OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI |
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EL ALMA MATINAL |
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JAMES JOYCE1
El caso Joyce se presenta con la misma re�pentina y urgente resonancia del caso Proust o del caso Pirandello. James Joyce naci� hace cua�renticuatro a�os. Pero hasta hace pocos a�os su existencia no hab�a logrado a�n revelarse a Eu�ropa. Su descomunal novela Ulysses, perseguida en Inglaterra por un puritanismo inquisitorial, apareci� en Par�s en 1922. El manuscrito de De�dalus est� fechado en Trieste en 1914. Joyce vi�v�a en ese tiempo en Trieste como profesor de lenguas extranjeras. De Trieste escrib�a al escri�tor italiano Carlos Linati sobre su Ulysses antes de conseguir verlo impreso: "Es la epopeya de dos razas (Israel-Irlanda) y, al mismo tiempo, el ciclo del cuerpo humano, y tambi�n la peque��a historia de una jornada... Hace siete a�os que trabajo en este libro! Es igualmente una obra de enciclopedia. Mi intenci�n es interpretar el mito sub especie temporis nostri permitiendo que cada aventura (esto es cada hora, cada �r�gano, cada arte conexa y consustanciada con el esquema del todo) cree su propia t�cnica. Nin�g�n impresor ingl�s ha querido imprimir una palabra de esta obra. En Norte Am�rica, la revis�ta que la ha publicado ha sido suprimida cuatro veces. Ahora se prepara un gran movimiento contra su publicaci�n de parte de puritanos, imperialistas ingl�s, republicanos, irlandeses y cat�licos. �Qu� alianza!" La divulgaci�n de Joyce en el mundo latino empez� hace dos a�os en la traducci�n francesa de Dedalus y la traducci�n italiana de Exiles. Pero la notoriedad de su nombre era ya extensa. Esta notoriedad se alimentaba, ante todo, del esc�ndalo suscitado por Ulysses. Y, en segundo lugar, del estr�pito con que descubr�an a Joyce algunos cr�ticos cosmopolitas, pescadores afortunados de novedades extranjeras. Valery Larbaud, uno de estos cr�ticos, dec�a: "Mi admiraci�n por Joyce es tal que yo no temo afirmar que si de todos los contempor�neos uno s�lo debe pasar a la posteridad, ser� Joyce". He aqu� que hoy llega Joyce al espa�ol con menos retardo del que Espa�a nos tiene habituados a sufrir en la traducci�n de los libros contempor�neos. Y est� bien entrar a Jam�s Joyce por el laberinto de Dedalus. Dedalus es la mejor introducci�n posible en Ulysses. Ah� est� ya, sin duda, �aunque larvada todav�a�, la t�cnica del artista. No aparece aun el "mon�logo interior", con su complicado caos de im�genes, palabras, s�mbolos, sin puntos ni pausas. Pero en Dedalus el artista, en el fondo, monologa �nicamente. No se comenta; se retrata. La sola imagen que encontramos en la novela es, verdaderamente, la suya. Las dem�s im�genes no hacen sino reflejarse en ella como para contrastar su existencia y, sobre todo, su desplazamiento. Valery Larbaud escribe, apolog�ticamente, que Dedalus es un gran libro y Joyce "toda la literatura inglesa en este momento". Y, con entusiasmo exaltado, agrega: "En verdad, Yeats no ser� considerado ma�ana sino como la m�s grande figura del Renacimiento irland�s antes de Joyce. Dedalus es de la estirpe de L'Educaci�n Sentimentale y de la trilog�a de Vall�s. Es la historia del esfuerzo del esp�ritu por superarse, por superar su medio social, su educaci�n y aun su nacionalidad. Y es por esto que, siendo profundamente irland�s, Joyce es tambi�n un gran europeo. Es comparable a los santos intelectuales de la antigua Irlanda que han jugado un rol tan grande en la cristiandad". Joyce, en esta novela, nos conduce por los intrincados caminos de su adolescencia. Uno de los m�s logrados intentos del libro me parece el de ense�amos las estaciones y las jornadas de esta adolescencia revivi�ndolas, con su m�sica �ntima, con su armon�a subjetiva, en toda su virginidad, sin que se sienta el viaje. El artista nos descubre su pasado como nos descubrir�a su presente. No se mezcla a los acontecimientos ning�n elemento que delate que lo actual en el relato ha dejado de ser actual en la vida. Ning�n elemento de cr�tica o de opini�n con sabor retrospectivo. Las impresiones de la adolescencia de Stephen Dedalus conservan intactas su inocencia. Stephen Dedalus estudia en un colegio de jesuitas. Y la novela no deforma ni al estudiante, ni al colegio, ni a los jesuitas. Todas las cosas, todos los tipos nos son presentados con candor. El artista no los juzga. Stephen Dedalus, busc�ndose a s� mismo, conoce el pecado y el arrepentimiento, conoce la fe y la duda. Pero, finalmente, las supera. En su peregrinaci�n descubre el arte. El arte que no es a�n una meta, sino s�lo una evasi�n. Joyce nos da una versi�n, �nica acaso en la literatura, de la crisis de conciencia de un adolescente, con esp�ritu religioso y sensibilidad acendrada en un colegio cat�lico. El cap�tulo en que su adolescencia, con el sabor del pecado carnal en los labios t�midos, pasa por la prueba de unos "ejercicios espirituales", es un cap�tulo maravilloso, Joyce da la impresi�n de conducirnos con lentitud por este atormentado y proceloso episodio. Los hechos transcurren con una morosidad deliberada. Las pl�ticas del "retiro" est�n puntualmente y minuciosamente repetidas. Y sin que falte ni una palabra, ni un gesto del predicador. Y, sin embargo, no hay nada dem�s en el relato. Como lo observa el distinguido cr�tico espa�ol Antonio de Marichalar, este episodio que fluye en el mismo tiempo que ocupar�a en la realidad, "conserva su misma naturaleza". Y no todo es lentitud ni minucia en Dedalus. Las �ltimas jornadas del viaje est�n servidas en comprimidos. Las cosas pasan a prisa. Joyce reproduce las notas de un diario que no aprehende sino su esencia. He aqu� una muestra de su procedimiento: "22 de marzo. En compa��a de Lynch, seguido una enfermera voluminosa. Iniciativa de Lynch. Abomino esto. Dos flacos lebreles fam�licos detr�s de una ternera". Y dejamos as�a Joyce en la estaci�n en que, evadi�ndose de su adolescencia, como de un laberinto, se embarca en el tren de las aventuras. En su viaje sin itinerario, lo aguardaba en Trieste, antesala de su celebridad, un oscuro pupitre de profesor de idiomas extranjeros.
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