OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

EL ALMA MATINAL

 

 

LA EMOCION DE NUESTRO TIEMPO

DOS CONCEPCIONES DE LA VIDA1

I

La guerra mundial no ha modificado ni fracturado �nicamente la econom�a y la pol�tica de Occidente. Ha modificado o fracturado, tambi�n, su mentalidad y su esp�ritu. Las consecuencias econ�micas, definidas y precisadas por John Maynard Keynes, no son m�s evidentes ni sensibles que las consecuencias espirituales y psicol�gicas. Los pol�ticos, los estadistas, hallar�n, tal vez, a trav�s de una serie de experimentos, una f�rmula y un m�todo para resolver las primeras; pero no hallar�n, seguramente, una teor�a y una pr�ctica adecuada para anular las segundas. M�s probable me parece que deban acomodar sus programas a la presi�n de la atm�sfera espiritual, a cuya influencia su trabajo no puede sustraerse. Lo que diferencia a los hombres de esta �poca no es tan s�lo la doctrina, sino sobre todo, el sentimiento. Dos opuestas concepciones de la vida, una pre-b�lica, otra post-b�lica, impiden la inteligencia de hombres que, aparentemente, sirven el mismo inter�s hist�rico, He aqu� el conflicto central de la crisis contempor�nea.

La filosof�a evolucionista, historicista, racionalista, un�a en los tiempos pre-b�licos, por encima de las fronteras pol�ticas y sociales, a las dos clases antag�nicas. El bienestar material, la potencia f�sica de las urbes hab�an engendrado un respeto supersticioso por la idea del progreso. La humanidad parec�a haber hallado una v�a definitiva. Conservadores y revolucionarios aceptaban pr�cticamente las consecuencias de la tesis evolucionista. Unos y otros coincid�an en la misma adhesi�n a la idea del progreso y en la misma aversi�n a la violencia.

No faltaban hombres a quienes esta chata y c�moda filosof�a no lograba seducir ni captar. Jorge Sorel, uno de los escritores m�s agudos de la Francia pre-b�lica, denunciaba por ejemplo, las ilusiones del progreso. Don Miguel de Unamuno predicaba quijotismo. Pero la mayor�a de los europeos hab�a perdido el gusto de las aventuras y de los mitos heroicos. La democracia consegu�a el favor de las masas socialistas y sindicales, complacidas de sus f�ciles conquistas graduales, orgullosas de sus cooperativas, de su organizaci�n, de sus "casas del pueblo" y de su burocracia. Los capitanes y los oradores de la lucha de clases gozaban de una popularidad, sin riesgos, que adormec�a en sus almas toda veleidad revolucionaria. La burgues�a se dejaba conducir por l�deres inteligentes y progresistas que, persuadidos de la estolidez y la imprudencia de una pol�tica de persecuci�n de las ideas y los hombres del proletariado, prefer�an una pol�tica dirigida a domesticarlos y ablandarlos con sagaces transacciones.

Un humor decadente y estetista se difund�a, sutilmente, en los estratos superiores de la sociedad. El cr�tico italiano Adriano Tilgher, en uno de sus remarcables ensayos, define as� la �ltima generaci�n de la burgues�a parisiense: "Producto de una civilizaci�n muchas veces secular, saturada de experiencia y de reflexi�n, anal�tica e introspectiva, artificial y libresca, a esta generaci�n crecida antes de la guerra le toc� vivir en un mundo que parec�a consolidado para siempre y asegurado contra toda posibilidad de cambios. Y a este mundo se adapt� sin esfuerzo. Generaci�n todo nervios y cerebro gastados y cansados por las grandes fatigas de sus genitores: no soportaba los esfuerzos tenaces, las tensiones prolongadas, las sacudidas bruscas, los rumores fuertes, las luces vivas, el aire libre y agitado; amaba la penumbra y los crep�scu�los, las luces dulces y discretas, los sonidos apa�gados y lejanos, los movimientos mesurados y regulares". El ideal de esta generaci�n era vivir dulcemente.

II

Cuando la atm�sfera de Europa, pr�xima la guerra, se carg� demasiado de electricidad, los nervios de esta generaci�n sensual, elegante u hiperest�sica, sufrieron un raro malestar y una extra�a nostalgia. Un poco aburridos de vivre avec douceur, se estremecieron con una apeten�cia morbosa, con un deseo enfermizo. Reclama�ron, casi con ansiedad, casi con impaciencia, la guerra. La guerra no aparec�a como una trage�dia, como un cataclismo, sino m�s bien como un deporte, como un alcaloide o como un espect�cu�lo. �Oh!, la guerra, �como en una novela de Jean Bernier, esta gente la present�a y la auguraba�, elle serait tr�s chic la guerre.

Pero la guerra no correspondi� a esta previ�si�n fr�vola y est�pida. La guerra no quiso ser tan mediocre. Par�s sinti�, en su entra�a, la ga�rra del drama b�lico. Europa, conflagrada, lace�rada, mud� de mentalidad y de psicolog�a.

Todas las energ�as rom�nticas del hombre oc�cidental, anestesiadas por largos lustros de paz confortable y ping�e, renacieron tempestuosas y prepotentes. Resucit� el culto de la violencia. La Revoluci�n Rusa insufl� en la doctrina socialista un �nima guerrera y m�stica. Y al fen�meno bol�chevique sigui� el fen�meno fascista. Bolchevi�ques y fascistas no se parec�an a los revolucio�narios y conservadores pre-b�licos. Carec�an de la antigua superstici�n del progreso. Eran testi�gos, conscientes o inconscientes, de que la gue�rra hab�a demostrado a la humanidad que a�n pod�an sobrevenir hechos superiores a la pre�visi�n de la Ciencia y tambi�n hechos contrarios al inter�s de la Civilizaci�n.

La burgues�a, asustada por la violencia bolchevique, apel� a la violencia fascista. Confiaba muy poco en que sus fuerzas legales bastasen para defenderla de los asaltos de la revoluci�n. Mas, poco a poco, ha aparecido, luego, en su �nimo, la nostalgia de la crasa tranquilidad pre-b�lica. Esta vida de alta tensi�n la disgusta y la fatiga. La vieja burocracia socialista y sindical comparte esta nostalgia. �Por qu� no volver �se pregunta� al buen tiempo, pre-b�lico? Un mismo sentimiento de la vida vincula y acuerda espiritualmente a estos sectores de la burgues�a y del proletariado, que trabajan, en comandita, por descalificar, al mismo tiempo, el m�todo bolchevique y el m�todo fascista. En Italia, este episodio de la crisis contempor�nea tiene los m�s n�tidos y precisos contornos, Ah�, la vieja guardia burguesa ha abandonado al fascismo y se ha concertado en el terreno de la democracia, con la vieja guardia socialista. El programa de toda esta gente se condensa en una sola palabra: normalizaci�n. La normalizaci�n ser�a la vuelta a la vida tranquila, el desahucio o el sepelio de todo romanticismo, de todo hero�smo, de todo quijotismo de derecha y de izquierda. Nada de regresar, con los fascistas, a! Medio Ego Nada de avanzar: con los bolcheviques, hacia la Utopia.

El fascismo habla un lenguaje beligerante y violento que alarma a quienes no ambicionan sino la normalizaci�n. Mussolini, en un discurso, dijo "No vale la pena de vivir como hombres y como partido y sobre todo no valdr�a la pena llamarse fascistas, si no se supiese que se esta en medio de la tormenta. Cualquiera es capaz. de navegar en mar de bonanza, cuando los vientos inflan las velas, cuando no hay olas ni ciclones, Lo bello, lo grande, y quisiera decir lo he romo, es navegar cuando la tempestad arrecia Un fil�sofo Maman dec�a: vive peligrosamente Yo quisiera que �sta fuese la palabra de orden del joven fascismo italiano: vivir peligrosamente, Esto significas estar pronto a todo, a cualquier sacrificio, a cualquier peligro, a cualquier acci�n, cuando se trata de defender la patria y el fascismo". El fascismo no concibe la contrarevoluci�n como una empresa vulgar y policial sino como una empresa �pica y heroica2. Tesis excesiva, tesis incandescente, tesis exorbitante para la vieja burgues�a, que no quiere absolutamente ir tan lejos. Que se detenga y se frustre la revoluci�n, claro, pero, si es posible con buenas maneras. La cachiporra no debe ser empleada sino en caso extremo. Y no hay que tocar, en ning�n caso, la Constituci�n ni el Parlamento. Hay que dejar las cosas como estaban. La vieja burgues�a anhela vivir dulce y parlamentariamente. "Libre y tranquilamente", escrib�a polemizando con Mussolini Il Corriere dalla Sera de Mil�n. Pero uno y otros t�rminos designan el mismo anhelo.

Los revolucionarios, como los fascistas, se proponen por su parte, vivir peligrosamente. En los revolucionarios, como en los fascistas, se advierte an�logo impulso rom�ntico, an�logo humor quijotesco.

La nueva humanidad, en sus dos expresiones antit�ticas, acusa una nueva intuici�n de la vida. Esta intuici�n de la vida no asoma, exclusivamente, en la prosa beligerante de los pol�ticos. En unas divagaciones de Luis Bello encuentro esta frase: ""Conviene corregir a Descartes: combato, luego existo". La correcci�n resulta, en verdad, oportuna. La f�rmula filos�fica de una edad racionalista ten�a que ser: "Pienso, luego existo". Pero a esta edad rom�ntica, revolucionaria y quijotesca, no le sirve ya la misma f�rmula. La vida, m�s que pensamiento, quiere ser hoy acci�n, esto es combate. El hombre contempor�neo tiene necesidad de fe. Y la �nica fe, que puede ocupar su yo profundo, es una fe combativa. No volver�n, qui�n sabe hasta cuando, los tiempos de vivir con dulzura. La dulce vida pre-b�lica no gener� sino escepticismo y nihilismo. Y de la crisis de este escepticismo y de este nihilismo, nace la ruda, la fuerte, la perentoria necesidad de una fe y de un mito que mueva a los hombres a vivir peligrosamente.

 

 


NOTAS:

1 Publicado en Mundial: Lima, 9 de Enero de 1925, Trascrito en Amauta: N� 31 (p�gs 4-7). Lima, Junio-Julio de 1930. E incluido en la antolog�a de Jos� Carlos Mari�tegui, que la Universidad Nacional de M�xico edit�, en 1937, como segundo volumen de su serie de "Pensadores de Am�rica" (p�gs. 124-129).

2 Este aserto ata�e a los a�os ascensionales del movimiento fascista, porque entonces procur� Mussolini conservar la apariencia constitucional de su r�gimen y aun tolero una oposici�n que te ofreciera lucha. Pero despu�s de la crisis sufrida por el r�gimen durante los a�os 1925-1930, no cabe duda que Jos� Carlos Mari�tegui habr�a alterado los t�rminos de su aserto, pues habiendo definido su car�cter reaccionario, la "empresa �pica y heroica" del fascismo se troc� en mera declamaci�n y su realidad permanente fue la acci�n policial.