no es un agn�stico ni un solitario. Comparte y comprende las utop�as y los sue�os sociales, aunque repudie, contagiado del misticismo de la no violencia, los �nicos medios pr�cticos de realizarlos. Vive en medio del fragor de la crisis contempor�nea. Es uno de los creadores del teatro del pueblo, uno de los estetas del teatro de la revoluci�n. Y si algo falta a su personalidad y a su obra, es, precisamente, el impulso necesario para arrojarse plenamente en el combate..."(176). 

Simult�neamente con el insaciable af�n de saber que exterioriza Jos� Carlos en Par�s, ora entrevistando a calificados personajes del sector marxista de izquierda ora aprendiendo c�mo las ideas de Lenin y de la Gran Revoluci�n de Octubre abr�an nuevas perspectivas al socialismo franc�s, lo vemos compartiendo las experiencias europeas con sus lectores de �El Tiempo� de Lima. En este sentido, aunque con ligero retardo, remite sus art�culos period�sticos redactados con intenci�n interpretativa y con marcada orientaci�n izquierdista sobre los sucesos que son materia de sus comentarios. 

Justo por aquella �poca, durante su estada en la Capital gala, despacha un trabajo acerca de la Conferencia Internacional de G�nova (realizada entre el 10 de abril y 19 de mayo de 1922), por medio del cual explica las causas que motivaron el rotundo fracaso de esa reuni�n en que por primera vez se dieron cita los representantes del mundo capitalista con los del mundo socialista. La mencionada cr�nica que fue recibida en el diario no pudo aparecer en la columna �Cartas de Italia� y �Aspectos de Europa� debido a que la Direcci�n del peri�dico la juzg� inadecuada con la pol�tica seguida por el matutino.(177) Esta fue la �ltima colaboraci�n out envi� Mari�tegui al �El Tiempo� (178). En adelante, a guisa de protesta, renunci� a continuar escribiendo en un diario que practicaba abiertamente la censura. 

Cabe anotar aqu� que Jos� Carlos tampoco descuidar�a la correspondencia epistolar con sus amigos y miembros de la fraternidad socialista a la cual perteneciera antes de abandonar el Per�. Frecuentemente, a estar por los testimonios de los propios destinatarios, escribir� a Ra�l Porras Barrenechea, Reynaldo Saavedra Pin�n, Antenor Fern�ndez Soler, Antonio Garland, Juan Manuel Calle, Percy Gibson, Fausto Posada, Pedro Bustamante Santisteban, Federico More, Humberto del Aguila, F�lix del Valle, Sebasti�n Lorente, Mois�s Vargas Marzal, Ricardo Mart�nez de la Torre, etc., trasmiti�ndoles sus impresiones sobre los acontecimientos que ven�an conmoviendo el Viejo Continente y, en reciprocidad, Mari�tegui recibir� informaci�n respecto a la problem�tica peruana. 

Y como su maestro Ma�rtua, poco antes de salir con destino al Nuevo Mundo, le advierte que aguarde el otorgamiento del permiso respectivo para emprender el retorno a la Patria, decide �entre tanto se obtenga el requisito indispensable� completar su aprendizaje en Europa, viajando por los pa�ses donde surgieran los fracasados intentos de establecer reg�menes basados en el sistema sovi�tico. Era un imperativo para la conciencia de clase de Mari�tegui recoger las lecciones vividas por aquel proletariado insurgente y heroico. Entonces traza sus planes para recorrer Munich, Viena, Budapest, Praga y Berl�n, las ciudades que fueron escenarios de tales sacudimientos sociales que inquietaron y aterrorizaron al capitalismo Internacional. 

Jos� Carlos poco antes de viajar hacia esos focos revolucionarios europeos, le particip� su ambicioso proyecto a C�sar Falc�n quien, seducido por la idea, manifest� su deseo de acompa�ar a Mari�tegui.(179) Y los dos amigos inseparables se reunieron esta vez, en Par�s. Ah�, antes de materializar sus audaces sue�os uno y otro compa�ero, fueron a aprovisionarse de publicaciones marxistas �vertidas al franc�s� en las librer�as del Partido y, tambi�n, en las que se hallaban ubicadas a lo largo de las riberas del Sena(180). 

La curiosidad de ambos j�venes se volcaba pues, por esos d�as, sobre toda la documentaci�n que les ofreciera una versi�n aut�ntica acerca del movimiento revolucionario de posguerra, caracterizado seg�n las conclusiones del III Congreso del Comintern de 1921 por la presi�n espont�nea de las masas, por la deformidad de los m�todos y objetivos y por el p�nico de las clases gobernantes (que parec�a haber terminado en medida considerable). La burgues�a de todos los pa�ses, a la saz�n, hab�a pasado a la ofensiva contra las masas obreras en los frentes econ�mico y pol�tico. La lucha revolucionaria del proletariado por el poder experimentaba una pausa, un retardo a escala mundial. Pero el equilibrio capitalista no se hab�a restablecido despu�s de la guerra. 

No obstante la experiencia lograda por Mari�tegui y Falc�n durante su militancia en el movimiento revolucionario italiano, se encontraban frente a nuevas ense�anzas en lo que respecta a la lucha de clases. Por entonces los partidos comunistas defin�an su l�nea estrat�gica y t�ctica partiendo del an�lisis de la crisis general del capitalismo, de los, cambios operados en la situaci�n internacional y de la correlaci�n de fuerzas de clase a escala mundial y nacional y del aprendizaje de las pugnas revolucionarias de los a�os anteriores, as� como tomaban en consideraci�n las causas de las derrotas sufridas por los trabajadores en los pa�ses capitalistas en 1918�1920. 

Y tocando el tema de los combates librados y de los reveses registrados por el proletariado a nivel europeo, tenemos que los dos j�venes socialistas se dirigieron a Munich, capital de Baviera, que constitu�a precisamente uno de los epicentros de las fallidas transformaciones sociales que venimos mencionando. Una vez ah�, en pleno campo experimental, en contacto con los sobrevivientes de la Revoluci�n bolchevique b�vara, pudieron informarse de c�mo hab�a sido establecida la Rep�blica Sovi�tica de Baviera (13 de abril - 1 de mayo de 1919) y como �sta anunci� �el fin de la era capitalista�. Leamos un fragmento, escrito a base de la versi�n que recogiera Mari�tegui sobre este tr�gico episodio de la revoluci�n socialista alemana: �En Munich, en Baviera apunta Jos� Carlos, se lleg� a instaurar el r�gimen de los soviets. La rep�blica sovietista de Munich, fue de un sovietismo artificial, de un comunismo de fachada, y esto era natural. Predominaban en este gobierno elementos reformistas, elementos semi�burgueses que no daban a la Revoluci�n B�vara una orientaci�n revolucionaria. La vida de esta rep�blica sovietista no pod�a pues, ser larga. De una parte, porque este gobierno sovietista en la forma, reformista en el contenido, no era capaz de desarmar a la burgues�a, de abolir sus privilegios ni de desalojarla de sus posiciones. De otra parte, porque Baviera era la regi�n de Alemania menos adecuada a la instauraci�n del socialismo. 

�La Baviera es la regi�n agr�cola de Alemania. La Baviera es un pa�s de haciendas y de latifundios: no es un pa�s de f�bricas�. 

�El proletariado industrial, eje de la revoluci�n proletaria, se encuentra, pues, en minor�a. El proletariado agr�cola, la clase media agr�cola, predomina absolutamente. Y, como es sabido, el proletariado agr�cola no tiene suficiente saturaci�n socialista, la suficiente educaci�n clasista para servir de base al r�gimen socialista. 

�El instrumento de la revoluci�n socialista ser� siempre el proletariado de las ciudades. Adem�s, no era posible la realizaci�n del socialismo en Baviera, subsistiendo en el resto de Alemania el r�gimen capitalista. No era concebible siquiera una Baviera socialista, una Baviera comunista dentro de una Alemania burguesa. 

�Vencida la revoluci�n comunista en Berl�n, estaba vencida tambi�n en Munich. Los comunistas b�varos no renunciaron, sin embargo, a la lucha y combatieron sin tregua por transformar la rep�blica sovietista de Munich en una verdadera rep�blica comunista. Poco a poco esta transformaci�n empez� a operarse. La conciencia del proletariado b�varo se desarroll� m�s d�a a d�a. A los puestos directivos fueron llevados obreros efectivamente revolucionarios. Ese fue, simult�neamente, el instante de la contraofensiva burguesa. Vencedora del proletariado en Berl�n, la burgues�a alemana inici� el ataque contra el proletariado en Munich. Las masas comunistas de Munich no tuvieron mejor fortuna que las de Berl�n. 

�Y otro de los l�deres del espartaquismo, Eugenio Levin�s, aquel intelectual polaco�ruso del que os he hablado hace pocos momentos, fue el m�rtir de esta jornada revolucionaria. Eugenio Levin�s no fue asesinado como Carlos Liebknecht, como Rosa Luxemburgo, etc., sino fusilado en una prisi�n de Munich. Se le sigui� un proceso rel�mpago y se le conden� a muerte. Frente al pelot�n de ejecuci�n, Eugenio Levin�s se port� valientemente. Y muri� con el grito de �Viva la Revoluci�n Universal!�, en los labios�. (181) 

Satisfecha la avidez que los indujo a desentra�ar los motivos que llevaron al fracaso la revoluci�n b�vara, los viajeros prosiguieron su itinerario. De Munich pasaron a Viena, en compa��a de Anna y el peque�o Sandro. 

En la capital austriaca, hecho curioso, aflu�a una corriente muy poderosa del movimiento revolucionario internacional. Exist�a un fuerte n�cleo de emigraci�n h�ngara. Viv�an muchas personas provenientes de los Balcanes y de Polonia. Adem�s era un punto de tr�nsito internacional en el que se encontraban frecuentemente comunistas alemanes, franceses, italianos, etc. Y quiz�s si por tales razones debi� editarse en Viena la Revista �Kommunismus�, �rgano de la III Internacional para los pa�ses danubianos, que preconizaban la mediaci�n entre la ideolog�a de la izquierda comunista alemana, y centro europea en general, y el leninismo sovi�tico. 

�La marejada de Viena �dir� Mari�tegui en un comentario posterior� no ha sido menos que en algunas de las que, sin obedecer a un plan de golpe de Estado, se produjeron en Europa, por estallido espont�neo en los primeros a�os de la pos-guerra... 

�Los d�as de Viena �recalca Jos� Carlos� no son tan duros como aquellos de 1922 �y de Julio precisamente� en que C�sar Falc�n y yo vimos caer hambrienta y ag�nica a una mujer en una acera del Rhin. Pero la pol�tica austriaca contin�a como entonces sin encontrar su equilibrio. Lo prueba, pol�ticamente, en forma incontestable, el hecho de que el socialismo, que tiene el rol opositor, haya conservado �ntegra y tal vez acrecentada, su gran influencia sobre las masas. El gobierno de Monse�or Seipper ha tenido necesidad de la sol�cita cooperaci�n pol�tica del partido socialista para contener la insurrecci�n. El pr�ximo gobierno se constituir�, a lo que parece, con la participaci�n de los socialistas...�(182). 

Como parte de esta pol�tica de contenci�n al bolcheviquismo, advertida por Mari�tegui, los socialistas austriacos no s�lo colaboraban con su propia burgues�a sino tambi�n con la de nivel internacional. En efecto, cabe mencionar que estos haci�ndose eco de la corriente �centrista� patrocinada por sus compa�eros de ruta suizos y espa�oles contribuyeron a crear una nov�sima internacional socialista para encauzar la nueva posici�n con que aparec�a, equidistante de la II y III Internacional, a base de los partidos y grupos que no estaban adheridos ni a una ni otra central socialista. As� pues surgi� por los a�os veinte la llamada Internacional de Viena o Internacional Segunda y media signada por un aparente anhelo de �unidad de acci�n� de todos los trabajadores del mundo. Pero al poner en pr�ctica su prop�sito unitario, revel� que s�lo era una variante de la II Internacional. Actuaba como un instrumento del capitalismo al ejercer presiones sobre los sectores socialistas vacilantes o que estaban en pleno proceso evolutivo hacia la III Internacional, para atraerlos al campo del reformismo exaltando los valores de la democracia burguesa representativa. 

Simult�neamente con su trabajo de obstrucci�n a la verdadera unidad del proletariado, y totalmente desprestigiada entre las masas revolucionarias, la Internacional de Viena o Segunda y media se fusion� con la II Internacional (1922) para reforzar justamente la acci�n antiunitaria que estaban propiciando por separado. 

Jos� Carlos pudo seguir muy de cerca las maniobras del capitalismo y sus agentes para debilitar la influencia que ven�a ejerciendo la III Internacional sobre los trabajadores. En este sentido, se entrevist� con los ex-dirigentes de la desaparecida Internacional de Viena, Adler y Bauer, quienes en ese momento s�lo atinaban a mantener a su pa�s como un islote del llamado reformismo �austro marxismo�.(183) Igualmente frecuent� a los l�deres comunistas y a los del sector sindical, la mayor�a de los cuales hab�an participado activamente en las acciones de masas y en la creaci�n de los Consejos Obreros que contribuyeron a poner t�rmino a la Primera Guerra Mundial y a hacer peligrar gravemente el sistema capitalista imperante en este Estado interior de Europa Central. 

Pero los mencionados Consejos Obreros �dominados por el Partido Socialdem�crata� se sometieron por diversas presiones a los gobiernos de coalici�n republicano-nacionalistas, que los socialdem�cratas (con mentalidad colaboracionista y contrarrevolucionaria) formaron con los partidos demoliberales burgueses tergiversando as� la esencia y los fines de los Consejos. 

Y en medio de estos afanes, Mari�tegui, por comprender la realidad austr�aca, recibir� noticias inquietantes de Italia que daban cuenta de la huelga declarada por los trabajadores en una tentativa tard�a para contener los desmanes y tropel�as de las escuadras fascistas. Los diarios vieneses de los primeros d�as de agosto de 1922 y una carta de Machiavello (184) , recibida a mediados de ese mismo mes, le informar�n a Jos� Carlos sobre el clima de violencia y de guerra civil que continuaba agrav�ndose en la Pen�nsula, desde su salida. 

En efecto, a trav�s de las fuentes descritas l�neas arriba, se entera Jos� Carlos que los socialistas italianos hab�an organizado la huelga general, con la intervenci�n de casi la mayor�a de las centrales de los trabajadores, en un desesperado intento por defender las libertades pol�ticas y sindicales conculcadas por la ofensiva fascista y patronal. 

Pero el fascismo que, a la saz�n amenazaba con capturar el poder, contra atac� como fuerza rompe huelga llegando a apoderarse de las organizaciones socialistas y sindicales de Ancona, Livorno, G�nova y Mil�n. Y hasta desafi� al gobierno con una �Marcha sobre Roma�, en actitud arrogante y belicosa. 

En cambio los trabajadores, demag�gicamente orientados, tuvieron que replegarse y levantar el estado de huelga sin pena ni gloria. Todo ello presagiaba que los �fascios di combatimento�, con el respaldo de la burgues�a y los terratenientes, estaban pr�ximos a tomar el gobierno del pa�s. 

Impresionado, pues, con la lecci�n austriaca y con los sucesos truculen�tos de Italia, Mari�tegui, Falc�n, Anna y el peque�o Sandro, liaron sus valijas, de acuerdo con el itinerario previamente trazado, con rumbo a Budapest.(185) 

La verdad es que el problema h�ngaro no era desconocido para los viajeros. Dijimos que tanto Mari�tegui como Falc�n, tuvieron contactos con el Conde Miguel Karolyi (durante su estada en Florencia), �que hac�a causa com�n con los comunistas� y, posteriormente, con numerosos protagonistas de la Revoluci�n de Hungr�a asilados en Viena. 

Nada m�s a prop�sito, que ceder la palabra a Jos� Carlos para que nos explique el problema h�ngaro: �...El conde Karolyi comenta Mari�tegui asumi� el poder con el t�tulo de presidente de la rep�blica. Su gobierno se apoyaba en los elementos dem�cratas y socialistas. Karolyi, que proced�a de la aristocracia magiar, ten�a una interesante historia de revolucionario y de patriota. Pero la pol�tica de las potencias vencedoras no le consinti� durar en el poder. La revoluci�n h�ngara se hallaba frente a dif�ciles problemas. El m�s grave de todos era el de las fronteras nacionales. El patriotismo de los h�ngaros se rebelaba contra las mutilaciones que la Entente hab�a decidido imponerle. En la imposibilidad de suscribir el trabajo de paz que sancionaba estas mutilaciones, Karolyi resign� el poder en manos del partido socialdemocr�tico. Los leaders de este partido pensaron que, atacados de un lado por los reaccionarios y de otro por los comunistas, no ten�an ninguna chance de mantenerse en el poder. Resolvieron, por tanto, entenderse con los comunistas. El partido comunista h�ngaro, dirigido por Bela Kun, era muy joven. Era un partido emergido de la revoluci�n. Pero hab�a conquistado un gran ascendiente sobre las masas y hab�a atra�do a su flanco a la izquierda de la socialdemocracia. 

�Los socialdemocr�ticos, aconsejados por estas circunstancias, aceptaron el programa de los comunistas y les entregaron la direcci�n del experimento gubernamental. Naci�, de este modo, la rep�blica sovietista h�ngara. Bela Kun y sus colaboradores trabajaron empe�osamente durante los cuatro meses que dur� el ensayo, por actuar su programa y construir, sobre los escombros del viejo r�gimen, el nuevo Estado socialista. La gran propiedad industrial fue nacionalizada. La gran propiedad agraria fue entregada a los campesinos organizados en cooperativas. M�s todo este trabajo estaba condenado al fracaso. El partido comunista, demasiado incipiente, carec�a de preparaci�n y de homogeneidad. Al partido socialdemocr�tico, que compart�a con �l las funciones del gobierno, le faltaba esp�ritu y educaci�n revolucionarias. La burocracia sindical segu�a, desganada y amedrantada, a Bela Kun. Y, sobre todo, la Entente acechaba la hora de estrangular a la revoluci�n. Checo�Eslavia y Rumania fueron movilizadas contra Hungr�a. La rep�blica h�ngara se defendi� denodadamente; pero al fin result� vencida. Derrotado por sus enemigos de fuera, el comunismo no pudo continuar resistiendo a sus enemigos de dentro. Los socialdemocr�ticos pactaron con los agentes de la Entente. A cambio de la paz, la Entente exig�a la sustituci�n del r�gimen comunista por un r�gimen democr�tico-parlamentario. Sus condiciones fueron aceptadas. Bela Kun dej� el poder a los leaders socialdemocr�ticos. No pudieron �stos, empero, conservarlo. La ola reaccionaria barri� en cuatro d�as el endeble y p�vido gobierno de la socialdemocracia. Y coloc� en su lugar al gobierno de Horthy. La reacci�n, monarquista y tradicionalista, necesitaba un regente. Necesitaba tambi�n un dictador militar. Ambos oficios pod�a llenarlos un almirante de la armada de los Habsburgos. Su gobierno durar�a el tiempo necesario para liquidar, con las potencias de la Entente, las responsabilidades y las consecuencias de la guerra y para preparar el camino para la restauraci�n mon�rquica. 

�Horthy inaugur� un per�odo de �terror blanco�. Todos los actores, todos los fautores de la revoluci�n, sufrieron una persecuci�n sa�uda, implacable, rabiosa. Una comisi�n de diputados brit�nicos, encabezada por el coronel Wedgwood, que visit� Hungr�a en esa �poca, realiz� una sensacional encuesta. El n�mero de detenidos pol�ticos era de doce mil. La delegaci�n constat� una serie de asesinatos, de fusilamientos y de masacres. Sus denuncias, rigurosamente documentadas, provocaron en Europa un vasto movimiento de protestas. Este movimiento consigui� evitar la ejecuci�n de cinco miembros del gobierno de Bela Kun condenados a muerte. 

�El gobierno de Horthy inspira su pol�tica en los intereses de la propiedad agraria. Sus actos acusan una tendencia inconsciente a reconstruir en Hungr�a una econom�a medioeval. Bajo la regencia de Horthy, el campo domina a la ciudad. La industria, la urbe, languidecen. Hace tres a�os aproximadamente visit� Budapest. Hall� ah� una miseria comparable s�lo a la de Viena. El proletariado industrial ganaba una raci�n de hambre. La peque�a burgues�a urbana, pauperizada, se proletarizaba r�pidamente. C�sar Falc�n y yo, discurriendo por los suburbios de Budapest, descubrimos a un intelectual autor de dos libros de est�tica musical reducido a la condici�n de portero de una �casa de vecindad�. Un periodista nos dijo que hab�a personas que no pod�an hacer sino tres o cuatro comidas a la semana. Meses despu�s la falencia de Hungr�a arrib� a un grado extremo. El gobierno de Horthy reclam� la asistencia de los aliados. Desde entonces, Hungr�a como Austria, se halla bajo la tutela financiera de la Sociedad de Naciones. Y bajo la autoridad de los altos comisarios de la banca inter�aliada.�(186) 

Otro de los pa�ses que figura en el recorrido de Mari�tegui y Falc�n fue Checoeslovaquia, que desde hac�a poco estaba gobernado por Eduardo Benes. Llegados a este punto del periplo, nadie m�s autorizado para ofrecernos una visi�n sucinta de esa flamante Rep�blica surgida de la posguerra mundial (1914�1918) que el propio Jos� Carlos: �...La pol�tica y la legislaci�n del Estado checoeslovaco nos dir� se caracteriz� por su necesidad de mostrarse como uno de los Estados europeos m�s avanzados en materia de legislaci�n social. Bajo la presi�n de las masas, la pol�tica del Estado checoeslovaco hizo varias concesiones a las reivindicaciones proletarias. La mayor de todas fue, acaso, la aceptaci�n de la f�rmula de los Consejos de Empresa, que significa un paso hacia la participaci�n de los obreros en la administraci�n de las f�bricas�.(187) 

En el curso pues de su visita a Praga, Mari�tegui pudo observar que las conquistas logradas en ese pa�s, se deb�an fundamentalmente a la existen�cia de un poderoso y din�mico Partido Comunista que contaba con la mayor representaci�n parlamentaria como agrupaci�n pol�tica. Incluso para con�trarrestar su fuerza como organizaci�n de masas el gobierno estaba conformado por una coalici�n de cinco partidos. Checoeslovaquia dispon�a, por esos a�os veinte, de una industria bastante adelantada y con un alto �ndice de producci�n y, por tanto, con un numeroso sector de trabajadores. Cabe destacar que dentro de este Estado multinacional, el Partido Comunista era el �nico grupo en que los checos, eslovacos y alemanes estaban unidos en t�rminos de igualdad. 

Jos� Carlos tampoco descuid� de indagar sobre las causas de la fracasada Revoluci�n Sovi�tica de Eslovaquia (uno de los grupos nacionales integrantes de Checoeslovaquia), cuyo sistema apenas subsisti� diecinueve d�as (del 16 de junio al 5 de julio de 1919) (188). Este gobierno similar al de Hungr�a sucumbi� frente a la ofensiva de fuerzas contrarrevolucionarias muy superiores, de procedencia interna y externa, manipuladas por la Entente para liquidar la sociedad socialista. 

Al dar por terminada su estada en Checoeslovaquia, Jos� Carlos estuvo a punto de viajar a Rusia pero como �l mismo habr� de explicar: �su mujer y su hijo se lo impedir�an�. (189) Entonces, s�lo hubo de contentarse con ir a Berl�n donde deseaba completar su aprendizaje sobre la Revoluci�n Alemana y observar la problem�tica situaci�n sociopol�tica de ese pa�s, que se hallaba al borde de la revoluci�n social. 

Pose�do por el af�n de ver todo y percatarse de los focos revolucionarios que a�n subsist�an en Alemania despu�s de la guerra, Jos� Carlos se entrega fervorosamente a elaborar un ambicioso programa de toma de contactos, visitas y recorridos por las ciudades que hab�an sido violentamente sacudidas por los impactos de las insurrecciones y las grandes huelgas obreras que mantuvieron en suspenso a la opini�n p�blica mundial. 

Eso s�, en lo que podr�amos denominar tarea inicial de esta empresa, Mari�tegui no tendr� la compa��a de su inseparable amigo y camarada, C�sar Falc�n, quien deber� ausentarse de Berl�n requerido por el diario �El Liberal� de Madrid del cual como hemos anotado era corresponsal viajero para cubrir una informaci�n en Par�s(190). 

Pero, a decir verdad, Jos� Carlos estaba informado de cuanto hab�a ocurrido en el ex-Imperio germano, ora por noticias llegadas a Lima ora por lecturas de reciente data. Conoc�a por estas circunstancias muchos de los hechos pol�ticos y sociales protagonizados por los trabajadores y soldados, quienes ganados por el anhelo de conquistar la paz, pusieron fin a la devastadora guerra librada por Alemania (1918) y, adem�s, intervinieron heroicamente en las jornadas que precipitaron el derrocamiento del Kaiser, en la proclamaci�n de la Rep�blica, en las Reformas dictadas por el Pr�ncipe Max de Baden y en el movimiento para que el socialdem�crata (de derecha) Fritz Ebert fuera elegido Presidente del Consejo de los Comisarios del Pueblo (integrado por socialdem�cratas y socialistas independientes). 

Pues como se sabe, �en toda Alemania, luego de finalizada la guerra, se hab�a constituido, seg�n el ejemplo de Rusia, consejos (soviets) de obreros y soldados, los cuales se reunieron en Berl�n a mediados de diciembre de 1918 en un Congreso y eligieron un consejo central y un consejo ejecutivo�(191). 

Y cuando todo hac�a presagiar de que en Alemania estaba surgiendo el segundo pa�s sovi�tico despu�s de Rusia, la burgues�a germana, que estaba sometida a la pol�tica anticomunista de la Entente, procedi� a movilizar a sus agentes socialdem�cratas para detener el proceso revolucionario en ascenso. Entonces estos colaboracionistas, utilizando toda clase de maniobras, transfirieron todo el poder que detentaba el Consejo de los Comisarios del Pueblo organismo en el que contaban con una abrumadora mayor�a al Parlamento burgu�s recientemente elegido y que, a su vez, se encontraba manipulado por ellos mismos. Pero para realizar esta acci�n reprobable, hubo que reprimir la revoluci�n en marcha a sangre y fuego segando la vida de millares de obreros y de calificados dirigentes pol�ticos que cayeron voceando las consignas: ��Abajo Ebert y Scheidemann!� y ��Todo el poder a los soviets!�. Igual suerte corrieron en el parque Zool�gico de Berl�n a tiros de rev�lver, Rosa de Luxemburgo y Karl Liebknecht, dos de los m�s esclarecidos ide�logos y realizadores del marxismo- leninista en Alemania. 

Mari�tegui, como si hallara cierta semejanza desde luego salvando las distancias entre el grupo jacobino al cual perteneciera en Lima y el n�cleo espartaquista (que habr�a de devenir en el Partido Comunista alem�n) sigui� con profundo inter�s la evoluci�n ideopol�tica de la citada agrupaci�n que hab�a adoptado, inclusive, el programa y la plataforma de la Rep�blica Sovi�tica. Compenetrado pues de su finalidad clasista, admir� nuestro personaje la consecuencia revolucionaria de los espartaquistas. Estos, demostrando un temple leninista ejemplar, jam�s se arredraron frente a los m�todos de terror que hab�an desatado los socialdem�cratas. Al contrario, iniciaron una campa�a porque el centro de gravedad de la acci�n pol�tica se desplazara del Parlamento hacia las masas y, asimismo, patrocinaron una beligerancia sistem�tica contra los obst�culos que se interpon�an al desarrollo del sindicalismo revolucionario. 

Ciertamente que toda la pol�tica represiva, organizada por los socialdem�cratas para salvaguardar el sistema capitalista, no dio los resultados aguardados, continu� la resistencia heroica de los trabajadores y, por supuesto, sobrevino un nuevo ba�o de sangre. Pero a�n as�, como lo habr�a de confirmar Jos� Carlos tres a�os m�s tarde, el proletariado intensific� su lucha de clase y fue ganando millones de adeptos para su causa. Y era de lo m�s com�n, no obstante que el gobierno respond�a a intereses opuestos a la revoluci�n social, escuchar en los caf�s, en las calles y en los lugares m�s frecuentados por el p�blico el himno a la Internacional y, tambi�n, observar en los desfiles o concentraciones de masas proletarias la bandera roja enarbolada al tope. Se esperaba de un momento a otro la revoluci�n proletaria. 

Indudablemente que la creaci�n del Partido Comunista alem�n (31 de diciembre de 1918) �uno de los primeros partidos en fundarse en Europa tras el conflicto b�lico� fue un paso decisivo para la mayor gravitaci�n de la ideolog�a marxista-leninista en el movimiento obrero de ese pa�s. 

En julio del a�o siguiente (1919), despu�s de dominar las oleadas revolucionarias y asegurado el gobierno de la socialdemocracia, se aprob� la Constituci�n de la Rep�blica alemana que recibi� el nombre de Weimar por la peque�a ciudad provincial donde se elabor� esta Carta Magna. Seg�n sus prescripciones el poder legislativo era ejercido por el Reichstag (Parlamento) elegido por la poblaci�n sobre la base del sufragio universal. El Presidente de la Rep�blica era designado por la votaci�n de la totalidad del pueblo, por el t�rmino de siete a�os. La Constituci�n proclamaba las libertades, democr�tico-burguesas (libertad de palabra, de reuni�n, de asociaci�n, etc�tera), pero inclu�a ciertos art�culos que permit�an a la reacci�n burguesa, en contubernio con la socialdemocracia en el poder, suspenderlas en cualquier momento. En particular, el art�culo n�mero 48 de esa Constituci�n autorizaba al Presidente a declarar, en el caso de una posible amenaza �al orden social�, el estado de emergencia y recurrir a la fuerza armada. De esta manera la llamada Constituci�n de Weimar, que aparte de representar un instrumento represivo, contribu�a a asegurar el dominio de los grandes capitalistas y terratenientes germanos. 

M�s o menos este era el clima pol�tico social que imperaba en la Rep�blica alemana al instante de arribar Jos� Carlos y de fijar su residencia en la Postdammer Strasse (que actualmente pertenece a Berl�n Oriental(192). Ah�, en compa��a de su mujer y de su hijo, habr�a de vivir aproximadamente siete meses (de setiembre de 1922 a marzo de 1923). 

Poco m�s tarde, luego de haberse instalado en la capital de Alemania, Mari�tegui recibir� una carta (fechada en el mes de octubre de 1922) del doctor Arturo Osores, Ministro del Per� en Italia, por medio de la cual le hac�a saber de la renuncia formulada al cargo que ven�a desempe�ando ante la Canciller�a de Lima y que se dispon�a a viajar de retorno a la Patria(193). 

Paralelamente con esta nota de despedida, Jos� Carlos tendr� noticias inquietantes de la �Marcha sobre Roma� (29 de octubre de 1922) por las milicias fascistas, la ca�da del gobierno, presidido por Luigi Facta, y la ascensi�n al poder de Benito Mussolini con un gabinete de coalici�n. 

Esta coyuntura adversa para el pueblo italiano, le produjo a Mari�tegui una profunda desaz�n. Pero al pensar en la suerte que deber�an estar corriendo sus amigos y camaradas, de inmediato, se sobrepuso y les escribi� expres�ndoles su solidaridad en la lucha revolucionaria que ven�an librando �a la cual �l no fuera ajeno durante su estancia en la Pen�nsula� y formulaba sus mejores votos por el triunfo rotundo de las fuerzas antifascistas sobre la ultra reacci�n (194). 

Sin embargo, la preocupaci�n por Italia fue amenguando en Jos� Carlos a medida que iba adquiriendo conciencia de que Alemania estaba en v�speras de un violento cambio social. Quiz�s si, en este trance lleg� a la conclusi�n de. que tal triunfo significar�a la liquidaci�n del fascismo en la Pen�nsula. Por ese tiempo se otorgaba mucho cr�dito a la idea de que con la guerra civil en Alemania, se iniciar�a la revoluci�n mundial. 

Mari�tegui, como antes lo hab�a practicado en Francia e Italia, se esforzaba en Berl�n por leer en alem�n, pero le resultaba complicado. Entonces, para obviar tal dificultad, recurri� a los servicios de una profesora que empez� a darle clases de ingl�s y alem�n. Siendo sus primeras lecturas en esta �ltima lengua las obras de Franz Mehring: Carlos Marx: Historia de su vida (publicada en 1919); de Max Weber: Econom�a y sociedad (ambos autores, hab�an fallecido recientemente); de Oswald Spengler; Decadencia de Occidente; de Friedrich Wilhelm Nietzsche: As� hablaba Zaratustra, de Johann Wolfgang Goethe: Fausto, etc.(195). Tambi�n le�a el peri�dico �Rote Fahne� (�La bandera roja�), �rgano del Partido Comunista alem�n(196). 

Sol�a visitar los locales pol�ticos de la vanguardia proletaria, con la finalidad espec�fica de observar detenidamente las organizaciones de base: las c�lulas de empresas industriales y la de los centros urbanos. Igualmente atra�a su atenci�n, la actividad ideol�gica: preparaci�n de cuadros pol�ticos y sindicales, etc.(197). 

Recorr�a asimismo, lugar por lugar, los escenarios en que se produjeron las insurrecciones armadas del proletariado berlin�s en plena guerra mundial n�mero 1 (a fines de enero de 1918) y en v�speras de firmarse el armisticio (9-XI-1918). As� como los sitios en que estallaron similares acontecimientos una vez concluido el conflicto b�lico (segunda semana de enero de 1919 y 3.III.1919)(198). 

De esta manera recog�a �no exento de cierta dosis de patetismo� los testimonios de los hechos e inquietudes protagonizados por los miembros de la Liga Espartaquista y por las milicias obreras de izquierda, que constituyeron por esos a�os aciagos el punto culminante de la revoluci�n proletaria y que generara, por consiguiente, la represi�n brutal e inmediata por parte del gobierno burgu�s (integrado por los socialdem�cratas de derecha) contra el movimiento sedicioso causando 1,200 muertos y 10,000 heridos. 

Esta situaci�n adversa para la revoluci�n socialista tiene su explicaci�n fundamentalmente, en el hecho real de que la mayor�a de los obreros alemanes �como pudo comprobar Mari�tegui� estaban influidos por los socialdem�cratas de derecha (encabezados por Ebert), por los centristas (dirigidos por Kautsky) y por la debilidad manifiesta del ala izquierdista que, a su vez, estaba dominada por el reformismo. S�lo as� los colaboracionistas del sistema capitalista, pudieron reprimir el marxismo revolucionario que intentaba instaurar la dictadura del proletariado. 

Desde luego todo este mundo de turbulenta ebullici�n, que habr� de prolongarse hasta 1923, le brindar� a Jos� Carlos nuevas aportaciones para su aprendizaje pol�tico e ideol�gico. 

Pero nuestro joven personaje no s�lo se consagrar� a captar el car�cter revolucionario del marxismo, sino que tambi�n se dar� tiempo para concurrir, en sus horas libres, a los restaurantes y caf�s frecuentados por los hombres de letras y artistas sovi�ticos, que se hallaban de paso por la Ciudad teut�nica. As� pudo gozar de las extraordinarias tertulias literarias que animaban aquellas distinguidas figuras entre las que se encontraban Alexei Nikolaievich Tolstoi, Vladimir Maiakovski, Boris Pilniak, Sergio Essenin, Ilya Ehrenburg, Andrei Bieli, Marina Tsvetaieva, etc. En esos establecimientos p�blicos, por feliz coincidencia, debi� conocer �aunque de lejos� a Isadora Duncan esposa del poeta Essenin(199), a quien admiraba desde los tiempos en que viv�a la bohemia lime�a y firmaba con el seud�nimo de Juan Croniqueur. 

Durante su estancia en Berl�n, Jos� Carlos, con tantos incentivos de por medio sal�a de su casa muy de ma�ana y retornaba pasada la medianoche, con gran alarma y enfado de Anna(200). 

�Me hab�a propuesto �le confesar� a Armando Baz�n, su secretario� aprender alem�n a toda costa, para eso tomaba lecciones, trataba de descifrar los peri�dicos, de hablar con cualquier persona que me diera la posibilidad de hacerlo, en las calles, en las plazuelas, en los teatros. Hab�a que darse prisa, pues mi estancia all� s�lo pod�a ser muy corta. Trabajaba, pues, sin descanso...�(201). 

De tarde en tarde, haciendo un alto a sus trajines habituales, asomaba Jos� Carlos por el local de la Legaci�n Peruana en Berl�n, en busca de noticias procedentes de la Patria lejana. Ejerc�a a la saz�n la m�xima representaci�n diplom�tica el se�or Agust�n G. Ganoza, como Ministro Plenipotenciario. Y se desempe�aba como Agregado Militar el Sargento Mayor Julio C. Guerrero. Pero cosa curiosa �declara �ste� nunca pudo encontrarse con Mari�tegui en la capital germana(202). Cuando se ausentaba uno de ellos de Berl�n, llegaba el otro de fuera. Guerrero, m�s de una vez, hubo de conformarse con dejarle saludos y recados a Mari�tegui con la profesora alemana �de la cual era muy amigo�.(203) 

Y en el cumplimiento del programa de investigar la realidad europea, a nuestro personaje le servir� a las mil maravillas su vasta experiencia period�stica. Entrevistar� con �xito a las personalidades del mundo europeo, en su af�n de desentra�ar y esclarecer algunos problemas de la pol�tica predominante de aquellos a�os de posguerra. Es mejor que nos explique Jos� Carlos el asunto: �...una tarde �dice �l� en el Reichstag, conversando con Breischeidt �otro leader de la socialdemocracia actualmente candidato al ministerio de negocios extranjeros� quise de �l algunos esclarecimientos concretos sobre el programa financiero del grupo socialista. Olvidada la tendencia de los alemanes a la especializaci�n, al tecnicismo, al encasillamiento. Breischeidt, especialista en cuestiones extranjeras, no se reconoc�a capacidad para hablar de cuestiones econ�micas. Y me remiti� al especialista, al perito. Vea usted a Hilferding, quien le expondr� nuestros puntos de vista. Presentado por Breischidt, conoc� a Hilferding. El marco era el mes de noviembre del a�o �ltimoca�a vertiginosamente. Segu�a la v�a de la corona austriaca y del rublo moscovita. Hilferding estudiaba los medios de estabilizarlo. Nuestra conversaci�n, inactual ahora, vers� sobre este t�pico...�. 

�La posici�n de Hilferding en el socialismo alem�n ha sido, en un tiempo, una posici�n de izquierda y de vanguardia. Pero Hilferding no ha jugado nunca un rol tribunicio ni tumultuario. Se ha comportado siempre exclusivamente como un hombre de estado mayor. Ha sido invariablemente un estadista cient�fico, terso, g�lido, cerebral; no ha sido un tipo de conductor ni de caudillo. Durante la guerra, el grupo socialista del Reichstag se escision�. Una minor�a, acaudillada por Liebknecht, Dittmann, Hilferding, Crispien, Haase, declar� su oposici�n a los cr�ditos b�licos. Y asumi� una actitud hostil a la guerra. La mayor�a expuls� de las filas de la socialdemocracia a los diputados disidentes. Entonces la minor�a fund� un hogar aparte: el partido socialista independiente. En 1918, emergi� de la revoluci�n alemana una tercera agrupaci�n socialista: los comunistas o espartaquistas de Karl Liebknecht y Rosa Luxembrugo. Los socialistas independientes ocuparon una posici�n centrista e intermedia. Diferenciaron su rumbo del de los socialistas mayoritarios y del de los comunistas. Hilferding dirig�a el �rgano de la facci�n: �Die Freiheit�. En 1920, los socialistas independientes tuvieron en Halle su congreso hist�rico. Deliberaron sobre las condiciones de adhesi�n a la Tercera Internacional y de uni�n a los comunistas. Una fracci�n, encabezada por Hoffmann, Stoecker y Daumig propugnaba la aceptaci�n de las condiciones de Mosc�; otra fracci�n, encabezada por Hilferding, Crispien y Ledebour, la combat�a Zinoviev, a nombre de la Tercera Internacional, asisti� al congreso. Hilferding, orador oficial de la fracci�n esquiva y secesionista, polemiz� con el leader bolchevique. El congreso produjo el cisma. La mayor�a de los delegados vot� por la adhesi�n a Mosc�. Trescientos mil afiliados abandonaron los rangos del partido socialista independiente para sumarse a los comunistas. El resto de la agrupaci�n reafirm� su autonom�a y su centrismo. Pero aligerado de su lastre revolucionario, empez� muy pronto a sentir la atracci�n del viejo hogar socialdemocr�tico. En el proletariado no existen sino dos intensos campos de gravitaci�n: la revoluci�n y la reforma. Los n�cleos desprendidos de la revoluci�n est�n destinados, despu�s de un intervalo errante, a ser atra�dos y absorbidos por la reforma. Esto le aconteci� a los socialistas independientes de Alemania. En octubre del a�o pasado (1922) reingresaron en los rangos de la social democracia y del "Vorvaerts". Y extinguieron la cism�tica �Freiheit�. Unicamente Ledebour y otros socialistas, bizarramente secesionistas y centr�fugos, se resistieron a la unificaci�n. 

�Hilferding est� clasificado, dentro del socialismo europeo, como uno de los representantes de la ideolog�a democr�tica y reformista. En la pol�mica, en la controversia entre bolcheviquismo y menchevismo, entre la Segunda y la Tercera Internacional, la posici�n de Hilferding no ha sido rigurosamente la misma de Kautsky. Hilferding ha tratado de conservar una actitud virtualmente revolucionaria. Ha impugnado la t�ctica �putschista� e insurreccional de los comunistas; pero no ha impugnado su ideolog�a. Ha disentido de la praxis de la Tercera Internacional; pero no ha disentido expl�citamente de su teor�a. Ha dicho que era necesario crear las condiciones psicol�gicas, morales, ambientales de la revoluci�n. Que no bastaba la existencia de las condiciones econ�micas. Que era elemental y primario el orientamiento espiritual de las masas. Pero esta dial�ctica no era sino formal y exteriormente revolucionaria. Malgrado sus reservas mentales, Hilferding es un social democr�tico, un social evolucionista; no es un revolucionario.` Su localizaci�n en la socialdemocracia no es arbitraria ni es casual...�(204). 

Ahora viene a prop�sito mencionar que cuando Mari�tegui se hallaba, totalmente, entregado a captar el marxismo revolucionario, tanto en la teor�a como en la acci�n, ley� con gran sorpresa que el pintor Pettoruti acababa de inaugurar una exposici�n de sus pinturas en las salas de �Der Sturm� (205) con notable �xito. De inmediato Jos� Carlos fue al encuentro de aqu�l, y lo persuadi� para que fuera a vivir al mismo alojamiento que ocupaba en Postdammer Strasse �... Yo ten�a la habitaci�n solamente �nos dice Pettoruti ellos �refiri�ndose a Mari�tegui, Anna y el peque�o Sandro� un apartamento y la pensi�n completa, que era de calidad. En la capital alemana se reanudaron nuestras conversaciones, aunque no ya tan frecuentes ni tan extensas como aquellas de Frascati (como hemos dado cuenta en este mismo cap�tulo). Yo estaba acaparado por mil cosas; �l, por su parte, trabajaba con mayor ah�nco; sin embargo, busc�bamos los minutos cuando no nos pertenec�an las horas, y nos d�bamos frecuentes citas. Muchas veces me qued� a comer en la pensi�n para departir con �l y muchas tardes salimos juntos para visitar en compa��a la ciudad, sus monumentos, sus museos, sus exposiciones. El fin de su existencia europea estaba pr�ximo. Su poderosa inteligencia parec�a apreciar al mil�metro el valor del tiempo, en medida, y sus preguntas ��c�mo amaba preguntar!� que sin excepci�n fueron siempre interesantes, cobraban intensidad que a veces me impresionaba. Yo me dec�a: �Este hombre va a mover el mundo�. No era el brillo de una elocuencia sublime el que me induc�a a atribuirle un destino de lo corriente; era, al contrario, la justeza de su lenguaje develando el pensamiento, proyect�ndolo en la acci�n que cobraba as� de inmediato un sentido y un impulso. 

�Nos despedimos �dir� finalmente Pettoruti� en Berl�n sin saber que f�sicamente era nuestro �ltimo abrazo...�(206). 

Luego de aquel grato reencuentro, habr� de enterarse (por el mes de diciembre de 1922) que M�ximo Gorki pasaba una temporada en un sanatorio de Alemania. Al momento, sin mayor vacilaci�n y consulta, se decidi� salir en buscada este personaje que lo llegara a fascinar con la lectura hac�a pocos a�os de la novela La Madre. "As� una tarde pl�mbea como relata el propio Mari�tegui descendi� de un tren alem�n en la estaci�n de Saarow Ost, para visitar a M�ximo Gorki. El paisaje de cart�n de Saarow Ost era esa tarde igual a los paisajes que los ni�os iluminan con l�pices de colores en sus cuadernos germanos. Paisajes que yo hab�a gustado por primera vez en mi infancia con un alpestre y ladino sabor de leche Nestl�. Paisaje seguro, para ni�os convalecientes, donde uno no podr�a nunca extraviarse, porque sus caminos lo toman en seguida de la mano para guiarlo. Paisaje que le prescribe a uno dieta, apetito, sue�o a las ocho, leche al pie de la vaca. No se concibe en este lugar men�s indigestos con langostas, caviar, �g�nseloebepastte�. Berl�n no dista sino cinco horas; pero para llegar aqu� hay que pasar por un bosque de pinos y tomar en Furstenwalde un trencito vecinal que corre s�lo dos veces al d�a. En los pinos del camino, el viajero deja sus ideas citadinas, sus h�bitos urbanos. Todas las figuras se dejar�an recortar con una tijera. Las rutas tienen postes con letreros y flechas que conducen al lago, al bosque, al sanatorio, ala estaci�n. Es imposible perderse, aunque se quiera. 

�M�ximo Gorki convalec�a en Saarow Ost de las jornadas de la Revoluci�n rusa. Yo me preguntaba, mientras caminaba de la estaci�n al �Neue Sanatorium�, como pod�a trabajar en este pueblo de convalecencia, infantil, albo y lacteado, un rudo vagabundo de la estepa. Saarow Ost no es un pueblo sino un sanatorio. Un sanatorio encantado, con bosques, jardines, lagunas, chalets, tiendas, un caf�, gente sana y un ambiente sedante, esterilizado, higi�nico. Las excitaciones est�n rigurosamente proscritas. El crep�sculo �espect�culo sentimental y voluptuoso� severamente prohibido. La poblaci�n parece administrada por una �nurse�, la naturaleza tiene un delantal blanco y no ha proferido jam�s una mala palabra. �Qu� pod�a escribir Gorki en esta aldea industrial, bacteriol�gicamente pura, de cuento de Navidad? Fue la primera cosa que le pregunt�, despu�s de estrechar su mano hura�a. Gorki hab�a escrito en Saarow Ost el relato de su infancia. Estaba contando a los hombres su historia. Quer�a contar la de otros hombres. Todos sus recuerdos eran matinales. La serie de sus grandes novelas realistas estaba interrumpida. Saarow Ost: en cada convalecencia me visitan tus im�genes... 

�... En diciembre de 1922, visit� a Gorki en Saarow Ost �prosigue diciendo Mari�tegui�. Le escuch� entonces un terminante desmentido de los juicios que se le atribu�an. Gorki, de inc�gnito en Saarow Ost, se negaba a todo reportaje. Esto no obstaba para que las agencias telegr�ficas difundiesen entrevistas a las que jam�s se hab�a prestado. Su posici�n no hab�a cambiado: su admiraci�n a Lenin, de la cual dio fe en p�ginas archinotorias, se manten�a intacta. Volver�a a Rusia apenas su salud lo consintiese y su trabajo lo reclamase. As� ha sucedido: convalecidas sus fuerzas en Saarow Ost y Capri, Gorki ha regresado a Rusia, nostalgioso de su gente, para escribir una novela de la vida obrera. Los Artamonov, su �ltima obra, es una novela de la vida burguesa. La historia de los Artamonov concluye cuando la Revoluci�n empieza. Para su nuevo trabajo, Gorki necesitaba documentarse en la misma Rusia...�(207). 

En esta comisi�n period�stica que hubo de cumplir Jos� Carlos, le sirvi� de int�rprete en la citada entrevista la nuera de Gorki, a quien Crist�bal de Castro, en un art�culo publicado en �La Libertad� de Madrid, confundir� el parentesco con aqu�l, haciendo circular una calumniosa versi�n (208). 

Si es verdad que Mari�tegui hab�a renunciado a seguir representando al diario �El Tiempo� en el Viejo Continente, por la repudiable censura que practicaba la direcci�n del mismo �como hemos dado cuenta en otra parte del presente cap�tulo�, sin embargo, pronto e inesperadamente en reemplazo de aquel �obtuvo la corresponsal�a de la revista �Variedades� que a la saz�n se hallaba dirigida por Clemente Palma y ten�a a su cargo la jefatura de redacci�n Ricardo Vegas Garc�a, ex�sanmarquino, secretario del Comit� de Reforma de la Universidad y, por consiguiente, uno de los que sol�a frecuentar el local del diario �La Raz�n�, del que eran codirectores Mari�tegui y Falc�n. 

Para un hombre tan febrilmente inquieto como Jos� Carlos, que alentaba la idea de interrogar a los grandes personajes europeos y estar pendiente de los acontecimientos cotidianos, una corresponsal�a period�stica, sin lugar a dudas, constitu�a un instrumento de inapreciable valor para allanar todas las posibles dificultades que podr�an interponerse en su camino para obtener informaci�n fluida y coherente. 

Veamos qu� f actor decisivo intervino para que Mari�tegui pudiera obtener la representaci�n de �Variedades� en Europa. Don Pedro L�pez Aliaga, amigo �ntimo de Jos� Carlos, de retorno al Per�, se enter� que �ste se hallaba alejado de �El Tiempo� nuevamente, y conociendo la necesidad apremiante que ten�a Jos� Carlos de disponer de un salvoconducto period�stico a fin de cumplir con �xito su aprendizaje, le habl� a Ricardo Vegas Garc�a, quien de inmediato busc� el modo de comunicarse con Mari�tegui, ofreci�ndole la corresponsal�a de la Revista �Variedades�(209). Entonces �ste, sin mayor dilaci�n, acept� la oportun�sima proposici�n (que se le formulaba, dicho sea de paso en el momento que m�s la precisaba). As� el primer trabajo que remitiera a Lima, firmado por �l, result� ser �El crep�sculo de una civilizaci�n�(210). A trav�s del cual analiza un art�culo, justamente, sobre M�ximo Gorki en que trata acerca del �fin de Europa�. Adem�s, se deduce que fueron numerosas las noticias que Mari�tegui debi� haber remitido, sin firma, y que, indudablemente, merecieron ser insertas en el citado �rgano de prensa: ya en comentarios o en simple informaci�n destinada a los lectores lime�os. 

Por aquellos d�as, precisamente, las noticias internacionales atra�an la atenci�n del vasto sector de la izquierda revolucionaria europea al enfocar una serie de sucesos vinculados con la paz mundial, la amenaza fascista, la crisis econ�mica y el movimiento sindical. En este sentido, merece subrayarse: la realizaci�n del IV Congreso de la III Internacional �que iniciara sus primeras reuniones en Petrogrado (el 5 de noviembre de 1922) y que luego las continuara en Mosc�� que trat� puntos de trascendental inter�s para el destino revolucionario de los pueblos y procedi� a discutir el informe sobre �cinco a�os de la revoluci�n rusa y las perspectivas de la revoluci�n mundial�, presentado por Lenin. A este evento concurrieron 408 delegados en representaci�n de 58 partidos comunistas pertenecientes a igual n�mero de pa�ses. 

Por esa misma fecha, la Internacional Sindical de Amsterdam, bajo la presi�n de los trabajadores conscientes del peligro de que se desencadena�ra una nueva guerra mundial, convoc� en diciembre de 1922, en la ciudad de La Haya, un Congreso Internacional de la Paz e invit� a tomar parte en �l a los partidos adheridos a la II Internacional y la II y 1/2 Internacional, a las organizaciones pacifistas burguesas, a los sindicatos y asociaciones cooperativas, incluso a los sovi�ticos. 

Aprovechando esta circunstancia, el IV Congreso de la 111 Internacional, reunido en Mosc�, envi� una carta abierta al Congreso de La Haya y a todos los izquierdistas, llam�ndoles a actuar conjuntamente contra la ofensiva emprendida por el capitalismo y la amenaza b�lica, por el control sobre la producci�n y el establecimiento de las 8 horas, la fijaci�n de un nivel m�nimo de vida para el proletariado y la creaci�n de un gobierno de los partidos obreros, unidos por los intereses comunes del proletariado como instrumento de lucha en defensa de las reivindicaciones inmediatas de la clase obrera. 

Y abarcando casi el mismo per�odo en que uno y otro certamen tienen lugar, el mundo de pronto recibe la conmovedora noticia del brusco agravamiento de la enfermedad de Lenin, que oblig� a �ste a disminuir su actividad durante la etapa comprendida entre el 7 de diciembre de 1922 y el 6 de marzo de 1923. 

Por cierto, que todas estas informaciones mantuvieron a Jos� Carlos en tensi�n. Y lo que es m�s, lo impulsaron a ampliar los datos escuetos que le suministraba la prensa berlinesa. Entonces se le vio, con m�s asiduidad, por el local del Partido en Berl�n y buscando la compa��a de los corresponsales sovi�ticos, sus colegas(211). Mari�tegui, en tal coyuntura, se afanaba por estar convenientemente informado sobre aquellos hechos que, en buena cuenta, contribu�an a afirmar su conciencia clasista. 

Pues bien, a las noticias antes enumeradas se vino a a�adir la de la ocupaci�n del Ruhr por las tropas francesas y belgas durante los primeros d�as de enero de 1923. 

Para tener una idea de las proporciones que adquiri� tal situaci�n, recurrimos al acucioso historiador V.G. Revunenkov, quien nos explica que: �a partir de la recuperaci�n por Francia de las provincias de Alsacia y Lorena, la metalurgia francesa se vio frente a la abundancia de mineral ferruginoso. M�s le faltaba, en cantidades adecuadas, el carb�n de piedra. 

�Para satisfacer el deseo y la voluntad de los monopolios franceses, Poincar� decidi� apoderarse de las riquezas carbon�feras del Ruhr. En enero de 1923, Francia, juntamente con B�lgica, ocuparon el coraz�n industrial de Alemania, la regi�n del Ruhr. 

�...Este hecho provoc� una crisis en las relaciones internacionales. Inglaterra, neg�ndose a admitir el establecimiento de la hegemon�a francesa en Europa, se coloc� del lado de Alemania. El gobierno de este �ltimo pa�s declar� la pol�tica de �resistencia pasiva�. 

Suspendi�se de esta manera la extracci�n del carb�n en el Ruhr. 

�La ocupaci�n del Ruhr provoc� un tumultuoso movimiento de protesta entre los obreros franceses. La mayor�a del pueblo franc�s, inclusive la burgues�a peque�a y mediana, no quer�a admitir una nueva guerra, cuya posibilidad amenazante estaba dada por la pol�tica de R. Poincar�. El Partido Comunista franc�s desarroll� una amplia agitaci�n antib�lica. Ante su llamamiento, los soldados franceses en el Ruhr, comenzaron a hermanarse con los obreros alemanes. 

�El gobierno de Poincar� adopt� represalias. La direcci�n del Partido Comunista fue encarcelada y se produjeron numeros�simas detenciones. Ello exasper� a�n m�s a los obreros. 

�La pol�tica de abierto y belicoso imperialismo desarrollada por Poincar� acab� por sufrir una manifiesta bancarrota�(212). 

Frente a este alarmante estado de cosas �que por otra parte, ven�a a confirmar la agudizaci�n de la tirantez que soportaba el mundo occidental, previsto ya por el IV Congreso de la III Internacional�, Mari�tegui decidi� trasladarse al sitio de donde proven�a tal acontecimiento para observar directamente el grave suceso protagonizado por los designios del imperialismo franc�s. En efecto, �...en enero de 1923, C�sar Falc�n y yo �escribe Jos� Carlos� visitamos la Rathaus de Essen con el objeto de solicitar una entrevista al doctor Luther, Alcalde de esa comuna. Eran en los d�as dram�ticos de la ocupaci�n del Ruhr. Falc�n y yo, reunidos por el destino en Colonia, nos hab�amos trasladado a Essen a ver con nuestros propios ojos la ocupaci�n. Y quer�amos conocer e interrogar a los principales actores de este grave episodio de la postguerra. El doctor Luther no sufri� nuestra inquisici�n. No pasamos de su antesala. Supimos despu�s �acaparado por sus trajines� no se prestaba a interviews period�sticos en esa hora febril. Sobrio en sus gestos, sobrio en sus palabras, evitaba la exhibici�n...�(213). 

Dentro de esta atm�sfera de creciente intranquilidad social, se efect�a en Essen una conferencia de representantes de los Partidos Comunistas de Alemania, B�lgica, Checoslovaquia, Francia, Inglaterra, Italia y los Pa�ses Bajos, etc., quienes �tras de analizar la delicada situaci�n franco alemana� acordaron, un�nimemente, dirigirse a las masas trabajadoras de Europa para prevenirles que la ocupaci�n del Ruhr amenazaba seriamente la paz mundial y, al mismo tiempo, exhortaban a luchar contra la ofensiva capitalista y contra el peligro de guerra (214). 

Por esos d�as Mari�tegui en compa��a de C�sar Falc�n y, tambi�n, de Palmiro Machiavello �que acababa de arribar procedente de G�nova� para compartir las preocupaciones de sus amigos(215), estaban entregados a atisbar, en sus menores detalles, los ajetreos del sector revolucionario. As� el tr�o, baquiano en los menesteres period�sticos, siguieron muy de cerca la intensa actividad que desplegaran los representantes de los Partidos Co�munistas europeos reunidos en Essen. 

Durante el tiempo de descanso de los delegados comunistas internacionales, los tres amigos, apostados en lugares estrat�gicos, se asignaron la tarea de establecer contacto con ellos y sostener charlas acerca del incierto porvenir europeo. 

Los tres j�venes peruanos, empujados por su simpat�a y solidaridad hacia los trabajadores alemanes, concurrieron a la manifestaci�n de 10,000 obreros que se realizara en Essen, en la cual los delegados franceses Cachin y Monmousseau, al hablar ante los trabajadores concentrados ah�, censuraron acremente los �mpetus imperialistas de Poincar� y reinvindicaron el derecho del pueblo alem�n sobre la zona del Ruhr. 

Si por una parte la anexi�n suscita un considerable vuelco de las masas hacia la izquierda, por otra se hace evidente que alent� el nacionalismo alem�n. Pues a ra�z de este atentado contra la soberan�a germana, todas las organizaciones fascistas y racistas recobran vida y actividad y hacen un llamado a la uni�n sagrada contra el ocupante. �De ah� que se dijera: la ocupaci�n del Ruhr dio un alma al nacionalsocialismo. Ella representa la partida de nacimiento del nazismo�. 

Evidentemente este episodio deplorable, protagonizado en la segunda d�cada del siglo actual, fue una de las lecciones magistrales que recibieran Mari�tegui y sus amigos. Ella les hizo comprender el hondo significado del internacionalismo proletario y el internacionalismo burgu�s. As� pudieron explicarse, tambi�n, ambos fen�menos completamente distintos por su origen social, por su contenido ideol�gico y por su orientaci�n pol�tica. 

Luego de aquella impresionante prueba de solidaridad proletaria, puesta de manifiesto en forma rotunda y decidida en Essen por las fuerzas, revolucionarias, tanto en el plano nacional como en el internacional, el tr�o de j�venes retornar� profundamente deslumbrado a Berl�n. Lo visto con sus ojos, desmesurados y at�nitos, carec�a de precedencia en el mundo. Otra vez la realidad superaba a la ficci�n. 

Durante el trayecto de regreso a casa, los viajeros comentaron los sucesos que hab�an presenciado en la regi�n del Ruhr, es decir la �resisten�cia pasiva� de las masas trabajadoras; la vigorosa campa�a emprendida por parte de los comunistas franceses y belgas entre los soldados de sus respectivos pa�ses, para que no hicieran de d�ciles ejecutores de los designios de �sus capitalistas�; las manifestaciones de protesta y los ardorosos discursos sobre la intervenci�n imperialista; y lo referente a los sindicatos sovi�ticos que decidieron enviar a sus hermanos alemanes 100,000 rublos y gran cantidad de cereales(218). As� como tambi�n �al revisar los peri�dicos alemanes y extranjeros� leyeron un art�culo publicado en �L'Humanit�, por Marcel Cachin, el mismo personaje que hab�an escuchado en Essen y conocido en Par�s (Mari�tegui y Falc�n), en el cual se�alaba, que una de las consecuencias (se refiere a la invasi�n de Francia al Ruhr) ser�a la de estimular los deseos de desquite por parte de Alemania(217). 

Apenas se detuvieron en la capital germana, s�lo el tiempo necesario para saludar a Anna y saber de Sandro, con la misma partieron apresuradamente con destino a Leipzig, lugar donde se habr�a de efectuar el Congreso del Partido Comunista alem�n (del 28 de enero al 1 de febrero de 1923). Esta reuni�n, que despert� gran expectativa entre los revolucionarios, dio orientaciones al partido para desplegar una lucha de masas en defensa de los derechos sociales y democr�ticos de los trabajadores y de los intereses d� toda la naci�n, para transformar la lucha defensiva en acciones ofensivas y constituir un gobierno obrero como etapa intermedia en el camino que conducir�a a la dictadura del proletariado. Esto, significaba que, concretando los acuerdos del IV Congreso de la III Internacional, los comunistas alemanes hab�an dado un gran paso, adelante, en la determinaci�n pr�ctica de dirigir a las masas a la revoluci�n en un pa�s como Alemania(218). 

Y cuando se hallaba en Leipzig recogiendo datos sobre el desarrollo del mencionado Congreso, Mari�tegui hubo de recibir una carta de car�cter personal del doctor Mariano H. Cornejo, que desempa�aba a la saz�n la representaci�n diplom�tica del Per� en Francia, por medio de la cual comunic�bale que el gobierno de Legu�a le conced�a permiso para volver a la Patria. Esta noticia lo conmovi� profundamente. Hac�a tres a�os y tres meses que se encontraba ausente de su pa�s. De inmediato, les inform� la buena nueva a sus amigos y, como es natural, hubo de interrumpir su labor en Leipzig para regresar a Berl�n (219). 

Entre tanto, Anna celebr� la vuelta del impenitente viajero y padre de familia y, adem�s, se sinti� muy feliz con la posibilidad de conocer en fecha pr�xima el distante Per�. En esta misma oportunidad ella le entreg� a su esposo otra carta, procedente de Lima, que le hab�a remitido el doctor V�ctor M. Ma�rtua, quien a su vez le confirmaba el mismo asunto que ten�a entre manos. Recordemos, por si fuera necesario, que a ambos maestros de Derecho Internacional y conspicuos diplom�ticos les confi� id�ntica gesti�n ante el Presidente Legu�a a fin de que este omnipotente personaje que, detentaba el poder pol�tico en el Per�, le autorizara su ingreso al pa�s en forma definitiva e irreversible (220). 

Toda la experiencia lograda en Alemania as� como el perfeccionamiento de su pensamiento revolucionario lo hab�a obtenido al lado del pueblo y de sus luchas clasistas. Y ello lo llev� a la conclusi�n de que �en el proletariado no existen sino dos intensos campos de gravitaci�n: la revoluci�n y la reforma�(221). Claro est�, Jos� Carlos escogi� el primer campo que enunciaba. 

�... Poco despu�s nos despedimos en la Friedrich Banhoj de Berl�n �dir� Mari�tegui�, Falc�n para regresar a Espa�a, y yo para volver al Per�. Hab�amos pasado juntos algunos densos y estremecidos d�as de historia europea: los de la ocupaci�n del Ruhr. La cita para esta �ltima jornada com�n nos hab�a reunido en Colonia. La atracci�n del drama rhenano, esa atracci�n del drama, de la aventura, a la que ni �l ni yo hemos sabido nunca resistir, nos llev� a Essen, donde la huelga ferroviaria nos tuvo bloqueados algunos d�as. Nos hab�amos entregado sin reservas, hasta la �ltima c�lula, con una ansia subconsciente de evasi�n, a Europa, a su existencia, a su tragedia. Y descubr�amos al final, sobre todo, nuestra propia tragedia, la del Per�, la de Hispano Am�rica. El itinerario de Europa hab�a sido para nosotros el del mejor, y m�s tremendo, descubrimiento de Am�rica...�(222). 

Despu�s de despedirse de sus amistades y camaradas, y a�n retumbando el eco de una de las frases de la canci�n revolucionaria de Eugenio Pottier: ��Es la lucha final!� en sus o�dos, Mari�tegui sale para el puerto de Amberes con el objeto de embarcarse en el barco de bandera alemana �Negada�, el 11 de febrero de 1923, con rumbo al Per�. La distancia entre Europa y Am�rica Latina la cubre esta nave en treinta y cuatro d�as de navegaci�n, incluida la estada en puertos intermedios(223). Mari�tegui, escaso de dinero como andaba y casi en v�speras de embarcarse para el Per�, se vio obligado a tomar el pasaje en el �Negada� sin importarle �pues no ten�a otra alternativa� que dicha nave demorar�a su arribo al Callao debido a que iba sobrecargada en el flete y con el compromiso de hacer escalas en varios puertos latinoamericanos durante su traves�a(224). 

Precisamente en uno de los puertos de su recorrido: Guayaquil �entre Amberes y Callao� el �Negada� hubo de acoderar y permanecer por espacio de siete d�as en estiba. En tan forzosa circunstancia, Jos� Carlos informado de que su maestro V�ctor M. Ma�rtua desempe�aba la representaci�n diplom�tica del Per� en el Ecuador y de que lo aguardar�a en el muelle, decidi� bajar a tierra para reencontrarse con �l y darle un cordial abrazo. Y, adem�s, averiguar la causa por la cual Ma�rtua ten�a tanta prisa para recibirlo y hasta para haberle enviado un radiotelegrama al barco en que viajaba(225). La verdad es que el procedimiento adoptado por el maestro, lo condujo a Mari�tegui a un estado de angustia y a imaginar situaciones dif�ciles. Supuso en tal trance que podr�a haberse dictado de parte del gobierno de Legu�a una contraorden para que no pisara el territorio peruano. Pero felizmente, nada de ello ocurri�, s�lo fueron meras suposiciones. La intriga se debi� a un exceso de precauci�n del doctor Ma�rtua, como pasamos a referir enseguida. 

Para Don V�ctor, hombre escrupuloso y zahor� como era, fue una sorpresa el recibir inesperadamente una carta de Jos� Carlos anunci�ndole su pr�ximo arribo a Guayaquil, acompa�ado de Anna y de su menor hijo(226). Aunque la decisi�n, de �ltima hora, no parti� de Mari�tegui sino de la Compa��a Alemana de Vapores �Kosmos�, a la cual pertenec�a el barco en el que deber�a viajar(227). Por supuesto, y como era de esperarse el viajero no pod�a evitar, tocando en Guayaquil, entrevistarse con su maestro que se hallaba residiendo en Quito al frente de la Legaci�n peruana. 

A Ma�rtua esta noticia lo mortific� y, sobre todo, el no poder comunicarse privadamente con Jos� Carlos para hacerle saber los peligros que entra�aba su inesperada visita al puerto del Guayas. El protagonista de esta biograf�a se encontraba en esos momentos, para tomar el barco que lo llevar�a al Oc�ano Atl�ntico y, por l�gica deducci�n, en tal coyuntura, no se pod�a utilizar un medio de tipo confidencial como las circunstancias lo requer�an. Hubo que emplearse para llegar hasta �l, el sistema de radiograma con el agravante de no poder explicar los hechos con entera libertad y sin que mediara el temor de que pudiera ser interceptado el mensaje por personas extra�as y vinculadas al gobierno del Per�. De haber ocurrido semejante situaci�n hubiera sido nefasto tanto para el maestro como para el disc�pulo. Por otra parte, el radiograma lleg� a tiempo cuando dispon�ase a embarcarse. 

Para comprender la dif�cil posici�n que confrontaba Ma�rtua, frente al sorpresivo arribo de Jos� Carlos, tenemos que recordar que aqu�l hab�a iniciado gestiones ante Legu�a �aunque separadamente tambi�n lo hiciera Mariano H. Cornejo� a fin de que a Mari�tegui le fuera posible regresar a la Patria y por tal motivo se sent�a, el veterano diplom�tico comprometido para librar a su patrocinado de cualquier rozamiento con el gobierno de Legu�a. 

El riesgo que amenazaba a Jos� Carlos en Guayaquil era alarmante e imprevisible, si se tiene en cuenta que en esa ciudad se refugiaba un grupo de peruanos proscritos sumamente activos en la conjura y la revuelta contra el r�gimen legui�sta. Y por si fuera poco, la mayor parte de aquellos avezados conspiradores resultaban ser amigos de Mari�tegui. A esta altura de las cosas, y como es natural, Legu�a ni tardo ni perezoso, hab�a procedido a organizar con la maquinaria represiva del Estado y en forma secreta un sistema de espionaje diligente y eficaz, seg�n se dec�a(228), para desba�ratar los siniestros prop�sitos, que sin darse tregua ven�an tramando sus tenaces y juramentados enemigos. 

Conocedor Ma�rtua de la pol�tica subrepticia desplegada por Legu�a para liquidar a sus adversarios pol�ticos residentes en Guayaquil, por su condici�n de representante diplom�tico del Per�, procur� evitar que su disc�pulo cayera en aquella trampa. De proceder Mari�tegui a entrevistarse con aqu�llos, sin estar en antecedentes de todas las intrigas que se tej�an y que hab�an de por medio, ser�a contraproducente para �l en relaci�n con su permiso para ingresar al Per�. Puesto en tal coyuntura Ma�rtua, repetimos, no hizo otra cosa que prevenir a su joven amigo para que soslayara todo encuentro con aquellos perseguidos por Legu�a, ya que un acercamiento demasiado afectuoso u ostensible �como era de aguardarse entre amigos� pod�a ser mal interpretado por los agentes del gobierno peruano apostados en ese punto geogr�fico y acarrearle al visitante la cancelaci�n de su ingreso al Per� y, por ende, ocasionarle una seria amonestaci�n a su garante, el doctor Ma�rtua(229), que bien podr�a significar una nueva interrupci�n en su carrera diplom�tica. 

Pasemos ahora a examinar quienes eran los temibles enemigos del r�gimen que tan osadamente, se hab�an concentrado en Guayaquil con no muy buenas intenciones y que merec�an especial cuidado por parte del Presidente Legu�a; ellos eran el general Oscar R. Benavides, ex-presidente de la Rep�blica del Per� y antiguo jefe de Mari�tegui en Italia; el doctor Arturo Osores, ex�Ministro de Estado, quien igual que el primero hab�a sido jefe de Jos� Carlos en la Pen�nsula; los coroneles Enrique Ballesteros, Teobaldo L�pez, C�sar Pardo Mancebo y Samuel del Alc�zar; el joven periodista Reynaldo Saavedra Pin�n, etc. 

Se cuenta que para extra�ar del pa�s, el gobierno de Legu�a a algunos de los personajes de los que hemos mencionado en el p�rrafo anterior, �lleg� hasta fletar el vapor �Palta� de la Compa��a Peruana de Vapores y lo hizo zarpar del Callao el 11 de mayo de 1921 con rumbo a Sydney, Australia, llevando a veintid�s, algunos de ellos detenidos desde meses atr�s en la isla de San Lorenzo y otros recientemente apresados. Formaban parte de este grupo de deportados (se refiere al n�cleo inicial) el general Oscar R. Benavides, los coroneles Teobaldo L�pez, Enrique Ballesteros, C�sar Enrique Pardo, Mateo Vera y Ernesto Zapata y los civiles Jos� Balta, Miguel Benavides, Carlos Diez Canseco, Fernando Gazzani, Miguel Grau, Miguel Mir� Quesada, Jorge Prado, Rodrigo Pe�a Murrieta, Leonidas Ponce y Cier, Teobaldo Pinz�s, Luis Panizo, Francisco Vidal y V�ctor Ramos. Cuando todav�a no hab�an abandonado �l puerto del Callao, el general Benavides solicit� a sus familiares y de otros detenidos que hab�an ido a despedirlos, el env�o de armas y as� pudieron reunir algunos rev�lveres. A los siete d�as de navegaci�n y cuando el barco se encontraba a 1.500 millas de la costa peruana, los presos lograron interrumpir la comunicaci�n inal�mbrica y se apoderaron del barco. Benavides se impuso sobre el Capit�n y la oficialidad del �Paita� mientras sus amigos y algunos tripulantes adictos a ellos se colocaban en lugares se�alados para el caso de una refriega. Mediante una votaci�n los deportados acordaron no continuar rumbo a Australia sino dirigirse a Punta Arenas en Costa Rica y firmaron un acta para dejar constancia de ello. El �Palta� lleg� a Punta Arenas el 25 de mayo de 1921 (230). Enseguida que bajaron a tierra, parte de este grupo se dispers�: unos fueron a Europa, y otros al Ecuador. 

No bien se instal� en el puerto del Guayas Benavides y su facci�n, cuando estall� una revuelta en Iquitos (5 de agosto de 1921) encabezada por el capit�n Guillermo Cervantes y sin lugar a dudas organizada por los exiliados o resueltamente apoyada por ellos. Tan es as� que, inmediatamen�te, viaj� al lugar de los acontecimientos para unirse a Cervantes el coronel Teobaldo L�pez que formaba parte del c�rculo de Benavides. Tras cinco meses de campa�a, los insurrectos del Oriente, fueron vencidos por las tropas leales al gobierno de Legu�a. Entonces no les qued� otra alternativa a los jefes de la rebeli�n, que retornar r�pidamente a Guayaquil a fin de aguardar una nueva oportunidad para abrir otro frente de batalla en el interior del Per�. 

Posteriormente arribar�n a Guayaquil m�s expulsados del territorio peruano, como es el caso del doctor Arturo Osores que viaj� a bordo del vapor alem�n �Ammon�(231), todos ellos desde luego engrosaron el n�cleo de confinados. 

Justamente por los primeros d�as del mes de marzo, en que Jos� Carlos estaba por llegar al Ecuador, acababa de marcharse con direcci�n al Per�, pero en forma clandestina, el doctor Augusto Durand y R�mulo Guidino para preparar desde Paita un nuevo levantamiento armado contra Legu�a(232). Esta intentona tambi�n estuvo condenada al fracaso y, el protagonista de la misma falleci� misteriosamente cuando lo conduc�an detenido a bordo de un buque de la marina de guerra peruana con rumbo al Callao. 

Dentro de este clima tenso y de abierta sedici�n contra el r�gimen de Legu�a, fue recibido con gran sigilo en el muelle de Guayaquil Jos� Carlos por su maestro Ma�rtua, quien lo condujo a �l, a Anna y al ni�o al Hotel �Tivoli�(232-A) donde quedaron moment�neamente alojados. Luego, Ma�rtua y Mari�tegui, se dirigieron hacia uno de los salones reservados del Hotel y tomaron asiento para conversar a solas, pero no sin antes haberse cerciorado de que nadie los vigilaba. El dialogo fue franco y, hasta si se quiere, se puso de por medio un esp�ritu paternalista y familiar, Ma�rtua, eliminando todo pre�mbulo diplom�tico, le previno a Mari�tegui sobre los riesgos que acechaban en torno a las posibilidades de reintegrarse a la Patria(233). 

Jos� Carlos, sumamente preocupado, escuch� las palabras de su dilecto amigo y, con toda sinceridad, pas� a exponerle cu�l ser�a su comportamiento durante la semana que permanecer�a en esa ciudad. 

El plan consist�a, en primer lugar, en no rehusar el saludo de los proscriptos, pero que lo har�a con la reserva del caso y, tambi�n, proceder�a a esclarecer, en segundo t�rmino, su posici�n ideopol�tica ante los rom�nticos facciosos residentes en Guayaquil. Adem�s de que les expondr�a, sin reticencia alguna, las diferencias ideol�gicas que lo apartaban de ellos. Y, fundamentalmente, de sus proyectos demoliberales y de sus descabelladas aventuras belicistas enfiladas contra el r�gimen de La Patria Nueva. En resumen, toda la escalada golpista a no dudarlo, respond�a �seg�n Mari�tegui� a una actitud calificadamente burguesa y, por lo tanto, contraria a la formaci�n marxista que tra�a de Europa(234). 

Y cuando se encontraba el maestro pl�cidamente sentado en un sill�n y meditando sobre cada palabra proferida por su disc�pulo, como queriendo analizar el significado de ellas, se dej� escuchar unos pasos cercanos e indecisos que se iban aproximando. Simult�neamente ambos, se inquietaron: �qui�n ser�? fue la pregunta que qued� a flor de labios. 

De pronto apareci� la figura de Carlos Escribens, que a la saz�n era C�nsul del Per� en Guayaquil y amigo de toda confianza de Ma�rtua(235).

Escribens se hizo presente, a instancias del propio maestro, con el fin de conocer personalmente a Mari�tegui y de proporcionarle informaci�n sobre el ambiente citadino. Aparte se ofreci� pasarle, en forma voluntaria, la voz a Reynaldo Saavedra Pin�n, colega y amigo entra�able de Jos� Carlos para que acudiera a una cita de �ste en el Hotel �Tivoli�(236). 

Esa misma noche, sin dejar pasar m�s tiempo, Escribens localiz� a Saavedra Pin�n y le particip� que Mari�tegui hab�a arribado de inc�gnito al Puerto y deseaba hablar con �l, pero que mantuviera �insisti� Escribens� el mayor secreto posible de la presencia de aqu�l en tierra ecuatoriana. Esta actitud, asumida por Jos� Carlos, produjo cierto desconcierto en Saavedra Pin�n a tal punto que no pudo atinar a explicarse el misterio con que rodeaba el amigo su desembarco en Guayaquil(237). 

Era evidente que Saavedra Pin�n gozaba de plena confianza por parte de los exiliados y de que, adem�s, conoc�a el medio intelectual de esa ciudad por estar casado con una distinguida matrona del lugar cuya familia hall�base vinculada con el periodismo local y con las altas esferas sociales. 

A la ma�ana siguiente Saavedra Pin�n, muy intrigado, se aperson� al alojamiento del reci�n llegado. Y tras los abrazos y saludos de bienvenida, el visitante �mirando con firmeza el rostro de Jos� Carlos y sin poder reprimir un ligero recelo� interrog� a �ste sobre el motivo para ocultar su viaje a Guayaquil como lo ven�a haciendo(238). 

Mari�tegui, con toda franqueza y amistad, le aclar� la situaci�n creada y le hizo ver la delicada circunstancia que afrontaba frente a Legu�a quien hab�a accedido a su retorno al pa�s sin imponerle ninguna condici�n. A todo ello, a�adi� la conveniencia de que no apareciera, por razones obvias, ninguna informaci�n period�stica sobre su estancia en Guayaquil, donde recalc� quer�a pasar inadvertido(239). 

Dando muestras de haber comprendido el problema que encaraba Jos� Carlos para no despertar sospechas de Legu�a y de que a �ltima hora pudiera dictar �ste una contra orden que impidiera su ingreso al Per�, Saavedra Pin�n se comprometi� para organizar una reuni�n con los paisanos residentes en el Puerto. De inmediato, desplegando intensa actividad y, m�s que todo, el deliberado prop�sito de servir a su amigo, puso en pr�ctica un acertado plan de acci�n, que mereci� el reconocimiento de Mari�tegui. Horas despu�s, satisfecho de su labor, regres� al Hotel para darle la noticia a Jos� Carlos de que a las siete de la tarde de ese mismo d�a del reencuentro, tendr�a lugar una cita en la casa del general Oscar R. Benavides a la cual, dicho sea de paso, deber�an concurrir la mayor�a de los sediciosos peruanos en Guayaquil. 

Indudablemente que exist�a expectativa de parte de los conspiradores por recibir a Mari�tegui e incorporarlo a la causa antilegui�sta que se manten�a con singular fervor y combatividad. Ellos, los condenados al ostracismo, estaban plenamente confiados de que Jos� Carlos acceder�a f�cilmente a ser una especie de agente o corresponsal del grupo en Lima. Todos recordaban al valiente e inteligente columnista de �Voces� del diario �El Tiempo� y, poco despu�s, director de �La Raz�n�. 

Una vez que Mari�tegui se hubo acercado, en compa��a de Saavedra Pin�n, al domicilio de Benavides y de recibir el saludo amistoso de los entusiastas asistentes al conclave, el due�o de casa, el personaje sindicado para iniciar el acto materia de la convocatoria, hizo uso de la palabra para ofrecer una apretada s�ntesis de los hechos ocurridos en la Patria cercana. Entre los sucesos de palpitante actualidad, que glos� brevemente, con voz grave y haciendo pausas, estuvieron los siguientes: los atentados contra la libertad de prensa, de palabra y de reuni�n; el fraude electoral para llenar la vacante de la diputaci�n por Lima, producida por el fallecimiento del doctor Manuel Qu�mper; los fracasados levantamientos de los �ltimos a�os; las persecuciones, encarcelamientos, torturas y deportaciones pol�ticas; las malversaciones y cuantiosas depredaciones contra el erario nacional; las gestiones para efectuar la reelecci�n de Legu�a a la Presidencia de la Rep�blica; el parlamentarismo regimentado y obsecuente con el legui�smo; y las negociaciones secretas que se ven�an manteniendo con los representantes de los pa�ses lim�trofes en perjuicio de la integridad del territorio nacional (240). 

A esta altura de su intervenci�n Benavides, con tono en�rgico y golpeando con uno de sus pu�os sobre la mesa, manifest� la conveniencia de que los peruanos, donde quiera que se encuentren, ten�an la obligaci�n ineludible de contribuir a devolver la tranquilidad al pa�s, restableciendo plenamente las libertades conculcadas y, con ello, el ejercicio del sufragio universal, m�ximo exponente de la democracia representativa. Y, por si fuera poco recalc� el orador, debemos defender con firmeza: la integridad nacional puesta en peligro por la nefasta e irresponsable dictadura legui�sta(241). 

Finalmente, como si reparara en la presencia del joven visitante Jos� Carlos Mari�tegui, apel� al patriotismo de �ste para que se uniera a los llamados insurrectos de Guayaquil y aceptara representarlos en Lima, en calidad de agente, a fin de establecer algunos contactos y coordinar ciertas acciones de orden interno. Asimismo, record� que lo hab�a conocido como un hombre de bien y siempre dispuesto a sacrificarse por la Patria, en los d�as que le fuera dado representar al Per� como periodista en Italia. Al concluir su ardorosa y vehemente peroraci�n, el general Benavides fue largamente aplaudido por los presentes(242). 

A su turno Mari�tegui, sin inmutarse permaneci� varios minutos silencioso antes de responder a la invitaci�n que le hiciera el mencionado disertante y como si estuviera buscando los t�rminos m�s justos para dirigirse a sus paisanos, lentamente respondi�: agradeciendo la confianza y el honor que le deparaba el general Benavides al ofrecerle un puesto en el movimiento de renovaci�n nacional que encabezaba, pero que, por su formaci�n marxista revolucionaria, le era imposible recibir tal responsabili�dad. Mis principios ideol�gicos a�adi� con impetuosidad, basados en una concepci�n diferente a la de ustedes, me lo impide. Yo no creo en los cambios pol�ticos vinculados a una posici�n netamente demoliberal. Mi fe ardiente y mi decidida voluntad se encuentran vinculadas a la revoluci�n social. Opino que mi tarea inmediata en el Per�, luego de los cuatro a�os de intenso aprendizaje en el Viejo Mundo en contacto directo con los trabajadores europeos y con su vanguardia pol�tica, estar� orientada a despertar la conciencia clasista como el medio m�s apropiado para obtener la transformaci�n socio�econ�mica y pol�tica de nuestro pa�s. Aqu� se explay� sobre la importancia que ten�a la preparaci�n te�rica y la pr�ctica para un movimiento pol�tico revolucionario que se propone hacer una modificaci�n profunda de la sociedad(243). 

Sin importarle la reacci�n de la concurrencia, prosigui� insistiendo, pero con �nfasis, que la acci�n revolucionaria no pod�a triunfar si no se toma la orientaci�n clasista y el apoyo de la clase obrera. Y, subray�, que este sector social no puede exteriorizar plenamente su potencial revolucionario si no est� dirigido por una vanguardia pol�tica. As� es, confes� Mari�tegui, que tengo en perspectiva dedicarme al doble compromiso de orientar y concurrir a la creaci�n del socialismo peruano(244). 

Entre ustedes y el que habla, pues, existe una tremenda e irreconciliable diferencia de clase. Jam�s podremos estar de acuerdo en una acci�n mancomunada, despu�s de haber escuchado los m�todos que pondr�n en ejecuci�n para sustituir a los que emplea el legui�smo(245). 

Invoco vuestro esp�ritu nacionalista y reconozco, al mismo tiempo que me encuentro ante un auditorio conformado por una clase de hombres cuyas cualidades responden a una exigente tradici�n demoliberal. Por esta coyuntura espero que comprendan la sinceridad de mis palabras y respeten mis ideas como yo las suyas(246). 

Las declaraciones de Jos� Carlos fueron recibidas con extrema frialdad, casi dir�amos que resultaron tremendamente desconcertantes e ininteligibles para los conspiradores que se hab�an dado cita en el domicilio del general Benavides (247). Muchos pensaron que Jos� Carlos era un anarquista o algo parecido. 

No obstante la negativa de Mari�tegui para colaborar con el grupo sedicioso afincado en el Guayas, el due�o de casa le prodig� una atenci�n especial lo que, a criterio de los confusos invitados, era inexplicable tambi�n(248). 

 La velada se prolong� hasta el alba. Y las nuevas intervenciones que se produjeron a continuaci�n de la que le correspondi� a Jos� Carlos, trataron exclusivamente sobre los puntos expuestos por el general Benavides. Ninguno de los participantes, desde luego, toc� la posici�n extremista de Mari�tegui, en una palabra, terminaron por ignorarlo(249). 

Y a la hora de retirarse s�lo fueron cordiales con Jos� Carlos: el general Benavides, Arturo Osores y, por cierto, Saavedra Pin�n, quien lo escolt� de vuelta al hotel. En el trayecto dialogaron los dos, en forma amigable, y con tolerancia de parte de Saavedra Pin�n que no pod�a comprender porqu� su dilecto colega se hab�a inclinado al marxismo(250). 

Tras de esta conflictiva sesi�n, el maestro Ma�rtua expres� su prop�sito de viajar de retorno a Quito para atender los asuntos de la Legaci�n peruana. No se pod�a afirmar que estuviera satisfecho de la conducta observada por Jos� Carlos. Le preocupaba su radicalismo revolucionario. As� se lo hizo saber (251). 

Mari�tegui siempre respetuoso con su maestro, no dio muestras del m�s ligero resentimiento por la incomprensi�n de �ste para con sus ideas, lo acompa�� hasta la Estaci�n del ferrocarril, ubicada en Durand frente a Guayaquil, a fin de utilizar el transporte que lo llevar�a a la Capital ecuatoriana. Ah� se despidi� y le agradeci� a Ma�rtua todo lo que hab�a hecho por �l con la finalidad de facilitarle su regreso a la Patria. Estuvieron en la Estaci�n para despedirlo, aparte de Jos� Carlos, Carlos Escribens y Reynaldo Saavedra Pin�n (252). 

Libre, en cierta forma, de las complicaciones que pudieran enemistarlo con el gobierno de Legu�a, Mari�tegui le solicit� a Saavedra Pin�n que lo pusiera en relaci�n con los fundadores del n�cleo literario �Renacimiento�, al cual perteneciera el poeta y cr�tico Medardo Silva, recientemente fallecido. En efecto, Saavedra Pin�n organiz� una reuni�n literaria a la que asistieron Mari�tegui y los escritores locales de aquel grupo. Entre ellos, se pudo observar la presencia de J.A. Falcon� Villag�mez (1895-1967), m�dico pediatra, poeta y cr�tico literario y, adem�s, director de la revista �Renacimiento�; Wenceslao Pareja �otro m�dico�, poeta y redactor del expresado �rgano de prensa; Mar�a Piedad Castillo de Le�n, poetisa y periodista del diario �El Tel�grafo�; y algunos j�venes literarios de la nueva hornada. 

Lamentablemente, hac�a cuatro a�os del deceso del poeta Medardo Angel Silva, quien fuera miembro del cuerpo de redacci�n de �Renacimiento� y que escribiera una acertada cr�tica sobre Jos� Carlos �la misma que fuera reproducida en la p�gina literaria de �El Tiempo��, en ella Silva se�alaba la fuerte inclinaci�n que se advert�a en Juan Croniqueur por el g�nero del ensayo. 

Y cuando la reuni�n de intelectuales guayaquile�os, promovida para conocer y dialogar con Mari�tegui, hab�a alcanzado gran animaci�n y cordialidad, fue bruscamente interrumpida con la llegada de una infausta noticia. Un telegrama, despachado desde Lima con cierto retraso, tra�a el anuncio del finamiento inesperado de do�a Bernarda Pin�n de Saavedra, acaecido en Iquitos en los �ltimos d�as de febrero (253). La extinta era nada menos que la madre del anfitri�n, as� que todos los asistentes conmovidos y apesadumbrados, luego de participar a Reynaldo Saavedra Pin�n �el due�o de casa� su sentimiento de pesar por tan irreparable p�rdida familiar, decidieron retirarse de aquella manifestaci�n de amistad y simpat�a por Mari�tegui (254). 

Entonces Jos� Carlos privado de la eficaz colaboraci�n de su amigo Saavedra Pin�n, por hallarse �ste de duelo, no tuvo otra alternativa que valerse de sus propios recursos para continuar estableciendo relaciones con los elementos representativos de aquel puerto ecuatoriano. Fue as� como se vincul�, en forma directa, con el sector laboral. Es decir, con los dirigentes de la Confederaci�n Obrera de Guayas quienes, por otro lado, le brindaron datos sobre el movimiento sindical que se hallaba fuertemente influido por la orientaci�n anarcosindicalista y acerca de la �ltima huelga general pro baja de las subsistencias que terminara con una masacre de la masa trabajadora guayaquile�a. 

Jos� Carlos, a su turno, al referirse a la experiencia europea que tra�a, remarc� la importancia de que los obreros en el Viejo Mundo pose�an una profunda conciencia de que los sindicatos son una fuerza pol�tica y social que interpretaba sus intereses y de que exist�an plenas posibilidades para desarrollar todas las funciones sociales confiadas a la responsabilidad de estas instituciones de defensa laboral. As� trataba de contraponer el principio de la organizaci�n del proletariado al anarquismo peque�o burgu�s de los dirigentes gremiales de aquel Puerto (255). 

Insisti� Mari�tegui, seg�n testimonio de Saavedra Pin�n, en la direcci�n ideol�gica y organizativa de las masas trabajadoras sobre la base de un programa cient�fico elaborado por medio de la ideolog�a revolucionaria marxista. 

S�lo unos pocos elementos que ten�an un sentido clasista, aprobaban los planteamientos de Jos� Carlos, los dem�s no estuvieron conformes y dejaron entrever su cerrada oposici�n a toda tentativa que respondiera a una l�nea pol�tica. Para ello, abundaron en razonamientos de corte anarquista con el deliberado prop�sito de rebatir al visitante. 

Cuando la situaci�n se hizo tensa, Mari�tegui le dio la alternativa a los obreros con inquietudes socialistas para que salieran al paso de los anarcosindicalistas que se encontraban sumamente aferrados a su credo libertario y apol�tico(256). 

Gobernaba por aquel tiempo la Rep�blica del Ecuador don Jos� Luis Tamayo, hombre de ideas liberales burguesas, pero ten�a en su haber una horrenda matanza realizada contra los obreros del puerto de Guayaquil. Aunque, dicho sea de paso, �l no fue el que orden� tal medida extrema, sino un destacamento de la fuerza armada de ese pa�s, por propia decisi�n, en el mismo lugar de la huelga y de las manifestaciones de protesta de los trabajadores. 

Sin mayores dilaciones consigui� Jos� Carlos entrar en contacto con los propios sobrevivientes de cuyos labios escuch� tanto la versi�n fidedigna sobre la excecrable matanza como la experiencia lograda por el proletariado ecuatoriano. Es importante anotar que la paralizaci�n de las actividades laborales se prolong� por espacio de una semana. La ciudad, desde luego una vez decretada la huelga general, adquiri� la fisonom�a de un lugar sitiado. El alumbrado p�blico, los transportes y el abastecimiento del mercado local quedaron interrumpidos. Solo se ve�a en las viejas calles de Guayaquil, por un lado, las patrullas del Ej�rcito, y por el otro, cientos de trabajadores que desfilaban en columnas voceando sus reivindicaciones y dando en�rgicas vivas a la huelga (257). 

A decir verdad, si por una parte exist�a la severa vigilancia de las fuerzas encargadas de resguardar el orden p�blico, por la otra se observaba el sesgo que iba tomando la agitaci�n social; las demostraciones de ambos grupos, presagiaban el choque inevitable. De pronto, cuando menos se esperaba, las balas rasgaron el espacio y, en seguida los guardias bajaron sus fusiles a la altura de los blancos humanos y empezaron a caer por cientos los obreros inermes. Las bajas producidas se elevaron a un millar y los heridos triplicaron esa suma. Los pu�os crispados y las palabras de protesta de los indefensos huelguistas no bastaron para repeler el cobarde y desigual ataque de la soldadesca enardecida por la ventaja de las armas que pose�an. 

El visitante peruano, intensamente emocionado y enfervorizado por la solidaridad proletaria, segu�a escuchando el relato con los ojos humedecidos de impotencia. Quiz�s si record� el paro que se efectu� en Lima, all� por el a�o 1919, con aproximado saldo sangriento. Cosa curiosa, Mari�tegui sinti� id�ntico repudio contra el sector clasista responsable de aquella mortandad inicua. 

M�s adelante, el escritor ecuatoriano Joaqu�n Gallegos Lara se inspir� en aquella jornada memorable para escribir una novela biogr�fica (1930), en la cual exalta la vida del h�roe popular Alfredo Balde�n, quien sucumbiera en las barricadas improvisadas por el pueblo ese d�a 15 de noviembre de 1922 en la ciudad de Guayaquil. La obra en referencia lleva el sugestivo t�tulo: �Las cruces sobre el agua�(258). 

Al final del di�logo, y despu�s de analizar Jos� Carlos atentamente aquel proceso hist�rico protagonizado por los trabajadores del Ecuador, extrajo la conclusi�n de que �stos hab�an obtenido una experiencia positiva de tan deplorable choque, por los nuevos planteamientos de la lucha social que ven�an ofreciendo. 

Entretanto, a los pocos d�as de haber recibido Reynaldo Saavedra Pin�n el nefasto aviso sobre la muerte de su se�ora madre, tuvo la grat�sima sorpresa de que le llegara un notici�n desmintiendo tal suceso. De inmediato volvi� la alegr�a a su hogar y, posesionados como estaban de que obedec�a a un dato falso, tuvieron que desprenderse de todos los signos de riguroso duelo que ven�an observando. 

Normalizada la situaci�n, Saavedra Pin�n vol� en busca de Mari�tegui, y los dos amigos celebraron alborozados el acontecimiento. Pero, a pesar de la informaci�n fidedigna de que dispon�a, Saavedra Pin�n, demostrando cierta cautela guard� unos d�as para proceder a rectificar la disparatada desventura(259). Tras de despedirse de Jos� Carlos, que sali� con rumbo al Callao, procedi� a divulgar la nueva versi�n recibida por medio de la prensa local. 

A�n antes de abandonar Guayaquil, Mari�tegui pudo visitar la Cl�nica que llevaba el nombre de ese puerto, donde estaba alojado uno de los hijos menores del General Benavides y, tambi�n, aprovech� para despedirse de este personaje y de sus familiares(260). 

Y as�, luego de haber permanecido el barco �Negada� y los pasajeros que conduc�a en el golfo de Guayaquil siete largos d�as, reanud� su traves�a con destino al Per�. La siguiente escala fue Paita, donde la nave ancl�, unas pocas horas, o sea el tiempo necesario para dejar la carga consignada y recoger pasajeros para ser transportados al Callao. Entre ellos subi� un joven estudiante de medicina, chiclayano, que terminaba sus vacaciones de fin de a�o y retornaba a la Capital de la Rep�blica para proseguir sus estudios. 

A bordo el aspirante a m�dico y Jos� Carlos se conocieron en forma casual. Mari�tegui no pod�a ocultar la honda preocupaci�n, que ten�a por delante, para aplicar el marxismo a la realidad del pa�s(261), y para concurrir a crear el socialismo como parte indivisible de la revoluci�n mundial(262). Todo ello, indudablemente, significaba desplegar un gigantesco esfuerzo y una plena dedicaci�n revolucionaria. Bast� que alguien mencionara, por ah�, de que Mat�as Prieto era alumno de medicina para que Mari�tegui, enseguida, entablara conversaci�n con �l e inquiriera datos sobre la reforma universitaria, la organizaci�n estudiantil y acerca de las conquistas alcanzadas durante los �ltimos cuatro a�os(263). 

Finalmente, el barco se detuvo en su fondeadero y con frente a la rada del Callao el 17 de marzo de 1923(264). Jos� Carlos dirigi� su mirada, transida de incontenible regocijo, hacia las primeras embarcaciones que abordaban la nave trayendo familiares y amigos de los pasajeros. Pasados algunos minutos de espera, y repuesto un poco de la emoci�n inicial de hallarse nuevamente entre los suyos, recibi� los abrazos de sus parientes y amista- des. Ah�, al barco �Negada�, acudieron a darle la bienvenida, entre otros: Sebasti�n Lorente, Director de Salubridad(265). Carlos Roe, quien hac�a siete meses retornara al pa�s(266). Ricardo Vargas Garc�a (Jefe de Redacci�n de la revista �Variedades�). Pedro L�pez Aliaga, Fausto Posada, Humberto del Aguila, Antenor Fern�ndez Soler (del peri�dico "La Raz�n"), F�lix del Valle (de la Revista �Nuestra Epoca�), Pedro Bustamante Santisteban y Favio Camacho. Igualmente, concurrieron casi todos sus familiares residentes en Lima. 

Jos� Carlos arribaba al Per�, despu�s de tres a�os y medio de ausencia, en compa��a de Anna y Sandro. A su consorte, a primera vista, se le pod�a observar que se encontraba en estado gr�vido. Ciertamente ten�a cinco meses de embarazo. Estaba en plena gestaci�n el ni�o que al nacer recibir�a el nombre de Sigfrido, en recuerdo del periplo de Mari�tegui por Alemania y, tambi�n, debido a su afici�n por la m�sica de Ricardo Wagner. 

Al momento de recoger las maletas y de desembarcar en el Callao, fue notificado el viajero que deb�a abonar por exceso de equipaje y traslado de valijas cierta suma de dinero. Jos� Carlos, en tal trance repar�, completamente confundido, que estaba sin fondos. Al darse cuenta Lorente, de la angustiosa situaci�n confrontada por su amigo, sin mayores aspavientos cancel� la suma. Mari�tegui, al vuelo y en forma inesperada, le puso en el bolsillo a Lorente, a guisa de compensaci�n, una peque�a pistola que tra�a(267). Lorente, intent� devolv�rsela, pero Jos� Carlos no la acept�(268). As� qued� saldada la deuda de Mari�tegui con el amigo de sus a�os de bohemia. 

Con el hecho de reintegrarse Jos� Carlos a la Patria, cerr� el ciclo correspondiente a su aprendizaje en Europa y, en cambio, abri� el cap�tulo de la tarea inmediata que ten�a ante s�(269) 

 


 

NOTAS CAPITULO I

 

( 1)  

En setiembre de 1915 se realiz� en Zinmerwald (Suiza) la Conferencia de las minor�as de los partidos socialistas con la representaci�n de 10 pa�ses. La mayor�a de los delegados resultaron pertenecer al centrismo. En el transcurso de la conferencia Lenin se dedic� a organizar el �grupo de izquierda de Zinmerwald� que present� su propio proyecto de resoluci�n y manifiesto que condenaban la guerra imperialista, denunciaban la traici�n de los social-chovinistas y se�alaban la necesidad de luchar activamente contra la guerra. La conferencia rechaz� las proposiciones de los revolucionarios. Fueron aprobados una resoluci�n y un manifiesto centrista. No obstante ello, Lenin asign� una gran importancia a la conferencia de Zinmerwald. Consideraba que era un paso hacia adelante en el camino de la ruptura de los internacionalistas con los oportunistas.

Naturalmente que en las filas de la izquierda Zinmerwaldiana� tambi�n hab�a elementos inconsecuentes y vacilantes que Lenin se encarg� de combatir con toda decisi�n. Los bolcheviques aplicaban en la �izquierda de Zinmerwald� una l�nea revolucionaria consecuente y se esforzaban por corregir la labor t�ctica de este grupo

Jvostov, U.M. L.I. Zubok. His. de la Edad Contempor�nea. Bs.As. Edic. Di�spora, 1948.

( 2)   Consultar al Cap�tulo V de �La Creaci�n heroica de J.C. Mari�tegui, t.l. La edad de piedra.
(2a)   Ibid. pp
( 3)   Ibid. Mari�tegui. Defensa del marxismo.
( 4)   Ibid. Test de C. Falc�n
( 5)   Ibid. Test de C. Falc�n.
( 6)   Ibid. Falc�n, C. El mundo que agoniza.....
( 7)   Mari�tegui, J.C. G�mez Carrillo. Revista Variedades, Lima, 3 de dic. 1927.
( 8)   Ibid. Falc�n, C. El mundo que agoniza...
( 9)   Ibid.
(10) Ibid. Mari�tegui. La escena contempor�nea...
(11) Ibid. Test. de C. Falc�n.
(12)   Ibid. Baz�n, A. La biograf�a de J.C. Mari�tegui.
(13)

Cole, G.D.H. Historia del pensamiento socialista. M�xico, Fondo de Cultura Econ�mica (1957-64) 7t-t.VI: Comunismo y socialismo 1914-1931. Segunda parte.

(14)   Mari�tegui J.C. La agitaci�n proletaria en Europa en 1919 y en 1920. La Cr�nica, Lima, 10 set. 1923.
(15)

Testimonio del odont�logo peruano V�ctor Nava, quien viaj� a la Pen�nsula para recibir una herencia de su abuelo y all� por feliz coincidencia, trab� amistad con Mari�tegui, con quien habr� de compartir la misma casa de hu�spedes y algunos meses de estancia en G�nova.

(16)   Ibid, Mari�tegui. Siete ensayos....
(17)   Textos de las partidas de nacimiento y bautizo de Gloria Mari�tegui Ferrer.
(18)   Ibid. Test de V. Nava.
(19)   Ibid.
(20)   Revista Poliedro, Lima, 20 set. 1926.
(21)   Testimonio de Ana Chiappe de Mari�tegui.
(22)   Ibid. Cole, G.D.H. Historia del pensamiento socialista..., t. V: Comunismo y social democracia 1914-1931. Primera parte.
(23)   Fiori, Giuseppe. La vida de Antonio Gramsci. Barcelona, Ediciones Pen�nsula M.R. 1968.
(24)   Ibid. El mundo que agoniza....
(25)   Nuevo Ministro de Italia. El general Oscar R. Benavides (nombrado por el Ministerio de Relaciones Exteriores el 25 de noviembre de 1918) En: El Tiempo, Lima, 26 de noviembre de 1918.
(26)   Ibid. El mundo que agoniza....
(27)   Ibid. Test de C. Falc�n.
(28)   El Tiempo, Lima, 9 jul. 1920, p.7
(29)   Testimonio de Carlos Guzm�n y Vera.
(30)   Ibid.
(31)   Ibid.
(32)   Ibid. Test de C Falc�n.
(33)

El nombramiento para desempe�ar el cargo de Secretario de primera de la Legaci�n del Per� en Italia, fue publicado en �El Peruano�; Lima, 13 de oct. de 1919, p. 1362.

(34)

Mari�tegui, Jos� Carlos. Don Pedro L�pez Aliaga. Revista Mundial. Lima, 5 (251) 3 abr. 1925.

(35)   Testimonio de Artemio Oca�a.
(36)

Ibid. El mundo que agoniza..,p.57, 58 y 59.

(37)   �Mi padre �escribe Arturo Osores G�lvez (hijo)� no se hallaba en el Per�. El residi� en Italia desde comienzos de 1920 hasta octubre de 1922...� Carta de Arturo Osores G�lvez a la Petroleum. En: La Prensa, Lima, 30 de marzo de 1960,p.2
(38)   Testimonio de Palmiro Machiavello.
(39)   Mari�tegui, J.C. La lucha final. Revista Mundial, Lima, 20 mar. 1925.
(40)  

Originalmente este trabajo �Las fuerzas socialistas italianas� fue inserto en el diario El Tiempo, Lima, 28 de julio de 1920; pero con una retraso de tres meses, seg�n la fecha de remisi�n se�alada por el propio autor al final de dicho art�culo (Roma, mes de abril de 1920). La demora para ser divulgado en Lima �insistimos� se debi� exclusivamente a los tr�mites burocr�ticos de la censura a que eran sometidas todas las colaboraciones despachadas desde el Viejo Mundo por Mari�tegui. Los oficiosos censores s�lo se interesaban por recortar o suprimir todo aquello que estuviera dirigido contra el r�gimen de Legu�a. Y como Jos� Carlos no tocaba este aspecto en sus temas period�sticos, no sufri� tales rigores y excesos.

M�s adelante, fue reproducido el citado art�culo en el libro intitulado. Cartas de Italia (Lima, 1969).

(41)   Ibid. Mari�tegui. Defensa del marxismo.
(42)   Ibid. Mari�tegui. La escena contempor�nea. Introducci�n.
(43)   Ibid. Mari�tegui. Don Pedro L�pez Aliaga.
(44)   Ib�d Mari�tegui. Las fuerzas socialistas italianas.
(45)   Mari�tegui J.C. La cultura italiana. Bolet�n Bibliogr�fico U.N.M.S.M. Lima, 2 (1):56�61,mar. 1925.
(46)   Mari�tegui, J.C. Grecia Rep�blica. Rev. Variedades. Lima, 29 dic. 1923.
(47)   Ibid. Test. Falc�n.
(48)    Ibid.
(49)   Mari�tegui, J.C. Dos concepciones de la vida. Revista Mundial. Lima, 9 de enero 1925.
(50)   Gramsci, A. Por una renovaci�n del Partido socialista. L'Ordine Nuovo, Tur�n, 8 mayo 1920. Reproducido tambi�n en : Gramsci, A. La concepci�n del partido proletario. Buenos Aires, Ed. Latina, 1973, p. 49�57.
(51)   Ibid.
(52)   Gramsci, A. II movimento torinese dei consigli de fabbrica, informe enviado en julio de 1920 al Comit� Ejecutivo de la Internacional Comunista y publicado por L'Ordine Nuovo, Tur�n, 14 mar. 1921.
(53)   Ibid. Test de C. Falc�n.
(54)   Mari�tegui, J. C. (Informe preparado por Jos� Carlos sobre su actividad pol�tica y que fue llevado por los delegados peruanos al Congreso Constituyente de la Confederaci�n Sindical Latino�Americana de Montevideo (mayo, 1929) y a la Primera Conferencia Comunista Latino�Americana de Buenos Aires (junio, 1929). Ideolog�a y pol�tica. Lima Emp. Ed. Amauta 1969, p. 16.
(55)   Ibid. Test. de Falc�n y Machiavello.
(56)   Ibid. Gramsci, A. La concepci�n del partido proletario, p. 92.
(57)   Ibid. Test. de P. Machiavello.
(58)   Mari�tegui, J.C. III.� Piero Gobetti y el Risorgimiento. Revista Mundial. Lima, 15 agosto 1929.
(59)   Ibid. Test. de Machiavello.
(60)   Ibid. Test. de Falc�n.
(61)   Ibid.
(62)   Ibid.
(63)   Ibid. Test. de Machiavello.
(64)   Ibid. Mari�tegui. Carta a Samuel Glusberg. La Vida Literaria.
(65)   Ibid. Mari�tegui. La influencia de Italia en la cultura Hispanoamericana.
(66)   Ibid. Test. de Machiavello.
(67)   Ibid. Test. de Falc�n.
(*)   Con respecto a las elecciones parlamentarias.
(**)   Los que estaban de acuerdo con utilizar el poder legislativo para la causa de la revoluci�n.
(***)   Los de esta clasificaci�n se consideraban por encima de las otras dos, a las que antepon�an su labor revolucionaria creadora.
(68)   Ibid.
(69)    Ibid. Test. de Machiavello.
(70)   Ibid. Gramsci, A. La concepci�n del partido proletario, p. 174.
(71)   Ibid. L'Ordine Nuovo (Publicado tambi�n m�s tarde, en: La Internacional Comunista... Mosc�, Ed. Progreso (197?), p. 79).
(72)   Ibid. Mari�tegui, J.C. Defensa del marxismo..., p. 52�53.
(73)   Ibid. Test. de Machiavello.
(*)   Alude a C�sar Falc�n.
(**)   Incurre en un error, jam�s fue Pablo Abril de Vivero C�nsul del Per� en G�nova sino Palmiro Machiavello con el cual viaja Mari�tegui y Falc�n a Mil�n.
(74)   Testimonio de Emilio Pettoruti, fechado en Niza�Francia, el 23 de agosto de 1955, y que remitiera al autor de la presente biograf�a. Posteriormente, con ligeras correcciones, reproduce tambi�n en el cap�tulo XVI (Encuentro con Mari�tegui) y del XVII (Exposici�n en �Der Sturm�, Berl�n), del relato autobiogr�fico de E. Pettoruti: Un pintor ante el Espejo. Berl�n�Buenos Aires, Solar/Hachette, 1968. Inclu�mos un fragmento de sus declaraciones primigenias, fechado y firmado por Pettoruti en Niza.
(75)   Ibid. Test. de Falc�n.
(76)   Ibid. Test. de Machiavello.
(77)   Mari�tegui J.C. Roma, polis moderna. Revista Mundial. Lima, 13 jul. 1925. Reproducido tambi�n en: �El alma matinal y otras estaciones del hombre de hoy�, p�gs. 105�106.
(78)   Ibid. Test. de Machiavello.
(79)   Ferm�n, Laura, Mussolini.� Barcelona � M�xico D.F., Eds. Grijalbo S.A. 1962, p. 192.
(80)   Ibid. pp. 196�197.
(81)   Ibid. Test. de Falc�n.
(82)   Ibid. Mari�tegui. Defensa del marxismo, p. 51.
(83)   Ibid. Fiori. Vida de A. Gramsci, p. 168.
(84)   Ibid. La Internacional Comunista..., p. 69.
(85)   Ibid. Test. de A. Herrera.
(86)   Ibid. Mari�tegui. La influencia de Italia en la cultura hispanoamericana.
(87)   Ibid. Test. de Machiavello.
(88)   Mari�tegui, Jos� Carlos. El pintor Petto Ruti. Variedades. Lima, 12 dic. 1925.
(89)   Ibid. Test. de E. Pettoruti.
(90)   Ibid. Test. de Machiavello.
(91)   Ibid. Test. de Falc�n.
(92)   Ibid.
(93)   Ibid.
(*)   Seud�nimo de la escritora francesa Aurora Dupin.
(94)   Mari�tegui, J.C. Los amantes de Venecia. El Tiempo. Lima, 11 ene. 1921 Fechado en Venecia, setiembre de 1920. Publicado tambi�n en: Ibid. Cartas de Italia..., pp. 201�206.
(95)   Mari�tegui, J.C. El �xito mundano de Beltr�n Mass�s. Revista Mundial. Lima, 6 mar. 1925, Publicado tambi�n en: Ibid. El artista y la �poca, p. 82�86.
(96)   Ibid. Test. de Machiavello.
(97)   Ibid.
(98)   Ibid. Test. de Falc�n.
(99)   Ibid. Test. de Nava.
(100)   Mari�tegui, J.C. Veinticinco a�os de sucesos extranjeros. El fascismo en Italia. Rev. Variedades. Lima, 6 mar. 1929.
(101)   Ibid. Test. de Machiavello. (Tuvo la gentileza de alcanzarme un cuaderno de apuntes, una especie de �diario de su vida�, en el que registraba algunos hechos significativos, acaecidos durante su estancia en Italia, para que tomara nota).
(102)   Ibid.
(103)   Ibid.
(104)   Ibid. Mari�tegui. Veinticinco a�os de sucesos extranjeros. El fascismo...
(105)   Ibid. Test. de Machiavello.
(106)   Ibid.
(107)   Ibid.
(108)   Ibid.
(109)   Togliatti, Palmiro. �El Partido Comunista Italiano� Mil�n, Ed. Nueva Academia, 1958.
(110)   Ibid. Fiori. Vida de A. Gramsci, p. 172.
(111)   Ibid. p�g. 173.
(112)   Ibid. Test. de Machiavello.
(113)   Ibid.
(114)   Ibid. Test. de Falc�n.
(115)   Ibid. Mari�tegui, J.C. La influencia de Italia en la cultura Hispanoamericana...
(116)   Ibid. Test de C. Falc�n.
(117)   Ibid. Mari�tegui, J.C. Giovanni Papini y La influencia de Italia en la cultura Hispano�Americana. El alma latina..., pp. 141 y 171, respectivamente. Ibid. Test. de A. Oca�a.
(118)   Ibid. Mari�tegui, J.C. Historia de la Crisis Mundial. ...pp. 84�85.
(119)   Ibid. Mari�tegui, J.C. La novela y la vida.... p. 139.
(120)   Ibid. Mari�tegui, J.C. Defensa del marxismo..., 94.
(121)   Ibid. Fiori Vida de A. Gramsci, pp. 176�177.
(*)   Maximalista como entonces se dec�a.
(122)   Ibid. Mari�tegui, J.C. Cartas de Italia..., pp. 97�99.
(123)   Ibid. Mari�tegui, J.C. La influencia de Italia en la cultura Hispano�Americana...
(124)   Ibid.
(125)   Ibid. Mari�tegui, J.C. La vida que me diste..
(126)   Ibid. Test. de V. Nava.
(127)   L�vano, C�sar. �...La vida que me diste�. Anna viuda de Mari�tegui. Revista Caretas. Lima, 19 (393): 24�26 y 144, abr. 14�24, 1969.
(128)   Ibid.
(129)   Ibid. Test. de A. Oca�a.
(130)   Ibid. L�vano, C. �...La vida que me diste�.
(131)   Ibid.
(132)   Ibid. Test. de E. Pettoruti.
(133)   Ibid. Test. de C. Falc�n.
(134)   Ibid. L�vano, C. �... La vida que me diste�.
(135)   Ibid.
(136)   Mari�tegui, J.C. Roma, polis moderna. Revista Mundial. Lima, 3 de julio 1925. Publicado tambi�n en: Alma matinal..., pp. 108-109.
(137)   Horowitz, Daniel. Historia del movimiento obrero italiano. Del anarco�sindicalismo al neofascismo. Buenos Aires, Eds. Marymar 1967, p. 233.
(138)    Ibid.
(139)   Ibid. Test. de P. Macchiavello.
(140)   Ibid. Test. de Guzm�n y Vera.
(141)   Ibid. Test. de C. Falc�n.
(142)   Ibid. Mari�tegui, J.C. La escena contempor�nea..., 139.
(143)   Ibid. Horowitz, D. Historia del movimiento obrero italiano..., 241.
(144)   Ibid. Test. de C. Falc�n y P. Machiavello.
(145)   Gramsci, A. L'Ordine Nuovo". Tur�n, 14 mar. 1921.
(146)   Ibid. Test de C. Falc�n y P. Machiavello.
(147)   Mari�tegui, J.C. La pintura italiana en la �ltima exposici�n. En El Tiempo, Lima, 27 nov. 1921. Reproducido tambi�n: Ibid. Cartas de Italia..., p. 224-227.
(148)   Ibid. Test. de A. Oca�a.
(149)   Ibid. Revela Oca�a que Falc�n enterado del nacimiento del hijo de su amigo, Jos� Carlos, y de los nombres que llevaba coment� en una misiva cursada al padre, que m�s simple hubiera sido ponerle por apelativo Renacimiento.
(150)   Seg�n el texto de la partida expedida por la Comuna di Roma, IV Repartizione del registro degli atti di nascita dell'anno 1921. V�ase el documento pertinente que se transcribe en este mismo cap�tulo.
(151)   Ibid. Test. de C. Falc�n y P. Machiavello.
(152)   Ibid.
(153)   Ibid. Mari�tegui, J. C. Waldo Frank, Bolet�n Bibliogr�fico de la Biblioteca Central U.N.M.S.M P.212.
(154)   Togliatti, Palmiro. Algunos problemas de la historia de la Internacional Comunista. Rev. Problemas de la Paz y del Socialismo. Praga 2(11): 71-85, nov. 1959.
(155)   Mari�tegui, J. C. La imaginaci�n y el progreso. Rev. Mundial, Lima, 12 dic 1924.
(156)   Ibid. Baz�n, A. Biograf�a de J.C. Mari�tegui, p.81.
(157)   Ibid. Test. de P. Machiavello.
(158)   Ibid. Test. de C. Falc�n.
(159)   Ibid.
(160)   Ibid.
(161)   Ibid. Test. de P. Machiavello.
(162)   Ibid. Mari�tegui, J.C. Defensa del marxismo...p.65
(163)   Mari�tegui, Jos� Carlos, Rusia a los doce a�os. Rev. Variedades, Lima, 10 jul. 1929. Reproducido tambi�n en: Signos y Obras, p.105. Comenta el libro de Julio Alvarez del Vayo, intitulado: Rusia a los doce a�os.
(164)   Carta poder que dirige J. C. Mari�tegui a Artemio Oca�a, desde la misma ciudad de Roma, el 26 de Abril de 1922 y cuya copia vertida al castellano aparece a continuaci�n.
(165)    V�ase la Partida de Bautizo del ni�o Sandro expedida Can�nigo Vica�rio Cura perpetuo de la Parroquia de San Pedro en el Vaticano.
(166)   Ibid. Test. de C. Falc�n.
(167)   Ibid.
(168)   Ibid. Test. de P. Machiavello.
(169)   Mari�tegui, J.C. El paisaje italiano. Revista Mundial, Lima 19 de jun. 1925.
(170)   Ibid. Test. de C. Falc�n.
(171)   Ibid.
(172)   �En 1921 o comienzos de 1922 me encontr� en Par�s con Mari�tegui... Carta de Jorge Prado, dirigida al suscrito y fechada en Londres el 24 de Abril de 1955.
(173)   Ibid. Tests. de C. Falc�n y P. Machiavello.
(174)   Ibid.
(175)   Manifiesto redactado por Romain Rolland el 16 de marzo de 1919 y publicado en L' Humanit� el 26 de junio de 1919 con un n�mero crecido de firmantes.
(176)   Mari�tegui Jos� Carlos. La torre de marfil. Revista Mundial, Lima, 7 nov. 1924. Reproducido tambi�n en: El artista y la �poca. Lima, Emp. Ed. Amauta, 1959, pp.28�29.
(177)   Ibid. Test. de Carlos Guzm�n y Vera.
(178)   Ibid.
(179)   Ibid. Test. de C. Falc�n.
(180)   Ibid.
(181)   Ibid. Mari�tegui, J.C. Historia de la crisis mundial. Sexta conferencia pronunciada el viernes 20 de julio de 1923 en el local de la Federaci�n de Estudiantes (Palacio de la Exposici�n) sobre el tema: La Revoluci�n Alemana. La rese�a period�stica fue publicada en La Cr�nica del 23 de julio del mismo a�o. Tambi�n reproducida en : Hist. de la crisis mundial, p. 76,77 y 78.
(182)   Mari�tegui, J.C. Austria y la paz de Europa. Variedades, Lima, 23 jul. 1927. Reproducida tambi�n en: II Figuras y aspectos de la vida mundial. Lima, Emp. Ed. Amauta S.A., 1970 p.191 -192.
(183)   Ibid. Test. de C. Falc�n.
(184)   Ibid. Test. de P. Machiavello.
(185)   Ibid. Mari�tegui, J.C. Carta autobiografiada a Samuel Glusberg...
(186)   Mari�tegui, J.c. La escena h�ngara. Variedades, Lima, 16 de mayo de 1925. Publicada tambi�n en: 1 Figuras y aspectos de la vida mundial. Lima, Emp. Ed. Amauta S.A., 1970, pp. 206 � 209.
(187)   Mari�tegui, J.C. La escena Checoeslovaca, Variedades. Lima, 13 de junio de 1925. Reproducida tambi�n en: 1 Figuras y aspectos de la vida mundial. Lima, Emp. Ed. Amauta S.A. 1970, p.218.
(188)   Instituto de Marxismo-Leninismo anexo al CC. del PCUS. La Internacional Co�munista... Mosc�. Ed. Progreso (1972), pp. 58-61.
(189)   Ibid. Mari�tegui, Nota autobiogr�fica dirigida a Samuel Glusberg...
(190)   Ibid. Test. de C. Falc�n.
(191)   Salis, J.R. de Historia del Mundo contempor�neo. Madrid, Eds. Guadarrama, S.L., 1961. t. III, p. 36.
(192)   Ibid. Test. de Anna Chiappe de Mari�tegui.
(193)   Ibid. Test. de P. Machiavello.
(194)   Ibid.
(195)   Ibid. Test. de C. Falc�n.
(196)   Ibid.
(197)   Ibid.
(198)   Ibid.
(199)   Ibid.
 (200)   Ibid. Test. de Anna Chiappe de Mari�tegui.
(201)   Ibid. Biograf�a de J.C.M. Armando Baz�n.
(202)   Testimonio del Coronel Julio C. Guerrero.
(203)   Ibid.
(204)   Mari�tegui, J.C. Hilferding y la socialdemocracia alemana. Rev. Variedades, Lima, 20 oct. 1923. Publicado tambi�n en: 1 Figuras y aspectos de la vida mundial. ...Lima, Emp. Ed. Amauta, 1970, p. 36�37.
(205)   Ibid. Mari�tegui. El pintor Petto Rutti...
(206)   Ibid. Test. de E. Pettoruti.
(207)   Mari�tegui, J.C. Los Artamonov, Novelada M�ximo Gorki. Rev. Mundial Lima, 20 jul. 1928. Publicado tambi�n en: Signos y obra. Lima, Emp. Ed. Amauta, 1959. pp. 83�91.
(208)   Ibid.
(209)   Testimonio de Ricardo Vegas Garc�a.
(210)   Variedades. Lima, 28(772): 6950-6952, 16 dic. 1922.
(211)   Ibid. Test. de P. Machiavello.
(212)   Revunenkov, V.G. Historia de los tiempos actuales (1917�1957) Buenos Aires, Ed. Futuro S.R.L., 1961, p. 64.
(213)   Mari�tegui, J.C. Luther. Rev. Variedades, Lima, 4 set. 1926. Tambi�n ha sido publicado en: II Figuras y aspectos de la vida mundial... p. 107.
(214)   Badia, Gilbert. Historia de alemania contemp�ranea 1917-1932. Buenos Aires, Ed. Futuro S.R.L., 1964, p. 181.
(215)   Ibid. Test. de Palmiro Machiavello.
(216)   Ibid. Test. de P. Machiavello (extra�do de un diario personal al que antes hemos hecho alusi�n).
(217)   Ibid.
(218)   Ibid. La Internacional Comunista Ensayo. sucinto... p. 176.
(219)   Ibid. Test. de P. Machiavello.
(220)   Ibid.
(221)   Ibid. Mari�tegui. Hilferding y la socialdemocracia alemana. Rev. Variedades...
(222)   Mari�tegui, J.C. C�sar Falc�n. El pueblo sin Dios. Ediciones de �Historia Nueva� Madrid, 1928. Revista Amauta, Lima, feb.�marzo 1929. Publicado tambi�n en: Ibid. C�sar Falc�n, exaltaci�n y antolog�a..., p. 105.
(223)   Ibid. Test. de Anna Chiappe de Mari�tegui.
(224)   Ibid. Test. de P. Machiavello.
(225)   Testimonio de Reynaldo Saavedra Pin�n.
(226)   Ibid.
(227)   Ibid.
(228)   Ibid.
(229)   Ibid.
(230) Ibid. Basadre, J. Hist. de la Rep�blica del Per�.. T. VIII p. 3982.
(231)   El Tel�grafo, Guayaquil, 24 enero 1923. p.2.
(232)   Gallardo Echever�a, Andr�s. 1922: mot�n en el Cuzco y las pretensiones del Tigre Legu�a. Revista Oiga. Lima, 7(369): 44�45, 10 oct. 1970.
(232-A)   Ibid. Test. de R. Saavedra Pi��n.
(233)   Ibid.
(234)   Ibid.
(235)   Ibid.
(236)   Ibid.
(237)   Ibid.
(238)   Ibid.
(239)   Ibid.
(240)   Ibid.
(241)   Ibid.
(242)   Ibid.
(243)   Ibid.
(244)   Ibid.
(245)   Ibid.
(246)   Ibid.
(247)   Ibid.
(248)   Ibid.
(249)   Ibid.
(250)   Ibid.
(251)   Ibid.
(252)   Ibid.
(253)   El D�a Social. El Tel�grafo, Guayaquil, 6 mar. 1923, p. 2.
(254)   Ibid. Test. de R. Saavedra Pin�n.
(255)   Ibid.
(256)   Ibid.
(257)   Aniversario tr�gico del proletariado ecuatoriano. El Trabajador Latinoameri�cano, Montevideo, 2(1071): 25, 15 feb. 1929. La masacre de Guayaquil. Mari�tegui lleg� a ese puerto, cuando a�n estaba fresca la horrible matanza.
(258)   Novela... Guayaquil, Ed. de la Casa de la cultura ecuatoriana, 1946, p. 264.
(259)  

El d�a social. El tel�grafo, Guayaquil, 13 mar. 1923, p. 2.

�Cartas particulares desmienten la noticia que, tomada de diarios lime�os y trasmitida por cable, se public� en esta ciudad �ltimamente, anunciando la muerte de la se�ora Bernarda Pin�n de Saavedra�.

(260)   Mundo Social. El Universo, Guayaquil, 12 mar. 1923, p. 2. Da cuenta que fue operado un ni�o del General Oscar R. Benavides en la Cl�nica Guayaquil.
(261)   Gonzales Prada �No! afirma Basadre al hablar de su generaci�n. Caretas.Lima, 1(4) ene. 1951. �Todav�a no se le�a a Marx en el Per� (Mari�tegui a su regreso de Europa en 1923 introducir� el marxismo cient�fico)�.
(262)   Testimonio de Mat�as Prieto.
(263)   Ibid.
(264)   Movimiento mar�timo. El movimiento mar�timo habido en el Callao durante el d�a de ayer, ha sido el siguiente:...vapor Negada procedente de Hamburgo, con pasajeros, correspondencia y carga. La Cr�nica. Lima 18 marzo 1923. p. 17.
(265)   Doctor Sebasti�n Lorente Patr�n, nuevo Director de Salubridad. Varieda�des Lima, 22 de jul. 1922.
(266)   Doctor Carlos E. Roe, diplomado de M�dico Cirujano de la Real Universi�dad de Madrid, que desde hace algunos d�as se encuentra en Lima. Variedades Lima, 19 de agosto de 1922.
(267)   Ibid. Test. de Mat�as Prieto.
(268)   Ibid.
(269)   Gonz�lez Via�a Eduardo, Mari�tegui. Ana Mar�a. Los Recuerdos. La Nueva Cr�nica Suplemento pol�tico. Lima, 15 ene. 1972. p. 6-7 �...Pero quer�a volver a la Patria. Ten�a que cumplir con su tarea..� declara Ana Mar�a Chiappe de Mari�tegui.