OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

EL ALMA MATINAL

 

  

ELOGIO DE "EL CEMENTO" Y DEL REALISMO PROLETARIO1

I

He escuchado reiteradamente la opini�n de que la lectura de El Cemento de Fedor Gladkov no es edificante ni alentadora para los que, fuera todav�a de los rangos revolucionarios, busquen en esa novela la imagen de la revoluci�n proletaria. Las peripecias espirituales, los conflictos morales que la novela de Gladkov describe no ser�an, seg�n esta opini�n, aptos para alimentar las ilusiones de las almas hesitantes y mir�ficas que sue�an con una revoluci�n de agua de rosas. Los residuos de una educaci�n eclesi�stica y familiar, basada en los beat�simos e inefables mitos del reino de los cielos y de la tierra prometida, se agitan mucho m�s de lo que estos camaradas pueden imaginarse, en la subconciencia de su juicio.

En primer lugar, hay que advertir que El Cemento no es una obra de propaganda. Es una novela realista, en la que Gladkov no se ha propuesto absolutamente la seducci�n de los que esperan, cerca o lejos de Rusia, que la revoluci�n muestre su faz risue�a, para decidirse a seguirla. El pseudo-realismo burgu�s �Zola incluido� hab�a habituado a sus lectores a cierta idealizaci�n de los personajes representativos del bien y la virtud. En el fondo, el realismo burgu�s, en la literatura, no hab�a renunciado al esp�ritu del romanticismo, contra el cual parec�a reaccionar irreconciliable y antag�nico. Su innovaci�n era una innovaci�n de procedimiento; de decorado, de indumentaria. La burgues�a que en la historia, en la filosof�a, en la pol�tica, se hab�a negado a ser realista, aferrada a su costumbre y a su principio de idealizar o disfrazar sus m�viles, no pod�a ser realista en la literatura. El verdadero realismo llega con la revoluci�n proletaria, cuando en el lenguaje de la cr�tica literaria, el t�rmino "realismo" y la categor�a art�stica que designa, est�n tan desacreditados, que se siente la perentoria necesidad de oponerle los t�rminos de "suprarrealismo", "infrarrealismo", etc. El rechazo del marxismo, parecido en su origen y proceso, al rechazo del freudismo, como lo observa Max Eastman en La Ciencia de la Revoluci�n tan equivocado a otros respectos, es en la burgues�a una actitud l�gica, �e instintiva�, que no consiente a la literatura burguesa liberarse de su tendencia a la idealizaci�n de los personajes, los conflictos y los desenlaces. El follet�n, en la literatura y en el cinema, obedece a esta tendencia que pugna por mantener en la peque�a burgues�a y el proletariado la esperanza en una dicha final ganada en la resignaci�n m�s bien que en la lucha. El cinema yanqui ha llevado a su m�s extrema y poderosa industrializaci�n esta optimista y rosada pedagog�a de peque�os burgueses. Pero la concepci�n materialista de la historia, ten�a que causar en la literatura el abandono y el repudio de estas miserables recetas. La literatura proletaria tiende naturalmente al realismo, como la pol�tica, la historiograf�a y la filosof�a socialistas.

El Cemento pertenece a esta nueva literatura, que en Rusia tiene precursores desde Tolstoy y Gorki. Gladkov no se habr�a emancipado del m�s mesocr�tico gusto de follet�n si al trazar este robusto cuadro de la revoluci�n, se hubiera preocupado de suavizar sus colores y sus l�neas por razones de propaganda e idealizaci�n. La verdad y la fuerza de su novela, �verdad y fuerza art�sticas, est�ticas y humanas�, residen, precisamente, en su severo esfuerzo por crear una expresi�n del hero�smo revolucionario �de lo que Sorel llamar�a "lo sublime proletario"�, sin omitir ninguno de los fracasos, de las desilusiones, de los desgarramientos espirituales sobre los que ese hero�smo prevalece. La revoluci�n no es una id�lica apoteosis de �ngeles del Renacimiento, sino la tremenda y dolorosa batalla de una clase por crear un orden nuevo. Ninguna revoluci�n, ni la del cristianismo, ni la de la Reforma, ni la de la burgues�a, se ha cumplido sin tragedia. La revoluci�n socialista, que mueve a los hombres al combate sin promesas ultraterrenas, que solicita de ellos una extrema e incondicional entrega, no puede ser una excepci�n en esta inexorable ley de la historia. No se ha inventado a�n la revoluci�n anest�sica, paradis�aca, y es indispensable afirmar que el hombre no alcanzar� nunca la cima de su nueva creaci�n, sino a trav�s de un esfuerzo dif�cil y penoso en el que el dolor y la alegr�a se igualar�n en intensidad. Glieb, el obrero de El Cemento, no ser�a el h�roe que es, si su destino le ahorrase alg�n sacrificio. El h�roe llega siempre ensangrentado y desgarrado a su meta: s�lo a este precio alcanza la plenitud de su hero�smo. La revoluci�n ten�a que poner a extrema prueba el alma, los sentidos, los instintos de Glieb. No pod�a aguardarle, asegurados contra toda tempestad, en un remanso dulce, su mujer, su hogar, su hija, su lecho, su ropa limpia. Y Dacha, para ser la Dacha que en El Cemento conocemos, deb�a a su vez vencer las m�s terribles pruebas. La revoluci�n al apoderarse de ella total e implacablemente, no pod�a hacer de Dacha sino una dura y fuerte militante. Y en este proceso, ten�a que sucumbir la esposa, la madre, el ama de casa; todo, absolutamente todo, ten�a que ser sacrificado a la revoluci�n. Es absurdo, es infantil, que se quiera una hero�na como Dacha, humana, muy humana, pero antes de hacerle justicia como revolucionaria, se le exija un certificado de fidelidad conyugal. Dacha, bajo el rigor de la guerra civil, conoce todas las latitudes del peligro, todos los grados de la angustia. Ve flagelados, torturados, fusilados, a sus camaradas; ella misma no escapa a la muerte sino por azar; en dos oportunidades asiste a los preparativos de su ejecuci�n. En la tensi�n de esta lucha, librada mientras Glieb combate lejos, Dacha est� fuera de todo c�digo de moral sexual: no es sino una militante y s�lo debe responder de sus actos de tal. Su amor extra-conyugal carece de voluptuosidad pecadora. Dacha ama fugaz y tristemente al soldado de su causa que parte a la batalla, que quiz�s no regresar� m�s, que necesita esta caricia de la compa�era como un vi�tico de alegr�a y placer en su desierta y g�lida jornada. A Badyn, el var�n a quien todas se rinden, que la desea como a ninguna, le resiste siempre. Y cuando se le entrega, �despu�s de una jornada en que los dos han estado a punto de perecer en manos de los cosacos, cumpliendo una riesgosa comisi�n, y Dacha ha tenido al cuello una cuerda asesina, pendiente ya de un �rbol del camino, y ha sentido el espasmo del estrangulamiento�, es porque a los dos la vida y la muerte los ha unido por un instante m�s fuerte que ellos mismos.

II

El Cemento de Fedor Gladkov y Manhattan Transfer de John Dos Pasos. Un libro ruso y un libro yanqui. La vida de la U.R.S.S. frente a la vida de la U.S.A. (Los dos super Estados de la historia actual se parecen y se oponen hasta en que, como las grandes empresas industriales, �de excesivo contenido para una palabra�, usan un nombre abreviado: sus iniciales). (V�ase L'autre Europe de Luc Durtain). El Cemento y Manhattan Transfer aparecen fuera del panorama peque�o-burgu�s de los que en Hispanoam�rica, y recitando cotidianamente un credo de vanguardia, reducen la literatura nueva a un escenario europeo occidental, cuyos confines son los de Cocteau, Morand, G�mez de la Serna, Bontempelli, etc. Esto mismo confirma, contra toda duda, que proceden de los polos del mundo moderno.

Espa�a e Hispanoam�rica no obedecen al gusto de sus peque�os burgueses vanguardistas. Entre sus predilecciones instintivas est� la de la nueva literatura rusa. Y, desde ahora, se puede predecir que El Cemento alcanzar� pronto la misma difusi�n de Tolstoy, Dostoyevsky, Gorky.

La novela de Gladkov supera a las que la han precedido en la traducci�n, en que nos revela, como ninguna otra, la revoluci�n misma. Algunos novelistas de la revoluci�n se mueven en un mundo externo a ella. Conocen sus reflejos, pero no su conciencia. Pilniak, Zotschenko, aun Leonov y Fedin, describen la revoluci�n desde fuera, extra�a a su pasi�n, ajena a su impulso. Otros, como Ivanov y Babel, descubren elementos de la �pica revolucionaria, pero sus relatos se contraen al aspecto guerrero, militar; de la Rusia Bolchevique. La Caballer�a Roja y El Tren Blindado pertenecen a la cr�nica de la campa�a. Se podr�a decir que en la mayor parte de estas obras est� el drama de los que sufren la revoluci�n, no el de los que la hacen. En El Cemento los personajes, el decorado, el sentimiento, son los de la revoluci�n misma, sentida y escrita desde dentro. Hay novelas pr�ximas a, �sta entre las que ya conocemos, pero en ninguna se juntan, tan natural y admirablemente concentrados, los elementos primarios del drama individual y la epopeya multitudinaria del b�lchevismo.

La biograf�a de Gladkov, nos ayuda a explicarnos su novela. (Era necesaria una formaci�n intelectual y espiritual como la de este artista; para escribir El Cemento), Julio Alvarez del Vayo la cuenta en el pr�logo de la versi�n espa�ola en concisos renglones, que, por ser la m�s ilustrativa presentaci�n de Gladkov, me parece �til copiar.

"Nacido en 1883 de familia pobre, la adolescencia de Gladkov es un documento m�s para los que quieran orientarse sobre la situaci�n del campo ruso a fines del Siglo XIX. Continuo vagar por las regiones del Caspio y del Volga en busca de trabajo. "Salir de un infierno para entrar en otro". As� hasta los doce a�os. Como sola nota tierna, el recuerdo de su madre que anda leguas y leguas a su encuentro cuando la marea contraria lo arroja de nuevo al villorio natal. "Es duro comenzar a odiar tan joven, pero tambi�n es dura la desilusi�n del ni�o al caer en las garras del amo". Palizas, noches de insomnio, hambre �su primera obra de teatro Cuadrilla de Pescadores evoca esta �poca de su vida. "Mi idea fija era estudiar. Ya a los doce a�os al lado de mi padre, que en Kurban se acababa de incorporar al movimiento obrero, le�a yo �vidamente a Lermontov y Dostoyevsky". Escribe versos sentimentales, un "diario que mov�a a compasi�n" y que registra su mayor desenga�o de entonces: en el Instituto le han negado la entrada por pobre. Consigue que lo admitan de balde en la escuela municipal. El hogar paterno se resiste de un brazo menos. Con ser bien modesto el presupuesto casero �cinco kopecks de gasto por cabeza� la agravaci�n de la crisis del trabajo pone en peligro la �nica comida diaria. De ese tiempo son sus mejores descripciones del bajo proletariado. Entre los amigos del padre, dos obreros "semi-intelectuales" le han dejado un recuerdo inolvidable. "Fueron los primeros de quienes escuch� palabras cuyo encanto todav�a no ha muerto en mi alma. Sabios por naturaleza y coraz�n. Ellos me acostumbraron a mirar conscientemente el mundo y a tener fe en un d�a mejor para la humanidad". Al fin una gran alegr�a. Gorky, por quien Gladkov siente de joven una admiraci�n sin l�mites, al acusarle recibo del peque�o cuento enviado, le anima a continuar. Va a Siberia, describe la vida de los forzados, alcanza r�pidamente s�lida reputaci�n de cuentista. La revoluci�n de 1905 interrumpe su carrera literaria. Se entrega por entero a la causa. Tres a�os de destierro en Verjolesk. Per�odo de auto-educaci�n y de aprendizaje. Cumplida la condena se retira a Novorosisk, en la costa del Mar Negro, donde escribe la novela Los Desterrados, cuyo manuscrito somete a Korolenko, quien se lo devuelve con frases de elogio para el autor, pero de horror hacia el tema: "Siberia un manicomio suelto". Hasta el 1917 maestro en la regi�n de Kuban. Toma parte activa en la revoluci�n de octubre, para dedicarse luego otra vez de lleno a la literatura. El Cemento es la obra que le ha dado a conocer en el extranjero".

Gladkov, pues, no ha sido s�lo un testigo del trabajo revolucionario realizado en Rusia, entre 1905 y 1917. Durante este per�odo, su arte ha madurado en un clima de esfuerzo y esperanza heroicos. Luego las jornadas de octubre lo han contado entre sus autores. Y, m�s tarde, ninguna de las peripecias �ntimas del bolchevismo ha podido escarparle. Por esto, en Gladkov la �pica revolucionaria, m�s que por las emociones de la lucha armada est� representada por los sentimientos de la reconstrucci�n econ�mica, las vicisitudes y las fatigas de la creaci�n de una nueva vida.

Tchumalov, el protagonista de El Cemento, regresa a su pueblo despu�s de combatir tres a�os en el Ej�rcito Rojo. Y su batalla M�s dif�cil, m�s tremenda, es la que le aguarda ahora a su pueblo, donde los a�os de peligro guerrero, han desordenado todas las cosas. Tchumalov encuentra paralizada la gran f�brica de cemento en la que, hasta su huida, �la represi�n lo hab�a elegido entre sus v�ctimas�, hab�a trabajado como obrero. Las cabras, los cerdos, la maleza, invaden los patios; las m�quinas inertes se anquilosan, los funiculares por los cuales bajaba la piedra de las canteras yacen inm�viles desde que ces� el movimiento en esta f�brica donde se agitaban antes millares de trabajadores. S�lo los Diesel, por el cuidado de un obrero que se ha mantenido en su puesto, relucen prontos para reanimar esta mole que se desmorona. Tchumalov no reconoce su hogar. Dacha, su mujer, en estos tres a�os se ha hecho una militante, la animadora de la Secci�n Femenina, la trabajadora m�s infatigable del Soviet local. Tres a�os de lucha �primero acosada por la represi�n implacable, despu�s entregada �ntegramente a la revoluci�n� han hecho de Dacha una mujer nueva. Niurka, su hija, no est� con ella. Dacha ha tenido que ponerla en la Casa de los Ni�os, a cuya organizaci�n contribuye empe�osamente. El Partido ha ganado una militante dura, en�rgica, inteligente; pero Tchumalov ha perdido su esposa. No hay ya en la vida de Dacha lugar para un pasado conyugal y maternal sacrificado enteramente a. la revoluci�n. Dacha tiene una existencia y una personalidad aut�nomas; no es ya una cosa de propiedad de Tchumalov ni volver� a serlo. En la ausencia de Tchumalov, ha conocido bajo el apremio de un destino inexorable, a otros hombres. Se ha conservado �ntimamente honrada; pero entre ella y Tchumalov se interpone esta sombra, esta obscura presencia que atormenta al instinto del macho celoso. Tchumalov sufre; pero f�rreamente cogido a su vez por la revoluci�n, su drama individual no puede acapararlo. Se echa a cuestas el deber de reanimar la f�brica. Para ganar esta batalla tiene que vencer el sabotaje de los especialistas, la resistencia de la burocracia, la resaca sorda de la contra-revoluci�n. Hay un instante en que Dacha parece volver a �l. Mas es s�lo un instante en que sus destinos se juntan para separarse de nuevo. Niurka muere. Y se rompe con ella el �ltimo lazo sentimental que a�n los sujetaba. Despu�s de una lucha en la cual se refleja todo el proceso de la reorganizaci�n de Rusia, todo el trabajo reconstructivo de la revoluci�n, Tchumalov reanima la f�brica. Es un d�a de victoria para �l y para los obreros; pero es tambi�n el d�a en que siente lejana, extra�a, perdida para siempre a Dacha, rabiosos y brutales sus celos.

En la novela, el conflicto de estos seres se entrecruza y confunde con el de una multitud de otros seres en terrible tensi�n, en furiosa agon�a. El drama de Tchumalov no es sino un fragmento del drama de Rusia revolucionaria. Todas las pasiones, todos los impulsos, todos los dolores de la revoluci�n est�n en esta novela. Todos los destinos, los m�s opuestos, los m�s �ntimos, los m�s distintos, est�n justificados. Gladkov logra expresar, en p�ginas de potente y ruda belleza, la fuerza nueva, la energ�a creadora, la riqueza humana del m�s grande acontecimiento contempor�neo.

 

 


NOTA:

1 La primera parte del presente ensayo apareci� en Repertorio Americano (Tomo XIX, N�, 20; San Jos�, Costa Rica, 23 de Noviembre de 1929) como Preludio del elogio de El Cemento y del realismo proletario; y fue trascrita en Variedades (Lima, 7 de Enero de 1930) bajo el t�tulo de El realismo en la literatura rusa. La segunda parte fue inserta, tambi�n en Variedades (Lima, 20 de Marzo de 1929), con un ep�grafe semejante al de los restantes comentarios bibliogr�ficos debidos a Jos� Carlos Mari�tegui: "El Cemento por Fedor Gladkov".

Al unificar ambas partes hemos adoptado como titulo el que se deduce de la publicaci�n hecha en Repertorio Americano, pues nos parece obvio que tal era el prop�sito de su autor.