OBRAS COMPLETAS DE JOSE CARLOS MARIATEGUI |
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FIGURAS Y ASPECTOS DE LA VIDA MUNDIAL I |
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IRLANDA E INGLATERRA*
El problema de Irlanda a�n est� vivo. De Valera, el caudillo de los sinn feiners, vuelve a agitar la escena irlandesa. Irlanda no se aquieta. Desde 1922, le ha sido reconocido el derecho de vivir aut�nomamente dentro de la �rbita y los confines morales, militares e internacionales de la Gran Breta�a. Pero no a todos los irlandeses les basta esta independencia. Quieren sentirse libres de toda coerci�n, de toda tutela brit�nica. No se conforman de tener una administraci�n interna propia; aspiran a tener, tambi�n, una pol�tica exterior propia. Este sentimiento debe ser muy hondo cuando ni los compromisos ni las derrotas consiguen domesticarlo ni abatirlo. No es posible que un pueblo luche tanto por una ambici�n arbitraria. Luis Araquistain escrib�a una vez que Irlanda, cat�lica y conservadora, fuera de la Gran Breta�a vivir�a menos democr�tica y liberalmente. Por consiguiente, reteni�ndola dentro de su imperio, y oprimi�ndola un poco, Inglaterra serv�a los intereses de la Democracia y la Libertad. Este juicio parad�jico y simplista correspond�a muy bien a la mentalidad de un escritor democr�tico y aliad�filo como Araquistain entonces. Pero un examen atento de las cosas no lo confirmaba; lo contradec�a. Las clases ricas y conservadoras de Irlanda se han contentado, generalmente, con un home rule. El proletariado, en cambio, se ha declarado siempre republicano, revolucionario, m�s o menos "feniano", y ha reclamado la autonom�a incondicional del pa�s. Araquistain prejuzgaba la cuesti�n, antes de ahondar su estudio. Sin embargo, la alusi�n a la catolicidad irlandesa, lo colocaba aparentemente en buen camino, aprehend�a imprecisamente una parte de la realidad. El conflicto entre el catolicismo y el protestantismo es, efectivamente, algo m�s que una querella metaf�sica, algo m�s que una sece�si�n religiosa. La Reforma protestante conten�a t�citamente la esencia, el germen de la idea liberal. Protestantismo, liberalismo aparecieron sincr�nica y solidariamente con los primeros ele�mentos de la econom�a capitalista. No por un mero azar, el capitalismo y el industrialismo han tenido su principal asiento en pueblos protestantes. La econom�a capitalista ha llegado a su plenitud s�lo en Inglaterra y Alemania. Y dentro de estas naciones, los pueblos de confesi�n cat�lica han conservado instintivamente gustos y h�bitos rurales y medioevales. Baviera, por ejemplo, es campesina. En su suelo se aclimata con dificultad la gran industria. Las nacio�nes cat�licas han experimentado el mismo fen�meno. Francia �que no puede ser juzgada s�lo por el cosmopolitismo de Par�s� es prevalentemente agr�cola. Su poblaci�n es tr�s paysan�ne. Italia ama la vida del agro. Su demograf�a la ha empujado por la v�a del trabajo industrial. Mil�n, Tur�n, G�nova, se han convertido, por eso, en grandes centros capitalistas. Pero en la Italia meridional sobreviven algunos residuos de la econom�a feudal. Y, mientras en las ciuda�des italianas del norte el movimiento modernista fue una tentativa para rejuvenecer los dogmas cat�licos, el mediod�a italiano no conoci� nunca ninguna necesidad heterodoxa, ninguna inquietud her�tica. El protestantismo aparece, pues, en la historia, como la levadura espiritual del proceso capitalista. Pero ahora que la econom�a capitalista, despu�s de haber logrado su plenitud, entra en un per�odo de decadencia, ahora que en su entra�a se desarrolla una nueva econom�a, que pugna por reemplazarla, los elementos espirituales de su crecimiento pierden, poco a poco, su valor hist�rico y su �nimo beligerante. �No es sinto�m�tico, no es nuevo, al menos, el hecho de que las diversas iglesias cristianas empiecen a aproxi�marse? Desde hace alg�n tiempo se debate la posibilidad de reunir en una sola a todas las iglesias cristianas y se constata que las causas de su enemistad y de su concurrencia se han de�bilitado. El libre examen asusta a los cat�licos muchos menos que en los d�as de la lucha con�tra la Reforma. Y, al mismo tiempo, el libre examen parece menos combativo, menos cism�tico que entonces. No es, por ende, el choque entre el catolicis�mo y el protestantismo, tan amortiguado por los siglos y las cosas, lo que se opone a la convivencia cordial de Irlanda e Inglaterra. En Irlan�da la adhesi�n al catolicismo tiene un fondo de pasi�n nacionalista. Para Irlanda su catolicidad, su lengua, son, sobre todo, una parte de su his�toria, una prueba de su derecho a disponer auto�n�micamente de sus destinos. Irlanda defiende su religi�n como uno de los hechos que la diferencian de Inglaterra y que atestiguan su pro�pia fisonom�a nacional. Por todas estas v�lidas razones, un espectador objetivo no puede distinguir en este conflicto �nicamente una Irlanda reaccionaria y una Inglaterra democr�tica y evo�lucionista. Inglaterra ha usado, sagazmente, sus extensos medios de propaganda para persuadir al mundo de la exageraci�n y de la exorbitancia de la rebeld�a irlandesa. Ha inflado artificialmente la cuesti�n de Ulster con el fin de presentarla como un obst�culo insuperable para la inde�pendencia irlandesa. Pero, malgrado sus esfuerzos, �no se mistifica la historia� no ha podi�do ocultar la evidencia, la realidad de la naci�n irlandesa, coercitiva y militarmente obligada a vivir conforme a los intereses y a las leyes de la naci�n brit�nica. Inglaterra ha sido impotente para asimilarse al pueblo irland�s, impotente para soldarlo a su imperio, impotente para domar su acendrado sentimiento nacional. El m�todo marcial que ha empleado para reducir a la obediencia a Irlanda, ha alimentado en el �ni�mo de �sta una voluntad irreductible de resistencia. La historia de Irlanda, desde la invasi�n de su territorio por los ingleses, es la historia de una rebeld�a pasiva, latente, unas veces; gue�rrera y violenta otras. En el siglo pasado la do�minaci�n brit�nica fue amenazada por tres grandes insurrecciones. Despu�s, hacia el a�o 1870 Isaac Butt promovi� un movimiento dirigido a obtener para Irlanda un home rule. Esta ten�dencia prosper�. Irlanda parec�a contentarse con una autonom�a discreta y abandonar la reinvindicaci�n integral de su libertad. Consigui� as� que una parte de la opini�n inglesa considerase favorablemente su nueva y moderada reivindicaci�n. El home rule de Irlanda adquiri� en la Gran Breta�a muchos partidarios. Se convirti�, finalmente, en un proyecto, en una inten�ci�n de la mayor�a del pueblo ingl�s. Pero vino la guerra mundial y el home rule de Irlanda fue olvidado. El nacionalismo irland�s recobr� su car�cter insurreccional. Esta situaci�n pro�dujo la tentativa de 1916. Luego, Irlanda, tratada marcialmente por Inglaterra, se aprest� pa�ra una batalla definitiva. Los nacionalistas mo�derados, fautores del home rule, perdieron la direcci�n y el control del movimiento autono�mista. Los reemplazaron los sinn feiners. La tendencia sinn feiner creada por Arthur Griffith, naci� en 1906. En sus primeros a�os tuvo una actividad teor�tica y literaria; pero, modificada gradualmente por los factores pol�ticos y sociales, atrajo a sus rangos a los soldados m�s en�r�gicos de la independencia irlandesa. En las elec�ciones de 1918, el partido nacionalista no obtu�vo sino seis puestos en el parlamento ingl�s. El partido sinn feiner conquist� setenta y tres. Los diputados sinn feiners decidieron boycotear la c�mara brit�nica y fundaron un parlamento irland�s. Esta es una declaraci�n formal de gue�rra a Inglaterra. Torn� a flote entonces el proyecto de home rule irland�s que, aceptado fi�nalmente por el parlamento brit�nico, conced�a a Irlanda la autonom�a de un dominion. Los sinn feiners, sin embargo, siguieron en armas. Dirigido por De Valera, su gran agitador, su gran leader, el pueblo irland�s no se contentaba con este home rule. Mas con el home rule Inglaterra logr� dividir la opini�n irlandesa. Una escisi�n comenz� a bosquejarse en el movimien�to nacionalista. Inglaterra e Irlanda buscaron, en fin, a fines de 1921, una f�rmula de transac�ci�n. Triunfaba una vez m�s en la historia de Inglaterra la tendencia al compromiso. Los auto�nomistas irlandeses y el gobierno brit�nico lle�garon en diciembre de 1921 a un acuerdo que dio a Irlanda su actual constituci�n. El partido sinn feiner se escindi�. La mayor�a 64 diputados �vot� en la c�mara irlandesa a favor del compromiso con Inglaterra: la minor�a de De Valera 57 diputados� vot� en contra. La opo�sici�n entre los dos grupos era tan honda que caus� una guerra civil. Vencieron los partidarios del pacto con Inglaterra y De Valera fue encerrado en una c�rcel. Ahora, en libertad otra vez, vuelve a la empresa de sacudir y emocio�nar revolucionariamente a su pueblo. Estos rom�nticos sinn feiners no ser�n ven�cidos nunca. Representan el persistente anhelo de libertad de Irlanda. La burgues�a irlandesa ha capitulado ante Inglaterra; pero una parte de la peque�a burgues�a y el proletariado han continuado fieles a sus reivindicaciones nacionales. La lucha contra Inglaterra adquiere as� un sentido revolucionario. El sentimiento nacio�nal se confunde, se identifica con un sentimien�to clasista. Irlanda continuar� combatiendo por su libertad hasta que la conquiste plenamente. S�lo cuando realicen su ideal perder� �ste pa�ra los irlandeses su actual importancia. Lo �nico que podr�, alg�n d�a, reconciliar y unir a ingleses e irlandeses es aquello que apa�rentemente los separara. La historia del mundo est� llena de estas paradojas y de estas contradicciones que, en verdad, no son tales contradic�ciones ni tales paradojas.
NOTA: * Publicado en Variedades, Lima, 25 de Octubre de 1924.
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