OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI |
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EL ALMA MATINAL |
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"EL SARGENTO GRISCHA" por: ARNOLD ZWEIG1 Arnold Zweig inaugur� con esta novela la estaci�n adulta de la literatura de guerra alemana. Que su �xito editorial no haya igualado al de Sin novedad en el frente de Erich Mar�a Remarque se explica claramente. No sucede s�lo que a este libro le ha faltado el lanzamiento de gran estilo de Sin novedad en el frente. Arnold Zweig no nos muestra la guerra en las trincheras sino la guerra en la "etapa". El escenario de sus personajes es ese variado y extenso territorio cruzado de rieles y alambres, donde se anuda y repara la malla terca de la beligerancia. El frente es m�s terrible y pat�tico; pero es la periferia del complejo fen�meno guerrero. Tiene la dramaticidad de esas �lceras en que afloran a la epidermis enfermedades profundas. En la etapa funcionan los centros nerviosos de la guerra. Una novela que registra sus oscuros movimientos impresiona menos directamente al lector que una cr�nica animada y violenta de las trincheras. Pero el lector corriente, que devora la literatura de guerra con un inter�s un poco folletinesco, le es m�s dif�cil seguir y apreciar a Arnold Zweig que a Remarque, el cr�tico literario reconoce seguramente en El Sargento Grischa una obra a la que corresponde con m�s propiedad la etiqueta de novela. Porque en El Sargento Grischa la guerra presta su fondo, su atm�sfera, sus personajes a la obra; pero con estos materiales el autor construye un relato que se rige por las reglas de su propio e individual desarrollo. El drama de un soldado no es aqu� una ventana para asomarse al espect�culo b�lico. En El Sargento Grischa no hay espect�culo. El novelista no se entretiene en la filmaci�n de escenas exteriores. El drama del soldado est� sumido, inserto completamente en el otro gran drama de las muchedumbres y las naciones. No hay en esta novela nada anecd�tico ni ornamental. Unicamente entran en su desarrollo los personajes necesarios a su propio proceso. El Sargento Grischa obedece a la ley de su propia y personal biolog�a. Tiene por esto el grado de realizaci�n art�stica de las obras arquitect�nicas en que el estilo exento de postizos, desnudo de recamos, no es sino un resultado de la armon�a de los materiales y las proporciones. No se siente en la novela la intenci�n de describir la etapa. (Pero acaso por esto la describe m�s eficazmente. Todos los individuos, todos los hechos que Arnold Zweig nos presenta, del lado por el que tocan el destino del sargento Grischa Ilytsch Paprotkin, est�n arrancados a la m�s cruda y honda realidad de la etapa. De esta zona compleja y profunda de la guerra. Andreas Latzko nos hab�a dado, quiz�s, las primeras visiones en Los hombres en guerra. Arnold Zweig nos gu�a por este intrincado tejido, donde en torno del cuartel general pululan, arrolladas por el tr�fico inexorable de las �rdenes superiores, criaturas que sufren y resisten la guerra, extra�as a su desenvolvimiento y a sus pasiones, con una obstinada voluntad de salvarse y sobrevivir. A trav�s de este tejido pugna por abrirse paso el prisionero ruso Grischa, pr�fugo de un campo de concentraci�n alem�n, avanzando a ratos, enquist�ndose en un bosque, hasta caer en una plaza militar donde lo alcanza inexorable el poder del cuartel general. Grischa ha abandonado el campo de concentraci�n de los prisioneros empujado por un poder irresistible de evasi�n. En Rusia, la revoluci�n promete la paz. Y Grischa no sabe vencer la nostalgia de regresar a su aldea, donde lo aguardan una mujer y una ni�a. Se refugia por alg�n tiempo, en un bosque donde otros pr�fugos rusos viven una existencia peligrosa de tejones. Y ah� conoce una mujer, campesina rusa tambi�n, cuyos cabellos se han puesto blancos en un instante de intensa tragedia en que asisti� fusilamiento de su padre y sus hermanos; pero que conserva a�n ternura bastante para alegrar el descanso de un soldado joven. Para preservarlo de los riesgos de su viaje de prisionero pr�fugo, ella, la del destino tr�gico, le propone y transfiere una nueva identidad, la del soldado Byuschev. Puede usarla libremente puesto que Byuschev ha muerto. Pero esta identidad ajena pierde a Grischa. Prendido y juzgado, le corresponde como Byuschev una implacable condena de muerte. El tiempo que Byuschev ha vagado por territorio alem�n, lo hace responsable del delito de espionaje. Grischa cree que podr� sacudirse de este destino, extra�o, confesando su mentira. Lo mismo piensan cuantos lo rodean. Pero reconocido como Grischa Ilytsch Paprotkin, nada puede librarlo ya de la sentencia. Nada, ni el poder del general de divisi�n Otto von Lychow, antiguo tipo de militar y arist�crata prusiano que Arnold Zweig retrata con simpat�a y que, salvo la heterodoxia, tiene algunos puntos de afinidad con el ""Comandante rojo" de Ernest Glaesser. El comandante general Schieffenzanh, trazado con en�rgicas lineas, decide que se cumpla la condena. El duelo entre los dos poderes es obstinado; pero es ley de la guerra la condena ciega e injusta. Y Grischa, que en su fuga, en su tr�nsito por este accidentado territorio donde la guerra no es menos inexorable que en el frente, ha conocido a seres de acendrada humanidad, como esa Babka de cabellos blancos y carne a�n joven, a la que deja un hijo, como el carpintero jud�o Tawje, acaba fusilado. En el instante en que disparan los cinco fusiles del pelot�n, en una extrema defensa, en una desesperada resistencia a la muerte, "su sentimiento vital hace mucho tiempo sobrepujado y borrado del presente, se inflama, desde los cimientos del alma, por la certeza de haber salvado de la destrucci�n una parte de su ser. El germen primero, el potente plasma, saciado de haberse seguido dando en cuerpo de mujer a nuevas encarnaciones, arroja en �l, en su cerebro, este p�lido reflejo fiel, como una gota de lluvia refleja todo el cielo, y le da �a la manera del deslumbrado hombre de carne� el sentimiento de la perduraci�n en el Yo, de la inmortalidad de su individualidad, que sin embargo est� extinguida ya en este momento". Zweig, que tan admirablemente crea y anima a sus tipos de nobles y burgueses prusianos, de oficiales y enfermeras, y que escoge como protagonista de su novela a un soldado ruso, sobresale en los retratos de jud�os. Extraordinarios, inquietantes, magistralmente logrados son los jud�os de esta novela: Posnanski, Bertin, Tawje. Sobre todo ese humilde y bondadoso carpintero Tawje, t�pico esp�cimen del artesano hebreo de Polonia, transido de teolog�a, lleno de piedad, que confronta de este modo el caso del sargento Grischa con las categor�as y las im�genes de la Biblia. "He aqu� un hombre que quiere volver a su hogar, huyendo de los extra�os como Tob�as (en cuya memoria �l mismo se llama Tawje) que, de camino, ha dado o�do a falsos consejeros como Absal�n, que ha cometido el pecado de tomar nombre falso, casi como Abraham cuando dio a su mujer Sarah por hermana suya; pues el hombre no tiene su nombre al atraso, sino que lo ha recibido de las esferas del cielo. Despu�s fue arrojado a la cueva, como Jos� o Daniel y una sentencia de muerte fue pronunciada sobre �l como sobre Ur�as. Pero el Se�or le ha abierto la boca como a la burra de Balaam, y torn� a la verdad, lo mismo que Jon�s; luego hall� gracia como la hall� Esther; el poderoso le escuch� ben�volo; la pena de muerte pas�. Y una vez que todo esto ha quedado aparte, el pecado de cambio de nombre ha sido purgado; ahora ya suceder� algo nuevo". Nada nuevo pod�a acontecer. Nada que no fuese la ejecuci�n de la dura e injusta sentencia. Pero esto no se hallaba previsto en el Antiguo Testamento y escapaba de la sabidur�a de Tawje, el carpintero.
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