OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

EL ALMA MATINAL

 

 

EL ALMA MATINAL1

 

Todos saben que la Revoluci�n adelant� los relojes de la Rusia sovietista en la estaci�n esti�val. Europa occidental adopt� tambi�n la hora de verano, despu�s de la guerra. Pero lo hizo s�lo por econom�a de alumbrado. Faltaba en esta me�dida de crisis y carest�a, toda convicci�n matu�tina. La burgues�a grande y media, segu�a frecuen�tando el tabarro. La civilizaci�n capitalista en�cend�a todas sus luces de noche, aunque fuese clandestinamente. A este per�odo corresponden la boga del dancing y de Paul Morand.

Pero con Paul Morand hab�a quedado ya li�cenciado el crep�sculo. Paul Morand representa�ba la moda de la noche. Sus novelas nos pasea�ban por una Europa nocturna, alumbrada por una perenne luz artificial. Y el nombre que m�s leg�timamente preside la noche de la decadencia post-b�lica no es el de Morand sino el de Proust. Marcel Proust inaugur� con su literatura una noche fatigada, elegante, metropolitana, licencio�sa, de la que el Occidente capitalista no sale to�dav�a. Proust era el trasnochador fino, ambiguo y pulcro que se despide a las dos de la ma�ana, antes de que las parejas est�n borrachas y co�metan excesos de mal gusto.

Se retir� de la soir�e de la decadencia cuando a�n no hab�an llegado el ch�rleston, ni Josefina Backer. A Paul Morand, diplom�tico y demimondain, le toc� s�lo introducirnos en la noche post-proustiana.

La moda del crep�sculo perteneci� a la moda finisecular y decadente de ante-guerra. Sus grandes pont�fices fueron Anatole France y Gabriel D'Annunzio.

El viejo Anatole sobresali� en el g�nero de los crep�sculos cl�sicos y arqueol�gicos; crep�sculos de Alejandr�a, de Siracusa, de Roma, de Florencia, econ�micamente conocidos en los vol�menes de las bibliotecas oficiales y en viajes de turista moroso que no olvida nunca sus maletas en el tren y que tiene previstas todas las estaciones y hoteles de su itinerario. A la hora del tramonto, siempre discreto, sin excesivos arreboles ni escandalosos celajes, era cuando monsieur Bergeret gustaba de aguzar sus iron�as. Esas iron�as que hace diez a�os nos encantaban por agudas y sutiles y que ahora nos aburren con su mon�tona incredulidad y con su fastidioso escepticismo.

D'Annunzio era m�s fastuoso y teatral y tambi�n m�s variado en sus crep�sculos de Venecia vagamente wagnerianos, con la torre de San Jorge el Mayor en un flanco, saboreados en la terraza del Hotel Danieli por amantes inevitablemente c�lebres, anidados en el mismo cuarto donde cobijaron su famoso amor, bajo antiguos y recamados cobertores, Jorge Sand y Alfredo de Musset; crep�sculos abruzeses deliberadamente r�sticos y agrestes, con cabras, pastores, chivos, fogatas, quesos, higos y un incesto de tragedia griega; crep�sculos del Adri�tico con barcas pescadoras, playas l�bricas, cielos pat�ticos y tufo afrodisi�co; crep�sculos semi-orientales semi-bizantinos de Ravenna y de Rimini, con v�rgenes enamoradas de trenzas inveros�miles y flotantes y un ligero sabor de ostra perlera; crep�sculos romanos, transteverinos, declamatorios ol�mpicos, gozados en la colina del Janiculum refrescados por el agua paola que cae en tazas de m�rmol antiguo, con reminiscencias del sue�o de Escipi�n y los discursos de Cola di Rienzo; crep�sculos de Quinto al Mare, heroicos, republicanos, garibaldinos, ret�ricos, un poco marineros, dign�simos a pesar de la vecindad comprometedora de Portofino Kulm y la perspectiva equ�voca de Montecarlo. D`Annunzio agot� en su obra magn�ficamente crepuscular, todos los colores, todos los desmayos, todas las ambig�edades del ocaso.

Concluido el per�odo dannunziano y anatoliano �en Espa�a, a no ser por las sonatas del gran Valle Incl�n, no dejar�a m�s rastros que los sonetos de Villaespesa, las novelas del Marqu�s de Hoyos y Vinent y las falsas gemas orientales de T�rtola Valencia� desembarc� en una estaci�n ferroviaria de Madrid, con una sola maleta en la mano, pasajero de tercera clase, Ram�n G�mez de la Serna, descubridor del alba.

Su descubrimiento era un poco prematuro. Pero es fuerza que todo descubrimiento verdadero lo sea. Proust con su smoking severo y una perla en la pechera, blando, t�cito, p�lido, presid�a invisible la m�s larga noche europea, �noche algo boreal por lo prolongada�, de extremos placeres y terribles presagios, arrullada por el fuego de las ametralladoras de Noske en Berl�n y de las bombas de mano fascistas en los caminos de la planicie lombarda y romana y de las Monta�as Apeninas.

Ahora, aunque quede todav�a en ella mucho de la noche de Charlotemburgo y de la noche de Dubl�n, la Europa que quiere salvarse, la Europa que no quiere morir, aunque sea todav�a la Europa burguesa, cansada de sus placeres nocturnos, suspira por que venga pronto el alba. Mussolini, manda a la cama a Italia a las diez de la noche, cierra cabarets, proh�be el ch�rleston. Su ideal es una Italia provinciana, madrugadora, campesina, libre de molicie y de artificio urbanos, con muchos r�sticos hijos en su ancho regazo. Por su orden, como en los tiempos de Virgilio, los poetas cantan al campo, a la siembra, a la siega. Y la burgues�a francesa, la que ama la tradici�n y el trabajo, burgues�a laboriosa, econ�mica, mesurada, continente �no malthusiana�, reclama tambi�n en su casa el horario fascista y sue�a con un dictador de virtudes romanas y genio napole�nico que cultive durante las vacaciones su trigal y su vi�a. O�d c�mo amonesta Lucien Romier a la Francia noct�mbula: "Es grave que un pueblo se entregue a los placeres de la noche, no por el mal que encuentran en esto los sermoneadores. Es grave como �ndice de que tal pueblo pierde sus d�as. Si t� quieres crecer y prosperar, �oh franc�s! acu�rdate de que la virilidad del hombre se afirma en el triunfo matinal. Es a la hora del alba que viene el invasor perseguido por el sol levante".

No es probable que Lucien Romier sepa renunciar a la noche. Pertenece a una burgues�a, clarividente en su ruina, que se da cuenta de que el hombre nuevo es el hombre matinal.

 

 


NOTA:

1 Publicado en Mundial: Lima, 3 de Febrero de 1928. Se ha suprimido el p�rrafo inicial de aquella publicaci�n, por hallarse destinado al lector eventual y no adaptarse a la in�troducci�n de un libro como el presente. Refiri�ndose al li�bro de Ram�n G�mez de la Serna, titulado El Alba y otras cosas (Madrid, Editorial Saturnino Calleja S. A., 1923), juz�ga que su tema contrasta con la insistencia de los moder�nistas en la poes�a del crep�sculo. Dice all�: "Hace ya tiem�po que registr�, a fojas 10 de los anales de la �poca, la decadencia del crep�sculo como motivo, asunto y fondo litera�rios, y agregu� que el descubrimiento m�s genial de Ram�n G�mez de la Serna era, seguramente, el del alba. Hoy regreso a este tema, despu�s de comprobar que la actual apalog�tica del alba no es exclusivamente literaria".