OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI

FIGURAS Y ASPECTOS DE LA VIDA MUNDIAL I

   

  

LA CRISIS MINISTERIAL*

 

En la crisis pol�tica francesa se constata, so�bre todo, un conflicto entre dos m�todos dife�rentes, entre dos concepciones antag�nicas, en el campo econ�mico. El contraste de los intere�ses econ�micos domina y decide el rumbo de los acontecimientos pol�ticos y parlamentarios. Las dramatis personae de la crisis, �Herriot, Poin�car�, Briand, Millerand�, se mueven en la su�perficie vers�til de una marea hist�rica supe�rior a la influencia de sus personalidades y de sus ideas. Ni el bloque nacional ni el cartel de izquierdas, no obstante la variedad de los matices que en uno y otro se mezclan, representan una contingente y arbitraria combinaci�n parlamentaria. En su composici�n m�s que la afinidad o la simpat�a de los grupos se percibe la afinidad o la simpat�a de los intereses. La actitud de uno y otro conglomerado, ante los problemas econ�micos de Francia, se inspira en los intereses de distintas capas sociales. Por esto, sus puntos de vista resultan inconciliables. La base electoral de las derechas se compone de la alta burgues�a y de los residuos feudales y aristocr�ticos. En cambio, el cartel de izquierdas se apoya en la peque�a burgues�a y en una gruesa parte del proletariado. El enorme pasivo fiscal de Francia debe pesar, particularmente, sobre una u otra capa social. Al bloque nacional y al cartel de izquierdas les toca defender a su respectiva clientela. El bloque nacional se opone a que los nuevos tributos, reclamados por el servicio de la deuda francesa, sean pagados por los capitalistas. El cartel de izquierdas se resiste, a su vez, a que sean pagados por los peque�os propietarios y la clase trabajadora.

En los primeros a�os de la post-guerra, el gobierno del bloque nacional adormeci� al pueblo franc�s con la categ�rica promesa de que la que pagar�a los platos rotos de la guerra ser�a Alemania. La capacidad financiera de Alemania no fue absolutamente calculada. Klotz, ministro de finanzas de Clemenceau, estim� el monto de las reparaciones debidas por Alemania a los aliados en quince mil millones de libras esterlinas. Alemania, seg�n Klotz, deb�a satisfacer esta indemnizaci�n y sus intereses en treinta y cuatro anualidades de mil millones. Francia recibir�a quinientos cincuenta millones de libras anualmente.

Poco a poco, esta ilusi�n, contrastada por la realidad, tuvo que debilitarse. Pero, mientras conserv� el poder, el bloque nacional reposaba, casi �ntegramente, sobre el miraje de una ping�e indemnizaci�n alemana. Sus ministros saboteaban, por eso, todo intento de fijarla en una cifra razonable. El acuerdo de Francia con sus aliados sufr�a las consecuencias de este sabotaje. Francia se aislaba m�s cada d�a en Europa. Alemania no pagaba. Mas nada de esto parec�a importarle al bloque nacional obstinado en su r�gida f�rmula: "Alemania pagar�".

Mientras tanto el pasivo fiscal de Francia crec�a exorbitantemente. El Estado franc�s ten�a que hacer frente a los gastos de la restauraci�n de las zonas devastadas. Al lado del presupuesto ordinario exist�a un presupuesto extraordinario. El d�ficit fiscal se manten�a en cifras fant�sticas. En 1919 ascend�a a veinticuatro mil millones de francos; en 1920 a diecinueve mil millones; en 1921 a trece mil millones; en 1922 a once mil quinientos millones; en 1923 a ocho mil millones. Para cubrir este d�ficit, el Estado no pod�a hacer otra cosa que recurrir a su cr�dito interno. Las emisiones de empr�stitos y de bonos del tesoro se suced�an. Las condiciones de estos empr�stitos eran cada vez m�s onerosas. Hab�a que ofrecer al capital y al ahorro elevados r�ditos. De otra suerte, resultaba imposible captarlos. Pero a este recurso no se pod�a apelar ilimitada e indefinidamente. La tesorer�a del Estado se ve�a obligada a suscribir obligaciones a corto plazo que muy pronto urgir�a atender. Y, por otra parte, la absorci�n de una parte considerable del ahorro nacional por el d�ficit del fisco sustra�a ese capital a las inversiones industriales y comerciales necesarias a la reconstrucci�n de la econom�a del pa�s. El fisco drenaba imprudentemente las reservas p�blicas. La balanza comercial se presentaba tambi�n deficitaria. El desequilibrio amenazaba, en fin, la estabilidad del franco asaz desvalorizado ya.

En estas condiciones arrib� el pueblo franc�s a las elecciones de mayo de 1924. Poincar� hab�a jugado, sin fortuna, en la aventura del Ruhr, su �ltima carta. A pesar de esta pol�tica de extorsi�n de Alemania, no hab�an empezado a�n a ingresar al tesoro franc�s los quinientos cincuenta millones anuales de libras esterlinas anunciados para 1921 por la optimista previsi�n del ministro Klotz. El Ruhr produc�a una suma bastante m�s modesta. Alemania, en suma, no pagaba. Y no era, absolutamente, el caso de hablar de debilidad y de indecisi�n de la pol�tica de Francia. El piloto de la pol�tica francesa. Poincar�, hab�a demostrado, con la ocupaci�n del Ruhr, su energ�a guerrera y su temperamento marcial.

La mayor�a del electorado, cansada de los fracasos de las derechas, se pronunci� a favor del cartel de izquierdas. El programa del cartel le promet�a: una pol�tica exterior que liquidase, con un criterio realista y pr�ctico, el problema de las reparaciones; una pol�tica econ�mica que mediante un impuesto extraordinario al capital obligase a las clases ricas a contribuir en pro porci�n a sus recursos al saneamiento de las finanzas p�blicas; una pol�tica interior de inspiraci�n republicana y democr�tica que asegurase al pa�s un m�nimo satisfactorio de paz social eliminando, en lo posible, las causas de descontento que empujaban a las masas hacia el comunismo.

El cartel de izquierdas obtuvo una fuerte mayor�a parlamentaria. Pero en la composici�n de esta mayor�a no consigui� una suficiente homogeneidad. Presintiendo el tramonto de la pol�tica de las derechas se hab�a aliado oportunamente a las izquierdas una parte de la alta burgues�a industrial y financiera. Briand, actor y c�mplice en un tiempo de la pol�tica del bloque nacional. se hab�a declarado de nuevo hombre de izquierdas desde que la fortuna de las dere�chas hab�a empezado a declinar. Loucheur, re-presentante m�ximo de la gran industria, se ha�b�a trasladado tambi�n al cartel. El desplazamiento del poder de la derecha a la izquierda no hab�a podido efectuarse sin un congruo des�plazamiento de conspicuos y �giles elementos oportunistas. El bloque de izquierdas no era, elec�toral ni parlamentariamente, un bloque compac�to. Los radicales-socialistas y los socialistas cons�titu�an sus bases sustantivas; pero la pol�tica parlamentaria de estos n�cleos, cuya coalici�n significaba ya un compromiso y una transacci�n, ten�a adem�s que hacer no pocas concesiones a los grupos m�s o menos al�genos de Briand y de Loucheur. La composici�n un tanto heter�cli�ta de la mayor�a se reflej� en la formaci�n y en el esp�ritu del gabinete Herriot. Clementel, el ministro de finanzas, no participaba de la opi�ni�n de las izquierdas sobre el tributo extraordinario al capital. En la c�mara, el ministerio ten�a que tomar en cuenta la oposici�n de Lou�cheur al impuesto al capital y la resistencia de Briand al retiro de la embajada en el Vaticano. En el senado, la pol�tica de Herriot depend�a del sector centrista que pugnaba por imponerle su tutela conservadora.

Herriot, en el gobierno, como he tenido algu�na vez ocasi�n de remarcarlo, daba una sensa�ci�n de interinidad. No parec�a destinado a actuar el programa del cartel de izquierdas, sino, m�s bien, a preparar el terreno a este experimento. En remover del camino del cartel la cuesti�n de las reparaciones, la cuesti�n de la amnist�a, la cuesti�n del reconocimiento de los soviets, etc., el ministerio Herriot us� y consumi� su fuerza. No era posible que, con las exiguas energ�as que le quedaron despu�s de cumplir estas fatigas, pretendiese remover tambi�n la cuesti�n finan�ciera. Sobre esta cuesti�n los intereses en contraste est�n decididos a librar una obstinada batalla. Los financistas y los industriales, aliados de cartel, que aceptar�an en materia econ�mica la autoridad de Caillaux, no aceptan, en cambio, la autoridad de Herriot, m�s expuesto, a su jui�cio, a la influencia de la "demagogia socialista". Herriot estaba condenado a ser batido en la primera escaramuza grave de la cuesti�n finan�ciera.

Nadie puede sostener seriamente que Herriot sea responsable de la situaci�n fiscal de Fran�cia. En materia de responsabilidades financieras, Poincar� es, evidentemente, mucho m�s vulnerable. Herriot ha heredado la crisis actual de sus antecesores. No ha ca�do por haberla pro�ducido, sino por haber intentado resolverla. Su mayor�a no se ha mostrado de acuerdo respec�to a su aptitud para esta empresa. �Por qu� Herriot no ha diferido por m�s tiempo una dis�cusi�n en la cual ten�a que ser forzosamente batido? Todos los incidentes de la ca�da de Herriot indican que esta discusi�n no pod�a ya ser diferida. El partido socialista urg�a al mi�nisterio a que empe�ase la batalla. El Banco de Francia exig�a la legalizaci�n del aumento de la moneda fiduciaria. Se estrechaban, en fin, d�a a d�a, los plazos de los vencimientos que el te�soro franc�s debe atender este a�o. Porque aho�ra el problema no es el desequilibrio del pre�supuesto. El d�ficit del a�o �ltimo no fue sino de dos mil quinientos millones de francos. Los ingresos y los egresos de 1925, por primera vez desde la guerra, se presentaron balanceados. El d�ficit de este a�o, seg�n las previsiones del gobierno, ser� s�lo de treintaicuatro millones. La reconstrucci�n de los territorios liberados es�t� casi terminada. La balanza del comercio ex�terior ha recobrado su equilibrio. Las exporta�ciones superan en mil trescientos millones a las importaciones. Ahora el problema son los vencimientos. Las obligaciones a corto plazo contra�das por los antecesores de Herriot comienzan a llamar a las ventanillas del tesoro. El monto de las obligaciones que se vencen en este a�o pasa de veintid�s mil millones. Una parte de estas obligaciones podr� ser convertida: pero otra parte tendr� que ser saldada en moneda contante. El fisco necesita, de toda suerte, encontrar veintid�s mil millones de francos. Y no concluir� aqu� el problema. Los acreedores de la guerra y de la post-guerra continuar�n por muchos a�os presentando sus cuentas y sus cupones. La deuda interna de Francia asciende a 277,870 millones de francos-papel. La deuda exterior de guerra, a cuya condonaci�n tanto Estados Unidos como Inglaterra se manifiestan muy poco inclinados, suma 110,000 millones. En cuanto Francia comience el servicio de esta deuda, una nueva carga pesar� sobre su tesoro. Francia tiene tambi�n deudores. Pero sus acreencias son menores y mucho menos realizables. A Francia le deben sus aliados o ex-aliados quince mil millones de francos; mas una parte de esta suma, prestada a Polonia, Tcheco-Slavia, Ruman�a, etc. a trueque de servicios pol�ticos, no es f�cilmente exigible. La acreencia m�s gruesa de Francia es la que el plan Dawes le reconoce en Alemania: 103,900 millones de francos papel.

Estas cifras expresan, mejor que cualquier otra explicaci�n, la gravedad de la situaci�n financiera de Francia. El Estado franc�s se halla frente a un pasivo imponentemente mayor que su activo. La soluci�n de este equilibrio podr�a ser dejada al porvenir, si una gran parte del pasivo no estuviese compuesta de obligaciones a plazo corto y perentorio. �D�nde encontrar el dinero o el cr�dito necesarios para afrontar estas obligaciones? El contribuyente franc�s paga demasiados tributos. Su resistencia est� colmada. Nour prendrons l'argent o� il est, he ah�, expresada en una frase de Renaudel, la f�rmula socialista. "Tomaremos el dinero donde se halle". Sien. Pero el dinero no se decide a dejarse capturar. El dinero, que cuando persi�gue al socialismo se siente rabiosamente nacio�nalista, cuando es perseguido por el socialismo deviene en el acto internacionalista. La amenaza del cartel de izquierdas ha inducido a mu�chos capitalistas del m�s ortodoxo patriotismo a expatriar su capital. En la mayor�a de los ca�sos el dinero naturalmente no puede emigrar. Tiene que quedarse en el pa�s donde por h�bi�to o por inter�s o por patriotismo trabaja; pero entonces moviliza todos sus medios para de�fenderse de las amenazas de la "demagogia so�cialista". Apenas el cartel de izquierdas ha bos�quejado seriamente su intenci�n de realizar, muy moderada y atenuadamente, el proyecto de cu�po al capital, Loucheur ha insurgido contra su pol�tica y ha abierto la primera brecha en su mayor�a.

�Volver� entonces, m�s o menos pronto, el poder a las derechas? Los fautores de Poincar� y Millerand exultan demasiado temprano. Ni a�n la conversi�n en masa de todos los elementos movedizos y fluctuantes, oportun�sticamente ple�gados al cartel, podr�a dar a las derechas la ma�yor�a indispensable para gobernar. �No se rom�per�, al menos, en estas crisis, la alianza de los socialistas y los radicales-socialistas? Es poco probable que los radicales-socialistas resuelvan suicidarse electoralmente. En una coalici�n con las derechas acabar�an absorbidos y dominados. El abandono de su programa les har�a perder, en beneficio de los socialistas, la mayor parte de su clientela electoral. Los dos principales grupos del cartel tienen, por ende, que seguir coaligados. El experimento radical-socialista no ha concluido. Por el momento, ya hemos visto c�mo el veto de los socialistas ha cerrado el paso a una combinaci�n ministerial dirigida y presidida por Briand. Al partido socialista fran�c�s la colaboraci�n en el cartel le ha hecho be�ber muchos amargos c�lices. Pero este c�liz de un ministerio Briand le ha parecido, sin duda, amargo en demas�a.

La soluci�n de la crisis no marcar�, proba�blemente, sino un intermezzo, en el episodio radical-socialista. Herriot ha ca�do antes de que Caillaux pueda sustituirlo. El pol�tico del Rubi�c�n no ha tenido a�n tiempo de reincorporarse en el parlamento. La interinidad, en suma, recomienza con otro nombre.

 


 

NOTA:

 

* Publicado en Variedades, Lima, 18 de Abril de 1925