OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

DEFENSA DEL MARXISMO

 

   I

 

HENRI DE MAN Y LA "CRISIS" DEL MARXISMO

 

En un volumen que tal vez ambiciona la misma resonancia y divulgaci�n de los dos tomos de La Decadencia de Occidente, de Spengler, Henri de Man se propone traspasando el l�mite del empe�o de Eduardo Bernstein hace un cuarto de siglo no s�lo la "revisi�n" sino la "liquidaci�n" del marxismo.

La tentativa, sin duda, no es original. El marxismo sufre desde fines del siglo XIX esto es desde antes de que se iniciara la reacci�n contra las caracter�sticas de ese siglo racionalista, entre las cuales se le cataloga las acometidas, m�s o menos documentadas o instintivas, de profesores universitarios, herederos del rencor de la ciencia oficial contra Marx y Engels, y de militantes heterodoxos, disgustados del formalismo de la doctrina del partido. El profesor Charles Andler pronosticaba, en 1897, la "disoluci�n" del marxismo y entreten�a a sus oyentes, en la c�tedra, con sus divagaciones eruditas sobr� ese tema. El profesor Masaryk, ahora Presidente de la Rep�blica Checoeslovaca, diagnostic�, en 1898, la "crisis del marxismo", y esta frase, menos extrema y m�s universitaria que la de Andler, tuvo mejor fortuna. Masaryk acumul�, m�s, tarde, en seiscientas p�ginas de letra g�tica, sus sesudos argumentos de soci�logo y fil�sofo sobre el Materialismo Hist�rico, sin que su cr�tica pedante que, como se lo probaron en seguida varios comentadores, no as�a el sentido de la doctrina de Marx, socavase m�nimamente los cimientos de �sta. Y Eduardo Bernstein, insigne estudioso de Econom�a, procedente de la escuela social-democr�tica, formul� en la misma �poca su tesis revisionista, elaborada con datos del desarrollo del capitalismo, que no confirmaban las previsiones de Marx respecto a la concentraci�n del capital y la depauperaci�n del proletariado. Por su car�cter econ�mico, la tesis de Bernstein hall� m�s largo eco que la de los profesores Andler y Masaryk; pero ni Bernstein ni los dem�s "revisionistas" de su escuela, consiguieron expugnar la ciudadela del marxismo. Bernstein, que no pretend�a suscitar una corriente secesionista, sino reclamar la consideraci�n de circunstancias no previstas por Marx, se mantuvo dentro de la social-democracia alemana, m�s dominada entonces, de otro lado, por el esp�ritu reformista de Lasalle que por el pensamiento revolucionario del autor de El Capital.

No vale la pena enumerar otras ofensivas menores, operadas con id�nticos o an�logos argumentos o circunscritas a las relaciones del marxismo con una ciencia dada, la del derecho verbigracia. La herej�a es indispensable para comprobar la salud del dogma. Algunas han servido para estimular la actividad intelectual del socialismo, cumpliendo una oportuna funci�n de reactivos. De otras, puramente individuales, ha hecho justicia implacable el tiempo.

La verdadera revisi�n del marxismo, en el sentido de renovaci�n y continuaci�n de la obra de Marx, ha sido realizada, en la teor�a y en la pr�ctica, por otra categor�a de intelectuales revolucionarios. Georges Sorel, en estudios que separan y distinguen lo que en Marx es esencial y sustantivo, de lo que es formal y contingente, represent� en los dos primeros decenios del siglo actual, m�s acaso que la reacci�n del sentimiento clasista de los sindicatos, contra la degeneraci�n evolucionista y parlamentaria del socialismo, el retorno a la concepci�n din�mica y revolucionaria de Marx y su inserci�n en la nueva realidad intelectual y org�nica. A trav�s de Sorel, el marxismo asimila los elementos y adquisiciones sustanciales de las corrientes filos�ficas posteriores a Marx. Superando las bases racionalistas y positivistas del socialismo de su �poca, Sorel encuentra en Bergson y los pragmatistas ideas que vigorizan el pensamiento socialista, restituy�ndolo a la misi�n revolucionaria de la cual lo hab�a gradualmente alejado el aburguesamiento intelectual y espiritual de los partidos y de sus parlamentarios, que se satisfac�an, en el campo filos�fico, con el historicismo m�s chato y el evolucionismo m�s p�vido. La teor�a de los mitos revolucionarios, que aplica al movimiento socialista la experiencia de los movimientos religiosos, establece las bases de una filosof�a de la revoluci�n, profundamente impregnada de realismo psicol�gico y sociol�gico, a la vez que se anticipa a las conclusiones del relativismo contempor�neo, tan caras a Henri de Man. La reivindicaci�n del sindicato, como factor primordial de una conciencia genuinamente socialista y como instituci�n caracter�stica de un nuevo orden econ�mico y pol�tico se�ala el renacimiento de la idea clasista sojuzgada por las ilusiones democr�ticas del per�odo de apogeo del sufragio universal, en que retumb� magn�fica la elocuencia de Jaur�s. Sorel, esclareciendo el rol hist�rico de la violencia, es el continuador m�s vigoroso de Marx en ese per�odo de parlamentarismo social-democr�tico, cuyo efecto m�s evidente fue, en la crisis revolucionaria post-b�lica, la resistencia psicol�gica e intelectual de los l�deres obreros a la toma del poder a que los empujaban las masas. Las reflexiones sobre la Violencia parecen haber influido decisivamente en la formaci�n mental de dos caudillos tan antag�nicos como Lenin y Mussolini. Y Lenin aparece, incontestablemente, en nuestra �poca como el restaurador m�s en�rgico y. fecundo del pensamiento marxista, cualesquiera que sean las dudas que a este respecto desgarren al desilusionado autor de M�s all� del Marxismo. La revoluci�n rusa constituye, ac�ptenlo o no los reformistas, el acontecimiento dominante del socialismo contempor�neo. Es en ese acontecimiento, cuyo alcance hist�rico no se puede a�n medir, donde hay que ir a buscar la nueva etapa marxista.

En M�s all� del Marxismo, Henri de Man, por una suerte de imposibilidad de aceptar y comprender la revoluci�n, prefiere recoger los malos humores y las desilusiones de pos-guerra, del proletariado occidental, como expresi�n del estado presente del sentimiento y la mentalidad socialistas. Henri de Man es un reformista desenga�ado. El mismo cuenta, en el pr�logo de su libro, como las decepciones de la guerra destrozaron su fe socialista. El origen de su libro, est�, sin duda, en "el abismo, cada vez m�s profundo, que lo separaba de sus antiguos correligionarios marxistas convertidos al bolchevismo". Desilusionado de la praxis reformista, de Man disc�pulo de los te�ricos de la social-democracia alemana, aunque el ascendiente de Jaur�s suavizara sensiblemente su ortodoxia no se decidi�, como los correligionarios de quienes habla, a seguir el camino de la revoluci�n. La "liquidaci�n del marxismo", en que se ocupa, representa ante todo su propia experiencia personal. Esa "liquidaci�n" se ha operado en la conciencia de Henri de Man, como en la de otros muchos socialistas intelectuales, que con el egocentrismo peculiar a su mentalidad, se apresuran a identificar con su experiencia el juicio de la historia.

De Man ha escrito, por esto, deliberadamente podr�amos decir, un libro derrotista y negativo. Lo m�s importante de M�s all� del Marxismo es, indudablemente, su cr�tica de la pol�tica reformista. El ambiente en el cual se sit�a, para su an�lisis de los m�viles e impulsos del proletariado, es el ambiente mediocre y pasivo en el cual ha combatido: el del sindicato y el de la social-democracia belgas. No es, en ning�n momento, el ambiente heroico de la Revoluci�n que, durante la agitaci�n post-b�lica, no fue exclusivo de Rusia, como puede comprobarlo cualquier lector de estas l�neas en las p�ginas rigurosamente hist�ricas, period�sticas aunque el autor mezcle a su asunto un ligero elemento novelesco de La Senda Roja, de Alvarez del Vayo. De Man ignora y elude la emoci�n, el pathos1 revolucionario. El prop�sito de liquidar y superar el marxismo, lo ha conducido a una cr�tica minuciosa de un medio sindical y pol�tico que no es absolutamente, en nuestros d�as, el medio marxista. Los m�s severos y seguros estudiosos del movimiento socialista constatan que el rector efectivo de la social-democracia alemana, a la que te�rica y pr�cticamente se siente tan cerca de Man, no fue Marx sino Lassalle. El reformismo lassalliano se armonizaba con los m�viles y la praxis empleados por la social-democracia en el proceso de su crecimiento, mucho m�s que el revolucionarismo marxista. Todas las incongruencias, todas las distancias que de Man observa entre la teor�a y la pr�ctica de la social democracia tudesca, no son, por ende, estrictamente imputables al marxismo, sino en la medida que se quiera llamar marxismo a algo que hab�a dejado de serlo casi desde su origen. El marxismo activo, viviente, de hoy, tiene muy poco que ver con las desoladas comprobaciones de Henri de Man que deben preocupar, mas bien, a Vandervelde y dem�s pol�ticos de la social-democracia belga, a quienes, seg�n parece, su libro ha hecho tan profunda impresi�n.

 


NOTA:

1 Pasi�n violenta.