OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

EL ALMA MATINAL

   

     

WALDO FRANK1

I

De los tres grandes Frank contempor�neos Ralph Waldo Frank es el m�s pr�ximo a la conciencia y a los problemas de la nueva generaci�n hispano-americana. Henri Frank, el autor de La Danse devant L'Arche, muerto hace algunos a�os, a quien todos los hombres de hoy consideramos, sin embargo, tan nuestro y tan actual, pertenece demasiado a Francia. Este escritor, admirable por su esp�ritu y su sensibilidad, sent�a la crisis humana en la crisis francesa. Leonhard Frank, el autor de Das Menchs is gut (El hombre es bueno),2 escribe, en un lenguaje expresionista, para un mundo espiritualmente lejano y distinto. Waldo Frank, en cambio, es un hombre de Am�rica.

S�lo una �lite conoc�a (en 1925) los libros de Waldo Frank3. El p�blico hispano-americano no sab�a casi nada de su autor. La Revista de Occidente hab�a publicado un ensayo de este gran contempor�neo. Un a�o antes, Valoraciones, la excelente revista del grupo "Renovaci�n" de La Plata, y otros �rganos del continente hab�an revelado a Frank a sus lectores publicando el sencillo y hermoso mensaje a los intelectuales hispanoamericanos de que fue portador en 1924 el escritor mexicano Alfonso Reyes. En suma, apenas unos pocos fragmentos y unas cuantas noticias de una obra ya ilustre y copiosa que ha dado a su autor merecido renombre en Europa.

Es cierto que la literatura y el pensamiento de Estados Unidos, en general, no llegan a la Am�rica espa�ola sino con mucho retardo y a trav�s de pocos especimenes. Ni aun las grandes figuras nos son familiares. Jack London, Theodore Dreiser, Carl Sandburg, vertidos ya a muchos idiomas, aguardan a�n su turno en espa�ol. Henry Thoreau, el puritano de Walden, el amigo de Emerson, permanece ignorado en esta Am�rica. Lo mismo hay que decir de Royce, Dresser y de otros fil�sofos. Hispano-Am�rica no los lee. Lee, en cambio, a pasto, al se�or Marden, cuyo pragmatismo barato, de f�cil y vasto consumo en la clase media, constituye uno de los productos m�s conocidos de la manufactura norte-americana.

Pero4 Waldo Frank se aproxima cada d�a m�s a Hispano-Am�rica. La aparici�n de su hermoso libro Espa�a Virgen, en las ediciones de Revista de Occidente; la publicaci�n de recientes ensayos en revistas hispano-americanas, entre las cuales se�alar� con especial simpat�a los Cuadernos de Oriente y Occidente que, por inteligente y fervoroso empe�o de Samuel Glusberg, han empezado a editarse en Buenos Aires; el anuncio de su pr�xima visita a Buenos Aires, invitado por la Universidad para sustentar en su aula una serie de conferencias; he aqu� algunos hechos que confieren a la clara y fuerte figura de Waldo Frank la m�s interesante actualidad continental. Con la traducci�n de otros dos libros suyos, Our America y Holiday el p�blico hisp�nico tendr� un conocimiento m�s o menos preciso de la obra de este gran americano, que me complazco en haber sido quiz� el primero en comentar entre nosotros. La sugestiva serie de art�culos que, con el t�tulo de "El Redescubrimiento de Am�rica" est� publicando presentemente WaIdo Frank en The New Republic �una de las m�s altas tribunas del pensamiento americano� nos persuade, en fin, de que la vida espiritual e intelectual del continente tiene acontecimientos mucho m�s trascendentes para su destino que la VI Conferencia Pan-Americana. En este notable trabajo Waldo Frank bosqueja una magn�fica profec�a del porvenir de Am�rica.

Waldo Frank puede y debe ser una excepci�n en el retraso con que llegan a esta Am�rica "que a�n habla en espa�ol" �cuando no son las del se�or Rowe� las ideas y las emociones norteamericanas. Existe un motivo para esta excepci�n; Waldo Frank �que en su penetrante ensayo "El Espa�ol", cap�tulo de su libro Virgin Spain, demuestra una aptitud tan genial para penetrar en el alma y la historia de un pueblo y un conocimiento tan hondo de la psicolog�a y la sociolog�a espa�olas�, es autor de un libr� que encierra en sus p�ginas la m�s original e inteligente interpretaci�n de los Estados Unidos, Our Am�rica. Y no me parece posible dudar que la actitud de los pueblos hispano-americanos ante los Estados Unidos debe apoyarse en un estudio y una valoraci�n exactos del fen�meno yanqui.

De otro lado, Waldo Frank es un representante de la inteligencia y el esp�ritu norteamericanos que habla as� a los intelectuales de Hispano Am�rica: "Debemos ser amigos. No amigos de la ceremoniosa clase oficial, sino amigos en ideas, amigos en actos, amigos en una inteligencia com�n y creadora. Estamos comprometidos a llevar a cabo una solemne y magn�fica empresa. Tenemos el mismo ideal: justificar Am�rica, creando en Am�rica una cultura espiritual. Y tenemos el mismo enemigo: el materialismo, el imperialismo, el est�ril pragmatismo del mundo moderno. Si las fuerzas de la vida creadora tienen que prevalecer contra ellas, deben tambi�n unirse. Este es el cruento problema de nuestros siglos y es un problema tan antiguo como la historia".

En uno de mis art�culos sobre ibero-americanismo, he repudiado ya la concepci�n simplista de los que en los Estados Unidos ven s�lo una naci�n manufacturera, materialista y utilitaria. He sostenido la tesis de que el ibero-americanismo no deb�a desconocer ni subestimar las magn�ficas fuerzas de idealismo que han operado en la historia yanqui. La levadura de los Estados Unidos han sido sus puritanos, sus jud�os, sus m�sticos. Los emigrados, los exilados, los perseguidos de Europa. Ese mismo misticismo de la acci�n que se reconoce en los grandes capitanes de la industria norteamericana, �no desciende acaso del misticismo ideol�gico de sus antepasados?

Y bien: Waldo Frank se siente �y es� "portador de la verdadera tradici�n americana". No es cierto, que esta tradici�n est� representada, en nuestro siglo, por Hoover, Morgan y Ford. En las p�ginas de Nuestra Am�rica, Waldo Frank nos ense�a en d�nde y en qui�nes est� la fuerza espiritual de los Estados Unidos. En su mensaje a la inteligencia ibero-americana reivindica para su generaci�n el honor y la responsabilidad de este patrimonio hist�rico: "Nosotros, la minor�a de los Estados Unidos, que se dedica a la tarea de dotar a nuestro pa�s de un esp�ritu digno de su magn�fico cuerpo, sentimos que somos la verdadera tradici�n americana. En una generaci�n m�s sencilla, Whitman, Thoreau, Emerson, Lincoln, representaron esa tradici�n; en un medio m�s complejo y dif�cil de manejar, nuestra generaci�n encarna el Verbo. Todav�a estamos diseminados en peque�os grupos en mil ciudades, todav�a tenemos poca influencia en asuntos pol�ticos y de autoridad; pero estamos creciendo enormemente; estamos apoder�ndonos de la juventud del pa�s; disponemos del poder de persuasi�n de la fe religiosa; tenemos la energ�a; disponemos, por decirlo as� del futuro".

Nuestra Am�rica no es un libro de historia en la acepci�n com�n de este vocablo; pero s� lo es en su acepci�n profunda. No es cr�nica ni an�lisis; es teor�a y s�ntesis. En un bosquejo de pocos y sobrios trazos, Waldo Frank nos ofrece una acabada imagen espiritual de los Estados Unidos. M�s que explicar, su libro quiere sugerir. Y lo logra admirablemente. "No escribo una historia de las costumbres; menos a�n una historia de las letras �dice Frank en su pr�logo�. Si me he detenido largamente en ciertos escritores y ciertos artistas, lo he hecho tal como el dramaturgo elige, entre las palabras de sus personajes, las m�s saltantes y las m�s significativas para hacer su pieza. He escogido, he omitido, con la mira de sugerir un vasto movimiento por algunas l�neas que puedan asir y retener algo de la solidez de la vida". Waldo Frank no se preocupa sino de las verdades fundamentales. Con ellas compone una interpretaci�n de todo el fen�meno norteamericano.

Este libro tiene, adem�s, el m�rito de no ser un producto de laboratorio. Su g�nesis es sugestiva. Waldo Frank lo dedica en el pr�logo a Jacques Copeau y Gast�n Gallimard quienes, en una visita a los Estados Unidos, suscitaron en su esp�ritu el deseo y la necesidad de encontrar una respuesta a las interrogaciones de una curiosidad inteligente y acendrada Copeau y Gallimard plantearon a Waldo Frank con sus preguntas "el problema enorme de llevar la luz hasta las profundidades vitales y escondidas para hacer surgir en su energ�a Y su verdad el juego de una vida articulada". En el curso de sus conversaciones con sus amigos franceses, Waldo Frank vi� que "Am�rica era un concepto por crear".

Waldo Frank se�ala al pioneer, al puritano y al jud�o, como los elementos primarios de la formaci�n de Norte Am�rica. El pioneer, sobre todo, es el que da su tonalidad al pueblo, a la sociedad, a la vida yanqui. El esp�ritu de Estados Unidos se precisa, a lo largo de su historia, como un esp�ritu pioneer. El pioneer se asimil� al puritano. "Bajo la presi�n de las necesidades del pioneer, �escribe Frank�, absorbida toda la energ�a humana por el empirismo, la religi�n se materializ�. Las palabras m�sticas subsistieron. Pero en el hecho, la cuesti�n de vivir era el mayor problema. La religi�n deb�a ayudar a resolverlo. En este terreno de la acci�n y de la utilidad, el esp�ritu puritano y" el esp�ritu jud�o se combinaron y se entendieron f�cilmente". Waldo Frank sigue la trayectoria de este acuerdo que no es a �l al primero a quien se revelar Tambi�n en Europa se ha advertido la concomitancia de estos dos esp�ritus en el desarrollo de la civilizaci�n occidental. Piensa Frank certeramente que en el fondo de la protesta religiosa del puritano se agitaba su voluntad de potencia. Un escritor italiano israelita define en esta sola frase toda la filosof�a del juda�smo: "Puomo conosce Dio operando". La cooperaci�n del jud�o y del puritano en el proceso de creaci�n del capitalismo y del industrialismo se explica as� perfecta y claramente. El pragmatismo, el utilitarismo de los gregarios de dos religiones, severamente moralista, nace de su voluntad de acci�n y de potencia. El jud�o y el puritano, por otra parte, son individualistas. Aparecen, en consecuencia, como los naturales art�fices de una civilizaci�n, cuyo pensamiento pol�tico es el liberalismo y cuya praxis econ�mica es la libertad de comercio y de industria.

La tesis de Waldo Frank sobre Estados Unidos nos descubre una de las virtudes, una de las prestancias del nuevo esp�ritu. Frank, en el m�todo y en el concepto, en la investigaci�n y en el resultado, se muestra a la vez muy idealista y muy realista. El sentido de la realidad no perjudica su lirismo. Este exaltador del poder del esp�ritu sabe afirmar bien los pies en la materia. Su obra prueba concreta y elocuentemente la posibilidad de acordar el materialismo hist�rico, con un idealismo revolucionario. Waldo Frank emplea el m�todo positivista, pero, en sus manos, el m�todo no es sino un instrumento. No os sorprend�is de que en una cr�tica del idealismo de Bryan razone como un perfecto marxista y de que en la portada de Our America ponga estas palabras de Walt Whitman: "La grandeza real y durable de nuestros Estados ser� su Religi�n. No hay otra grandeza durable ni real. No hay vida ni hay car�cter que merezca este nombre, fuera de la Religi�n".

En Waldo Frank, como en todo gran int�rprete de la historia, la intuici�n y el m�todo colaboran. Esta asociaci�n produce una aptitud superior para penetrar en la realidad profunda de los hechos. Unamuno modificar�a probablemente su juicio sobre el marxismo si estudiase el esp�ritu �no la letra� marxista en escritores como el autor de Nuestra Am�rica. Waldo Frank declara en su libro: "Nosotros creemos ser los verdaderos realistas, nosotros que insistimos en que el ideal es la esencia de toda realidad". Pero este idealismo no empa�a su mirada con ninguna bruma metaf�sica ni ret�rica cuando escruta el panorama de la historia de los Estados Unidos. "La historia de la colonizaci�n �escribe entonces� es el resultado de los movimientos econ�micos en las metr�polis. No hay nada, ni aun ese gesto casto, en el puritanismo, que no haya nacido de la inquietud en que la situaci�n agraria e industrial arrojaba a Inglaterra. Si Am�rica fue colonizada, es porque Inglaterra era la rival comercial de Espa�a, de Holanda y de Francia. Si Am�rica fue colonizada es, ante todo, porque el fervor espiritualista de la Edad Media hab�a pasado el tiempo de su florecimiento y por reacci�n se transformaba en un deseo de grandeza material. El sue�o del oro, la pasi�n de la seda, la necesidad de encontrar una ruta que condujese m�s pronto a las riquezas de la India, todos los apetitos de las naciones sobrepobladas derramaron hombres y energ�as sobre el suelo de Am�rica. Las primeras colonias establecidas sobre la costa oriental, tuvieron por ley la adquisici�n de la riqueza. Su revuelta contra Inglaterra en 1775 iniciaba una de las primeras luchas abiertas entre el capitalismo burgu�s y la vieja feudalidad. El triunfo de las colonias, de donde nacieron los Estados Unidos, marc� el triunfo del r�gimen capitalista. Y des- de entonces Am�rica no ha tenido ni tradici�n ni medio de expresi�n que haya estado libre de esta revoluci�n industrial a la cual debe su existencia".

Estos son algunos escorzos del pensador. La personalidad de Waldo Frank apenas queda esbozada desde un punto de vista. El cr�tico, el ensayista, el historiador �historiador s�, aunque no haya escrito lo que ordinariamente se llama historia� es adem�s novelista. Su novela Rahab es una de las m�s exquisitas novelas que he le�do este a�o. Novela psicol�gica sin la morosidad morbosa de Proust. Novela apasionantemente humana y po�tica. Y muy moderna y muy nueva. El drama de Nuestra Am�rica est� �ntegro en su conflicto y en sus protagonistas. La inspiraci�n religiosa, idealista, no var�a. S�lo la forma de expresi�n cambia. El pensador logra una obra de arte; el artista logra una obra de pensamiento.

II

Un escritor espa�ol puede expresar a Espa�a; pero es casi imposible que pueda entenderla e interpretarla. El espa�ol, adem�s, expresar� una de las voces, uno de los gestos de Espa�a; no la suma de sus voces, de sus gestos y de sus colores. S�lo Unamuno, entre los espa�oles contempor�neos, logra esta expresi�n profunda, esencial, �ntima, en la que el genio de Espa�a no se repite sino se recrea. Hay que venir de lejos, de un mundo nuevo descubierto por el esp�ritu aventurero e iluminado de Espa�a, de una raza vieja, errante, portadora de un mensaje universal, due�a del don de la profec�a, de un pueblo ni�o, alucinado y gigantesco, deportivo y mec�nico, para comprender y descubrir a esta naci�n en cuyo pasado se mezclan gentes y culturas tan distintas y que, sin embargo, alcanza una unidad acabada y original. Waldo Frank re�ne todas estas calidades. Jud�o de los Estados Unidos, su sensibilidad afinada en una �poca de cambio y de secesi�n, enlaza y supera la experiencia occidental y la experiencia oriental. Es el hombre que se siente, a la vez, m�s all� y m�s ac� de la cultura europea y de sus celosas supersticiones sajonas y latinas. Y que, por esto, puede entender a Espa�a copio una obra concluida, no fracasada ni decadente sino, por el contrario, acabada y completa.

Mauricio Barr�s nos dio, en las postrimer�as de una �poca, una versi�n de excelente factura francesa, equilibrada hasta en sus excesos, sabiamente dosificados; versi�n de burgu�s provincial aunque refinado, de educaci�n aristocr�tica, tradicionalista, racionalista, suavemente pascaliana; versi�n ordenada, ochocentista, que se deten�a en la realidad, con un indeciso, elegante e insatisfecho anhelo de desbordarla. Waldo Frank, nos da, en tanto, una versi�n temeraria, aventurera, suprarrealista, que no retrocede ante ninguna hip�tesis ni ante ninguna conjetura; versi�n de un esp�ritu n�made, �el de Barr�s era un esp�ritu sedentario y campesino�, mesi�nico y ecum�nico, que rebasa a cada instante la realidad para descubrir sus contornos extremos y sus dimensiones inmateriales.

El viaje de Waldo Frank empieza por Africa. Para conquistar Espa�a, sigue la ruta del moro, del berebere. Su primera estaci�n es el oasis; su primera pregunta es al Islam. Se equivocar� de camino, quien entre a Espa�a por Barcelona o San Sebasti�n. Catalu�a es una fisura, una grieta, en el cuerpo de Espa�a. Frank percibe, �oyendo los cantos milenarios, c�lidos y vehementes como el h�lito del desierto�, las limitaciones de la religi�n mahometana. La psicolog�a de las religiones engendradas por el desierto y el �xodo, le es familiar. Tambi�n �l procede de un pueblo cuyo esp�ritu se form� en la marcha y la esperanza. Los pueblos del desierto viven con el alma y la mirada en el horizonte. De la lejan�a de su meta, depende la grandeza de su conquista y la magnitud de su mensaje.

El Islam se detuvo en Espa�a. Espa�a lo conquist�, al ser conquistada por �l. En el clima amoroso de Espa�a aflojaron los �mpetus guerreros del �rabe. Para un pueblo expansivo y caminante, el reposo es la derrota. Detenerse es tocar el propio l�mite. Espa�a se apropi� de la energ�a, de la voluntad del Islam. Esta energ�a, esta voluntad, se volvieron contra el pueblo de Mahoma. La Espa�a cat�lica, la Espa�a medioeval, la Espa�a de Isabel, de Col�n y de los conquistadores, representa la transfusi�n de esa energ�a y esa voluntad intransigentes y conquistadoras en el cuerpo de la Iglesia romana. Isabel cre�, con ellas, la unidad espa�ola. Con los abigarrados elementos hist�ricos depositados por los siglos en la pen�nsula ib�rica, Isabel compuso una Espa�a de un solo bloque. Espa�a expuls� al moro, al jud�o. Cerr� sus puertas a la Reforma. Se mantuvo intransigente, inquisitorial y dogm�ticamente cat�lica. Afirm� la contrareforma con las hogueras de la Inquisici�n. Absorbi� todo lo que era distinto o diverso del alma que le hab�a infundido su reina Isabel la Cat�lica. Es el momento de la suprema exaltaci�n espa�ola. "La voluntad de Espa�a �escribe Frank� se manifiesta, hace surgir un conjunto brillante de fuerzas individuales tan varias y grandes que la engrandecen. Cort�s y Pizarro, an�rquicos buscadores de oro, colaboran con Loyola, cazador de almas y con Vitoria, fundador del derecho internacional; juntos colaboran Santa Teresa, San Juan de la Cruz, la Celestina, alcahueta inmortal, el amador don Juan, con Fray Luis de Le�n; Crist�bal Col�n con don Quijote; G�ngora con Vel�squez. Ellos son toda Espa�a; los impulsos que simbolizan ven�an apuntando en la naturaleza propia de Espa�a. Pero en ese momento la voluntad de Espa�a los condensa y da cuerpo a cada uno. El santo, el p�caro, el descubridor y el poeta aparecen cual estratificaciones del alma de Espa�a; y son grandes y engrandecen a Espa�a porque en cada uno de ellos vive la voluntad entera de Espa�a, su plena fuerza vital. Isabel puede descansar".

Pero alcanzar la propia meta, cumplir el propio destino es concluir. Espa�a quiso ser la m�xima y �ltima expresi�n del Medio Evo. Lo consigui�, cuando ya el mundo empezaba a dejar de ser medioeval. El descubrimiento y la conquista de Am�rica romp�a la unidad, fracturaba el esp�ritu que Espa�a quer�a mantener intactos. La misi�n de Espa�a terminaba. "El espa�ol � piensa Frank� eligi� una forma de prop�sitos y una forma de verdad que pod�a alcanzar; y as� que la alcanz�, dej� de moverse. Su verdad vino a ser la Iglesia de Roma. El espa�ol obtuvo esa verdad y desech� las dem�s. Su ideal de unidad fue homog�neo; la simple fusi�n en cada espa�ol del pensamiento y la fe conforme a un ideal concreto.: A este fin, el espa�ol redujo los elementos de su mundo ps�quico, a agudas ant�tesis que contrapuso entre s�; el resultado fue, realmente, simplicidad y homogeneidad, es decir, una neutralizaci�n de presiones ps�quicas contrarias que sumaron cero".

El libro de Waldo Frank est� pre�ado de sugestiones. Excitante, incitador, moviliza todas nuestras energ�as intelectuales hacia la meta de una personal y nueva conquista de Espa�a.

III5

Lo que m�s me ha aproximado a Waldo Frank es cierta semejanza de trayectoria y de experiencia. La raz�n �ntima; personal, de mi simpat�a por Waldo Frank reside en que, en parte, hemos hecho el mismo camino. En esta parte, no hablar� de nuestras discrepancias. Su tema espont�neo y sincero es nuestra afinidad. Dir� de qu� modo Waldo Frank es para m� un hermano mayor.

Como �l, yo no me sent� americano sino en Europa. Por los caminos de Europa, encontr� el pa�s de Am�rica que yo hab�a dejado y en el que hab�a vivido casi extra�o y ausente. Europa me revel� hasta qu� punto pertenec�a yo a un mundo primitivo y ca�tico; y al mismo tiempo me impuso, me esclareci� el deber de una tarea americana. Pero de esto, alg�n tiempo despu�s de mi regreso, yo ten�a una conciencia clara, una noci�n n�tida. Sab�a que Europa me hab�a restituido, cuando parec�a haberme conquistado enteramente, al Per� y a Am�rica; mas no me hab�a detenido a analizar el proceso de esta reintegraci�n. Fue al leer en agosto de 1926, en Europa, las bellas p�ginas en que Waldo Frank explicaba la funci�n de su experiencia europea en su descubrimiento del Nuevo Mundo, que medit� en mi propio caso.

La adolescencia de Waldo Frank transcurri� en New York en una encantada nostalgia de Europa. La madre del futuro escritor amaba la m�sica. Beethoven, Wagner, Schubert, Wolf, etc., eran los genios familiares de sus veladas. De esta versi�n musical del mundo que present�a y amaba, nace tal vez en Frank el gusto de concebir y sentir su obra como una sinfon�a. La biblioteca paterna era otra escala de esta evasi�n. Frank adolescente, interrogaba a los fil�sofos de Alemania y Atenas con m�s curiosidad que a los poetas de Inglaterra. Cuando, muy joven a�n, ni�o todav�a, visit� Europa, todos sus paisajes le eran familiares. La oposici�n de un hermano mayor frustr� su esperanza de estudiar en Heidelberg y lo conden� a los cursos y al clima de Yale. M�s tarde, emancipado por el periodismo, Frank encontr� finalmente en Par�s todo lo que Europa pod�a ofrecerle. No s�lo se sinti� satisfecho sino colmado. Par�s "ciudad enorme, llena de gente dichosa, de �rboles y jardines, ciudad indulgente a todos los humores, a todas las libertades". Para el periodista norteamericano que cambiaba sus d�lares en francos, la vida en Par�s era pl�cida y confortable. Para el joven artista de cultura cosmopolita, Par�s era la metr�poli refinada donde hallaban satisfacci�n todas sus aficiones art�sticas.

Pero la savia de Am�rica estaba intacta en Waldo Frank. A su fuerza creadora, a su equilibrio sentimental, no bastaba el goce f�cil de Europa. "Yo era feliz �escrib�a Frank�; no era necesario. Me nutr�a de lo que otros, en el curso de los siglos, hab�an creado. Viv�a en par�sito; �ste es al menos el efecto que yo me hac�a". En esta frase profunda, exacta, terriblemente cierta: "yo no era necesario", Frank expresa el sentimiento �ntimo del emigrado al, que Europa no puede retener. El hombre ha menester, para el empleo gozoso de sus energ�as, para alcanzar su plenitud, de sentirse necesario. El americano al que no sean suficientes espiritualmente el refinamiento y la cultura de Europa, se reconocer�, en Par�s, Berl�n, Roma, extra�o, diverso, inacabado. Cuanto m�s intensamente posea a Europa, cuanto m�s sutilmente la asimile, m�s imperiosamente sentir� su deber, su destino, su vocaci�n de cumplir en el caos, en la germinaci�n del Nuevo Mundo, la faena que los europeos de la Antig�edad, del Medioevo, del Renacimiento, de la Modernidad nos invita y nos ense�a a realizar. Europa misma rechaza al creador extranjero, al disciplinario y aleccionarlo para su trabajo. Hoy, decadente y fatigada, es todav�a asaz rigurosa para exigir de cada extra�o su propia tarea. La hast�an las rapsodias de su pensamiento y de su arte. Quiere de nosotros, ante todo, la expresi�n de nosotros mismos.

De regreso a los veintitr�s a�os, a New York, Waldo Frank inici�, bajo el influjo fecundo de estas experiencias, su verdadera obra. "De todo coraz�n �dice� me entregu� a la tarea de hacerme un sitio en un mundo que parec�a marchar muy bien sin m�". Cuando, a�os despu�s, torn� a Europa, ya Am�rica hab�a nacido en �l. Era ya bastante fuerte para las audaces jornadas de su viaje de Espa�a. Europa saludaba en �l al autor de Nuestra Am�rica, al poeta de Salmos, al novelista de Rahab, City Block, etc. Es- taba enamorado de una empresa dif�cil, pensando en la cual exclamaba con magn�fico entusiasmo: "�Podemos fracasar: pero tal vez acertaremos!" Al reembarcarse para New York, Europa quedaba esta vez "detr�s de �l".

No es posible entender todo el valor de esta experiencia, sino al que parcial o totalmente, la ha hecho. Europa, para el americano, �como para el asi�tica� no es s�lo un peligro desnacionalizaci�n y de desarraigamiento, es tambi�n la mejor posibilidad de recuperaci�n y descubrimiento del propio mundo y del propio destino. El emigrado no es siempre un posible deracin�. Por mucho tiempo, el descubrimiento del mundo nuevo es un viaje para el cual habr� que parir de un puerto del viejo continente. Waldo prank tiene el impulso, la vitalidad del norteamericano; pero en Europa ha hecho, como lo digo de m� mismo, en el prefacio de mi libro sobre el Per�, su mejor aprendizaje. Su sensibilidad, su cultura, no ser�an tan refinadamente modernas si no fuesen europeas. �Acaso Walt Whitman y Edgard Poe no eran m�s comprendidos en Par�s que en New York, cuando Frank se preguntaba, en su juventud, qui�nes eran los representative men de Estados Unidos? El unanimismo franc�s frecuentaba amorosamente la escuela de Walt Whitman, en una �poca en que Norte Am�rica ten�a a�n que ganar, que conquistar a su gran poeta.

En la formaci�n de Frank, mi experiencia me ayuda a apreciar un elemento: su estaci�n de periodista. El periodismo puede ser un saludable entrenamiento para el pensador y el artista. Ya ha dicho alguien que m�s de uno de esos novelistas o poetas que miran al escritor de peri�dico con la misma fatuidad con que el teatro miraba antes al cine, neg�ndole calidad art�stica, fracasar�an lamentablemente en un reportaje. Para un artista que sepa emanciparse de �l a tiempo, el periodismo) es un estadio y un laboratorio en el que desarrollar� facultades cr�ticas que, de otra suerte, permanecer�an tal vez embotadas. El periodismo es una prueba de velocidad.

Terminar� esta impresi�n desordenada y subjetiva, con una interrogaci�n de periodista: �Del mismo modo que s�lo jud�o, Disraeli, lleg� a sentir en toda su magnificencia, con lujo y fantas�a de oriental, el rol imperial de Inglaterra, en la �poca victoriana, no estar� reservada a un jud�o, antes que a un puritano, la ambiciosa empresa de formular la esperanza y el ideal de Am�rica, en esta edad cosmopolita?

 


NOTAS:

1 La primera y segunda partes aparecieron, inicialmente, en el Bolet�n Bibliogr�fico, publicado por la Biblioteca Central de la Universidad Mayor de San Marcos: Vol. II, N� 3 (pp. 100-105); Lima, Setiembre de 1925. Y la tercera bajo el ep�grafe de "Itinerario de Waldo Frank", en Variedades: Lima, 4 de Diciembre de 1929.

Adem�s, la primera parte �cuyos seis primeros p�rrafos fueron reemplazados por uno que actualiza las noticias sobre la bibliograf�a de Waldo Frank en lengua espa�ola� fue trascrita por el autor con el t�tulo de "Waldo Frank, Am�rica y Espa�a" en Mundial: Lima, 17 de Febrero de 1928. Y la segunda parte, sobre "Espa�a Virgen, de Waldo Frank", con ligeras enmiendas de forma, fue reproducida tambi�n por el autor, en Variedades: Lima, 17 de Marzo de 1928.

2 Por envolver una verdad circunscrita al momento de su publicaci�n inicial, se ha suprimido del texto una frase alusiva al desconocimiento de Leonhard Frank entre los p�blicos de habla hispana. Seg�n esa frase: "Leonhard Frank... de quien las editoriales espa�olas no han traducido sino la primera obra, acaso la menos reveladora de su genio, La Partida de Bandoleros, escribe".

3 Alterado el texto original, en atenci�n a la posterior difusi�n de la obra de Waldo Frank, claramente indicada en el testimonio del propio Jos� Carlos Mari�tegui. Se le�a: "Ninguno de los libros de Waldo Frank ha sido hasta ahora, que yo sepa, editados en espa�ol. S�lo una �lite los conoce, El p�blico hispano-americano no sabe casi nada de su autor".

4 Con este p�rrafo inici� Jos� Carlos Mari�tegui su art�culo sobre "Waldo Frank, Am�rica y Espa�a" �Mundial: Lima, 17 de Febrero de 1928�, fundamentalmente integrado por sus juicios sobre Nuestra Am�rica, ya insertos en el Bolet�n Bibliogr�fico pero entonces actualizados por la versi�n espa�ola de ese libro. Lo insertamos aqu� porque complementa las noticias ofrecidas en el segundo p�rrafo acerca de la bibliograf�a de Waldo Frank en lengua espa�ola.

5 Se ha eliminado las frases iniciales de este cap�tulo, debido a su car�cter circunstancial y a la reticencia que su autor expresa al incluirlas. Son las siguientes: "Contra mi h�bito, quiero comenzar este art�culo con una nota de intenci�n autobiogr�fica. Hace m�s de cuatro a�os que escrib� mi primera presurosa impresi�n sobre Waldo Frank. No hab�a le�do hasta entonces sino dos de sus libros, Nuestra Am�rica y Rahab y algunos ensayos y cuentos. Este eco suramericano de su obra no habr�a sido advertido por Frank sin la mediaci�n acuciosa de un escritor desaparecido: Adalberto Varallanos. Frank recibi� en Nueva York, con unas l�neas de Varallanos, el n�mero del Bolet�n Bibliogr�fico de la Universidad en que se public� mi articulo y me dirigi� cordiales palabras de reconocimiento. Empez� as� nuestra relaci�n. De entonces a hoy los t�tulos de Frank a mi admiraci�n se han agrandado. He le�do con inter�s excepcional cuanto de �l a llegado a mis manos. Pero lo que m�s me ha aproximado a �l... (Publicado en Variedades: Lima, 4 de Diciembre de 1929).