OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI |
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FIGURAS Y ASPECTOS DE LA VIDA MUNDIAL I |
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EL MINISTERIO PAINLEVE*
M. Paul Painlev� da su nombre al segundo acto del episodio radical-socialista. El nombre solamente. La direcci�n, el rumbo, los dar�n otros. �Qui�nes? Exclusiva y continuamente, na�die. Alternativa y contingentemente, Caillaux, Briand, Loucheur, Blum, etc. El socialismo re�formista y la plutocracia radicaloide. Painlev� gobierna entre dos ex-presidentes del consejo. Entre Aristide Briand y Joseph Caillaux. Por consiguiente, no gobierna; preside el gobierno. En su gabinete, dos hombres, dos leaders, que aspiran al poder, se controlan y se contrapesan. Briand, en el ministerio del exterior, Caillaux en el ministerio de finanzas. El gabinete se apoya, en la c�mara, a la derecha en Loucheur y el capital industrial y financiero; a la izquierda en Blum y la S.F.I.O. (Secci�n Francesa de la Internacional Obrera). En un gabinete, emanado de un compromiso, que se balancea entre es�tas dos fuerzas, entre estos dos sectores. Painlev� es �nicamente el presidente de sus debates y el portavoz de sus deliberaciones. Es el fiel de la balanza. Designio, sin duda, de su destino de matem�tico. La ca�da de Herriot se produjo un poco pre�maturamente. Ni Briand ni Caillaux pod�an ir a la presidencia del consejo. A Briand le faltaba el consenso de los socialistas. A Caillaux le to�caba cumplir su �ltima cuarentena. Su rehabi�litaci�n pol�tica no era todav�a completa. Sus amigos no han tenido todav�a tiempo de elegir�lo senador o diputado. Y el r�gimen parlamen�tario quiere que el jefe del gobierno salga del parlamento. No era, pues, absolutamente, el ca�so de pensar en Caillaux. Briand, en perenne acecho del poder en su esca�o, resultaba dema�siado maduro para la sucesi�n: Caillaux, reci�n tornado a la pol�tica, ausente a�n de la c�mara, resultaba en cambio demasiado verde. La solu�ci�n Painlev� apareci� por esto, como la �nica soluci�n posible. Painlev� pod�a formar un mi�nisterio de concentraci�n. Pod�a compartir el po�der con Briand y Caillaux al mismo tiempo. El nuevo ministerio ha heredado del minis�terio Herriot, junto con su mayor�a, su interi�nidad. Representa, adem�s, un compromiso. En la mayor�a parlamentaria del cartel de izquier�das, la cuesti�n financiera y la cuesti�n religio�sa hab�a causado una fractura. La izquierda "moderada" se hab�a rebelado contra la pol�ti�ca financiera y la pol�tica religiosa de Herriot. La mayor�a del cartel ha sido soldada, durante la crisis, mediante una transacci�n. De una par�te, el gobierno no atacar� por el momento al capital; de otra parte, mantendr� un represen�tante en el Vaticano. Cailla�x y Briand son la garant�a de que el gobierno de Painlev� segui�r�, en ambas cuestiones, una l�nea discreta y prudente. (La l�nea de gobierno de un ge�metra como Painlev� tiene que ser una l�nea geod�sica). La vitalidad del ministerio es aleatoria; el programa aleatorio tambi�n. Nada podr� hacer Painlev� sin el voto de Loucheur y de su grupo industrial y financiero. Nada podr� hacer tampoco sin el voto de los socialistas, obligados a dosificar las concesiones de su pol�tica parlamentaria al estado de �nimo de su clientela electoral m�s o menos permeable a la influencia comunista. La vida del ministerio est� a merced de un accidente parlamentario. Su duraci�n depende, en todo caso, de su pol�tica financiera. En este terreno, el gobierno de Painlev� no puede intentar una soluci�n radical o, mejor dicho, una soluci�n definitiva. Tiene que conformarse con una acci�n provisoria. Tiene que contentarse con resolver los problemas m�s urgentes. Probablemente por esto, Caillaux no ha expuesto, en la c�mara, un verdadero programa. �Para qu� hablar de medidas lejanas y generales cuando apenas habr� tiempo de actuar algunas medidas inmediatas y particulares? Caillaux no va al ministerio de finanzas a ensayar un plan completo de reorganizaci�n de la econom�a francesa. Va simplemente a tratar algunos negocios y atender algunas necesidades de urgencia. Su funci�n est� limitada por las circunstancias. La soluci�n de los problemas de la econom�a francesa no puede ser de car�cter esencialmente t�cnico. Est�, adem�s, vinculada a la soluci�n general de los problemas de Europa. A la obra de la reconstrucci�n europea como le gusta llamarla a J. M. Keynes. Desde la cartera de finanzas no se domina, por tanto, la cuesti�n econ�mica de Francia. Y no es probable una s�lida colaboraci�n Caillaux-Briand. En el nuevo ministerio, Caillaux y Briand no son dos estadistas que colaboran, sino, m�s bien, dos candidatos que se vigilan. La personalidad de Painlev� se dejar� sentir escasamente en el experimento pol�tico que lle�va su nombre. No se trata, por cierto, de una personalidad insignificante. Painlev� es un hom�bre de talento y, acaso, hasta un hombre de ca�r�cter. Pero no es, absolutamente, un hombre pol�tico. Es un eminente hombre de ciencia, que discurre, por distracci�n, en el campo pol�tico. Como otros hombres de ciencia de su �poca, se sinti� atra�do desde su juventud por una po�l�tica demo-social. Perteneci� a esa generaci�n de intelectuales que, en los quietos tiempos pre�b�licos, coquete� inocuamente con el socialismo y admir� sinceramente la elocuencia de Jaur�s. Entr� en la pol�tica, sin c�lculo alguno seguramente, movido por su ideolog�a filo-socialista, empujado por su fe republicana. En la c�mara se llam� siempre republicano-socialista. Educado en la escuela de la democracia, Painlev� ve�a en el socialismo algo as� como una consecuen�cia, como una meta o como un ideal de la rep�blica. Enviado a la c�mara por el sufragio popular cre�a en la eficacia perfectible de los m�todos y las instituciones republicanas. El t�tu�lo de republicano-socialista correspond�a, realmente, a sus convicciones. No era, como en otros, un mero se�uelo electoral. En la guerra, como jefe del gobierno, se comport� conforme a sus sentimientos de patriota y de franc�s. Pero las derechas le tuvieron en cuenta sus opiniones re�publicano-socialistas. Francia atravesaba, adem�s, horas muy dif�ciles, de gran tensi�n nerviosa. Painlev�, consiguientemente, no pudo conservar por mucho tiempo el poder. La victoria, explo�tada reaccionariamente, lo trat� hostilmente. Las elecciones de 1919 se hicieron a expensas de las izquierdas. En el parlamento brotado de esas elecciones Painlev� tuvo un rol opaco. Continu� siendo una figura de la izquierda; pero no fue nunca una figura combativa y beligerante. El triunfo del cartel de izquierdas lo volvi� a colocar, en mayo del a�o �ltimo, en primer t�rmino. El cartel present� su candidatura a la presiden�cia de la rep�blica; pero una maniobra del senado dio la victoria a la candidatura de Dou�mergue. Painlev� hubo de contentarse con la presidencia de la c�mara. En este puesto, era un simp�tico hierofante del r�gimen parlamen�tario. Dirig�a los debates de la c�mara como ha�br�a dirigido los debates de la Academia. Le dis�gustaban, tal vez, las sesiones tempestuosas en que ululaba la extrema derecha o la extrema izquierda; pero el servicio de la rep�blica cons�titu�a para �l una fuente tan grande de compla�cencias como el c�lculo diferencial absoluto o la geometr�a del espacio curvo. S�lo el servicio de la rep�blica ha podido desplazarlo ahora de la presidencia de la c�mara a la presidencia del consejo. Painlev� es de la estirpe, un poco diezmada, de los idealistas de la rep�blica y la democra�cia y de los sacerdotes de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Procede de la misma austera escuela republicana de Ferdinand Buis�son. Formado en el clima hist�rico de antes de la guerra, no puede renegar ninguno de los mi-tos de la democracia. Su recetario pol�tico es el mismo de hace veinte a�os. Tiene, pues, muchas excelencias; pero tiene el grave defecto de no corresponder a la nueva realidad humana. El mundo ha cambiado mucho pol�ticamente en estos veinte a�os. Preocupado por sus especula�ciones cient�ficas, Painlev� no parece haberlo advertido. Para este anti-dogm�tico no existe nin�g�n dogma salvo el dogma laico de la demo�cracia. La f�rmula "orden y progreso", desgarrada por la guerra, se mantiene intacta y pura en el ideario y en el esp�ritu de Painlev�, como el supremo desider�tum de la Civilizaci�n y de la Humanidad. (En la literatura de la democracia estas dos palabras se escriben siempre con may�scula y se piensan tambi�n con may�scula). El programa de Painlev� est� lleno de rectos prop�sitos y de hermosas palabras. De la buena fe de este ilustre profesor del Colegio de Francia no es posible dudar m�nimamente. Pero s� es l�cito dudar de que esta buena fe baste para resolver la crisis pol�tica, econ�mica y espiritual que turba actualmente la vida y la conciencia de Francia.
NOTA:
* Publicado en Variedades, Lima, 25 de Abril de 1925
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